Custodia

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Saludo

Bendición

martes, 26 de diciembre de 2023

Laudes, lecturas y reflexiones +

 


San Esteban, protomártir, fiesta


 
Himno

«Quien entrega su vida por amor,
la gana para siempre»,
dice el Señor.

Aquí el bautismo proclama
su voz de gloria y de muerte.
Aquí la unción se hace fuerte
contra el cuchillo y la llama.

Mirad cómo se derrama
mi sangre por cada herida.

Si Cristo fue mi comida,
dejadme ser pan y vino
en el lagar y en el molino
donde me arrancan la vida.

Salmo 62,2-9: El alma sedienta de Dios

Ant: Mi alma está unida a ti, Dios mío, pues me apedrearon por ti.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mi alma está unida a ti, Dios mío, pues me apedrearon por ti.

Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor

Ant: Esteban vio el cielo abierto; lo vio, y entró en él. Dichoso el hombre a quien se le abrían los cielos.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

Ant: Esteban vio el cielo abierto; lo vio, y entró en él. Dichoso el hombre a quien se le abrían los cielos.

Salmo 149: Alegría de los santos

Ant: Estoy contemplando los cielos abiertos y a Jesús a la derecha de Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Estoy contemplando los cielos abiertos y a Jesús a la derecha de Dios.

Lecturas

Hch 6,2b-5a

«No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.» La propuesta les pareció bien a todos.

V/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

R/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

V/. Él es mi salvación.

R/. Y mi energía.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

San Esteban, protomártir, fiesta

Hch 6,8-10;7,54-60: Veo el cielo abierto.

En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:

- «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»

Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación:

- «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»

Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito:

- «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.»

Y, con estas palabras, expiró.

Sal 30,3cd-4.6 y Sab 16bc-17: A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirigeme y guíame.

A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción.

Líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.

Mt 10,17-22: No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

- «No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.»



Pistas para la Lectio Divina

Lectio “Palabra vivificante”. P. Fidel Oñoro cjm

Mateo 10, 17-22: En una noche oscura veo los cielos abiertos

Ayer celebramos la vida, hoy nos colocamos ante el misterio de la muerte.

Sin embargo no hay contradicción, la celebración del primer mártir de la Iglesia, el diácono Esteban, nos ayuda también a la vivencia profunda del misterio de la navidad permitiéndonos captar lo implica el hecho de que Dios haya descendido a la tierra asumiendo nuestra condición humana.

La santa carmelita Edith Stein, en una ocasión se preguntaba por la relación entre estos dos acontecimientos, escribía:

“Pero el cielo y la tierra todavía no han llegado a ser una sola cosa. La estrella de Belén es una estrella que continúa brillando también hoy en una noche oscura. Ya al día siguiente de la navidad, la Iglesia deja de lado los ornamentos blancos de la fiesta y se reviste con el color sangre: Esteban, el protomártir, que fue el primero en seguir a Jesús en la muerte, es un auténtico seguidor que rodea al niño en el pesebre”.

1. Esteban, el que contempla la gran novedad de los cielos abiertos

Esteban no tiene nada de héroe, sino todos los rasgos del verdadero discípulo escritos en su propia biografía.

Discípulo es todo aquel que con relato de su propia vida, no con definiciones que se quedan en la boda, narra lo que ha significado para él la aventura de haber encontrado a Jesús el Salvador, Mesías y Señor, y darle cabida como el centro y razón de su vida.

El libro de los Hechos de los Apóstoles (7,54-60) cuenta que en el momento de su muerte Esteban vio los cielos abiertos:
“Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios, y dijo: — Mirad, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios” (Hch 7,5-56).

“Contemplo los cielos abiertos…”. Esteban tuvo la gracia de encontrar al Dios de los cielos abiertos. “Si tú rasgases los cielos y bajases…” (Isaías 64,1), así había orado Israel cuando padecía en su piel la experiencia de un cielo cerrado. Así lo habíamos recodado en el tiempo del Adviento, cuando suplicamos que bajar el Señor como rocío fecundante a nuestra tierra estéril.

Quienes decretan la muerte del Esteban no han entendido la venida de Dios, no le dan cabida a la novedad de Dios en sus rígidos esquemas religiosos. La navidad narra precisamente que a Dios no se le puede encerrar en un esquema, nos perderíamos de encontrarlo en un pesebre, no lo veríamos presente tampoco en ese pedazo de pan que nos será dado.

Los cielos se habían abierto primero en la noche de navidad en el campo de los pastores y no en el espacio sagrado del Templo de Jerusalén.

Y, ¡ay de quien quiera dejarlo guardado en una tumba! No lo contemplará resucitado a la derecha de Dios, como lo vio Esteban. A este Jesús a quién contempla como el viviente a quien puede dirigirse en presente: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hch 7,59).

Señal evidente de que la vida de Jesús está escrita en lo más profundo de su ser, es que Esteban muere perdonando a sus enemigos, tal como Jesús:
“Puesto de rodillas clamó con fuerte voz: — Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y con estas palabras murió” (Hch 7.60).

Con este gesto de perdón él también le abre el cielo a los asesinos que con esta acción macabra lo habrían perdido. Ese pecado no les será imputado.

2. Y nosotros, ¿cómo podemos dar testimonio de nuestro encuentro conJesús?

Si a nosotros no se nos ha pedido derramar la sangre por Cristo, ciertamente se nos pide vivir, con convicción y alegría, tal como él nos enseñó.

Del discurso de Jesús sobre la misión, en el Evangelio de Mateo, escuchamos hoy la parte quizás más dura: el misionero experimenta persecución “por causa” de Jesús. Y precisamente cuando más se sufre es cuando Jesús más llama para dar testimonio.

Los espacios donde los cristianos deben dar testimonio son los siguientes:

Uno, la propia familia: allí “entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo”.

Dos, el mundo de la política: “seréis llevados ante gobernadores y reyes”.

Tres, ante los no creyentes: “ante los gentiles”.

Cuatro, ante todo el mundo: “seréis odiados de todos por causa de mi nombre”.

En este contexto oscuro, la manera de dar el luminoso testimonio es ésta que enseña Jesús:

Primero: “No os preocupéis de cómo o qué vais a hablar”

No preocuparse excesivamente, es decir, mantener la paz en medio de los conflictos:
.
Segundo: “No seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros”

Vivir en tal sintonía con el Señor que incluso a través las palabras, se transparenta el Espíritu Santo.

Tercero: “El que persevere hasta el fin, ése se salvará”

La fidelidad, a toda prueba, a la persona de Jesús, no importa cuántos problemas se puedan tener por vivir como discípulo suyo.

Jesús denomina a la persecución de sus discípulos “la entrega”. Es el mismo término que se utiliza para la pasión del Señor. Por lo tanto, se trata de una fuerte experiencia de comunión con Jesús compartiendo su cruz.

En este día, desde su pesebre, el divino Niño ya nos señala su Cruz.

Así lo veía Santa Edith Stein:

“El mejor modo de emplear la vida es sacrificarla por el Señor de la vida.

Él es el Rey de reyes y el Señor de la vida y de la muerte.

Él pronuncia su “sígueme”, y quien no está con él está contra él.

Él lo pronuncia también por nosotros y nos pone frente a la decisión de escoger entre la luz y las tinieblas”.

Tiempo de Navidad
26 de diciembre

SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR


— Calumnias y persecuciones de diversa naturaleza por seguir a Jesucristo.

— También hoy existe la persecución. Modo cristiano de reaccionar.

— El premio por haber padecido algún género de persecución por Jesucristo. Fomentar también la esperanza del Cielo.

I. Las puertas del Cielo se han abierto para Esteban, el primero de los mártires; por eso ha recibido el premio de la corona del triunfo1.

Apenas hemos celebrado el Nacimiento del Señor y ya la liturgia nos propone la fiesta del primero que dio su vida por ese Niño que acaba de nacer. «Ayer, Cristo fue envuelto en pañales por nosotros; hoy, cubre Él a Esteban con vestidura de inmortalidad. Ayer, la estrechez de un pesebre sostuvo a Cristo niño; hoy, la inmensidad del Cielo ha recibido a Esteban triunfante»2.

La Iglesia quiere recordar que la Cruz está siempre muy cerca de Jesús y de los suyos. En la lucha por la justicia plena –la santidad– el cristiano se encuentra con situaciones difíciles y acometidas de los enemigos de Dios en el mundo. El Señor nos previene: Si el mundo os odia, sabed que antes me ha odiado a mí... Acordaos de la palabra que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán3. Y desde el mismo comienzo de la Iglesia se ha cumplido esta profecía. También en nuestros días vamos a sufrir dificultades y persecución, en un grado u otro y en diferentes formas, por seguir de verdad al Señor. «Todos los tiempos son de martirio –nos dice San Agustín–. No se diga que los cristianos no sufren persecución, no puede fallar la sentencia del Apóstol (...): Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución (2 Tim 3, 12). Todos, dice, a nadie excluyó, a nadie exceptuó. Si quieres probar si es cierto ese dicho, empieza tú a vivir piadosamente y verás cuánta razón tuvo para decirlo»4.

En los mismos comienzos de la Iglesia, los primeros cristianos de Jerusalén sufrirán la persecución de las autoridades judías. Los Apóstoles fueron azotados por predicar a Cristo Jesús y lo sufrieron con alegría: salieron gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido hallados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús5.

Los Apóstoles recordarían, sin duda, las palabras del Señor: Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas que os precedieron6.

«No se dice que no sufrieron, sino que el sufrimiento les causó alegría. Lo podemos ver por la libertad que acto seguido usaron: inmediatamente después de la flagelación se entregaron a la predicación con admirable ardor»7.

Poco tiempo después, la sangre de Esteban8, derramada por Cristo, será la primera, y ya no ha cesado hasta nuestros días. De hecho, cuando Pablo llegó a Roma, los cristianos ya eran conocidos por el signo inconfundible de la Cruz y de la contradicción: de esta secta –dicen a Pablo los judíos romanos– lo único que sabemos es que por todas partes sufre contradicción9.

El Señor, cuando nos llama o nos pide algo, conoce bien nuestras limitaciones, y las dificultades que encontraremos en el camino. Jesús no deja de estar a nuestro lado cuando llega la hora de la dificultad, ayudándonos con su gracia: En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: Yo he vencido al mundo10, nos dice.

Nada nos debe extrañar si alguna vez en nuestro andar hacia la santidad hemos de sufrir alguna tribulación, pequeña o grande, por ser fieles a nuestro camino en un mundo con perfiles paganos. Pediremos entonces al Señor imitar a San Esteban en su fortaleza, en su alegría y en el afán de dar a conocer la verdad cristiana, también en esas circunstancias.

II. No siempre la persecución ha sido de la misma forma. Durante los primeros siglos se pretendió destruir la fe de los cristianos con la violencia física. En otras ocasiones, sin que esta desapareciera, los cristianos se han visto –se ven– oprimidos en sus derechos más elementales, o se trata de llevar la desorientación al pueblo sencillo con campañas dirigidas a minar su fe. Incluso en tierras de gran solera cristiana se ponen todo tipo de trabas y dificultades para educar cristianamente a los propios hijos, o se priva a los cristianos, por el mero hecho de serlo, de las justas oportunidades profesionales.

No es infrecuente que, en sociedades que se llaman libres, el cristiano tenga que vivir en un ambiente claramente adverso. Puede darse entonces la persecución solapada, con la ironía que trata de ridiculizar los valores cristianos o con la presión ambiental que pretende amedrentar a los más débiles: se trata de la dura persecución no sangrienta, que no infrecuentemente se vale de la calumnia y de la maledicencia. «En otros tiempos –dice San Agustín– se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; ahora se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se usaba de la violencia, ahora de insidias; entonces se oía rugir al enemigo; ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte. Es cosa sabida de qué modo se violentaba a los cristianos a negar a Cristo: procuraban atraerlos a sí para que renegasen; pero ellos, confesando a Cristo, eran coronados. Ahora se enseña a negar a Cristo y, engañándolos, no quieren que parezca que se los aparta de Cristo»11. Parece que el santo hablara de nuestros días.

También quiso prevenir el Señor a los suyos para que no se desconcertaran ante la contradicción que viene no ya de los paganos, sino de los mismos hermanos en la fe, que con esa actuación injusta, movida ordinariamente por envidias, celotipias y faltas de rectitud de intención, piensan que hacen un servicio a Dios12. Todas las contradicciones, pero esas especialmente, hay que sobrellevarlas junto al Señor en el Sagrario; allí adquiere especial fecundidad el apostolado que estemos llevando a cabo entonces.

Esas circunstancias expresan una especial llamada del Señor a estar unidos a Él mediante la oración. Son momentos en los que se deben poner de manifiesto la fortaleza y la paciencia, sin devolver nunca mal por mal. Es más, nuestra vida interior necesita incluso de contradicciones y de obstáculos para ser fuerte y consistente. De esas pruebas, el alma, con la ayuda del Señor, sale más humilde y purificada. Gustaremos de una manera especial la alegría del Señor y podremos decir como San Pablo: Estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones13.

Señor, concédenos la gracia de imitar a tu mártir San Esteban, que oraba por los verdugos que le daban tormento, para que nosotros aprendamos a amar a nuestros enemigos14.

III. El cristiano que padece persecución por seguir a Jesús sacará de esta experiencia una gran capacidad de comprensión y el propósito firme de no herir, de no agraviar, de no maltratar. El Señor nos pide, además, que oremos por quienes nos persiguen15veritatem facientes in caritate16. Estas palabras de San Pablo nos llevan a enseñar la doctrina del Evangelio sin faltar a la caridad de Jesucristo.

La última de las Bienaventuranzas acaba con una promesa apasionada del Señor: Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y os calumnien por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo17. El Señor es siempre buen pagador.

Esteban fue el primer mártir del cristianismo y murió por proclamar la verdad. También nosotros hemos sido llamados para difundir la verdad de Cristo sin miedo, sin disimulos: no temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma18. Por eso no podemos ceder ante los obstáculos, cuando se trata de proclamar la doctrina salvadora de Cristo, de forma que se nos pueda decir: «No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte»19.

El día en que los cristianos son perseguidos, calumniados o maltratados por ser discípulos de Jesús, es para ellos un día de victoria y de ganancia: Vuestra recompensa será grande en los cielos. También en esta vida paga el Señor con creces, pero será en la otra donde nos espera, si somos fieles, un inmenso premio. Aquí la alegría no puede ser plena; pero cuando estamos cerca del Señor, por la oración y los sacramentos, gozamos de un anticipo de la felicidad eterna. Tengo por cierto, escribía San Pablo a los primeros cristianos de Roma, que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación de la gloria que ha de manifestarse en nosotros20.

La historia de la Iglesia muestra que a veces las tribulaciones hacen que una persona se acobarde y enfríe su trato con Dios; y en otras ocasiones, por el contrario, hacen madurar a las almas santas, que cargan con la cruz de cada día y siguen a Cristo identificados con Él. Vemos constantemente esa doble posibilidad: una misma dificultad –una enfermedad, incomprensiones, etcétera–, tiene distinto efecto según las disposiciones del alma. Si queremos ser santos es claro que nuestras disposiciones han de ser las de seguir siempre de cerca al Señor, a pesar de todos los obstáculos.

En momentos de contrariedades es de gran ayuda fomentar la esperanza del Cielo. Nos ayudará a ser firmes en la fe ante cualquier género de persecución o de intento de desorientación. «Y con ir siempre con esta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino, si os llevare el Señor con alguna sed en este camino de la vida, daros ha de beber con toda abundancia en la otra y sin temor de que os haya de faltar»21.

En épocas de dificultades externas hemos de ayudar a nuestros hermanos en la fe a ser firmes ante esas contrariedades. Les prestaremos una gran ayuda con nuestro ejemplo, con nuestra palabra, con nuestra alegría, con nuestra fidelidad y nuestra oración; y hemos de poner especial delicadeza al vivir con ellos la caridad fraterna en esos momentos, porque el hermano, ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada22; es inexpugnable.

La Virgen, Nuestra Madre, está particularmente cerca en todas las circunstancias difíciles. Hoy nos encomendamos también de modo especial al primer mártir que dio su vida por Cristo, para que seamos fuertes en todas nuestras tribulaciones.


Cántico Ev.

Ant: A Esteban, primero de los mártires, se le abrieron las puertas del cielo.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: A Esteban, primero de los mártires, se le abrieron las puertas del cielo.

Preces

Celebremos, amados hermanos, a nuestro Salvador, el testigo fiel, y, al recordar hoy a los santos mártires que murieron a causa de la palabra de Dios, aclamémoslo, diciendo:

Nos has comprado, Señor, con tu sangre

- Por la intercesión de los santos mártires, que entregaron libremente su vida como testimonio de la fe,
concédenos, Señor, la verdadera libertad de espíritu.


- Por la intercesión de los santos mártires, que proclamaron la fe hasta derramar su sangre,
concédenos, Señor, la integridad y la constancia de la fe.


- Por la intercesión de los santos mártires, que, soportando la cruz, siguieron tus pasos,
concédenos, Señor, soportar con generosidad las contrariedades de la vida.


- Por la intercesión de los santos mártires, que lavaron su manto en la sangre del Cordero,
concédenos, Señor, vencer las obras del mundo y de la carne.

Como hijos que somos de Dios, dirijámonos a nuestro Padre con la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Concédenos, Señor, la gracia de imitar a tu mártir san Esteban y de amar a nuestros enemigos, ya que celebramos la muerte de quien supo orar por sus perseguidores. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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