Custodia

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Saludo

Bendición

miércoles, 3 de enero de 2024

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 

Santísimo Nombre de Jesús, memoria libre

Salterio: 3 de enero

Inicio

(se hace la señal de la cruz sobre los labios mientras se dice:)

V/. -Señor, ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy» (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.

 
Himno

Ver a Dios en la criatura,
ver a Dios hecho mortal
y ver en humano portal
la celestial hermosura.
¡Gran merced y gran ventura
a quien verlo mereció!
¡Quién lo viera y fuera yo!

Ver llorar a la alegría,
ver tan pobre a la riqueza,
ver tan baja a la grandeza
y ver que Dios lo quería.
¡Gran merced fue en aquel día
la que el hombre recibió!
¡Quién lo viera y fuera yo!

Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo! Amén.

Salmo 38 - I: Súplica de un enfermo

Ant: También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.

La creación fue sometida a la frustración, pero con la esperanza de que se vería liberada (Rm 8,20.21)

Yo me dije: «vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente.»

Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.

«Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy.»

Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como una sombra,
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.

Salmo 38 - II:

Ant: Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.

Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis inquietudes,
no me hagas la burla de los necios.

Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.

Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.

Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto;

porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplácate, dame respiro,
antes de que pase y no exista.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.

Salmo 51: Contra la violencia de los calumniadores

Ant: Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.

El que se gloríe, que se gloríe en el Señor (1Co 1,31)

¿Por qué te glorías de la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;

prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.

Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del suelo vital.

Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus crímenes.»

Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en la misericordia de Dios
por siempre jamás.

Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fieles:
«Tu nombre es bueno»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.

Lectura Bíblica

V/. El Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia.

R/. Para que conozcamos al Verdadero.

Vida del hombre renovado en Cristo

Lectura de la carta a los Colosenses
Col 3,5-16 (del lecc. único)

Hermanos: Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca!

No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.

Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

R/. Los que nos hemos incorporado a Cristo por el bautismo, nos hemos revestido de Cristo. Porque todos somos uno en Cristo Jesús, Señor nuestro.

V/. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres.

R/. Porque todos somos uno en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Lectura Patrística

El nombre de Jesús, el gran fundamento de la fe
San Bernardino de Siena, presbítero

Sermón 49, art. 1 (Opera omnia 4, 495ss.)

Éste es aquel santísimo nombre que fue tan deseado por los antiguos patriarcas, anhelado en tantas angustias, prolongado en tantas enfermedades, invocado en tantos suspiros, suplicado en tantas lágrimas, pero donado misericordiosamente en el tiempo de la gracia. Te suplico que ocultes el nombre del poder, que no se escuche el nombre de la venganza, que se mantenga el nombre de la justicia. Danos el nombre de la misericordia, suene el nombre de Jesús en mis oídos, porque entonces tu voz es dulce, y tu rostro, hermoso.

Así pues, el gran fundamento de la fe es el nombre de Jesús, que hace hijos de Dios. En efecto, la fe de la religión católica consiste en el conocimiento y la luz de Jesucristo, que es la luz del alma, la puerta de la vida, el fundamento de la salvación eterna. Si alguien carece de ella o la ha abandonado, camina sin luz por las tinieblas de la noche, y avanza raudo por los peligros con los ojos cerrados y, por mucho que brille la excelencia de la razón, sigue a un guía ciego mientras siga a su propio intelecto para comprender los misterios celestes, o intenta construir una casa olvidándose de los cimientos, o quiere entrar por el tejado dejando de lado la puerta. Por tanto, Jesús es ese fundamento, luz y puerta, que, habiendo de mostrar el camino a los que andaban perdidos, se manifestó a todos como la luz de la fe, por la que el Dios desconocido puede ser deseado y, suplicado, puede ser creído y, creído, puede ser encontrado.

Este fundamento sustenta la Iglesia, que se edifica en el nombre de Jesús. El nombre de Jesús es esplendor de los predicadores, porque con un luminoso esplendor hace anunciar y oír su palabra. ¿Cómo piensas que la luz de la fe se extendió por todo el orbe tanto, tan rápida y encendidamente, a no ser porque Jesús es predicado? ¿No nos llamó Dios a su luz admirable por la luz y sabor de ese nombre? Porque hemos sido iluminados y hemos visto la luz en esa luz, dice Pablo con razón: En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor: caminad como hijos de la luz.

¡Oh nombre glorioso, nombre grato, nombre amoroso y virtuoso! Por tu medio son perdonados los delitos, por tu medio son vencidos los enemigos, por tu medio son librados los débiles, por tu medio son confortados y alegrados los que sufren en las adversidades. Tú, honor de los creyentes; tú, doctor de los predicadores; tú, fortalecedor de los que obran; tú, sustentador de los vacilantes. Con tu ardiente fervor y calor, se inflaman los deseos, se alcanzan las ayudas suplicadas, se embriagan las almas al contemplarte y, por tu medio, son glorificados todos los que han alcanzado el triunfo en la gloria celeste. Dulcísimo Jesús, haznos reinar juntamente con ellos por medio de tu santísimo nombre.

R/. Que se alegren, Señor, los que se acogen a ti, con júbilo eterno; protégelos para que se llenen de gozo los que aman tu nombre.

V/. Caminarán, oh Señor, a la luz de tu rostro, tu nombre es su gozo cada día.

R/. Los que aman tu nombre.

3 de enero, feria

1Jn 2,29-3,6: Todo el que permanece en él no peca.

Queridos hermanos: Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.

Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro. Todo el que comete pecado quebranta también la ley, pues el pecado es quebrantamiento de la ley. Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado.

Todo el que permanece en él no peca. Todo el que peca no le ha visto ni conocido.

Sal 97,1-2ab.3cd-4.5-6: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

Jn 1,29-34: Este es el Cordero de Dios.

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

-«Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo" Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.»

Y Juan dio testimonio diciendo:

-«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. me dijo: Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»

Pistas para la Lectio Divina

Juan 1,29-34: Hablar de Jesús. “Ese es el Cordero de Dios”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

El Evangelio de hoy nos presenta un cuadro sugestivo y que fácilmente podemos imaginar.

Vemos a Juan bautista rodeado de gente. Un poco más lejos Jesús se acerca lentamente hasta donde están ellos. Juan aprovecha para hablar a la gente de Jesús antes de que él llegue. Aunque, a decir verdad, el texto no nos dice que Jesús haya llegado hasta donde ellos.

¿Qué dice Juan, o más concretamente, qué le dice a la gente?

La primera afirmación que hace es: “Miren, ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (29b). Una afirmación que consta de dos partes cada una de las cuales nos revela algo de Jesús.

Primera: “El Cordero de Dios”. Esta expresión nos recuerda todo el significado sacrificial y expiatorio que tenía el cordero en el Antiguo Testamento. (ver Éxodo 29).

Segunda: “Que quita el pecado del mundo” o como dice en otro texto: “Cristo mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz para que nosotros muramos al pecado y vivamos a una vida santa” (1 Pe 2,24). La acción salvífica de Jesús tiene dimensiones universales.

A continuación Juan recuerda a los que lo escuchan que ya les había hablado de Jesús cuando les dijo que: “El que venía detrás era más grande” (1,15). Hay aquí como un juego de palabras: Viene después de mí – existía antes que yo. Casi en estas dos afirmaciones podríamos identificar las dos dimensiones de la persona de Jesús: (1) la temporal: Viene después de mí, ya sea en su nacimiento como en el inicio de su misión y (2) la eterna: Existía antes que yo.

El versículo 31 aparentemente nos presenta una contradicción. En un primer momento Juan reconoce que él mismo no sabía quien era el que había de venir, pero afirma que a través de su acción de bautizar a la gente, lo que pretendía era que todo Israel lo conociera. Aquí se ve muy clara la misión de Juan: adelantarse al Mesías para darlo a conocer en su persona y en su acción. Esto él mismo lo hace bautizando.

Más adelante Juan nos repite que él no sabía quien era el Mesías, pero que quien lo envió a bautizar le había dicho: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu Santo baja y reposa es el que bautiza con Espíritu Santo” (33). El Espíritu Santo que ‘baja’ y ‘reposa’. No solo baja y desaparece, Juan usa el verbo reposar como para decir que el Espíritu descansa en Jesús, hace su morada en Él.

Juan termina con unas palabras que son garantía de verdad porque se basan en un testimonio directo: “Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios” (34). Juan que inicia definiendo a Jesús como el Cordero de Dios, termina afirmando que más que Cordero es el Hijo de Dios.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón.

1. Juan pasó de llamar a Jesús Cordero de Dios a llamarlo Hijo de Dios. ¿Podrías descubrir en el texto el proceso que él mismo hizo?

2. ¿En qué hago consistir el testimonio que estoy llamado/a a dar de Jesús?

3. ¿Cómo es nuestro testimonio comunitario de Jesús?

Tiempo de Navidad
3 de enero

LA PROFECÍA DE SIMEÓN


— La Sagrada Familia en el Templo. El encuentro con Simeón. Nuestros encuentros con Jesús.

— María, Corredentora con Cristo. El sentido del dolor.

— La Virgen nos enseña a corredimir. Ofrecer el dolor y las contradicciones. Desagraviar. Apostolado con quienes nos rodean.

I. Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, la Sagrada Familia subió de nuevo a Jerusalén para dar cumplimiento a dos prescripciones de la Ley de Moisés: la purificación de la madre, y la presentación y rescate del primogénito1.

Ninguna de estas leyes obligaban a María y a Jesús, por el nacimiento virginal y por ser Dios. Pero María quiso cumplir la ley. En esto se comportó como cualquier judía piadosa de su tiempo. «María –dice Santo Tomás– fue purificada para dar ejemplo de obediencia y de humildad»2.

La Virgen, acompañada de San José y llevando a Jesús en sus brazos, se presentó en el Templo confundida, como una más, entre el resto de las mujeres.

Jesús fue ofrecido a su Padre en las manos de María. Nunca se ofreció nada semejante en aquel Templo, y nunca se volvería a ofrecer. La siguiente ofrenda la hará el mismo Jesús, fuera de la ciudad, sobre el Gólgota. Ahora, muchas veces cada día, Jesús es ofrecido en la Santa Misa a la Trinidad Beatísima en un Sacrificio de valor infinito.

María y José ofrecieron el Niño a Dios y lo rescataron, recibiéndolo de nuevo. Para la ofrenda, los padres cotizaron como pobres. Sus recursos solo llegaban al arancel más pequeño: un par de tórtolas. La Virgen cumplió con los ritos de la purificación.

Cuando llegaron a las puertas del Templo se presentó ante ellos un anciano, Simeón, hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él3. Vino al Templo movido por el Espíritu Santo4. Tomó al Niño en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has puesto ante la faz de todos los pueblos, como luz que ilumina a los gentiles y gloria de Israel, tu pueblo5.

María y José estaban admirados por las cosas que se decían acerca de Jesús.

Este anciano había merecido conocer la llegada del Mesías, universalmente ignorada. Toda su existencia había consistido en una ardiente espera de Jesús. Ahora daba por cumplida su vida: Nunc dimittis servum tuum, Domine... Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo...

Simeón da por bien cumplida su vida: ha llegado a conocer al Mesías, al Salvador del mundo. Aquel encuentro ha sido lo verdaderamente importante en su vida; ha vivido para este instante. No le importa ver solo a un niño pequeño, que llega al Templo llevado por unos padres jóvenes, dispuestos a cumplir lo preceptuado en la Ley, igual que otras decenas de familias. Él sabe que aquel Niño es el Salvador: mis ojos han visto a tu Salvador. Esto le basta; ya puede morir en paz. No debieron ser muchos los días que el anciano sobrevivió a este acontecimiento.

Nosotros no podemos olvidar que con ese mismo Salvador, el que ha sido puesto ante la faz de todos los pueblos como luz, hemos tenido, no solo uno, sino muchos encuentros; quizá le hemos recibido miles de veces a lo largo de nuestra vida en la Sagrada Comunión. Encuentros más íntimos y más profundos que el de Simeón. Y nos duelen ahora las comuniones que hayamos realizado con menos fijeza, y hacemos el propósito de que el próximo encuentro con Jesús en la Sagrada Eucaristía sea al menos como el de Simeón: lleno de fe, de esperanza y de amor.

Después de cada Comunión, que es única e irrepetible, también podemos decir nosotros: mis ojos han visto al Salvador.

II. El anciano Simeón, después de bendecir a los jóvenes esposos, se dirige a María y, movido por el Espíritu Santo, le descubre los sufrimientos que padecerá un día el Niño y la espada de dolor que traspasará el alma de Ella: Éste, le dice señalando a Jesús, ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción –y a tu misma alma la traspasará una espada–, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones6.

«Tiempo vendrá –dice San Bernardo– en que Jesús no será ofrecido en el Templo ni entre los brazos de Simeón, sino fuera de la ciudad y entre los brazos de la cruz. Tiempo vendrá en que no será redimido con lo ajeno, sino que redimirá a otros con su propia sangre, porque Dios Padre le ha enviado para rescate de su pueblo»7.

El sufrimiento de la Madre –la espada que traspasará su alma– tendrá como único motivo los dolores del Hijo, su persecución y muerte, la incertidumbre del momento en que sucedería, y la resistencia a la gracia de la Redención que ocasionaría la ruina de muchos. El destino de María está delineado sobre el de Jesús, en función de este, y sin otra razón de ser.

La alegría de la Redención y el dolor de la Cruz son inseparables en las vidas de Jesús y de María. Parece como si Dios, a través de las criaturas que más ha amado en el mundo, nos quisiera mostrar que la felicidad no está lejos de la Cruz.

Desde el comienzo, las vidas del Señor y de su Madre están marcadas con este signo de la Cruz. A la alegría del Nacimiento se añade pronto la privación y la zozobra. María sabe ya desde estos primeros momentos el dolor que la espera. Cuando llegue su hora contemplará la Pasión y Muerte de su Hijo sin un reproche, sin una queja. Sufriendo como ninguna madre es capaz de sufrir, María aceptará el dolor con serenidad porque conoce su sentido redentor. «Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (Cfr. Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado»8.

El dolor de María es particular y propio, y está relacionado con el pecado de los hombres. Es un dolor de corredención. La Iglesia aplica a la Virgen el título de Corredentora.

Nosotros aprendemos el valor y el sentido del dolor y de las contradicciones que lleva toda vida aquí en la tierra, contemplando a María. Con Ella aprendemos a santificar el dolor uniéndolo al de su Hijo y ofreciéndolo al Padre. La Santa Misa es el momento más oportuno para ofrecer todo aquello que tiene nuestra vida de más costoso. Y allí encontramos a Nuestra Señora.

III. Simeón, por voluntad de Dios, inició a María, desde el principio, en el misterio profundo de la Redención, y le declaró que el Señor le había señalado un puesto especial en la Pasión de su Hijo. Un nuevo elemento entró en la vida de María con la profecía del anciano Simeón, y permaneció en Ella hasta que estuvo al pie de la cruz de Jesús.

Los Apóstoles, a pesar de las numerosas declaraciones y enseñanzas del Señor, no llegaron a comprender del todo, hasta la Resurrección, que era preciso que el Mesías padeciese mucho de parte de los escribas y de los sumos sacerdotes9; María supo desde el principio que le esperaba un gran dolor, y que ese dolor se relacionaba con la redención del mundo. Ella, que guardaba y ponderaba todo en su corazón10, debió de reflexionar muy a menudo sobre las palabras misteriosas de Simeón. Por un proceso que nosotros no podemos comprender del todo, se hizo su corazón semejante al de su Hijo. Su dolor redentor «está sugerido tanto en la profecía de Simeón como en el relato mismo de la Pasión del Señor. Éste, decía el anciano refiriéndose al Niño que tiene en brazos, está puesto para resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción, y a tu misma alma la traspasará una espada... De hecho, cuando tu Jesús –que es de todos pero especialmente tuyo– entregó su espíritu, la lanza cruel no alcanzó su alma. Si le abrió el costado, sin perdonarle, estando ya muerto, sin embargo no le pudo causar dolor. Pero sí atravesó tu alma; en aquel momento la suya no estaba allí, pero la tuya no podía en absoluto separarse de Él»11.

El Señor ha querido asociarnos a todos los cristianos a su obra redentora en el mundo para que cooperemos con Él en la salvación de todos. Y cumpliremos esta misión ejecutando con rectitud nuestros deberes más pequeños y ofreciéndolos por la salvación de las almas, llevando con serenidad y paciencia el dolor, la enfermedad y la contradicción y realizando un apostolado eficaz a nuestro alrededor. Ordinariamente, el Señor nos pide comenzar por aquellos que por vínculos de familia, amistad, trabajo, vecindad, estudio, etc., están más cercanos. Así procedió Jesús, y también sus Apóstoles.

De modo especial le pedimos hoy a nuestra Madre Santa María que nos enseñe a santificar el dolor y la contradicción, que sepamos unirlos a la Cruz, que desagraviemos frecuentemente por los pecados del mundo, y que aumente cada día en nosotros los frutos de la Redención. ¡Oh Madre de piedad y de misericordia, que acompañabais a vuestro dulce Hijo mientras llevaba a cabo en el altar de la cruz la redención del género humano, como corredentora nuestra asociada a sus dolores...! conservad en nosotros y aumentad los frutos de la Redención y de vuestra compasión.

Salmo 76: Recuerdo del pasado glorioso de Israel

Ant: Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es grande como nuestro Dios?

Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan (2Co 4,8)

Alzo mi voz a Dios gritando,
alzo mi voz a Dios para que me oiga.

En mi angustia te busco, Señor mío;
de noche extiendo las manos sin descanso,
y mi alma rehusa el consuelo.
Cuando me acuerdo de Dios, gimo,
y meditando me siento desfallecer.

Sujetas los párpados de mis ojos,
y la agitación no me deja hablar.
Repaso los días antiguos,
recuerdo los años remotos;
de noche lo pienso en mis adentros,
y meditándolo me pregunto:

"¿Es que el Señor nos rechaza para siempre
y ya no volverá a favorecernos?
¿Se ha agotado ya su misericordia,
se ha terminado para siempre su promesa?
¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad,
o la cólera cierra sus entrañas?"

Y me digo: "¡Qué pena la mía!
¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!"
Recuerdo las proezas del Señor;
sí, recuerdo tus antiguos portentos,
medito todas tus obras
y considero tus hazañas.

Dios mío, tus caminos son santos:
¿Qué dios es grande como nuestro Dios?

Tú, oh Dios, haciendo maravillas,
mostraste tu poder a los pueblos;
con tu brazo rescataste a tu pueblo,
a los hijos de Jacob y de José.

Te vio el mar, oh Dios,
te vio el mar y tembló,
las olas se estremecieron.

Las nubes descargaban sus aguas,
retumbaban los nubarrones,
tus saetas zigzagueaban.

Rodaba el estruendo de tu trueno,
los relámpagos deslumbraban el orbe,
la tierra retembló estremecida.

Tú te abriste camino por las aguas,
un vado por las aguas caudalosas,
y no quedaba rastro de tus huellas:

Mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño,
por la mano de Moisés y de Aarón.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es grande como nuestro Dios?

Cántico AT

1 Samuel 2,1-10: Alegría de los humildes en Dios

Ant: Mi corazón se regocija por el Señor, que humilla y enaltece.

Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes (Lc 1,52-53)

Mi corazón se regocija por el Señor,
mi poder se exalta por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.
No hay santo como el Señor,
no hay roca como nuestro Dios.

No multipliquéis discursos altivos,
no echéis por la boca arrogancias,
porque el Señor es un Dios que sabe;
él es quien pesa las acciones.

Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor;
los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.

Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria;
pues del Señor son los pilares de la tierra,
y sobre ellos afianzó el orbe.

Él guarda los pasos de sus amigos,
mientras los malvados perecen en las tinieblas,
porque el hombre no triunfa por su fuerza.

El Señor desbarata a sus contrarios,
el Altísimo truena desde el cielo,
el Señor juzga hasta el confín de la tierra.
Él da fuerza a su Rey,
exalta el poder de su Ungido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mi corazón se regocija por el Señor, que humilla y enaltece.

Salmo 96: Gloria del Señor, rey de justicia

Ant: El Señor reina, la tierra goza.

Este salmo canta la salvación del mundo y la conversión de todos los pueblos (S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor reina, la tierra goza.

Lectura Bíblica

Lectura del libro del profeta Isaías
Is 62,11-12a

Decid a la ciudad de Sión: «Mira a tu Salvador que llega, el premio de su victoria lo acompaña, la recompensa lo precede; los llamarán 'Pueblo santo', 'Redimidos del Señor'.»

V/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

R/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

V/. Su salvación.

R/. Aleluya. Aleluya.

V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

Cántico Evangélico

Cántico [en Español] [en Latín]

Ant: Se entregó para liberar al pueblo y adquirirse un nombre eterno.

(se hace la señal de la cruz mientras se comienza a recitar)

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Se entregó para liberar al pueblo y adquirirse un nombre eterno.

Preces

Acudamos alegres a nuestro Redentor, el Hijo de Dios hecho hombre para renovar al hombre, y digámosle confiados:

Quédate con nosotros, Oh Emmanuel

- Oh Jesús, Hijo del Dios vivo, esplendor del Padre, luz increada, rey de la gloria, sol de justicia e Hijo de la Virgen María,
ilumina con la luz de tu encarnación el día que ahora empezamos.

- Oh Jesús, maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la Paz,
haz que los ejemplos de tu humanidad santa sean norma para nuestra vida.

- Oh Jesús, todopoderoso y paciente, humilde de corazón y obediente,
manifiesta a todos los hombres el poder de la humildad.

- Oh Jesús, padre de los pobres, gloria de los fieles, pastor bueno, luz indeficiente, Sabiduría y bondad inmensa, camino y vida para todos,
concede a tu Iglesia el espíritu de pobreza.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

ver las intenciones del Santo Padre para este mes de enero
ver las intenciones de oración de ETF

Como hijos que somos de Dios, dirijámonos a nuestro Padre con la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Oh Dios, que fundaste la salvación del género humano en la encarnación de tu Palabra, concede a tu pueblo la misericordia que implora, para que todos sepan que no ha de ser invocado otro Nombre que el de tu Unigénito. Él, que vive y reina contigo.

Amén.

Si el que preside no es un ministro ordenado, o en el rezo individual:

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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