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domingo, 3 de diciembre de 2023

Oficio, reflexiones y laudes +

 I Domingo de Adviento, solemnidad


Salterio: domingo de la primera semana


Inicio



(se hace la señal de la cruz sobre los labios mientras se dice:)


V/. -Señor, ábreme los labios.

R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.


Salmo 94: Invitación a la alabanza divina


Ant: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.


Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy» (Hb 3,13)


Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos.


-se repite la antífona


Porque el Señor es un Dios grande,

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra,

son suyas las cumbres de los montes;

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.


-se repite la antífona


Entrad, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.


-se repite la antífona


Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y me tentaron, aunque habían visto mis obras.


-se repite la antífona


Durante cuarenta años

aquella generación me asqueó, y dije:

"Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso."»


-se repite la antífona


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.


 

Himno


De luz nueva se viste la tierra,

porque el Sol que del cielo ha venido

en el seno feliz de la Virgen

de su carne se ha revestido.


El amor hizo nuevas las cosas,

el Espíritu ha descendido

y la sombra del que todo puede

en la Virgen su luz ha encendido.


Ya la tierra reclama su fruto

y de bodas se anuncia alegría,

el Señor que en los cielos habita

se hizo carne en la Virgen María.


Gloria a Dios, el Señor poderoso,

a su Hijo y Espíritu Santo,

que en su gracia y su amor nos bendijo

y a su reino nos ha destinado. Amén.


Primer Salmo


Salmo 1: Los dos caminos del hombre


Ant: Mirad, viene ya el Rey excelso, con gran poder, para salvar a todos los pueblos. Aleluya.


Felices los que, poniendo su esperanza en la cruz, se sumergieron en las aguas del bautismo (autor anónimo del siglo II)


Dichoso el hombre

que no sigue el consejo de los impíos,

ni entra por la senda de los pecadores,

ni se sienta en la reunión de los cínicos;

sino que su gozo es la ley del Señor,

y medita su ley día y noche.


Será como un árbol

plantado al borde de la acequia:

da fruto en su sazón

y no se marchitan sus hojas;

y cuanto emprende tiene buen fin.


No así los impíos, no así;

serán paja que arrebata el viento.

En el juicio los impíos no se levantarán,

ni los pecadores en la asamblea de los justos;

porque el Señor protege el camino de los justos,

pero el camino de los impíos acaba mal.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Mirad, viene ya el Rey excelso, con gran poder, para salvar a todos los pueblos. Aleluya.


Segundo Salmo


Salmo 2: El Mesías, rey vencedor


Ant: Alégrate y goza, hija de Jerusalén: mira a tu Rey que viene; no temas, Sión, tu salvación está cerca.


Se aliaron contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido (Hch 4,27)


¿Por qué se amotinan las naciones,

y los pueblos planean un fracaso?


Se alían los reyes de la tierra,

los príncipes conspiran

contra el Señor y contra su Mesías:

«Rompamos sus coyundas,

sacudamos su yugo.»


El que habita en el cielo sonríe,

el Señor se burla de ellos.

Luego les habla con ira,

los espanta con su cólera:

«Yo mismo he establecido a mi rey

en Sión, mi monte santo.»


Voy a proclamar el decreto del Señor;

él me ha dicho:

«Tú eres mi hijo:

yo te he engendrado hoy.

Pídemelo: te daré en herencia las naciones,

en posesión, los confines de la tierra:

los gobernarás con cetro de hierro,

los quebrarás como jarro de loza.»


Y ahora, reyes, sed sensatos;

escarmentad, los que regís la tierra:

servid al Señor con temor,

rendidle homenaje temblando;

no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,

porque se inflama de pronto su ira.

¡Dichosos los que se refugian en Él!


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Alégrate y goza, hija de Jerusalén: mira a tu Rey que viene; no temas, Sión, tu salvación está cerca.


Tercer Salmo


Salmo 3: Confianza en medio de la angustia


Ant: Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no tardará.


Durmió el Señor el sueño de la muerte y resucitó del sepulcro porque el Padre fue su ayuda (S. Ireneo)


Señor, cuántos son mis enemigos,

cuántos se levantan contra mí;

cuántos dicen de mí:

«Ya no lo protege Dios»


Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,

tú mantienes alta mi cabeza.

Si grito invocando al Señor,

él me escucha desde su monte santo.


Puedo acostarme y dormir y despertar:

el Señor me sostiene.

No temeré al pueblo innumerable

que acampa a mi alrededor.


Levántate, Señor;

sálvame, Dios mío:

tú golpeaste a mis enemigos en la mejilla,

rompiste los dientes de los malvados.


De ti, Señor, viene la salvación

y la bendición sobre tu pueblo.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no tardará.


Lectura Bíblica


V/. Levantaos, alzad la cabeza.


R/. Se acerca vuestra liberación.


Acusación al pueblo


Lectura del libro del profeta Isaías

Is 1,1-18 (del lecc. único)


Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén, en tiempos de Ozías, de Yotán, de Acaz y de Ezequías, reyes de Judá.


Oíd, cielos, escucha tierra, que habla el Señor: «Hijos he criado y elevado, y ellos se han rebelado contra mí. Conoce el buey a su amo, y el asno, el pesebre del dueño; Israel no conoce, mi pueblo no recapacita.»


¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de culpas, raza de malvados, hijos degenerados! Han abandonado al Señor, despreciado al Santo de Israel.


¿Dónde seguiros hiriendo, si acumuláis delitos? La cabeza es una llaga, el corazón está agotado, de la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa: llagas, cardenales, heridas recientes, no exprimidas ni vendadas ni aliviadas con ungüento.


Vuestra tierra devastada, vuestras ciudades incendiadas, vuestros campos, ante vosotros, los devoran extranjeros. Desolación como en la catástrofe de Sodoma.


Y Sión, la capital, ha quedado como cabaña de viñedo, como choza de melonar, como ciudad sitiada. Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra.


Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma; escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra:


«¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos y de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre.


Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda.


Entonces, venid, y litigaremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana.»


R/. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve.


V/. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad el derecho.


R/. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve.


Lectura Patrística


Las dos venidas de Cristo

San Cirilo de Jerusalén, obispo


Catequesis 15,1-3


Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino.


Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro, manifiesto, todavía futuro.


En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles.


No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo proclamado en la primera: Bendito el que viene en nombre del Señor,diremos eso mismo en la segunda; y, saliendo al encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos, adorándolo: Bendito el que viene en nombre del Señor.


El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la memoria de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz, y les dirá: Esto hicisteis y yo callé.


Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a enseñar a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.


De ambas venidas habla el profeta Malaquías: De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis.He ahí la primera venida.


Respecto a la otra, dice así: El mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata.


Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas, en estos términos: Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Ahí expresa su primera venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.


Por esa razón, en nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en aquel que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.


Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado.


R/. Mirando a lo lejos, veo venir el poder de Dios y una niebla que cubre la tierra. Salid a su encuentro y decidle: «Dinos si eres tú el que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.»


V/. Plebeyos y nobles, ricos y pobres.


R/. Salid a su encuentro y decidle: «Dinos si eres tú el que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.»


V/. Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como un rebaño.


R/. «Dinos si eres tú el que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.»


V/. ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.


R/. El que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.»


Pistas para la Lectio Divina


Autor: P. Fidel Oñoro Consuegra, cjm


“¡Ojalá rasgases los cielos y bajases!” (63, 19b).


Nos situamos casi al final del libro del profeta Isaías. Esta es una obra colectiva que agrupa oráculos que dejaron varios profetas en períodos diversos de la historia de Israel. El pasaje que leemos hoy, está atribuido al denominado “Tercer Isaías” (Is 56-66), un profeta que se ubica en el período turbulento en que deben reconstruir la nación desolada después del exilio. Por eso está cargado de fuertes emociones, incluso hasta las lágrimas.


Después de la euforia inicial vino el desencanto


Refresquemos el contexto. En el año 537 aC, gracias al edicto de Ciro (el rey Persa), un primer grupo de deportados regresó a la patria. Ya el “Segundo Isaías” (Is 40-55) había cantado este retorno: celebraba a un Dios que encabezaba el cortejo y animaba a su pueblo con gozo, en medio de danzas.


En realidad este retorno fue decepcionante. El profeta, junto con el pueblo, tienen suficientes razones para sentirse así: lo que encontraron fue un país desolado, miseria, caos y conflictos. La fe entonces se siente cuestionada: ¿Dónde están las promesas que los profetas nos hicieron y que animaron nuestro regreso? Nos habían dicho que sería una nueva vida, como una nueva creación maravillosa. Y no es eso lo que estamos viendo…


Por otra parte, el pueblo tiene la convicción de que sólo Dios puede “poner orden en la casa”, sólo él puede dar impulso a una nueva época. Él puede bajar a la cancha y entrar al ataque con la salvación que siempre ha sabido obrar: “Señor, ¿porqué nos dejas (solos) equivocarnos lejos de tus caminos?” (v.17).


Ante este panorama, el Tercer Isaías actualiza el mensaje perenne de su predecesor a esta nueva situación para ayudarle al pueblo a superar el sentimiento de frustración y empezar de nuevo. Su apoyo es la esperanza inquebrantable en la cercanía de la salvación y de la justicia de Dios. Una oración de todo el pueblo se eleva entonces hacia Dios por medio de la voz del profeta.


Una oración que renueva la esperanza en tiempos difíciles


Veamos el texto. Es pasaje que estamos leyendo es una oración que es al mismo tiempo (1) una lamentación coral del pueblo, (2) una oración penitencial y (3) un grito de esperanza. Observemos en el texto cómo se entrelazan los tres.


Al comienzo se coloca la base de esta oración: la “memoria”, es decir, el repaso de las maravillas que Dios realizó por el bien de su pueblo (64, 2b-4). El pueblo sabe que el Señor ya ha venido, que él sale al encuentro de “quien practica la justicia y se acuerda de sus caminos” (63, 4). Por eso en 64, 3, con verbos en pasado, se hace “la memoria de sus caminos” en estos términos: “Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Y de esta manera, la memoria de la fidelidad de Dios evita que el pueblo vaya a buscar otros dioses.


Luego sigue una toma de conciencia: la triste situación del pueblo es consecuencia de su pecado (64, 4b-6). En 64, 4-5 se dice: “Estabas airado, y nosotros fracasamos (Literalmente: “Estuviste enojado porque fallamos”)… Todos éramos impuros, nuestra justicia un paño manchado (o “valemos lo que un trapo sucio”)”.


Ante el silencio de Dios, quien parece haberse escondido (ver 64, 6b), el pueblo anda vagando lejos de los caminos de la justicia: es como un árbol que se ha secado cuyas hojas son arrastradas por el viento del pecado (ver 64, 5b). Y es que hasta la oración se ha enfriado (64, 6ª).


Se siente una impotencia tremenda. Es aquí donde el profeta reconoce: no podremos volver a Dios si el mismo Dios no toma la iniciativa de volver a su Pueblo. Por eso se hace una oración de confianza, de abandono total en las manos de Dios: “Yahvé, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano” (64, 7).


El título “Padre” nos remite a 63, 16, versículo que aparece como invocación inicial en el pasaje recortado para hoy (donde el final nos remite al comienzo). Notemos el doble título de…

- “Padre”, es decir, la fuente generadora de la vida.

- “Redentor”, que en la tradición hebrea era el familiar encargado de vengar o de rescatar a un miembro de la familia que hubiera sido asesinado o reducido a esclavitud.


Esta fe, fortalecida por la memoria y purificada en la petición de perdón, hace que brote el manantial de la esperanza: el grito de esperanza es más fuerte que el de la angustia. Sí, Dios va a volver, como en las antiguas teofanías del Sinaí va a rasgar los cielos y descender donde nosotros (63, 19b), va a desvendar su rostro escondido de Padre y Redentor, nos va a perdonar.


Ante el regreso de Dios, también el pueblo “volverá”, practicará la justicia, recordará los caminos de Dios, los seguirá con fidelidad. El nuevo comienzo será una nueva creación, como ocurrió en el Edén:

“Nosotros somos la arcilla y tú el alfarero:

somos todos obra de tu mano” (64, 7).


Hacia nuestra propia oración de Adviento


Las primeras páginas del Génesis se han actualizado en las palabras finales del profeta. En primer plano está la paternidad de Dios como dueño, generador y restaurador de la vida: “Tú, Señor, eres nuestro Padre”… “Tú, Señor, sigues siendo nuestro Padre”. Una imagen admirable que reaviva la esperanza.


La venida de Dios implica también la buena disposición de uno para ir hacia él. La oración que toma conciencia del dolor, que pide perdón y que canta la esperanza es el camino para llegar a él. Esta oración brota del corazón con la certeza de que Dios es el más interesado en nuestra situación y que vendrá a nosotros como lo ha hecho en ocasiones anteriores.


Este pasaje tiene varias repercusiones en el Nuevo Testamento. El nacimiento de Jesús, en navidad, es el cumplimiento de esta profecía de Isaías: los cielos se han rasgado y, en Jesús, Dios ha venido al encuentro de los hombres. El vendrá de nuevo al final de los tiempos. Es lo que Jesús le hace saber a todos los que escuchan la parábola del evangelio.


Francisco Fernández-CarvajalHablar con Dios


3 de diciembre. 4º Día de la Novena


CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA


— La alegría verdadera llega al mundo con María.


— Ella nos enseña a Ser motivo de alegría para los demás.


— Echar fuera toda tristeza.


I. Oh Dios, que, por la encarnación de tu Hijo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, a los que veneramos a su Madre, causa de nuestra alegría, permanecer siempre en el camino de tus mandamientos, para que nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría1.


En Dios está la alegría verdadera, y lo que nos llega de Él viene siempre con este gozo. Cuando Dios hizo el mundo de la nada, todo fue una fiesta, y de modo particular cuando creó el hombre a imagen y semejanza suya. Hay un gozo contenido en la expresión con que concluye el relato de la creación: Y vio Dios que era muy bueno cuanto había hecho2. Nuestros primeros padres gozaban de cuanto existía y exultaban en amor, alabanza y gratitud a Dios. No conocían la tristeza.


Pero llegó el primer pecado, y con él algo perturbador cayó sobre el corazón humano. La pesadumbre vino a sustituir en el hombre a la clara y luminosa alegría, y la tristeza se infiltró en lo más íntimo de las cosas. Con la Concepción Inmaculada de María vino al mundo, silenciosamente, el primer destello de alegría auténtica. Su nacimiento fue de inmenso gozo para la Trinidad Beatísima, que miraba complacida al mundo porque en él estaba María. Y con el fiat de Nuestra Señora, por el que dio su asentimiento a los planes divinos de la redención, llenó su corazón más plenamente de la alegría de Dios, y ese gozo, que tiene su origen en la Santísima Trinidad, se ha desbordado a la humanidad entera. Cuando Dios «quiere trabajar un alma, elevarla a lo más alto de su amor, la instala primeramente en su alegría»3. Esto lo hizo con la Virgen Santísima; y la plenitud de este gozo es doble: en primer lugar porque está llena de gracia, llena de Dios, como ninguna otra criatura lo ha estado ni lo llegará a estar; en segundo lugar, porque desde el momento de su asentimiento a la embajada del Ángel, el Hijo de Dios ha tomado carne en sus purísimas entrañas: con Él llegó toda la alegría verdadera a los hombres. El anuncio de su nacimiento en Belén se llevará a cabo con estas significativas palabras: No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, el Señor4. Cristo es el gran contento, que barre las tristezas del corazón; Nuestra Señora fue la Causa de nuestra alegría verdadera, porque con su asentimiento nos dio a Cristo, y actualmente, cada día, nos lleva a Él y nos lo vuelve a entregar. El camino de la vida interior conduce a Jesús a través de María. La alegría no podemos olvidarlo jamás es estar con Jesús, aunque nos rodeen por todas partes dolores y contradicciones; la única tristeza sería no tenerle. «Esta experiencia viva de Cristo y de nuestra unidad es el lugar de la esperanza y es, por tanto, fuente de gusto por la vida; y de este modo, hace posible la alegría; una alegría que no se ve obligada a olvidar o a censurar nada para tener consistencia»5.


II. La Virgen lleva la alegría allí donde va. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo6. Es la proximidad de María, que lleva en su seno al Hijo de Dios, la causa de tanto alborozo en aquella casa, que hasta el Bautista aún no nacido muestra su alegría en el vientre de su madre. «Estando presente el Señor no puede contenerse escribe San Juan Crisóstomo ni soporta esperar los plazos de la naturaleza, sino que trata de romper la cárcel del seno materno y se cuida de dar testimonio de que el Salvador está a punto de llegar»7.


La Virgen nos enseña a ser causa de alegría para los demás en el seno de la familia, en el trabajo, en las relaciones con aquellos a quienes tratamos, aunque sea por poco tiempo, con motivo de una entrevista, de un viaje, de esos pequeños favores que hacen más llevadero el tráfico difícil de la gran ciudad o la espera de un medio de transporte público que tarda en llegar. Debe sucedernos como a esas fuentes que existen en muchos pueblos, donde acuden por agua las mujeres del lugar. Unas llevan cántaros grandes, y la fuente los llena; otros son más pequeños, y también se vuelven repletos hasta arriba; otros van sucios, y la fuente los limpia... Siempre se cumple que todo cántaro que va a la fuente vuelve lleno. Y así ha de ocurrir con nuestra vida: cualquier persona que se nos acerque se ha de ir con más paz, con alegría. Todo aquel que nos visite porque estemos enfermos, o por razón de amistad, de vecindad, de trabajo... se ha de volver algo más alegre. A la fuente, normalmente, le llega el agua de otro lugar. El origen de nuestra alegría está en Dios, y la Virgen nos lleva a Él. Cuando una fuente no da agua se llena de muchas suciedades; como el alma que ha dejado de ser manantial de paz para los demás, porque posiblemente no están claras sus relaciones con el Señor. «¿No hay alegría? Piensa: hay un obstáculo entre Dios y yo. Casi siempre acertarás»8. Y una vez descubierto, Nuestra Señora nos ayudará a quitarlo.


La alegría enseña Santo Tomás de Aquino- nace del amor9. Y tanta fuerza tiene el amor «que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos. Y verdaderamente es así, que, aunque sean grandísimos trabajos, entendiendo contentamos a Dios, se nos hacen dulces»10. El trato con Jesús nos hace pasar por encima de las diferencias o pequeñas antipatías que podrían surgir en algún momento, para llegar al fondo del alma de quienes tratamos, frecuentemente sedientos de una sonrisa, de una palabra amable, de una contestación cordial.


En este cuarto día de la Novena a la Inmaculada podemos examinar cómo es nuestra alegría, si es camino para que otros encuentren a Dios, si somos luz y no cruz para aquellos con quienes tenemos habitualmente una relación más intensa. Hoy podemos ofrecer a Nuestra Señora el propósito firme y sincero de ser motivo de alegría para otros, de «hacer amable y fácil el camino a los demás, que bastantes amarguras trae consigo la vida»11. Es un modo cordial de imitar a la Virgen, que nos sonreirá desde el Cielo y nos alentará a seguir por ese camino, en el que enseguida encontraremos a su Hijo. Y esto en los días en los que alegrar a los demás nos resulta fácil, y también en aquellos en los que, por cansancio o porque llevemos alguna sobrecarga, nos cueste un poco más. En esas ocasiones nos ayudará especialmente nuestra Madre del Cielo.


III. Quienes estuvieron cerca de Nuestra Señora participaron del inmenso gozo y de la paz inefable que llenaba su alma, pues en todo se reflejaba la riqueza y hermosura con que Dios la ha engrandecido. Principalmente por estar salvada y preservada en Cristo y reinar en Ella la vida y el amor divino. A ello aluden otras advocaciones de nuestra letanía: Madre amable, Madre admirable, Virgen prudentísima, poderosa, fiel... Siempre una nueva alegría brota de Ella, cuando está ante nosotros y la miramos con respeto y amor. Y si entonces alguna migaja de esa hermosura viene y se adentra en nuestra alma y la hace también hermosa, ¡qué grande es nuestra alegría!»12. ¡Qué fácil nos resulta imaginar cómo todos los que tuvieron la dicha de conocerla desearían estar cerca de Ella! Los vecinos se acercarían con frecuencia a su casa, y los amigos, y los parientes... Ninguno oyó de sus labios quejas o acentos pesimistas o quejumbrosos, sino deseos de servir, de darse a los demás.


Cuando el alma está alegre con penas y lágrimas, a veces se vierte hacia fuera y es estímulo para los demás; la tristeza, por el contrario, oscurece el ambiente y hace daño. Como la polilla al vestido y la carcoma a la madera, así la tristeza daña al corazón del hombre13; y daña también a la amistad, a la vida de familia..., a todo. Predispone al mal; por eso se ha de luchar enseguida contra ese estado de ánimo si alguna vez pesa en el corazón: Anímate, pues, y alegra tu corazón, y echa lejos de ti la congoja; porque a muchos mató la tristeza. Y no hay utilidad en ella14. El olvido de sí mismo, no andar excesivamente preocupado en los propios asuntos, que pocas veces son demasiado importantes, confiar más en Dios, es condición necesaria para estar alegres y servir a quienes nos rodean. Quien anda preocupado de sí mismo difícilmente encontrará la alegría, que es apertura a Dios y a los demás. Por el contrario, nuestro gozo será en muchas ocasiones camino para que otros encuentren al Señor.


La oración abre el alma al Señor, y de ella puede arrancar la aceptación de una contrariedad, causa, quizá, de ese estado triste, o dejar eso que nos preocupa en las manos de Dios, o nos puede llevar a ser más generosos, a hacer una buena Confesión, si la tibieza o el pecado han sido la causa del alejamiento del Señor y de la tristeza y el malhumor.


Terminamos nuestra oración dirigiéndonos a la Virgen: «Causa nostrae laetitiae!, ¡Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros! Enséñanos a saber recoger, en la fe, la paradoja de la alegría cristiana, que nace y florece del dolor, de la renuncia, de la unión con tu Hijo crucificado: haz que nuestra alegría sea siempre auténtica y plena, para poderla comunicar a todos>.


Ofrezcamos a nuestra Madre del Cielo en este día de la Novena el propósito firme de rechazar siempre la tristeza y de ser causa de paz y de alegría para los demás.


Te Deum


A ti, oh Dios, te alabamos,

a ti, Señor, te reconocemos.


A ti, eterno Padre,

te venera toda la creación.


Los ángeles todos, los cielos

y todas las potestades te honran.


Los querubines y serafines

te cantan sin cesar:


Santo, Santo, Santo es el Señor,

Dios del universo.


Los cielos y la tierra

están llenos de la majestad de tu gloria.


A ti te ensalza

el glorioso coro de los apóstoles,

la multitud admirable de los profetas,

el blanco ejército de los mártires.


A ti la Iglesia santa,

extendida por toda la tierra,

te proclama:


Padre de inmensa majestad,

Hijo único y verdadero, digno de adoración,

Espíritu Santo, Defensor.


Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.


Tú eres el Hijo único del Padre.


Tú, para liberar al hombre,

aceptaste la condición humana

sin desdeñar el seno de la Virgen.


Tú, rotas las cadenas de la muerte,

abriste a los creyentes el reino del cielo.


Tú te sientas a la derecha de Dios

en la gloria del Padre.


Creemos que un día

has de venir como juez.


Te rogamos, pues,

que vengas en ayuda de tus siervos,

a quienes redimiste con tu preciosa sangre.


Haz que en la gloria eterna

nos asociemos a tus santos.


Salva a tu pueblo, Señor,

y bendice tu heredad.


Sé su pastor

y ensálzalo eternamente.


Día tras día te bendecimos

y alabamos tu nombre para siempre,

por eternidad de eternidades.


Dígnate, Señor, en este día

guardarnos del pecado.


Ten piedad de nosotros, Señor,

ten piedad de nosotros.


Que tu misericordia, Señor,

venga sobre nosotros,

como lo esperamos de ti.


En ti, Señor, confié,

no me veré defraudado para siempre.


Primer Salmo


Salmo 62,2-9: El alma sedienta de Dios


Ant: Aquel día, los montes destilarán dulzura y las colinas manarán leche y miel. Aleluya.


Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas


Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;

mi carne tiene ansia de ti,

como tierra reseca, agostada, sin agua.


¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!

Tu gracia vale más que la vida,

te alabarán mis labios.


Toda mi vida te bendeciré

y alzaré las manos invocándote.

Me saciaré como de enjundia y de manteca,

y mis labios te alabarán jubilosos.


En el lecho me acuerdo de ti

y velando medito en ti,

porque fuiste mi auxilio,

y a la sombra de tus alas canto con júbilo;

mi alma está unida a ti,

y tu diestra me sostiene.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Aquel día, los montes destilarán dulzura y las colinas manarán leche y miel. Aleluya.


Cántico AT


Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor


Ant: Los montes y las colinas aclamarán en presencia del Señor, y los árboles del bosque aplaudirán, porque viene el Señor y reinará eternamente. Aleluya.


Alabad al Señor, sus siervos todos (Ap 19,5)


Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,

ensalzadlo con himnos por los siglos.


Ángeles del Señor, bendecid al Señor;

cielos, bendecid al Señor.


Aguas del espacio, bendecid al Señor;

ejércitos del Señor, bendecid al Señor.


Sol y luna, bendecid al Señor;

astros del cielo, bendecid al Señor.


Lluvia y rocío, bendecid al Señor;

vientos todos, bendecid al Señor.


Fuego y calor, bendecid al Señor;

fríos y heladas, bendecid al Señor.


Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;

témpanos y hielos, bendecid al Señor.


Escarchas y nieves, bendecid al Señor;

noche y día, bendecid al Señor.


Luz y tinieblas, bendecid al Señor;

rayos y nubes, bendecid al Señor.


Bendiga la tierra al Señor,

ensálcelo con himnos por los siglos.


Montes y cumbres, bendecid al Señor;

cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.


Manantiales, bendecid al Señor;

mares y ríos, bendecid al Señor.


Cetáceos y peces, bendecid al Señor;

aves del cielo, bendecid al Señor.


Fieras y ganados, bendecid al Señor,

ensalzadlo con himnos por los siglos.


Hijos de los hombres, bendecid al Señor

bendiga Israel al Señor.


Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;

siervos del Señor, bendecid al Señor.


Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;

santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.


Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,

ensalzadlo con himnos por los siglos.


Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,

ensalcémoslo con himnos por los siglos.


Bendito el Señor en la bóveda del cielo,

alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.


Ant: Los montes y las colinas aclamarán en presencia del Señor, y los árboles del bosque aplaudirán, porque viene el Señor y reinará eternamente. Aleluya.


Segundo Salmo


Salmo 149: Alegría de los santos


Ant: Vendrá el gran profeta y renovará a Jerusalén. Aleluya.


Los hijos de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se alegran por su Rey, Cristo, el Señor (Hesiquio)


Cantad al Señor un cántico nuevo,

resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;

que se alegre Israel por su Creador,

los hijos de Sión por su Rey.


Alabad su nombre con danzas,

cantadle con tambores y cítaras;

porque el Señor ama a su pueblo

y adorna con la victoria a los humildes.


Que los fieles festejen su gloria

y canten jubilosos en filas:

con vítores a Dios en la boca

y espadas de dos filos en las manos:


para tomar venganza de los pueblos

y aplicar el castigo a las naciones,

sujetando a los reyes con argollas,

a los nobles con esposas de hierro.


Ejecutar la sentencia dictada

es un honor para todos sus fieles.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Vendrá el gran profeta y renovará a Jerusalén. Aleluya.


Lectura Bíblica


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos

Rm 13,11b-12


Ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas, y pertrechémonos con las armas de la luz.


V/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.


R/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.


V/. Tú que has de venir al mundo


R/. Ten piedad de nosotros.


V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.


R/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.


Cántico Evangélico


Cántico [en Español] [en Latín]


Ant: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, María; no temas, concebirás en tu vientre al Hijo de Dios. Aleluya.



(se hace la señal de la cruz mientras se comienza a recitar)


Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo,

por boca de sus santos profetas.


Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la misericordia

que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza

y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.


Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días.


Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor

a preparar sus caminos,

anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.


Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos

por el camino de la paz.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, María; no temas, concebirás en tu vientre al Hijo de Dios. Aleluya.


Preces


Oremos a Dios Padre, que nos concede la gracia de esperar la revelación de nuestro Señor Jesucristo, y digámosle confiados:


Muéstranos, Señor, tu misericordia


- Santifica, Señor, todo nuestro espíritu, alma y cuerpo,

y guárdanos sin reproche hasta el día de la venida de tu Hijo.


- Haz que durante este día caminemos en santidad,

y llevemos una vida sobria, honrada y religiosa.


- Ayúdanos a vestirnos del Señor Jesucristo,

y a llenarnos del Espíritu Santo.


- Haz, Señor, que estemos preparados

el día de la manifestación gloriosa de tu Hijo.


Digamos ahora, todos juntos, la oración que nos enseñó el mismo Señor:


Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;


venga a nosotros tu reino;


hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.


Danos hoy nuestro pan de cada día;


perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.


No nos dejes caer en la tentación,


y líbranos del mal.


Final


Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.


Amén.


 El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

R/. Amén.

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