Custodia

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Saludo

Bendición

domingo, 14 de enero de 2024

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


II Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad



V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Pueblo del Señor, rebaño que el guía, venid, adorémosle. Aleluya.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 
Himno

Somos el pueblo de la Pascua,
Aleluya es nuestra canción,
Cristo nos trae la alegría;
levantemos el corazón.

El Señor ha vencido al mundo,
muerto en la cruz por nuestro amor,
resucitado de la muerte
y de la muerte vencedor.

Él ha venido a hacernos libres
con libertad de hijos de Dios,
él desata nuestras cadenas;
alegraos en el Señor.

Sin conocerle, muchos siguen
rutas de desesperación,
no han escuchado la noticia
de Jesucristo Redentor.

Misioneros de la alegría,
de la esperanza y del amor,
mensajeros del Evangelio,
somos testigos del Señor.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo Salvador,
gloria al Espíritu divino:
tres Personas y un solo Dios. Amén.

Salmo 103-I: Himno al Dios creador

Ant: Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las olas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;

pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste un frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.

De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.

Salmo 103-II:

Ant: El Señor saca pan de los campos, y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.

Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.

Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.

Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche,
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.

Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor saca pan de los campos, y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.

Salmo 103-III:

Ant: Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.

Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.

Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;

escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras,
cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.

Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.

V/. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R/. Y vuestros oídos, porque oyen.

Lectura

V/. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R/. Y vuestros oídos, porque oyen.

Últimas exhortaciones de Moisés en Moab


Dt 1,1.6-18

Palabras que dijo Moisés a todo Israel al otro lado del Jordán, es decir, en el desierto o estepa que hay frente a Espadaña, entre Farán a un lado y Tofel, Alba, Aldeas y Dorada al otro lado:

«El Señor, nuestro Dios, nos dijo en el Horeb:

"Basta ya de vivir en estas montañas. Poneos en camino y dirigíos a las montañas amorreas y a las poblaciones vecinas de la estepa, la sierra, la Sefela, el Negueb y la costa. O sea, el territorio cananeo, el Líbano y hasta el Río Grande, el Éufrates. Mirad, ahí delante te he puesto la tierra; entra a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió a vuestros padres, Abrahán, Isaac y Jacob."

Entonces yo os dije:

"Yo solo no doy abasto con vosotros, porque el Señor, vuestro Dios, os ha multiplicado, y hoy sois más numerosos que las estrellas del cielo. Que el Señor, vuestro Dios, os haga crecer mil veces más, bendiciéndoos como os ha prometido; pero ¿cómo voy a soportar yo solo vuestra carga, vuestros asuntos y pleitos? Elegid de cada tribu algunos hombres hábiles, prudentes y expertos, y yo los nombraré jefes vuestros."

Me contestasteis que os parecía bien la propuesta. Entonces yo tomé algunos hombres hábiles y expertos, y los nombré jefes vuestros: para cada tribu jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez, y además alguaciles. Y di a vuestros jueces las siguientes normas:

"Escuchad y resolved según justicia los pleitos de vuestros hermanos, entre sí o con emigrantes. No seáis parciales en la sentencia, oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por nadie, que la sentencia es de Dios. Si una causa os resulta demasiado ardua, pasádmela, y yo la resolveré."

En la misma ocasión os mandé todo lo que teníais que hacer.»

R/. El Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses, Dios grande, fuerte y terrible; no es parcial ni acepta soborno.


V/. Oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por nadie, que la sentencia es de Dios.

R/. No es parcial ni acepta soborno.

L. Patrística

En la concordia de la unidad
San Ignacio de Antioquía

Efesios 2,2 - 5,2

Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a vuestro obispo y al colegio presbiteral, seáis en todo santificados.

No os hablo con autoridad, como si fuera alguien. Pues, aunque estoy encarcelado por el nombre de Cristo, todavía no he llegado a la perfección en Jesucristo. Ahora, precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo y os hablo como a mis condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad. Pero, como el amor que os tengo me obliga a hablaros también acerca de vosotros, por esto me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. En efecto, Jesucristo, nuestra vida inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.

Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.

Si yo, en tan breve espacio de tiempo, contraje con vuestro obispo tal familiaridad, no humana, sino espiritual ¿cuánto más dichosos debo consideraros a vosotros, que estáis unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, resultando así en todo un consentimiento unánime? Nadie se engañe: quien no está unido al altar se priva del pan de Dios. Si tanta fuerza tiene la oración de cada uno en particular, ¿cuánto más la que se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia?

R/. Os ruego por el Señor que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.


V/. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados.

R/. Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

Te Deum

(sólo domingos, solemnidades y fiestas)


A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

(lo que sigue puede omitirse)

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Salmo 103-I: Himno al Dios creador

Ant: Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las olas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;

pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste un frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.

De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.

Salmo 103-II:

Ant: El Señor saca pan de los campos, y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.

Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.

Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.

Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche,
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.

Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor saca pan de los campos, y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.

Salmo 103-III:

Ant: Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.

Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.

Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;

escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras,
cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.

Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.

V/. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R/. Y vuestros oídos, porque oyen.

Lectura

V/. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R/. Y vuestros oídos, porque oyen.

Últimas exhortaciones de Moisés en Moab


Dt 1,1.6-18

Palabras que dijo Moisés a todo Israel al otro lado del Jordán, es decir, en el desierto o estepa que hay frente a Espadaña, entre Farán a un lado y Tofel, Alba, Aldeas y Dorada al otro lado:

«El Señor, nuestro Dios, nos dijo en el Horeb:

"Basta ya de vivir en estas montañas. Poneos en camino y dirigíos a las montañas amorreas y a las poblaciones vecinas de la estepa, la sierra, la Sefela, el Negueb y la costa. O sea, el territorio cananeo, el Líbano y hasta el Río Grande, el Éufrates. Mirad, ahí delante te he puesto la tierra; entra a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió a vuestros padres, Abrahán, Isaac y Jacob."

Entonces yo os dije:

"Yo solo no doy abasto con vosotros, porque el Señor, vuestro Dios, os ha multiplicado, y hoy sois más numerosos que las estrellas del cielo. Que el Señor, vuestro Dios, os haga crecer mil veces más, bendiciéndoos como os ha prometido; pero ¿cómo voy a soportar yo solo vuestra carga, vuestros asuntos y pleitos? Elegid de cada tribu algunos hombres hábiles, prudentes y expertos, y yo los nombraré jefes vuestros."

Me contestasteis que os parecía bien la propuesta. Entonces yo tomé algunos hombres hábiles y expertos, y los nombré jefes vuestros: para cada tribu jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez, y además alguaciles. Y di a vuestros jueces las siguientes normas:

"Escuchad y resolved según justicia los pleitos de vuestros hermanos, entre sí o con emigrantes. No seáis parciales en la sentencia, oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por nadie, que la sentencia es de Dios. Si una causa os resulta demasiado ardua, pasádmela, y yo la resolveré."

En la misma ocasión os mandé todo lo que teníais que hacer.»

R/. El Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses, Dios grande, fuerte y terrible; no es parcial ni acepta soborno.


V/. Oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por nadie, que la sentencia es de Dios.

R/. No es parcial ni acepta soborno.

L. Patrística

En la concordia de la unidad
San Ignacio de Antioquía

Efesios 2,2 - 5,2

Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a vuestro obispo y al colegio presbiteral, seáis en todo santificados.

No os hablo con autoridad, como si fuera alguien. Pues, aunque estoy encarcelado por el nombre de Cristo, todavía no he llegado a la perfección en Jesucristo. Ahora, precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo y os hablo como a mis condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad. Pero, como el amor que os tengo me obliga a hablaros también acerca de vosotros, por esto me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. En efecto, Jesucristo, nuestra vida inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.

Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.

Si yo, en tan breve espacio de tiempo, contraje con vuestro obispo tal familiaridad, no humana, sino espiritual ¿cuánto más dichosos debo consideraros a vosotros, que estáis unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, resultando así en todo un consentimiento unánime? Nadie se engañe: quien no está unido al altar se priva del pan de Dios. Si tanta fuerza tiene la oración de cada uno en particular, ¿cuánto más la que se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia?

R/. Os ruego por el Señor que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.


V/. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados.

R/. Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

II Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad

1S 3,3b-10.19: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.

En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió:

- «Aquí estoy.»

Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo:

- «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Respondió Elí:

- «No te he llamado; vuelve a acostarte.»

Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo:

- «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Respondió Elí:

- «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»

Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo:

- «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel:

- «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha." »

Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes:

- «¡Samuel, Samuel!»

Él respondió:

- «Habla, que tu siervo te escucha.»

Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.

Sal 39,2.4ab.7.8-9.10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito;
me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio.

Entonces yo digo:
«Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.

He proclamado tu salvación ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes.

1Co 6,13c-15a.17-20: Vuestros cuerpos son miembros de Cristo.

Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo. Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. ¿0 es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

Jn 1,35-42: Vieron dónde vivía y se quedaron con él.

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:

- «Éste es el Cordero de Dios.»

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:

- «¿Qué buscáis?»

Ellos le contestaron:

- «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»

Él les dijo:

- «Venid y lo veréis.»

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:

- «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»

Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:

- «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»



Pistas para la Lectio Divina

Juan 1, 35-42: “¿Qué buscan?”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

Terminado el tiempo litúrgico de las manifestaciones del Hijo de Dios que se hizo hombre y puso su morada entre nosotros, antes de retomar la lectura continua del Evangelio de Marcos, quien nos acompaña este año, la liturgia nos invita a detenernos todavía un poco más sobre una epifanía de Jesús que hace la transición. 

Se trata de la revelación a los primeros discípulos través de la llamada, ese primer encuentro que da impulso al discipulado. Y lo hacemos en la versión del cuarto evangelio: Juan 1,35-42.

El narrador de Juan, una vez que nos ha propuesto esa maravillosa puerta de entrada que es el prólogo (1,1-18), enseguida, desde Juan 1,19 nos ha venido contando lo que pasa en los primeros días. 

Entre Juan 1,19 y 2,12, se distinguen siete días que constituyen la semana inaugural de la vida pública de Jesús.

Estamos en el tercer día. Dos días después de aquel interrogatorio que le hicieron a Juan Bautista las autoridades sacerdotales venidas de Jerusalén.

¿Qué ocurre?

Jesús viene caminando y pasa delante de Juan y dos de sus discípulos (1,35).

Juan fija la mirada (“emblepō” en griego) en Jesús y afirma: “¡Miren! Este es el Cordero de Dios” (1,36).

Esta frase es toda una presentación de Jesús. 

Juan lo indica como el Siervo de Dios, el Cordero pascual que trae la liberación a su pueblo. El término arameo “talja” tiene ese doble significado.

“Miren, este es el Cordero de Dios”, este es como el animal de los sacrificios, el último nacido de la grey que es inmolado en los altares, pero este es el último sacrificado para que ninguno más sea matado.

Juan anuncia una novedad absoluta que da un giro en la historia de las religiones. 

En las religiones el sacrificio consiste en ofrecer algo (un animal, dinero, una renuncia...) a la divinidad, para obtener a cambio un favor. 

Con Jesús el asunto es diferente: Dios no pide más sacrificios, ahora es Él quien viene y se hace cordero, el que se sacrifica por mí.

Juan, como maestro que es, educa de esta manera a sus discípulos dándoles una orientación nueva a su búsqueda. 

Es interesante, Juan nos los retiene, sino que los reeduca llevándolos hacia el Mesías. Juan Bautista echa para atrás y  los empuja a ella, los hace seguir de aquí en adelante junto con Jesús.

Esto que se nos dice de Juan Bautista es ejemplar. Habla fuerte de un hombre que no se limita a dar testimonio con palabras, sino con hechos, y que es consecuente con lo que ha anunciado sobre Jesús como el Cordero de Dios (Jn 1, 29. 30).

Y bien, ellos escuchan estas palabras de Bautista y enseguida se van caminando detrás de Jesús, siguen sus huellas, van donde él va (1,37). El verbo “seguir” connota discipulado.

Enseguida vemos como de repente Jesús da media vuelta y hace dos cosas (1,38):

Una: los observa con mirada penetrante. El narrador se vale del verbo griego “theáomai”, que connota una mirada escrutadora, que discierne.

Dos: les hace una pregunta: “¿Qué buscan?”. 

Esta pregunta se podría retraducir así: ¿Qué buscan de verdad? ¿cuál es el deseo más profundo de ustedes? ¿qué esperan de mí?

Estas son las primeras palabras de Jesús según el Cuarto Evangelio. Se repetirán casi al final de evangelio como las primeras del Resucitado a María Magdalena

No se trata de una afirmación o de una declaración, como a lo mejor esperaríamos, sino de una pregunta: “¿Qué es lo que buscan?”.

Jesús apela al buscador que cada uno lleva por dentro. Cada uno es un ser en búsqueda, con un interrogante plantado en el corazón. Como diría el poeta R. M. Rilke: “Antes de correr a buscar respuestas, vive bien tus preguntas”.

De esta manera Jesús muestra a quienes lo siguen que no lo deben hacer simplemente por encanto, por la fascinación que genera su persona o por el simple deseo de afiliarse a un grupo. 

¡No! Un discípulo puede desembocar en un camino equivocado si no toma conciencia y dice con sinceridad qué es lo que de verdad busca.

San Benito escribió en su regla: “Si revera Deum quaerit”, o sea, “Si vervedaderamente busca a Dios”. Esto es, si uno no está empeñado en buscar, dispuesto a dejar de lado las seguridades, para abrirse al don de Dios.

Por su parte San Juan Crisóstomo escribió: “Encuentra la llave del corazón. Esta llave, lo verás, abre también la puerta del Reino”.

Buscar es todo un trabajo, una actitud absolutamente necesaria para escuchar y para acoger la verdad presente en lo íntimo, allí donde el Señor habla.

Lo primero que Jesús pide es entrar en sí mismos, conocer el deseo profundo: ¿Qué deseas más de la vida? En mí lo encontrarás, pero primero hazte la pregunta.

¿Y qué ocurre entonces?

Ante esta fuerte pregunta de Jesús, los dos discípulos responden con otra pregunta: “Rabbí, ¿donde moras?” (1,38). 

Responder con otra pregunta nos recuerda el mejor estilo de las diatribas rabínicas.

Hagamos dos precisiones.

Una. Jesús es llamado por ellos con la partícula hebrea “Rabbí”, que enseguida el narrador traduce: maestro. Un Eabbi es un maestro y guía (“Didáskalos” en griego).

Dos. Ellos manifiestan que quieren conocerlo en su morar, en su habitar. No sólo quieren escuchar una enseñanza, sino ser envueltos completamente por su misma vida.

La formulación de la pregunta merece una breve profundización.

Por una parte, se evoca un hecho común en el contexto escolar del antiguo Israel acerca de la relación Maestro-Discípulo, esto es, que los discípulos con frecuencia se iban a vivir a la casa del Maestro con el fin de asimilar la sabiduría de su misma vida.

Por otra parte, tiene una dimensión más profunda: el adverbio “dónde” cuando se usa en este evangelio con referencia a Jesús, aparece en contextos en los que se indaga su identidad, su origen.

Y además, tenemos el verbo griego “menō”, que se traduce generalmente como “habitar”, pero que quizás sea mejor traducir como “permanecer”. 

Este verbo es característico de la escuela juánica, connotando un permanecer firme, un resistir; como cuando en Jn 1,32 se dice que el Espíritu “permaneció” sobre Jesús, o como en Jn 15, 7 cuando se dice que los discípulos deben “permanecer” con él.

Jesús les responde con sencillez: “Vengan y verán” (1, 39).

Es decir: Vengan y hagan la experiencia. Vengan y verán con una mirada diferente que los llevará a ver mi gloria como Hijo de Dios (Jn 1, 14; 2, 11).

Y es así como ocurre el primer encuentro con Jesús. Un encuentro que les cambia profundamente la vida.

El narrador agrega la hora en que esto ocurrió: “Era más o menos la hora décima”, o sea, las como cuatro de la tarde (1, 39). 

Es desde ese momento que comienzan a vivir con él. Ellos “permanecieron” con él. Lo dice de nuevo con el verbo griego “menō” que, como ya dijimos, significa mucho más que habitar junto alguien.

El narrador nos descubre en este momento el nombre de uno de ellos (1,40). 

Estos dos primeros discípulos eran Andrés, hermano de Simón Pedro, y otro del que no se dice el nombre, pero que la tradición ha querido identificar con el “Discípulo amado” (Jn 13, 23; 19, 26; 20, 2; 21, 7.20).

Los evangelios sinópticos nos presentan esta llamada de una manera diferente: en Galilea, a la orilla de mar, donde están los pescadores. Esta versión de la vocación la leeremos el próximo domingo (Mc 1,16-20).

Para el evangelio de Juan, en cambio, la vocación está mediada por Juan el Bautista, no es directa. El inicio no es el imperativo “Síganme”, sino con un Juan Bautista que echa para atrás y un Jesús que comienza con una pregunta.

En ambos casos, con todo, el testimonio concuerda en esto: antes de comenzar su predicación, Jesús reúne en torno a él a una comunidad, gente a la que llama para que lo sigan y compartan su misión y vida para siempre, con perseverancia, hasta el final.

Andrés va donde su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías, el Cristo” (1, 41).

Andrés se siente impulsado a comunicarle a su hermano la buena noticia del Mesías tan esperado y que ya está presente en el mundo, en medio de su pueblo.

De esta manera Andrés lleva a su hermano donde Jesús porque Simón compartía la misma esperanza, también él estaba en búsqueda de Aquel del que Juan anunciaba su venida.

La espera ha terminado, la búsqueda ha valido la pena.

La expresión “Hemos encontrado”, en plural, parece indicar el “nosotros” de la comunidad de Jesús. Es en estos términos que resonará el evangelio, como un testimonio eclesial de Jesús.

Según el evangelio de Juan, Simón no hace nada en particular, no toma ninguna iniciativa para ser llamado. Todo lo que hace es ponerse ante Jesús y escuchar sus palabras inequívocas.

Quien se ocupa es Jesús. Jesús lo mira fijamente. El narrador usa aquí el mismo verbo de Juan Bautista cuando vio pasar a Jesús. Narra una experiencia fuerte.

Mirándolo, Jesús le dice a Simón: “Tú eres Simón, el hijo de Juan. Serás llamado Kefas”, término que significa “Pedro”, “piedra”, “roca”.

“Serás llamado Kefas”. Con esta expresión Jesús proclama su verdadera identidad, su vocación y su misión.

Jesús revela quién es verdaderamente Simón al interno de su comunidad. Es una roca puesta como autoridad. Él será el portavoz de los Doce (Jn 6, 67), él será el pastor de la grey del Señor (Jn 21, 15-18).

En fin...

Estamos ante una página del Evangelio que perfuma libertad, de espacios y corazones abiertos.

Una escena que comienza con Juan Bautista que señala a otro realmente grande al cual mirar, al mismo tiempo que se retrae para no brillar él. 

Luego dos discípulos que dejan a su antiguo Maestro y que se atreven a dejarse llevar por la inquietud que palpita en el corazón. Como diría san Juan de la Cruz: “Si ninguna luz ni guía, sino lo que en el corazón ardía”.

Hemos visto en esta página también cómo la mirada del Maestro es el primer anuncio y la puerta de entrada.

Jesús nos hace entender que les falta algo, que la búsqueda nace de una pobreza, de una ausencia que arde por dentro.

¿Qué te falta? ¿Salud, dinero, esperanza, tiempo para vivir, amor, sentido de la vida, oportunidades para dar lo mejor de ti?

Pues hay algo más profundo. 

Hay un deseo que es todavía más alto, superior, y que es mucho más que el mero bienestar, un deseo que te lleva de lo superfluo a lo realmente esencial.

Todo en torno a nosotros grita: busca a Dios, búscalo en Jesús. En él tendrás una casa, una morada que no acaba, un espacio de vida seguro y sereno, una relación fuerte que purifica y que revitaliza todas las demás.

Las cosas esenciales son pocas y a ellas se llega a través de la llave del corazón. Y escucharlo nos lleva Jesús.

Queda entonces la pregunta: ¿Qué buscan?

Es lo primero que habría que preguntarle a todo el que se acerca a Jesús. La pregunta que cada día nos vendría bien plantearnos.

Y nosotros podríamos responder: queremos vivir contigo, Rabbí, para que tu vida sea nuestra vida.

¿Qué más queda? Queda la ejemplar respuesta de los primeros seguidores de Jesús.

Ellos se fueron detrás guiados por la palabra y comenzaron el seguimiento de un joven rabbí del cual ignoraban todo, excepto una imagen que es una metáfora fulgurante: “Miren, este es el Cordero de Dios”.

Queda finalmente también lo que el Bautista hizo con dos de sus discípulos y lo que uno de ellos, Andrés hizo con su hermano Simón, esto es, ser mediadores del encuentro con Jesús en nuestra familia y con nuestros amigos. 

En pocas palabras, gente capaz de decir con convicción: “Hemos encontrado al Mesías”.

Es así como la misión se lleva a cabo. Es como una cadena interminable de anuncios que pasan de boca en boca la Palabra y que llevan a otros a vivir la maravillosa experiencia de Jesús.

La de un Jesús que dice “Ven y verás”.

Segundo Domingo
ciclo b

PUREZA Y VIDA CRISTIANA


— La santa pureza, condición indispensable para amar a Dios y para el apostolado.

— Necesidad de una buena formación para vivir esta virtud. Diversos campos en los que crece la castidad.

— Medios para vencer.

I. Pasadas las fiestas de Navidad, en las que hemos considerado principalmente los misterios de la vida oculta del Señor, vamos a contemplar en este tiempo, de la mano de la liturgia, los años de su vida pública. Desde el comienzo de su misión vemos a Jesús buscando a sus discípulos y llamándolos a su servicio, como hizo Yahvé en épocas anteriores, según nos muestra la Primera lectura de la Misa, en la que se nos narra la vocación de Samuel1. El Evangelio nos señala cómo el Señor se hace encontradizo con aquellos tres primeros discípulos, que serían más tarde fundamento de su Iglesia2: Pedro, Juan y Santiago.

Seguir a Cristo, entonces y ahora, significa entregar el corazón, lo más íntimo y profundo de nuestro ser, y nuestra misma vida. Se entiende bien que para seguir al Señor sea necesario guardar la santa pureza y purificar el corazón. Nos lo dice San Pablo en la Segunda lectura3Huid de la fornicación... ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? Habéis sido comprados mediante un gran precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo. Nadie como la Iglesia ha enseñado jamás la dignidad del cuerpo. «La pureza es gloria del cuerpo humano ante Dios. Es la gloria de Dios en el cuerpo humano»4.

La castidad, fuera o dentro del matrimonio, según el estado y la peculiar vocación recibida, es absolutamente necesaria para seguir a Cristo y exige, junto a la gracia de Dios, la lucha y el esfuerzo personal. Las heridas del pecado original (en la inteligencia, en la voluntad, en las pasiones y afectos) no desaparecieron con él cuando fuimos bautizados; por el contrario, introducen un principio de desorden en la naturaleza: el alma, en formas muy diversas, tiende a rebelarse contra Dios, y el cuerpo contra la sujeción al alma; los pecados personales remueven el mal fondo que dejó el pecado de origen y abren las heridas que causó en el alma.

La santa pureza, parte de la virtud de la templanza, nos inclina prontamente y con alegría a moderar el uso de la facultad generativa, según la luz de la razón ayudada por la fe5. Lo contrario es la lujuria, que destruye la dignidad del hombre, debilita la voluntad hacia el bien y entorpece el entendimiento para conocer y amar a Dios, y también para las cosas humanas rectas. Frecuentemente, la impureza lleva consigo una fuerte carga de egoísmo, y sitúa a la persona en posiciones cercanas a la violencia y a la crueldad; si no se le pone remedio, hace perder el sentido de lo divino y trascendente, pues un corazón impuro no ve a Cristo que pasa y llama; queda ciego para lo que realmente importa.

Los actos de renuncia («no mirar», «no hacer», «no desear», «no imaginar»), aunque sean imprescindibles, no lo son todo en la castidad; la esencia de la castidad es el amor: es delicadeza y ternura con Dios, y respeto hacia las personas, a quienes se ve como hijos de Dios. La impureza destruye el amor, también el humano, mientras que la castidad «mantiene la juventud del amor en cualquier estado de vida»6.

La pureza es requisito indispensable para amar. Aunque no es la primera ni la más importante de las virtudes, ni la vida cristiana se puede reducir a ella, sin embargo, sin castidad no hay caridad, y es esta la primera virtud y la que da su perfección y el fundamento a todas las demás7.

Los primeros cristianos, a quienes San Pablo dice que han de glorificar a Dios en su cuerpo, estaban rodeados de un clima de corrupción, y muchos de ellos provenían de ese ambiente. No os engañéis -les decía el Apóstol-. Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros... heredarán el reino de Dios. Y eso fuisteis alguno de vosotros...8. A estos les señala San Pablo que han de vivir con esmero esta virtud poco valorada, incluso despreciada en aquellos momentos y en aquella cultura. Cada uno de ellos ha de ser un ejemplo vivo de la fe en Cristo que llevan en el corazón y de la riqueza espiritual de la que son portadores. Lo mismo nosotros.

II. Debemos tener la convicción firme de que la santa pureza se puede vivir siempre, aunque sea muy fuerte la presión contraria, si se ponen los medios que nos da Dios para vencer y se evitan las ocasiones de peligro.

Para vivirla, es indispensable tener una buena formación, tratando esta materia con finura y sentido sobrenatural, pero con claridad y sin ambigüedades, en la dirección espiritual, para completar o rectificar de este modo las ideas poco exactas que se puedan tener. A veces, problemas mal calificados de escrúpulos están motivados porque no se terminó de hablar a fondo de ellos, y se resuelven cuando se refieren con claridad los hechos objetivos en la dirección espiritual y en la Confesión.

El cristiano que de verdad quiere seguir a Cristo ha de unir la pureza de alma a la pureza del cuerpo: tener ordenados los afectos, de tal manera que Dios ocupe en todo momento el centro del alma. Por eso, la lucha por vivir esta virtud y por crecer en ella se ha de extender también al campo de los afectos, a la «guarda del corazón», y a todas aquellas materias que indirectamente puedan facilitarla o dificultarla: mortificación de la vista, de la comodidad, de la imaginación, de los recuerdos.

Para luchar con eficacia en adquirir y perfeccionar esta virtud debemos, en primer lugar, estar hondamente convencidos de su valor, de su absoluta necesidad y de los incontables frutos que produce en la vida interior y en el apostolado. Esta gracia es necesario pedírsela al Señor, porque no todos lo entienden9. Otra condición que fundamenta la eficacia de esta lucha es la humildad: tiene auténtica conciencia de su propia debilidad quien se aparta decididamente de las ocasiones peligrosas; quien reconoce con contrición y sinceridad sus descuidos concretos; quien pide la ayuda necesaria; quien reconoce con agradecimiento el valor de su cuerpo y de su alma.

Quizá, según épocas o circunstancias, una persona deberá luchar con más intensidad en un campo, y a veces en otro bien diverso: la sensibilidad que, sin mortificación, podría estar más viva por no haberse evitado causas voluntarias más o menos remotas; lecturas que, aunque no sean claramente impuras, pueden dejar en el alma un clima de sensualidad; falta de cuidado en la guarda de la vista...

Otros campos relacionados con esta virtud de la santa pureza, y que es preciso cuidar y guardar, son: los sentidos internos (imaginación, memoria), que, aunque no se detuvieran directamente en pensamientos contra el noveno mandamiento, son con frecuencia ocasiones de tentaciones, y supone muy poca generosidad con el Señor no evitarlos; la guarda del corazón, que está hecho para amar, y al que debemos darle un amor limpio según la propia vocación, y en el que siempre debe estar Dios ocupando el primer lugar. No podemos ir con el corazón en la mano, como ofreciendo una mercancía10. Relacionadas con la guarda del corazón están la vanidad, la tendencia a llamar la atención, a ser el centro; el afán desmedido de encontrar siempre respuestas afectivas por parte de los demás; las preferencias y predilecciones menos ordenadas...

III. Para seguir a Cristo con un corazón limpio y para ser apóstol en medio de las circunstancias que a cada uno le han tocado vivir es necesario ejercitar una serie de virtudes humanas y otras sobrenaturales, apoyados en la gracia, que nunca nos faltará si ponemos lo que está de nuestra parte y la pedimos con humildad.

Entre las virtudes humanas que ayudan a vivir la santa pureza está la laboriosidad, el trabajo constante, intenso. Muchas veces los problemas de pureza son de ocio o de pereza. También son necesarias la valentía y la fortaleza para huir de la tentación, sin caer en la ingenuidad de pensar que aquello no hace daño, sin falsos pretextos de edad o de experiencia. La sinceridad plena, contando toda la verdad, con claridad, estando prevenidos contra el «demonio mudo»11, que tiende a engañarnos, quitando entidad al pecado o a la tentación, o agrandándolo para hacernos caer en la tentación de la «vergüenza de hablar». La sinceridad es completamente necesaria para vencer, pues sin ella el alma se queda sin una ayuda imprescindible.

Ningún medio sería suficiente si no acudiéramos al trato con el Señor en la oración y en la Sagrada Eucaristía. Allí encontramos siempre la ayuda necesaria, las fuerzas que hacen firme la propia flaqueza, el amor que llena el corazón, siempre insatisfecho con todo lo de este mundo porque fue creado para lo eterno. En el sacramento de la Penitencia purificamos nuestra conciencia, recibimos gracias específicas del sacramento para vencer en aquello, quizá pequeño, en lo que fuimos vencidos, y también la fortaleza que da siempre una verdadera dirección espiritual.

Si queremos entender el amor a Jesucristo como lo entendieron los Apóstoles, los primeros cristianos y los santos de todos los tiempos, es necesario vivir esta virtud de la santa pureza; si no, nos pegamos a la tierra y no entendemos nada.

Acudimos a Santa María, Mater Pulchrae Dilectionis12, Madre del Amor Hermoso, porque Ella crea en el alma del cristiano la delicadeza y la ternura filial donde puede crecer esta virtud. Y nos concederá la recia virtud de la pureza si acudimos con amor y confianza.



Te Deum


A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.


Salmo 117: Himno de acción de gracias después de la victoria

Ant: Bendito el que viene en nombre del Señor.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.

Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.

El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
"la diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa."

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.

-Ésta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

-Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

-Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina.

-Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Bendito el que viene en nombre del Señor.

Daniel 3,52-57: Que la creación entera alabe al Señor

Ant: Cantemos un himno al Señor, nuestro Dios. Aleluya.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito tu nombre, santo y glorioso:
a él gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres sobre el trono de tu reino:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en la bóveda del cielo:
a ti honor y alabanza por los siglos.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Cantemos un himno al Señor, nuestro Dios. Aleluya.

Salmo 150: Alabad al Señor

Ant: Alabad al Señor por su inmensa grandeza. Aleluya.

Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento.

Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.

Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,

alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,

alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.

Todo ser que alienta alabe al Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Alabad al Señor por su inmensa grandeza. Aleluya.

Lectura

Ez 36,25-27

Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos.

V/. Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre.

R/. Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre.

V/. Contando tus maravillas.

R/. Invocando tu nombre.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre.

Cántico Ev.

Ant: «Maestro, ¿dónde vives?» Jesús les dijo: «Venid y lo veréis»



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: «Maestro, ¿dónde vives?» Jesús les dijo: «Venid y lo veréis»

Preces

Demos gracias a nuestro Salvador, que ha venido al mundo para ser "Dios con nosotros" y digámosle confiadamente:

Cristo, Rey de la gloria, sé nuestra luz y nuestro gozo

- Señor Jesús, Sol que nace de lo alto y primicia de la resurrección futura,
haz que, siguiéndote a ti, no vivamos nunca en sombra de muerte, sino que tengamos siempre la luz de la vida


- Que sepamos descubrir, Señor, cómo todas las criaturas están llenas de tus perfecciones,
para que así, en todas ellas, sepamos contemplarte a ti


- No permitas, Señor, que hoy nos dejemos vencer por el mal,
antes danos tu fuerza para que venzamos al mal a fuerza de bien


- Tú que, al ser bautizado en el Jordán, fuiste ungido con el Espíritu Santo,
asístenos durante este día, para que actuemos movidos por este mismo Espíritu de santidad

Por Jesús nos llamamos y somos hijos de Dios; por ello, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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