Custodia

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Saludo

Bendición

domingo, 24 de diciembre de 2023

Oficio y reflexiones +

 


IV Domingo de Adviento, solemnidad


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria.

 
Himno

La pena que la tierra soportaba,
a causa del pecado, se ha trocado
en canto que brota jubiloso,
en labios de María pronunciado.

El sí de las promesas ha llegado,
la alianza se cumple, poderosa,
el Verbo eterno de los cielos
con nuestra débil carne se desposa.

Misterio que sólo la fe alcanza,
María es nuevo templo de la gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en presencia misteriosa.

A Dios sea la gloria eternamente,
y al Hijo suyo amado, Jesucristo,
que quiso nacer para nosotros
y darnos su Espíritu divino. Amén.

Salmo 23: Entrada solemne de Dios en su templo

Ant: Mirad, viene ya el Rey excelso, con gran poder, para salvar a todos los pueblos. Aleluya.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
Él la fundó sobre los mares,
Él la afianzó sobre los ríos.

- ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

- El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

- Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

- ¿Quién es ese Rey de la gloria?
- El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

- ¿Quién es ese Rey de la gloria?
- El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mirad, viene ya el Rey excelso, con gran poder, para salvar a todos los pueblos. Aleluya.

Salmo 65 I: Himno para un sacrificio de acción de gracias

Ant: Alégrate y goza, hija de Jerusalén: mira a tu Rey que viene; no temas, Sión, tu salvación está cerca.

Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.

Decid a Dios: "¡Qué temibles son tus obras,
por tu inmenso poder tus enemigos te adulan!"

Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.

Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.

Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.

Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.

Oh Dios, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa,
nos echaste a cuestas un fardo:

sobre nuestro cuello cabalgaban,
pasamos por fuego y por agua,
pero nos has dado respiro.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Alégrate y goza, hija de Jerusalén: mira a tu Rey que viene; no temas, Sión, tu salvación está cerca.

Salmo 65 II:

Ant: Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no tardará.

Entraré en tu casa con víctimas,
para cumplirte mis votos:
los que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en el peligro.

Te ofreceré víctimas cebadas,
te quemaré carneros,
inmolaré bueyes y cabras.

Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua.

Si hubiera tenido yo mala intención,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó,
y atendió a mi voz suplicante.

Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no tardará.

V/. La palabra de Dios es viva y eficaz.

R/. Más tajante que espada de doble filo.

Lectura

V/. La palabra de Dios es viva y eficaz.

R/. Más tajante que espada de doble filo.

Se anuncia a Jerusalén la Buena Nueva


Is 51,17-52,2.7-10

¡Espabílate, espabílate, ponte en pie, Jerusalén!, que bebiste de la mano del Señor la copa de su ira, y apuraste hasta el fondo el cuenco del vértigo. Entre los hijos que engendró, no hay quien la guíe; entre los hijos que crió, no hay quien la lleve de la mano.

Esos dos males te han sucedido, ¿quién te compadece? Ruina y destrucción, hambre y espada, ¿quién te consuela? Tus hijos yacen desfallecidos en las encrucijadas, como antílope en la red, repletos de la ira del Señor, de la amenaza de tu Dios.

Por tanto, escúchalo, desgraciada; borracha, y no de vino. Así dice el Señor, tu Dios, defensor de su pueblo:

«Mira, yo quito de tu mano la copa del vértigo, no volverás a beber del cuenco de mi ira; lo pondré en las manos de tus verdugos, que decían a tu cuello: "Dóblate, que pasemos encima"; y presentaste la espalda como suelo, como calzada para los transeúntes.»

¡Despierta, despierta, vístete de tu fuerza, Sión, vístete el traje de gala, Jerusalén, santa ciudad!, porque no volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros. Sacúdete el polvo, ponte en pie, Jerusalén cautiva; desata las correas de tu cuello, Sión cautiva.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.

Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

R/. Purificaos, pueblo de Israel, dice el Señor; pues mañana bajará el Señor. Y desviará de vosotros la enfermedad.


V/. Mañana quedará borrada la maldad de la tierra, y será nuestro rey el Salvador del mundo.

R/. Y desviará de vosotros la enfermedad.

L. Patrística

La fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo
San Agustín

Sermón 185

Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.

Hubieses muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne del pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si él no hubiera venido.

Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve v temporal. Este se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y así -como dice la Escritura-: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.

Pues la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de una virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en el que ha nacido, el hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino por Dios.

La verdad brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. No dice: «Nuestra gloria», sino: La gloria de Dios; porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.

Por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue así: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. ¿Por qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.

Alegrémonos, por tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia constituya nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso se ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alto mi cabeza. ¿Pues qué gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que ésta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia.

R/. Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.


V/. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía.

R/. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 1, 26-38: María es llamada para ser la madre del Señor. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

El personaje central del relato de hoy es María. Su vocación para ser la madre del Mesías es única, pero permanece como el modelo para cada uno de nosotros que estamos llamados a “encarnar el Verbo” en esta Navidad que se aproxima.

El relato comienza ubicándonos en el tiempo (seis meses después de la concepción de Juan) y en el espacio (Nazareth, ciudad de Galilea). Luego nos presenta el personaje central, María, y nos da algunas informaciones sobre ella (su desposorio con José, de la descendencia de David, y su virginidad).

Con todos estos datos iniciales, el relato se concentra en la narración del llamado que Dios, por medio del Ángel Gabriel, le hace a María para cooperar en el plan de Dios:

1. La experiencia de fondo sobre la cual se apoya el llamado que el Señor le hace a María (1,28-29)

Lo primero que destaca el relato es que la vocación de María se apoya en la acción de Dios.

En cada una de las tres palabras del saludo del Ángel ― “Alégrate”, “llena de gracia”, “el Señor está contigo”― hallamos un contenido profundo en el que se delinea lo que Dios hace en ella (ver 1,28):

 La alegría: “¡Alégrate!”

El Ángel le anticipa a María que el anuncio será para ella motivo de inmensa alegría, que la palabra del Señor va a tocar lo más íntimo de su ser y que su reacción al final no podrá ser otra que la exultación. Es de notar que la alegría de María no es inmediata sino que comienza, a partir de ahora, un camino interior que culmina en el canto feliz del “Magníficat”: “mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (1,47). Se podría decir que la alegría caracteriza una auténtica vocación.

 La plenitud de la gracia divina: “¡Llena eres de gracia!”

Este es el motivo de la alegría, Dios le hace conocer la inmensidad de su amor predilecto por ella, cómo ha puesto sus ojos en ella, colmándola de su favor y de su complacencia. Su amor es definitivo e irrevocable. Esta afirmación es tan importante que el Ángel se la va a repetir en 1,30. La confianza que se necesita para poder responderle al Señor cuando nos llama viene de la certeza de su amor.

 La ayuda fiel de Dios: “¡El Señor está contigo!”.

Porque Dios ama entrañablemente a María se pone a su lado y se compromete a ayudarla de manera concreta en su misión. Dios le hizo esta promesa también a los grandes vocacionados de la Biblia (Jacob, Moisés, Josué, Gedeón, David, Jeremías...).

Lo que se anuncia en Lucas 1,28 se realiza en 1,35, donde se dice cómo es que Dios ayuda a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

Con su potencia vivificante, creadora, Dios hace capaz a María de colocarse al servicio de la existencia de Jesús. La acción del Espíritu nos remite a Génesis 1,1. Por lo tanto María es el lugar donde se cumple la acción poderosa del Dios creador, y Jesús es el nuevo comienzo, en quien se ofrecerá esta vida plena que viene de Dios y se realiza en Dios.

Con esta promesa María es interpelada: “no será imposible ninguna palabra que proviene de Dios” (1,37, que traducimos literalmente) y un signo de ello es lo que ha hecho en Isabel, la mujer que no podía dar vida.

2. La misión concreta de María con la persona del Mesías (1,30-33)

María es llamada para colocarse completamente al servicio de Jesús dándole existencia humana a partir de su capacidad natural de mujer: “Vas a concebir y dar a luz un hijo” (1,31).

Pero su misión no se limita sólo a esto, Dios le pide también que le dé un “nombre” al niño, “y le pondrás por nombre Jesús”. En esta frase Dios le está solicitando que se ocupe de su desarrollo plenamente humano del Hijo de Dios, que lo eduque.

Así, el servicio de María implica entrega total en el don de todo su ser, de todo su tiempo, de su feminidad, de sus intereses, de todas sus capacidades, de su proyecto de vida al servicio de Dios.

3. La acción creadora del Espíritu Santo en el vientre de María (Lc 1,34-35)

Cuando María le pregunta al Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (1,34), el Ángel le responde con el anuncio de la acción del Espíritu Santo que fecunda su vientre virginal (1,35). Retomemos las palabras del Ángel:

• “El Espíritu Santo sobrevendrá sobre ti...”

El profeta Isaías había anunciado que el Espíritu Santo debía “reposar” de manera especial sobre el Mesías (cfr. Is 11,1-6; 61,1-3; ver el texto del pasado 29 de noviembre). La frase nos recuerda la acción creadora de Dios en Gn 1,1-2: el Espíritu de Dios genera vida.

• “El poder del Altísimo te pondrá bajo su sombra”

La acción eficaz de Dios pone a María “bajo su sombra”. Esta frase nos remite a Éxodo 40,35, donde aparece la imagen bíblica de la “shekiná”, que es la gloria de Dios que desciende para habitar en medio de su pueblo en la “tienda del encuentro” o “tienda de las citas divinas”. Se trata de una imagen muy diciente.

Retomando lo esencial podemos decir que la acción del Espíritu en María es la expresión concreta:
(1) del auxilio de Dios en la misión que debe cumplir: ser madre del Salvador,
(2) del poder de Dios creador,
(3) del tipo de relación que Dios quiere establecer con ella y con la humanidad: una cercanía casi total, un abrazo amoroso que le da plenitud a su existencia al sumergirla en su propia gloria.
En conclusión

Todo lo que el Espíritu hace en María está en función de Jesús: el Mesías entra en la historia humana por medio de la acción del Espíritu creador de Dios en María.

De esta manera el relato de la vocación de María ilumina nuestra comprensión del misterio del Hijo que toma carne en la naturaleza humana.

Todo se hace posible gracias al “sí” de María.

Hoy contemplamos en oración, guiados por la Palabra del Evangelio, el misterio de esta vocación que cambió la historia del mundo. La Palabra suscita en nosotros una gran acción de gracias y al mismo tiempo la conciencia profunda de que cada uno de nosotros tiene un llamado para participar activamente en la obra de la salvación.

Se esperaría que nuestra respuesta sea tan clara y decidida como la de María (ver el evangelio del 8 de diciembre).

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

Releamos despacio, en oración, el relato bíblico. Sintamos la fuerza de cada palabra. Coloquémonos dentro de los personajes. Escuchemos y respondamos como ellos.

1. ¿Cuáles son las características que debe tener una persona que se coloca al servicio de Jesús?

2. ¿En qué se parece el camino de discernimiento de María al mío? ¿Qué me enseña?

3. ¿Cómo interviene Dios en la vida de María para capacitarla para su misión? ¿Cómo lo hace en la mía?

Adviento. 24 de diciembre

ESPERANDO A JESÚS


— María. Recogimiento. Espíritu de oración.

— Nuestra oración. Aprender a tratar a Jesús. Necesidad de la oración.

— Humildad. Trato con Jesús. Jaculatorias. Acudir a San José, maestro de vida interior.

I. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos en el camino de la paz1. Jesús es el Sol que ilumina nuestra existencia. Todo lo nuestro, si queremos que tenga sentido, ha de hacer referencia a Él.

De modo muy especial y extraordinario, la vida de la Virgen está centrada en Jesús. Lo está singularmente en esta víspera del nacimiento de su Hijo. Apenas podemos imaginar el recogimiento de su alma.

Así estuvo siempre, y así debemos aprender a estar nosotros, ¡tan dispersos y tan distraídos por cosas que carecen de importancia! Una sola cosa es verdaderamente importante en nuestra vida: Jesús, y cuanto a Él se refiere.

María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón2su madre guardaba estas cosas en su corazón3. Por dos veces el Evangelista hace referencia a esta actitud de la Virgen frente a los acontecimientos que iban ocurriendo.

La Virgen conserva y medita. Sabe de ese recogimiento interior en el que es posible valorar y guardar los acontecimientos, grandes y pequeños, de su vida. En su intimidad, enriquecida por la plenitud de gracia, reina aquella armonía primitiva en la que el hombre fue creado. Ningún lugar mejor para guardar y ponderar esa acción divina excepcional en el mundo de la que Ella es testigo.

Después del pecado original, el alma pierde el dominio de los sentidos y la orientación natural hacia las cosas de Dios. En la Virgen no fue así; en nosotros, sí. En Ella, por haber sido preservada de la mancha original, todo era armonía, como en los comienzos. Es más, estaba embellecida por la presencia, del todo singular y extraordinaria, de la Santísima Trinidad en su alma.

María está siempre en oración, porque todo lo hace en referencia a su Hijo: cuando habla a Jesús, hace oración (eso es la oración, «hablar con Dios»), y cada vez que le mira (también eso es oración, mirar con fe a Jesús Sacramentado, realmente presente en el Sagrario), y cuando le pide o le sonríe (¡tantas veces!), o cuando pensaba en Él. Su vida estuvo determinada por Jesús, y a Él se orientaban permanentemente sus sentimientos.

Su recogimiento interior fue constante. Su oración se fundía con su misma vida, con el trabajo y la atención a los demás. Su silencio interior era riqueza, y plenitud, y contemplación.

Nosotros le pedimos hoy que nos dé este recogimiento interior necesario para ver y tratar a Dios, muy cercano también a nuestras vidas.

II. Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria4.

La Virgen nos alienta en esta víspera del Nacimiento de su Hijo a no dejar jamás la oración, el trato con el Señor. Sin oración estamos perdidos, y con ella somos fuertes y sacamos adelante nuestras tareas.

Entre otras muchas razones, «debemos orar también porque somos frágiles y culpables. Es preciso reconocer humilde y realmente que somos pobres criaturas, con ideas confusas (...), frágiles y débiles, con necesidad continua de fuerza interior y de consuelo. La oración da fuerzas para los grandes ideales, para mantener la fe, la caridad, la pureza, la generosidad; la oración da ánimo para salir de la indiferencia y de la culpa, si por desgracia se ha cedido a la tentación y a la debilidad; la oración da luz para ver y juzgar los sucesos de la propia vida y de la misma historia desde la perspectiva de Dios y desde la eternidad. Por esto, ¡no dejéis de orar! ¡No pase un día sin que hayáis orado un poco! ¡La oración es un deber, pero también es una alegría, porque es un diálogo con Dios por medio de Jesucristo!»5.

Hemos de aprender a tratar cada vez mejor al Señor a través de la oración mental –esos ratos, como ahora, que dedicamos a hablarle calladamente de nuestros asuntos, a darle gracias, a pedirle ayuda..., ¡a estar con Él!– y mediante la oración vocal, quizá también con oraciones aprendidas cuando éramos pequeños. No encontraremos a lo largo de nuestra vida a nadie que nos escuche con tanto interés y con tanta atención como Jesús; nadie ha tomado nunca tan en serio nuestras palabras como Él. Nos mira, nos atiende, nos escucha con extremado interés cuando hacemos nuestra oración.

La oración es siempre enriquecedora. Incluso en ese diálogo «mudo» ante el Sagrario en el que no decimos palabras: basta mirar y sentirse mirado. ¡Qué diferencia de la frecuente palabrería de muchos hombres, que nada dicen porque nada tienen que comunicar! De la abundancia del corazón habla la boca. Si el corazón está vacío, ¿qué podrán decir las palabras? Y si está enfermo de envidia, de sensualidad, ¿qué contenido tendrá el diálogo? De la oración, sin embargo, salimos siempre con más luz, con más alegría, con más fuerza. Poder hacer oración es uno de los dones más grandes del hombre: ¡hablar y ser escuchado por su Creador! ¡Hablar con Él y llamarle Amigo!

En la oración hemos de hablar al Señor con toda sencillez. «Pensar y entender lo que hablamos y con quién hablamos, y quiénes somos los que osamos hablar con tan gran Señor, pensar esto y otras cosas semejantes de lo poco que le habemos servido y lo mucho que estamos obligados a servir, es oración mental; no penséis que es otra algarabía ni os espante el nombre»6.

Algunos pueden pensar que la oración es extraordinariamente difícil de hacer, o que es para personas especiales. En el Santo Evangelio podemos ver una gran variedad de tipos humanos que se dirigen al Señor con confianza: Nicodemo, Bartimeo, los niños, con quienes el Señor se goza especialmente, una madre, un padre que tiene un hijo enfermo, un ladrón, los Magos, Ana, Simeón, los amigos de Betania... Todos ellos, y nosotros ahora, hablamos con Dios.

III. En la oración, es importante la perseverancia y las buenas disposiciones: entre ellas, la fe y la humildad. No podemos llegar a la oración como el fariseo de aquella parábola dirigida a algunos que confiaban en sí mismos y despreciaban a los demás7. El fariseo, quedándose de pie, oraba para sus adentros: Oh Dios, te doy las gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones... Ayuno dos veces por semana... Enseguida nos damos cuenta de que el fariseo ha entrado al Templo sin amor. Él es el centro de sus pensamientos y el objeto de su propia estimación. Y, en consecuencia, en vez de alabar a Dios se alaba a sí mismo. No hay amor en su oración, no hay tampoco caridad; no hay humildad. No necesita a Dios.

Por el contrario, podemos aprender mucho de la oración del publicano, humilde, atenta –con la mente fija en la persona con quien hablamos–, confiada. Procurando que no sea monólogo en el que nos damos vueltas a nosotros mismos, recordando situaciones sin referirlas a Dios, o dejando incontrolada la imaginación, etcétera.

El fariseo, por falta de humildad, se marchó del Templo sin haber hecho oración. Hasta en eso se puso de manifiesto su oculta soberbia.

El Señor nos pide sencillez, que reconozcamos nuestras faltas, y le hablemos de nuestros asuntos y de los suyos. «Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?”—¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio.

»En dos palabras: conocerle y conocerte: “tratarse”»8.

«Et in meditatione mea exardescit ignis —Y, en mi meditación se enciende el fuego. —A eso vas a la oración: a hacerte una hoguera, lumbre viva, que dé calor y luz.

»Por eso, cuando no sepas ir adelante, cuando sientas que te apagas, si no puedes echar en el fuego troncos olorosos, echa las ramas y la hojarasca de pequeñas oraciones vocales, de jaculatorias, que sigan alimentando la hoguera. —Y habrás aprovechado el tiempo»9.

Sobre todo al principio, y a veces por temporadas, nos ayudará el servirnos de un libro, como el cojo se sirve de sus muletas, para ir adelante en nuestra oración. Así hicieron también muchos santos. «Si no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin libro; que tanto temía mi alma estar sin él en oración, como si con mucha gente fuera a pelear. Con este remedio, que era como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes de los muchos pensamientos, andaba consolada».

Habitualmente, nuestra oración debe concluir en precisos propósitos de mejora. Preguntaremos con sinceridad al Señor: ¿qué deseas de mí en este asunto concreto que he estado considerando?, ¿cómo puedo mejorar yo ahora en esta virtud?, ¿qué debo proponerme de cara a los próximos meses para cumplir tu Voluntad?

Ninguna persona de este mundo ha sabido tratar a Jesús como su Madre y, después de su Madre, San José, quien debió pasar largas horas mirándole, hablando con Él, tratándolo con toda sencillez y veneración. Por esto, «quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino».

Al terminar nuestra oración contemplamos a José muy cerca de María, lleno de atenciones y de delicadezas hacia Ella. Jesús va a nacer. Él ha preparado lo mejor que ha podido aquella gruta. Le pedimos nosotros que nos ayude a preparar nuestra alma, a no estar dispersos y distraídos cuando tenemos tan cerca a Jesús.

Te Deum


A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.


Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oremos:

Apresúrate, Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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