Custodia

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Saludo

Bendición

viernes, 19 de enero de 2024

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


Viernes, II semana del Tiempo Ordinario, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: El Señor es bueno, bendecid su nombre.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor es bueno, bendecid su nombre.

 
Himno

Por el dolor creyente que brota del pecado;
por haberte querido de todo corazón;
por haberte, Dios mío, tantas veces negado,
tantas veces pedido, de rodillas, perdón.

Por haberte perdido, por haberte encontrado.
Porque es como un desierto nevado mi oración;
porque es como la hiedra sobre un árbol cortado
el recuerdo que brota cargado de ilusión.

Porque es como la hiedra, déjame que te abrace,
primero amargamente, lleno de flor después,
y que a mi viejo tronco poco a poco me enlace,

y que mi vieja sombra se derrame a tus pies.
¡Porque es como la rama donde la savia nace,
mi corazón, Dios mío, sueña que tú lo ves! Amén.


Salmo 37 - I: Oración de un pecador en peligro de muerte

Ant: Señor, no me castigues con cólera.

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;

no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;

mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, no me castigues con cólera.

Salmo 37 - II:

Ant: Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío.

Tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.

Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.

Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

Salmo 37 - III:

Ant: Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.

Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.

En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.

Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.

Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.

No me abandones, Señor;
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.

V/. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R/. Y tu promesa de justicia.

Lectura

V/. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R/. Y tu promesa de justicia.

Es preciso servir a Dios solo


Dt 10,12-11,9.26-28

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien. Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la tierra y todo cuanto la habita, con todo, sólo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy.

Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz; que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, fuerte y terrible; no es parcial ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al forastero, dándole pan y vestido. Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te pegarás a él, en su nombre jurarás. Él será tu alabanza, él será tu Dios, pues él hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto. Setenta eran tus padres cuando bajaron a Egipto, y ahora el Señor, tu Dios, te ha hecho numeroso como las estrellas del cielo.

Amarás al Señor, tu Dios, guardarás sus consignas, sus decretos y preceptos, mientras te dure la vida.

Sabedlo hoy: No se trata de vuestros hijos, que ni entienden ni han visto la instrucción de vuestro Dios, su grandeza, su mano fuerte y su brazo extendido, los signos y hazañas que hizo en medio de Egipto contra el Faraón, rey de Egipto, y contra todo su territorio; lo que hizo al ejército egipcio, a sus carros y caballos: precipitó sobre ellos las aguas del mar Rojo cuando os perseguían y acabó con ellos el Señor, hasta el día de hoy; lo que hizo con vosotros en el desierto, hasta que llegasteis a este lugar; lo que hizo con Datán y Abirón, hijos de Eliab, hijo de Rubén: la tierra abrió sus fauces y se los tragó con sus familias y tiendas, con su servidumbre y ganado, en medio de todo Israel; se trata de vosotros, que habéis visto con vuestros ojos las grandes hazañas que hizo el Señor.

Guardaréis fielmente los preceptos que yo os mando hoy; así seréis fuertes, entraréis y tomaréis posesión de la tierra adonde cruzáis para conquistarla; prolongaréis vuestros años sobre la tierra que el Señor, vuestro Dios, prometió dar a vuestros padres y a su descendencia: una tierra que mana leche y miel.

Mirad: Hoy os pongo delante bendición y maldición; la bendición, si escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy; la maldición, si no escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, y os desviáis del camino que hoy os marco, yendo detrás de dioses extranjeros, que no habíais conocido.»

R/. Amemos a Dios, porque él nos amó primero. En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados.


V/. Quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

R/. Y sus mandamientos no son pesados.

L. Patrística

Hay que amar solamente a Dios
Diadoco de Foticé

Capítulos sobre la perfección espiritual 12-14

El que se ama a sí mismo no puede amar a Dios; en cambio, el que, movido por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, deja de amarse a sí mismo ama a Dios. Y, como consecuencia, ya no busca nunca su propia gloria, sino más bien la gloria de Dios. El que se ama a sí mismo busca su propia gloria, pero el que ama a Dios desea la gloria de su Hacedor.

En efecto, es propio del alma que siente el amor a Dios buscar siempre y en todas sus obras la gloria de Dios y deleitarse en su propia sumisión a él, ya que la gloria conviene a la magnificencia de Dios; al hombre, en cambio, le conviene la humildad, la cual nos hace entrar a formar parte de la familia de Dios. Si de tal modo obramos, poniendo nuestra alegría en la gloria del Señor, no nos cansaremos de repetir, a ejemplo de Juan Bautista: Él tiene que crecer y yo tengo que menguar.

Sé de cierta persona que, aunque se lamentaba de no amar a Dios como ella hubiera querido, sin embargo, lo amaba de tal manera que el mayor deseo de su alma consistía en que Dios fuera glorificado en ella, y que ella fuese tenida en nada. El que así piensa no se deja impresionar por las palabras de alabanza, pues sabe lo que es en realidad; al contrario, por su gran amor a la humildad, no piensa en su propia dignidad, aunque fuese el caso que sirviese a Dios en calidad de sacerdote; su deseo de amar a Dios hace que se vaya olvidando poco a poco de su dignidad y que extinga en las profundidades de su amor a Dios, por el espíritu de humildad, la jactancia que su dignidad pudiese ocasionar, de modo que llega a considerarse siempre a sí mismo como un siervo inútil, sin pensar para nada en su dignidad, por su amor a la humildad. Lo mismo debemos hacer también nosotros, rehuyendo todo honor y toda gloria, movidos por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, que nos ha amado de verdad.

Dios conoce a los que lo aman sinceramente, porque cada cual lo ama según la capacidad de amor que hay en su interior. Por tanto, el que así obra desea con ardor que la luz de este conocimiento divino penetre hasta lo más íntimo de su ser, llegando a olvidarse de sí mismo, transformado todo él por el amor.

El que es así transformado vive y no vive; pues, mientras vive en su cuerpo, el amor lo mantiene en un continuo peregrinar hacia Dios; su corazón, encendido en el ardiente fuego del amor, está unido a Dios por la llama del deseo, y su amor a Dios le hace olvidarse completamente del amor a sí mismo, pues, como dice el Apóstol, si empezamos a desatinar, a Dios se debía; si ahora nos moderamos es por vosotros.

R/. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.


V/. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero.

R/. Para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

Viernes, II semana del Tiempo Ordinario, feria

1S 24,3-21: No extenderé la mano contra él, porque es el ungido del Señor.

En aquellos días, Saúl, con tres mil soldados de todo Israel, marchó en busca de David y su gente hacia las Peñas de los Rebecos; llegó a unos apriscos de ovejas junto al camino, donde había una cueva, y entró a hacer sus necesidades.

David y los suyos estaban en lo más hondo de la cueva, y le dijeron a David sus hombres:

-Este es el día del que te dijo el Señor: «Yo te entrego tu enemigo». Haz con él lo que quieras.

Pero él les respondió:

-¡Dios me libre de hacer eso a mi Señor, el ungido del Señor, extender la mano contra él!

Y les prohibió enérgicamente echarse contra Saúl, pero él se levantó sin meter ruido y le cortó a Saúl el borde del manto, aunque más tarde le remordió la conciencia por haberle cortado a Saúl el borde del manto.

Cuando Saúl salió de la cueva y siguió su camino, David se levantó, salió de la cueva detrás de Saúl y le gritó:

-¡Majestad!

Saúl se volvió a ver, y David se postró rostro en tierra rindiéndole vasallaje.

Le dijo:

-¿Por qué haces caso a lo que dice la gente, que David anda buscando tu ruina? Mira, lo estás viendo hoy con tus propios ojos: el Señor te había puesto en mi poder dentro de la cueva; me dijeron que te matara, pero te respeté y dije que no extendería la mano contra mi señor, porque eres el Ungido del Señor. Padre mío, mira en mi mano el borde de tu manto; si te corté el borde del manto y no te maté, ya ves que mis manos no están manchadas de maldad, ni de traición, ni de ofensa contra ti, mientras que tú me acechas para matarme. Que el Señor sea nuestro juez. Y que él me vengue de ti; que mi mano no se alzará contra ti. Como dice el viejo refrán: «La maldad sale de los malos ... », mi mano no se alzará contra ti. ¿Tras de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién vas persiguiendo? ¡A un perro muerto, a una pulga! El Señor sea juez y sentencie nuestro pleito, vea y defienda mi causa, librándome de tu mano.

Cuando David terminó de decir esto a Saúl, Saúl exclamó:

-Pero, ¿es ésta tu voz, David, hijo mío?

Luego levantó la voz, llorando, mientras decía a David:

-¡Tú eres inocente, y no yo! Porque tú me has pagado con bienes, y yo te he pagado con males; y hoy me has hecho el favor más grande, pues el Señor me entregó a ti y tú no me mataste. Porque si uno encuentra a su enemigo, ¿lo deja marchar por las buenas? ¡El Señor te pague lo que hoy has hecho conmigo! Ahora, mira, sé que tú serás rey y que el reino de Israel se consolidará en tu mano.

Sal 56,2.3-4.6.11: Misericordia, Dios mio, misericordia.

Misericordia, Dios mío, misericordia,
que mi alma se refugia en ti;
me refugio a la sombra de tus alas,
mientras pasa la calamidad.

Invoco al Dios Altísimo,
al Dios que hace tanto por mí.
Desde el cielo me enviará la salvación,
confundirá a los que ansían matarme,
enviará su gracia y su lealtad.

Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria.
Por tu bondad que es más grande que los cielos,
por tu fidelidad que alcanza a las nubes.

Mc 3,13-19: Llamó a los que quiso y los hizo sus compañeros.

En aquel tiempo, Jesús, mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él. A doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios. Así constituyó el grupo de los Doce: Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges -Los Truenos-, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Celotes y Judas Iscariote, que lo entregó.



Pistas para la Lectio Divina

1. (año II) 1 Samuel 24,3-21

a) Es pintoresca la escena que leemos hoy, en que David perdona la vida a su perseguidor Saúl, que entra casualmente en una cueva en la que no sabe que están David y los suyos.

Saúl, victima de su temperamento inestable, se deja recomer de los celos y, en una operación militar en toda regla, persigue a David, que se ve obligado a convertirse en jefe de guerrilleros. Ya había intentado eliminarle en varias ocasiones, que no hemos leído en esta selección de lecturas de la Misa.

El relato pone de relieve la grandeza de corazón de David y además el respeto que siente por el ungido de Dios, perdonando a su enemigo, a pesar de que los suyos le incitan a acabar con él casi en nombre de Dios. Una vez más aparece el carácter voluble de Saúl que, llorando, reconoce su propia falta y llega a aceptar a David como el futuro rey.

b) Mucho podríamos aprender de ambos personajes.

Por parte de David, la capacidad de perdonar. Todos tenemos ocasiones en que nos sentimos ofendidos. Podemos adoptar una postura de venganza más o menos declarada, o bien optar por el perdón, sabiendo encajar con humildad lo que haya habido de ofensa.

Más ahora, en el NT, porque Cristo nos ha enseñado que sus seguidores debemos ser capaces de perdonar hasta setenta veces siete. A Pedro le tuvo que mandar que devolviera la espada a la vaina, porque no es con la violencia como se arreglan las cosas.

Por parte de Saúl, podríamos tal vez vernos reflejados en sus altibajos de humor y en esa sensación tan humana de la envidia y los celos cuando otros tienen mejores cualidades que nosotros. Ojalá no sea ése el caso. Pero también podemos aprender de él que, cuando llega el momento, sabe reconocer sus propios fallos y se vuelve atrás.

¿Somos de las personas que guardan sus rencores días y días? ¿o somos capaces de olvidar, de deshacer la espiral de la violencia y las revanchas? Jesús dijo: bienaventurados los misericordiosos, los obradores de paz. Y nos dio el ejemplo, cuando murió en la cruz perdonando a los que le llevaban a la muerte.

Marcos 3,13-19

a) Marcos nos cuenta la elección de los doce apóstoles.

Por una parte está la multitud que oye con gusto la predicación de Jesús y se aprovecha de sus milagros. Por otra, los discípulos, que creen en él y le van reconociendo como el Mesías esperado. Ahora, finalmente, él elige a doce, que a partir de ahora le seguirán y estarán con él en todas partes.

Apóstol, en griego, significa «enviado». Estos doce van a convivir con él y los enviará luego a predicar la Buena Noticia, con poder para expulsar demonios, como ha hecho él. O sea, van a compartir su misión mesiánica y serán la base de la comunidad eclesial para todos los siglos.

El número de doce no es casual: es evidente su simbolismo, que apunta a las doce tribus de Israel. La Iglesia va a ser desde ahora el nuevo Israel, unificado en torno a Cristo Jesús.

b) «Llamó a los que quiso». Es una elección gratuita. También a nosotros nos ha elegido gratuitamente para la fe cristiana o para la vocación religiosa o para el ministerio sacerdotal.

En línea con esa lista de los doce, estamos también nosotros. No somos sucesores de los Apóstoles -como los obispos- pero sí miembros de una comunidad que forma la Iglesia «apostólica».

No nos elige por nuestros méritos, porque somos los más santos ni los más sabios o porque estamos llenos de cualidades humanas.

Probablemente también entre nosotros hay personas débiles, como en aquellos primeros doce: uno resultó traidor, otros le abandonaron en el momento de crisis, y el que él puso como jefe le negó cobardemente. Nosotros seguro que también tenemos momentos de debilidad, de cobardía o hasta de traición. Pero siempre deberíamos confiar en su perdón y renovar nuestra entrega y nuestro seguimiento, aprovechando todos los medios que él nos da para ir madurando en nuestra fe y en nuestra vida cristiana.

Como los doce, que «se fueron con él» y luego «los envió a predicar», también nosotros, cuando celebramos la Eucaristía, «estamos con él» y al final de la misa, cuando se nos dice que «podemos ir en paz», en realidad «somos enviados» para testimoniar con nuestra vida la Buena Noticia que acabamos de celebrar y comulgar.

«Haré con la casa de Israel una alianza nueva» (1ª lectura, I)

«Perdonaré sus delitos y no me acordaré ya de sus pecados» (1ª lectura, I)

«Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación» (salmo, I)

«Misericordia, Dios mío, misericordia, que mi alma se refugia en ti» (salmo, II)

«Llamó a los que quiso y se fueron con él» (evangelio).

José Aldazábal. Enséñame tus Caminos, 4. pp. 62-65.

2ª semana. Viernes

VOCACIÓN A LA SANTIDAD


— Vocación de los Doce. Dios es el que llama, y el que da las gracias para perseverar.

— En el cumplimiento de su vocación, el hombre da gloria a Dios y encuentra la grandeza de su vida. A todos nos ha llamado Cristo para que le sigamos, le imitemos y le demos a conocer.

— Fieles a la personal llamada que hemos recibido de Dios.

I. Después de una noche en oración1, Jesús eligió a los doce Apóstoles, para que estuvieran con Él y continuaran luego su misión en la tierra. Los Evangelistas dejaron consignados sus nombres, y hoy los recordamos en la lectura del Evangelio de la Misa2. Llevan ya varios meses siguiendo al Maestro junto a otros discípulos por los caminos de Palestina, dispuestos a una entrega sin límites. Ahora son objeto de una predilección muy particular.

Con esta elección, el Señor pone los fundamentos de su Iglesia: estos doce hombres son como los doce Patriarcas del nuevo Pueblo de Dios, su Iglesia. Este nuevo Pueblo no se forma ya por una descendencia según la carne, como se había constituido Israel, sino por una descendencia espiritual. ¿Por qué llegaron estos hombres a gozar de un favor tan grande por parte de Dios? ¿Por qué ellos precisamente y no otros? No cabe preguntarse por qué fueron elegidos. Simplemente, los llamó el Señor; y en esta libérrima elección de Cristo –llamó a los que quiso– estriba su honor y la esencia de su vocación. No me habéis elegido vosotros a mí -les dirá más tarde-, sino que yo os elegí a vosotros3. La elección es siempre cosa de Dios. Los Apóstoles no se habían distinguido por ser sabios, poderosos, importantes...; son hombres normales y corrientes que han respondido con fe y generosidad a la llamada de Jesús.

Cristo elige a los suyos, y este llamamiento es su único título. San Pablo, por ejemplo, para subrayar la autoridad con la que enseña y amonesta a los fieles, comienza con frecuencia sus Cartas de este modo: Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado al apostolado, elegido para predicar el Evangelio de Dios4. Llamado y elegido no por los hombres ni por obra de los hombres, sino por Jesucristo y Dios Padre5. Presente en todo su discurso está esta realidad: la elección divina.

Jesús llama con imperio y ternura, como Yahvé a sus profetas y enviados: Moisés, Samuel, Isaías... Nunca los llamados merecieron en modo alguno la vocación para la que fueron elegidos, ni por su buena conducta, ni por sus condiciones personales. San Pablo lo dirá explícitamente: Nos llamó con vocación santa, no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su designio6. Es más, Dios suele llamar a su servicio y para sus obras a personas con virtudes y cualidades desproporcionadamente pequeñas para lo que realizarán con la ayuda divina. Considerad vuestro llamamiento, pues no hay entre vosotros muchos sabios según la carne7. El Señor nos llama también a nosotros para que continuemos su obra redentora en el mundo, y no nos pueden sorprender y mucho menos desanimar nuestras flaquezas, ni la desproporción entre nuestras condiciones y la tarea que nos pone Dios por delante. Él da siempre el incremento; nos pide nuestra buena voluntad y la pequeña ayuda que pueden darle nuestras manos.

II. Llamó a los que quiso. La vocación es siempre, y en primer lugar, una elección divina, cualesquiera que fueran las circunstancias que acompañaron el momento en que se aceptó esa elección. Por eso, una vez recibida no se debe someter a revisión, no cabe discutirla con razonamientos humanos, que siempre son pobres y cortos. Dios da siempre las gracias necesarias para perseverar, pues, como enseña Santo Tomás, a quienes Dios elige para una misión los prepara y dispone de suerte que sean idóneos para desempeñar aquello para lo que fueron elegidos8. En el cumplimiento de esta misión, el hombre descubre la grandeza de su vida, «porque la llamada divina y, en última instancia, la revelación que Dios hace del misterio de su ser es, simultáneamente, una palabra que desvela el sentido y el ser de la vida del hombre. Es en la audición y en la aceptación de la palabra divina como el hombre llega a comprenderse a sí mismo y a adquirir, por tanto, una coherencia en su ser (...). De ahí que el comportamiento más fuerte ante mí mismo, la más completa honradez y coherencia en mi propio ser acontecen en mi compromiso ante el Dios que llama»9. La fidelidad a la vocación es fidelidad a Dios, a la misión que nos encarga, para lo que hemos sido creados: el modo concreto y personal de dar gloria a Dios.

Para aquellos Doce comenzó aquel día una vida nueva junto a Cristo. Uno de ellos, Judas, no fue fiel, a pesar de haber sido expresamente elegido. Los demás, al pasar los años, recordarían aquel momento de su elección como el más trascendental de su vida. De estos hombres quiso servirse el Señor, a pesar de que ninguno de ellos, desde un punto de vista humano, tenía las condiciones requeridas para una tarea de tanta envergadura. Sin embargo, fueron dóciles y recibieron las gracias oportunas, y también cuidados divinos muy particulares. Por eso llevarían a cabo la misión encomendada por el Señor hasta los confines de la tierra.

El Señor también llama hoy a sus apóstoles para que estén con Él (recepción de los sacramentos y vida de oración, trato íntimo y profundo con el Maestro, santidad personal) y enviarlos a predicar (apostolado en todos los ambientes). Y, aunque el Maestro hace algunos llamamientos específicos, la vida cristiana de todo fiel, hasta la más común y corriente, comporta una vocación singular: una invitación a seguir a Cristo con una vida nueva cuya clave Él posee: si alguno quiere venir en pos de mí...10. Los primeros cristianos siempre consideraron su condición como fruto de una vocación divina: los bautizados de Roma o de Corinto serán los santos por vocación11.

A todos –de una forma u otra– nos ha llamado Cristo para que le sigamos de cerca, le imitemos y le demos a conocer, haciendo presente en el mundo la obra de la Redención hasta que Él venga: «todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aun en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir»12. Esta plenitud de la vida cristiana pide la heroicidad de las virtudes, y se pondrá particularmente de manifiesto en circunstancias en las que el estilo de vida o los fines que muchos se han propuesto en su vida están lejos del ideal cristiano. El Señor nos quiere santos, en el sentido estricto de esta palabra, en medio de nuestras ocupaciones, con una santidad alegre, atractiva, que arrastra a otros al encuentro con Cristo. Él nos da las fuerzas y las ayudas necesarias. Estos medios que el Señor concede a todos para seguirle y serle fieles, de los que será temerario prescindir, son especialmente necesarios cuando Dios llama a un celibato apostólico en medio de esas tareas seculares.

Que sepamos decirle muchas veces a Jesús que cuenta con nosotros, con nuestra buena voluntad de seguirle, allí donde nos encontramos; sin límite, ni condiciones.

III. El descubrimiento de la personal vocación es el momento más importante de toda la existencia. De la respuesta fiel a esta llamada depende la propia felicidad y la de otros muchos. Dios nos crea, nos prepara y nos llama en función de un designio divino. «Si hoy tantos cristianos viven a la deriva, con escasa profundidad y limitados por estrechos horizontes, se debe, sobre todo, a la falta de una clara conciencia de su peculiar razón de ser y de existir (...). Lo que eleva al hombre, lo que le da realmente una personalidad, es la conciencia de su vocación, la conciencia de su tarea concreta. Eso es lo que llena una vida y le da contenido»13.

La primera decisión en el seguimiento de Cristo constituye el fundamento de otras muchas respuestas a lo largo de la vida. La fidelidad se hace día a día, ordinariamente en cosas que parecen de poca trascendencia, en los pequeños deberes de la jornada, rechazando todo aquello que pueda dañar lo que es la esencia de nuestro vivir.

No basta con mantener la vocación, es preciso renovarla, reafirmarla constantemente: cuando parece fácil, y en los momentos en que todo cuesta, cuando los ataques del mundo, del demonio o de la carne se manifiestan con todo su poder. Siempre tendremos las ayudas necesarias para ser fieles. Cuantas más dificultades, más gracias. Y con la lucha ascética bien determinada –con un examen particular bien concreto– el amor crece y se enrecia con el paso del tiempo, y la entrega, lejos de toda rutina, se hace más consciente, más madura. «No se trata de un crecimiento de orden cuantitativo, como el de un montón de trigo, sino cualitativo, como cuando el calor se hace más intenso, o como cuando la ciencia, sin llegar a conclusiones nuevas, se hace más penetrante, más profunda, más unificada, más cierta. Así, la caridad tiende a amar más perfectamente, de modo más puro, más estrechamente, a Dios por encima de todo, y al prójimo y a nosotros mismos, para que glorifiquemos a Dios en el tiempo y en la eternidad»14. Ese es el crecimiento que el Señor nos pide.

Esforzarse para crecer en la santidad, en el amor a Cristo y a todos los hombres por Cristo es asegurar la fidelidad y, por tanto, la alegría, el amor, una vida llena de sentido.

San Pablo se servía de una comparación tomada de las carreras en el estadio para explicar que la lucha ascética del cristiano ha de ser alegre, verdadero deporte sobrenatural. Y al considerar el Apóstol que no ha llegado a la perfección, lucha por alcanzar lo prometido: una cosa intento: lanzarme hacia lo que tengo por delante, correr hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios nos llama desde lo alto15. Desde que Cristo se metió en su vida en el camino de Damasco, se entregó con todas sus fuerzas a buscarle, a amarle y a servirle. Eso hicieron los Apóstoles desde aquel día en que Jesús pasó a su lado y los llamó. No desaparecieron en aquel instante sus defectos, pero día a día siguieron al Maestro en una amistad creciente, y fueron fieles. Eso hemos de hacer nosotros: corresponder diariamente a las gracias que recibimos, ser fieles cada jornada. Así llegaremos hasta la meta, donde Cristo nos espera.


Salmo 50: Misericordia, Dios mío

Ant: Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

¡Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor.

Habacuc 3, 2-4.13a.15-19: Juicio de Dios

Ant: En tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia.

Señor, he oído tu fama,
me ha impresionado tu obra.
En medio de los años, realízala;
en medio de los años, manifiéstala;
en el terremoto, acuérdate de la misericordia.

El Señor viene de Temán;
el Santo, del monte Farán:
su resplandor eclipsa el cielo,
la tierra se llena de su alabanza;
su brillo es como el día,
su mano destella velando su poder.

Sales a salvar a tu pueblo,
a salvar a tu ungido;
pisas el mar con tus caballos,
revolviendo las aguas del océano.

Lo escuché y temblaron mis entrañas,
al oírlo se estremecieron mis labios;
me entró un escalofrío por los huesos,
vacilaban mis piernas al andar;
gimo ante el día de angustia
que sobreviene al pueblo que nos oprime.

Aunque la higuera no echa yemas
y las viñas no tienen fruto,
aunque el olivo olvida su aceituna
y los campos no dan cosechas,
aunque se acaben las ovejas del redil
y no quedan vacas en el establo,
yo exultaré con el Señor,
me gloriaré en Dios, mi salvador.

El Señor soberano es mi fuerza,
él me da piernas de gacela
y me hace caminar por las alturas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: En tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia.

Salmo 147: Acción de gracias por la restauración de Jerusalén

Ant: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Lectura

Ef 2,13 -16

Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear con los dos, en él, un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio.

V/. Invoco al Dios altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

R/. Invoco al Dios altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

V/. Desde el cielo me enviará la salvación.

R/. Al Dios que hace tanto por mí.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Invoco al Dios altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

Cántico Ev.

Ant: Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto.

Preces

Adoremos a Cristo que, en virtud del Espíritu eterno, se ofreció a Dios como sacrificio sin mancha, para purificar nuestras conciencias de las obras muertas, y digámosle con fe:

Nuestra paz, Señor, es cumplir tu voluntad.

- Tú que nos has dado la luz del nuevo día,
concédenos también caminar por sendas de vida nueva.


- Tú que todo lo has creado con tu poder, y con tu providencia lo conservas todo,
ayúdanos a descubrirte presente en todas tus criaturas.


- Tú que has sellado con tu sangre un pacto nuevo y eterno,
haz que, obedeciendo siempre tus mandatos, permanezcamos fieles a esa alianza.


- Tú que, colgado en la cruz, quisiste que de tu costado manara agua con la sangre,
purifica con esta agua nuestros pecados y alegra con este manantial a la ciudad de Dios.

Ya que Dios nos ha adoptado como hijos, oremos al Padre como nos enseñó el Señor:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Señor, Dios todopoderoso, te pedimos nos concedas que, del mismo modo que hemos cantado tus alabanzas en esta celebración matutina, así las podamos cantar también plenamente, en la asamblea de tus santos, por toda la eternidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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