Custodia

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Saludo

Bendición

jueves, 14 de septiembre de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 



V. Señor abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant.  Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

Salmo 94

INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Animaos unos a otros, día tras día, mientras perdura el «hoy». (Hb 3, 13)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba,
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado, 
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.  Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.
HIMNO

Con gozo el corazón cante la vida,
presencia y maravilla del Señor,
de luz y de color bella armonía,
sinfónica cadencia de su amor.

Palabra esplendorosa de su Verbo,
cascada luminosa de verdad,
que fluye en todo ser que en él fue hecho
imagen de su ser y de su amor.

La fe cante al Señor, y su alabanza,
palabra mensajera del amor,
responda con ternura a su llamada
en himno agradecido a su gran don.

Dejemos que su amor nos llene el alma
en íntimo diálogo con Dios,
en puras claridades cara a cara,
bañadas por los rayos de su sol.

Al Padre subirá nuestra alabanza
por Cristo, nuestro vivo intercesor,
en alas de su Espíritu que inflama
en todo corazón su gran amor. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Salmo 88, 39-53

LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID
Nos ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David. (Lc 1, 69)

IV

Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;

has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;

has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;

has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.

Ant. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Ant. 2. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

V

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.

¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?

Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.

Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.

Ant. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

Ant. 3. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

Salmo 89

BAJE A VOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR
Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. (2Pe 3, 8)

Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.

Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vigilia nocturna.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.

¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.

Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.

Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Ant. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.
R. Y tu luz nos hace ver la luz.

PRIMERA LECTURA

Año I:

Del libro del profeta Oseas 2, 2. 6-24

ISRAEL, CASTIGADO POR SU INFIDELIDAD, VOLVERÁ A DIOS

Esto dice el Señor:

«¡Acusad a vuestra madre, ponedle pleito! Porque ella no es ya mi mujer, ni yo soy su marido. Arrancadle de su rostro sus prostituciones y de su pecho sus adulterios.

Pues yo voy a cercar su sendero con espinos, derribaré sus tapias, y no encontrará su camino. Irá tras sus amantes y no los hallará, los buscará y no los encontrará, y entonces dirá: “Voy a volver a mi marido, al primero, porque entonces me iba mejor que ahora.”

Y he aquí que yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, y allí le hablaré al corazón. Le devolveré sus antiguos huertos, y a Acor, Valle de la Desgracia, lo convertiré en Puerta de la Esperanza, y ella me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día —oráculo del Señor— me llamará: “Esposo mío”, no me llamará: “Baal mío”. Quitaré de su boca los nombres de los ídolos, y no se acordará más de invocarlos. Aquel día haré para ellos una alianza con las fieras del campo y las aves del cielo y los reptiles de la tierra. Romperé en su país arco, espada y armas, y los haré vivir tranquilos.

Te desposaré conmigo para siempre, me casaré contigo en derecho y justicia, en la benignidad y en el amor, me casaré contigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor. Aquel día —oráculo del Señor— yo responderé a los cielos, ellos responderán a la tierra, la tierra responderá al trigo y al vino y al aceite, y ellos responderán a Yizreel. Y la sembraré para mí en el país, me compadeceré de la “No-compadecida”, y diré a “No-es-mi-pueblo”: “Tú eres mi pueblo”, y él responderá: “Tú eres mi Dios.”»

Responsorio Ap 19, 7. 9; Os 2, 20

R. Llegó la boda del Cordero, y su esposa se ha embellecido. * Dichosos los invitados al banquete de bodas.

V. Me casaré contigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor.

R. Dichosos los invitados al banquete de bodas.

SEGUNDA LECTURA

Del Comentario de san Bruno, presbítero, sobre los salmos

(Salmo 83: Edición Cartusiae de Pratis, 1891, 376-377)

SI ME OLVIDO DE TI, JERUSALÉN

¡Qué deseables son tus moradas! Mi alma se consume y anhela llegar a los atrios del Señor, es decir, desea llegar a la Jerusalén del cielo, la gran ciudad del Dios vivo.

El profeta nos muestra cuál sea la razón por la que desea llegar a los atrios del Señor: «Lo deseo, Señor Dios de los ejércitos celestiales, Rey mío y Dios mío, porque son dichosos los que viven en tu casa, la Jerusalén celestial.» Es como si dijera: «¿Quién no anhelará llegar a tus atrios, siendo tú el mismo Dios, el Señor de los ejércitos, el Rey del universo? ¿Quién no anhelará penetrar en tu tabernáculo si son dichosos los que viven en tu casa?» Atrios y casa significan aquí lo mismo. Y cuando dice aquí dichosos ya se sobrentiende que tienen tanta dicha cuanto el hombre es capaz de concebir. Por ello son dichosos los que habitan en sus atrios, porque alaban a Dios con un amor totalmente definitivo, que durará por los siglos de los siglos, es decir, eternamente; y no podrían alabar eternamente, sino fueran eternamente dichosos.

Esta dicha nadie puede alcanzarla por sus propias fuerzas, aunque posea ya la esperanza, la fe y el amor; únicamente la logra el hombre dichoso que encuentra en ti su fuerza y con ella dispone su corazón para que llegue a esta suprema felicidad, que es lo mismo que decir: únicamente alcanza esta suprema dicha aquel que, después de ejercitarse en las diversas virtudes y buenas obras, recibe además el auxilio de la gracia divina; pues por sí mismo nadie puede llegar a esta suprema felicidad, como lo afirma el mismo Señor: Nadie sube al cielo —se entiende por sí mismo—, sino el Hijo del hombre, que está en el cielo.

Afirmo que dispone su corazón para subir hasta esta suprema felicidad porque, de hecho, el hombre se encuentra en un árido valle de lágrimas, es decir, en un mundo que, en comparación con la vida eterna, que viene a ser como un monte repleto de alegría, es un valle profundo donde abundan los sufrimientos y las tribulaciones.

Pero como sea que el profeta declara dichoso al hombre que encuentra en ti su fuerza, podría alguien preguntarse: «¿Concede Dios su ayuda para conseguir esto?» A ello respondo: Sin duda alguna, Dios concede a los santos este auxilio. En efecto, nuestro legislador, Cristo, el mismo que nos dio la ley, nos ha dado y continuará dándonos sin cesar sus bendiciones; con ellas nos irá elevando hacia la dicha suprema y así subiremos, de altura en altura, hasta que lleguemos a contemplar a Cristo, el Dios de los dioses; él nos divinizará en la futura Jerusalén del cielo: por ello allí podremos contemplar al Dios de los dioses, es decir, a la Santa Trinidad en sus mismos santos; es decir, nuestra inteligencia sabrá descubrir en nosotros mismos a aquel Dios a quien nadie en este mundo pudo ver y de esta forma Dios lo será todo en todos.

Responsorio 1Jn 3, 2-3

R. Ahora somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que hemos de ser. * Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

V. Todo el que tiene esta esperanza en él se vuelve santo como él es santo.

R. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Primera lectura

Col 3,12-17

Revístanse del amor, que es el vínculo de la unidad perfecta

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.

HERMANOS:
Como elegidos de Dios, santos y amados, revístanse de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.
Sobrellévense mutuamente y perdónense cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.
Que la paz de Cristo reine en su corazón: a ella han sido convocados en un solo cuerpo.
Sean también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre ustedes en toda su riqueza; enséñense unos a otros con toda sabiduría; exhórtense mutuamente.
Canten a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y todo lo que de palabra o de obra realicen, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Palabra de Dios.

Salmo

Sal 150,1-2.3-4.5-6 (R. 5c)

R. Todo ser que alienta alabe al Señor.
O bien:
R. Aleluya.

V. Alaben al Señor en su templo,
alábenlo en su fuerte firmamento;
alábenlo por sus obras magníficas,
alábenlo por su inmensa grandeza. R.

V. Alábenlo tocando trompetas,
alábenlo con arpas y citaras;
alábenlo con tambores y danzas,
alábenlo con trompas y flautas. R.

V. Alábenlo con platillos sonoros,
alábenlo con platillos vibrantes.
Todo ser que alienta alabe al Señor. R.

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. R.

Evangelio

Lc 6,27-38

Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A ustedes los que me escuchan les digo: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los calumnian.
Al que te pegue en una mejilla preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Traten a los demás como quieren que ellos los traten. Pues, si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También
los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen bien solo a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestan a aquellos de los que esperan cobrar, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada; será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midieran se les medirá a ustedes.

Palabra del Señor.

Pistas para la Lectio Divina

Lucas 6, 27-38:
El ministerio del amor. “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

Después del paréntesis de la fiesta mariana de ayer, volvemos al evangelio de Lucas. Hoy vemos cómo, al bajar de la montaña junto con Jesús, los discípulos se ponen a la escucha de llamado “Sermón de la llanura” (Lc 6,20-49; en Mateo es el “sermón de la montaña”). 

Los destinatarios del discurso son todos los que escuchan a Jesús (6,27: “Pero yo os digo a los que me escucháis”) pero de manera especial los discípulos: (6,20: “Alzando los ojos hacia sus discípulos, decía…”). Es así como el nuevo pueblo de Dios comienza a ser instruido en los criterios de vida de la Nueva Alianza.

En el anuncio de las bienaventuranzas (que incluye malaventuranzas, ver 6,20b-26, que ya habíamos leído en febrero pasado), Jesús retomó el discurso programático pronunciado en la sinagoga de Nazareth (ver 4,16-30). En él Jesús pronunció cuatro exaltaciones para los que estaban en situación de desventaja (los pobres, los hambrientos, los dolientes y los perseguidos) y cuatro advertencias proféticas contra los que creían estar en mejor posición (los ricos, los satisfechos, los que viven en fiesta y los que siempre son felicitados). El mensaje de Jesús significa salvación para todos ellos.

La última de las bienaventuranzas habla de situaciones conflictivas. Ya vimos que Jesús tenía enemigos, pues también los discípulos los tendrán: “bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre” (6,22). ¿Cómo vivirán los discípulos de Jesús estas adversidades? Es el tema de la parte siguiente del sermón de la llanura.

1. Una necesaria toma de conciencia

Con el anuncio de las bienaventuranzas, los discípulos han comprendido que en el seguimiento de Jesús han entrado en una nueva esfera de vida. Ellos son diferentes. El centro de todo está en la acción de Dios quien con su señorío –el Reino de Dios- los conduce progresivamente hacia la plenitud de vida, identificándolos con él. De aquí se desprenden un nuevo proyecto de vida cimentado en los valores del Reino, que no son diferentes de las actitudes de Dios con el hombre, los cuales se contraponen a los valores –muchas veces más atractivos- del mundo. Estos valores se aprenden en el camino con Jesús.

Si le ponemos un poco de mayor atención al pasaje de hoy, veremos cómo Jesús va delineando lo distintivo del discípulo, que es diferente del no convertido (ver el comportamiento del pecador en 6,32-34), y que se resume en la frase: “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo” (6,36). Al fin y al cabo la nueva realidad del Reino es la de la filiación y si somos hijos de Dios debemos acreditar el apellido.

2. La reacción del discípulo frente a las agresiones

¿Cómo se comporta un “hijo del Altísimo”? Pues como su Padre, quien “es bueno con los ingratos y perversos” (6,35).

Y esto no es fácil. El discípulo no es “de palo”, es tremendamente humano y le duelen las agresiones de los otros, es frágil y vulnerable. Puesto que no vive en una burbuja de cristal sino que tiene que vérselas todos los días con su familia, sus amigos, vecinos y compañeros de trabajo, él tiene que aprender a vivir todas sus relaciones –y las dificultades que éstas conllevan- desde la óptica del Reino. Digámoslo así: el manejo de las relaciones es el termómetro de la santidad, esto es, del vivir plenamente como hijo de Dios.

Lo que caracterizará el comportamiento del discípulo, en el ámbito descrito, es la iniciativa en el amor: un amor que salva, porque como ya vimos “hacer el bien” y “salvar” están al mismo nivel (ver 6,9). Para ello se depone el sentimiento de desquite, revirtiendo los sentimientos negativos y las agresiones de los otros en impulsos de amor. Observemos la fuerza de los imperativos de los versículos 27 y 28:

(a) “Amad a vuestros enemigos”

(b) “Haced el bien a los que os odien”

(c) “Bendecid a los que os maldigan”

(d) “Rogad por los que os difamen”

Como puede notarse, no se permanece pasivo sino que se va al encuentro de otro para hacer por él todo lo bueno que sea posible (y salvarlo).

El “hombre viejo”, como diría san Pablo, quien no ha dado el paso en el seguimiento de Jesús, se seguirá comportando bajo la lógica del “dando y dando” (se recibe palo y se da palo). Que Jesús no aprueba esta lógica, queda claro en los ejemplos del versículo 29. El verdadero discípulo nunca le cierra las puertas a su adversario (ver 6,30-31). Esto sólo es posible cuando, con un corazón de padre, los comportamientos están diseccionados por la lógica de la gratuidad (ver 6,32-35).

3. El secreto del discípulo: la misericordia de Papá Dios

El secreto de esta manera de ser está en que un discípulo, que en Jesús se hace hijo en el Hijo, imita –o mejor: expresa- el corazón de Dios Padre: “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo” (6,36). Los imperativos anteriores no se puede vivir sino a partir de este imperativo básico.

Entonces, la raíz de la nueva manera de ser –según los valores del Reino- está en Dios que nos habita. Lo que se busca es parecerse a Jesús y Jesús es como su Padre. Este es el fundamento de todo.

El ser como Papá-Dios se reconoce en la bondad de corazón de aquél que no le pone límites al amor (“él es bueno con los ingratos y perversos”), que no se vuelve mezquino ni se encoge a la hora de hacer algo por quien no se lo merece. Cuatro nuevos imperativos parecen querer mostrarnos el ritmo según el cual late el corazón misericordioso del Padre (6,37-38):

(a) “No juzguéis”

(b) “No condenéis”

(c) “Perdonad”

(d) “Dad”

Los dos primeros imperativos, en negativo, muestran que hay un impulso negativo que hay que saber frenar; los otros dos, en positivo, señalan un nuevo impulso de salida de sí mismo para acoger y ofrecer lo que el otro, seguramente en su fragilidad personal que es causa de su pecado, está necesitando.

Cuando se acaba (o falta) el amor, comienzan los juicios y se dictan sentencias definitivas poniendo fin a las relaciones. Pero cuando el amor está vivo en el corazón, se es capaz de superar estos momentos difíciles.

No puede ejercer la misericordia –dejar de lado los juicios y más bien tenderle la mano al hermano frágil- quien no tiene esta madurez –la paternidad de Dios bien aquilatada- en su corazón. Y en la medida en que la ejercemos, quedamos cada vez más llenos de la misericordia del Padre: no seremos “juzgados” ni “condenados”, sino más bien “perdonados” y “colmados” con sus dones. Entre más amamos, más el corazón de Dios nos habita. Esta es la vida según el Reino de Dios.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuál es el secreto que le permite a un discípulo de Jesús actuar positivamente en los momentos difíciles?

2. ¿Cuál fue la última vez que alguna persona me hizo un mal? ¿Cómo reaccioné? ¿Cómo es actualmente mi relación con esa persona? ¿Si Jesús me pide al diálogo y el acercamiento, cómo lo haré?

3. ¿Con qué frecuencia dialogamos en la familia o en la comunidad, para revisar nuestras actuaciones y, si es necesario, perdonarnos?

23ª semana. Jueves

EL MÉRITO DE LAS BUENAS OBRAS


— La recompensa sobrenatural de las buenas obras.

— Los méritos de Cristo y de María.

— Ofrecer a Dios nuestra vida corriente. Merecer por los demás.

I. El Señor nos habla muchas veces del mérito que tiene hasta la más pequeña de nuestras obras, si las realizamos por Él: ni siquiera un vaso de agua ofrecido por Él quedará sin su recompensa1. Si somos fieles a Cristo encontraremos un tesoro amontonado en el Cielo por una vida ofrecida día a día al Señor. La vida es en realidad el tiempo para merecer, pues en el Cielo ya no se merece, sino que se goza de la recompensa; tampoco se adquieren méritos en el Purgatorio, donde las almas se purifican de la huella que dejaron sus pecados. Este es el único tiempo para merecer: los días que nos queden aquí en la tierra; quizá, pocos.

En el Evangelio de la Misa de hoy2 nos enseña el Señor que las obras del cristiano han de ser superiores a las de los paganos para obtener esa recompensa sobrenatural. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores aman a quienes los aman. Y si hacéis bien a quienes os hacen bien, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro tanto... La caridad debe abarcar a todos los hombres, sin limitación alguna, y no debe extenderse solo a quienes nos hacen bien, a los que nos ayudan o se portan correctamente con nosotros, porque para esto no sería necesaria la ayuda de la gracia: también los paganos aman a quienes los aman a ellos. Lo mismo ocurre con las obras de un buen cristiano: no solo han de ser «humanamente» buenas y ejemplares, sino que el amor de Dios hará que sean generosas en su planteamiento, y sean así sobrenaturalmente meritorias.

El Señor ya había asegurado por el Profeta Isaías: Electi mei non laborabunt frustra3, mis elegidos no trabajarán nunca en vano, pues ni la más pequeña obra hecha por Dios quedará sin su fruto. Muchas de estas ganancias las veremos ya aquí en la tierra; otras, quizá la mayor parte, cuando nos encontremos en la presencia de Dios en el Cielo. San Pablo recordó a los primeros cristianos que cada uno recibirá su propia recompensa, según su trabajo4. Y, al final, cada uno recibirá el pago debido a las buenas o a las malas acciones que haya hecho mientras estaba revestido de su cuerpo5. Ahora es el tiempo de merecer. «Vuestras buenas obras deben ser vuestras inversiones, de las que un día recibiréis considerables intereses»6, enseña San Ignacio de Antioquía. Ya en esta vida el Señor nos paga con creces.

II. Electi mei non laborabunt frustra... Las obras de cada día –el trabajo, los pequeños servicios que prestamos a los demás, las alegrías, el descanso, el dolor y la fatiga llevados con garbo y ofrecidos al Señor– pueden ser meritorias por los infinitos merecimientos que Cristo nos alcanzó en su vida aquí en la tierra, pues de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia7. A unos dones se añaden otros, en la medida en que correspondemos; y todos brotan de la fuente única que es Cristo, cuya plenitud de gracia no se agota nunca. «Él no tiene el don recibido por participación, sino que es la misma fuente, la misma raíz de todos los bienes: la Vida misma, la Luz misma, la Verdad misma. Y no retiene en sí mismo las riquezas de sus bienes, sino que los entrega a todos los demás; y habiéndolos dispensado, permanece lleno; no disminuye en nada por haberlos distribuido a otros, sino que llenando y haciendo participar a todos de estos bienes permanece en la misma perfección»8.

Una sola gota de su Sangre, enseña la Iglesia, habría bastado para la Redención de todo el género humano. Santo Tomás lo expresó en el himno Adoro te devote, que muchos cristianos meditan frecuentemente para crecer en amor y devoción a la Sagrada Eucaristía: Pie pellicane, Iesu Domine, me immundum munda tuo sanguine... Misericordioso pelícano, Señor Jesús, // purifica mis manchas con tu Sangre, // de la cual una sola gota es suficiente // para borrar todos los pecados del mundo entero.

El menor acto de amor de Jesús, en su niñez, en su vida de trabajo en Nazaret..., tenía un valor infinito para obtener la gracia santificante, la vida eterna y las ayudas necesarias para llegar a ella, a todos los hombres pasados, presentes y a los que han de venir9.

Nadie como la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, participó con tanta plenitud de los méritos de su Hijo. Por su impecabilidad, sus méritos fueron mayores, incluso más estrictamente «meritorios», que los de todas las demás criaturas, porque, al estar inmune de las concupiscencias y de otros estorbos, su libertad era mayor, y la libertad es el principio radical del mérito. Fueron meritorios todos los sacrificios y pesares que le llevó el ser Madre de Dios: desde la pobreza de Belén, la zozobra de la huida a Egipto..., hasta la espada que atravesó su corazón al contemplar los sufrimientos de Jesús en la Cruz. Y fueron meritorias todas las alegrías y todos los gozos que le produjeron su inmensa fe y su amor que todo lo penetraba, pues no es lo oneroso de una acción lo que la hace meritoria, sino el amor con que se hace. «No es la dificultad que hay en amar al enemigo lo que cuenta para lo meritorio, si no es en la medida en que se manifiesta en ella la perfección del amor, que triunfa de dicha dificultad. Así, pues, si la caridad fuera tan completa que suprimiese en absoluto la dificultad, sería entonces más meritoria»10, enseña Santo Tomás de Aquino. Así fue la caridad de María.

Debe darnos una gran alegría considerar con frecuencia los méritos infinitos de Cristo, la fuente de nuestra vida espiritual. Contemplar también las gracias que Santa María nos ha ganado fortalecerá la esperanza y nos reanimará de modo eficaz en momentos de desánimo o de cansancio, o cuando las personas que queremos llevar a Cristo parece que no responden y nos damos cuenta de la necesidad de merecer por ellas. «Me decías: “me veo, no solo incapaz de ir adelante en el camino, sino incapaz de salvarme –¡pobre alma mía!–, sin un milagro de la gracia. Estoy frío y –peor– como indiferente: igual que si fuera un espectador de ‘mi caso’, a quien nada importara lo que contempla. ¿Serán estériles estos días?

»Y, sin embargo, mi Madre es mi Madre, y Jesús es –¿me atrevo?– ¡mi Jesús! Y hay almas santas, ahora mismo, pidiendo por mí”.

»—Sigue andando de la mano de tu Madre, te repliqué, y “atrévete” a decirle a Jesús que es tuyo. Por su bondad, Él pondrá luces claras en tu alma»11.

III. Electi mei non laborabunt frustra. El mérito es el derecho a la recompensa por las obras que se realizan, y todas nuestras obras pueden ser meritorias, de tal manera que convirtamos la vida en un tiempo de merecimiento. Enseña la teología12 que el mérito propiamente dicho (de condigno) es aquel por el que se debe una retribución, en justicia o, al menos, en virtud de una promesa; así, en el orden natural, el trabajador merece su salario. Existe también otro mérito, que se suele llamar de conveniencia (de congruo), por el que se debe una recompensa, no en estricta justicia ni como consecuencia de una promesa, sino por razones de amistad, de estima, de liberalidad...; así, en el orden natural, el soldado que se ha distinguido en la batalla por su valor merece (de congruo) ser condecorado: su condición militar le pide esa valentía, pero si pudo ceder y no cedió, si pudo limitarse a cumplir y se esmeró en su cometido, el general magnánimo se ve movido a recompensar sobreabundantemente –por encima de lo estipulado– aquella acción.

En el orden sobrenatural, nuestros actos merecen, en virtud del querer de Dios, una recompensa que supera todos los honores y toda la gloria que el mundo puede ofrecernos. El cristiano en estado de gracia logra con su vida corriente, cumpliendo sus deberes, un aumento de gracia en su alma y la vida eterna: por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de incalculable gloria13.

Cada jornada, las obras son meritorias si las realizamos bien y con rectitud de intención: si las ofrecemos a Dios al comenzar el día, en la Santa Misa, o al iniciar una tarea o al terminarla. Especialmente serán meritorias si las unimos a los méritos de Cristo... y a los de la Virgen. Nos apropiamos así las gracias de valor infinito que el Señor nos alcanzó, principalmente en la Cruz, y los de su Madre Santísima, que tan singularmente corredimió con Él. Nuestro Padre Dios ve entonces estos quehaceres revestidos de un carácter infinito, del todo nuevo. Nos hacemos solidarios con los méritos de Cristo.

Conscientes de esta realidad sobrenatural, ¿procuramos ofrecer todo al Señor?, ¿lo ordinario de cada jornada y, si se presentan, las circunstancias más extraordinarias y difíciles: una grave enfermedad, la persecución, la calumnia? Especialmente entonces debemos recordar lo que ayer leíamos en el Evangelio de la Misa14alegraos y regocijaos en aquel día, porque es muy grande vuestra recompensa. Son ocasiones para amar más al Señor, para unirnos más a Él.

También nos ayudará a realizar con perfección nuestros quehaceres el saber que, con un mérito de conveniencia, fundado en la amistad con el Señor, con estas obras –hechas en gracia de Dios, por amor, con perfección, buscando solo la gloria de Dios–, podemos merecer la conversión de un hijo, de un hermano, de un amigo: así han actuado los santos. Aprovechemos tantas oportunidades para ayudar a los demás en su camino hacia el Cielo. Con más interés y tesón a los que Dios ha puesto más cerca de nuestra vida y a quienes andan más necesitados de estas ayudas espirituales.


SALMODIA

Ant. 1. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

Salmo 86

HIMNO A JERUSALÉN, MADRE DE TODOS LOS PUEBLOS
La Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre. (Ga 4, 26)

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»

Ant. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

Ant. 2. El Señor llega con poder, y su recompensa lo precede.

Cántico Is 40, 10-17

EL BUEN PASTOR ES EL DIOS ALTÍSIMO Y SAPIENTÍSIMO
Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario. (Ap 22, 12)

Mirad, el Señor Dios llega con poder,
y su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario
y su recompensa lo precede.

Como un pastor que apacienta el rebaño,
su brazo lo reúne,
toma en brazos los corderos
y hace recostar a las madres.

¿Quién ha medido a puñados el mar
o mensurado a palmos el cielo,
o a cuartillos el polvo de la tierra?

¿Quién ha pesado en la balanza los montes
y en la báscula las colinas?
¿Quién ha medido el aliento del Señor?
¿Quién le ha sugerido su proyecto?

¿Con quién se aconsejó para entenderlo,
para que le enseñara el camino exacto,
para que le enseñara el saber
y le sugiriese el método inteligente?

Mirad, las naciones son gotas de un cubo
y valen lo que el polvillo de balanza.
Mirad, las islas pesan lo que un grano,
el Líbano no basta para leña,
sus fieras no bastan para el holocausto.

En su presencia, las naciones todas,
como si no existieran,
son ante él como nada y vacío.

Ant. El Señor llega con poder, y su recompensa lo precede.

Ant. 3. Ensalzad al Señor, Dios nuestro, postraos ante el estrado de sus pies.

Salmo 98

SANTO ES EL SEÑOR, NUESTRO DIOS
Tú, Señor, que estás sentado sobre querubines, restauraste el mundo caído, cuando te hiciste semejante a nosotros. (S. Atanasio)

El Señor reina, tiemblen las naciones;
sentado sobre querubines, vacile la tierra.

El Señor es grande en Sión,
encumbrado sobre todos los pueblos.
Reconozcan tu nombre, grande y terrible:
Él es santo.

Reinas con poder y amas la justicia,
tú has establecido la rectitud;
tú administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.

Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante el estrado de sus pies:
Él es santo.

Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor, y él respondía.
Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio.

Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
tú eras para ellos un Dios de perdón
y un Dios vengador de sus maldades.

Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante su monte santo:
Santo es el Señor, nuestro Dios.

Ant. Ensalzad al Señor, Dios nuestro, postraos ante el estrado de sus pies.

LECTURA BREVE 1Pe 4, 10-11

Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. El que toma la palabra que hable palabra de Dios. El que se dedica al servicio que lo haga en virtud del encargo recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de Jesucristo, Señor nuestro, cuya es la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

V. Te invoco de todo corazón, respóndeme, Señor.
R. Te invoco de todo corazón, respóndeme, Señor.

V. Guardaré tus leyes.
R. Respóndeme, Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Te invoco de todo corazón, respóndeme, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sirvamos al Señor con santidad y nos librará de la mano de nuestros enemigos.

Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant.  Sirvamos al Señor con santidad y nos librará de la mano de nuestros enemigos.

PRECES

Demos gracias al Señor, que guía y alimenta con amor a su pueblo, y digámosle:
Te glorificamos por siempre, Señor.

Señor, rey del universo, te alabamos por el amor que nos tienes,
porque de manera admirable nos creaste y más admirablemente aún nos redimiste.

Al comenzar este nuevo día, pon en nuestros corazones el anhelo de servirte,
para que te glorifiquemos en todos nuestros pensamientos y acciones.

Purifica nuestros corazones de todo mal deseo,
y haz que estemos siempre atentos a tu voluntad.

Danos un corazón abierto a las necesidades de nuestros hermanos,
para que a nadie falte la ayuda de nuestro amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Acudamos ahora a nuestro Padre celestial, diciendo: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Dios todopoderoso y eterno: a los pueblos que viven en tiniebla y en sombra de muerte, ilumínalos con tu luz, ya que con ella nos ha visitado el sol que nace de lo alto, Jesucristo, nuestro Señor. Que vive y reina contigo.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.




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