Custodia

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Saludo

Bendición

domingo, 31 de diciembre de 2023

Oficio, reflexiones y laudes +

 


Sagrada Familia, fiesta


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: A Cristo, Hijo de Dios, que vivió bajo la autoridad de María y José, venid, adorémosle.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: A Cristo, Hijo de Dios, que vivió bajo la autoridad de María y José, venid, adorémosle.

 
Himno

Mirad qué aposentadores
tuvo la divina cámara:
verdín por tapicerías
y por cortinajes zarzas.

Pobre, desnudo, sin fuego,
quien fuegos nos abasta,
está aquí el Niño. Un pesebre
de humildes bestias por cama.

Ved, puro Amor, que sois fuego
y estáis sobre un haz de pajas.
La Virgen, llanto en los ojos:
a incendio tal, tales aguas.

José, que goza y que gime
agridulces de naranja,
riéndose ya ha quedado
dormido bajo su capa. Amén.

Salmo 23: Entrada solemne de Dios en su templo

Ant: Cuando entraban con el niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
Él la fundó sobre los mares,
Él la afianzó sobre los ríos.

- ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

- El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

- Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

- ¿Quién es ese Rey de la gloria?
- El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

- ¿Quién es ese Rey de la gloria?
- El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Cuando entraban con el niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios.

Salmo 45: Dios, refugio y fortaleza de su pueblo

Ant: Los magos entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra.»

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Los magos entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre.

Salmo 86: Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos

Ant: José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a Egipto.

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Este ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a Egipto.

V/. Tus hijos serán discípulos del Señor.

R/. Tendrán gran paz tus hijos.

Lectura

V/. Tus hijos serán discípulos del Señor.

R/. Tendrán gran paz tus hijos.

La vida cristiana en la familia


Ef 5,21-6,4

Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano.

Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. El se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.

Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.

«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.

Hijos, obedeced a vuestros padres como el Señor quiere, porque eso es justo. «Honra a tu padre y a tu madre» es el primer mandamiento al que se añade una promesa: «Te irá bien y vivirás largo tiempo en la tierra.»

Padres, vosotros no exasperéis a vuestros hijos; criadlos educándolos y corrigiéndolos como haría el Señor.

R/. Hijos, obedeced a vuestros padres como el Señor quiere, porque eso es justo. Honra a tu padre y a tu madre.


V/. Jesús bajó con María y José a Nazaret y siguió bajo su autoridad.

R/. Honra a tu padre y a tu madre.

L. Patrística

El ejemplo de Nazaret
Pablo VI

Alocución en Nazaret 5-I-1964

Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.

Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá e una manera casi insensible, a imitar esta vida.

Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.

Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de la disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.

¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!

Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.

Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.

Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.

Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.

Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor.

R/. Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Cantad y tocad con toda el alma para el Señor.


V/. Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres.

R/. Cantad y tocad con toda el alma para el Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm
(Especial para consagrados)

Lucas 2,22-40: La Presentación de Jesús, una imagen elocuente de la Vida Consagrada

“Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”

Hace cuarenta días celebramos la Navidad. Según el evangelio de Lucas, cuarenta días después Jesús fue llevado a Jerusalén, al Templo. Allí dos figuras proféticas, Simeón y Ana, reconocen a este niño de apenas un mes y diez días de nacido como el Mesías y el autor de la Salvación.

La ceremonia de las candelas con la que hoy abre la liturgia nos pone frente al mensaje fundamental, que está recogido en la oración de Simeón: “Mis ojos han visto tu salvación… luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2,30.32).

La Iglesia ha querido que esta fecha se exalte el valor de la vida consagrada.

1.La Jornada Mundial de la Vida Consagrada

Desde el año 1997, el Papa Juan Pablo II instauró en esta fecha la Jornada de la Vida Consagrada: l@s religios@s, los miembros de Sociedades de Vida Apostólica, de Institutos Seculares.

En esa ocasión nos dijo qué relación tenía esta Jornada con la fiesta de la Presentación del Señor:

“La Presentación de Jesús en el templo constituye un icono elocuente de la donación total de la propia vida por quienes han sido llamados a reproducir en la Iglesia y en el mundo, mediante los consejos evangélicos, ‘los rasgos característicos de Jesús virgen, pobre y obediente’ (VC 1)” (Juan Pablo II, Mensaje para la primera Jornada No.5)

Siguiendo el hilo del mensaje del Papa, tengamos presente que en esta Jornada:

(1) Le damos gracias a Dios por “el gran don de la vida consagrada que enriquece y alegra a la comunidad cristiana con la multiplicidad de sus carismas y con los edificantes frutos de tantas vidas consagradas totalmente a la causa del Reino” (Mensaje, No.2).

(2) Promovemos “el conocimiento y la estima de la vida consagrada” (Mensaje, No.3).

(3) Celebramos en las parroquias y diócesis, junto con los “consagrados”, las maravillas realizadas por Dios a través de la vida consagrada, al mismo tiempo que tomamos conciencia de su “insustituible misión” (Mensaje, No.3).

La Vida Consagrada es un regalo de Dios. Por eso le agradecemos juntos por el don que nos hace en aquellos que se han hecho don para los demás en una entrega total, definitiva y generosa.

La presencia profética en el mundo de todos estos hombres y mujeres valientes es un signo de esperanza en medio de un mundo de individualismos, de deshumanización, de exclusiones, de grandes diferencias económicas. Allí el consagrado testimonia que es posible la fraternidad, el compartir, la acogida, la igualdad; la radicalidad de su opción le recuerda al mundo que Dios es verdaderamente fuente de alegría; su estilo de vida conduce continuamente a la Iglesia a la fuentes puras y vivas del Evangelio.

La Vida Consagrada tiene un altísimo valor y es necesaria en el mundo. Con razón en una ocasión Santa Teresa se preguntaba: “¿Qué sería del mundo si no existieran los religiosos?” (Libro de la vida, 32,11).

2.Qué pistas nos da el Evangelio

Entremos ahora en el evangelio de este día, tan rico de símbolos, de gestos, de actitudes, de temas y de oración, y desentrañemos la Palabra de Dios para nosotros, de manera que también nuestra vida introducida en la presencia de Dios por las manos benditas de María sea don para los demás.

2.1. El ofertorio en el Templo (2,22-24)

Esta es la primera vez que Jesús entra en el Templo. Así lo había profetizado Malaquías: “Y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis” (Ml 3,1b).

El evangelio comienza diciendo que, en la presentación del Niño Jesús en Jerusalén, María y José proceden “según la Ley de Moisés” (2,22.23.25). Allí van con dos finalidades:

(1) Hacer la “consagración al Señor” de Jesús (2,23). Siendo Jesús el hijo primogénito (ver 2,7), le pertenece a Dios. Así lo establece Éxodo 13,2.12-15.

(2) Ofrecer el sacrificio por la “purificación” de la Madre: “cuando se cumplieron los días de la purificación” (2,22a). Así lo determina Levítico 12,1-8.

2.1.1. Una consagración especial

¿Por qué el hijo primogénito es consagrado a Dios? Porque todo y todos le pertenecen al Dios creador, de quien proviene la vida. El hijo es un regalo de Dios.

En los rituales del Antiguo Testamento, el “sacrificio” de animales tiene como finalidad simbolizar la restitución a Dios de lo que previamente se ha recibido de Él. Con mucha precisión la Ley prescribe que los primogénitos de los animales deben ser ofrecidos en sacrificio, en cambio los niños primogénitos se rescatan con dinero (ver Números 18,15-17).

Llama la atención en nuestro texto que no se dice que Jesús haya sido rescatado, sino “presentado”, es decir, “consagrado” al Señor. Esto se explica por el hecho de que Jesús le debe el origen de su propia existencia al poder creador de Dios. Por eso Jesús le pertenece a Dios de una manera singular. Efectivamente el Ángel le había dicho a María: “El que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (1,35).

2.1.2. Por las manos de su madre

Jesús es introducido solemnemente en un lugar que le es propio: el Templo, signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Jesús está en la casa de su Padre (ver 2,49). Allí Jesús se ofrece a su Padre, pero por las manos oferentes de su madre.

Es interesante que Lucas junte la ofrenda del hijo con la purificación de María. La norma pide que se ofrezca un sacrificio por su purificación, concretamente un cordero y un pichón de paloma (Levítico 12,8).

Pero de María se dice que ofrece un par de tórtolas (o dos pichones), lo cual era una concesión especial que se le hacía a los más pobres que no tenían cómo adquirir el cordero (Levítico 5,7: “Cuando los recursos no alcancen…”). Por tanto la Madre oferente es una mujer pobre que sabe dar.

Al ofrecer el sacrificio correspondiente, se nos recuerda que María es verdaderamente madre, que vive en condiciones de pobreza y que su corazón está profundamente adherido a la voluntad de Dios manifestada en la Ley.

2.2. Una galería de personajes en torno a la consagración

La entrada de Jesús en el Templo no pasa desapercibida. Por medio de él ocurre también la entrada del fuego de la esperanza que proviene del Espíritu Santo en quienes lo rodean. De hecho, es significativo que al mismo tiempo que el niño Jesús viene al Templo, también el anciano Simeón “movido por el Espíritu, vino al Templo” (2,27).

Tanto Simeón como Ana, ambos laicos, tienen una visión especial de Jesús en aquel momento, que llena de alegría sus vidas que ya están casi en el ocaso. Ambos le dan voz al acontecimiento captando su gran alcance.

La presencia del recién nacido es signo de esperanza para el anciano, quien normalmente mira mucho hacia atrás y poco hacia delante.

¿Qué le sucede a cada uno de ellos?

2.2.1. Simeón: acoge entre sus brazos el gran don de Dios (2,25-32)

De Simeón -conocemos su personalidad espiritual: (1) Justo y piadoso; (2) esperaba la consolación de Israel; (3) estaba en él Espíritu Santo (ver 2,25).

Lo que llama la atención es que, en contraste con los sacerdotes del Templo, Simeón aparece como un hombre sensible a la novedad de la presencia de Dios en el pequeño niño, precisamente allí en el lugar que le es propio.

El evangelista Lucas nos muestra que precisamente porque reúne todas las características enumeradas es que Simeón puede vivir la grandeza del momento: él sabe ver en profundidad y captar el instante preciso de la venida de la consolación.

El perfil que se nos da de Simeón no es algo secundario: es una persona orante que escucha la Palabra de Dios y es fiel a ella, que es perseverante en la espera de la consolación y sensible a las revelaciones y mociones del Espíritu Santo. Él sabe callar y aguardar, sabe escuchar y acoger, sabe vivir los silencios pero también hablar.

La entrada del niño Jesús en el Templo, entonces no lo toma desprevenido: “Cuando los padres introdujeron al niño Jesús… le tomó en brazos y bendijo a Dios” (2,27-28). ¿Cuántos niños recién nacidos debía haber? Simeón apenas lo ve lo capta y exulta de alegría abrazando la aurora de la salvación, de la luz que ilumina a su pueblo y a todo el mundo.

Enseguida el anciano hace avanzar la serie de proclamaciones que se han venido haciendo acerca de Jesús desde que comenzó el Evangelio: el Ángel lo presentó en la anunciación como el Hijo del Altísimo y como el que reinaría para siempre sobre la casa de Jacob (ver 1,32-33); los pastores, representantes de los pobres del pueblo, en la noche de la navidad recibieron el anuncio de que Él era el Salvador, el Mesías y Señor (ver 2,11); ahora Simeón ve que la misión de Jesús va mucho más allá de la casa de Jacob y lo proclama abiertamente:

(1) Lo reconoce como el portador de la “salvación” para él (2,30) y para todos los pueblos (2,31).

(2) Lo anuncia como “luz” de los paganos y “gloria” de Israel (2,32).

Como Simeón, el consagrado testimonia la apertura al misterio de Dios, calla y capta con fina sensibilidad espiritual la presencia del Señor, sabe acoger el don de Dios y celebrarlo luego en alta voz. Simeón, quien sabe vivir la larga noche oscura de la fe en la espera de la plenitud de la consolación, nos enseña todas estas actitudes claves para la experiencia de Dios en la novedad de Jesucristo.

Es así como se adquieren las mejores disposiciones para “ver” en primera persona “la salvación” y llevar su fuerza iluminadora y renovadora a los rincones más oscuros y necesitados de la amplia geografía humana.

2.2.2. Ana: testigo de la esperanza (2,36-38)

Otra persona que sabe de esperanza. Junto al varón aparece ahora una mujer: Ana, cuyo nombre en hebreo significa “dotada de gracia”, es la hija de Fanuel, que significa “rostro de Dios”.

De ella se dice expresamente que era una “profetisa” (2,36a). Ella, después de su viudez, se consagró completamente al Señor: “No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones” (2,37).

Ella está allí, quiere contemplar el rostro de Dios y es imagen de Israel y de toda la humanidad que espera la venida del Redentor.

También como Simeón, ella se destaca por su perseverancia –que es la terquedad del amor-, está con Dios pero aún así continúa buscando, esperando con ayunos y vigilias, con dolor y deseo, la realización de la promesa.

Igualmente Ana está allí en la hora precisa, “como se presentase en aquella misma hora” (2,38a), y percibe la realización de la esperanza.

Por lo que significa para ella misma, ella “alaba a Dios” (2,38b); por que el suyo es un pueblo que aguarda la venida del Mesías, ella “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (2,38c).

Así como Ana, el consagrado es una persona que sabe vivir contemplativamente el misterio de la espera. Él mira hacia delante: la plenitud de la manifestación de la gloria que todavía no se ha revelado.

Porque es testigo de lo definitivo (decimos técnicamente: “escatológico”), la vida del consagrado es una protesta silenciosa contra un mundo en el que hay gente que a ratos parece que le agotan las ganas de vivir y pierde los horizontes.

El consagrado está ahí con su presencia, su oración y su acción, para decir que este mundo no es justo, que no es todavía el que Dios quería y por tanto que debe venir un mundo diferente parecido al que el Creador y Rey soñó, un jardín de la vida. En la espera de lo definitivo éste es el compromiso.

3. María: la ofrenda más alta en comunión con la Cruz del Hijo (2,33-35)

La presencia y las palabras de Simeon a María merecen una atención especial.

De los ancianos pasemos de nuevo a la joven madre. Esta fiesta de la Presentación del Señor también es una fiesta de María.

A la luz del misterio de su Hijo, María –en estrecha comunión con Él- aparece una vez más como la discípula fiel que lo sigue hasta las últimas consecuencias.

Este discipulado de María no está separado de una nueva expresión de su maternidad: será plenamente “madre” ofreciéndolo y ofreciéndose con Él en la hora dolorosa.

3.3.1. Las palabras proféticas de Simeón a María: como si fuera una nueva anunciación

Después que Simeón exalta la grandeza de aquel que ha venido al mundo en las circunstancias más bajas y tiene en sus brazos como un débil niño, del anuncio de “gloria” pasa al de la “cruz”. José y María que estaban “admirados” (2,33) ahora escuchan: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción” (2,34).

Hasta ahora todo habían sido felicitaciones y espléndidas afirmaciones sobre el niño, en este momento la profecía de Simeón tiende un manto oscuro sobre el destino de Jesús. Su venida al mundo generará efectos contradictorios entre la gente: condenación para unos y salvación para otros.

Jesús no es propiamente un Mesías alabado por todos sino uno que encuentra en su camino fuertes resistencias y rechazos. La hostilidad lo llevará hasta la muerte.

María, quien ha estado estrechamente unida a los orígenes –la concepción, el parto, la protección del pequeño amenazado- también lo estará con relación al destino de Jesús, como lo dice la misteriosa palabra de Simeón: “¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!” (2,35a).

Palabras fuertes escucha María de parte de Dios cuando se le anuncia abiertamente el misterio de la Cruz. Dos palabras con amplio alcance simbólico merecen destaque. Simeón dice que:

(1) Ella también estará allí –en la hora cruel de la muerte de Jesús- con su “alma”, o sea con su vida íntima y total (la iconografía cristiana la ha representado con un corazón). La vida de Jesús es también su vida.

(2) Allí, en lo hondo, ella será herida. La “espada”, instrumento para herir y matar, es por naturaleza hostil a la vida. La hostilidad que experimentará Jesús también traspasará a María y le dolerá hasta lo más profundo. La herida de Jesús es también su herida.

Un arco se establece entre las primeras palabras del Ángel Gabriel y las últimas de Simeón: la Madre no sólo experimenta una gran alegría –“Alégrate” (1,28)- sino también un gran dolor –“Una espada te atravesará el alma” (1,35ª)-.

María entonces es perfecta discípula y madre que acompaña a Jesús no sólo en los gozos del Reino sino en los dolores de su parto.

La comunión entre Jesús y María es total. Como exclamaba santa Catalina de Siena:
“¡Oh dulcísimo Amor,
aquella espada que recibiste en el corazón y en el alma
fue la misma espada que atravesó el corazón y el alma de tu Madre!”.

3.3.2. Una ofrenda “Eucarística”: María modelo de todo consagrado

Una relación “cordial” con Jesús

La imagen fuerte del “alma traspasada” por el dolor del Hijo, nos dice de qué tipo debe ser la auténtica relación con Jesús.

Un discípulo no mantiene una relación fría y distante con Jesús, sino al contrario, puesto que vive tocado profundamente por Él, la suya es una relación intensa animada por la escucha, la oración, la opción, la vida según sus valores, la misión.

De esta manera, discípulo es aquel que se abre con su vida entera a todos los aspectos del destino de Jesús, nada de Jesús –ningún estado ni misterio del Maestro- le es indiferente.

En este sentido María es claramente modelo de todo “consagrado”, quien es llamado no sólo para ser un servidor eficiente sino ante todo un amigo fiel de Jesús, es decir, una persona que se la juega toda por el Maestro participando de sus oscuridades, sufrimientos, humillaciones y rechazos en medio de todas las contradicciones internas y externas que le acarrea la opción radical por Él.

En otras palabras, aquellos que redescubren el misterio de su identidad personal en el “don” –el ser “vida ofrecida” a Dios para darles vida a los hermanos- están llamados a ser perfectos enamorados de Jesús, gozando el ser como él, asumiendo en el dolor el costo del amor.

En “comunión eucarística” con Jesús

Pero es sobre todo de cara a la Cruz eucarística del Maestro que esta maravillosa página de la “Presentación” de Jesús nos da su mejor lección. María entra en “la ley de la Cruz”, que no es otra que la dinámica del dar para recibir, la del perder para encontrar, la del morir para vivir, la de la pobreza total para poseerlo todo.

Lo que sucede en la Cruz está significado y actualizado en cada Eucaristía.

La imagen del “alma” atravesada por la “espada” del dolor de la Cruz, de la entrega absoluta nos da también una lección Eucarística. María vive así la más perfecta simbiosis con Jesús: aquella que hizo latir el corazón del hijo cuando le dio vida en su vientre, ahora –con impulsos de amor y de dolor- deja que su corazón palpite al ritmo del corazón de su Hijo Crucificado.

María no solo ofrece agradecida –eucarísticamente- a su Hijo en el Templo, ella también se ofrece como don total para Dios. María no solo consagra a su Hijo a aquel que está en el origen de su vida y de su misión, ella también se consagra junto con Él en una comunión perfecta de vida y de misión.

Y esta es precisamente la dinámica interna de la Eucaristía: los dones que llevamos al altar no son cosas externas sino signo de una vida entera que se está dando porque el corazón está “atravesado” por el amor total, puro e intenso de la Cruz de Jesús. Ninguna oblación tiene sentido pleno ni alcance salvífico fuera de la de Jesús en la Eucaristía, porque nadie puede “entregarle” su vida a Dios sino no es dentro de la entrega más perfecta de Jesús en la Cruz.

¡Y qué bello celebrar la fiesta de la Presentación del Señor en el marco de una celebración eucarística! La vida consagrada –provocación profética para que el mundo entero se haga discípulo de Jesús- encuentra su identidad más profunda en la Eucaristía.

Primer domingo después de Navidad
Fiesta de la Sagrada Familia

LA FAMILIA DE NAZARET


— Jesús quiso comenzar la Redención del mundo enraizado en una familia.

— La misión de los padres. Ejemplo de María y de José.

— La Sagrada Familia, ejemplo para todas las familias.

I. Cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él1.

El Mesías quiso comenzar su tarea redentora en el seno de una familia sencilla, normal. Lo primero que santificó Jesús con su presencia fue un hogar. Nada ocurre de extraordinario en estos años de Nazaret, donde Jesús pasa la mayor parte de su vida.

José era el cabeza de familia; como padre legal, él era quien sostenía a Jesús y a María con su trabajo. Es él quien recibe el mensaje del nombre que ha de poner al Niño: Le pondrás por nombre Jesús; y los que tienen como fin la protección del Hijo: Levántate, toma al Niño y huye a Egipto. Levántate, toma al Niño y vuelve a la patria. No vayas a Belén, sino a Nazaret. De él aprendió Jesús su propio oficio, el medio de ganarse la vida. Jesús le manifestaría muchas veces su admiración y su cariño.

De María, Jesús aprendió formas de hablar, dichos populares llenos de sabiduría, que más tarde empleará en su predicación. Vio cómo Ella guardaba un poco de masa de un día para otro, para que se hiciera levadura; le echaba agua y la mezclaba con la nueva masa, dejándola fermentar bien arropada con un paño limpio. Cuando la Madre remendaba la ropa, el Niño la observaba. Si un vestido tenía una rasgadura buscaba Ella un pedazo de paño que se acomodase al remiendo. Jesús, con la curiosidad propia de los niños, le preguntaba por qué no empleaba una tela nueva; la Virgen le explicaba que los retazos nuevos cuando se mojan tiran del paño anterior y lo rasgan; por eso había que hacer el remiendo con un paño viejo... Los vestidos mejores, los de fiesta, solían guardarse en un arca. María ponía gran cuidado en meter también determinadas plantas olorosas para evitar que la polilla los destrozara. Años más tarde, esos sucesos aparecerán en la predicación de Jesús. No podemos olvidar esta enseñanza fundamental para nuestra vida corriente: «la casi totalidad de los días que Nuestra Señora pasó en la tierra transcurrieron de una manera muy parecida a las jornadas de otros millones de mujeres, ocupadas en cuidar de su familia, en educar a sus hijos, en sacar adelante las tareas del hogar. María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor a Dios!»2.

Entre José y María había cariño santo, espíritu de servicio, comprensión y deseos de hacerse la vida feliz mutuamente. Así es la familia de Jesús: sagrada, santa, ejemplar, modelo de virtudes humanas, dispuesta a cumplir con exactitud la voluntad de Dios. El hogar cristiano debe ser imitación del de Nazaret: un lugar donde quepa Dios y pueda estar en el centro del amor que todos se tienen.

¿Es así nuestro hogar? ¿Le dedicamos el tiempo y la atención que merece? ¿Es Jesús el centro? ¿Nos desvivimos por los demás? Son preguntas que pueden ser oportunas en nuestra oración de hoy, mientras contemplamos a Jesús, a María y a José en la fiesta que les dedica la Iglesia.

II. En la familia, «los padres deben ser para sus hijos los primeros educadores de la fe, mediante la Palabra y el ejemplo»3. Esto se cumplió de manera singularísima en el caso de la Sagrada Familia. Jesús aprendió de sus padres el significado de las cosas que le rodeaban.

La Sagrada Familia recitaría con devoción las oraciones tradicionales que se rezaban en todos los hogares israelitas, pero en aquella casa todo lo que se refería a Dios particularmente tenía un sentido y un contenido nuevo. ¡Con qué prontitud, fervor y recogimiento repetiría Jesús los versículos de la Sagrada Escritura que los niños hebreos tenían que aprender!4. Recitaría muchas veces estas oraciones aprendidas de labios de sus padres.

Al meditar estas escenas, los padres han de considerar con frecuencia las palabras del Papa Pablo VI recordadas por Juan Pablo II: «¿Enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezáis el Rosario en familia? (...) ¿Sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la comunidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común, vale una lección de vida, vale un acto de culto de mérito singular; lleváis de este modo la paz al interior de los muros domésticos: Pax huic domui. Recordad: así edificáis la Iglesia»5.

Los hogares cristianos, si imitan el que formó la Sagrada Familia de Nazaret, serán «hogares luminosos y alegres»6, porque cada miembro de la familia se esforzará en primer lugar en su trato con el Señor, y con espíritu de sacrificio procurará una convivencia cada día más amable.

La familia es escuela de virtudes y el lugar ordinario donde hemos de encontrar a Dios. «La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber. La caridad lo llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria.

»Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia: de eso se trata. Para santificar cada jornada se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría...»7.

Esta virtudes fortalecerán la unidad que la Iglesia nos enseña a pedir: Tú, que al nacer en una familia fortaleciste los vínculos familiares, haz que las familias vean crecer la unidad8.

III. Una familia unida a Cristo es un miembro de su Cuerpo místico y ha sido llamada «iglesia doméstica»9. Esa comunidad de fe y de amor se ha de manifestar en cada circunstancia, como la Iglesia misma, como testimonio vivo de Cristo. «La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino, como la esperanza de la vida bienaventurada»10. La fidelidad de los esposos a su vocación matrimonial les llevará incluso a pedir la vocación de sus hijos para dedicarse con abnegación al servicio del Señor.

En la Sagrada Familia cada hogar cristiano tiene su ejemplo más acabado; en ella, la familia cristiana puede descubrir lo que debe hacer y el modo de comportarse, para la santificación y la plenitud humana de cada uno de sus miembros. «Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida»11.

La familia es la forma básica y más sencilla de la sociedad. Es la principal «escuela de todas las virtudes sociales». Es el semillero de la vida social, pues es en la familia donde se ejercita la obediencia, la preocupación por los demás, el sentido de responsabilidad, la comprensión y ayuda, la coordinación amorosa entre las diversas maneras de ser. Esto se realiza especialmente en las familias numerosas, siempre alabadas por la Iglesia12. De hecho, se ha comprobado que la salud de una sociedad se mide por la salud de las familias. De aquí que los ataques directos a la familia (como es el caso de la introducción del divorcio en la legislación) sean ataques directos a la sociedad misma, cuyos resultados no se hacen esperar.

«Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, sea también Madre de la “Iglesia doméstica”, y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una pequeña Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias.

»Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las familias, esté presente, como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza»13.

De modo muy especial le pedimos hoy a la Sagrada Familia por cada uno de los miembros de nuestra familia, por el más necesitado.

Te Deum


A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.


Salmo 62,2-9: El alma sedienta de Dios

Ant: Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.

Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor

Ant: El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

Ant: El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Salmo 149: Alegría de los santos

Ant: Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía de él.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía de él.

Lectura

Dt 4,16

Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongaran tus días, y te irá bien en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

V/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

R/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

V/. Tú que fuiste obediente a María y a José.

R/. Ten piedad de nosotros.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

Cántico Ev.

Ant: Ilumínanos, Señor, con los ejemplos de tu Familia, y dirige nuestros pasos por el camino de la paz.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Ilumínanos, Señor, con los ejemplos de tu Familia, y dirige nuestros pasos por el camino de la paz.

Preces

Adoremos a Cristo, Hijo del Dios vivo, que quiso ser también hijo de una familia humana, y supliquémosle, diciendo:

Señor Jesús, tú que quisiste ser obediente, santifícanos

- Oh Jesús, Palabra eterna del Padre, que quisiste vivir bajo la autoridad de Maria y de José,
enséñanos a vivir en la humildad y en la obediencia.


- Maestro de los hombres, que quisiste que Maria, tu madre, conservará en su corazón tus palabras y tus acciones,
enséñanos a escuchar con corazón puro y bueno las palabras de tu boca.


- Oh Cristo, tú que creaste el universo y quisiste ser llamado hijo del carpintero, enséñanos a trabajar con empeño y a conciencia en nuestras propias tareas.


- Oh Jesús, que en el seno de tu familia de Nazaret creciste en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres,
concédenos crecer siempre en ti, que eres nuestra cabeza.

Como hijos que somos de Dios, dirijámonos a nuestro Padre con la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Dios, Padre nuestro, que has propuesto a la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo, concédenos, te rogamos, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Invitación +

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Sexto día de la octava de Navidad, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.

 
Himno

Decid a la noche clara
tome en sus manos el arpa,
y salmos de David cante,
cante con la Virgen santa.

Ángeles del cielo vienen,
de luz son las bellas alas,
y un canto divino traen
para estas nupcias sagradas.

Y, al amanecer, las aves
y el alba que se levanta,
con silbos del universo
cantadle vuestra alabanza.

Del Padre eterno nacido,
nace en carne la Palabra,
con nosotros vida y muerte,
y una muerte ensangrentada.

Al Hijo de Dios cantemos,
¡ay, gracia desenfrenada!,
ni los cielos sospecharon
que el mismo Dios se encarnara.

¡Oh gracia para adorar,
que nunca cupo más alta!
Tú, para hacernos divinos,
humano a nosotros bajas.

Cantad, criaturas todas,
que todas estáis salvadas,
y con la boca quedaos
al Padre diciendo: "¡Gracias!" Amén.

Salmo 84: Nuestra salvación está cerca

Ant: La fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira.

Restáuranos, Dios Salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
¿Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad?

¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia,
y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón.»

La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra;
la misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;

La fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo;
el Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.

La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: La fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

Salmo 88,2-38 - I: Las misericordias del Señor sobre la casa de David

Ant: La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.»

Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.»

El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?

Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.

Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.

Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.

Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.

Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.

Salmo 88,2-38 - II:

Ant: Él me invocará: «Tú eres mi padre.» Aleluya.

Un día hablaste en visión a tus amigos:
«He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo.

Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;

no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.

El me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora»;
y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.

Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo.»

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Él me invocará: «Tú eres mi padre.» Aleluya.

V/. El Señor ha revelado. Aleluya.

R/. Su salvación. Aleluya.

Lectura

V/. El Señor ha revelado. Aleluya.

R/. Su salvación. Aleluya.

Cristo, cabeza de la Iglesia; Pablo, su ministro


Col 1,15-2,3

Hermanos: Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles, e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.

Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Antes estabais también vosotros alejados de Dios y erais enemigos suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones; ahora, en cambio, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, Dios os ha reconciliado para haceros santos, sin mancha y sin reproche en su presencia. La condición es que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que escuchasteis. Es el mismo que se proclama en la creación entera bajo el cielo, y yo, Pablo, fui nombrado su ministro.

Me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos. A éstos ha querido Dios dar a conocer la gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo: ésta es mi tarea, en la que lucho denodadamente con la fuerza poderosa que él me da.

Quiero que tengáis noticia del empeñado combate que sostengo por vosotros y los de Laodicea, y por todos los que no me conocen personalmente. Busco que tengan ánimos y estén compactos en el amor mutuo, para conseguir la plena convicción que da el comprender, y que capten el misterio de Dios. Este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer.

R/. Cristo es la cabeza del cuerpo: de la Iglesia; es el primogénito de entre los muertos. Y así es el primero en todo.


V/. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.

R/. Y así es el primero en todo.

L. Patrística

La Palabra hecha carne nos diviniza
San Hipólito

Refutación de todas las herejías 10,33-34

No prestamos nuestra adhesión a discursos vacíos ni nos dejamos seducir por pasajeros impulsos del corazón como tampoco por el encanto de discursos elocuentes, sino que nuestra fe se apoya en las palabras pronunciadas por el poder divino. Dios se las ha ordenado a su Palabra, y la Palabra las ha pronunciado, tratando con ellas de apartar al hombre de la desobediencia, no dominándolo como a un esclavo por la violencia que coacciona, sino apelando a su libertad y plena decisión.

Fue el Padre quien envió la Palabra, al fin de los tiempos. Quiso que no siguiera hablando por medio de un profeta, ni que se hiciera adivinar mediante anuncios velados; sino que le dijo que se manifestara a rostro descubierto, a fin de que el mundo, al verla, pudiera salvarse.

Sabemos que esta Palabra tomó un cuerpo de la Virgen, y que asumió al hombre viejo, transformándolo. Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma condición, porque, si no hubiera sido así, sería inútil que luego nos prescribiera imitarle como maestro. Porque, si este hombre hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas cosas que él hace, a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo?

Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga, quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos, sino que, aun reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios dispuso para él.

Cuando contemples ya al verdadero Dios, poseerás un cuerpo inmortal e incorruptible, junto con el alma, y obtendrás el reino de los cielos, porque, sobre la tierra, habrás reconocido al Rey celestial; serás íntimo de Dios, coheredero de Cristo, y ya no serás más esclavo de los deseos, de los sufrimientos y de las enfermedades, porque habrás llegado a ser dios.

Porque todos los sufrimientos que has soportado, por ser hombre, te los ha dado Dios precisamente porque lo eras; pero Dios ha prometido también otorgarte todos sus atributos, una vez que hayas sido divinizado y te hayas vuelto inmortal. Es decir, conócete a ti mismo mediante el conocimiento de Dios, que te ha creado, porque conocerlo y ser conocido por él es la suerte de su elegido.

No seáis vuestros propios enemigos, ni os volváis hacia atrás, por Cristo es el Dios que está por encima de todo: él ha ordenado purificar a los hombres del pecado, y él es quien renueva al hombre viejo, al que ha llamado desde el comienzo imagen suya, mostrando, por su impronta, el amor que te tiene. Y, si tú obedeces sus órdenes y te haces buen imitador de este buen maestro, llegarás a ser semejante a él y recompensado por él; porque Dios no es pobre, y te divinizará para su gloria.

R/. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.


V/. Apareció en el mundo y vivió entre los hombres.

R/. Y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Sexto día de la octava de Navidad, feria

1Jn 2,12-17: El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Os escribo, hijos míos, que se os han perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio. Os escribo, jóvenes, que ya habéis vencido al Maligno. Os repito, hijos, que ya conocéis al Padre. Os repito, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio. Os repito, jóvenes, que sois fuertes y que la palabra de Dios permanece en vosotros, y que ya habéis vencido al Maligno.

No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo -las pasiones de la carne, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero-, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Sal 95,7-8a.8b-9.10: Alégrese el cielo, goce la tierra.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.

Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.

Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.»

Lc 2,36-40: Hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 2,36-40: Una anciana que profetiza la llegada de la liberación. “Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada... alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

El texto de hoy le da continuidad al de ayer y lo concluye como debe ser: “Así se cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor” (v.39). En torno a este cumplimiento vemos en primer lugar vemos la anciana Ana que también le da la bienvenida al niño Jesús y, en segundo lugar, un resumen de la infancia de Jesús elaborado por el evangelista.

1. Jesús y la profetiza Ana (2,36-38)

Al lado de la figura masculina que vimos ayer, el anciano Simeón, Lucas coloca un personaje femenino.

Ana está colocada al mismo nivel de Simeón, representando -junto con él- al Israel que da el paso de fe ante Jesús. Más adelante, en el relato del ministerio de Jesús, podremos notar cómo al lado de las discípulos están las discípulas y cómo este hecho es ya “buena noticia” porque contesta la entonces tradicional marginación de la mujer en el mundo hebreo. Israelita hasta los tuétanos (véase su descripción), Ana tiene el coraje de reconocer en el recién nacido al Redentor y hace una confesión abierta de fe.

De la anciana Ana se dice expresamente, además, que tiene un ministerio. Ella como servidora de Dios, se coloca también al servicio de Jesús: desde que lo encuentra, su ministerio profético es el anuncio de Jesús: “alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén”. Las palabras de Ana nos remiten de nuevo al mensaje central de este capítulo: en Jesús se han realizado todas las promesas de parte de Dios y se ha satisfecho la espera de parte del pueblo.

2. Jesús crece bajo la tutela de su familia (2,40)

Lucas nos lleva finalmente a acompañar ―con breves alusiones pero todas ellas muy importantes― el proceso de crecimiento de Jesús, hasta que alcanza su madurez (2,40; en 2,51-52 encontramos nuevos datos). Lucas nos dice en pocas palabras que Jesús se desarrolla de manera progresiva y armoniosa. El niño débil se hace fuerte y aprende a conducir su vida con sabiduría (ver Eclesiástico 51,17).

La madurez que viene con el aumento de edad (“estatura física”, “ante los hombres”) es también la madurez espiritual: “ante Dios”. Todos pueden verificar los progresos de Jesús, así como en Eclesiástico 45,1 se decía de Moisés: “Hizo salir de él un hombre de bien que hallaba gracia a los ojos de todos, amado por Dios y por los hombres”. Jesús es presentado como hombre perfecto que vivió su desarrollo a cabalidad y que está en condiciones de conducir a los hombres a su mismo estado. Este es precisamente el criterio fundamental de la educación en la familia.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

1. ¿Cuál es el significado de la presencia de Ana en la manifestación de Jesús al pueblo de Israel?

2. ¿Quienes han sido las “Ana” de nuestra historia personal, mujeres de Iglesia que con la solidez de su fe nos han atraído hacia Jesús y nos han sostenido en la esperanza?

3. ¿Qué lección nos da el proceso de maduración humana y espiritual de Jesús? ¿Qué lecciones sacamos para impulsar procesos educativos a todos los niveles, en nuestras familias y comunidades?

Tiempo de Navidad
30 de diciembre

NO TENGÁIS MIEDO


— Jesucristo es siempre nuestra seguridad en medio de las dificultades y tentaciones que podamos padecer. Con Él se ganan todas las batallas.

— Sentido de nuestra filiación divina. Confianza en Dios. Él nunca llega tarde para socorrernos.

— Providencia. Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios.

I. La historia de la Encarnación se abre con estas palabras: No temas, María1. Y a San José le dirá también el Ángel del Señor: José, hijo de David, no temas2. A los pastores les repetirá de nuevo el Ángel: No tengáis miedo3. Este comienzo de la entrada de Dios en el mundo marca un estilo propio de la presencia de Jesús entre los hombres.

Más tarde, acompañado ya de sus discípulos, atravesaba Jesús un día el pequeño mar de Galilea. Y se levantó una tempestad tan recia en el mar, que las olas cubrían la barca4. San Marcos precisa el momento histórico del suceso: fue por la tarde del día en el que Jesús habló de las parábolas sobre el reino de los cielos5. Después de esta larga predicación, se explica que el Señor, cansado, se durmiese mientras navegaban.

La tormenta debió de ser imponente. Aquellas gentes, aunque estaban acostumbradas al mar, se vieron, sin embargo, en peligro. Y recurrieron angustiadas a Jesús: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!

Los Apóstoles respetarían al principio el sueño del Maestro (¡muy cansado tenía que estar para no despertarse!), y ponen los medios a su alcance para hacer frente al peligro: arriaron las velas, tomaron los remos con fuerza, achicaron el agua que comenzaba a entrar en la barca... Pero el mar se embravecía más y más, y el peligro de naufragio era inminente. Entonces, inquietos, con miedo, acuden al Señor como único y definitivo recurso. Le despertaron diciendo: ¡Maestro, que perecemos! Jesús les respondió: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?6.

¡Qué poca fe también la nuestra cuando dudamos porque arrecia la tempestad! Nos dejamos impresionar demasiado por las circunstancias que nos rodean: enfermedad, trabajo, reveses de fortuna, contradicciones del ambiente. El temor es un fenómeno cada vez más extendido. Se tiene miedo de casi todo. Muchas veces es el resultado de la ignorancia, del egoísmo (la excesiva preocupación por uno mismo, la ansiedad por males que tal vez nunca llegarán, etc.) pero, sobre todo, es consecuencia de que en ocasiones apoyamos la seguridad de nuestra vida en fundamentos muy frágiles. Nos podríamos olvidar de una verdad esencial: Jesucristo es, siempre, nuestra seguridad. No se trata de ser insensibles ante los acontecimientos, sino de aumentar nuestra confianza y de poner, en cada caso, los medios humanos a nuestro alcance. No debemos olvidar jamás que estar cerca de Jesús, aunque parezca que duerme, es estar seguros. En momentos de turbación, de prueba, Jesús no se olvida de nosotros: «nunca falló a sus amigos»7, nunca.

II. Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos. Aun en los casos que parezcan más extremos, Dios llega siempre, aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento oportuno. La plena confianza en Dios, con los medios humanos que sea necesario poner, dan al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad ante los acontecimientos y circunstancias adversas.

«Si no le dejas, Él no te dejará»8. Y nosotros –se lo decimos en nuestra oración personal– no queremos dejarle. Junto a Él se ganan todas las batallas, aunque, con mirada corta, parezca que se pierden. «Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza (Sal 42, 2). Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio nosotros, en Dios, somos lo permanente»9. Esta es la medicina para barrer, de nuestras vidas, miedos, tensiones y ansiedades. San Pablo alentaba a los primeros cristianos de Roma, ante un panorama humanamente difícil, con estas palabras: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará en contra.?... ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios10. El cristiano es, por vocación, un hombre entregado a Dios, y a Él ha entregado también todo cuanto pueda acontecerle.

Otra vez instruía el Señor a las gentes acerca del amor y cuidado que Dios tiene por cada criatura. Quienes le escuchan son personas sencillas y honradas que alaban la majestad de Dios, pero a las que les falta esa peculiar confianza de hijos en su Padre Dios.

Es probable que en el preciso momento en que se dirigía a su auditorio, pasara cerca una bandada de pájaros buscando cobijo en un lugar cercano. ¿Quién se preocupa de ellos? ¿Acaso las amas de casa no solían comprarlos por unos pocos céntimos para mejorar sus comidas ordinarias? Estaban al alcance del más modesto bolsillo. Tenían poco valor.

El Señor los señalaría con un ademán, a la vez que decía a su auditorio: «Ni uno solo de estos gorriones está olvidado por Dios». Dios los conoce a todos. Ninguno de ellos cae al suelo sin el consentimiento de vuestro Padre. Y el Señor vuelve a darnos confianza: No temáis, vosotros valéis más que muchos pájaros11. Nosotros no somos criaturas de un día, sino sus hijos para siempre. ¿Cómo no se va a cuidar de nuestras cosas? No temáis. Nuestro Dios nos ha dado la vida y nos la ha dado para siempre. Y el Señor nos dice: A vosotros, mis amigos, os digo: No temáis12. «Todo hombre, con tal que sea amigo de Dios –son palabras de Santo Tomás–, debe tener confianza en ser librado por Él de cualquier angustia... Y como Dios ayuda de modo especial a sus siervos, muy tranquilo debe vivir quien sirve a Dios»13. La única condición: ser amigos de Dios, vivir como hijos suyos.

III. «Descansad en la filiación divina. Dios es un Padre lleno de ternura, de infinito amor»14. En toda nuestra vida, en lo humano y en lo sobrenatural, nuestro «descanso», nuestra seguridad, no tiene otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Echad sobre Él vuestras preocupaciones –decía San Pedro a los primeros cristianos–, pues Él tiene cuidado de vosotros15.

La filiación divina no puede considerarse como algo metafórico: no es simplemente que Dios nos trate como un padre y quiera que le tratemos como hijos; el cristiano es, por la fuerza santificadora del mismo Dios presente en su ser, hijo de Dios. Esta realidad es tan profunda que afecta al mismo ser del hombre, hasta el punto de que Santo Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser16.

La filiación divina es el fundamento de la libertad, seguridad y alegría de los hijos de Dios, y en donde el hombre encuentra la protección que necesita, el calor paternal y la seguridad del futuro, que le permite un sencillo abandono ante las incógnitas del mañana y le confiere el convencimiento de que detrás de todos los azares de la vida hay siempre una última razón de bien: Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios17. Los mismos errores y desviaciones del camino acaban siendo para bien, porque «Dios endereza absolutamente todas las cosas para su provecho...»18.

El saberse hijo de Dios hace adquirir al cristiano, en todas las circunstancias de su vida, un modo de ser en el mundo esencialmente amoroso, que es una de las manifestaciones principales de la virtud de la fe; el hombre que se sabe hijo de Dios no pierde la alegría, como no pierde la serenidad. La conciencia de la filiación divina libera al hombre de tensiones inútiles y, cuando por su debilidad se descamina, si verdaderamente se siente hijo de Dios, es capaz de volver a Él, seguro de ser bien recibido.

La consideración de la Providencia nos ayudará a dirigirnos a Dios, no como a un Ser lejano, indiferente y frío, sino como a un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y que ha puesto un Ángel –como esos Ángeles que anunciaron a los pastores el Nacimiento del Señor– para que nos guarde en todos nuestros caminos.

La serenidad que esta verdad comunica a nuestro modo de ser y de vivir no procede de permanecer de espaldas a la realidad, sino de verla con optimismo, porque confiamos siempre en la ayuda del Señor. «Esta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios: estos, en la adversidad, se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan de la virtud, sino que nos afianzan en ella»19, porque sabemos que hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados.

Estemos siempre con paz. Si de verdad buscamos a Dios, todo será ocasión para mejorar.

Al terminar nuestra oración hagamos el propósito de acudir a Jesús, presente en el Sagrario, siempre que las contradicciones, las dificultades o la tribulación nos pongan en situación de perder la alegría y la serenidad. Acudamos a María, a la que contemplamos en el belén tan cercana a su Hijo. Ella nos enseñará en estos días llenos de paz de la Navidad, y siempre, a comportarnos como hijos de Dios; también en las circunstancias más adversas.



Salmo 62,2-9: El alma sedienta de Dios

Ant: «¿A Quién habéis visto pastores? Hablad, contádnoslo. ¿Quién se ha aparecido en la tierra?» «Hemos visto al recién nacido y a los coros de ángeles alabando al Señor.» Aleluya.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: «¿A Quién habéis visto pastores? Hablad, contádnoslo. ¿Quién se ha aparecido en la tierra?» «Hemos visto al recién nacido y a los coros de ángeles alabando al Señor.» Aleluya.

Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor

Ant: El ángel dijo a los pastores: «Os anuncio una gran alegría; hoy os ha nacido el Salvador del mundo.» Aleluya.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

Ant: El ángel dijo a los pastores: «Os anuncio una gran alegría; hoy os ha nacido el Salvador del mundo.» Aleluya.

Salmo 149: Alegría de los santos

Ant: Hoy nos ha nacido un niño que se llamará Dios fuerte. Aleluya.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Hoy nos ha nacido un niño que se llamará Dios fuerte. Aleluya.

Lectura

Is 9,5

Un niño nos ha nacido, un hijo se nos dado; lleva a hombros el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la Paz.

V/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

R/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

V/. Su salvación.

R/. Aleluya. Aleluya.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

Cántico Ev.

Ant: Al nacer el Señor, los ángeles, cantaban, diciendo «la salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.»



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Al nacer el Señor, los ángeles, cantaban, diciendo «la salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.»

Preces

Oremos a Cristo, el Señor, en quien el Padre ha querido recapitular todas las cosas, y digámosle:

Hijo amado de Dios, escucha nuestra oración

- Hijo de Dios que en el principio estabas junto al Padre y, en el momento culminante de la historia, has querido nacer como hombre,
haz que todos nos amemos como hermanos.


- Tú que te has hecho pobre para que, con tu pobreza, nosotros nos hagamos ricos y te despojaste de tu rango para que, con tu humillación, nosotros resucitáramos y llegáramos a participar de tu gloria,
haz que seamos anunciadores fieles de tu Evangelio.


- Tú que nos has iluminado cuando vivíamos aún en tinieblas y en sombra de muerte,
concédenos también la santidad, la justicia y la paz.


- Otórganos un corazón recto, y sincero que atienda siempre a tu palabra,
y lleva a plenitud en nosotros y en todos los hombres tu plan de salvación.

Con la misma confianza que tienen los hijos con su padres, acudamos nosotros a nuestro Dios, diciéndole:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Dios todopoderoso, por este nuevo nacimiento de tu Hijo en nuestra carne, líbranos del yugo con que nos domina la antigua servidumbre del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.