Custodia

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Saludo

Bendición

domingo, 5 de marzo de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


II Domingo de Cuaresma, solemnidad



V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

 
Himno

Éste es el día del Señor.
Éste es el tiempo de la misericordia.

Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de las gentes
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos:
La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo.

Salmo 103-I: Himno al Dios creador

Ant: Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto.

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las olas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;

pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste un frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.

De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto.

Salmo 103-II:

Ant: El Señor saca pan de los campos, y vino para alegrar el corazón del hombre.

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.

Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.

Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.

Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche,
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.

Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor saca pan de los campos, y vino para alegrar el corazón del hombre.

Salmo 103-III:

Ant: Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.

Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.

Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;

escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras,
cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.

Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.

V/. La voz del Padre se oyó desde la nube.

R/. Éste es mi Hijo, el amado, escuchadlo.

Lectura

V/. La voz del Padre se oyó desde la nube.

R/. Éste es mi Hijo, el amado, escuchadlo.

Camino hasta el mar Rojo


Ex 13,17-14,9

Cuando el Faraón dejó marchar al pueblo, Dios no los guió por el camino de Palestina, que es el más corto, porque dijo:

«No sea que, al verse atacados, se arrepientan y vuelvan a Egipto.»

Dios hizo que el pueblo diese un rodeo por el desierto hacia el mar Rojo. Pero los israelitas habían salido de Egipto pertrechados. Moisés tomó consigo los huesos de José, según él había hecho jurar a los israelitas:

«Cuando el Señor cuide de vosotros, os llevaréis mis huesos de aquí.»

Partieron de Sucot y acamparon en Etán, al borde del desierto.

El Señor caminaba delante de ellos: de día, en una columna de nubes, para guiarlos; de noche, en una columna de fuego, para alumbrarlos; para que pudieran caminar día y noche. No se apartaba delante de ellos ni la columna de nubes, de día, ni la columna de fuego, de noche. El Señor dijo a Moisés:

«Di a los israelitas que se vuelvan y acampen en Fehirot, entre Migdal y el mar, frente a Baal Safón; poned los campamentos mirando al mar. El Faraón pensará: "Los israelitas están copados en el país, el desierto les cierra el paso." Haré que el Faraón se empeñe en perseguiros y mostraré mi gloria derrotando al Faraón y a su ejército; para que sepan los egipcios que soy el Señor.»

Así lo hicieron los israelitas. Cuando comunicaron al rey de Egipto que el pueblo había escapado, el Faraón y su corte cambiaron de parecer sobre el pueblo, y se dijeron:

«¿Qué hemos hecho? Hemos dejado marchar a nuestros esclavos israelitas.»

Hizo preparar un carro y tomó consigo sus tropas: tomó seiscientos carros escogidos y los demás carros de Egipto con sus correspondientes oficiales. El Señor hizo que el Faraón se empeñase en perseguir a los israelitas, mientras éstos salían triunfantes. Los egipcios los persiguieron con caballos, carros y jinetes, y les dieron alcance mientras acampaban en Fehirot, frente a Baal Safón.

R/. Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente; Judá fue su santuario, Israel fue su dominio.


V/. El Señor caminaba delante de ellos, en una columna de nubes, para guiarlos.

R/. Judá fue su santuario, Israel fue su dominio.

L. Patrística

La ley, por Moisés; la gracia y la verdad, por Jesucristo
San León Magno

Sermón 51,3-4.8

El Señor puso de manifiesto su gloria ante los testigos que había elegido e hizo resplandecer de tal manera aquel cuerpo suyo semejante al de todos los hombres, que su rostro se volvió semejante a la claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la nieve.

En aquella transfiguración se trataba sobre todo de alejar de los corazones de los discípulos el escándalo de la cruz, y evitar así que la humillación de la pasión voluntaria conturbara la fe de aquellos a quienes se había revelado la excelencia de la dignidad escondida.

Pero con no menor providencia se estaba fundamentando la esperanza de la Iglesia santa, ya que el cuerpo de Cristo en su totalidad podría comprender cuál habría de ser su transformación, y sus miembros podrían contar con la promesa de su participación en aquel honor que brillaba de antemano en la cabeza. A propósito de lo cual había dicho el mismo Señor, al hablar de la majestad de su venida: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de mi Padre. Cosa que el mismo apóstol Pablo corroboró, diciendo: Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá; y de nuevo: Estáis muertos y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él en gloria.

Pero en aquel milagro hubo también otra lección para confirmación y completo conocimiento de los apóstoles. Pues con el Señor aparecieron en conversación Moisés y Elías, por tanto la ley y los profetas: para que se cumplieran con toda verdad en presencia de aquellos cinco hombres lo que está escrito: Toda palabra debe apoyarse en dos o tres testigos.

¿Y pudo haber una palabra más firmemente establecida que ésta, en cuyo anunció resuena la trompeta de ambos Testamentos, y los instrumentos de las antiguas afirmaciones concurren con la doctrina evangélica?

Las páginas de los dos Testamentos se apoyaban entre sí; y el esplendor de la actual gloria ponía de manifiesto y a plena luz al que los anteriores signos habían prometido bajo el velo de sus misterios: porque como dice San Juan, la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, en quien se cumplieron a la vez la promesa de las figuras proféticas y la razón de los preceptos legales, ya que con su presencia atestiguó la verdad de las profecías y con su gracia otorgó a los mandamientos la posibilidad de su cumplimiento.

Que la predicación del santo Evangelio sirva, por tanto, para la confirmación de la fe de todos, y que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, gracias a la cual quedó redimido. Que nadie tema tampoco sufrir por la justicia, ni desconfíe del cumplimiento de las promesas, porque por el trabajo se va al descanso, y por la muerte se pasa a la vida, pues el Señor echó sobre sí toda la debilidad de nuestra condición y si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció, y recibiremos lo que prometió.

En efecto, ya se trate de cumplir los mandamientos o de tolerar las adversidades, nunca debe dejar de resonar en nuestros oídos la palabra pronunciada por el Padre: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadle.



Cuaresma. Segundo domingo

DEL TABOR AL CALVARIO


— Lo que importa es estar siempre con Jesús. Él nos da la ayuda necesaria para seguir adelante.

— Fomentar con frecuencia, y especialmente en los momentos más difíciles, la esperanza del Cielo.

— El Señor no se separa de nosotros. Actualizar esa presencia de Dios.

I. Oigo en mi corazón: buscad mi rostroTu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro, rezamos en la Antífona de entrada de la Misa de hoy1. El Evangelio nos cuenta lo que sucedió en el Tabor. Poco antes Jesús había declarado a sus discípulos, en Cesarea de Filipo, que iba a sufrir y padecer en Jerusalén, a morir a manos de los príncipes de los sacerdotes, de los ancianos y de los escribas. Los Apóstoles habían quedado sobrecogidos y entristecidos por este anuncio. Ahora, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a ellos solos aparte2, para orar3. Son los tres discípulos que serán testigos de su agonía en el huerto de los Olivos. Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro y su vestido se volvió blanco, resplandeciente4. Y le ven conversar con Elías y Moisés, que aparecían gloriosos y le hablaban de su muerte, que había de cumplirse en Jerusalén5.

Seis días llevaban los Apóstoles entristecidos por la predicación de Cesarea de Filipo. La ternura de Jesús hace que ahora contemplen su glorificación. San León Magno dice que «el principal fin de la transfiguración era desterrar del alma de los discípulos el escándalo de la cruz»6. Nunca olvidarían los Apóstoles esta «gota de miel» que Jesús les daba en medio de su amargura. Muchos años más tarde San Pedro tiene perfectamente nítido estos momentos: ...cuando desde aquella extraordinaria gloria se le hizo llegar esta voz: Éste es mi Hijo querido, en quien me complazco. Esta voz, enviada del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo7. El Apóstol lo recordaría hasta el final de sus días.

Siempre hace así Jesús con los suyos. En medio de los mayores padecimientos da el consuelo necesario para seguir adelante.

Este destello de la gloria divina transportó a los Apóstoles a una inmensa felicidad, que hace exclamar a San Pedro: Señor, ¡bueno es permanecer aquí! Hagamos tres tiendas... Pedro quiere alargar aquella situación. Pero, como dirá más adelante el Evangelista, no sabía lo que decía; porque lo bueno, lo que importa, no es hallarse aquí o allí, sino estar siempre con Jesús, en cualquier parte, y verle detrás de las circunstancias en que nos hallamos. Si estamos con Él, es igual que nos encontremos en medio de los mayores consuelos del mundo, o en la cama de un hospital entre dolores indecibles. Lo que importa es solo eso: verle y vivir siempre con Él. Es lo único verdaderamente bueno e importante en esta vida y en la otra. Si permanecemos con Jesús, estaremos muy cerca de los demás y seremos felices, sea cual sea nuestro lugar y la situación en que nos encontremos. Vultum tuum, Domine, requiram: Deseo verte y buscaré tu rostro, Señor, en las circunstancias ordinarias de mi jornada.

II. San Beda, comentando el pasaje del Evangelio de la Misa, dice que el Señor, «en una piadosa permisión, les permitió (a Pedro, a Santiago y a Juan) gozar durante un tiempo muy corto la contemplación de la felicidad que dura siempre, para hacerles sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad»8. El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el monte fue sin duda una gran ayuda en tantas situaciones difíciles de la vida de estos tres Apóstoles.

La existencia de los hombres es un caminar hacia el Cielo, nuestra morada9. Caminar en ocasiones áspero y dificultoso, porque con frecuencia hemos de ir contra corriente y tendremos que luchar con muchos enemigos de dentro de nosotros mismos y de fuera. Pero quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo, de modo especial en los momentos más duros o cuando la flaqueza de nuestra condición se hace más patente: «A la hora de la tentación piensa en el Amor que en el cielo te aguarda: fomenta la virtud de la esperanza, que no es falta de generosidad»10. Allí «todo es reposo, alegría y regocijo; todo serenidad y calma, todo paz, resplandor y luz. Y no luz como esta de que gozamos ahora y que, comparada con aquella, no pasa de ser como una lámpara junto al sol... Porque allí no hay noche, ni tarde, ni frío, ni calor, ni mudanza alguna en el modo de ser, sino un estado tal que solo entienden quienes son dignos de gozarlo. No hay allí vejez, ni achaques, ni nada que semeje corrupción, porque es el lugar y aposento de la gloria inmortal...

»Y por encima de todo ello, el trato y goce sempiterno de Cristo, de los ángeles..., todos perpetuamente en un sentir común, sin temor a Satanás ni a las asechanzas del demonio ni a las amenazas del infierno o de la muerte»11.

Nuestra vida en el Cielo estará definitivamente exenta de todo posible temor. No sufriremos la inquietud de perder lo que tenemos, ni desearemos tener algo distinto. Entonces verdaderamente podremos decir con San Pedro: Señor, ¡qué bien estamos aquí! El atisbo de gloria que tuvo el Apóstol lo tendremos en plenitud en la vida eterna. «Vamos a pensar lo que será el Cielo. Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman. ¿Os imagináis qué será llegar allí, y encontrarnos con Dios, y ver aquella hermosura, aquel amor que se vuelca en nuestros corazones, que sacia sin saciar? Yo me pregunto muchas veces al día: ¿qué será cuando toda la belleza, toda la bondad, toda la maravilla infinita de Dios se vuelque en este pobre vaso se barro que soy yo, que somos todos nosotros? Y entonces me explico bien aquello del Apóstol: ni ojo vio, ni oído oyó... Vale la pena, hijos míos, vale la pena»12.

El pensamiento de la gloria que nos espera debe espolearnos en nuestra lucha diaria. Nada vale tanto como ganar el Cielo. «Y con ir siempre con esta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino, si os llevare el Señor con alguna sed en esta vida, daros ha de beber con toda abundancia en la otra y sin temor de que os haya de faltar»13.

III. Una nube los envolvió enseguida14. Recuerda a aquella otra que acompañaba a la presencia de Dios en el Antiguo Testamento: La nube envolvió el tabernáculo de la reunión y la gloria de Yahvé llenaba todo el lugar15. Era la señal que garantizaba las intervenciones divinas: Yahvé dijo a Moisés: Yo vendré a ti en una nube densa, para que vea el pueblo que yo hablo contigo y tengan siempre fe en ti16. Esa nube envuelve ahora en el Tabor a Cristo y de ella surge la voz poderosa de Dios Padre: Éste es mi Hijo, el Amado, escuchadle a él.

Y Dios Padre habla a través de Jesucristo a todos los hombres de todos los tiempos. Su voz se oye en cada época, de modo singular a través de la enseñanza de la Iglesia, que «busca continuamente los caminos para acercar este misterio de su Maestro y Señor al género humano: a los pueblos, a las naciones, a las generaciones que se van sucediendo, a todo hombre en particular»17.

Al alzar sus ojos no vieron a nadie sino solo a Jesús18, y no estaban Elías y Moisés. Solo ven al Señor. Al Jesús de siempre, que en ocasiones pasa hambre, que se cansa, que se esfuerza para ser comprendido... A Jesús, sin especiales manifestaciones gloriosas. Lo normal para los Apóstoles fue ver al Señor así, lo excepcional fue verlo transfigurado.

A este Jesús debemos encontrar nosotros en nuestra vida ordinaria, en medio del trabajo, en la calle, en quienes nos rodean, en la oración, cuando perdona, en el sacramento de la Penitencia, y, sobre todo, en la Sagrada Eucaristía, donde se encuentra verdadera, real y sustancialmente presente. Pero normalmente no se nos muestra con particulares manifestaciones. Más aún, hemos de aprender a descubrir al Señor detrás de lo ordinario, de lo corriente, huyendo de la tentación de desear lo extraordinario.

Nunca debemos olvidar que aquel Jesús con el que estuvieron en el monte Tabor aquellos tres privilegiados es el mismo que está junto a nosotros cada día. «Cuando Dios os concede la gracia de sentir su presencia y desea que le habléis como al amigo más querido, exponedle vuestros sentimientos con toda libertad y confianza. Se anticipa a darse a conocer a los que le anhelan (Sab 6, 14). Sin esperar a que os acerquéis a Él, se anticipa cuando deseáis su amor, y se os presenta, concediéndoos las gracias y remedios que necesitáis. Solo espera de vosotros una palabra para demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y consolaros: Sus oídos están atentos a la oración (Sal 33, 16) (...).

»Los demás amigos, los del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y horas en que están separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá una hora de separación»19.

¿No será nuestra vida distinta en esta Cuaresma, y siempre, si actualizáramos más frecuentemente esa presencia divina en lo habitual de cada día, si procuráramos decir más jaculatorias, más actos de amor y de desagravio, más comuniones espirituales...? «Para tu examen diario: ¿he dejado pasar alguna hora, sin hablar con mi Padre Dios?... ¿He conversado con Él, con amor de hijo? —¡Puedes!».


6º domingo de san José

MUERTE Y GLORIFICACIÓN DE SAN JOSÉ


— Muerte del Santo Patriarca entre Jesús y María. Patrono de la buena muerte.

— Glorificación de San José.

— Petición de vocaciones.

I. Muy bienaventurado fue José, asistido en su hora postrera por el mismo Señor y por su Madre... Vencedor de esta mortalidad, aureoladas sus sienes de luz, emigró a la Casa del Padre...1.

Había llegado la hora de dejar este mundo y, con él, los tesoros, Jesús y María, que le estaban encomendados y a quienes, con la ayuda de Dios, les procuró lo necesario con su trabajo diario. Había cuidado del Hijo de Dios, le había enseñado su oficio y ese sinfín de cosas que un padre desmenuza con pequeñas explicaciones a su hijo. Terminó su oficio paterno, que ejerció fielmente: con la máxima fidelidad. Consumó la tarea que debía llevar a cabo.

No sabemos en qué momento tuvo lugar la muerte del Santo Patriarca. Cuando Jesús tenía doce años es la última vez que aparece en vida en los Evangelios. También parece cierto que el hecho de la muerte debió de tener lugar antes de que Jesús comenzara el ministerio público. Al volver Jesús a Nazareth para predicar, la gente se preguntaba: ¿Pero no es este el hijo de María?2. De ordinario no se hacía referencia directa de los hijos a la madre, sino cuando ya había muerto el cabeza de familia. Cuando es invitada María a las bodas de Caná, al comienzo de la vida pública, no se nombra a José, lo que sería insólito según las costumbres de la época si el Santo Patriarca viviera aún. Tampoco se menciona a lo largo de la vida pública del Señor. Sin embargo, los habitantes de Nazareth llaman en cierta ocasión a Jesús el hijo del carpintero, lo que puede indicar que no había pasado mucho tiempo desde su muerte, pues aquellos todavía le recuerdan. José no aparece en el momento en que Jesús está a punto de expirar. Si hubiera vivido aún, Jesús no habría confiado el cuidado de su Madre al Apóstol predilecto. Los autores están conformes en admitir que la muerte de San José tuvo lugar poco tiempo antes del ministerio público de Jesús.

No pudo tener San José una muerte más apacible, rodeado de Jesús y de María, que piadosamente le atendían. Jesús le confortaría con palabras de vida eterna. María, con los cuidados y atenciones llenos de cariño que se tienen con un enfermo al que se quiere de verdad. «La piedad filial de Jesús le acogió en su agonía. Le diría que la separación sería corta y que pronto se volverían a ver. Le hablaría del convite celestial al que iba a ser invitado por el Padre Eterno, cuyo mandatario era en la tierra: “Siervo bueno y fiel, la jornada de trabajo ha terminado para ti. Vas a entrar en la casa celestial para recibir tu salarlo. Porque tuve hambre y me diste de comer. No tenía morada y me acogiste. Estaba desnudo y me vestiste...”»3.

Jesús y María cerraron los ojos de José, prepararon su cuerpo para la sepultura... El que más tarde lloraría sobre la tumba de su amigo Lázaro vertería lágrimas ante el cuerpo del que por tantos años se había desvivido por Él y por su Madre. Y los que le vieron llorar, pronunciarían quizá las mismas palabras que en Betania: ¡Mirad cómo le amaba!

Es lógico que San José haya sido proclamado Patrono de la buena muerte, pues nadie ha tenido una muerte más apacible y serena, entre Jesús y María. A él acudiremos cuando ayudemos a otros en sus últimos momentos. A él pediremos ayuda cuando vayamos a partir hacia la Casa del Padre. Él nos llevará de la mano ante Jesús y María.

II. San José goza de la gloria máxima, después de la Santísima Virgen4, como corresponde a su santidad en la tierra, en la que gastó su vida en favor del Hijo de Dios y de su Madre Santísima. Por otra parte, «si Jesús honró en vida a José más que a todos los demás, llamándole padre, también le ensalzaría por encima de todos, después de su muerte»5.

Inmediatamente después de su muerte, el alma de San José iría al seno de Abrahán, donde los patriarcas y los justos de todos los tiempos aguardaban la redención que había comenzado. Allí les anunciaría que el Redentor estaba ya en la tierra y que pronto se abrirían las puertas del Cielo. «Y los justos se estremecerían de esperanza y de agradecimiento. Rodearían a José y entonarían un cántico de alabanza que ya no se interrumpiría en los siglos venideros»6.

Muchos autores piensan, con argumentos sólidos, que el cuerpo de San José, unido a su alma, se encuentra también glorioso en el Cielo, compartiendo con Jesús y con María la eterna bienaventuranza. Consideran que la plena glorificación de San José tuvo lugar probablemente después de la resurrección de Jesús. Uno de los fundamentos en que se basa esta doctrina, moralmente unánime desde el siglo xvi, es el dato que aporta San Mateo de los sucesos que ocurrieron a la muerte del Señor: ...muchos cuerpos de los santos, que habían muerto, resucitaron7. Doctores de la Iglesia y teólogos piensan que Jesús, al escoger una escolta de resucitados para afirmar su propia resurrección y dar más realce a su triunfo sobre la muerte, incluiría en primer lugar a su padre adoptivo. ¡Cómo sería el nuevo encuentro de Jesús y de San José! «El glorioso patriarca –afirma San Francisco de Sales– tiene en el Cielo un crédito grandísimo con aquel que tanto le favoreció, conduciéndole al Cielo en cuerpo y alma (...). ¿Cómo iba a negarle esta gracia quien toda la vida le obedeció? Yo creo que José, viendo a Jesús (...), le diría: “Señor mío, acuérdate de que cuando bajaste del Cielo a la tierra te recibí en mi familia y en mi casa, y cuando apareciste sobre el mundo te estreché con ternura entre mis brazos. Ahora tómame en los tuyos y, como te alimenté y te conduje durante tu vida mortal, cuida tú de conducirme a la vida eterna”»8. Jesús se sentiría dichosísimo al complacerle.

En cierta ocasión, San Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei, respondía con estas palabras a un chico joven que le preguntaba directamente dónde estaría el cuerpo de San José: «“En el Cielo, hijo mío, en el Cielo. Si hubo muchos santos que resucitaron –lo dice la Escritura– cuando resucitó el Señor, entre ellos estaría, seguro, San José.” A la misma pregunta respondía en otra ocasión: “Hoy es sábado; podemos fijarnos en los misterios gloriosos (...). Al contemplar rápidamente el cuarto misterio, la Asunción de Nuestra Señora, piensa que la Tradición nos dice que San José murió antes, asistido por la Santísima Virgen y por Nuestro Señor. Es seguro, porque lo dice la Sagrada Escritura, que –cuando Cristo salió vivo del sepulcro– con Él resucitaron muchos justos, que subieron con Él al Cielo (...). ¿No es lógico que quisiera tener a su lado al que le había servido de padre en la tierra?”»9.

Así podemos contemplar hoy al Santo Patriarca, al considerar el cuarto misterio glorioso del Santo Rosario: le vemos con su cuerpo glorioso, de nuevo junto a Jesús y María, intercediendo por nosotros en cualquier necesidad en que nos encontremos.

Fecit te Deus quasi patrem Regis et dominum universae domus eius. Te hizo Dios como padre del Rey y como señor de toda su casa. Ruega por nosotros10.

III. «Piadosamente se puede admitir, pero no asegurar –enseña San Bernardino de Siena– que el piadosísimo Hijo de Dios, Jesús, honrase con igual privilegio que a su Santísima Madre a su padre nutricio; del mismo modo que a esta la subió al Cielo gloriosa en cuerpo y alma, así también el día de su resurrección unió consigo al santísimo José en la gloria de la Resurrección; para que, como aquella Santa Familia –Cristo, la Virgen y José– vivió junta en laboriosa vida y en gracia amorosa, así ahora en la gloria feliz reine con el cuerpo y alma en los Cielos»11.

Los teólogos que sostienen esta doctrina, cada vez más general, aducen otras razones de conveniencia: la dignidad especialísima de San José por la misión que le tocó ejercer en la tierra y la fidelidad singular con que lo hizo, se vería más confirmada con este privilegio; el amor indecible que Jesús y María profesan al Santo Patriarca parece pedir que le hagan ya partícipe de su resurrección, sin esperar al fin de los tiempos; a la santidad sublime de San José, que tanto antecede y excede a los demás santos, conviene una participación anticipada del premio final de todos; la afinidad con Jesús y María, el trato íntimo que tuvo con la Humanidad del Redentor, parecen exigir mayor exención de la corrupción del sepulcro; la misión singularísima de San José, como Patrono universal de la Iglesia, le coloca en una esfera superior a todos los cristianos, y esto parece reclamar que él no entre en igualdad de condiciones con los demás en la sujeción a la muerte, sino que, en una especial posesión de la plena inmortalidad, ejerza su patrocinio universal12.

San José cumplió en la tierra fidelísimamente la misión que Dios le había encomendado. Su vida fue una entrega constante y sin reservas a su vocación divina, en bien de la Sagrada Familia y de todos los hombres13. Ahora, en el Cielo, su corazón sigue albergando «una singular y preciosa simpatía para toda la humanidad»14, pero de modo muy particular para todos aquellos que, por una vocación específica, se entregan plenamente a servir sin condiciones al Hijo de Dios en medio de su trabajo profesional, como él lo hizo. Pidámosle hoy que sean muchos quienes reciban la vocación a una entrega plena y que respondan generosamente a la llamada; que Dios otorgue ese honor inmenso a aquellos hijos, hermanos, parientes o amigos que, por circunstancias determinadas, podrían encontrarse más cerca de recibir esa llamada del Señor.

Al Santo Patriarca le pedimos que todos los cristianos seamos buenos instrumentos para hacer llegar esa voz clara del Señor a las almas, pues la mies sigue siendo abundante y los obreros pocos.

R/. Vosotros os habéis acercado al Mediador de la nueva alianza, Jesús. Cuidado con rechazar al que habla, pues, si aquellos no escaparon por haber rechazado al que transmitía los oráculos en la tierra, cuánto menos nosotros, si volvemos la espalda al que habla desde el cielo.


V/. Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón.»

R/. Pues, si aquellos no escaparon por haber rechazado al que transmitía los oráculos en la tierra, cuánto menos nosotros, si volvemos la espalda al que habla desde el cielo.


Salmo 117: Himno de acción de gracias después de la victoria

Ant: La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.

Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.

El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
"la diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa."

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.

-Ésta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

-Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

-Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina.

-Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa.

Daniel 3,52-57: Que la creación entera alabe al Señor

Ant: Cantemos el himno de los tres jóvenes, que cantaban en el horno bendiciendo al Señor.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito tu nombre, santo y glorioso:
a él gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres sobre el trono de tu reino:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en la bóveda del cielo:
a ti honor y alabanza por los siglos.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Cantemos el himno de los tres jóvenes, que cantaban en el horno bendiciendo al Señor.

Salmo 150: Alabad al Señor

Ant: Alabad al Señor en su fuerte firmamento.

Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento.

Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.

Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,

alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,

alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.

Todo ser que alienta alabe al Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Alabad al Señor en su fuerte firmamento.

Lectura

Ne 8,9a.10

Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis; pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.

V/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

R/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

V/. Tú que fuiste triturado por nuestros crímenes.

R/. Ten piedad de nosotros.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

Cántico Ev.

Ant: Por medio del Evangelio, nuestro Salvador Jesucristo destruyo la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Por medio del Evangelio, nuestro Salvador Jesucristo destruyo la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.

Preces

Glorifiquemos a Dios, cuya bondad es infinita, y elevemos a él nuestra oración por medio de Jesucristo, que está siempre vivo para interceder en favor nuestro; digámosle:

Enciende, Señor, en nosotros la llama de tu amor

- Dios de misericordia, haz que hoy nos entreguemos generosamente a las obras de amor al prójimo,
para que tu misericordia, a través de nosotros, llegue a todos los hombres


- Tú que en el arca salvaste a Noé de las aguas del diluvio,
salva por el agua del bautismo a los catecúmenos


- Concédenos vivir no sólo de pan,
sino de toda palabra que sale de tu boca


- Haz que, con tu ayuda, venzamos toda disensión,
y podamos gozarnos en el don de tu paz y de tu amor

Por Jesús nos llamamos y somos hijos de Dios; por ello, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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