Custodia

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Bendición

martes, 12 de diciembre de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 Nuestra Señora de Guadalupe, fiesta


Común de Santa María Virgen


El año de 1531, en la colina del Tepeyac, cerca de la Ciudad de México, en el territorio que lleva hoy el nombre de México, se manifestó la Virgen María a Juan Diego Cuauhtlatoatzin, de la raza de los indígenas nativos, y en su capa ha permanecido su imagen maravillosamente, que allí recibe de continuo la veneración de los fieles. A través de este varón, dotado de una fe purísima, la Madre de Dios y de la Iglesia convoca a todos los pueblos al amor de Cristo.



V/. -Señor, ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina




Ant: Venid, adoremos a Cristo, hijo de María Virgen.

o bien: Aclamemos al Señor en esta fiesta de María Virgen.

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy» (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, adoremos a Cristo, hijo de María Virgen.

o bien: Aclamemos al Señor en esta fiesta de María Virgen.

 
Himno


María, pureza en vuelo,
Virgen de vírgenes, danos
la gracia de ser humanos
sin olvidarnos del cielo.

Enséñanos a vivir;
ayúdenos tu oración;
danos en la tentación
la gracia de resistir.

Honor a la Trinidad
por esta limpia victoria.
Y gloria por esta gloria
que alegra la cristiandad. Amén.

Primer Salmo


Salmo 23: Entrada solemne de Dios en su templo


Si se ha rezado este salmo en el invitatorio, se reemplaza por el Salmo 94
que se transcribe a continuación de éste.


Ant: María ha recibido la bendición del Señor, le ha hecho justicia el Dios de salvación.

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
Él la fundó sobre los mares,
Él la afianzó sobre los ríos.

- ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

- El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

- Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

- ¿Quién es ese Rey de la gloria?
- El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

- ¿Quién es ese Rey de la gloria?
- El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina


Sólo se reza en reemplazo del anterior.


Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy» (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: María ha recibido la bendición del Señor, le ha hecho justicia el Dios de salvación.

Segundo Salmo


Salmo 45: Dios, refugio y fortaleza de su pueblo


Ant: El Altísimo ha consagrado su morada.

Le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros» (Mt 1,23)

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra.»

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Altísimo ha consagrado su morada.

Tercer Salmo


Salmo 86: Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos


Ant: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!

La Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre (Ga 4,26)

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Este ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!

Lectura Bíblica


[lectura 1] [o bien:] [en Adviento, Navidad y Cuaresma:] [en tiempo pascual:]

V/. María conservaba todas estas cosas.

R/. Meditándolas en su corazón.

en Adviento/Navidad:

en Adviento/Navidad:

V/. Dichosos los que escuchan la palabra de Dios.

R/. Y la cumplen.

El Emmanuel, rey pacífico


Lectura del libro del profeta Isaías
Is 7,10-14; 11,1-9 (del lecc. único)

En aquellos días, el Señor habló a Acaz:

«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»

Respondió Acaz:

«No la pido, no quiero tentar al Señor.»

Entonces dijo Dios:

«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal:

Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa «Dios-con nosotros»).

Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor.

No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.

Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.

No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar.»

R/. Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero.

V/. Sobre el trono de David y sobre su reino se sentará para siempre.

R/. Y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero.

Lectura Patrística


De la relación tradicional llamada «Nican Mopohua»
Anónimo

Siglo XVI, del archivo de la Arquidiócesis de México

El año de 1531, pasados algunos días del mes de diciembre, sucedió que un indio pobre y afable, llamado Juan Diego, originario, según se dice, de Cuauhtitlan, cuyo cuidado pastoral pertenecía a los religiosos de Tlaltelolco, un sábado, muy de mañana, iba a Tlaltelolco en pos de las cosas divinas. Mas al llegar a la colina llamada Tepeyac, ya amanecía. Escuchó un canto de arriba del cerrillo, y, cuando cesó y no se escuchó más, oyó que lo llamaban desde la cumbre de la colina: «Amado Juan Diego», le decía. De inmediato se atrevió a subir allá a donde era llamado.

Cuando llegó a la cima, vio a una Señora que estaba ahí de pie, que le llamó junto a sí. Cuando llegó a su presencia, quedo estupefacto de cuán bella era: su vestido resplandecía como el sol. En seguida la Virgen le declaró su voluntad. Le dice: «Entérate, hijo queridísimo, que soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo Dios, Autor de la vida, el que creó y sostiene todas las cosas, del Señor del Cielo y de la Tierra. Muchísimo quiero, ardientemente deseo, que en este lugar se edifique mi templo donde lo mostraré, lo alabaré al manifestarlo, lo entregaré a Él que es todo mi Amor, Compasión, Auxilio y Defensa, porque, en verdad yo soy vuestra Madre compasiva, tuya y la de todos los que en esta tierra estáis en uno, y de cualesquiera otros que me aman, que me buscan, que devota y confiadamente me invoquen. Allí escucharé sus lágrimas y tristezas, los auxiliaré en sus angustias y brindaré remedio a toda tribulación. Y para que se cumpla este deseo mío, ve a la Ciudad de México al palacio del Obispo. Le dirás que yo te envío, para hacerle saber cómo yo deseo que se me edifique aquí una casa, que se me erija aquí en el llano un templo.»

Cuando llegó a la ciudad, en seguida fue a la casa del Obispo, cuyo nombre era Juan de Zumárraga, de la Orden de San Francisco, pero cuando el prelado escuchó a Juan Diego, no creyéndole del todo, le respondió: «Hijo, vendrás de nuevo y aún te oiré. Yo pensaré qué conviene hacer respecto a tu voluntad, tu deseo.»

Otro día vio a la Reina del Cielo que bajaba de donde la había visto, y le vino al encuentro junto a la colina, lo detuvo y le dijo: «Escucha, hijo amado, de ninguna manera temas ni se angustie tu corazón, ni hagas nada por la enfermedad de tu tío o por cualquier otra angustia. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy yo la fuente de tu vida y alegría? ¿No te llevo en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Acaso necesitas cualquier otra cosa? No te aflijas ni te acongojes. Sube -le dijo- hijo querido, al cerrito, al lugar donde me viste y hablé contigo. Allí verás diversas flores. Córtalas y reúnelas y luego baja para traerlas ante mí.»

Bajó, pues, Juan Diego y le trajo a la Reina del Cielo las flores que había recogido. Ella, al verlas, las tomó con sus venerables manos y volvió a colocarlas en la tilma de Juan Diego, diciéndole: «Hijo amadísimo, estas flores son la señal que llevarás al Obispo. Y tú, tú eres mi mensajero a cuya fidelidad me encomiendo. Te mando con rigor que no despliegues tu tilma ante nadie que no sea el Obispo, y le muestres lo que llevas. Así mismo le contarás cómo te ordené que subieras al cerrito y que allí recogieras las flores, y todo lo que viste y admiraste, para que te crea y se encargue de erigir el templo que deseo.»

Habiéndole mandado esto la Reina del Cielo, tomó el camino a México. Iba alegre, porque todo saldría bien. Habiendo entrado, se postró ante el Obispo y le refirió todo lo que había visto y a lo que había sido mandado con él. Le dijo: «Señor, cumplí lo que me pediste. Fui a decirle a mi Señora, la Reina del Cielo, Santa María, la Madre de Dios, que tú pedías una señal para creerme y para que levantes el templo que la misma Virgen desea. Le dije que te había dado mi palabra de traerte algún signo de su voluntad. Oyó lo que deseabas y lo aceptó de buen grado que lo pidieras para cumplir su voluntad y hoy, muy temprano, me mandó que viniera a verte de nuevo.»

Acudió toda la ciudad, observaban la venerable imagen, se admiraban, la veían como obra divina, le rezaban. Y ese día dijo el tío de Juan Diego cuál debía ser la advocación de la Virgen, y que su imagen se llamara Santa María siempre Virgen de Guadalupe.

R/. Apareció una gran señal en el cielo: una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies; y en su cabeza una corona de doce estrellas.

V/. Alégrense los ángeles, exulten los arcángeles en la Virgen María.

R/. Y en su cabeza una corona de doce estrellas.

Primera lectura

Is 7,10-14; 8,10

Mirad: la virgen está encinta

Lectura del libro de Isaías

En aquellos días, el Señor habló a Acaz:
-«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».
Respondió Acaz:
-«No la pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Dios:
-«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal:
Mirad: la virgen está encinta y da la luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emmanuel,
que significa "Dios-con-nosotros"».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 67(66), 2-3.5.7-8 (R. 4)

R. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

V. El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R.

V. Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges a los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra. R.

V. La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe. R.

Aclamación

Dichosa tú, Virgen María, que has creído,
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Evangelio

Lc 1,39-48

Dichosa tú, que has creído

Lectura del santo evangelio según san Lucas

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá: entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
-«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
-«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador».

Palabra del Señor

Pistas para la Lectio Divina

Autor: P. Fidel Oñoro Consuegra, cjm con el apoyo de la Sociedad de las Hijas de San Pablo en Colombia y el equipo del Instituto Bíblico Pastoral Latinoamericano de la Corporación Universitaria Minuto de Dios. Publicado en la edición "A la escucha del maestro".

María es signo del rostro maternal y misericordioso de Dios
Lucas 1,39-47
“Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios-con-nosotros”

Una mañana temprano del año de 1531, en la colina del Tepeyac (México), María se le apareció a Juan Diego, hoy primer santo indígena en la historia de la Iglesia. A él se le manifestó como la Madre de Dios y la Madre de los hombres menesterosos. Luego, a su vez que se derramaban rosas, su hermosa figura quedó impregnada en el lienzo que hoy veneramos como Nuestra Señora de Guadalupe.

Recordemos el diálogo de la Virgen María con Juan Diego en la primera aparición:

“―Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?

―Señora y niña mía, tengo que llegar a tu casa, a seguir las cosas divinas que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor.

―Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo la Siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador en cuyas manos está todo, Señor del Cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me levante aquí un templo para mostrar y dar en él todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre, a ti, a todos vosotros juntos, los moradores de esta tierra y a los demás que me aman, me invocan y confían en mí. Allí oiré sus lamentos y remediaré todas sus miserias, penas y dolores. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza”.

Así María se constituyó en signo que nos habla continuamente de la obra de Dios en los pueblos y culturas que habitan el continente americano.

Dejándonos guiar por la Palabra de Dios ―particularmente la profecía de Isaías― que la liturgia nos propone hoy, permitamos que se abra ante nosotros el misterio.

1. Dios está con nosotros en los momentos oscuros de nuestra historia

La profecía de Isaías comienza con la expresión: “Pide un signo” (7,11).

En la Biblia, la Palabra del Señor con frecuencia va a acompañada de signos. El signo tiene como función garantizar lo que promete o exige la Palabra. Los signos pueden ser (1) “del cielo”, cuando se pide una revelación de Dios, o (2) “del abismo”, cuando se pide una trasformación concreta en lo más oscuro de la realidad humana. Por eso la frase completa es “Pide para ti un signo de Yahveh tu Dios en lo profundo del abismo o en lo más alto” (v.11).

Claro que una persona que viene leyendo la Biblia capta enseguida un problema: ¡a Dios no se le exigen pruebas! Sin embargo no se excluye que en alguna u otra ocasión ―cuando se

trata de reforzar la certeza de la cercanía y la fidelidad de Dios, no importa que las cosas no se realicen tal como se piden― una persona puede humildemente solicitárselo. Esto es lo que el Señor le invita a hacer al rey Acaz.

Pero resulta que la fe del rey Acaz no anda bien.

El punto es que sus poderosos enemigos ―el rey de Damasco y el rey de Samaría― están a punto de derrotarlo conquistando la ciudad de Jerusalén. La tragedia se ve venir: los vigías le avisan que ya los dos ejércitos se aliaron y están cerca (ver Isaías 7,1-2).

El pavor del rey Acaz y el del pueblo se describe con esta diciente frase: “Se agitó su corazón... como se agitan los árboles del bosque con el viento” (v.2). Entonces, el Señor envía al profeta Isaías donde el rey para decirle: “¡Alerta, pero ten calma! No temas, ni desmaye tu corazón” (v.4).

Pero el rey no le cree, incluso considera la palabra del profeta como una intervención peligrosa en los delicados asuntos del Estado y prefiere resolver el asunto con sus propios medios, excluyendo a Dios.

Cuando el rey se siente desafiado para que pida una señal, responde hipócritamente: “No quiero tentar al Señor” (v.12). En realidad, no es que no quiera un signo, lo que no quiere es que Dios se inmiscuya en su empresa militar y disminuya su heroísmo.

2. El signo de Dios al rey Acaz como profecía mesiánica

Ante la resistencia del rey, el profeta reacciona enérgicamente con un regaño (7,13) y le anuncia un oráculo: “Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros” (v.14).

El oráculo está aludiendo inicialmente a la esposa del rey, quien todavía no ha tenido hijos. En esta línea, el Señor le está prometiendo la continuidad de la promesa de una dinastía que se origina en el rey David. El nombre del niño, “Dios-con-nosotros”, lo coloca de frente a la alianza de fidelidad mutua pactada entre Dios y su pueblo: “Yo soy vuestro Dios, vosotros sois mi pueblo”. La presencia del niño concebido por una virgen es el signo de que el poder de Dios está actuando en el mundo.

Sin embargo, esta profecía va mucho más allá de su realización histórica inmediata. No se trata del hijo del rey Acaz, sino del Mesías que trae la liberación futura al pueblo de Israel, en quien se realiza la promesa de salvación y alcanza su plena realización el encuentro y la comunión de Dios con su pueblo. Este Mesías es el “Dios-con-nosotros”.

Junto con el evangelista Mateo (1,13), nosotros leemos y entendemos la referencia de la joven mencionada en la profecía como una “virgen”. Se trata de María, la madre-virgen del último y definitivo descendiente de David, el verdadero “salvador” en quien se realizan todas las promesas.

En el evangelio que proclamamos hoy, la maternidad de María es felicitada por Isabel: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (Lc 1,42). El vientre de María

es reconocido por estas palabras inspiradas como el arca de la alianza perfecta en el que el Señor se hace presente de manera plena y definitiva.

3. Hoy María sigue siendo el “gran signo” de la fidelidad y la ternura de Dios en nuestro continente y en el mundo

Al celebrar en este día a María, como la Madre y evangelizadora de América, tenemos presente que en este medio milenio de historia cristiana de nuestro continente, el Evangelio ha sido predicado presentándola a ella como el modelo perfecto de lo que la Palabra nos invita a vivir. Como dice el Papa Juan Pablo II:

“Desde los orígenes ―en su advocación de Guadalupe― María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión” (Iglesia en América, 11).

A contemplarla a ella, a Santa María de la esperanza, resonarán en nosotros palabras de confianza que nos invitan no perder el ritmo de la espera: “No temas, ni desmaye tu corazón”.

Que el rostro mestizo de la Virgen María, la Virgen del Tepeyac, Santa María de Guadalupe, Madre de las Américas, que le da rostro al evangelio con el color de tantas razas, nos inspire todos los días en la impregnación y el arraigo del evangelio, para que renazca entre nosotros la cultura de la paz y de la vida.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

1. ¿Cómo anda mi fe y mi esperanza, especialmente cuando se presentan las dificultades de la vida? ¿Me parezco al rey Acaz?

2. ¿Cuál es el signo de Dios para los cristianos de este continente? ¿Qué enseña este signo? ¿Qué relación tiene con la cultura de la vida que esperamos en este largo adviento de nuestro continente?

3. ¿Qué evoca en mí el rostro tierno, amoroso y preocupado por mí, de la Madre de mi Señor?

Una pista de oración para este día:

“Madre de misericordia, Madre del sacrificio escondido y silencioso,
a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores,
te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.
Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que tenemos y somos, lo ponemos bajo tu cuidado,
Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos
y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia:
no nos sueltes de tu mano amorosa”
(Juan Pablo II)


12 de diciembre

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE*


Fiesta

12 Diciembre

Biografía


Según una constante y sólida tradición, la imagen de la Virgen de Guadalupe, a raíz de su impresión en la tilma del indio Juan Diego en 1531, en la ciudad de México, permaneció algunos días en la capilla episcopal del obispo fray Juan de Zumárraga, y luego en el templo mayor. El 26 de diciembre de ese mismo año fue trasladada solemnemente a una ermita construida al pie del cerro del Tepeyac. Su culto se propagó rápidamente e influyó mucho para la difusión de la fe entre los indígenas. Después de habérsele construido sucesivamente otros tres templos al pie del cerro, se construyó el actual, que fue terminado en 1709 y elevado a la categoría de basílica por san Pio X en 1904. En 1754, Benedicto XIV confirmó el patronato de la Virgen de Guadalupe sobre toda la Nueva España (desde Arizona hasta Costa Rica) y concedió la primera misa y Oficio propios. Puerto Rico la proclamó su Patrona en 1758. El 12 de octubre de 1895 tuvo lugar la coronación pontificia de la imagen, concedida por León XIII, el cual había aprobado un año antes un nuevo Oficio propio. En 1910, san Pío X la proclamó Patrona de la América Latina; en 1935, Pío XI la nombró Patrona de las Islas Filipinas; y, en 1945, Pío XII le dio el título de Emperatriz de América.

La veneración a la Virgen de Guadalupe despierta en el pueblo una grande confianza filial hacia ella, ya que se presenta solícita para dar auxilio y defensa en las tribulaciones; es, además, un impulso hacia la práctica de la caridad cristiana, al mostrar la predilección de María por los humildes y necesitados, y su disposición por remediar sus angustias.

Francisco Fernández-CarvajalHablar con Dios

— La aparición de la Virgen a Juan Diego.

— Nuestra Señora precede a todo apostolado y prepara las almas.

— La nueva evangelización. El Señor cuenta con nosotros. No desaprovechar las ocasiones.

I. La devoción a la Virgen de Guadalupe en México tiene su origen en los comienzos de su evangelización, cuando los creyentes eran aún muy pocos. Nuestra Señora se apareció en aquellos primeros años a un indio campesino, Juan Diego, y lo envió al Obispo del lugar para manifestarle el deseo de tener un templo dedicado a Ella en una colina próxima, llamada Tepeyac. Le dijo la Virgen en la primera aparición: «en este santuario le daré a las gentes todo mi amor personal, mi mirada compasiva, mi auxilio, mi salvación: porque Yo, en verdad, soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos los hombres... Allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores»1.

El Obispo del lugar, antes de acceder a esta petición, pidió una señal. Y Juan Diego, por encargo de la Señora de los Cielos, fue a cortar un ramo de rosas, en el mes de diciembre, sobre la árida colina, a más de dos mil metros de altura. Habiendo encontrado, con la consiguiente sorpresa, las rosas, las llevó al Obispo. Juan Diego extendió su blanca tilma, en cuyo hueco había colocado las flores. Y cuando cayeron en el suelo «apareció de repente la Amada Imagen de la Virgen Santa María, Madre de Dios, en la forma y figura que ahora se encuentra»2. Esa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe quedó impresa en la rústica tilma del indio, tejida con fibras vegetales. Representa a la Virgen como una joven mujer de rostro moreno, rodeada por una luz radiante.

María dijo a Juan Diego, y lo repite a todos los cristianos: «¿No estoy Yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás por ventura en mi regazo?». ¿Por qué hemos de temer, si Ella es Madre de Jesús y Madre de los hombres?

Con la aparición de María en el cerro del Tepeyac comenzó en todo el antiguo territorio azteca un movimiento excepcional de conversiones, que se extendió a toda América Centro-Meridional y llegó hasta el lejano archipiélago de Filipinas. «La Virgen de Guadalupe sigue siendo aún hoy el gran signo de la cercanía de Cristo, al invitar a todos los hombres a entrar en comunión con Él, para tener acceso al Padre. Al mismo tiempo, María es la voz que invita a los hombres a la comunión entre ellos...»3. La Virgen ha ido siempre por delante en la evangelización de los pueblos. No se entiende el apostolado sin María. Por eso, cuando el Papa, Vicario de Cristo en la tierra, pide a los fieles la recristianización de Europa y del mundo acudimos a Ella para que «indique a la Iglesia los caminos mejores que hay que recorrer para realizar una nueva evangelización, Le imploramos la gracia de servir a esta causa sublime con renovado espíritu misionero»4. Le suplicamos que nos señale a nosotros el modo de acercar a nuestros amigos a Dios y que Ella misma prepare sus almas para recibir la gracia.

II. «Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas... mira cuán grande es la mies, e intercede junto al Señor para que infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios...»5, que los fieles «caminen por los senderos de una intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas»6. Solo así –con una intensa vida cristiana, con amor y deseos de servir– podremos llevar a cabo esa nueva evangelización en todo el mundo, empezando por los más cercanos. ¡Cuánta mies sin brazos que la recojan!, gentes hambrientas de la verdad que no tienen quienes se la enseñen, personas de todo tipo y condición que desearían acercarse a Dios y no encuentran el camino. Cada uno de nosotros debe ser un indicador claro que señale, con el ejemplo y con la palabra, el camino derecho que, a través de María, termina en Cristo.

De Europa partió la primera llamarada que encendió la fe en el continente americano. ¡Cuántos hombres y mujeres, de razas tan diversas, han encontrado la puerta del Cielo, por la fe heroica y sacrificada de aquellos primeros evangelizadores! La Virgen les fue abriendo camino y, a pesar de las dificultades, con tesón, paciencia y sentido sobrenatural enseñaron por todas partes los misterios más profundos de la fe. «Ahora nos encontramos en una Europa en la que se hace cada vez más fuerte la tentación del ateísmo y del escepticismo; en la que arraiga una penosa incertidumbre moral con la disgregación de la familia y la degeneración de las costumbres; en la que domina un peligroso conflicto de ideas y movimientos»7. De estos países que fueron profundamente cristianos, algunos dan la impresión de estar en camino de volver al paganismo del que fueron sacados, muchas veces con la sangre del martirio y siempre con la ayuda eficaz de la Virgen. Toda una civilización cimentada sobre ideas cristianas parece encontrarse sin recursos para reaccionar. Y desde estas naciones, de donde salió en otros tiempos la luz de la fe para propalarse por todo el mundo, desgraciadamente «se envía al mundo entero la cizaña de un nuevo paganismo»8.

Los cristianos seguimos siendo fermento en medio del mundo. La fuerza de la levadura no ha perdido su vigor en estos veinte siglos, porque es sobrenatural y es siempre joven, nueva y eficaz. Por eso nosotros no nos quedaremos parados, como si nada pudiéramos hacer o como si las dimensiones del mal pudieran ahogar la pequeña simiente que somos cada uno de los que queremos seguir a Cristo. Si los primeros que llevaron la fe a tantos lugares se hubieran quedado paralizados ante la tarea ingente que se les presentaba, si solo hubieran confiado en sus fuerzas humanas, nada habrían llevado a cabo. El Señor nos alienta continuamente a no quedar rezagados en esta labor, que se presenta «fascinadora desde el punto sobrenatural y humano»9. Pensemos hoy ante Nuestra Señora de Guadalupe, una vez más, qué estamos haciendo a nuestro alrededor: el interés por acercar a Cristo a nuestros familiares y amigos, si aprovechamos todas las ocasiones, sin dejar ninguna, para hablar con valentía de la fe que llevamos en el corazón, si nos tomamos en serio nuestra propia formación, de la que depende la formación de otros, si prestamos nuestro tiempo, siempre escaso, en catequesis o en otras obras buenas, si colaboramos también económicamente en el sostenimiento de alguna tarea que tenga como fin la mejora sobrenatural y humana de las personas. No nos debe detener el pensar que en ocasiones es poco lo que tenemos a nuestro alcance, en medio de un trabajo profesional que llena el día y aún le faltan horas. Dios multiplica ese poco; y, además, muchos pocos cambian un país entero.

III. Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas10. Estas palabras del Señor son actuales en cada época y en todo tiempo, y no excluyen a ningún pueblo o civilización, a ninguna persona. Los Apóstoles recibieron este mandato de Jesucristo, y ahora lo recibimos nosotros. En un mundo que muchas veces se muestra como pagano en sus costumbres y modos de pensar, «se impone a los cristianos la dulcísima obligación de trabajar para que el mensaje divino de la revelación sea conocido por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra»11. Contamos con la asistencia siempre eficaz del Señor: Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos12.

Dios actúa directamente en el alma de cada persona por medio de la gracia, pero es voluntad del Señor, afirmada en muchos pasajes del Evangelio, que los hombres sean instrumento o vehículo de salvación para los demás hombres. Id, pues, a los caminos, y a cuantos encontréis llamadlos a las bodas13. Y comenta San Juan Crisóstomo: «Son caminos también todos los conocimientos humanos, como los de la filosofía, los de la milicia, y otros por el estilo. Dijo, pues: id a la salida de todos los caminos, para que llamen a la fe a todos los hombres, cualquiera que sea su condición»14. Los mismos viajes, de negocios o de descanso, son ocasiones que Dios pone muchas veces a nuestro alcance para dar a conocer a Cristo15. También los lazos familiares, la enfermedad, una visita de cortesía a casa de unos amigos, una felicitación de Navidad, una carta a un periódico... «Son innumerables las ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el apostolado de la evangelización y de la santificación»16. Nosotros, cada uno, tendríamos que decir con Santa Teresa de Lisieux: «No podré descansar hasta el fin del mundo mientras haya almas que salvar»17. ¿Y cómo vamos a descansar, si además esas almas están en el mismo hogar, en el mismo trabajo, en la misma Facultad, en el vecindario? Hemos de pedir a la Virgen el deseo vivo y eficaz de ser almas valientes, audaces, atrevidas para sembrar el bien, procurando, sin respetos humanos, que no haya rincones de la sociedad en los que no se conozca a Cristo18. Es preciso desterrar el pesimismo de pensar que no se puede hacer nada, como si hubiera una predeterminación hacia el mal. Con la gracia del Señor, seremos como la piedra caída en el lago, que produce una onda, y esta otra más grande19, y no para hasta el fin de los tiempos. El Señor da una eficacia sobrenatural a nuestras palabras y obras que nosotros desconocemos la mayor parte de las veces.

Hoy pedimos a Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe que se muestre como Madre compasiva con nosotros, que nos haga anunciadores del Evangelio, que sepamos comprender a todos, participando de sus gozos y esperanzas, de todo lo que inquieta su vida, para que, siendo muy humanos, podamos elevar a nuestros amigos al plano sobrenatural de la fe. «¡Reina de los Apóstoles! Acepta nuestra prontitud para servir sin reserva a la causa de tu Hijo, la causa del Evangelio y la causa de la paz, basada sobre la justicia y el amor entre los hombres y entre los pueblos.

El día 9 de diciembre de 1531 se apareció la Virgen María a un indio llamado Juan Diego, en el cerro de Tepeyac, cerca de la ciudad de México, manifestándole sus deseos de que allí fuese erigido un templo. Después de sanar milagrosamente al indio Bernardino, tío de Juan Diego, el 12 de diciembre, cuando, por mandato de la Virgen, llevaba al Prelado unas flores, al dejarlas caer de su tilma, la imagen de la Señora apareció grabada en esa prenda, que se venera en la actualidad en el Santuario Basílica de Guadalupe, en México. Era la señal que había pedido el Obispo Juan de Zumárraga, que levantó una capilla en 1553.

Existen diversos documentos que testifican los hechos acaecidos. El más antiguo es el que recoge la declaración de un testigo presencial de la entrevista entre Zumárraga y Juan Diego, Se conserva en la Biblioteca Nacional de México.

Te Deum



A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.




Salmo 62,2-9: El alma sedienta de Dios


Ant: Dichosa eres, María, porque de ti vino la salvación del mundo; tú que ahora vives ya en la gloria del Señor, intercede por nosotros ante tu Hijo.

Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Dichosa eres, María, porque de ti vino la salvación del mundo; tú que ahora vives ya en la gloria del Señor, intercede por nosotros ante tu Hijo.

Cántico AT


Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor


Ant: Tú eres la gloria de Jerusalén; tú, la alegría de Israel; tú, el orgullo de nuestra raza.

Alabad al Señor, sus siervos todos (Ap 19,5)

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

Ant: Tú eres la gloria de Jerusalén; tú, la alegría de Israel; tú, el orgullo de nuestra raza.



Salmo 149: Alegría de los santos


Ant: ¡Alégrate, Virgen María! Tú llevaste en el seno a Cristo, el Salvador.

Los hijos de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se alegran por su Rey, Cristo, el Señor (Hesiquio)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: ¡Alégrate, Virgen María! Tú llevaste en el seno a Cristo, el Salvador.

Lectura Bíblica


Lectura del libro del profeta Isaías
Is 61,10 (cfr.)

Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas.

V/. El Señor la eligió y la predestinó.

R/. El Señor la eligió y la predestinó.

V/. La hizo morar en su templo santo.

R/. Y la predestinó.

V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R/. El Señor la eligió y la predestinó.

Cántico Evangélico


Ant: Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen se han vuelto a abrir a todos.


Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen se han vuelto a abrir a todos.

Preces


Utilizar [formulario 1] [formulario 2]
 

Elevemos nuestras súplicas al Salvador, que quiso nacer de María Virgen, y digámosle:

Que tu Madre, Señor, interceda por nosotros

- Oh Sol de justicia, a quien la Virgen inmaculada precedía cual aurora luciente,
haz que vivamos siempre iluminados por la claridad de tu presencia.


- Verbo eterno del Padre, que elegiste a María como arca incorruptible de tu morada,
líbranos de la corrupción del pecado.


- Salvador nuestro, que quisiste que tu madre estuviera junto a tu cruz,
por su intercesión, concédenos compartir con alegría tus padecimientos.


- Jesús, que, colgado en la cruz, diste María a Juan como madre,
haz que nosotros vivamos también como hijos suyos.


Porque deseamos que la luz de Cristo alumbre a todos los hombres, pidamos al Padre que su reino llegue a nosotros:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.



Dios, Padre de misericordias, que constituiste a tu pueblo bajo el singular patrocinio de la Santísima Madre de tu Hijo, concede a todos los que invocan a la Bienaventurada Virgen de Guadalupe, que con más alegre fe busquen el progreso de los pueblos por caminos de justicia y de paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.
 El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

R/. Amén.

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