Custodia

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Saludo

Bendición

viernes, 12 de enero de 2024

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


Viernes, I semana del Tiempo Ordinario, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

 
Himno

Así te necesito
de carne y hueso.
Te atisba el alma en el ciclón de estrellas,
tumulto y sinfonía de los cielos;
y, a zaga del arcano de la vida,
perfora el caos y sojuzga el tiempo,
y da contigo, Padre de las causas,
Motor primero.

Mas el frío conturba en los abismos,
y en los días de Dios amaga el vértigo.
¡Y un fuego vivo necesita el alma
y un asidero!

Hombre quisiste hacerme, no desnuda
inmaterialidad de pensamiento.
Soy una encarnación diminutiva;
el arte, resplandor que toma cuerpo:
la palabra es la carne de la idea:
¡Encarnación es todo el universo!
¡Y el que puso esta ley en nuestra nada
hizo carne su verbo!
Así: tangible, humano,
fraterno.

Ungir tus pies, que buscan mi camino,
sentir tus manos en mis ojos ciegos,
hundirme, como Juan, en tu regazo,
y -Judas sin traición- darte mi beso.

Carne soy, y de carne te quiero.
¡Caridad que viniste a mi indigencia,
qué bien sabes hablar en mi dialecto!
Así, sufriente, corporal, amigo,
¡cómo te entiendo!
¡Dulce locura de misericordia:
los dos de carne y hueso!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Amén.

Salmo 34,1-2.3c.9-19.22-23.27-28 - I: Súplica contra los perseguidores injustos

Ant: Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

Pelea, Señor, contra los que me atacan,
guerrea contra los que me hacen guerra;
empuña el escudo y la adarga,
levántate y ven en mi auxilio;
di a mi alma:
«yo soy tu victoria.»

Y yo me alegraré con el Señor,
gozando de su victoria;
todo mi ser proclamará:
«Señor, ¿quién como Tú,
que defiendes al débil del poderoso,
al pobre y humilde del explotador?»

Se presentaban testigos violentos:
me acusaban de cosas que ni sabía,
me pagaban mal por bien,
dejándome desamparado.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

Salmo 34,1-2.3c.9-19.22-23.27-28 - II:

Ant: Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso.

Yo, en cambio, cuando estaban enfermos,
me vestía de saco,
me mortificaba con ayunos
y desde dentro repetía mi oración.

Como por un amigo o por un hermano,
andaba triste;
cabizbajo y sombrío,
como quien llora a su madre.

Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí
y me golpearon por sorpresa;
me laceraban sin cesar.

Cruelmente se burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso.

Salmo 34,1-2.3c.9-19.22-23.27-28 - III:

Ant: Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará, Señor.

Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?
Defiende mi vida de los que rugen,
mi único bien, de los leones,

y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre la multitud del pueblo.

Que no canten victoria mis enemigos traidores,
que no hagan guiños a mi costa
los que me odian sin razón.

Señor, tú lo has visto, no te calles,
Señor, no te quedes a distancia;
despierta, levántate, Dios mío,
Señor mío, defiende mi causa.

Que canten y se alegren
los que desean mi victoria,
que repitan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean la paz a tu siervo.

Mi lengua anunciará tu justicia,
todos los días te alabará.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará, Señor.

V/. Hijo mío, conserva mis palabras.

R/. Guarda mis mandatos, y vivirás.

Lectura

V/. Hijo mío, conserva mis palabras.

R/. Guarda mis mandatos, y vivirás.

La gloria de Dios en la creación


Si 43,13-33

El poder de Dios traza el relámpago y acelera los rayos justicieros; crea para un fin un depósito y hace volar la nube como un buitre. Su poder condensa las nubes y desmenuza las piedras de granizo. La voz de su trueno estremece la tierra y, al verlo, tiemblan las montañas.

Cuando él quiere, el ábrego sopla, la tormenta del norte, el ciclón y el huracán. Sacude la nieve como bandada de pájaros y, al bajar, se posa como langosta; su belleza blanca deslumbra los ojos y, cuando cae, se extasía el corazón; derrama escarcha como sal, sus cristales rebrillan como zafiros.

Hace soplar el gélido cierzo, y su frío cuaja el estanque, hiela todos los depósitos y reviste el aljibe con una coraza; quema la hierba del monte como la sequía y los brotes de la dehesa como una llama; pero el destilar del rocío lo cura todo y fecunda en seguida la tierra reseca.

Su sabiduría domeña el océano y planta islas en el mar; los navegantes describen su extensión y, al oírlos, nos asombramos; en él hay criaturas extrañas y toda especie de monstruos marinos. Por él tiene éxito su mensajero, y su palabra ejecuta su voluntad.

Aunque siguiéramos, no acabaríamos; la última palabra: «Él lo es todo.» Encarezcamos su grandeza impenetrable, él es más grande que todas sus obras; el Señor es temible en extremo, y son admirables sus palabras.

Los que ensalzáis al Señor, levantad la voz, esforzaos cuanto podáis, que aún queda más; los que alabáis al Señor, redoblad las fuerzas, y no os canséis, porque no acabaréis.

¿Quién lo ha visto, que pueda describirlo?; ¿quién lo alabará como él es? Quedan cosas más grandes escondidas, sólo un poco hemos visto de sus obras. Todo lo ha hecho el Señor, y a sus fieles les da sabiduría.

R/. Ensalzando a Dios, aunque mucho digamos, nunca acabaremos. La última palabra: «Él lo es todo.»


V/. Encarezcamos su grandeza impenetrable, él es más grande que todas sus obras.

R/. La última palabra: «Él lo es todo.»

L. Patrística

Todo, por el Verbo, compone una armonía verdaderamente divina
San Atanasio

Sermón contra los gentiles 42-43

Ninguna cosa de las que existen o son hechas empezó a ser sino en él y por él, como nos enseña el evangelista teólogo, cuando dice: En el principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada.

Así como el músico, con la lira bien templada, ejecuta una armonía, combinando con los recursos del arte los sonidos graves con los agudos y los intermedios, así también la Sabiduría de Dios, teniendo en sus manos el universo como una lira, une las cosas de la atmósfera con las de la tierra, y las del cielo con las de la atmósfera y las asocia todas unas con otras, gobernándolas con su voluntad y beneplácito. De este modo, produce un mundo unificado, hermosa y armoniosamente ordenado, sin que por ello el Verbo de Dios deje de permanecer inmutable junto al Padre, mientras pone en movimiento todas las cosas, según le place al Padre, con la invariabilidad de su naturaleza. Todo, en definitiva, vive y se mantiene, por donación suya, según su propio ser y, por él, compone una armonía admirable y verdaderamente divina.

Tratemos de explicar esta verdad tan profunda por medio de una imagen: pongamos el ejemplo de un coro numeroso. En un coro compuesto de variedad de personas, de niños, mujeres, hombres maduros y adolescentes, cada uno, bajo la batuta del director, canta según su naturaleza y sus facultades: el hombre con voz de hombre, el niño con voz de niño, la mujer con voz de mujer, el adolescente con voz de adolescente, y, sin embargo, de todo el conjunto resulta una armonía. Otro ejemplo: nuestra alma pone simultáneamente en movimiento todos nuestros sentidos, cada uno según su actividad específica, y así, en presencia de algún estímulo exterior, todos a la vez se ponen en movimiento: el ojo ve, el oído oye, la mano toca, el olfato huele, el gusto gusta, y también sucede con frecuencia que actúan los demás miembros corporales, por ejemplo, los pies se ponen a andar. De manera semejante acontece en la creación en general. Ciertamente, los ejemplos aducidos no alcanzan a dar una idea adecuada de la realidad, y por esto es necesaria una más profunda comprensión de la verdad que quieren ilustrar.

Es decir, que todas las cosas son gobernadas a un solo mandato del Verbo de Dios, de manera que, ejerciendo cada ser su propia actividad, del conjunto resulta un orden perfecto.

R/. Bendecid al Dios del cielo y alabadlo ante todos los vivientes, porque ha sido misericordioso con vosotros.


V/. Bendecid al Señor, cantadle, proclamad sus maravillas.

R/. Porque ha sido misericordioso con vosotros.

Viernes, I semana del Tiempo Ordinario, feria

1S 8.4-7.10-22a: Gritaréis contra el rey, pero Dios no os responderá.

En aquellos días, los ancianos de Israel se reunieron y fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá.

Le dijeron:

-Mira, tú eres ya viejo, y tus hijos no se comportan como tú. Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones.

A Samuel le disgustó que le pidieran ser gobernados por un rey, y se puso a orar al Señor.

El Señor le respondió:

-Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey.

Samuel comunicó la palabra del Señor a la gente que le pedía un rey:

-Estos son los derechos del rey que os regirá: A vuestros hijos los llevará para enrolarlos en sus destacamentos de carros y caballería, y para que vayan delante de su carroza; los empleará como jefes y oficiales en su ejército, como aradores de sus campos y segadores de su cosecha, como fabricantes de armamento y de pertrechos para sus carros. A vuestras hijas se las llevará como perfumistas, cocineras y reposteras. Vuestros campos, viñas y los mejores olivares, os los quitará para dárselos a sus ministros. De vuestro grano y vuestras viñas, os exigirá diezmos, para dárselos a sus funcionarios y ministros. A vuestros criados y criadas, y a vuestros mejores burros y bueyes, se los llevará para usarlos en su hacienda. De vuestros rebaños os exigirá diezmos. ¡Y vosotros mismos seréis sus esclavos! Entonces gritaréis contra el rey que os elegisteis, pero Dios no os responderá.

El pueblo no quiso hacer caso a Samuel, e insistió:

-No importa. ¡Queremos un rey! Así seremos nosotros como los demás pueblos. Que nuestro rey nos gobierne y salga al frente de nosotros a luchar en nuestra guerra.

Samuel oyó lo que pedía el pueblo y se lo comunicó al Señor.

El Señor le respondió:

-Hazles caso y nómbrales un rey.

Sal 88,16-17.18-19: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.

Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo
y el Santo de Israel, nuestro rey.

Mc 2,1-12: El Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados.

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:

-«Hijo, tus pecados quedan perdonados.»

Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:

-«Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?»

Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:

-«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados ... »

Entonces le dijo al paralítico:

-«Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla -y vete a tu casa. »

Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:

-«Nunca hemos visto una cosa igual.»



Pistas para la Lectio Divina

Marcos 2,1-12: Una fe comunitaria. “Viendo Jesús la fe de ellos”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

Hasta ahora, según Marcos, el Señor ha hecho innumerables curaciones (1,34.39). De entre ellas dos han quedado en el texto con nombre propio: (1) La suegra de Simón; (2) El leproso.

Resaltemos un detalle particular. En la curación de la suegra de Simón, es Jesús mismo quien se acerca a ella y la cura. En la del leproso, es éste quien se acerca a Jesús para ser curado.

En la que nos presenta el evangelio de hoy, es una comunidad, cuatro personas, que llevan a un paralítico. Es un bello ejemplo de lo que puede lograr la fe de una comunidad en relación con uno de sus miembros enfermos.

Marcos nos presenta a Jesús en casa, rodeado de mucha gente. Ya no podía entrar nadie más porque no había sitio.

Probablemente cuatro amigos o familiares de un paralítico, el texto no nos lo aclara, se enteran de que Jesús está en Cafarnaúm y lo más seguro es que ellos mismos tomen la iniciativa y se tomen la molestia de cargar con el paralítico para llevárselo a Jesús. Es bella la insistencia de estos cuatro. Llegan a la puerta de la casa. No se podía entrar. Como decimos: “no cabía ni una aguja más”. Lo más razonable hubiera sido esperar hasta que Jesús acabara de hablar, o desistir y regresar a casa. Pero no. Ellos llevaban en sus manos un paralítico y en su corazón una fe capaz de trasladar montañas o al manos con la suficiente creatividad e ingenio para buscar otras soluciones.

No debió ser cosa fácil subir al paralítico sobre el techo, abrir un espacio y descolgarlo.

Jesús captó profundamente la situación. Cuando tuvo ante sí al paralítico, lo primero en lo cual se detuvo, como nos dice el texto, fue en “la fe de ellos” y no solamente en el deseo, no tan manifiesto, del paralítico de ser curado. A Jesús lo movió la fe de esa pequeña comunidad y actuó. Actuó de una forma extraña para algunos presentes al decirle al paralítico “Tus pecados te son perdonados” (5). Esta expresión hizo reaccionar a otra “pequeña comunidad”, los escribas y fariseos presentes, no ya con la fe sino con la murmuración. ¿Cómo puede hablar así? ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios? (8). Cuando no se acepta la persona de Cristo fácilmente se cuestionan y hasta condenan sus actitudes.

Al final Jesús, curando al leproso, les hace comprender a los escribas y fariseos que su poder va más allá de lo que podemos pensar y, según el texto, “Todos” (12) terminan asombrados y glorificando a Dios y afirmando que “Jamás se había visto cosa parecida”. Quisiéramos haber visto la reacción de los escribas y fariseos al salir de la casa.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón.

1. ¿Qué nos dice la expresión de Jesús: Qué es más fácil decir al paralítico, tus pecados te son perdonados o levántate, toma tu camilla y anda?

2. ¿En qué momentos nuestra familia o comunidad ha actuado como una pequeña comunidad salvadora de alguno de sus miembros? ¿Qué consecuencias ha tenido esta actuación?

3. Recuerdo una ocasión en la cual yo haya ayudado a salvar a una persona con mi fe. ¿Qué enseñanzas saqué de este hecho? ¿Cómo es mi relación con esa persona?

1ª Semana. Viernes

LAS VIRTUDES HUMANAS EN EL APOSTOLADO


— La curación del paralítico de Cafarnaún. Fe operativa, sin respetos humanos. Optimismo.

— La prudencia y la «falsa prudencia».

— Otras virtudes. Ser buenos instrumentos de la gracia.

I. El Evangelio de la Misa1 presenta a Jesús enseñando a la muchedumbre venida de muchas aldeas de Galilea y de Judea; se juntaron tantos que ya ni a la puerta había sitio. Entonces vienen trayéndole un paralítico, que era transportado por cuatro. A pesar de sus denodados intentos no logran llegar hasta Jesús, pero ellos no cejaron en su empeño de aproximarse al Maestro con el amigo que yacía en una camilla. Entonces, cuando otros habrían desistido por las dificultades que les cerraban el paso, ellos no se arredraron y subieron hasta el tejado, levantaron la techumbre por el sitio donde se encontraba el Señor y, después de hacer un agujero, descolgaron la camilla con el paralítico. Jesús se quedó admirado de la fe y de la audacia de estos hombres. Y por ellos, y por la humildad del paralítico que se ha dejado ayudar, realizó un gran milagro: el perdón de los pecados del enfermo y la curación de su parálisis.

El paralítico representa, de algún modo, a todo hombre al que sus pecados o su ignorancia impiden llegar hasta Dios. San Ambrosio, comentando este pasaje, exclama: «¡Qué grande es el Señor, que por los méritos de algunos perdona a los otros!»2. Los amigos que llevan hasta el Señor al enfermo incapacitado son un ejemplo vivo de apostolado. Los cristianos somos instrumentos del Señor para que realice verdaderos milagros en nuestros amigos que, por tantos motivos, se encuentren como incapacitados por sí mismos para llegar hasta Cristo que les espera.

La tarea apostólica ha de estar movida por el afán de ayudar a los hombres a encontrar a Jesús. Para ello, entre otras cosas, se requieren una serie de virtudes sobrenaturales, como vemos en la actuación de los amigos de este enfermo de Cafarnaún. Son hombres que tienen una gran fe en el Maestro, a quien ya habían tratado en otras ocasiones; quizá fue el mismo Jesús quien les dijo que lo llevaran hasta Él. Y es una fe con obras, pues ponen los medios ordinarios y extraordinarios que el caso requiere. Son hombres llenos de esperanza y optimismo, convencidos de que Jesucristo es lo único que verdaderamente necesita el amigo.

El relato del Evangelio nos deja ver también muchas virtudes humanas, necesarias en toda labor de apostolado. En primer lugar son hombres que han echado fuera los respetos humanos: nada les importa lo que piensen los demás –había mucha gente– por su acción, que podía ser fácilmente juzgada como extremosa, intempestiva, distinta de lo que hacían los demás que habían acudido a oír al Maestro. Solo les importa una cosa: llegar hasta Jesús con su amigo, cueste lo que cueste. Y esto solo es posible cuando se tiene una gran rectitud de intención, cuando lo único que importa es el juicio de Dios y nada, o muy poco, el juicio de los hombres. ¿Actuamos también nosotros así? ¿Nos importa en algunas ocasiones más el «qué dirán» las gentes que el juicio de Dios? ¿Tenemos reparo en distinguirnos de los demás, cuando precisamente lo que espera el Señor, y también quienes ven nuestras acciones, es que nos distingamos llevando a cabo aquello que debemos hacer? ¿Sabemos mantener en público, cuando sea necesario, nuestra fe y nuestro amor a Jesucristo?

II. Estos cuatro amigos ejercitaron en su tarea la virtud de la prudencia, que lleva a buscar el mejor camino para lograr su fin. Dejaron a un lado la «falsa prudencia», la que llama San Pablo prudencia de la carne3, que fácilmente se identifica con la cobardía, y lleva a buscar solo lo que es útil para el bien corporal, como si fuera este el principal o el único fin de la vida. La «falsa prudencia» equivale al disimulo, la hipocresía, la astucia, el cálculo interesado y egoísta, que mira principalmente el interés material. Y, por eso, esta falsa virtud es, en realidad, miedo, temor, cobardía, soberbia, pereza... Si estos hombres se hubieran dejado llevar por la prudencia de la carne, su amigo no habría llegado hasta Jesús, y ellos no habrían sentido el inmenso gozo que vieron brillar en la mirada de Jesús, cuando curó al enfermo. Se habrían quedado a la entrada de la casa abarrotada de gente, y ni siquiera habrían oído desde allí a Jesús.

Aquellos hombres vivieron plenamente la virtud de la prudencia, que nos dice en cada caso lo que conviene hacer -aunque sea difícil- o dejar de hacer, la que nos enseña los medios que conducen al fin que pretendemos, la que nos indica cuándo y cómo debemos obrar. Aquellos amigos conocían bien su fin –llegar hasta el Señor– y buscaron medios para realizarlo: subir a la terraza de la casa, hacer un agujero suficientemente grande y descolgar al paralítico en su camilla, hasta estar delante de Jesús. No les importaron mucho las palabras falsamente «prudentes» de otras personas que les aconsejaban esperar otra ocasión.

Estos hombres de Cafarnaún fueron verdaderos amigos de aquel que por sí mismo no podía llegar hasta el Maestro, pues «es propio del amigo hacer bien a los amigos, principalmente a aquellos que se encuentran más necesitados»4, y no existe mayor necesidad que la de Dios. Por eso, la primera muestra de aprecio por los amigos es la de acercarlos más y más a Cristo, fuente de todo bien; no contentarnos con que no hagan el mal y no lleven una conducta desordenada, sino lograr que aspiren a la santidad, a la que han sido llamados –todos– y para la que el Señor les dará las gracias necesarias. No existe favor más grande que este de ayudarles en su camino hacia Dios. No encontraremos un bien mayor que darles. Por eso, debemos aspirar a tener muchos amigos y fomentar amistades auténticas.

«El verdadero amigo no puede tener, para su amigo, dos caras: la amistad, si ha de ser leal y sincera, exige renuncias, rectitud, intercambio de favores, de servicios nobles y lícitos. El amigo es fuerte y sincero en la medida en que, de acuerdo con la prudencia sobrenatural, piensa generosamente en los demás, con personal sacrificio. Del amigo se espera la correspondencia al clima de confianza, que se establece con la verdadera amistad; se espera el reconocimiento de lo que somos y, cuando sea necesaria, también la defensa clara y sin paliativos»5.

La amistad ha sido, desde los comienzos, el cauce natural por el que muchos han encontrado la fe en Jesucristo y la misma vocación a una entrega más plena. Es un camino natural y sencillo, que elimina muchos obstáculos y dificultades. El Señor tiene en cuenta con frecuencia este medio para darse a conocer. Los primeros discípulos que conocieron al Señor fueron a comunicar la Buena Nueva, antes que a ningún otro, a los que amaban. Andrés trajo a Pedro, su hermano; Felipe, a su amigo Natanael; Juan seguramente encaminó hacia el Señor a su hermano Santiago6. ¿Hacemos así nosotros? ¿Deseamos comunicar cuanto antes a quienes más aprecio tenemos el mayor bien que hemos encontrado? ¿Hablamos de Dios a nuestros amigos, a nuestros familiares, a los compañeros de estudio o de trabajo? ¿Es nuestra amistad un cauce para que otros se acerquen más a Cristo?

III. El cristiano ha de ejercitar en su tarea apostólica otras virtudes humanas para ser buen instrumento del Señor en su misión de recristianizar el mundo: fortaleza ante los obstáculos que de un modo u otro se presentan en toda tarea apostólica; constancia y paciencia, porque las almas, como la semilla, tardan a veces en dar su fruto, y porque no se puede lograr en unos días lo que quizá Dios ha previsto que se realice en meses o en años; audacia para sacar en la conversación temas profundos que no surgen si no se provocan oportunamente, y también para proponer metas más altas que nuestros amigos no vislumbran por sí mismos; veracidad y autenticidad, sin las cuales es imposible que exista una verdadera amistad...

Nuestro mundo está necesitado de hombres y mujeres de una pieza, ejemplares en sus tareas, sin complejos, sobrios, serenos, profundamente humanos, firmes, comprensivos e intransigentes en la doctrina de Cristo, afables, justos, leales, alegres, optimistas, generosos, laboriosos, sencillos, valientes..., para que así sean buenos colaboradores de la gracia, pues «el Espíritu Santo se sirve del hombre como de un instrumento»7, y entonces sus obras cobran una eficacia divina, como la herramienta, que de sí misma sería incapaz de producir nada, y en manos de un buen profesional puede llegar a realizar obras maestras.

¡Qué alegría la de aquellos hombres cuando vuelven con el amigo sano del cuerpo y del alma! El encuentro con Cristo estrechó aún más su amistad, como ocurre en todo apostolado verdadero. No olvidemos nosotros que no existe enfermedad que Cristo no pueda curar, para no dar como irrecuperables a gentes a las que cada día debemos tratar por razón de estudio, de trabajo, de parentesco o de vecindad. Muchos de ellos se encuentran como impedidos para acercarse más a Jesucristo: nosotros, ayudados por la gracia, debemos llevarlos hasta Él. Un gran amor a Cristo será lo que nos impulsará a una fe operativa, sin respetos humanos, sin pararnos en las lógicas dificultades que hallaremos. Cuando nos encontremos hoy cerca del Sagrario no dejemos de hablar al Maestro de esos amigos que deseamos llevarle para que Él los cure.


Salmo 50: Misericordia, Dios mío

Ant: Aceptarás los sacrificios, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar, Señor.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

¡Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Aceptarás los sacrificios, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar, Señor.

Isaías 45,15-26: Que los pueblos todos se conviertan al Señor

Ant: Con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.

Es verdad: tú eres un Dios escondido,
el Dios de Israel, el Salvador.
Se avergüenzan y se sonrojan todos por igual,
se van avergonzados los fabricantes de ídolos;
mientras el Señor salva a Israel
con una salvación perpetua,
para que no se avergüencen ni se sonrojen nunca jamás.

Así dice el Señor, creador del cielo
-Él es Dios-,
Él modeló la tierra,
la fabricó y la afianzó;
no la creó vacía,
sino que la formó habitable:
«Yo soy el Señor, y no hay otro»

No te hablé a escondidas,
en un país tenebroso,
no dije a la estirpe de Jacob:
«buscadme en el vacío»

Yo soy el Señor que pronuncia sentencia
y declara lo que es justo.
Reuníos, venid, acercaos juntos,
supervivientes de las naciones.
No discurren los que llevan su ídolo de madera
y rezan a un dios que no puede salvar.

Declarad, aducid pruebas,
que deliberen juntos:
¿Quién anunció esto desde antiguo,
quién lo predijo desde entonces?
¿No fui yo, el Señor?
-No hay otro Dios fuera de mí-.

Yo soy un Dios justo y salvador,
y no hay ninguno más.

Volveos hacia mí para salvaros,
confines de la tierra,
pues yo soy Dios, y no hay otro.

Yo juro por mi nombre,
de mi boca sale una sentencia,
una palabra irrevocable:
«Ante mí se doblará toda rodilla,
por mí jurará toda lengua»
dirán: «Sólo el Señor
tiene la justicia y el poder»

A Él vendrán avergonzados
los que se enardecían contra él;
con el Señor triunfará y se gloriará
la estirpe de Israel.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.

Salmo 99: Alegría de los que entran en el templo

Ant: Entrad con vítores en la presencia del Señor.

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios:
que El nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades»

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Entrad con vítores en la presencia del Señor.

Lectura

Ef 4,29-32

Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen. No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.

V/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

R/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

V/. Indícame el camino que he de seguir.

R/. Hazme escuchar tu gracia.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

Cántico Ev.

Ant: El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.

Preces

Adoremos a Cristo, que salvó al mundo con su cruz, y supliquémosle, diciendo:

Concédenos, Señor, tu misericordia

- Oh Cristo, que con tu claridad eres nuestro sol y nuestro día,
haz que, desde el amanecer, desaparezca de nosotros todo sentimiento malo.


- Vela, Señor, sobre nuestros pensamientos, palabras y obras,
a fin de que nuestro día sea agradable ante tus ojos.


- Aparta de nuestros pecados tu vista
y borra en nosotros toda culpa.


- Por tu cruz y tu resurrección,
llénanos del gozo del Espíritu Santo.

Ya que somos hijos de Dios, oremos a nuestro Padre como Cristo nos enseñó:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Oh Dios, que has iluminado las tinieblas de nuestra ignorancia con la luz de tu Palabra: acrecienta en nosotros la fe que tú mismo nos has dado; que ninguna tentación pueda nunca destruir el ardor de la fe y de la caridad que tu gracia ha encendido en nuestro espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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