Custodia

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Saludo

Bendición

martes, 19 de diciembre de 2023

Oficio, lecturas y reflexiones +

 


19 de diciembre, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: El Señor está cerca, venid, adorémosle.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor está cerca, venid, adorémosle.

 
Himno

La pena que la tierra soportaba,
a causa del pecado, se ha trocado
en canto que brota jubiloso,
en labios de María pronunciado.

El sí de las promesas ha llegado,
la alianza se cumple, poderosa,
el Verbo eterno de los cielos
con nuestra débil carne se desposa.

Misterio que sólo la fe alcanza,
María es nuevo templo de la gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en presencia misteriosa.

A Dios sea la gloria eternamente,
y al Hijo suyo amado, Jesucristo,
que quiso nacer para nosotros
y darnos su Espíritu divino. Amén.

Salmo 67-I: Entrada triunfal del Señor

Ant: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian.

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;

como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.

En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.

Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.

Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.

Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.

Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian.

Salmo 67-II:

Ant: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
"los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.

Mientras reposabais en los apriscos,
las palomas batieron sus alas de plata,
el oro destellaba en sus plumas.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío".

Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?

Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santuario.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.

Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: "Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo
y los perros la lamerán con sus lenguas".

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Salmo 67-III:

Ant: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.

Aparece tu cortejo, oh Dios,
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.

Al frente, marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio, las muchachas van tocando panderos.

"En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel".

Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.

Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.

Reprime a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los Toros,
a los Novillos de los pueblos.

Que se te rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.

Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
"Reconoced el poder de Dios".

Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario, Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.

¡Dios sea bendito!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.

V/. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R/. Y danos tu salvación.

Lectura

V/. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R/. Y danos tu salvación.

Lamentación sobre Babilonia


Is 47,1.3b-15

Baja, siéntate en el polvo, joven Babilonia; siéntate en tierra, sin trono, capital de los caldeos, que ya no te volverán a llamar blanda y refinada. Tomaré venganza inexorable.

Nuestro redentor, que se llama el Señor de los ejércitos, el Santo de Israel, dice: «Siéntate y calla, entra en las tinieblas, capital de los caldeos, que ya no te llamarán Señora de reinos.

Airado contra mi pueblo, profané mi heredad, la entregué en tus manos: no tuviste compasión de ellos, abrumaste con tu yugo a los ancianos, diciéndote: "Seré señora por siempre jamás", sin considerar esto, sin pensar en el desenlace.

Pues ahora escúchalo, lasciva, que reinabas confiada, que te decías: "Yo y nadie más. No me quedaré viuda, no perderé a mis hijos." Las dos cosas te sucederán, de repente, en un solo día: viuda y sin hijos te verás a la vez, a pesar de tus muchas brujerías y del gran poder de tus sortilegios.

Tú te sentías segura en tu maldad, diciéndote: "Nadie me ve"; tu sabiduría y tu ciencia te han trastornado, mientras pensabas: "Yo y nadie más." Pues vendrá sobre ti una desgracia que no sabrás conjurar, caerá sobre ti un desastre que no podrás aplacar; vendrá sobre ti de repente una catástrofe que no te imaginabas.

Insiste en tus sortilegios, en tus muchas brujerías, que han sido tu tarea desde joven; quizá te aprovechen, quizá lo espantes. Te has cansado con tus muchos consejeros: que se levanten y te salven los que conjuran el cielo, los que observan las estrellas, los que pronostican cada mes lo que va a suceder.

Mira, se han convertido en paja que el fuego consume, no pueden librarse del poder de las llamas: no son brasas para calentarse ni hogar para sentarse enfrente. En eso han parado tus traficantes, con quien te atareabas desde joven: cada uno se pierde por su lado, y no hay quien te salve.»

R/. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas. Porque el Señor se compadece de los desamparados.


V/. Nuestro redentor se llama el Señor de los ejércitos, el Santo de Israel.

R/. Porque el Señor se compadece de los desamparados.

L. Patrística

La economía de la encarnación redentora
San Ireneo

Contra los herejes 3,20,2-3

La gloria del hombre es Dios; el hombre, en cambio, es el receptáculo de la actuación de Dios, de toda su sabiduría y su poder.

De la misma manera que los enfermos demuestran cuál sea el médico, así los hombres manifiestan cuál sea Dios. Por lo cual dice también Pablo: Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos. Esto lo dice del hombre, que desobedeció a Dios y fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y, gracias al Hijo de Dios, recibió la filiación que es propia de éste.

Si el hombre acoge sin vanidad ni jactancia la verdadera gloria procedente de cuanto ha sido creado y de quien lo creó, que no es otro que el poderosísimo Dios que hace que todo exista, y si permanece en el amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios, recibirá de él aún más gloria, así como un acrecentamiento de su propio ser, hasta hacerse semejante a aquel que murió por él.

Porque el Hijo de Dios se encarnó en una carne pecadora como la nuestra, a fin de condenar al pecado y, una vez condenado, arrojarlo fuera de la carne. Asumió la carne para incitar al hombre a hacerse semejante a él y para proponerle a Dios como modelo a quien imitar. Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole así el poder de alcanzar al Padre. La Palabra de Dios, que habitó en el hombre, se hizo también Hijo del hombre, para habituar al hombre a percibir a Dios, y a Dios a habitar en el hombre, según el beneplácito del Padre.

Por esta razón el mismo Señor nos dio como señal de nuestra salvación al que es Dios-con-nosotros, nacido de la Virgen, ya que era el Señor mismo quien salvaba a aquellos que no tenían posibilidad de salvarse por sí mismos; por lo que Pablo, al referirse a la debilidad humana, exclama: Sé que no es bueno eso que habita en mi carne, dando a entender que el bien de nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios; y añade: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Después de lo cual se refiere al libertador: la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

También Isaías dice lo mismo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis». Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona y os salvará; porque hemos de salvarnos, no por nosotros mismos, sino con la ayuda de Dios.

R/. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla hasta los confines de la tierra. Decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»


V/. Anunciadlo y pregonadlo, gritad a pleno pulmón.

R/. Decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»

19 de diciembre, feria

Jc 13,2-7.24-25a: Anuncio y nacimiento de Sansón.

En aquellos días, había en Sorá un hombre de la tribu de Dan, llamado Manoj. Su mujer era estéril y no había tenido hijos. El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo:

- «Eres estéril y no has tenido hijos. Pero concebirás y darás a luz un hijo; ten cuidado de no beber vino ni licor, ni comer nada impuro, porque concebirás y darás a luz un hijo. No pasará la navaja por su cabeza, porque el niño estará consagrado a Dios desde antes de nacer. Él empezará a salvar a Israel de los filisteos.»

La mujer fue a decirle a su marido:

-«Me ha visitado un hombre de Dios que, por su aspecto terrible, parecía un mensajero divino; pero no le pregunté de dónde era, ni él me dijo su nombre. Sólo me dijo: "Concebirás y darás a luz un hijo: ten cuidado de no beber vino ni licor, ni comer nada impuro; porque el niño estará consagrado a Dios desde antes de nacer hasta el día de su muerte.»

La mujer de Manoj dio a luz un hijo y le puso de nombre Sansón. El niño creció y el Señor lo bendijo. Y el espíritu del Señor comenzó a agitarlo.

Sal 70,3-4a.5-6ab.16-17: Que mi boca esté llena de tu alabanza y cante tu gloria.

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa.

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza,
Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías.

Contaré tus proezas, Señor mío,
narraré tu victoria, tuya entera.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas.

Lc 1,5-25: Anuncio del nacimiento de Juan Bautista.

En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada. Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes, le tocó a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo:

- «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacía los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto.»

Zacarías replicó al ángel:

- «¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada.»

El ángel le contestó:

- «Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado a hablarte para darte esta buena noticia. Pero mira: te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento.»

El pueblo estaba aguardando a Zacarías, sorprendido de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo. Al cumplirse los días de su servicio en el templo volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir cinco meses, diciendo:

- «Así me ha tratado el Señor cuando se ha dignado quitar mi afrenta ante los hombres.»



Pistas para la Lectio Divina

Autor: P. Fidel Oñoro Consuegra, cjm con el apoyo de la Sociedad de las Hijas de San Pablo en Colombia y el equipo del Instituto Bíblico Pastoral Latinoamericano de la Corporación Universitaria Minuto de Dios. Publicado en la edición "A la escucha del maestro".

Una pareja estéril experimenta la misericordia de Dios
Lucas 1, 5-25
“No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada;
Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan;
será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento”

En los dos días anteriores leímos el primer capítulo del Evangelio de Mateo, a partir de hoy comenzamos la lectura de los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas. Siguiendo el orden de los llamados “Relatos de Infancia”, vamos a ver cómo la venida histórica de Dios entre nosotros, en Jesús, es la respuesta definitiva a la larga esperanza del pueblo de Israel.

Después un breve prólogo (ver Lucas 1,1-4), comienza el relato con estas palabras: “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías... casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel” (v.5).

Una vez que se menciona la época y se presentan la pareja de Zacarías e Isabel, se narra la concepción milagrosa de Juan Bautista, el precursor del Mesías.

Releyendo el texto podríamos descubrir algunos puntos que el evangelista acentúa:

1. La “Buena Nueva” para una pareja

Dios actúa dentro de la realidad concreta de una pareja que tiene todos los títulos para ser considerada “santa” (ver 1,6) pero que ve empañada la felicidad de su hogar por una desgracia: no pueden tener hijos, ante todo por causa de la esterilidad pero también ahora por la vejez (ver 1,7).

El anuncio que cambia la situación de Zacarías e Isabel, y que es también el comienzo de una serie de acciones salvíficas de Dios en una nueva y definitiva etapa de la historia, es calificado de “Buena Noticia” (1,19). Esta es la primera buena noticia que se anuncia de parte de Dios. El gozo que trae la realización de lo anunciado lo vemos expresado en las palabras de Isabel al final del evento: “El Señor se dignó quitar mi oprobio entre los hombres” (1,25).

2. Las actitudes de una familia que sabe esperar las promesas del Señor

Ya que Zacarías y el pueblo en oración en el Templo representan al Israel que espera la venida del Mesías, podemos ver cómo sus actitudes corresponden a las que debe tener una persona que espera en las promesas del Señor.

Aprendamos de ellos estas tres actitudes:

• Confiar en el Señor (1,12-13): Es el Ángel el que le dice “no temas”, invitándolo así a dejar a un lado el miedo y la confusión que se siente cuando no se ve claro el futuro, para confiar y tener seguridad sólo en Dios. La espera debe estar sostenida por la confianza en Dios.

• Orar al Señor (1,8-10.13): Por la oración en el Templo, Zacarías y el pueblo le recuerdan a Dios su pacto y su fidelidad, su compromiso para intervenir por su pueblo. Zacarías como sacerdote unió a esta oración las expectativas concretas de este pueblo y también sus propias necesidades. Dios lo escuchó: “Tu petición ha sido escuchada” (v.13). También en la oración Isabel toma conciencia de la manera como Dios ha respondido a la oración (ver 1,25).

• Creer en el Señor. El Ángel le dice a Zacarías: “mis palabras... se cumplirán a su tiempo”, y le da un signo: “no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas” (1,20). La actitud de Zacarías, que le merece el reproche del Ángel ―“no diste crédito a mis palabras”―, es exactamente contraria a la de María: “Feliz la que ha creido que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (1,45). Hay que creer en la eficacia de la Palabra de Dios.

Estas tres actitudes que caracterizan a estos personajes que representan la etapa final del largo Adviento del pueblo de Israel, tienen un fundamento que está enunciado en una promesa: “Será para ti gozo y alegría, y muchos se alegrarán con su nacimiento” (1,14).

El don de la vida que nace trae “alegría” y la “exultación” a quien lo sabe acoger. El Evangelio es invitación a la alegría plena y auténtica. Y de esto nos da ejemplo el pueblo que acoge la obra salvífica de Dios a lo largo de todo el Evangelio (ver el caso de María, 1,48; de los parientes de Isabel, 1,58; de los pastores y de todo el pueblo, 2,19; de los discípulos, 10,17; de Jesús, 10,21).

3. El perfil del hijo

La respuesta de Dios a la oración de Zacarías es el don de un hijo. Con este don Dios no sólo ha respondido a la petición personal de un hombre atribulado por no haber tenido hijos sino también a la oración del pueblo en el Templo que suplica la venida del Mesías. El niño que viene es precisamente el precursor del Mesías: Juan.

En el relato de hoy vemos cómo se describe cuidadosamente la persona y la misión de Juan.

La persona de Juan

Notemos las cuatro características de la persona de Juan que el Ángel Gabriel enuncia:

(1) “será grande” (1,15ª);

(2) “no beberá vino ni licor” (1,15b);

(3) “estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” (1,15c);

(4) “irá delante... con el espíritu y el poder de Elías” (1,17).

Observemos, sobre todo, que Dios prepara a sus enviados. En el caso de Juan, se ve que ya desde el período prenatal Dios posa su mano sobre él (1,66) para santificarlo con su Santo Espíritu.

La misión de Juan

La misión de Juan está enunciada en esta frase: “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (1,17). “Bien dispuesto” quiere decir “abierto a Dios en un camino de conversión”.

La misión de Juan consiste en hacer que todos se interesen por la voluntad de Dios y caminen según sus criterios, dándole así una orientación nueva y profunda al corazón:

(1) en la relación con Dios: “a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios” (1,16);

(2) en la relación con los otros, especialmente la relación familiar: “hacer volver los corazones de los padres a los hijos” (1,17). ¡La conversión comienza por la casa!

Con el anuncio del nacimiento del precursor del Mesías, se avisa que está llegando el nuevo tiempo largamente esperado. El gran gozo que inundó vida de un par de ancianos, Zacarías e Isabel, que hallaron respuesta a sus oraciones, será también el nuestro si le damos continuidad a sus actitudes en nuestras vidas..

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

1. ¿Cómo vivimos nuestras situaciones negativas? ¿Qué nos enseñan las actitudes de Zacarías?

2. ¿Cuáles son las características de la figura de Juan Bautista y cuál es su misión? Y bajo esta luz: ¿Cuáles son las características de un Evangelizador?

3. ¿Cómo acojo las buenas noticias que el Señor me da a través de su Palabra (en la Sagrada Escritura y por la voz de sus mensajeros)?




Adviento. 19 de diciembre

INFANCIA ESPIRITUAL


— Hacerse como niños delante de Dios.

— Infancia espiritual y filiación divina. Humildad y abandono en Dios.

— Virtudes propias de este camino de infancia: docilidad y sencillez.

I. Nos dice San Marcos que le presentaban a Jesús unos niños para que les impusiera las manos; pero los discípulos les reñían1.

Detrás de estos niños podemos ver a sus madres, empujando suavemente a los pequeños delante de ellas. Jesús debía crear a su alrededor un clima de bondad y de sencillez atrayente. Estas mujeres se sienten dichosas de que Jesús imponga sus manos sobre ellos y estén cerca de Él.

La pugna entre estas mujeres y los discípulos, que querían mantener un cierto orden, es el prólogo a una enseñanza profunda de Cristo. En medio del forcejeo de unas y las protestas de los otros, que quieren alejar a los niños, Jesús se enfada con los discípulos. Él está a gusto con estas criaturas: Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis, dice, porque de estos es el Reino de Dios. En verdad os digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y abrazándolos, los bendecía, imponiéndoles las manos2. Los niños y sus madres habían ganado la partida: aquel día se marcharon felices a sus casas.

Hemos de acercarnos a Belén con las disposiciones de los niños: con sencillez, sin prejuicios, con el alma abierta de par en par. Es más, es necesario hacerse como un niño para entrar en el Reino de los Cielos: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos3, dirá el Señor en otra ocasión, mientras coloca a un pequeño delante de todos.

El Señor no recomienda la puerilidad, sino la inocencia y la sencillez. Ve en los niños rasgos y actitudes esenciales para alcanzar el Cielo y, en esta vida, para entrar en el reino de la fe. El niño carece de todo sentimiento de suficiencia.

El niño necesita constantemente de sus padres, y lo sabe; es fundamentalmente un ser necesitado. Así debe ser el cristiano delante de su Padre Dios: un ser que es todo necesidad. El niño vive con plenitud el presente y nada más; la enfermedad del adulto es vivir con excesiva inquietud por el «mañana», dejando vacío el «hoy», que es lo que debe vivir con toda intensidad.

Aquel gesto con los pequeños debió ganar a más de una mujer de las presentes que, quizá, con el afán de situar a sus hijos en primera fila, no habían prestado demasiada atención a las palabras que Jesús dirigía al auditorio.

Jesús nos enseña en este pasaje el camino de la infancia espiritual, para que nos abramos del todo a Dios y seamos eficaces en el apostolado:

«Ser pequeño: las grandes audacias son siempre de los niños. —¿Quién pide... la luna? —¿Quién no repara en peligros para conseguir su deseo?

»—“Poned” en un “niño” así, mucha gracia de Dios, el deseo de hacer su Voluntad (de Dios), mucho amor a Jesús, toda la ciencia humana que su capacidad le permita adquirir... y tendréis retratado el carácter de los apóstoles de ahora, tal como indudablemente Dios los quiere»4.

II. Pocos días antes de la Pasión, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que hacía, y a los niños que le aclamaban..., se irritaron y le dijeron: ¿Oyes lo que dicen estos? Jesús les respondió: Sí; ¿no habéis leído nunca: de la boca de los pequeños y de los niños de pecho te preparaste la alabanza?5. A lo largo de todo el Evangelio encontramos este mismo pensamiento: se escoge lo pequeño para confundir a lo grande. Abre la boca de los que saben menos, y cierra la de los que parecían sabios.

Jesús acepta abiertamente la confesión mesiánica de estos niños; ellos son los que ven con claridad el misterio de Dios allí presente. Solo puede recibirse el reino de Dios con esta actitud.

Nosotros los cristianos, al reconocer a Jesús en la gruta de Belén como al Mesías prometido desde antiguo, hemos de hacerlo con el espíritu, la sencillez y la audacia de los pequeños: «Niño, enciéndete en deseos de reparar las enormidades de tu vida de adulto»6. Esas «enormidades» que cometimos cuando, por la dureza de nuestro corazón, perdimos la sencillez interior y la visión clara de Jesucristo, y le dejamos de alabar, cuando más esperaba Él nuestra confesión abierta de la fe en un clima de tanta incomprensión para las cosas de Dios.

Hacerse interiormente como niños, siendo mayores, puede ser tarea costosa: requiere reciedumbre y fortaleza en la voluntad, y un gran abandono en Dios. Este abandono, que lleva consigo una inmensa paz, solo se consigue cuando quedamos indefensos ante el Señor. «Hacernos niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia: reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños»7.

III. Esta vida de infancia es posible si tenemos enraizada nuestra conciencia de hijos de Dios. El misterio de la filiación divina, fundamento de nuestra vida espiritual, es una de las consecuencias de la Redención. Nosotros somos ya ahora hijos de Dios8 e importa mucho hacernos conscientes de esta realidad maravillosa, para tratar a Dios con espíritu filial, de buen hijo. La adopción divina implica una transformación que sobrepasa inmensamente la simple adopción humana: esto tiene de más la adopción divina que la humana: «por medio del don de la gracia, Dios hace idóneo al hombre que adopta, para recibir la herencia celestial; el hombre, por el contrario, no hace idóneo a aquel a quien adopta, sino más bien elige para adoptar a quien era ya idóneo»9.

Al ser hijos de Dios somos herederos de la gloria. Vamos a procurar ser dignos de tal herencia y tener con Dios una piedad filial, tierna y sincera.

El camino de la infancia espiritual lleva consigo un trato de una confianza sin límites en Dios nuestro Padre. En una familia, el padre interpreta al hijo pequeño el mundo extraño; el pequeño se siente débil, pero sabe que su padre lo defenderá y por eso vive y camina confiado. El niño sabe que junto a su padre nada le puede faltar, nada malo puede sucederle. Su alma y su mente están abiertas sin prejuicios ni recelos a la voz de su padre. Sabe que, aunque se hayan burlado de él, cuando llegue a casa su padre nunca se burla, porque lo comprende.

Los niños no son demasiado sensibles al ridículo, que tantas empresas paraliza, ni tienen esos temores y falsos respetos humanos que engendran la soberbia y la preocupación por el «qué dirán».

El niño cae frecuentemente, pero se levanta con prontitud y ligereza; cuando se vive vida de infancia, las mismas caídas y las flaquezas son medios de santificación. Su amor es siempre joven porque olvida con facilidad las experiencias negativas: no las almacena en su alma, como hace quien tiene alma de adulto.

«Se llaman niños –comenta San Juan Crisóstomo– no por su edad, sino por la sencillez de su corazón»10.

La sencillez es quizá la virtud que resume y coordina las demás facetas de esa vida de infancia que el Señor nos pide. Hemos de ser –dice San Jerónimo– «como el niño que os propongo de ejemplo... no piensa una cosa y dice otra distinta, así también vosotros, porque si no tuvieseis tal inocencia y pureza de intención no podréis entrar en el reino de los cielos»11.

Se manifiesta la sencillez en el trato amable, cordial y sin afectación con los demás. Es virtud muy apreciada en las relaciones humanas, pero a veces difícil de encontrar.

Consecuencia de la vida de infancia es la docilidad. «Niño, el abandono exige docilidad»12. Según su etimología, es dócil quien está dispuesto y preparado a ser enseñado; y así debe estar el cristiano ante los misterios de Dios y de las cosas que a Él se refieren. Se sabe muy en el comienzo de esos conocimientos y tiene el alma abierta a la formación, con deseos siempre de conocer la verdad. Quien tiene alma de adulto da por sabidas muchas cosas, que en realidad desconoce; cree saber, pero se ha quedado en lo externo, en la apariencia, sin ahondar en el saber profundo, que influye inmediatamente en las obras. Cuando Dios lo mira, lo ve repleto de su ignorancia y cerrado al verdadero conocimiento.

Qué maravilla sería si un día, niños al fin, aprendiéramos cosas tan corrientes para un cristiano como, por ejemplo, rezar bien el Padrenuestro, o participar verdaderamente en la Santa Misa, o santificar el trabajo de cada día, o ver en las personas que nos rodean almas que se deben salvar, o... ¡tantas cosas que damos por sabidas con demasiada frecuencia!

Aprendamos a ser niños delante de Dios. «Y todo eso lo aprendemos tratando a María (...). Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar solo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima».



Oremos:

Dios y Señor nuestro, que en el parto de la Virgen María has querido revelar al mundo entero el esplendor de tu gloria, asístenos con tu gracia, para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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