Custodia

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Saludo

Bendición

lunes, 8 de enero de 2024

Laudes, lecturas y reflexiones +

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V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (Aleluya).

HIMNO

A la orilla del Jordán,
descalza el alma y los pies,
bajan buscando pureza
doce tribus de Israel.

Piensan que a la puerta está
el Mesías del Señor
y que para recibirle
gran limpieza es menester.

Bajan hombres y mujeres,
pobres y ricos también,
y Juan, sobre todos ellos,
derrama el agua y la fe.

Mas ¿por qué se ha de lavar
a la Pureza, por qué?
Porque el bautismo hoy empieza
y ha comenzado por él. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. El soldado bautizaba a su Rey, el siervo a su Señor, Juan al Salvador: el agua del Jordán se estremece, la Paloma da testimonio, la voz del Padre declara: «Éste es mi Hijo.»

Salmo 62, 2-9

EL ALMA SEDIENTA DE DIOS
Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas.

¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Ant. El soldado bautizaba a su Rey, el siervo a su Señor, Juan al Salvador: el agua del Jordán se estremece, la Paloma da testimonio, la voz del Padre declara: «Éste es mi Hijo.»

Ant. 2. Al manifestarse al mundo la gloria de Cristo, las aguas del Jordán fueron santificadas: sacad aguas con gozo de las fuentes del Salvador; Cristo, el Señor, ha santificado la creación entera.

Cántico Dn 3, 57-88. 56

TODA LA CREACIÓN ALABE AL SEÑOR
Alabad al Señor, sus siervos todos. (Ap 19, 5)

Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

No se dice Gloria al Padre.

Ant. Al manifestarse al mundo la gloria de Cristo, las aguas del Jordán fueron santificadas: sacad aguas con gozo de las fuentes del Salvador; Cristo, el Señor, ha santificado la creación entera.

Ant. 3. Te glorificamos, Señor, Dios y redentor, a ti que con el Espíritu y el fuego purificas a los hombres de su pecado.

Salmo 149

ALEGRÍA DE LOS SANTOS
Los hijos de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se alegran en su Rey, Cristo, el Señor. (Hesiquio)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Ant. Te glorificamos, Señor, Dios y redentor, a ti que con el Espíritu y el fuego purificas a los hombres de su pecado.

LECTURA BREVE Is 61, 1-2a

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, la libertad a los prisioneros, para proclamar el año de gracia del Señor.

RESPONSORIO BREVE

V. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

V. Tú que hoy te has manifestado.
R. Ten piedad de nosotros.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

Primera lectura

Is 42,1-4.6-7

Este es mi siervo, en quien tengo ​mi ​​​complacencia.

Lectura del libro de Isaías

E​STO dice el Señor:
«Este es mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien tengo mi complacencia.
He puesto en él mi espíritu para que muestre a las naciones cómo hago justicia.
No gritará, no levantará la voz, no irá vociferando por las calles.
no apagará la mecha que arde débilmente.
y sin ser débil él mismo ni doblarse, No quebrará la caña ya doblada, Probará que sí hago justicia, la implantará en la tierra.
Los países del mar esperan su enseñanza.
«Yo, el Señor, te llamé para traer la libertad, ​​yo te tomé de la mano, te formé y te destiné a ser​ instrumento de la alianza con mi pueblo, ​​luz de las naciones,​ para abrir los ojos a los ciegos ​y sacar a los presos de la cárcel, del calabozo a los que viven en tinieblas.

Palabra de Dios.

Salmo

Sal 29(28),1a y 2.3ac-4. 3b y 9b-10 

R. En el Jordán se oyó tu voz, oh Padre​.

Hijos de Dios, aclamen al Señor,
aclamen la gloria del nombre del Señor​;​
póstrense ante el Señor en el atrio sagrado. R.

La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica.​ ​R.

El Dios de la gloria hace oír su trueno.
En su templo un grito unánime: jGloria!
El trono del Señor está encima de la tempestad​,​
el Señor se sienta como rey eterno.​ ​R.

Aclamación

R. Aleluya, aleuya, aleluya.
V.​ Se abrió el cielo y resonó la voz del Padre: «Este es mi Hijo muy querido. Escúchenlo.» R.

Evangelio

Mc 1,7-11

Lectura del santo Evangelio según san Marcos

EN aquel tiempo, proclamaba Juan:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo».
Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
«Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».

Palabra del Señor.

Pistas para la Lectio Divina

Marcos 1, 7-11: Saber quién soy. “Detrás de mi viene uno que es más fuerte que yo”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

La semana pasada, el evangelio de Juan nos presentó en forma muy bella y secuencial una serie de testimonios sobre Jesús que nos llevaron a profundizar más acerca de su identidad como:

“Cordero de Dios” (1,29)
“Elegido de Dios” (1,34)
“Maestro” (1,38)
“Mesías – Cristo (1,42)
“Jesús el hijo de José, el de Nazareth” (1,45)
“Hijo de Dios” (1,49)
“Hijo del hombre” (1,49)

Una vez que hemos aclarado quién es Jesús, el evangelista Marcos, cuya lectura iniciamos hoy, pasa a narrarnos en quehacer salvífico de Jesús en Galilea.

En el texto que nos presenta la liturgia, Marcos retoma la figura de Juan Bautista, y más concretamente el episodio del bautismo de Jesús. Ya el lunes de la semana pasada, el mismo Juan bautista, tras la pregunta de los sacerdotes y levitas había contestado abiertamente que él no era el Cristo. (Jn 1,20). Juan tiene muy clara su identidad y su misión. Él no es el Cristo, su tarea ha sido precederle para anunciar su venida, como nos dice el evangelio: “Detrás de mi viene el que es más grande que yo” (1,7). Qué no quede ninguna duda. Jesús es más fuerte que Juan. Aquí no se trata de una fuerza física sino espiritual. Esto lo ratifica al decir que “él mismo no es digno de desatarle la correa de su sandalia” (1,7). Este era un gesto típico del antiguo oriente que lo hacían únicamente los esclavos en relación con su patrón. Aquí Juan se considera mucho menos que un esclavo ante Jesús.

La misma idea quiere darnos a entender Juan cuando dice que él bautiza con agua pero “El que viene detrás” ( 1,7) bautizará en el Espíritu. En realidad, el bautismo de Juan prepara para recibir el bautismo de Jesús.

Marcos hace aparecer entonces la figura de Jesús. Nos dice de dónde viene; de Nazareth y llega al Jordán para ser bautizado por Juan. Al que no se sentía digno de desatarle la correa de la sandalia, se le encomienda ahora la misión de bautizarlo. Aquí el evangelio nos ofrece dos signos claros que nos revelan la dignidad e identidad de Jesús. Dos signos que están estrechamente conectados con dos dimensiones comunicativas del hombre: “ver” y “oír”.

“Vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu Santo en forma de paloma bajaba a él” (1,10). Con frecuencia la liturgia del adviento que acabamos de celebrar, nos traía la expresión “rasgar los cielos y bajar” refiriéndose explícitamente a la salvación de Dios en la figura del Mesías. Aquí indica explícitamente la presencia del Espíritu Santo que desciende. A continuación se oye una voz “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” (1,11). Se trata de un momento del todo sublime. Un misterioso momento trinitario. Uno es el bautizado, tres son los presentes: El Espíritu Santo desciende santificando, el Padre habla reconociendo su paternidad y el Hijo recibe el amor y la fuerza que lo lanzan a la misión. Esto nos debería dar la certeza que en todo momento grande en nuestra vida están presentes los Tres, comunidad de amor, enseñándonos cómo se vive profundamente la realidad comunitaria.

Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. El Señor nos hace un llamado a que pensemos muy seriamente en los compromisos que adquirimos como bautizados.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón.

1. ¿En qué sentido Juan bautista afirma que: ‘Detrás de él viene uno que es más fuerte y él no es digno de desatarle la correa de la sandalia’?

2. ¿Qué efectos ha tenido y tiene en mi la realidad de ser una persona bautizada?

3. Toda comunidad debe ser un reflejo de la comunidad trinitaria. ¿En nuestra familia o en nuestra comunidad cómo podemos vivir esta realidad?

primer domingo después de epifanía

EL BAUTISMO DEL SEÑOR*


Fiesta

— Manifestación del misterio trinitario en el Bautismo de Cristo.

— Nuestra filiación divina en Cristo por el sacramento del Bautismo.

— Proyección del Bautismo en la vida diaria.

I. Apenas se bautizó el Señor se abrió el cielo, y el Espíritu Santo se posó sobre Él como una paloma. Y se oyó la voz del Padre que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto1.

Hace aún pocos días celebrábamos la Epifanía, la manifestación del Señor a los gentiles, representados en aquellos hombres sabios que llegaron a Jerusalén preguntando por el nacido rey de los judíos. Ya había tenido lugar una primera revelación a los pastores, que, en la misma noche de la Navidad, se dirigen al lugar donde ha nacido el Niño, a quien le llevan sus presentes. También la fiesta de hoy es una epifanía, una manifestación de la divinidad de Cristo señalada por la voz de Dios Padre, venida del Cielo, y por la presencia del Espíritu Santo en forma de paloma, que significa la Paz y el Amor. Los Padres de la Iglesia suelen señalar una tercera manifestación de la divinidad de Jesús. Esta tendrá lugar en Caná de Galilea, donde, a través de su primer milagro, Jesús manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él2.

En la Primera lectura de la Misa3, Isaías anuncia la figura del Mesías: He aquí mi siervo... mi elegido, en quien se complace mi alma. Sobre Él he puesto mi Espíritu... La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará... Yo, el Señor, te he llamado... para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. Esta descripción profética tiene su plena realización en el Bautismo del Señor. Entonces descendió el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, sobre Él, y se oyó una voz que venía del cielo: Tú eres el Hijo mío, el amado, en Ti me he complacido4. Las tres divinas Personas de la Trinidad intervienen en esta gran epifanía a orillas del Jordán: el Padre hace oír su voz, dando testimonio del Hijo, Jesús es bautizado por Juan, el Espíritu Santo desciende visiblemente sobre Él. La expresión de Isaías mi siervo es sustituida ahora por mi Hijo amado, que indica la Persona y la naturaleza divina de Cristo.

Con el Bautismo de Jesús se inicia de modo solemne su misión salvadora. A la vez, el Espíritu Santo comenzaba por medio del Mesías su acción en las almas, que durará hasta el fin de los tiempos.

La liturgia propia de este domingo es especialmente apta para que recordemos con alegría nuestro Bautismo y sus consecuencias en nuestra vida. Cuando San Agustín menciona en sus Confesiones el día en que recibió este sacramento, lo recuerda con profundo gozo: «rebosante de dulzura extraordinaria, aquellos días no me saciaba de considerar la profundidad de su designio para la salvación del género humano»5. Con ese gozo hemos de recordar hoy que hemos sido bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

El misterio del Bautismo de Jesús nos adentra en el misterio inefable de cada uno de nosotros, pues de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia6. Hemos sido bautizados no solo en agua, como hacía el Precursor, sino en el Espíritu Santo, que nos comunica la vida de Dios. Demos gracias hoy al Señor por aquel día memorable en el que fuimos incorporados a la vida de Cristo y destinados con Él a la vida eterna. Alegrémonos de haber sido quizá bautizados a los pocos días de haber nacido, como es costumbre inmemorial en la Iglesia, en el caso de neófitos hijos de padres cristianos.

II. Fuimos bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, para entrar en comunión con la Trinidad Beatísima. En cierto modo se han abierto para cada uno de nosotros los cielos, a fin de que entremos en la casa de Dios y conozcamos la filiación divina. «Si tuvieses piedad verdadera –enseña San Cirilo de Jerusalén–, también descenderá sobre ti el Espíritu Santo y oirás la voz del Padre desde lo alto que dice: este no es el Hijo mío, pero ahora después del Bautismo ha sido hecho Mío»7. La filiación divina ha sido uno de los grandes dones que recibimos aquel día en que fuimos bautizados. San Pablo nos habla de esta filiación y, dirigiéndose a cada bautizado, no duda en pronunciar estas dichosísimas palabras: Ya no eres esclavo sino hijo: y si hijo, también heredero8.

En el rito de este sacramento se indica que la configuración con Cristo tiene lugar mediante una regeneración espiritual, como enseñaba Jesús a Nicodemo: quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios9. «El Bautismo cristiano es, en efecto, un misterio de muerte y de resurrección: la inmersión en el agua bautismal simboliza y actualiza la sepultura de Jesús en la tierra y la muerte del hombre viejo, mientras que la emersión significa la resurrección de Cristo y el nacimiento del hombre nuevo»10. Este nuevo nacimiento es el fundamento de la filiación divina. Y así, por este sacramento, «los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con Él, son sepultados con Él y resucitan con Él; reciben el espíritu de adopción de hijos, por el que clamamos Abba! ¡Padre! (Rom 8, 15), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre»11. Esta filiación lleva consigo la aniquilación de todo pecado del alma y la infusión de la gracia.

Por el Bautismo se perdonan el pecado original y todos los pecados personales, y la pena eterna y temporal debida por los pecados. El ser configurados con Cristo resucitado, simbolizado en la emersión del agua bautismal, indica que la gracia divina, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo se han asentado en el alma del bautizado, la cual se ha constituido en morada de la Santísima Trinidad, Al cristiano se le abren las puertas del Cielo, y se alegran los ángeles y los santos. En la naturaleza humana permanecen aquellas consecuencias del pecado original que, si bien proceden de él, no son en sí mismas pecado, pero inclinan a él; el hombre bautizado sigue sujeto a la posibilidad de errar, a la concupiscencia y a la muerte, consecuencias todas ellas del pecado original. Sin embargo, el Bautismo ha sembrado ya en el cuerpo humano la semilla de una renovación y resurrección gloriosas. ¡Qué diferencia tan enorme entre la persona que iba, o llevaban, camino de la iglesia para recibir este sacramento, y la que vuelve ya bautizada! El cristiano «sale del Bautismo resplandeciente como el sol y, lo que es más importante, vuelve de allí convertido en hijo de Dios y coheredero con Cristo»12.

Demos muchas gracias al Señor por tanto bien, que querríamos comprender hoy en toda su grandeza. Por último, te pedimos... Señor, humildemente que escuchemos con fe la palabra de tu Hijo para que podamos llamarnos y ser, en verdad, hijos tuyos13. Es nuestro mayor deseo y nuestra más grande aspiración.

III. En la Segunda lectura, San Pedro recuerda aquel comienzo mesiánico de Jesús, que estaba en la mente de muchos de los que le escuchaban y del que algunos de ellos habían sido testigos oculares. Conocéis -les dice el Apóstol- lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque todo comenzó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazareth, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo...14.

Pertransivit benefaciendo..., pasó haciendo el bien... Este puede ser un resumen de la vida de Cristo aquí en la tierra. Ese debe ser el resumen de la vida de cada bautizado, pues toda su vida se desenvuelve bajo el influjo del Espíritu Santo: cuando trabaja, en el descanso, cuando sonríe o presta uno de los innumerables servicios que conlleva la vida familiar o profesional...

En la fiesta de hoy se nos invita a tomar renovada conciencia de los compromisos adquiridos por nuestros padres o padrinos, en nuestro nombre, el día de nuestro Bautismo; a reafirmar nuestra ferviente adhesión a Cristo y la voluntad de luchar por estar cada día más cerca de Él; y a separarnos de todo pecado, incluso venial, ya que al recibir este sacramento fuimos llamados a la santidad, a participar de la misma vida divina.

Es precisamente este Bautismo el que «nos hace “fideles” –fieles, palabra que, como aquella otra, “sancti” –santos, empleaban los primeros seguidores de Jesús para designarse entre sí, y que aún hoy se usa: se habla de los “fieles” de la Iglesia»15. Seremos fieles en la medida en que nuestra vida -¡tantas veces lo hemos meditado! esté edificada sobre el cimiento firme y seguro de la oración. San Lucas nos ha dejado escrito en su Evangelio que Jesús, después de haber sido bautizado, estaba en oración16. Y comenta Santo Tomás de Aquino: en esta oración, el Señor nos enseña que «después del Bautismo le es necesaria al hombre la asidua oración para lograr la entrada en el Cielo; pues, si bien por el Bautismo se perdonan los pecados, queda sin embargo la inclinación al pecado que interiormente nos combate, y quedan también el demonio y la carne que exteriormente nos impugnan»17.

Junto al agradecimiento y la alegría por tantos bienes como nos han llegado en este sacramento, renovemos hoy nuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia, que, en muchas ocasiones, se traducirá en la fidelidad a nuestra oración diaria.

Este domingo, que sigue inmediatamente a la Solemnidad de la Epifanía, la liturgia nos presenta el Bautismo del Señor en el Jordán, y nos introduce en la intimidad del misterio de su Persona y de su misión. A la vez, nos da la oportunidad de agradecer los innumerables dones que Cristo nos otorgó el día en que fuimos bautizados. La Iglesia nos exhorta en el día de hoy a reafirmar «con renovado ardor de fe los compromisos que un día asumieron por nosotros nuestros padres, padrinos y madrinas con las promesas bautismales» y a renovar «nuestra firme y ferviente adhesión a Cristo y la voluntad de luchar contra el mal» (Juan Pablo II).



Ant. Cristo es bautizado y el universo entero se purifica; el Señor nos obtiene el perdón de los pecados: purifiquémonos todos por el agua y el Espíritu.

Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Cristo es bautizado y el universo entero se purifica; el Señor nos obtiene el perdón de los pecados: purifiquémonos todos por el agua y el Espíritu.

PRECES

Roguemos a nuestro Redentor, bautizado por Juan en el Jordán, y digámosle:
Señor, ten piedad.

Cristo Jesús, que al manifestarte al mundo has iluminado a todos los hombres,
concede luz abundante a cuantos hoy se relacionen con nosotros.

Cristo Jesús, que para enseñarnos un camino de humildad te humillaste recibiendo el bautismo de Juan,
danos un espíritu de humilde servicio para con todos los hombres.

Cristo Jesús, que por tu bautismo nos purificaste de todo pecado y nos hiciste hijos del Padre,
concede el espíritu de adopción a todos los que buscan a Dios con sinceridad.

Cristo Jesús, que en tu bautismo abriste una puerta de salvación para los cristianos y santificaste la creación entera,
haz de todos nosotros ministros de tu Evangelio en el mundo.

Cristo Jesús, que en tu bautismo nos revelaste a la Trinidad,
renueva el espíritu de adopción y el sacerdocio real de los bautizados.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Gracias a Jesucristo somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Oración

 

Dios todopoderoso y eterno, que proclamaste solemnemente a Cristo como tu Hijo amado, cuando era bautizado en el Jordán y descendía el Espíritu Santo sobre él, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, que se conserven siempre dignos de tu complacencia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.



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