Custodia

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Saludo

Bendición

viernes, 22 de diciembre de 2023

Oficio, lecturas y reflexiones +

 


22 de diciembre, feria



V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: El Señor está cerca, venid, adorémosle.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor está cerca, venid, adorémosle.

 
Himno

La pena que la tierra soportaba,
a causa del pecado, se ha trocado
en canto que brota jubiloso,
en labios de María pronunciado.

El sí de las promesas ha llegado,
la alianza se cumple, poderosa,
el Verbo eterno de los cielos
con nuestra débil carne se desposa.

Misterio que sólo la fe alcanza,
María es nuevo templo de la gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en presencia misteriosa.

A Dios sea la gloria eternamente,
y al Hijo suyo amado, Jesucristo,
que quiso nacer para nosotros
y darnos su Espíritu divino. Amén.

Salmo 68,2-22.30-37 - I: Me devora el celo de tu templo

Ant: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los pelos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?

Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos,
se burlan de mí;
cuando me visto de saco,
se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
mientras beben vino me sacan coplas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Salmo 68,2-22.30-37 - II:

Ant: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:

arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tú vista están los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Salmo 68,2-22.30-37 - III:

Ant: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

V/. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor.

R/. Anunciadla hasta los confines de la tierra.

Lectura

V/. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor.

R/. Anunciadla hasta los confines de la tierra.

Restauración de Sión


Is 49,14-50,1

Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.» ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.

Mira, en mis palmas te llevo tatuada, tus muros están siempre ante mí; los que te construyen van más aprisa que los que te destruyen, los que te arrasaban se alejan de ti.

Levanta los ojos en torno y mira: todos se reúnen para venir a ti; por mi vida -oráculo del Señor- a todos los llevarás como vestido precioso, serán tu cinturón de novia. Porque tus ruinas, tus escombros, tu país desolado, resultarán estrechos para tus habitantes, mientras se alejarán los que te devoraban. Los hijos que dabas por perdidos te dirán otra vez: «Mi lugar es estrecho, hazme sitio para habitar.» Pero tú dices: «¿Quién me engendró a éstos? Yo, sin hijos y estéril, ¿quién los ha criado? Me habían dejado sola, ¿de dónde vienen éstos?»

Así dice el Señor: «Mira, con la mano hago seña a las naciones, alzo mi estandarte para los pueblos: traerán a tus hijos en brazos, a tus hijas las llevarán al hombro. Sus reyes serán tus ayos; sus princesas, tus nodrizas; rostro en tierra, te adorarán, lamerán el polvo de tus pies, y sabrás que yo soy el Señor, que no defraudo a los que esperan en mí.

¿Se le puede quitar la presa a un soldado, se le escapa su prisionero al vencedor? Si le quitan a un soldado el prisionero y se le escapa la presa al vencedor, yo mismo defenderé tu causa, yo mismo salvaré a tus hijos.

Haré a tus opresores comerse su propia carne, se embriagarán de su sangre como de vino; y sabrá todo el mundo que yo soy el Señor, tu salvador, y que tu redentor es el Héroe de Jacob.»

Así dice el Señor: «¿Dónde está el acta de repudio con que despedí a vuestra madre? ¿O a cuál de mis acreedores os he vendido? Mirad, por vuestras culpas fuisteis vendidos, por vuestros crímenes fue repudiada vuestra madre.»

R/. ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, dice el Señor.


V/. Si mi padre y mi madre me abandonan, tú, Señor, me recogerás.

R/. Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, dice el Señor.

L. Patrística

Magnificat
San Beda el Venerable

Sobre el evangelio de san Lucas 1,46-55

María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi Espíritu en Dios, mi salvador.

«El Señor, dice, me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne».

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.

Se refiere al comienzo del himno, donde había dicho: Proclama mi alma la grandeza del Señor. Porque sólo aquella alma a la que el Señor se digna hacer grandes favores puede proclamar la grandeza del Señor con dignas alabanzas y dirigir a quienes comparten los mismos votos y propósitos una exhortación como ésta: Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.

Pues quien, una vez que haya conocido al Señor, tenga en menos el proclamar su grandeza y santificar su nombre en la medida de sus fuerzas será el menos importante en el reino de los cielos. Ya que el nombre del Señor se llama santo, porque con su singular poder trasciende a toda creatura y dista ampliamente de todas las cosas que ha hecho.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia. Bellamente llama a Israel siervo del Señor, ya que efectivamente el Señor lo ha acogido para salvarlo por ser obediente y humilde, de acuerdo con lo que dice Oseas: Israel es mi siervo, y yo lo amo.

Porque quien rechaza la humillación tampoco puede acoger la salvación, ni exclamar con el profeta: Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida, y el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.

Como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. No se refiere a la descendencia carnal de Abrahán, sino a la espiritual, o sea, no habla de los nacidos solamente de su carne, sino de los que siguieron las huellas de su fe, lo mismo dentro que fuera de Israel. Pues Abrahán había creído antes de la circuncisión, y su fe le fue tenida en cuenta para la justificación.

De modo que el advenimiento del Salvador se le prometió a Abrahán y a su descendencia por siempre, o sea, a los hijos de la promesa, de los que se dice: Si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.

Con razón, pues, fueron ambas madres quienes anunciaron con sus profecías los nacimientos del Señor y de Juan, para que, así como el pecado empezó por medio de las mujeres, también los bienes comiencen por ellas, y la vida que pereció por el engaño de una sola mujer sea devuelta al mundo por la proclamación de dos mujeres que compiten por anunciar la salvación.

R/. Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo,


V/. y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

R/. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo,

22 de diciembre, feria

1S 1,24-28: Ana da gracias por el nacimiento de Samuel.

En aquellos días, cuando Ana hubo destetado a Samuel, subió con él al templo del Señor, de Siló, llevando un novillo de tres años, una fanega de harina y un odre de vino. El niño era aún muy pequeño. Cuando mataron el novillo, Ana presentó el niño a Elí, diciendo:

- «Señor, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición. Por eso se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo.»

Después se postraron ante el Señor.

Lectura sálmica: 1S 2,1.4-5.6-7.8abcd: Mi corazón se regocija por el Señor, mi Salvador.

Mi corazón se regocija por el Señor,
mi poder se exalta por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.

Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor;
los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.

Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria.

Lc 1,46-56: El Poderoso ha hecho obras grandes por mí.

En aquel tiempo, María dijo:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor,

se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;

porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,

porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:

su nombre es santo,

y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:

dispersa a los soberbios de corazón,

derriba del trono a los poderosos

y enaltece a los humildes,

a los hambrientos los colma de bienes

y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,

acordándose de la misericordia

- como lo había prometido a nuestros padres -

en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»

María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.



Pistas para la Lectio Divina

Autor: P. Fidel Oñoro Consuegra, cjm con el apoyo de la Sociedad de las Hijas de San Pablo en Colombia y el equipo del Instituto Bíblico Pastoral Latinoamericano de la Corporación Universitaria Minuto de Dios. Publicado en la edición "A la escucha del maestro".

El cántico profético de la Madre
Lucas 1,46-56
Y dijo María: “Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador”

El evangelio que leímos ayer todavía no ha terminado. A las palabras de Isabel, responde María con otro himno inspirado por el Espíritu Santo que anuncia proféticamente la obra del Salvador, lo conocemos con el título de “Magníficat”.

Retomemos el texto, tratando de descubrir sus fundamentos, su contenido y su itinerario oracional preguntando:

• ¿En qué se basa el Magníficat? ¿Cúal es su fuente de inspiración?

• ¿Qué canta María? ¿Cuál es el núcleo de su contenido?

• ¿Cómo lo canta? ¿Cómo se desarrolla?

1. ¿En qué se basa el Magnificat?

Lucas nos muestra que el cántico de María no es resultado de un simple momento de emoción sino que viene de un largo proceso de toma de conciencia de conciencia vivido primero a partir del encuentro consigo misma en el silencio y luego por medio de la voz inspirada de Isabel.

Observemos que el cántico es en última instancia la respuesta de María a la primera palabra que le dirigió el Ángel: “¡Alégrate!” (1,28). Después de pasado un tiempo, durante la visión, Isabel le recordó con otros términos la primera palabra del Ángel: “¡Tú eres feliz!” (1,45). En este momento, después de todo este proceso de maduración interna, es la misma María quien lo va a decir: “¡Me alegro en Dios mi Salvador!” (1,47).

Así el “magníficat” es un canto que nace de un corazón agradecido con Dios, de un corazón atento a la voz y a la acción de quien le ha dicho que la ama profundamente. Uniendo en su voz salmos y cánticos del Antiguo Testamento, y poniendo la mirada en la extraordinaria novedad de Dios en este nuevo tiempo, María puede ahora expresar la síntesis que ha elaborado en su corazón orante.

2. ¿Qué canta María?

El tema central del Magnificat es Dios: “Engrandece mi alma al Señor” (1,46). Él ha sido el protagonista de todo lo que ha sucedido hasta el momento y de todo lo que vendrá después.

Teniendo como referencia su experiencia personal, María da una mirada retrospectiva a la obra de Dios en la Historia de la Salvación. Con este himno proclama pues, su grandeza del Dios de la historia, a quien se le reconoce por su:

• santidad,

• poder,

• misericordia,

• fidelidad.

María comprende ahora, porque lo experimenta dentro de ella misma, el por qué de todos estos atributos. Ella se colocó en el lugar justo para comprender a Dios, el Dios de los humildes (1,48; 10,21).

3. ¿Cómo lo canta?

María entona su canción inspirada proclamando la obra de Dios (1) en ella, (2) en el mundo, (3) en el pueblo de Israel.

(1) La obra de Dios en ella (1,16-49a)

El Dios a quien reconoce grande en su santidad, poder, misericordia y fidelidad, es también su “Salvador”. Y lo ha sido poniendo sus ojos en su humildad de esclava, amándola en esa situación, y haciendo maravillas en ella: el poder creador que la ha hecho madre el Señor (ver 1,35).

Esto la impulsa a profetizar: “Desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz”. Isabel fue la primera en hacerlo y, bien lo sabemos, la profecía salida de sus labios se ha cumplido hasta hoy.

(2) La obra de Dios en el mundo (1,49b-53)

Alzando su mirada contemplativa sobre la humanidad, María ve cómo Dios cambia su situación por el poder de su brazo.

En primer lugar, como que se renueva la imagen envejecida de un Dios lejano y estático: el “Santo”, Dios en su trascendencia, es también el “Misericordioso”, con un corazón cercano al hombre, capaz de conmoverse y sufrir con él. Saborea su misericordia aquél que lo teme, es decir, quien está abierto sin resistencias a su Palabra, que busca sus caminos.

En segundo lugar, María, pequeña entre los pequeños, se presenta como uno de estos pequeñitos de la historia, que desde su vivencia de la misericordia está en condiciones de proclamar el “revolcón” que introduce el poder liberador de Dios, “la fuerza de su brazo” (imagen significativa que nos remite al Éxodo):

• A los soberbios, orgullos, presumidos y autosuficientes, que están en el polo opuesto al temor de Dios, los dispersa.

• A los que construyen su proyecto de vida basándose en el poder y la fuerza humana, los derriba. Por el contrario exalta al humilde.

• A los que apoyan su vida en los bienes materiales, que ponen la confianza de su vida en la propia riqueza, los despide sin nada. En cambio asiste a los hambrientos, a quienes la mala distribución de los bienes de la tierra marginó.

Contemplando críticamente la realidad humana y sus desgracias, María proclama que el poder de Dios es más fuerte que las maquinarias que oprimen la sociedad provocadora del hambre y de la desigualdad.

La escala de valores y la distribución de los roles que hoy vemos y que tanta desazón nos causa, no es la definitiva, ya que Dios tiene la última palabra sobre la historia y construye con su Palabra un nuevo tejido de relaciones basado en la fraternidad, la justicia y la solidaridad (ver los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles).

Se trata, entonces, de una visión global de la obra del Evangelio, porque María hace referencia justamente a tres de los puntos con los cuales choca Jesús en su ministerio.

(3) Una visión amplia de la historia de Salvación (1,54-55)

María está consciente de que está contemplando el vértice de la historia, una historia en la que Dios ha caminado como compañero fiel de su pueblo escogido.

Signo concreto de su amor fiel es que ahora cumple la antigua promesa hecha a Abraham. La palabra de la promesa, ha sido hilo conductor en todo el Antiguo Testamento, y se cumple a través de la obra comenzada ahora en María: la Encarnación.

Anticipándonos al final del Evangelio, podemos decir que lo mismo que Abraham, también María pasó por la prueba de la fe y salió victoriosa: hoy la obra sigue adelante, su hijo Jesús es el último y definitivo sucesor de David (ver 1,32-33), Señor y Salvador, en él se cumple la promesa de la bendición (ver Génesis 12,1-3) que, al fin y al cabo, es el don de la plenitud de vida.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

1. A la luz del cántico de María, ¿Qué relación hay entre “oración” y “vida”? ¿Qué elementos del cántico nos ayudan caracterizar la espiritualidad de una persona que quiere vivir su fe comprometida con su realidad?

2. ¿Cuáles son los momentos del cántico de María? ¿Qué caracteriza cada uno? ¿Qué lección nos da María para nuestros momentos de oración?

3. ¿Qué valor tiene orar por las tardes con las mismas palabras de María? ¿Cómo recoge y expresa lo que se vive a lo largo de una jornada?

4. ¿Qué me enseña el cántico de María cuando dice que Dios es “mi Salvador”? ¿Qué relación tiene con la navidad y con el misterio pascual?

Adviento. 22 de diciembre

EL MAGNIFICAT. LA HUMILDAD DE MARÍA


— Humildad de la Virgen. Qué es la humildad.

— Fundamento de la caridad. Frutos de la humildad.

— Caminos para alcanzar esta virtud.

I. Portones, ¡alzad los dinteles! Que se alcen las antiguas compuertas, va a entrar el Rey de la gloria1.

La Virgen lleva la alegría por donde pasa: en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno2, le dice Santa Isabel refiriéndose a Juan el Bautista, que crecía en su vientre. A la alabanza de su prima, la Virgen responde con un bellísimo canto de júbilo. Mi alma glorifica al Señor; y mi espíritu está transportado de gozo en Dios mi Salvador.

En el Magnificat se contiene la razón profunda de toda humildad. María considera que Dios ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por eso en Ella ha hecho cosas grandes el Todopoderoso.

En este tono de grandeza y de humildad transcurre toda la vida de Nuestra Señora. «¡Qué humildad, la de mi Madre Santa María! —No la veréis entre las palmas de Jerusalén, ni –fuera de las primicias de Caná– a la hora de los grandes milagros.

»—Pero no huye del desprecio del Gólgota: allí está, “juxta crucem Jesu” — junto a la cruz de Jesús, su Madre»3. No buscó nunca gloria personal alguna.

La virtud de la humildad –que tanto se transparenta en la vida de la Virgen– es la verdad4, es el reconocimiento verdadero de lo que somos y valemos ante Dios y ante los demás; es también el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en nosotros con su gracia. «Es rechazo de las apariencias y de la superficialidad; es la expresión de la profundidad del espíritu humano; es condición de su grandeza»5.

La humildad se apoya en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y frente a los hombres, y en la sabia moderación de nuestros siempre desmesurados deseos de gloria. Nada tiene que ver esta virtud con la timidez, con la pusilanimidad o la mediocridad.

No se opone a que tengamos conciencia de los talentos recibidos, ni a disfrutarlos plenamente con corazón recto; la humildad descubre que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia, a Dios pertenece, porque de su plenitud hemos recibido todos6. El Señor es toda nuestra grandeza; lo nuestro es deficiencia y flaqueza. Frente a Dios, nos encontramos como deudores que no saben cómo pagar7, y por eso acudimos como Medianera de todas las gracias a María, Madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; «abandónate lleno de confianza en su seno materno, pídele que te alcance esta virtud que Ella tanto apreció; no tengas miedo de no ser atendido. María le pedirá para ti a ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios, y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída»8.

II. La humildad está en el fundamento de todas las virtudes y sin ella ninguna podría desarrollarse. Sin la humildad todo lo demás es «como un montón muy voluminoso de paja que habremos levantado, pero al primer embate de los vientos queda derribado y deshecho. El demonio teme muy poco esas devociones que no están fundadas en la humildad, pues sabe muy bien que podrá echarlas al traste cuando le plazca»9. No es posible la santidad si no hay lucha eficaz por adquirir esta virtud; ni siquiera podría darse una auténtica personalidad humana. El humilde tiene, además, una especial facilidad para la amistad, incluso con gente muy diferente en gustos, edad, etc., que le prepara para todo apostolado personal.

La humildad es, especialmente, fundamento de la caridad. Le da consistencia y la hace posible: «la morada de la caridad es la humildad»10, decía San Agustín. En la medida en que el hombre se olvida de sí mismo, puede preocuparse y atender a los demás. Muchas faltas de caridad han sido provocadas por faltas previas de vanidad, orgullo, egoísmo, deseos de sobresalir, etc. Y estas dos virtudes, humildad y caridad, «son las virtudes madres; las otras las siguen como polluelos a la clueca»11.

El que es humilde no gusta de exhibirse. Sabe bien que no se encuentra en el puesto que ocupa para lucir y recibir consideraciones, sino para servir, para cumplir una misión. No te sientes en el primer puesto..., por el contrario, cuando seas invitado ve a sentarte en el último lugar12. Y si el cristiano se encuentra entre los primeros puestos, ocupando un lugar de preeminencia, sabe que «este motivo de excelencia se lo ha dado Dios para que aproveche a los demás, de donde se sigue que tanto debe agradarle al hombre el testimonio de los demás, cuanto que esto contribuya al bien ajeno»13.

Hemos de estar en nuestro sitio (en conversaciones, familia, etc.), trabajando cara a Dios, y evitar que la ambición nos ofusque. Mucho menos convertir la vida, llevados por la vanidad, en una loca carrera por puestos cada vez más altos, para los que quizá no serviríamos y que más tarde habrían de humillarnos creando en nosotros el profundo malestar de sentir que no estamos en el lugar que nos corresponde y para el que tampoco estábamos dotados. Esto no se opone a la llamada del Señor para hacer rendir al máximo nuestros talentos, con muchos sacrificios a la hora del aprovechamiento del tiempo.

Sí se opone, por el contrario, a la falta de rectitud de intención, síntoma claro de soberbia. La persona humilde sabe estar en su papel, se siente centrada y es feliz en su quehacer. Además, es siempre una ayuda. Conoce sus limitaciones y posibilidades, y no se deja engañar fácilmente por su ambición. Sus cualidades son ayuda, mayor o menor, pero nunca estorbo. Cumple su función dentro del conjunto.

Otra manifestación de humildad es evitar el juicio negativo sobre los demás. El conocimiento de nuestra flaqueza impedirá «un mal pensamiento de nadie, aunque las palabras u obras del interesado den pie para juzgar así razonablemente»14. Veremos a los demás con respeto y comprensión, que llevarán, cuando sea necesario, a hacer la corrección fraterna.

III. Entre los caminos para llegar a la humildad está, en primer lugar, el desearla ardientemente, valorarla y pedirla al Señor; fomentar la docilidad ante los consejos recibidos en la dirección espiritual, y esforzarse por ponerlos en práctica; recibir con alegría agradecida la corrección fraterna, llena de delicadeza, que nos hacen; aceptar las humillaciones en silencio, por amor al Señor; la obediencia rápida y de corazón; y, sobre todo, la alcanzaremos a través de la caridad, en constantes detalles de servicio alegre a los demás. Jesús es el ejemplo supremo de humildad. Nadie tuvo jamás dignidad comparable a la suya, y nadie sirvió a los hombres con tanta solicitud como Él lo hizo; yo estoy en medio de vosotros como un sirviente15. Imitando al Señor, aceptaremos a los demás como son y pasaremos por alto muchos detalles quizá molestos que, en el fondo, casi siempre carecen de verdadera importancia. La humildad nos dispone y nos ayuda a tener paciencia con los defectos de quienes nos rodean y, también, con los propios. Prestaremos pequeños servicios en la convivencia diaria, sin darles excesiva importancia y sin pedir nada a cambio, y aprenderemos de Jesús y de María a convivir con todos, a saber comprender a los demás, también con sus defectos. Si procuramos ver a los demás como los ve el Señor, será fácil acogerles también como Él los acoge.

Al meditar los pasajes del Evangelio en los que se manifiestan las imperfecciones de los Apóstoles, aprenderemos nosotros a no impacientarnos con las nuestras: el Señor cuenta con ellas, y cuenta con el tiempo, con la gracia, con nuestros deseos de mejorar en esas virtudes o en esa determinada faceta del propio carácter.

Terminaremos este día nuestra oración contemplando a Nuestra Madre Santa María, que alcanzará de su Hijo para nosotros esta virtud que tanto necesitamos. «Mirad a María. Jamás criatura alguna se ha entregado con más humildad a los designios de Dios. La humildad de la ancilla Domini (Lc 1, 38), de la esclava del Señor, es el motivo de que la invoquemos como causa nostrae laetitiae, causa de nuestra alegría (...). María, al confesarse esclava del Señor, es hecha Madre del Verbo divino, y se llena de gozo. Que este júbilo suyo, de Madre buena, se nos pegue a todos nosotros: que salgamos en esto a Ella –a Santa María–, y así nos pareceremos más a Cristo».




Oremos:

Señor Dios, que con la venida de tu Hijo has querido redimir al hombre sentenciado a muerte, concede a los que van a adorarlo, hecho niño en Belén, participar de los bienes de su redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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