Custodia

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Saludo

Bendición

sábado, 4 de marzo de 2023

Laudes, lecturas y meditación +

 


San Casimiro, conmemoración

Oficio de Lecturas




(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)

V/. -Dios mío, ven en mi auxilio.
R/. -Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 
Himno

Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.

Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompaña.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.

Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
"No, mi Niño, no. No hay quien
de mis brazos te desuna."
Y rayos tibios de luna,
entre las pajas de miel,
le acariciaban la piel
sin despertarle. ¡Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel! Amén.

Salmo 104 - I: El Señor es fiel a sus promesas

Ant: Cantad al Señor y meditad sus maravillas.

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas,
gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.

Recurrid al Señor y a su poder,
buscad contínuamente su rostro.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
Él gobierna toda la tierra.
Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;

de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac,
confirmado como ley para Jacob,
como alianza eterna para Israel:
"A ti te daré el país cananeo,
como lote de vuestra heredad."

Cuando eran unos pocos mortales,
contados, y forasteros en el país,
cuando erraban de pueblo en pueblo,
de un reino a otra nación,
a nadie permitió que los molestase,
y por ellos castigó a reyes:
"No toquéis a mis ungidos,
no hagáis mal a mis profetas."

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Cantad al Señor y meditad sus maravillas.

Salmo 104 - II:

Ant: No abandonó al justo vendido, sino que lo libró de sus calumniadores.

Llamó al hambre sobre aquella tierra:
cortando el sustento de pan;
por delante había enviado a un hombre,
a José, vendido como esclavo;

le trabaron los pies con grillos,
le metieron el cuello en la argolla,
hasta que se cumplió su predicción,
y la palabra del Señor lo acreditó.

El rey lo mandó desatar,
el Señor de pueblos le abrió la prisión,
lo nombró administrador de su casa,
señor de todas sus posesiones,
para que a su gusto instruyera a los príncipes
y enseñase sabiduría a los ancianos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: No abandonó al justo vendido, sino que lo libró de sus calumniadores.

Salmo 104 - III:

Ant: Se acordó el Señor de su palabra y sacó a su pueblo con alegría.

Entonces Israel entró en Egipto,
Jacob se hospedó en la tierra de Cam.
Dios hizo a su pueblo muy fecundo,
más poderoso que sus enemigos.

A éstos les cambió el corazón
para que odiasen a su pueblo,
y usaran malas artes con sus siervos.
Pero envió a Moisés, su siervo,
y a Aarón, su escogido,
que hicieron contra ellos sus signos,
prodigios en la tierra de Cam.

Envió la oscuridad, y oscureció,
pero ellos resistieron a sus palabras;
convirtió sus aguas en sangre,
y dio muerte a sus peces;
su tierra pululaba de ranas,
hasta en la alcoba del rey.

Ordenó que vinieran tábanos
y mosquitos por todo el territorio;
les dio en vez de lluvia granizo,
llamas de fuego por su tierra;
e hirió higueras y viñas,
tronchó los árboles del país.

Ordenó que viniera la langosta,
saltamontes innumerables,
que roían la hierba de su tierra,
y devoraron los frutos de sus campos.
Hirió de muerte a los primogénitos del país,
primicias de su virilidad.

Sacó a su pueblo cargado de oro y plata,
entre sus tribus nadie tropezaba;
los Egipcios se alegraban de su marcha,
porque los había sobrecogido el terror.

Tendió una nube que los cubriese,
y un fuego que los alumbrase de noche.
Lo pidieron, y envió codornices,
los sació con pan del cielo;
hendió la peña, y brotaron las aguas,
que corrieron en ríos por el desierto.

Porque se acordaba de la palabra sagrada,
que había dado a su siervo Abrahán,
sacó a su pueblo con alegría,
a sus escogidos con gritos de triunfo.

Les asignó las tierras de los gentiles,
y poseyeron las haciendas de las naciones:
para que guarden sus decretos,
y cumplan su ley.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Se acordó el Señor de su palabra y sacó a su pueblo con alegría.

V/. El que realiza la verdad se acerca a la luz.

R/. Para que se vean sus obras.

Lectura

V/. El que realiza la verdad se acerca a la luz.

R/. Para que se vean sus obras.

Salida de los hebreos.
Leyes concernientes a la Pascua y a los primogénitos


Ex 12,37-49; 13,11-16

En aquellos días, los israelitas marcharon de Ramsés hacia Sucot: eran seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños; y les seguía una multitud inmensa, con ovejas y vacas y enorme cantidad de ganado. Cocieron la masa que habían sacado de Egipto, haciendo hogazas de pan ázimo, pues no había fermentado, porque los egipcios los echaban y no los dejaban detenerse; y tampoco se llevaron provisiones.

La estancia de los israelitas en Egipto duró cuatrocientos treinta años. Cumplidos los cuatrocientos treinta años, el mismo día, salieron de Egipto las legiones del Señor. Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto: noche de vela para los israelitas por todas las generaciones.

El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

«Éste es el rito de la Pascua: Ningún extranjero la comerá. Los esclavos que te hayas comprado, circuncídalos, y sólo entonces podrán comerla. Ni el criado ni el jornalero la comerán. La Pascua se ha de comer en una sola casa: no sacarás fuera nada de la carne y no le romperéis ningún hueso. La comunidad entera de Israel la celebrará. Y, si algún forastero que vive contigo quiere celebrar la Pascua del Señor, hará circuncidar a todos los varones de su casa, y sólo entonces podrá tomar parte en ella: será como un indígena. Pero ningún incircunciso la comerá. La misma ley vale para el indígena y para el forastero que vive con vosotros.»

Y Moisés dijo al pueblo:

«Cuando el Señor te introduzca en la tierra de los cananeos, como juró a ti y a tus padres, y te la haya entregado, dedicarás al Señor todos los primogénitos: El primer parto de tus animales, si es macho, pertenece al Señor. La primera cría de asno la rescatarás con un cordero; si no la rescatas, la desnucarás. Pero los primogénitos de los hombres los rescatarás siempre.

Y cuando mañana tu hijo te pregunte: "¿Qué significa esto?" Le responderás: "Con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto, de la esclavitud. El Faraón se había obstinado en no dejarnos salir; entonces el Señor dio muerte a todos los primogénitos de Egipto, lo mismo de hombres que de animales. Por eso yo sacrifico al Señor todo primogénito macho de los animales. Pero los primogénitos de los hombres los rescato."

Será para ti como señal sobre el brazo y signo en la frente de que con mano fuerte te sacó el Señor de Egipto.»

R/. Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor.»


V/. Ofrecieron por él al Señor un par de tórtolas o dos pichones.

R/. De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor.»

L. Patrística

Las preguntas más radicales del género humano.
Vaticano II

Gaudium et Spes 9-10

El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado y que pueden aplastarlo o salvarlo. Por ello se interroga a sí mismo.

En realidad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde su raíces en el corazón humano.

Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior.

Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como débil y pecador, no es raro que haga lo que no quiere y deje de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad.

Son muchísimos lo que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Muchos piensan hallar su descanso en una interpretación de la realidad, propuesta de múltiples maneras.

Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos.

Y no faltan, por otra parte, quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la audacia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo.

Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima vocación, y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que haya de encontrar la salvación.

Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se hallan en su Señor y Maestro.

Afirma, además, la Iglesia, que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre.

R/. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado. Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.


V/. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan.

R/. Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.

Invirtió su tesoro según el mandato del Altísimo
De la Vida de san Casimiro, escrita por un autor casi contemporáneo

(Cap 2-3: Acta Sanctorum Martii I, 347-348)

La sorprendente, sincera y no engañosa caridad de Casimiro, por la que amaba ardientemente al Dios todopoderoso en el Espíritu, impregnaba de tal forma su corazón, que brotaba espontáneamente hacia su prójimo. No había cosa más agradable y más deseable para él que repartir sus bienes y entregarse a sí mismo a los pobres de Cristo, a los peregrinos, enfermos, cautivos y atribulados.

Para las viudas y huérfanos y necesitados era no solamente un defensor y un protector, sino que se portaba con ellos como si fuera su padre, su hijo o su hermano.

Tendríamos que escribir una larga historia si hubiésemos de contar uno por uno sus actos de amor a Dios y sus obras de caridad con el prójimo.

Es poco menos que imposible describir su gran amor por la justicia, su templanza, su prudencia, su fortaleza y constancia, precisamente en esa edad en la que los hombres suelen sentir mayor inclinación al mal.

A cada paso exhortaba a su padre, el rey, a respetar la justicia en el gobierno de la nación y en el de los pueblos que le estaban sometidos. Y, si alguna vez el rey por debilidad o negligencia incurría en algún error, no dudaba en reprochárselo con modestia.

Tomaba como suyas las causas de los pobres y miserables, por lo que la gente le llamaba «defensor de los pobres». A pesar de su dignidad de príncipe y de su nobleza de sangre, no tenía dificultad en tratar con cualquier persona por humilde y despreciable que pareciera.

Siempre fue su deseo ser contado más bien entre los pobres de espíritu, de quienes es el reino de los cielos, que entre los personajes famosos y poderosos de este mundo. No tuvo ambición del dominio terreno ni quiso nunca recibir la corona que el padre le ofrecía, por temor de que su alma se viera herida por el aguijón de las riquezas, que nuestro Señor Jesucristo llamó espinas, o sufriera el contagio de las cosas terrenas.

Personas de gran autoridad, algunas de las cuales viven aún y que conocían hasta el fondo su comportamiento, aseguran que permaneció virgen hasta el fin de sus días.

San Casimiro, conmemoración

Dt 26,16-19: El Señor eligió a su Pueblo. Este deberá guardar todos los preceptos del Señor y será el pueblo santo.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

-«Hoy te manda el Señor, tu Dios, que cumplas estos mandatos y decretos. Guárdalos y cúmplelos con todo el corazón y con toda el alma. Hoy te has comprometido a aceptar lo que el Señor te propone: Que él será tu Dios, que tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos, preceptos y decretos, y escucharás su voz. Hoy se compromete el Señor a aceptar lo que tú le propones. Que serás su propio pueblo, como te prometió, que guardarás todos sus preceptos, que él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y que serás el pueblo santo del Señor, como ha dicho.»

Sal 118,1-2.4-5.7-8: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor. Quiero guardar tus leyes exactamente, tú no me abandones.

Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón.

Tú promulgas tus decretos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus consignas.

Te alabaré con sincero corazón
cuando aprenda tus justos mandamientos.
Quiero guardar tus leyes exactamente,
tú, no me abandones.

Mt 5,43-48: ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.

Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

San Casimiro, conmemoración

Dt 26,16-19: El Señor eligió a su Pueblo. Este deberá guardar todos los preceptos del Señor y será el pueblo santo.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

-«Hoy te manda el Señor, tu Dios, que cumplas estos mandatos y decretos. Guárdalos y cúmplelos con todo el corazón y con toda el alma. Hoy te has comprometido a aceptar lo que el Señor te propone: Que él será tu Dios, que tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos, preceptos y decretos, y escucharás su voz. Hoy se compromete el Señor a aceptar lo que tú le propones. Que serás su propio pueblo, como te prometió, que guardarás todos sus preceptos, que él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y que serás el pueblo santo del Señor, como ha dicho.»

Sal 118,1-2.4-5.7-8: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor. Quiero guardar tus leyes exactamente, tú no me abandones.

Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón.

Tú promulgas tus decretos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus consignas.

Te alabaré con sincero corazón
cuando aprenda tus justos mandamientos.
Quiero guardar tus leyes exactamente,
tú, no me abandones.

Mt 5,43-48: ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.

Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.



Cuaresma. 1ª semana. Sábado

LLAMADOS A LA SANTIDAD


— El Señor llama a todos a la santidad, sin distinción de profesión, de edad, condición social, etcétera, en el lugar que cada uno ocupa en la sociedad.

— «Santificar el propio trabajo», «santificarse en el trabajo», «santificar a los demás con el trabajo». Necesidad de personas santas para transformar la sociedad.

— Santidad y apostolado en medio del mundo. Ejemplo de los primeros cristianos.

I. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto1. Así termina el Evangelio de la Misa de hoy. De muchas maneras nos está recordando la Iglesia, en estos cuarenta días de preparación para la Pascua, que el Señor espera mucho más de nosotros: un empeño serio por la santidad.

Sed perfectos... Y el Señor no solo se dirige a los Apóstoles sino a todos los que quieran ser de verdad discípulos suyos. Se dice expresamente que cuando terminó Jesús estos discursos, las multitudes quedaron admiradas de su doctrina2. Esta gran cantidad de gente que le escucha estaría formada por madres de familia, pescadores, artesanos, doctores de la ley, jóvenes... Todos le entienden y quedan admirados, porque a todos se dirige el Señor. Para todos, cada uno según sus propias circunstancias, tiene el Señor grandes exigencias. El Maestro llama a la santidad sin distinción de edad, profesión, raza o condición social. No hay seguidores de Cristo sin vocación cristiana, sin una llamada personal a la santidad. Dios nos escogió para ser santos y sin mancha en su presencia3, repetirá San Pablo a los primeros cristianos de Éfeso; y para conseguir esta meta es necesario un esfuerzo que se prolonga a lo largo de nuestros días aquí en la tierra: el justo justifíquese todavía más y el santo más y más se santifique4.

Esta doctrina del llamamiento universal a la santidad, es, desde 1928, por inspiración divina, uno de los puntos centrales de la predicación de San Josemaría Escrivá, que ha vuelto a recordar en nuestro tiempo –de todas las maneras posibles– que el cristiano, por su Bautismo, está llamado a la plenitud de la vida cristiana, a la santidad.

El Concilio Vaticano II ha declarado para toda la Iglesia esta vieja doctrina evangélica: el cristiano es llamado a la santidad, desde el lugar que ocupa en la sociedad. «Todos los fieles, cualesquiera que sean su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección de la santidad, por la que el mismo Padre es perfecto»5Todos y cada uno de los fieles.

Llama el Señor a todos los cristianos que están en medio del mundo en plena ocupación profesional, para que allí le encuentren, realizando aquella tarea con perfección humana y, a la vez, con sentido sobrenatural: ofreciéndola a Dios, viviendo la caridad con las personas que tratan, la mortificación, la presencia de Dios...

Hoy podemos preguntarnos en nuestra oración con el Señor si le damos gracias frecuentemente por esta llamada a seguirle de cerca, si estamos correspondiendo a las gracias recibidas mediante una lucha ascética clara y vibrante por adquirir las virtudes, si estamos vigilantes para rechazar todo aburguesamiento, que mata los deseos de santidad y deja el alma sumida en la mediocridad espiritual y en la tibieza. No basta con querer ser buenos; hay que esforzarse decididamente en ser santos.

II. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto. La santidad, amor creciente a Dios y a los demás por Dios, podemos y debemos adquirirla en las cosas de todos los días, que se repiten muchas veces, con aparente monotonía. «Para amar a Dios y servirle, no es necesario hacer cosas raras. A todos los hombres sin excepción, Cristo les pide que sean perfectos como su Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo, y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas»6.

Para que el trabajo, cualquier tarea recta, pueda convertirse en medio de santidad es necesario que esté humanamente bien hecho, ya que no podemos ofrecer a Dios nada defectuoso, pues no sería digno de Él7. El trabajo bien realizado supone tanto el cuidado de los pequeños deberes que toda profesión lleva consigo como el cumplimiento fidelísimo de la virtud de la justicia con otras personas y con la sociedad, el rectificar con prontitud si se ha cometido algún error con quienes o para quienes trabajamos, el afán constante por mejorar profesionalmente en nuestro quehacer. Esto vale igualmente para el empresario, para el obrero, o el estudiante. Para el médico o para la madre de familia que ha de dedicarse al cuidado de la casa sacando adelante los quehaceres corrientes del hogar.

Santificarnos en el trabajo nos llevará a convertirlo en ocasión y lugar de trato con Dios. Para esto, podemos ofrecer el trabajo al comenzarlo, y luego renovar ese ofrecimiento con frecuencia, aprovechando cualquier circunstancia. A lo largo de su realización se presentarán muchos momentos para ofrecer pequeñas mortificaciones que enriquecen la vida interior y el mismo trabajo que estamos haciendo; también, para el ejercicio de las virtudes humanas (la laboriosidad, la reciedumbre, la alegría...), y de las sobrenaturales (la fe, la esperanza, la caridad, la prudencia...).

El trabajo puede y debe ser el medio para dar a conocer a Cristo a muchas personas. Hay profesiones que tienen una repercusión inmediata en la vida social: la enseñanza, las que se relacionan con los medios de información, el ejercicio de las funciones públicas de un país... Pero no existen tareas que nada tengan que ver con la doctrina de Jesucristo. Aun en problemas muy técnicos de una empresa o en la manera como una madre de familia lleva su hogar, se darán soluciones distintas, en ocasiones radicalmente distintas, según se tenga una visión pagana o cristiana de la vida. Quien no tiene fe siempre tendrá una visión incompleta del mundo, y el modo de comportarse cristiano chocará a veces con la moda del momento, con los usos corrientes entre colegas de una misma profesión. Son circunstancias especialmente propicias para dar a conocer a Cristo, siendo ejemplares en la manera cristiana de actuar, llena de naturalidad y de firmeza.

El mundo está necesitado de Dios, más cuanto con mayor frecuencia repite que no tiene necesidad de Él. Los cristianos, esforzándonos en seguir a Cristo seriamente, lo daremos a conocer. «Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos.

»—Dios quiere un puñado de hombres “suyos” en cada actividad humana. —Después... “pax Christi in regno Christi” —la paz de Cristo en el reino de Cristo»8.

Santificar el trabajo. Santificarse en el trabajo. Santificar con el trabajo.

III. Los primeros cristianos vencieron muchos obstáculos con su empeño y con su amor a Cristo, y nos señalaron el camino: su firmeza en la doctrina del Señor pudo más que la atmósfera materialista, y frecuentemente hostil, que los circundaba. Metidos en la entraña misma de aquella sociedad, no buscaron en el aislamiento el remedio a un posible contagio y su propia supervivencia. Estaban plenamente convencidos de ser levadura de Dios, y su callada pero eficaz acción acabó por transformar aquella masa informe. «Supieron, sobre todo, estar serenamente presentes en el mundo, no despreciar sus valores ni desdeñar las realidades terrenas. Y esta presencia –“ya llenamos el mundo y todas vuestras cosas”, proclamaba Tertuliano–, presencia extendida a todos los ambientes, interesada por todas las realidades honestas y valiosas, llegó a penetrarlas de un espíritu nuevo»9.

El cristiano, con la ayuda de Dios, procurará hacer noble y valioso lo vulgar y corriente, convertir cuanto toque, no ya en oro, como en la leyenda del rey Midas, sino en gracia y en gloria. La Iglesia nos recuerda la tarea urgente de estar presentes en medio del mundo, para reconducir a Dios todas las realidades terrenas. Esto solo será posible si nos mantenemos unidos a Cristo mediante la oración y los sacramentos. Como el sarmiento está unido a la vid10, así debemos estar nosotros cada día unidos al Señor.

«Se necesitan heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande santos para evangelizar el mundo de hoy»11. Y esta misma idea la expresaba el Sínodo Extraordinario de Obispos haciendo un balance global de la situación de la Iglesia: «Hoy día necesitamos fuertemente pedir a Dios, con asiduidad, santos»12.

El cristiano ha de ser «otro Cristo». Esta es la gran fuerza del testimonio cristiano. Y de Jesús se dijo, a modo de resumen de toda su vida, que pasó por la tierra haciendo el bien13, y eso debería decirse de cada uno de nosotros, si de verdad procuramos imitarle. «El divino Maestro y Modelo de toda perfección, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, en cualquier circunstancia que viviere, la santidad de vida, de la cual Él es autor y consumador: Sed, pues, perfectos (...). Es completamente claro que todos los fieles de cualquier estado o condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aun en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir».


R/. Invierte tu tesoro según el mandato del Altísimo, y te producirá más que el oro.


V/. Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza.

R/. Y te producirá más que el oro.

Oremos:

Dios, Padre eterno, vuelve hacia ti nuestros corazones, para que, consagrados a tu servicio, no busquemos sino a ti, lo único necesario, y nos entreguemos a la práctica de las obras de misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén

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