Custodia

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Saludo

Bendición

lunes, 25 de diciembre de 2023

Laudes, lecturas y reflexiones +

 


Natividad del Señor, solemnidad


 
Himno

Hermanos, Dios ha nacido
sobre un pesebre. Aleluya.
Hermanos, cantad conmigo:
"Gloria a Dios en las alturas."

Desde su cielo ha traído
mil alas hasta su cuna.
Hermanos, cantad conmigo:
"Gloria a Dios en las alturas."

Hoy mueren todos los odios
y renacen las ternuras.
Hermanos, cantad conmigo:
"Gloria a Dios en las alturas."

El corazón más perdido
ya sabe que alguien le busca.
Hermanos, cantad conmigo:
"Gloria a Dios en las alturas."

El cielo ya no está solo
la tierra ya no está a oscuras.
Hermanos, cantad conmigo:
"Gloria a Dios en las alturas." Amén.

Salmo 62,2-9: El alma sedienta de Dios

Ant: «¿A Quién habéis visto pastores? Hablad, contádnoslo. ¿Quién se ha aparecido en la tierra?» «Hemos visto al recién nacido y a los coros de ángeles alabando al Señor.» Aleluya.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: «¿A Quién habéis visto pastores? Hablad, contádnoslo. ¿Quién se ha aparecido en la tierra?» «Hemos visto al recién nacido y a los coros de ángeles alabando al Señor.» Aleluya.

Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor

Ant: El ángel dijo a los pastores: «Os anuncio una gran alegría; hoy os ha nacido el Salvador del mundo.» Aleluya.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

Ant: El ángel dijo a los pastores: «Os anuncio una gran alegría; hoy os ha nacido el Salvador del mundo.» Aleluya.

Salmo 149: Alegría de los santos

Ant: Hoy nos ha nacido un niño que se llamará Dios fuerte. Aleluya.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Hoy nos ha nacido un niño que se llamará Dios fuerte. Aleluya.

Lecturas

Hb 1,1-2

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo.

V/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

R/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

V/. Su salvación.

R/. Aleluya. Aleluya.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

Is 52,7-10: Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios.

¡Que hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»!

Escucha, tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Sal 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

Hb 1,1-6: Dios nos ha hablado por su Hijo.

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y el será para mi un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.»

Jn 1,1-18: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

En el principio ya existía la Palabra,

y la Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios.

La Palabra en el principio estaba junto a Dios.

Por medio de la Palabra se hizo todo,

y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.

En la Palabra había vida,

y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en la tiniebla,

y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios,

que se llamaba Juan:

éste venía como testigo,

para dar testimonio de la luz,

para que por él todos vinieran a la fe.

No era él la luz, sino testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera,

que alumbra a todo hombre.

Al mundo vino, y en el mundo estaba;

el mundo se hizo por medio de ella,

y el mundo no la conoció.

Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.

Pero a cuantos la recibieron,

les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.

Éstos no han nacido de sangre,

ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,

y hemos contemplado su gloria:

gloria propia del Hijo único del Padre,

lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:

«Éste es de quien dije:

"El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."»

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés,

la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás:

Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.



Pistas para la Lectio Divina

Juan 1, 1-18: Una Escuela de Padres: ¿Cuál es el “Verbo” que hay que conjugar?. “Y el Verbo se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

Una de las de Laura

La pequeña e inquieta Laura se preparaba para hacer la primera comunión en la escuela “La Sagrada Familia”. Uno de esos sábados por la mañana a la hora de la lección, abrió sus ojos bien grandes, visiblemente conmovida ante la frase que aparecía en su cartilla: “En el principio existía el Verbo” (1,1). Durante todo el resto del día la frase le siguió repicando, la sentía y la pensaba.

Su tía Ana habría sido la persona ideal para aclararle la cuestión, pero físicamente ya no estaba en la familia, estaba ahora personalmente con aquel sobre el cual le iba a preguntar.

Cuando llegó el lunes, la primera clase de la escuela fue la de gramática. A la hora del recreo ni siquiera fue a la merienda por la emoción:

--“¡Pero si lo dijo la maestra! ¡El verbo es la parte más importante de la oración!”.

Pero algo no encajaba. Y seguía pensando. --“¿Eso es un verbo?”.

La maestra Cira, que la fue a buscar porque no estaba con los demás, le respondió la pregunta al sorprenderla hablando sola:

--“Sí, y siempre se refiere a acciones, como por ejemplo: correr, comer, dormir… o ir a la merienda, cosa que no has hecho”.

--“Sí, yo ya entendí, lo que no sé es qué tiene que ver con el Niño Jesús”, le respondió Laura con cierto malestar.

María Angélica, su primita, que le había avisado a la maestra donde estaba Laura y quien se había venido detrás, enseguida captó la cuestión y le dijo como cuando recita sus poesías:

--“Jesús nos trajo el verbo más bonito de todos, el más importante de todos, el que hay que untarle a todo lo que hagamos: el verbo AMAR”.

Mucho más que una cuestión de libros gordos

No necesitamos ser grandes estudiosos de la Biblia para darnos cuenta que detrás de cada página de la Biblia hay lenguas antiguas, culturas lejanas y sobre todo términos densos cuyas explicaciones llenan las páginas de otros libros tan grandes como la misma Biblia.

Sin embargo, el mismo Jesús dijo que los pequeños lo entendían. Efectivamente, el Espíritu Santo tiene sus caminos para llegar hasta los niños.

Por eso, el “verbo” que aprendemos en la gramática no es un obstáculo para comprendamos un gran misterio. La mente se abre cuando el corazón quiere entender.

La respuesta de María Angélica no estaba equivocada. Era como una puerta que se abría para nuevas preguntas más profundas.

Cuando se tiene poco espacio para decir muchas cosas

El término “verbo” viene del latín. Es la traducción del que en griego se dice “logos”. A la gente de la Biblia le gustaba decirlo de una forma más sonora: “dabar”. En todos los casos en principio traduce lo mismo: “Palabra”.

Cuando el evangelista Juan comienza el evangelio, pareciera que quisiese resumir toda su intensa experiencia con Jesús en una sola página. No es fácil. Para eso se vale de algunas estrategias.

Lo primero que hace es colocar a Jesús en el lugar que el corresponde: el punto de partida. Él “existe desde el principio” (Juan 1,1), o sea, desde siempre; Él existe como Palabra que encabeza el comienzo de todo: el tiempo, la creación, cada uno de nosotros. Cuando indagamos todo a la reversa y nos remontamos hacia el origen de todo, terminamos encontrándonos con Él (1,3).

Dios no es soledad vacía sino relación

Que él se llame “Palabra” quiere decir que no está aislado, que tiene algo que decir y que lo que dice es Él mismo. Es como decir que es el rostro de Dios que se asoma para vernos y para que lo veamos, el rostro de un Dios que sabe de amor. Esta es la manera de decirnos que se quiere comunicar, porque es esencial para Él.

No podremos comprender su ser “Palabra” si no miramos lo concreto de Jesús y ni captaremos lo que es Jesús si no entendemos todo lo que es una “Palabra”. A través de Jesús en cuanto “Palabra”, sabemos que Dios no quiere estar solo en su grandiosa trascendencia. Su mayor grandeza no es lo que lo distancia de nosotros sino lo que lo hace inclinarse sobre sus pequeñas criaturas (1,3).

Para que no haya oscuridad a todo le da un sentido

Inclinándose sobre cada uno de nosotros nos asume completamente y le da sentido, orden y dirección definitiva a nuestra vida. Porque es “Palabra” es sentido, sentido de la vida, porque “en ella estaba la vida” (1,4a).

El sentido se nos da como una luz que nos orienta. De hecho sigue profundizando Juan, “era la luz de los hombres” (1,4b.9). Aquí el “era” no quiere decir que “fue y ya no es” sino que continúa siéndolo todo el tiempo: comienza, permanece y será siempre.

Sin esta luz nos quedamos en la oscuridad (1,5). Cuando uno anda en tinieblas no sabe por donde ir, mientras que el barullo del mundo por todos lados nos confunde.

El Verbo se hizo “carne” por amor

Esta Palabra “puso su Morada entre nosotros” (1,14b). Como quien construye una nueva casa en medio del barrio. Pero siendo Dios parece más bien un Templo. Entonces nos sentimos familiares con Él y Él con nosotros: lo podemos incluso tocar. Tenemos la posibilidad de visitarnos o hasta de compartir nuestros espacios. Se hace “amigo”, y es tanta la relación que hasta es mejor decir “hermano”.

El Dios que por definición no se podía ver, “a Dios nadie le ha visto jamás” (1,18), se hace abordable, de agradable compañía, mientras nos cuenta despacito quién es el Padre.

Lo podemos tocar porque es el “Verbo que se hizo carne” (1,14a). Aquí “carne” no significa músculos o masa corporal, más bien quiere decir –como es propio del lenguaje bíblico hebreo- que se es limitado y débil, que se está marcado por la humana fragilidad.

Jesús, quien en sí mismo nos transmite a Dios, como “Palabra” que es, asumió todo lo que constituye nuestro ser humano, se hizo uno de nosotros. El “hacerse carne” entonces es su condición humana tomada en serio, sin dar marcha atrás: no es como quien se pone un disfraz.

La Palabra que “nos ha contado” (1,18) con más autoridad que ninguno quién y cómo es Dios, permanece siempre carne, porque precisamente por el poder de Dios ella fue resucitada, abriéndonos un camino nuevo para que nuestra carne llegue hasta el Padre y nos sumerjamos en el más puro, pleno y duradero diálogo de amor.

Con razón nos ha enseñado el Papa Juan Pablo II que “frente al misterio de la Encarnación, se puede descubrir que la vida de cada persona humana y de toda la humanidad tiene un significado que sobrepasa el tiempo y desemboca en la eternidad”.

Un ardiente deseo

El que en el principio “estaba con Dios” (1,1b), quiso estar “entre nosotros” (1,14), para que también junto con Él y completamente identificados con Él nosotros podamos estar en el incomparable intercambio de amor que no tiene los bordes del comienzo y del fin, este inmenso océano de amor que no quiere sino desbordase y vaciarse sobre nuestros pequeños corazones.

Por eso insisto en que tenía razón mi sobrina y ahijada María Angélica: el verbo “amar” lo explica todo. Ante Jesús recién nacido, aprendemos maravillados que “el Verbo se hizo carne” por amor.

En fin…

Contemplando al Niño Jesús en el pesebre, junto con su Madre extasiada, la primera en penetrar con suma atención y en oración amante todas las palabras que pronunciaba el Verbo, nuestra gran aspiración es que

“Nos haga también hijos de Dios

Aquel que por nuestra causa se quiso hacer Hijo del hombre”

(San Agustín)

A sus pies terminamos este año y recibimos el nuevo que nos da. A Él, a quien le pertenece toda honra y toda gloria, sea la alabanza en nuestra historia y por toda la eternidad.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. Pongámonos junto al pesebre y contemplando al niño Jesús leamos muy despacio, tratando de entender, el Prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18).

2. ¿Porqué Juan llama a Jesús “Verbo”/ “Palabra”? ¿Qué sentidos le caben al término?

3. Si Jesús se hace verbo encarnado por amor, ¿Cómo debe ser la vida de quien se identifica con Jesús?

4. ¿Qué verbos, acciones concretas, no cuantitativas (como trabajar) sino cualitativas (como perdonar), han caracterizado mi vida en este año que hoy termina? ¿Cómo me evalúo en la presencia del Señor?

5. Contemplado a Jesús “Verbo encarnado”, ¿Qué propósitos me hago para mi vida personal, familiar, laboral, de amistades, de servicio, de compromiso eclesial el próximo año?

Pensamiento patrístico: “El Verbo infante”

“Yacía en el pesebre Aquel que contiene el mundo: no hablaba y era la Palabra.

Quien los cielos no abarcan era llevado en el vientre de una mujer:

Ella regía a nuestro Rey;
Ella traía a Aquel en quien existimos;
Ella amamantaba a nuestro Pan.
¡Oh manifiesta debilidad y maravillosa humildad en la cual así se escondió toda la divinidad!
Gobernaba con poder la Madre a quien sometía a su Infancia; y apacentaba con la verdad a aquella de cuyos pechos lactaba.
Complete en nosotros sus dones Aquel que tampoco desdeñó hacer suyos nuestros comienzos. Y nos haga también hijos de Dios Aquel que por nuestra causa se quiso hacer Hijo del hombre”

(San Agustín, Sermón 184, 3)

Navidad. 25 de diciembre

MEDITACIÓN DE NAVIDAD


— En Belén no quisieron recibir a Cristo. También hoy muchos hombres no quieren recibirlo.

— Nacimiento del Mesías. La «cátedra» de Belén.

— Adoración de los pastores. Humildad y sencillez para reconocer a Cristo en nuestras vidas.

I. En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo1.

Ahora nosotros podemos ver con claridad que fue una providencia de Dios aquel decreto del emperador romano. Por esta razón María y José fueron a Belén y allí nació Jesús, según había sido profetizado muchos siglos antes2.

La Virgen sabía que estaba ya próximo el nacimiento de Jesús, y emprendió aquel viaje con el pensamiento puesto en el Hijo que le iba a nacer en el pueblo de David.

Llegaron a Belén, con la alegría de estar ya en el lugar de sus antepasados, y también con el cansancio de un viaje por caminos en malas condiciones, durante cuatro o cinco jornadas. La Virgen, en su estado, debió llegar muy cansada. Y en Belén no encontraron dónde instalarse. No hubo para ellos lugar en la posada, dice San Lucas3, con frase escueta. Quizá José juzgara que la posada repleta de gente no era sitio adecuado para Nuestra Señora, especialmente en aquellas circunstancias. San José debió de llamar a muchas puertas antes de llevar a María a un establo, en las afueras. Nos imaginamos bien la escena: José explicando una y otra vez, con angustia creciente, la misma historia, «que venían de...», y María a pocos metros, viendo a José y oyendo las negativas. No dejaron entrar a Cristo. Le cerraron las puertas. María siente pena por José, y por aquellas gentes. ¡Qué frío es el mundo para con su Dios!

Quizá fue la Virgen quien propuso a José instalarse provisionalmente en alguna de aquellas cuevas, que hacían de establo a las afueras del pueblo. Probablemente le animó, diciéndole que no se preocupara, que ya se arreglarían... José se sintió confortado por las palabras y la sonrisa de María. De modo que allí se aposentaron con los enseres que habían podido traer desde Nazaret: los pañales, alguna ropa que ella misma había preparado con la ilusión que solo saben poner las madres en su primer hijo...

Y en aquel lugar sucedió el acontecimiento más grande de la humanidad, con la más absoluta sencillez: Y sucedió –nos dice San Lucas– que estando allí se le cumplió la hora del parto4. María envolvió a Jesús con inmenso amor en unos pañales y lo recostó en el pesebre.

La Virgen tenía la fe más perfecta que cualquier otra persona antes o después de Ella. Y todos sus gestos eran expresión de su fe y de su ternura. Le besaría los pies porque era su Señor, le besaría la cara porque era su hijo. Se quedaría mucho tiempo quieta contemplándolo.

Después, María puso al Niño en brazos de José, que sabe bien que es el Hijo del Altísimo, al que debe cuidar, proteger, enseñarle un oficio. Toda su vida está centrada en este Niño indefenso.

Jesús, recién nacido, no habla; pero es la Palabra eterna del Padre. Se ha dicho que el pesebre es una cátedra. Nosotros deberíamos hoy «entender las lecciones que nos da Jesús ya desde Niño, desde que está recién nacido, desde que sus ojos se abrieron a esta bendita tierra de los hombres»5.

Nace pobre, y nos enseña que la felicidad no se encuentra en la abundancia de bienes. Viene al mundo sin ostentación alguna, y nos anima a ser humildes y a no estar pendientes del aplauso de los hombres. «Dios se humilla para que podamos acercarnos a Él, para que podamos corresponder a su amor con nuestro amor, para que nuestra libertad se rinda no solo ante el espectáculo de su poder, sino ante la maravilla de su humildad»6.

Hacemos un propósito de desprendimiento y de humildad. Miramos a María y la vemos llena de alegría. Ella sabe que ha comenzado para la humanidad una nueva era: la del Mesías, su Hijo. Le pedimos no perder jamás la alegría de estar junto a Jesús.

II. Jesús, María y José estaban solos. Pero Dios buscó para acompañarles a gente sencilla, unos pastores, quizá porque, como eran humildes, no se asustarían al encontrar al Mesías en una cueva, envuelto en pañales.

Son los pastores de aquellos contornos a quienes se refería el profeta Isaías: el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz7.

En esta primera noche solo en ellos se cumple la profecía. Ven una gran luz: la gloria del Señor los envolvió de claridad8No temáis, les dice un ángel, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo; hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, que es el Cristo, el Señor9.

Esa noche son los primeros y los únicos en saberlo. «En cambio, hoy lo saben millones de hombres en todo el mundo. La luz de la noche de Belén ha llegado a muchos corazones, y, sin embargo, al mismo tiempo, permanece la oscuridad. A veces, incluso parece que más intensa (...). Los que aquella noche lo acogieron, encontraron una gran alegría. La alegría que brota de la luz. La oscuridad del mundo superada por la luz del nacimiento de Dios (...).

»No importa que, en esa primera noche, la noche del nacimiento de Dios, la alegría de este acontecimiento llegue solo a estos pocos corazones. No importa. Está destinada a todos los corazones humanos. ¡Es la alegría del género humano, alegría sobrehumana! ¿Acaso puede haber una alegría mayor que esta, puede haber una Nueva mejor que esta: el hombre ha sido aceptado por Dios para convertirse en hijo suyo en este Hijo de Dios, que se ha hecho hombre?»10.

Dios quiso que estos pastores fueran también los primeros mensajeros; ellos irán contando lo que han visto y oído. Y todos los que les escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho11. Igualmente a nosotros se nos revela Jesús en medio de la normalidad de nuestros días; y también son necesarias las mismas disposiciones de sencillez y de humildad para llegar hasta Él. Es posible que a lo largo de nuestra vida nos dé señales que, vistas con ojos humanos, nada digan. Hemos de estar atentos para descubrir a Jesús en la sencillez de lo ordinario, envuelto en pañales y reclinado en un pesebre, sin manifestaciones aparatosas. Y todo el que ve a Cristo se siente conmovido a darlo a conocer enseguida. No puede esperar.

Naturalmente que los pastores no se pondrían en camino sin regalos para el recién nacido. En el mundo oriental de entonces era inconcebible que alguien se presentase a una persona elevada sin algún regalo. Llevarían lo que tenían a su alcance: algún cordero, queso, manteca, leche, requesón...12. Sin duda que no es demasiado desacierto figurarse la escena tal como la representan los innumerables «belenes» de estos días y la pregonan los «villancicos» cantados con sencillez por el pueblo cristiano y con los que muchos de nosotros, quizá, hemos hecho nuestra oración.

María y José, sorprendidos y alegres, invitan a los tímidos pastores a que entren y vean al Niño, y lo besen y le canten, y le dejen cerca del pesebre sus presentes.

Nosotros tampoco podemos ir a la gruta de Belén sin nuestro regalo.

Quizá lo que nos agradecería la Virgen es un alma más entregada, más limpia, más alegre porque es consciente de su filiación divina, mejor dispuesta a través de una Confesión más contrita, para que el Señor habite con más plenitud en nosotros. Esa Confesión que tal vez Dios lleva esperando hace tiempo...

María y José nos están invitando a entrar. Y, una vez dentro, le decimos a Jesús con la Iglesia: Rey del universo a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y tu sencillez13.

III. Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Hoy, desde el Cielo, ha descendido la paz sobre nosotros14. «Acabamos de oír un mensaje rebosante de alegría y digno de todo aprecio: Cristo Jesús, el Hijo de Dios, ha nacido en Belén de Judá. El anuncio me estremece, mi espíritu se enciende en mi interior y se apresura, como siempre, a comunicaros esta alegría y este júbilo», anuncia San Bernardo15. Y todos nos ponemos en camino para contemplar y adorar a Jesús, pues todos tenemos necesidad de Él; es de Él de lo único que tenemos verdadera necesidad. No hay tal andar como buscar a Cristo. // No hay tal andar como a Cristo buscar. // Que no hay tal andar, canta un villancico popular, diciéndonos que ningún camino que emprendamos vale la pena si no termina en el Niño Dios.

«Hoy ha nacido nuestro Salvador. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.

»Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común el motivo para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido a liberarnos a todos. Que se alegre el santo, puesto que se acerca a la victoria. Alégrese el gentil, ya que se le llama a la vida.

»Pues el Hijo, al cumplirse la plenitud de los tiempos (...) asumió la naturaleza del género humano para conciliarla con su Creador»16. De aquí nace para todos, como un río incontenible, la alegría de estas fiestas.

Cantamos con júbilo en estos días de Navidad porque el amor está entre nosotros hasta el fin de los tiempos. La presencia del Niño es el amor en medio de los hombres; y el mundo no es ya un lugar oscuro: quienes buscan amor saben donde encontrarlo. Y es de amor de lo que esencialmente anda necesitado cada hombre; también aquellos que pretenden estar satisfechos de todo.

Cuando en el día de hoy nos acerquemos a besar al Niño o contemplemos un Nacimiento, o meditemos en este gran misterio, que agradezcamos a Dios su deseo de abajarse hasta nosotros para hacerse entender y querer, y que nos decidamos a hacernos también como niños, para poder así entrar un día en el reino de los cielos. Terminamos nuestra oración diciéndole a Dios Nuestro Padre: concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana17.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.



Cántico Ev.

Ant: Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Aleluya.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Aleluya.

Preces

Glorifiquemos a Cristo, Palabra eterna del Padre, engendrado antes de los siglos y nacido por nosotros en el tiempo, y aclamémosle, diciendo:

Que se goce la tierra, Señor, con tu venida

- Cristo, Palabra eterna, que al venir al mundo anunciaste la alegría a la tierra,
alegra nuestros corazones con la gracia de tu visita.


- Salvador del mundo, que con tu nacimiento nos has revelado la fidelidad de Dios,
haz que nosotros seamos también fieles a las promesas de nuestro bautismo.


- Rey del Cielo y de la tierra, que por tus ángeles anunciaste la paz a los hombres,
conserva nuestras vidas en tu paz.


- Señor, tú que viniste para ser la vid verdadera que nos diera el fruto de vida,
haz que permanezcamos siempre en ti y demos fruto abundante.

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el Señor:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Concede, Señor todopoderoso, a los que vivimos inmersos en la luz de tu Palabra hecha carne, que resplandezca en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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