Custodia

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Saludo

Bendición

martes, 7 de marzo de 2023

Oficio, lecturas, reflexión y laudes +

 


Santas Perpetua y Felicidad, mártires, conmemoración


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

 
Himno

Éste es el día del Señor.
Éste es el tiempo de la misericordia.

Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de las gentes
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos:
La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo.

o bien:

En tierra extraña peregrinos
con esperanza caminamos,
que, si arduos son nuestros caminos,
sabemos bien a dónde vamos.

En el desierto un alto hacemos,
es el Señor quien nos convida,
aquí comemos y bebemos
el pan y el vino de la Vida.

Para el camino se nos queda
entre las manos, guiadora,
la cruz, bordón, que es la vereda
y es la bandera triunfadora.

Entre el dolor y la alegría,
con Cristo avanza en su andadura
un hombre, un pobre que confía
y busca la ciudad futura. Amén.

Salmo 36 - I: La verdadera y la falsa felicidad

Ant: Encomienda tu camino al Señor, y Él actuará.

No te exasperes por los malvados,
no envidies a los que obran el mal:
se secarán pronto, como la hierba,
como el césped verde se agostarán.

Confía en el Señor y haz el bien,
habita tu tierra y practica la lealtad;
sea el Señor tu delicia,
y Él te dará lo que pide tu corazón.

Encomienda tu camino al Señor,
confía en Él, y Él actuará:
hará tu justicia como el amanecer,
tu derecho como el mediodía.

Descansa en el Señor y espera en Él,
no te exasperes por el hombre que triunfa
empleando la intriga:

Cohíbe la ira, reprime el coraje,
no te exasperes, no sea que obres mal;
porque los que obran mal son excluidos,
pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra.

Aguarda un momento: desapareció el malvado,
fíjate en su sitio: ya no está;
en cambio, los sufridos poseen la tierra
y disfrutan de paz abundante.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Encomienda tu camino al Señor, y Él actuará.

Salmo 36 - II:

Ant: Apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia.

El malvado intriga contra el justo,
rechina sus dientes contra él;
pero el Señor se ríe de él,
porque ve que le llega su hora.

Los malvados desenvainan la espada,
asestan el arco,
para abatir a pobres y humildes,
para asesinar a los honrados;
pero su espada les atravesará el corazón,
sus arcos se romperán.

Mejor es ser honrado con poco
que ser malvado en la opulencia;
pues al malvado se le romperán los brazos,
pero al honrado lo sostiene el Señor.

El Señor vela por los días de los buenos,
y su herencia durará siempre;
no se agotarán en tiempo de sequía,
en tiempo de hambres se saciarán;

pero los malvados perecerán,
los enemigos del Señor
se marchitarán como la belleza de un prado,
en humo se disiparán.

El malvado pide prestado y no devuelve,
el justo se compadece y perdona.
Los que el Señor bendice poseen la tierra,
los que él maldice son excluidos.

El Señor asegura los pasos del hombre,
se complace en sus caminos;
si tropieza, no caerá,
porque el Señor lo tiene de la mano.

Fui joven, ya soy viejo:
nunca he visto a un justo abandonado,
ni a su linaje mendigando el pan.
A diario se compadece y da prestado;
bendita será su descendencia.

Apártate del mal y haz el bien,
y siempre tendrás una casa;
porque el Señor ama la justicia
y no abandona a sus fieles.

Los inicuos son exterminados,
la estirpe de los malvados se extinguirá;
pero los justos poseen la tierra,
la habitarán por siempre jamás.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia.

Salmo 36 - III:

Ant: Confía en el Señor y sigue su camino.

La boca del justo expone la sabiduría,
su lengua explica el derecho;
porque lleva en el corazón la ley de su Dios,
y sus pasos no vacilan.

El malvado espía al justo
e intenta darle muerte;
pero el Señor no lo entrega en sus manos,
no deja que lo condenen en el juicio.

Confía en el Señor, sigue su camino;
él te levantará a poseer la tierra,
y verás la expulsión de los malvados.

Vi a un malvado que se jactaba,
que prosperaba como un cedro frondoso;
volví a pasar, y ya no estaba;
lo busqué, y no lo encontré.

Observa al honrado, fíjate en el bueno:
su porvenir es la paz;
los impíos serán totalmente aniquilados,
el porvenir de los malvados quedará truncado.

El Señor es quien salva a los justos,
él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra,
los libra de los malvados y los salva
porque se acogen a él.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Confía en el Señor y sigue su camino.

V/. Ahora es tiempo favorable.

R/. Ahora es día de salvación.

Lectura

V/. Ahora es tiempo favorable.

R/. Ahora es día de salvación.

La lluvia de maná en el desierto


Ex 16,1-18.35

Toda la comunidad de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin, entre Elim y Sinaí, el día quince del segundo mes después de salir de Egipto.

La comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:

«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad.»

El Señor dijo a Moisés:

«Yo os haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no. El sexto día prepararán lo que hayan recogido, y será el doble de lo que recogen a diario.»

Moisés y Aarón dijeron a los israelitas:

«Esta tarde sabréis que es el Señor quien os ha sacado de Egipto, y mañana veréis la gloria del Señor. He oído vuestras protestas contra el Señor; ¿nosotros qué somos para que murmuréis de nosotros? Esta tarde os dará a comer carne y mañana os saciará de pan; os ha oído murmurar de Él; ¿nosotros qué somos? No habéis murmurado de nosotros, sino del Señor.»

Moisés dijo a Aarón:

«Di a la comunidad de los israelitas: "Acercaos al Señor, que ha escuchado vuestras murmuraciones."»

Mientras Aarón hablaba a la asamblea, ellos se volvieron hacia el desierto y vieron la gloria del Señor que aparecía en una nube. El Señor dijo a Moisés:

«He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: "Hacia el crepúsculo comeréis carne, por la mañana os saciaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios."»

Por la tarde, una bandada de codornices cubrió todo el campamento; por la mañana, había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, parecido a la escarcha. Al verlo, los israelitas se dijeron:

«¿Qué es esto?»

Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo:

«Es el pan que el Señor os da de comer. Éstas son las órdenes del Señor: que cada uno recoja lo que pueda comer: un celemín por cabeza para todas las personas que vivan en una tienda.»

Así lo hicieron los israelitas: unos recogieron más, otros menos. Y, al medirlo en el celemín, no sobraba al que había recogido más, ni faltaba al que había recogido menos: había recogido cada uno lo que podía comer.

Los israelitas comieron maná durante cuarenta años hasta que llegaron a tierra habitada; comieron maná hasta atravesar la frontera de Canaán.

R/. A tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles, proporcionándole, desde el cielo, pan a punto, de mil sabores, a gusto de todos.


V/. No fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo.

R/. De mil sabores, a gusto de todos.

L. Patrística

La pasión de todo el cuerpo de Cristo
San Agustín

Salmo 140,4-6

Señor, te he llamado, ven deprisa. Esto lo podemos decir todos. No lo digo yo sólo, lo dice el Cristo total. Pero se refiere sobre todo a su cuerpo personal; ya que, cuando se encontraba aquí, oró con su ser de carne, oró al Padre con su cuerpo, y mientras oraba, las gotas de sangre destilaban de todo su cuerpo. Así está escrito en el Evangelio: Jesús oraba con más insistencia, y sudaba como gotas de sangre. ¿Qué quiere decir el flujo de sangre de todo su cuerpo, sino la pasión de los mártires de toda la Iglesia?

Señor, te he llamado, ven deprisa; escucha mi voz cuando te llamo. Pensabas que ya estaba resuelta la cuestión de la plegaria con decir: Te he llamado. Has llamado, pero no te quedes ya tranquilo. Si se acaba la tribulación, se acaba la llamada; pero si en cambio la tribulación de la Iglesia y del cuerpo de Cristo continúan hasta el fin de los tiempos, no sólo has de decir: Te he llamadoven deprisa, sino también: escucha mi voz cuando te llamo

Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Cualquier cristiano sabe que esto suele referirse a la misma cabeza. Pues, cuando ya el día declinaba hacia su atardecer, el Señor entregó sobre la cruz el alma que había de recobrar, porque no la perdió en contra de su voluntad. Pero también nosotros estábamos representados allí. Pues lo que de él colgó en la cruz era lo que había recibido de nosotros. Si no, ¿cómo es posible que, en un momento dado, Dios Padre aleje de sí y abandone a su único Hijo, que efectivamente no es sino un solo Dios con él? Y no obstante, al clavar nuestra debilidad en la cruz, donde, como dice el Apóstol, nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, exclamó con la voz de aquel mismo hombre nuestro: Dios mío, Dios mío; ¿por qué me has abandonado?

Por tanto, la ofrenda de la tarde fue la pasión del Señor, la cruz del Señor, la oblación de la víctima saludable, el holocausto acepto a Dios. Aquel sacrificio de la tarde realizó la ofrenda matutina de la resurrección. La oración brota pues pura y directa del corazón creyente, como se eleva desde el ara santa el incienso. No hay nada más agradable que el aroma del Señor: que todos los creyentes huelan así.

Así, pues, nuestro hombre viejo, son palabras del Apóstol, ha sido crucificado con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores, y nosotros libres de la esclavitud del pecado.

R/. Estoy crucificado con Cristo: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Que me amó hasta entregarse por mí.


V/. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios.

R/. Que me amó hasta entregarse por mí.

Llamados y elegidos para gloria del Señor
De la Historia del martirio de los santos mártires cartagineses

(Caps. 18. 20-21, edición van Beek, Nigema 1936, pp 42. 46-52)

Brilló por fin el día de la victoria de los mártires y marchaban de la cárcel al anfiteatro, como si fueran al cielo, con el rostro resplandeciente de alegría, y sobrecogidos no por el temor, sino por el gozo.

La primera en ser lanzada en alto fue Perpetua y cayó de espaldas. Se levantó, y como viera a Felicidad tendida en el suelo, se acercó, le dio la mano y la levantó. Ambas juntas se mantuvieron de pie y, doblegada la crueldad del pueblo, fueron llevadas a la puerta llamada Sanavivaria. Allí Perpetua fue recibida por un tal Rústico, que por entonces era catecúmeno, y que la acompañaba. Ella, como si despertara de un sueño (tan fuera de sí había estado su espíritu), comenzó a mirar alrededor suyo y, asombrando a todos dijo:

«¿Cuándo nos arrojarán esa vaca, no sé cual?»

Como le dijeran que ya se la habían arrojado, no quiso creerlo hasta que comprobó en su cuerpo y en su vestido las marcas de la embestida. Después, haciendo venir a su hermano, también catecúmeno, dijo:

«Permaneced firmes en la fe, amaos los unos a los otros y no os escandalicéis de nuestros padecimientos.»

Del mismo modo Saturo, junto a la otra puerta, exhortaba al soldado Pudente, diciéndole:

«En resumen, como presentía y predije, hasta ahora no he sentido ninguna de las bestias. Ahora créeme de todo corazón: cuando salga de nuevo, seré abatido por una única dentellada de leopardo.»

Cuando el espectáculo se acercaba a su fin, fue arrojado un leopardo y de una dentellada quedó tan cubierto de sangre, que el pueblo, cuando el leopardo intentaba morderle de nuevo, como dando testimonio de aquel segundo bautismo, gritaba:

«Salvo, el que está lavado; salvo, el que está lavado.»

Y ciertamente estaba salvado por haber sido lavado de esta forma.

Entonces Saturo dijo al soldado Pudente:

«Adiós, y acuérdate de la fe y de mí; que estos padecimientos no te turben, sino que te confirmen.»

Luego le pidió un anillo que llevaba al dedo y, empapándolo en su sangre, se lo entregó como si fuera su herencia, dejándoselo como prenda y recuerdo de su sangre. Después, exánime, cayó en tierra, donde se encontraban todos los demás que iban a ser degollados en el lugar acostumbrado.

Pero el pueblo exigió que fueran llevados al centro del anfiteatro para ayudar, con sus ojos homicidas, a la espada que iba a atravesar sus cuerpos. Ellos se levantaron y se colocaron allí donde el pueblo quería, y se besaron unos a otros para sellar el martirio con el rito solemne de la paz.

Todos, inmóviles y en silencio, recibieron el golpe de la espada; especialmente Saturo, que había subido el primero, pues ayudaba a Perpetua, fue el primero en entregar su espíritu.

Perpetua dio un salto al recibir el golpe de la espalda entre los huesos, sin duda para que sufriera algún dolor. Y ella misma trajo la mano titubeante del gladiador inexperto hasta su misma garganta. Quizás una mujer de este temple, que era temida por el mismo espíritu inmundo, no hubiera podido ser muerta de otra forma, si ella misma no lo hubiese querido.

¡Oh valerosos y felices mártires! ¡Oh, vosotros, que de verdad habéis sido llamados y elegidos para gloria de nuestro Señor Jesucristo.

Santas Perpetua y Felicidad, mártires, conmemoración

Is 1,10.16-20: Aprended a obrar bien, buscad el derecho.

Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra:

«Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid y litigaremos -dice el Señor-.

Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana.

Si sabéis obedecer, lo sabroso de la tierra comeréis; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el Señor.»

Sal 49,8-9.16b-17.21ab.23: Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.

«No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños.

¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?

Esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.»

Mt 23,1-12: No hacen lo que dicen.

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo:

-En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.

Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente:

alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto;

les gustan los primeros puestos en los banquetes

y los asientos de honor en las sinagogas;

que les hagan reverencias por la calle

y que la gente los llame «maestro».

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos.

Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.

No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo.

El primero entre vosotros será vuestro servidor.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.



Cuaresma. 2ª semana. Martes

HUMILDAD Y ESPÍRITU DE SERVICIO


— Sin humildad no es posible servir a los demás, y podemos hacer desgraciados a quienes nos rodean.

— Imitar el servicio de Jesús, ejemplo supremo de humildad y de entrega a los demás.

— De modo particular hemos de servir a aquellos que el Señor ha puesto junto a nosotros. Aprender de la Virgen.

I. En el Evangelio de la Misa de hoy plantea el Señor, con toda su cruda realidad, cómo los escribas y fariseos se habían sentado en la cátedra de Moisés y, preocupados solo de sí mismos, habían abandonado a quienes se les había encomendado, a las gentes sencillas que andaban maltratadas y abatidas como ovejas sin pastor1. Ellos andan preocupados de los primeros puestos en los banquetes, de sus filacterias y franjas, de ser saludados en las plazas, de ser llamados maestros2. Habían sido constituidos sal y luz para el pueblo de Israel, y dejaron al pueblo sin la sal y sin la luz. También ellos mismos se han quedado a oscuras. Cambiaron la gloria de Dios por su propia gloria: Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. La soberbia personal y la búsqueda de la vanagloria les habían hecho perder la humildad y el espíritu de servicio que caracteriza a quienes desean seguir al Señor.

Cristo advierte a sus discípulos: Vosotros, en cambio, no queráis que os llamen maestros: ... el mayor entre vosotros sea vuestro servidor3. Y Él mismo nos señaló repetidamente el camino: Porque ¿quién es el mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Sin embargo, yo estoy en medio de vosotros como quien sirve4.

Sin humildad y espíritu de servicio no hay eficacia, no es posible vivir la caridad. Sin humildad no hay santidad, pues Jesús no quiere a su servicio amigos engreídos: «los instrumentos de Dios son siempre los humildes»5.

En el apostolado y en los pequeños servicios que prestamos a los demás no hay motivo de complacencia ni de altanería, ya que es el Señor quien hace verdaderamente las cosas. Cuando servimos, nuestra capacidad no guarda relación con los frutos sobrenaturales que buscamos. Sin la gracia, de nada servirían los mayores esfuerzos: nadie, si no es por el Espíritu Santo, puede decir Señor Jesús6. La gracia es lo único que puede potenciar nuestros talentos humanos para realizar obras que están por encima de nuestras posibilidades. Y Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes7.

Cuando luchamos por alcanzar esta virtud somos eficaces y fuertes. «La humildad nos empujará a que llevemos a cabo grandes labores; pero a condición de que no perdamos de vista la conciencia de nuestra poquedad, con un convencimiento de nuestra pobre indigencia que crezca cada día»8.

Debemos estar vigilantes, porque la peor ambición es la de buscar la propia excelencia, como hicieron los escribas y los fariseos; la de buscarnos a nosotros mismos en las cosas que hacemos o proyectamos. «Arremete (la soberbia) por todos los flancos y su vencedor la encuentra en todo cuanto le circunda»9.

Si no somos humildes podemos hacer desgraciados a quienes nos rodean, porque la soberbia lo inficiona todo. Donde hay un soberbio, todo acaba maltratado: la familia, los amigos, el lugar donde trabaja... Exigirá un trato especial porque se cree distinto, habrá que evitar con cuidado herir su susceptibilidad... Su actitud dogmática en las conversaciones, sus intervenciones irónicas –no le importa dejar en mal lugar a los demás por quedar él bien–, la tendencia a poner punto final a las conversaciones que surgieron con naturalidad, etcétera, son manifestaciones de algo más profundo: un gran egoísmo que se apodera de la persona cuando ha puesto el horizonte de la vida en sí misma.

Estos momentos de oración pueden servirnos para examinar, en la presencia del Señor, cómo es nuestro trato con los demás y si está lleno de espíritu de servicio.

II. Jesús es el ejemplo supremo de humildad y de entrega a los demás. Nadie tuvo jamás dignidad comparable a la de Él, nadie sirvió con tanta solicitud a los hombres: yo estoy en medio de vosotros como quien sirve. Sigue siendo esa su actitud hacia cada uno de nosotros. Dispuesto a servirnos, a ayudarnos, a levantarnos de las caídas. ¿Servimos nosotros a los demás, en la familia, en el trabajo, en esos favores anónimos que quizá jamás van a ser agradecidos? El Señor, por boca del profeta Isaías, nos dice hoy en la primera lectura de la Misa10Discite benefacere: Aprended a hacer el bien... Y solo aprenderemos si nos fijamos en Jesús, nuestro Modelo, si meditamos frecuentemente su ejemplo constante y sus enseñanzas.

Ejemplo os he dado –dice el Señor después de lavarles los pies a sus discípulos– para que como yo he hecho con vosotros, así hagáis vosotros11. Nos deja una suprema lección para que entendamos que si no somos humildes, si no estamos dispuestos a servir, no podemos seguir al Maestro.

El Señor nos invita a seguirle y a imitarle, y nos deja una regla sencilla, pero exacta, para vivir la caridad con humildad y espíritu de servicio: Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos12. La experiencia de lo que me agrada o me molesta, de lo que me ayuda o me hace daño, es una buena norma de aquello que debo hacer o evitar en el trato con los demás.

Todos deseamos una palabra de aliento cuando las cosas no han ido bien, y comprensión de los demás cuando, a pesar de la buena voluntad, nos hemos vuelto a equivocar; y que se fijen en lo positivo más que en los defectos; y que haya un tono de cordialidad en el lugar donde trabajamos o al llegar a casa; y que se nos exija en nuestro trabajo, pero de buenas maneras; y que nadie hable mal a nuestras espaldas; y que haya alguien que nos defienda cuando se nos critica y no estamos presentes; y que se preocupen de verdad por nosotros cuando estamos enfermos; y que se nos haga la corrección fraterna de las cosas que hacemos mal, en vez de comentarlas con otros; y que recen por nosotros y... Estas son las cosas que, con humildad y espíritu de servicio, hemos de hacer por los demás. Discite benefacere.

Si nos comportamos así, sigue diciendo el profeta Isaías, entonces: Aunque vuestros pecados fueran como la grana, quedarán blancos como la nieve. Aunque fueren rojos como la púrpura quedarán como la blanca lana13.

III. El primero entre vosotros sea vuestro servidor14, nos dice el Señor. Para eso hemos de dejar nuestro egoísmo a un lado y descubrir esas manifestaciones de la caridad que hacen felices a los demás. Si no lucháramos por olvidarnos cada vez más de nosotros mismos, pasaríamos una y otra vez al lado de quienes nos rodean y no nos daríamos cuenta de que necesitan una palabra de aliento, valorar lo que hacen, animarles a ser mejores y servirles.

El egoísmo ciega y nos cierra el horizonte de los demás; la humildad abre constantemente camino a la caridad en detalles prácticos y concretos de servicio. Este espíritu alegre, de apertura a los demás, y de disponibilidad es capaz de transformar cualquier ambiente. La caridad cala, como el agua en la grieta de la piedra, y acaba por romper la resistencia más dura. «Amor saca amor», decía Santa Teresa15, y San Juan de la Cruz aconsejaba: «Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor»16.

Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no solo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas17, manifestaba San Pablo a los cristianos de Tesalónica. Si le imitamos, tendremos frutos parecidos a los suyos.

De modo particular hemos de vivir este espíritu del Señor con los más próximos, en la propia familia: «el marido no busque únicamente sus intereses, sino también los de su mujer, y esta los de su marido; los padres busquen los intereses de sus hijos y estos a su vez busquen los intereses de sus padres. La familia es la única comunidad en la que todo hombre “es amado por sí mismo”, por lo que es y no por lo que tiene (...).

»El respeto de esta norma fundamental explica, como enseña el mismo Apóstol, que no se haga nada por espíritu de rivalidad o por vanagloria, sino con humildad, por amor. Y este amor, que se abre a los demás, hace que los miembros de la familia sean auténticos servidores de la “iglesia doméstica”, donde todos desean el bien y la felicidad a cada uno; donde todos y cada uno dan vida a ese amor con la premurosa búsqueda de tal bien y tal felicidad»18.

Si actuamos así no veremos, como en tantas ocasiones sucede, la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio19. Las faltas más pequeñas del otro se ven aumentadas, las mayores faltas propias tienden a disminuirse y a justificarse.

Por el contrario, la humildad nos hace reconocer en primer lugar los propios errores y las propias miserias. Estamos en condiciones entonces de ver con comprensión los defectos de los demás y de poder prestarles ayuda. También estamos en condiciones de quererles y aceptarlos con esas deficiencias.

La Virgen, Nuestra Señora, Esclava del Señor, nos enseñará a entender que servir a los demás es una de las formas de encontrar la alegría en esta vida y uno de los caminos más cortos para encontrar a Jesús. Para eso hemos de pedirle que nos haga verdaderamente humildes.

R/. Cristo Jesús está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la persecución?, ¿la espada?


V/. En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.

R/. ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la persecución?, ¿la espada?

Salmo 42: Deseo del templo

Ant: Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.

Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado.

Tú eres mi Dios y protector,
¿por qué me rechazas?,
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
"Salud de mi rostro, Dios mío."

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.

Isaías 38,10-14;17-20: Angustias de un moribundo y alegría de la curación

Ant: Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida.

Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años.»

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.

Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama.»

Día y noche me estás acabando,
sollozo hasta el amanecer.
Me quiebras los huesos como un león,
día y noche me estás acabando.

Estoy piando como una golondrina,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.

El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.

Los vivos, los vivos son quienes te alaban:
como yo ahora.
El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días en la casa del Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida.

Salmo 64: Solemne acción de gracias

Ant: ¡Oh Dios!, tu mereces un himno en Sión.

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,
y a ti se te cumplen los votos,
porque tú escuchas las súplicas.

A ti acude todo mortal
a causa de sus culpas;
nuestros delitos nos abruman,
pero tú los perdonas.

Dichoso el que tú eliges y acercas
para que viva en tus atrios:
que nos saciemos de los bienes de tu casa,
de los dones sagrados de tu templo.

Con portentos de justicia nos respondes,
Dios, salvador nuestro;
tú, esperanza del confín de la tierra
y del océano remoto;

Tú que afianzas los montes con tu fuerza,
ceñido de poder;
tú que reprimes el estruendo del mar,
el estruendo de las olas
y el tumulto de los pueblos.

Los habitantes del extremo del orbe
se sobrecogen ante tus signos,
y las puertas de la aurora y del ocaso
las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua,
preparas los trigales;

riegas los surcos,
igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes;
coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;

rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría;
las praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses,
que aclaman y cantan.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: ¡Oh Dios!, tu mereces un himno en Sión.

Lectura

Jl 2,12-13

Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas.

V/. Él me librará de la red del cazador

R/. Él me librará de la red del cazador

V/. Me cubrirá con sus plumas

R/. De la red del cazador

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Él me librará de la red del cazador

Cántico Ev.

Ant: Uno solo es vuestro maestro, el del cielo, Cristo el Señor.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Uno solo es vuestro maestro, el del cielo, Cristo el Señor.

Preces

Demos gracias a Dios, nuestro Padre, que nos dio a su Hijo unigénito, Palabra hecha carne para que vivamos de ella, e invoquémosle diciendo:

Que la palabra de Cristo habite en nosotros con toda su riqueza

- Concédenos escuchar con más frecuencia tu palabra en este tiempo cuaresmal,
para que, en la gran solemnidad que se avecina, nos unamos con mayor fervor a Cristo, nuestra Pascua.


- Que tu Espíritu Santo nos asista,
para que seamos testigos de tu verdad y de tu bondad ante los vacilantes y equivocados.


- Concédenos vivir más profundamente el misterio de Cristo,
para que podamos dar testimonio de él con más fuerza y claridad.


- En este tiempo de penitencia, Señor, renueva y purifica a tu Iglesia,
para que se manifieste con más claridad como signo de salvación.

Porque deseamos que la luz de Cristo alumbre a todos los hombres, pidamos al Padre que su reino llegue a nosotros:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Señor, vela con amor continuo sobre tu Iglesia, y pues sin tu ayuda no puede sostenerse lo que se cimienta en la debilidad humana, protege a tu Iglesia en el peligro y mantenla en el camino de la salvación.

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