Custodia

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Saludo

Bendición

jueves, 21 de diciembre de 2023

Oficio, lecturas y reflexiones +

 


San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia, conmemoración



V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: El Señor está cerca, venid, adorémosle.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor está cerca, venid, adorémosle.

 
Himno

La pena que la tierra soportaba,
a causa del pecado, se ha trocado
en canto que brota jubiloso,
en labios de María pronunciado.

El sí de las promesas ha llegado,
la alianza se cumple, poderosa,
el Verbo eterno de los cielos
con nuestra débil carne se desposa.

Misterio que sólo la fe alcanza,
María es nuevo templo de la gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en presencia misteriosa.

A Dios sea la gloria eternamente,
y al Hijo suyo amado, Jesucristo,
que quiso nacer para nosotros
y darnos su Espíritu divino. Amén.

Salmo 88,39-53 - IV: Lamentación por la caída de la casa de David

Ant: Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;

has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;

has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;

has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Salmo 88,39-53 - V:

Ant: Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.

¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?

Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

Salmo 89: Baje a nosotros la bondad del Señor

Ant: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.

Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.

¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.

Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria.

Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

V/. Señor, Dios nuestro, restáuranos.

R/. Que brille tu rostro y nos salve.

Lectura

V/. Señor, Dios nuestro, restáuranos.

R/. Que brille tu rostro y nos salve.

El nuevo éxodo


Is 48,12-21; 49,9b-13

Así dice el Señor: «Escúchame, Jacob, Israel, a quien llamé: yo soy, yo soy el primero y yo soy el último. Mi mano cimentó la tierra, mi diestra desplegó el cielo; cuando yo los llamo, se presentan juntos.

Reuníos todos y escuchad: ¿quién de ellos lo ha predicho? Mi amigo cumplirá mi voluntad sobre Babilonia y la raza de los caldeos.

Yo mismo, yo he hablado y yo lo he llamado, lo he traído y he dado éxito a su empresa. Acercaos y escuchad esto: no hago predicciones en secreto, y desde que sucede, allí estoy yo.» Y ahora el Señor Dios me ha enviado con su Espíritu.

Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: «Yo, El Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues.

Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería como arena, como sus granos, los vástagos de tus entrañas; tu nombre no sería aniquilado ni destruido ante mí»

¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo, publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: El Señor ha redimido a su siervo Jacob. No pasaron sed cuando los siguió por la estepa, hizo brotar agua de la roca, hendió la roca y manó agua.

Por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas; no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua. Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán.

Miradlos venir de lejos; miradlos, del norte y del poniente, y los otros del país de Sin. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados.

R/. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque vendrá nuestro Señor. Y se compadecerá de los desamparados.


V/. En sus días florecerá la justicia y la paz.

R/. Y se compadecerá de los desamparados.

L. Patrística

La visitación de santa María Virgen
San Ambrosio

Exposición sobre evangelio de San Lucas 2,19.22-23.26-27

El ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place.

Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.

Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu. Bien pronto se manifiestan los beneficios de la llegada de María y de la presencia del Señor; pues en el momento mismo en que Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre, y ella se llenó del Espíritu Santo.

Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos.

El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que, después que fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta de gozo y María se alegra en su espíritu. En el momento que Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero, si observas bien, de María no se dice que fuera llena del Espíritu, sino que se afirma únicamente que se alegró en su espíritu (pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera incomprensible); en efecto: Isabel fue llena del Espíritu después de concebir; María, en cambio, lo fue ya antes de concebir porque de ella se dice: ¡Dichosa tú que has creído!

Pero dichosos también vosotros, porque habéis oído y creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de Dios y reconoce sus obras.

Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios. Porque si corporalmente no hay más que una madre de Cristo, en cambio, por la fe, Cristo es el fruto de todos; pues toda alma recibe la Palabra de Dios, a condición de que, sin mancha y preservada de los vicios, guarde la castidad con una pureza intachable.

Toda alma, pues, que llega a tal estado proclama la grandeza del Señor, igual que el alma de María la ha proclamado, y su espíritu se ha alegrado en Dios Salvador.

El Señor, en efecto, es engrandecido, según puede leerse en otro lugar: Proclamad conmigo la grandeza del Señor. No porque con la palabra humana pueda añadirse algo a Dios, sino porque él queda engrandecido en nosotros. Pues Cristo es la imagen de Dios y, por esto, el alma que obra justa y religiosamente engrandece esa imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creada, y, al engrandecerla, también la misma alma queda engrandecida por una mayor participación de la grandeza divina.

R/. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Y María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor.»


V/. Venid a escuchar, os contaré lo que Dios ha hecho conmigo.

R/. «Proclama mi alma la grandeza del Señor.»

Una plegaria de san Pedro Canisio
San Pedro Canisio, presbítero

De los escritos (Edición O. Braunsberger, Petri Canisii Epistulae et Acta, I, Friburgo de Brisgovia 1896, pp 53-55)

San Pedro Canisio, llamado con razón el segundo apóstol de Alemania, antes de marchar para este país y recibida la bendición del Papa, tuvo una profunda experiencia espiritual, que describe él mismo con estas palabras:

«Tuviste a bien, Pontífice eterno, que yo encomendase solícitamente el efecto y la confirmación de aquella bendición apostólica a tus Apóstoles del Vaticano, que tantas maravillas operan bajo tu dirección. Allí sentí un gran consuelo y la presencia de tu gracia, que venía por medio de tales intercesores. Pues me bendecían y confirmaban mi misión a Alemania, y me pareció que me prometían su favor como a apóstol Alemania. Ya sabes, Señor, cómo y cuántas veces pusiste aquel día Alemania en mis manos, esa Alemania que había de ser mi preocupación constante y por la cual deseaba vivir y morir.

Tú, Señor, me ordenaste, finalmente, beber del caudal que manaba de tu santísimo corazón, invitándome sacar las aguas de mi salvación de tu fuente, Salvador mío. Lo que yo más deseaba es que de ahí derivaran torrentes de fe, esperanza y caridad, en mi persona. Tenía sed de pobreza, castidad y obediencia, y te pedía que me purificaras y vistieras por completo. Por eso, tras haberme atrevido a acercarme a tu dulcísimo corazón, calmando en él mi sed, me prometías un vestido de tres piezas con que cubrir mi alma desnuda y realzar con éxito mi misión: las piezas eran la paz, el amor y la perseverancia. Revestido con este ornamento saludable, confiaba en que nada habría de faltarme, y que todo acontecería para tu gloria.»

R/. Un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.


V/. En el corazón prudente habita la sensatez, aun en medio de necios se da a conocer.

R/. Es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.

San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia, conmemoración

Ct 2,8-14: Llega mi amado, saltando sobre los montes.

¡Oíd, que llega mi amado,

saltando sobre los montes,

brincando por los collados!

Es mi amado como un gamo,

es mi amado un cervatillo.

Mirad: se ha parado detrás de la tapia,

atisba por las ventanas,

mira por las celosías.

Habla mi amado y me dice:

«¡Levántate, amada mía,

hermosa mía, ven a mí!

Porque ha pasado el invierno,

las lluvias han cesado y se han ido,

brotan flores en la vega,

llega el tiempo de la poda,

el arrullo de la tórtola

se deja oír en los campos;

apuntan los frutos en la higuera,

la viña en flor difunde perfume.

¡Levántate, amada mía,

hermosa mía, ven a mí!

Paloma mía, que anidas

en los huecos de la peña,

en las grietas del barranco,

déjame ver tu figura,

déjame escuchar tu voz,

porque es muy dulce tu voz,

y es hermosa tu figura»

o bien
So 3,14-18a: El Señor será el rey de Israel, en medio de ti.

Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.»

Sal 32,2-3.11-12.20-21: Aclamad, justos, al Señor, cantadle un cántico nuevo.

Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones.

El plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.

Lc 1,39-45: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito:

-¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.

¡Dichosa tú, que has creído! porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.



Pistas para la Lectio Divina

Autor: P. Fidel Oñoro Consuegra, cjm con el apoyo de la Sociedad de las Hijas de San Pablo en Colombia y el equipo del Instituto Bíblico Pastoral Latinoamericano de la Corporación Universitaria Minuto de Dios. Publicado en la edición "A la escucha del maestro".

María: Modelo de Acogida de Jesús, Señora de la Alegría de la Fe
Lucas 1, 39-45
“En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno»”

El evangelio de este domingo está dentro de la secuencia de los relatos previos al nacimiento de Jesús, que estamos leyendo ordenadamente en estos días. Como detalle particular, nuestro texto coloca en lugar destacado el rostro de María, modelo de la acogida del Señor, y nos invita alegrarnos con ella.

El relato de la Visitación María comienza con la anotación lucana: “En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá” (1,39).

¿Qué mueve a María? María parte de las palabras del Ángel, “Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez” (1,36), y las interpreta como una invitación para ir a estar con ella. María va al encuentro del “signo” que Dios le dio de que “ninguna palabra es imposible para Dios” (1,37).

En el encuentro, las dos mujeres favorecidas por Dios expresan lo que progresivamente ha venido ardiendo en sus corazones. Hoy vemos cómo Isabel, invadida por el Espíritu Santo, dice lo que ha podido comprender de María. Luego se verá cómo María confiesa lo que, por su parte y ayudada también por las palabras de Isabel, ha podido comprender de la acción de Dios en ella misma.

Cuando uno lee con atención el relato de la visitación con un poco más de atención nota una bella dinámica. Detengámonos en los movimientos, externo (=el viaje), interno (=de la soledad a la exclamación) y confesional (=el reconocimiento del misterio del otro), de esta narración rica de enseñanzas para nuestro Adviento.

1. El movimiento externo: el viaje de María de Nazareth a Judá (1,39-40)

El viaje es un gesto concreto de obediencia a la Palabra de Dios (ver 1,36). María lo hace sin tardanza, “con prontitud” (1,39).

La distancia entre Nazareth y la ciudad de Judá (la tradición dice que es Ain-Karem) no es poca. No se menciona ningún otro personaje en el viaje fuera de María. Este largo recorrido y la soledad silenciosa de María son significativas: podemos ver en el trayecto recorrido una primera etapa de la toma de conciencia que ella está realizando.

El viaje de María coincide con un tiempo de silencio en el que ella puede captar mejor el significado de lo que está sucediendo en su vida, profundizando en las palabras del Ángel. Al mismo tiempo María no pierde de vista la meta de su viaje: ver a aquella mujer de quien se le ha hablado y que también ha sido beneficiaria de la misericordia de Dios; con ella será solidaria.

El evangelista nos está mostrando que después de la anunciación María vive un momento de pausa, de interiorización, de meditación. Esto es importante también para nosotros: la acción del Espíritu solicita el cultivo de la interioridad.

2. El movimiento interno: la acción del Espíritu Santo (1,41 y 44)
“Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (1,40). Las dos mujeres, cuando se saludan, captan la vibración del Espíritu y se abrazan con una inmensa alegría.

No conocemos el contenido del saludo de María a Isabel, pero sí su efecto: es de tal manera que hace saltar a la criatura en gestación en el vientre de Isabel y de provocar la unción del Espíritu Santo (1,41).

“Saltó de gozo el niño en su seno”. En encuentro entre las dos mujeres hace saltar de alegría al niño de Isabel, lo cual es manifestación de la acción del Espíritu. A partir de este momento muchos saltarán de gozo a lo largo de todo el evangelio cada vez que se encuentren con Jesús. El Mesías es portador de la alegría, expresión de plenitud de vida que proviene de Dios. Comienza la fiesta de la vida que trae el Evangelio de aquel que trae alegría para todo el pueblo (ver 2,10).

“Isabel quedó llena de Espíritu Santo”. La voz de María es portadora del Espíritu Santo que la ha llenado y con ella introduce a Isabel en el ámbito de su experiencia: el de una emoción profunda que capaz de estremecer y hacer danzar de alegría.

Guiada por el Espíritu, Isabel capta la grandeza de lo sucedido en María y lo expresa abiertamente. Las dos mujeres, una anciana y una joven, se comprenden a fondo y son capaces de decir lo que llevan por dentro, lo que cada una capta de la otra. Sus vidas atravesadas por soledades por fin encuentran oídos dignos de sus secretos, ambas se sienten comprendidas.

En esa cercanía, en la que también actúa el Espíritu, las dos elevan himnos de alabanza. Se suscita así un movimiento de reconocimiento publico y de respeto que desvela lo que desde tiempo atrás ha venido madurando en el corazón.

3. El movimiento confesional: el cántico de reconocimiento de Isabel a María (1,42-45)

“Y exclamando con gran voz, dijo...” (1,42ª). Lo que hasta el momento era solamente el secreto de María ahora Isabel lo anuncia a gritos y con el corazón desbordante. El contenido es la acción creadora del Dios de la vida en la existencia de María, por medio de la cual se ha realizado la encarnación del Hijo de Dios.

Isabel le dice a María dos palabras claves que describen su personalidad: “Bendita” y “feliz”.

• “Bendita”.

En primer lugar, Isabel alaba a Dios por lo que Él ha hecho en María, esto es, la ha llenado de gracia y la ha bendecido con su poder creador que la ha hecho capaz de transmitirle la vida al Hijo de Dios.

Bendecir es “generar vida” y precisamente por eso María es “la bendecida” por excelencia: si bien toda mujer es bendición para el mundo por el hecho de engendrar vida, mucho más María es la “bendita entre todas las mujeres”, ya que ella trae al mundo al Señor de la vida que vence la muerte y da la vida eterna.

Además, porque su hijo no es un niño cualquiera sino el “hijo del Altísimo” (ver el relato de la anunciación), María tiene con suficiente fundamento la dignidad de “Madre de Dios (del Señor)” (1,43).

• “Feliz”.

En segundo lugar, Isabel le hace eco a las palabras pronunciadas por María en la anunciación: “Hágase en mí según tu Palabra” (1,38), y califica su actitud como un acto de fe: “Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor”.

¿Qué quiere decir Isabel sobre María? Quiere decir que María “creyó” en el cumplimiento de la Palabra, es decir, la tomó en serio, se abandonó a su poder creador, confió en la fidelidad de Dios a su promesa. La alegría de María proviene de la fuente inagotable de su fe siempre viva, porque ella como ninguna está siempre abierta a Dios.

Este mismo gesto de María le será pedido, a lo largo del Evangelio, a todas las personas que Jesús cruce en su camino (ver por ejemplo: Lucas 7,9.50; 8,48). En la fe tendrán que ser educados de manera especial los futuros evangelizadores (ver 24,25). Aparece así una definición clara de la fe: uno es creyente cuando sabe “oír la Palabra de Dios y ponerla en práctica” (8,21; 11,27-28).

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

1. ¿De qué manera el itinerario de María en esta página del Evangelio, me puede ayudar a tomar conciencia y a proclamar la obra de Dios en mi vida?

2. ¿Me tomo tiempos de “silencio” (que pueden coincidir con retiros u otros espacios prolongados de meditación y oración) para tomar conciencia de la obra de Dios en mi vida?

3. María e Isabel vivieron fuertes experiencias de Dios y las compartieron entre ellas. ¿Nuestras comunidades son espacios vivos que permiten compartir y celebrar la experiencia de Dios que vive cada uno? ¿Encuentros así nos ayudan a vivenciar la presencia del Espíritu Santo en la comunidad?

4. ¿Qué lección nos da el Evangelio de hoy para nuestra vivencia de la navidad? ¿Qué encuentros Dios nos pide que vivamos? ¿Cómo quiere que los vivamos?

En esta preparación inmediata para la navidad, en diálogo con María e inspirados en el evangelio de hoy digamos:

“Virgen Santa María,
llena nuestros corazones del Espíritu divino que colma el tuyo;
que de tu plenitud recibamos nosotros,
que nuestro espíritu sea destruido
y que el Espíritu de tu Hijo se establezca
plenamente en nosotros
para que no vivamos, hablemos y actuemos
sino por el Espíritu de Jesús. Amén”
(J. Eudes)

Adviento. 21 de diciembre

GENEROSIDAD Y ESPÍRITU DE SERVICIO


— Generosidad y espíritu de servicio de María.

— Hemos de imitar a la Virgen. Detalles de generosidad y de servicio con los demás.

— El premio a la generosidad.

I. Por aquellos días, María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel1.

La Virgen se da del todo a lo que Dios le pide. En un momento sus planes personales –los tendría– quedan en un rincón para hacer lo que Dios le propone. No puso excusas. Desde el primer momento, Jesús es el ideal único y grandioso para el que vive.

Nuestra Señora manifestó una generosidad sin límites a lo largo de toda su existencia aquí en la tierra. De los pocos pasajes del Evangelio que se refieren a su vida, dos de ellos nos hablan directamente de su atención a los demás: fue generosa con su tiempo para atender a su prima Santa Isabel hasta que nació Juan2; estuvo preocupada por el bienestar de los demás, como nos muestra su intervención en las bodas de Caná3. Fueron actitudes habituales en Ella. Mucho tendrían que decirnos sus paisanos de Nazaret de los incontables detalles de María con ellos en la convivencia diaria.

La Virgen no piensa en sí misma, sino en los demás. Trabaja en las faenas de la casa con la mayor sencillez y con mucha alegría; también con gran recogimiento interior, porque sabe que el Señor está en Ella. Todo queda santificado en la casa de Isabel por la presencia de la Virgen y del Niño que va en su seno.

En María comprobamos que la generosidad es la virtud de las almas grandes, que saben encontrar la mejor retribución en el haber dado: habéis recibido gratis, dad gratis4. La persona generosa sabe dar cariño, comprensión, ayudas materiales..., y no exige que la quieran, la comprendan, la ayuden. Da, y se olvida de que ha dado. Ahí está toda su riqueza. Ha comprendido que es mejor dar que recibir5. Descubre que amar «es esencialmente entregarse a los demás. Lejos de ser una inclinación instintiva, el amor es una decisión consciente de la voluntad de ir hacia los otros. Para poder amar de verdad conviene desprenderse de todas las cosas y, sobre todo, de uno mismo, dar gratuitamente... Esta desposesión de uno mismo (...) es fuente de equilibrio. Es el secreto de la felicidad»6.

El dar ensancha el corazón y lo hace más joven, con más capacidad de amar. El egoísmo empobrece, hace el propio horizonte más pequeño. Cuanto más damos, más nos enriquecemos.

A la Virgen le suplicamos hoy que nos enseñe a ser generosos, en primer lugar con Dios, y luego con los demás, con quienes conviven o trabajan junto a nosotros, con quienes nos encontramos en las diversas circunstancias de la vida. Que sepamos darnos en el servicio a los demás, en la vida ordinaria de cada día.

II. Si sentimos que a pesar de nuestra lucha, aún nos puede el egoísmo, miremos hoy a la Virgen para imitarla en su generosidad y poder sentir la alegría de darnos y de dar. Necesitamos entender mejor que la generosidad enriquece y agranda el corazón y la posibilidad de recibir; el egoísmo, por el contrario, es como un veneno que destruye, con lentitud a veces y siempre con seguridad.

Junto a María percibimos que Dios nos ha hecho para la entrega, y que cada vez que nos «reservamos» para nuestros planes y para nuestras cosas, a espaldas de Él, morimos un poco. «El Reino de Dios no tiene precio, y sin embargo cuesta exactamente lo que tengas (...). A Pedro y a Andrés les costó el abandono de una barca y de unas redes; a la viuda le costó dos moneditas de plata...»7. Todo lo que tenían, como en nuestro caso.

Lo «nuestro» se salva precisamente cuando lo entregamos. «Tu barca –tus talentos, tus aspiraciones, tus logros– no vale para nada, a no ser que la dejes a disposición de Jesucristo, que permitas que Él pueda entrar ahí con libertad, que no la conviertas en un ídolo. Tú solo, con tu barca, si prescindes del Maestro, sobrenaturalmente hablando, marchas derecho al naufragio. Únicamente si admites, si buscas, la presencia y el gobierno del Señor, estarás a salvo de las tempestades y de los reveses de la vida. Pon todo en las manos de Dios: que tus pensamientos, las buenas aventuras de tu imaginación, tus ambiciones humanas nobles, tus amores limpios, pasen por el corazón de Cristo. De otro modo, tarde o temprano, se irán a pique con tu egoísmo»8.

Cada uno, donde y como Dios le llame, ha de hacer como aquella mujer de Betania que muestra su gran amor por el Señor rompiendo un frasco de nardo puro de gran precio9. Es la muestra exterior de su gran amor por el Señor. Esta mujer no quiere reservarse nada, ni para sí, ni para nadie. Es un gesto de entrega sin reservas, de amistad, de ternura profunda por Cristo. La casa se llenó de la fragancia del perfume. De nosotros también quedarán las muestras de amor y entrega a Cristo. Solo eso. Lo demás se irá perdiendo y pasará como agua de río.

La generosidad con Dios se ha de manifestar en la generosidad con los demás: lo que hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis10.

Es propio de la generosidad saber olvidar con prontitud los pequeños agravios que se pueden producir durante la convivencia diaria; sonreír y hacer la vida más amable a los demás, aunque se estén padeciendo contradicciones; juzgar con medida ancha y comprensiva a los demás; adelantarse en los servicios menos agradables del trabajo y de la convivencia; aceptar a los demás como son, sin estar excesivamente pendientes de sus defectos; un pequeño elogio, con el que, en ocasiones, podemos hacer mucho bien; dar un tono positivo a nuestra conversación y, si es el caso, a alguna posible corrección que debamos hacer; evitar la crítica negativa, frecuentemente inútil e injusta; abrir horizontes –humanos y sobrenaturales– a nuestros amigos, etc. Sobre todo, hay que facilitar el camino a quienes nos rodean para que se acerquen más a Cristo. Es lo mejor que podemos dar.

Todos los días tenemos un tesoro para distribuir. Si no lo damos, lo perdemos; si lo repartimos, el Señor lo multiplica. Si estamos atentos, si contemplamos su vida, Él nos descubrirá ocasiones de servir voluntariamente donde, quizá, pocos quieran hacerlo. Como Jesús en la Última Cena, que lavó los pies a sus discípulos11, no nos detendremos ante los trabajos más molestos, que son con frecuencia los más necesarios, y cargaremos con las ocupaciones menos gratas. Aprenderemos que las ocasiones de servir se hacen realidad con sacrificio, como fruto de una actitud interior de abnegación y de renuncia; nos daremos cuenta de que para encontrar estas oportunidades de servicio es necesario buscarlas: pensando en el modo de ser de quienes conviven o trabajan con nosotros, en aquello que necesitan, en qué podemos serles útiles. El egoísta, que pasa el día lejos de Dios, solo se da cuenta de sus propias necesidades y de sus caprichos.

La Virgen no solo fue generosa con Dios en grado sumo, sino también con todas aquellas personas con las que se encontró en su vida terrena. También de Ella se puede decir que pasó haciendo el bien12. Lo mismo deberían decir de cada uno de nosotros.

III. El Señor recompensa aquí, y luego en el Cielo, nuestras muestras, siempre pobres, de generosidad. Pero siempre colmando la medida. «Es tan agradecido, que un alzar los ojos con acordarnos de Él no deja sin premio»13.

En la Sagrada Escritura encontramos múltiples testimonios de la generosidad sobrenatural de Dios en relación a la generosidad del hombre. La viuda de Sarepta dio un puñado de harina... y un poco de aceite14 y recibe harina y aceite inagotables. La viuda del Templo echa dos monedas pequeñas, y Jesús comenta: ha echado en el cepillo más que nadie15. El siervo que procuró hacer rendir los talentos recibidos, oirá de boca del Señor: Puesto que has sido fiel en lo poco, recibirás el gobierno de diez ciudades16.

Un día Pedro le dijo: Ya ves que nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido. Y Jesús le contestó: En verdad os digo que ninguno que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por amor al reino de Dios, dejará de recibir mucho más en este siglo y la vida eterna en el venidero17.

Quien tiene en cuenta hasta la más pequeña de nuestras oraciones, ¿cómo podrá olvidar la fidelidad de un día tras otro? Quien multiplicó panes y peces por una multitud que le sigue unos días, ¡qué no hará por los que hayan dejado todo para seguirle siempre! Si estos necesitaran un día una gracia especial para seguir adelante, ¿cómo podrá negarse Jesús? Él es buen pagador.

El Señor da el ciento por uno por cada cosa dejada por su amor. Además, quien sigue a Jesús así, no solo se está enriqueciendo cien veces en esta vida, sino que está predestinado. Al final oirá la voz de Jesús a quien ha servido a lo largo de su vida: Ven, bendito de mi Padre, al cielo que te tenía prometido18. Oír estas palabras de bienvenida a la eternidad ya habría compensado la generosidad. Se entra en la eternidad de la mano de Jesús y de María.

Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, alegre por la venida de tu Hijo en carne mortal, y haz que cuando vuelva en su gloria, al final de los tiempos, podamos alegrarnos de escuchar de sus labios la invitación a poseer el reino eterno.

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