Custodia

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Saludo

Bendición

viernes, 15 de diciembre de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


Viernes, II semana de Adviento, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.

 
Himno

De luz nueva se viste la tierra,
porque el Sol que del cielo ha venido
en el seno feliz de la Virgen
de su carne se ha revestido.

El amor hizo nuevas las cosas,
el Espíritu ha descendido
y la sombra del que todo puede
en la Virgen su luz ha encendido.

Ya la tierra reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría,
el Señor que en los cielos habita
se hizo carne en la Virgen María.

Gloria a Dios, el Señor poderoso,
a su Hijo y Espíritu Santo,
que en su gracia y su amor nos bendijo
y a su reino nos ha destinado. Amén.

Salmo 37 - I: Oración de un pecador en peligro de muerte

Ant: Señor, no me castigues con cólera.

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;

no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;

mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, no me castigues con cólera.

Salmo 37 - II:

Ant: Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío.

Tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.

Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.

Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

Salmo 37 - III:

Ant: Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.

Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.

En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.

Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.

Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.

No me abandones, Señor;
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.

V/. Señor, que me alcance tu favor.

R/. Tu salvación, según tu promesa.

Lectura

V/. Señor, que me alcance tu favor.

R/. Tu salvación, según tu promesa.

La viña del Señor volverá a ser cultivada


Is 27,1-13

Aquel día, castigará el Señor con su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente huidiza, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón marino.

A la viña hermosa le cantaréis: «Yo, el Señor, soy su guardián. Con frecuencia la riego, para que no falte su hoja, la guardo noche y día.

No me enfado más: si brotan zarzas y cardos, saldré a luchar contra ellos. Si se acoge a mi protección, que haga las paces conmigo, que haga las paces conmigo.»

Llegarán días en que Jacob echará raíces, Israel echará brotes y flores, y sus frutos cubrirán la tierra. ¿Lo ha herido como hiere a los que lo hieren? ¿Lo ha matado como mueren los que lo matan? Lo castigas espantándolo y expulsándolo, arrollándolo con viento impetuoso, como al tamo en día de solano.

Con esto se expiará la culpa de Jacob, y éste será el fruto de alejar su pecado: convertir las piedras de los altares en piedra caliza triturada, y no erigir cipos ni estelas. La plaza fuerte está solitaria, como mansión desdeñada, abandonada como un desierto. Allí pastan novillos, se tumban y consumen sus ramas. Al secarse el ramaje, lo quiebran, vienen mujeres y le prenden fuego. Porque es un pueblo insensato; por eso su Hacedor no se apiada, su Creador no los compadece.

Aquel día, el Señor trillará las espigas desde el Gran Río hasta el Torrente de Egipto; pero vosotros, israelitas, seréis espigados uno a uno.

Aquel día, el Señor tocará la gran trompeta, y vendrán los dispersos del país de Asiria y los prófugos del país de Egipto, para postrarse ante el Señor en el monte santo de Jerusalén.

R/. El Señor enviará a sus ángeles con trompetas sonoras. Los ángeles reunirán a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.


V/. Y vendrán para postrarse ante el Señor en el monte santo de Jerusalén.

R/. Los ángeles reunirán a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

L. Patrística

Eva y María
San Ireneo

Contra los herejes 5,19,1; 20,2; 21,1

El Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez ésta su humanidad sostenida por él, y, mediante la obediencia del árbol de la cruz, llevó a cabo la expiación de la desobediencia cometida en otro árbol, al mismo tiempo que liquidaba las consecuencias de aquella seducción con la que había sido vilmente engañada la virgen Eva, ya destinada a un hombre, gracias a la verdad que el ángel evangelizó a la Virgen María, prometida también a un hombre.

Pues de la misma manera que Eva, seducida por las palabras del diablo, se apartó de Dios, desobedeciendo su mandato, así María fue evangelizada por las palabras del ángel, para llevar a Dios en su seno, gracias a la obediencia a su palabra. Y si aquélla se dejó seducir para desobedecer a Dios, ésta se dejó persuadir a obedecerle con lo que la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva.

Así, al recapitular todas las cosas, Cristo fue constituido cabeza, pues declaró la guerra a nuestro enemigo, derrotó al que en un principio, por medio de Adán, nos había hecho prisioneros, y quebrantó su cabeza, como encontramos dicho por Dios a la serpiente en el Génesis: Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón.

Con estas palabras, se proclama de antemano que aquel que había de nacer de una doncella y ser semejante a Adán habría de quebrantar la cabeza de la serpiente. Y esta descendencia es aquella misma de la que habla el Apóstol en su carta a los Gálatas: La ley se añadió hasta que llegara el descendiente beneficiario de la promesa.

Y lo expresa aún con más claridad en otro lugar de la misma carta, cuando dice: Pero cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. Pues el enemigo no hubiese sido derrotado con justicia si su vencedor no hubiese sido un hombre nacido de mujer. Ya que por una mujer el enemigo había dominado desde el principio al hombre, poniéndose en contra de él.

Por esta razón el mismo Señor se confiesa Hijo del hombre, y recapitula en sí mismo a aquel hombre primordial del que se hizo aquella forma de mujer: para que así como nuestra raza descendió a la muerte a causa de un hombre vencido, ascendamos del mismo modo a la vida gracias a un hombre vencedor.

R/. El ángel Gabriel fue enviado a la Virgen María, desposada con José, para anunciarle el mensaje; y la Virgen se asustó del resplandor. No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz, y se llamará Hijo del Altísimo.


V/. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre.

R/. Concebirás y darás a luz, y se llamará Hijo del Altísimo.

Viernes, II semana de Adviento, feria

Is 48,17-19: Si hubieras atendido a mis mandatos.

Así dice el Señor, tu redentor,

el Santo de Israel:

«Yo, el Señor, tu Dios,

te enseño para tu bien,

te guío por el camino que sigues.

Si hubieras atendido a mis mandatos,

sería tu paz como un río,

tu justicia como las olas del mar;

tu progenie sería como arena,

como sus granos, los vástagos de tus entrañas;

tu nombre no sería aniquilado

ni destruido ante mí.»

Sal 1,1-2.3.4.6: El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida.

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos;
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos,
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.

Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón,
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así:
serán paja que arrebata el viento,
porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.

Mt 11,16-19: No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre.

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

-«¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros:

"Hemos tocado la flauta,

y no habéis bailado;

hemos cantado lamentaciones,

y no habéis llorado."

Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio." Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores."

Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios.»



Pistas para la Lectio Divina

Lectio divina “Palabra vivificante”. P. Fidel Oñoro cjm

Isaías 48, 17-19: ¿Y qué hacer con los tercos?

Las breves palabras proféticas que hoy se ponen en nuestros oídos y en nuestro corazón, están precedidas por una auto-presentación del profeta en estos términos: “Y ahora el Señor me envía con su espíritu” (48,16b).

Pero resulta que el profeta se estrella contra el muro de la obstinación, de la cabeza dura de un pueblo indócil a las enseñanzas del Señor.

¿Cómo afronta la situación?

Notemos tres ideas fuertes de la profecía:

1. Yahvé es presentado de nuevo

Siempre se vuelve al punto de partida: ¿Quién es Dios?, o mejor, ¿Cómo se ha dado a conocer a su pueblo?

Yahvé se presenta no a partir de conceptos teóricos o abstractos, sino a partir de la experiencia histórica que el pueblo ha hecho de él, particularmente en el camino liberador del éxodo, allí se descubrió como “el redentor” (48,17ª). Es un Dios que entra a fondo en la situación dolorosa de su pueblo, él la capta, la comprende y la auxilia. Con todo y esto, su inserción en la historia de su pueblo no le quita su trascendencia, el sigue siendo “el Santo de Israel” (48,17b).

Es un Dios que se da a su pueblo. Yahvé aparece en función, no de sí mismo, sino de un pueblo que es “su” pueblo. Por eso se afirma que él es “de Israel”. Detrás de este “de”, de pertenencia, está el compromiso de Alianza sellado en el Sinaí: “Yo soy de Ustedes y Ustedes son míos”.

Y porque es fiel a la Alianza sellada con su pueblo, él no sólo libera, sino que educa, se ocupa de él como un papá que prepara a su hijo para la vida, como un maestro que enseña o como un jefe que guía.

No basta salir, de la situación de apuro mediante un acto de liberación, lo más importante es lo que sigue: la educación. Una educación que le da cuerpo y estructura a la vida nueva que comienza a partir de la intervención divina.

Pues bien, los sucesos históricos negativos del pueblo son como el salón de clases, la escuela, donde se aprenden las lecciones de la vida. Como insiste Isaías, allí Yahvé “te enseña” y “te guía”.

Ahora que el pueblo regresa de la dura prueba del exilio en Babilonia, Dios vuelve a educar a su pueblo como lo hizo antaño en el camino del desierto después de la salida de Egipto. El pueblo debe darse cuenta de que el camino que está haciendo ha sido gracias a la acción poderosa de Yahvé. Usta toma de conciencia lleva a una percepción de la presencia “real” de Dios en la vida.

A Yahvé le preocupa la vida de su pueblo. Y porque lo ama busca su maduración.

2. ¿Y cómo se retrata al pueblo?

El pueblo es visto en tres dimensiones:

(1) Un pueblo terco, indócil, que no ha mantenido su fidelidad a Yahvé, por eso va al exilio (ver el contexto del pasaje).

(2) Un pueblo amado que es rescatado por Yahvé de esa situación y lo conduce hacia la madurez: “Te conduzco por el camino que sigues” (48,17b).

(3) Un pueblo llamado a ser grande y fuerte: la promesa a su padre Abraham
sigue vigente y se realizará apoteósicamente (“Tu descendencia será como la arena… su nombre no será aniquilado ni destruido delante de mí”, 48,19).

El pueblo debe sacar la lección de su percance histórico: “¡Si hubieras atendido a mis mandamientos!” (48,18ª)

3. ¿Qué sucede cuando el pueblo se deja guiar por Dios?

La docilidad para dejarse conducir por Dios parece ser el tormento del itinerario bíblico-espiritual. Por eso, en forma de promesa, ahora Yahvé motiva a su pueblo para que deje de lado las resistencias internas y ajuste su proyecto histórico según sus “mandatos”: “Tu dicha habría sido como un río y tu victoria como las olas del mar” (4,18b).

Cuando uno se deja educar por Dios, cuando uno se toma en serio la Palabra del Señor, vienen muchas bendiciones. Todas ellas comienzan con un cambio profundo de vida que trae “paz” y “dicha” continua (lo contrario de la “opresión” y “zozobra” aludida en la profecía).

Luego la vida conducida en la justicia de Dios permite ver realizaciones tan grandes que el profeta puede anunciar la promesa: “tu victoria será como las olas del mar”.

Pues bien, la raíz de esta honda experiencia de Dios que despliega en la vida un mar de bendición, ha sido el conocimiento de Dios y de sus caminos: “Yo soy el Señor tu Dios… Yo, Yahvé, tu Dios, te marco el camino por donde debes ir”.

Este “Yo soy el Señor tu Dios”, aparece también en el encabezamiento de la lista de los mandamientos (Éxodo 20,2: “Yo soy Yahvé, tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, del lugar de esclavitud”). Y se vuelve como en la tarjeta de presentación de Dios revelado en la historia. Es la introducción de toda la revelación que sigue.

En la espera de la plena revelación, en la espera del salvador, Dios se manifiesta como el que el que acompaña el camino del hombre, como el que está cercano, como el que no sustituye a su pueblo a pesar de que le ha fallado, sino que lo orienta hacia lo bueno y lo mejor.

Decía al respecto el autor de la Carta a Diogneto (finales del siglo II dC), “Durante todo el tiempo en que conservaba y custodiaba en el misterio su plan sabio, como que parecía que Dios nos descuidara y no pensara en nosotros; pero cuando por medio de su Hijo predilecto reveló y dio a conocer lo que estaba preparado desde el inicio, nos dio todo junto: gozar de sus beneficios, contemplarlos y entenderlos. ¿Quién de nosotros habría esperado todos estos favores?”.

En Jesús y su pueblo se realiza la profecía (Mateo 11, 16-19)

No sólo el Israel del Antiguo Testamento fue un pueblo indócil, también la
generación que escuchó las enseñanzas de Juan Bautista y de Jesús era de la misma manera.

Jesús compara a sus críticos con los niños caprichosos que juegan en la plaza en dos grupos y que desbaratan sus juegos comunitarios y se pelean entre sí. La terquedad del auditorio de Jesús está retratada en esa imagen de los dos grupos de niños que no logran ponerse de acuerdo porque siempre tienen una excusa para no seguir el juego del otro. Muestra así lo esquivos que son sus oyentes para tomarse en serio la predicación del Evangelio.

Pero en medio de todo también hay una luz: la amistad de Jesús con publicanos y pecadores -los aparentemente indóciles- abrió un camino para la comprensión de Dios.

El trato de Jesús era el de un amor nivel Dios, un amor con lo roto, con lo enfermo, con lo sucio, con lo complicado. Ese amor que cuesta más. Jesús no sólo ama a quien se porta bien, a gente sana, equilibrada, amable, educada y que huele bien. También es capaz de meterse en los antros de la época, sin por ello ser condescendiente con los errores de la gente.

No hay nada más evangelizador que la proximidad, la acogida, la necesidad de acompañar la vida de los demás. Y Jesús sabía tratar a cada uno según su necesidad. Por eso reía con los que ríen y lloraba con los que lloran; todo lo contrario de los niños en la plaza que no logran empatía.

Y esa manera de tratar a la gente desconcertó a las autoridades religiosas que pensaban que con sólo cumplir normas y leyes se llegaba a Dios. Por eso lo criticaron y persiguieron.

Pero, así como Yahvé se acreditó en sus caminos liberadores, los cuales eran innegables para el pueblo, también Jesús puede decir: “La Sabiduría se ha acreditado por sus obras” (Mt 11,19). Jesús confía en que el pueblo comprenderá.

Oremos…
Señor, hay personas que niegan tu presencia y tu existencia ante las dolorosas contrariedades de la vida. Hazte su compañero de viaje, ojalá por medio de nuestra presencia discreta en sus vidas. Enséñanos a ser como tú, amigos humildes y sinceros de las personas que se han cerrado a ti o se han perdido por los más turbios caminos, para que comience una nueva etapa en sus vidas. Amén.


Adviento. 2ª semana. Viernes

TIBIEZA Y AMOR DE DIOS


— El amor al Señor y el peligro de la tibieza.

— Causas de la tibieza.

— Remedios contra esta grave enfermedad del alma.

I. El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón, no se marchitan sus hojas1.

Nuestra vida no tiene sentido si no es junto al Señor. ¿A dónde iremos, Señor? Solo Tú tienes palabras de vida eterna2. Nuestros éxitos, la felicidad humana que podamos acaparar es paja que arrebata el viento3. Verdaderamente, podemos decirle al Señor en nuestra oración personal: «Quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas y solo Tú eres luz, solo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume. Porque entre todas las cosas hermosas y honestas no ignoramos cuál es la primera: poseerte siempre a Ti, Señor»4.

Él viene a traernos un amor que lo penetra todo como el fuego y a darle sentido a nuestra vida sin sentido. Amor exigente es el del Señor, que pide siempre más y nos lleva a crecer en finura del alma con Dios y a dar muchos frutos.

Todo cristiano lleno de amor a Dios es el árbol frondoso del que nos habla el salmo responsorial, que no se seca jamás. Cristo mismo es quien le da vida. Pero si el cristiano deja que el amor se enfríe, que penetre en su alma el aburguesamiento, vendrá esa grave enfermedad interior que le dejará como paja que arrebata el viento: es la tibieza, que vuelve la vida desamorada y sin sentido, aunque externamente pueda parecer que nada ha cambiado. Cristo queda como oscurecido, por descuido culpable, en la mente y en el corazón: no se le ve ni se le oye. Queda entonces en el alma un vacío de Dios que se intentará llenar de otras cosas, que no son Dios y no llenan, y un especial y característico desaliento impregna toda la vida de piedad. Se pierde la prontitud y la alegría de la entrega, y la fe queda adormecida, precisamente porque se ha enfriado el amor.

Si en algún momento notáramos que nuestra vida íntima se aleja de Dios, hemos de saber que, si ponemos los medios, todas las enfermedades del alma tienen curación. Las enfermedades del amor, también. Siempre se puede volver a descubrir aquel tesoro escondido, Cristo, que una vez dio sentido a la vida. Más fácil en los comienzos de la enfermedad, pero también más adelante, como en el caso de aquel leproso de que nos habla San Lucas5, que estaba cubierto de lepra, totalmente enfermo. Pero un día decidió acercarse de verdad y humildemente a Cristo y encontró la curación.

«Preguntaron al Amigo que cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella en donde el Amado nos ha limpiado de nuestras culpas, y en la cual da de balde el agua viva, de la cual, quien bebe, logra la vida eterna en amor sin fin»6. En la oración abierta y franca y en los sacramentos nos espera siempre el Señor.

II. Como paja que arrebata el viento. Sin peso y sin frutos. Por faltas aisladas no se cae necesariamente en la tibieza. Esta enfermedad del alma «se caracteriza por no tomar en serio, de un modo más o menos consciente, los pecados veniales, un estado sin celo por parte de la voluntad. No es tibieza el sentirse y hallarse en estado de sequedad, de desconsuelo y de repugnancia de sentimientos contra lo religioso y lo divino, porque, a pesar de todos estos estados, puede subsistir el celo de la voluntad, el querer sincero. Tampoco es tibieza el incurrir con frecuencia en pecados veniales, con tal de que se arrepienta uno seriamente de ellos y los combata. Tibieza es el estado de una falta de celo consciente y querida, una especie de negligencia duradera o de vida de piedad a medias, fundada en ciertas ideas erróneas: que no debe ser uno minucioso, que Dios es demasiado grande para ser tan exigente en las cosas pequeñas, que otros también lo practican así, y excusas semejantes»7.

La tibieza nace de una dejadez prolongada en la vida interior. Suele ir precedida siempre de un conjunto de pequeñas infidelidades, cuya culpa –no zanjada– está influyendo en las relaciones de esa alma con Dios.

La dejadez se expresa en el descuido habitual de las cosas pequeñas, en la falta de contrición ante los errores personales, en la falta de metas concretas en el trato con el Señor. Se vive sin verdaderos objetivos en la vida interior que atraigan e ilusionen. «Se va tirando». Se ha dejado de luchar por ser mejores, o se lleva una lucha ficticia o ineficaz8. Se abandona la mortificación, y «con el cuerpo pesado y harto de mantenimiento, muy mal aparejado está el ánimo para volar a lo alto»9.

El estado de tibieza se parece a una pendiente inclinada que cada vez va separando más de Dios. Casi insensiblemente nace una cierta preocupación por no excederse, por quedarse en el límite, en lo suficiente para no caer en el pecado mortal, aunque se descuida y se acepta sin dificultad el venial.

El alma tibia justifica esta actitud de poca lucha y de falta de exigencia personal con razones de naturalidad, de eficacia, de trabajo, de salud, etc., que ayudan al tibio a ser indulgente con sus pequeños afectos desordenados, apegos a personas o cosas, comodidades que llegan a presentarse como una necesidad subjetiva. Las fuerzas del alma se van debilitando cada vez más.

Cuando hay tibieza, falta un verdadero culto interno a Dios en la Santa Misa; las Comuniones suelen estar acompañadas de una gran frialdad por falta de amor y de preparación. La oración suele ser vaga, difusa, dispersa: no hay un verdadero trato personal con el Señor. El examen –consecuencia de una especial sensibilidad– queda ahora abandonado, bien porque se deja de hacer, o porque se hace de modo rutinario, sin fruto.

En ese triste estado, el tibio pierde el deseo de un acercamiento profundo a Dios (que prácticamente se da por imposible): «Me duele ver el peligro de tibieza en que te encuentras –se dice en Camino– cuando no te veo ir seriamente a la perfección dentro de tu estado»10.

En resumen: «Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o “cuquería” el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos»11.

Luchemos para no caer jamás en esa enfermedad del alma, estemos alerta para percibir los primeros síntomas, acudamos con prontitud a Santa María. Ella aumenta siempre nuestra esperanza, y nos trae la alegría del nacimiento de Jesús: Alégrate y goza, hija de Jerusalén: mira a tu Rey que viene; no temas, Sión, tu salvación está cerca12.

Nuestra Señora, cuando acudimos a Ella, nos lleva a su Hijo.

III. Fomentar el espíritu de lucha, nos llevará a cuidar cada día el examen de conciencia. De ahí sacaremos frecuentemente un punto en el que mejorar para el día siguiente y un acto de contrición por las cosas en que aquel día no fuimos del todo fieles al Señor. Este amor vigilante, deseo eficaz de buscar al Señor a lo largo del día, es el polo opuesto a la tibieza, que es dejadez, falta de interés, pereza y tristeza en nuestras obligaciones de piedad para con Él.

Este deseo de lucha no nos llevará siempre a la victoria: habrá fracasos, pero el desagravio y la contrición nos acercarán más a Dios. La contrición rejuvenece el alma.

«Ante nuestras miserias y nuestros pecados, ante nuestros errores –aunque, por la gracia divina, sean de poca monta–, vayamos a la oración y digamos a nuestro Padre: ¡Señor, en mi pobreza, en mi fragilidad, en este pobre barro mío de vasija rota, Señor, colócame unas lañas y –con mi dolor y con tu perdón– seré más fuerte y más gracioso que antes! Una oración consoladora, para que la repitamos cuando se destroce este pobre barro nuestro»13.

Y, de nuevo, cerca de Cristo. Con una alegría nueva, con una humildad nueva. Humildad, sinceridad, arrepentimiento... y volver a empezar. Hay que saber empezar una vez más; todas cuantas veces haga falta. Dios cuenta con nuestra fragilidad.

Dios perdona siempre, pero es preciso levantarse, arrepentirse, ir a la Confesión cuando sea necesario. Hay una alegría profunda, incomparable, cada vez que recomenzamos. A lo largo de nuestra vida hemos de hacerlo muchas veces, porque faltas las habrá siempre y tendremos deficiencias, fragilidades, pecados. Quizá este rato de oración nos puede servir para recomenzar una vez más. El Señor cuenta con nuestros fracasos, pero también espera de nosotros muchas pequeñas victorias a lo largo de nuestros días. Así no caeremos en el aburguesamiento, en la dejadez, en el desamor.


Salmo 50: Misericordia, Dios mío

Ant: Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

¡Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor.

Habacuc 3, 2-4.13a.15-19: Juicio de Dios

Ant: En tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia.

Señor, he oído tu fama,
me ha impresionado tu obra.
En medio de los años, realízala;
en medio de los años, manifiéstala;
en el terremoto, acuérdate de la misericordia.

El Señor viene de Temán;
el Santo, del monte Farán:
su resplandor eclipsa el cielo,
la tierra se llena de su alabanza;
su brillo es como el día,
su mano destella velando su poder.

Sales a salvar a tu pueblo,
a salvar a tu ungido;
pisas el mar con tus caballos,
revolviendo las aguas del océano.

Lo escuché y temblaron mis entrañas,
al oírlo se estremecieron mis labios;
me entró un escalofrío por los huesos,
vacilaban mis piernas al andar;
gimo ante el día de angustia
que sobreviene al pueblo que nos oprime.

Aunque la higuera no echa yemas
y las viñas no tienen fruto,
aunque el olivo olvida su aceituna
y los campos no dan cosechas,
aunque se acaben las ovejas del redil
y no quedan vacas en el establo,
yo exultaré con el Señor,
me gloriaré en Dios, mi salvador.

El Señor soberano es mi fuerza,
él me da piernas de gacela
y me hace caminar por las alturas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: En tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia.

Salmo 147: Acción de gracias por la restauración de Jerusalén

Ant: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Lectura

Jr 30,21-22

Esto dice el Señor: «Saldrá de Jacob un príncipe, su señor saldrá de en medio de él; me lo acercaré y se llegará a mí; vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.»

V/. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.

R/. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.

V/. Su gloria aparecerá sobre ti.

R/. Amanecerá el Señor.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.

Cántico Ev.

Ant: Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes. Mirad que viene el Señor, nuestro Dios.»



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes. Mirad que viene el Señor, nuestro Dios.»

Preces

Oremos, hermanos, a Cristo, nuestro Redentor, que ha venido para darnos la justificación, y digámosle con júbilo:

Ven, Señor Jesús

- Señor, cuya venida en la carne anunciaron los profetas,
haz germinar en nosotros la semilla de las virtudes.


- Concede a los que anunciamos al mundo tu salvación,
que la encontremos también en ti.


- Tú que viniste a librar a los oprimidos,
cura las dolencias de los que sufren.


- Tú que reconciliaste al mundo con Dios en tu primera venida,
absuélvenos de toda condenación cuando vengas como juez.

Ya que Dios nos ha adoptado como hijos, oremos al Padre como nos enseñó el Señor:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Señor, que tu pueblo permanezca en vela aguardando la venida de tu Hijo, para que, siguiendo las enseñanzas de nuestro Salvador, salgamos a su encuentro, cuando él llegue, con las lámparas encendidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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