Custodia

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Saludo

Bendición

domingo, 10 de septiembre de 2023

Laudes y reflexiones +

 



V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (Aleluya).

HIMNO

Las sombras oscuras huyen,
ya va pasando la noche;
y el sol, con su luz de fuego,
nos disipa los temores.

Ya se apagan las estrellas
y se han encendido soles;
el rocío cae de los cielos
en el cáliz de las flores.

Las criaturas van vistiendo
sus galas y sus colores,
porque al nacer nuevo día
hacen nuevas las canciones.

¡Lucero, Cristo, del alba,
que paces entre esplendores,
apacienta nuestras vidas
ya sin sombras y sin noches!
¡Hermoso Cristo, el Cordero,
entre collados y montes! Amén.

SALMODIA

Ant. 1. El Señor es admirable en el cielo. Aleluya.

Salmo 92

GLORIA DEL DIOS CREADOR
Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo; alegrémonos y gocemos y démosle gracias. (Ap 19, 6. 7)

El Señor reina vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder:
así está firme el orbe y no vacila.

Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno.

Levantan los ríos, Señor,
levantan los ríos su voz,
levantan los ríos su fragor;

pero más que la voz de aguas caudalosas,
más potente que el oleaje del mar,
más potente en el cielo es el Señor.

Tus mandatos son fíeles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término.

Ant. El Señor es admirable en el cielo. Aleluya.

Ant. 2. Tú, Señor, eres alabado y ensalzado por los siglos. Aleluya.

Cántico Dn 3, 57-88. 56

TODA LA CREACIÓN ALABE AL SEÑOR
Alabad al Señor, sus siervos todos. (Ap 19, 5)

Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

No se dice Gloria al Padre.

Ant. Tú, Señor, eres alabado y ensalzado por los siglos. Aleluya.

Ant. 3. Alabad al Señor en el cielo. Aleluya. 

Salmo 148

ALABANZA DEL DIOS CREADOR
Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. (Ap 5, 13)

Alabad al Señor en el cielo,
 alabad al Señor en lo alto.

Alabadlo todos sus ángeles,
alabadlo todos sus ejércitos.

Alabadlo, sol y luna;
alabadlo, estrellas lucientes.

Alabadlo, espacios celestes,
y aguas que cuelgan en el cielo.

Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron.

Les dio consistencia perpetua
y una ley que no pasará.

Alabad al Señor en la tierra,
cetáceos y abismos del mar.

Rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado que cumple sus órdenes.

Montes y todas las sierras,
árboles frutales y cedros.

Fieras y animales domésticos,
reptiles y pájaros que vuelan.

Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo.

Los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños.

Alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.

Su majestad sobre el cielo y la tierra;
él acrece el vigor de su pueblo.

Alabanza de todos sus fieles,
de Israel, su pueblo escogido.

Ant. Alabad al Señor en el cielo. Aleluya.

LECTURA BREVE Ez 37, 12b-14

Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que yo soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis, os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor.

Pistas para la Lectio Divina

Mateo 18, 15-20: La comunidad como “buena pastora” de todos sus miembros. “Si te escucha, habrás ganado a tu hermano”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: entro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM  
  
Continuamos con nuestra lectura del evangelio según san Mateo. Ya estamos en el cuarto gran discurso de Jesús, que bien podría titularse: “Instrucción sobre la vida en comunidad”.
 
Al hacer la “Lectio” de estos textos, recordemos que lo que más le interesa a Jesús en sus instrucciones -según el evangelista Mateo- es inculcar principios de vida, de los cuales se desprende luego toda una serie de actitudes y comportamientos. 
 
En el texto de hoy, Mateo 18,15-20, Jesús nos dice cómo enfrentar situaciones difíciles en la vida comunitaria, particularmente cuando se sabe que un hermano “llega a pecar” llevando una vida fuera de los criterios de vida de un discípulo de Jesús.
 
1. El presupuesto: la comunidad se siente responsable de cada uno de los hermanos (18,12-14)
 
Tal como vemos en el pasaje inmediatamente anterior, en 18,12-14, la comunidad es “buena pastora” de cada uno de sus miembros.
 
En Mateo hay una pequeña diferencia con el evangelio de Lucas en este punto. En Lucas el buen pastor es Jesús que busca presurosamente a su oveja perdida (ver Lc 15,4-7). Mateo, por su parte, le da un enfoque comunitario a la parábola: toda la comunidad es responsable de cada uno de sus hermanos. 
 
La oveja perdida es denominada “pequeño”: “No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños” (18,14). Los “pequeños” son los frágiles –incluso moralmente- en la comunidad, que necesitan mayor atención y acompañamiento en sus procesos de maduración.
 
Para Mateo, todos son responsables de todos y cada uno se como rostro de Padre celestial, responsable y amoroso con todos sus hijos. 
 
 
2. Cómo se hace la recuperación del hermano que cae en pecado (18,15-17)
 
Después de enunciar el principio general se pasa: ¿Qué hacer cuando nos enteramos que un hermano está en una vida de pecado? 
 
En el texto lo primero que se le recuerda a uno es que él es un “hermano” y como tal hay que seguir tratándolo, por eso la repetición de la frase “tu hermano” (18,15ª). 
 
Luego se describe el camino recomendado para que un pastor traiga de nuevo la oveja a su casa. No perdamos de vista que lo que se busca, ante todo, es su salvación: “Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (18,15b). 
 
Pero la experiencia muestra que hay casos difíciles que resisten a la conversión, se trata de aquellos que se hacen los sordos (notar la repetición del término “escuchar” a lo largo del texto). Se propone entonces el camino de la paciencia y de la firmeza comunitaria:
(1) Interperlar: se le llama la atención a solas, de lo cual se espera siempre el mejor de los resultados;
(2) Objetivizar: si la persona continúa tercamente en su comportamiento, entonces se invitan unos testigos para que quede claro de que no es mala intención contra la persona (una visión subjetiva de quien quiere ayudar) sino de algo objetivo;
(3) Llamar la atención formalmente: ahora el asunto llega al máximo nivel de corrección que es la comunidad entera (quizás representada en sus líderes). 
 
Ahora bien, si todo el proceso fracasa no queda más remedio que darle el trato propio de una persona que aún no se ha convertido -como los gentiles y publicanos-, esto es: mandarlo a hacer todo el camino cristiano desde el principio.
 
3. La prudencia en las decisiones de la comunidad con relación a las personas (18,18)
 
El v.18 deja entender que con una persona que intencionalmente persiste en su situación de pecado se puede llegar a la más dolorosa y drástica de las decisiones: la excomunión, es decir, dejará de ser considerado “hermano” en la comunidad. 
 
Pero llama la atención que ahora Jesús pone su atención en las personas encargadas de tomar esta decisión:
(1) Según este pasaje se trata de la comunidad entera la que tiene la potestad de “atar y desatar”;
(2) Se les recuerda cualquier decisión que tomen es seria (lo que hagan en la tierra quedará hecho en el cielo), de ahí que no se deban tomar decisiones aceleradamente sino siempre con cautela.
 
4. La comunión en la oración como expresión de la solidaridad en todos los aspectos de la vida (18,19-20)
 
Es la presencia de Cristo en medio de su Iglesia la que le da valor y peso a sus decisiones.
 
Esto es lo que ahora se profundiza: cuando la comunidad está bien unida y compacta en una misma fe, sucede en ella lo que el Antiguo Testamento llama la “Shekináh”, es decir, ella es espacio habitado por la gloria del Señor, que para nuestro caso es el Señor Resucitado.  La unidad de la comunidad expresa la comunión perfecta con Jesús viviente en medio de ella. 
 
Llama la atención que en una comunidad así, es tal la solidaridad entre los hermanos, que todos son capaces pedir lo mismo (“se ponen de acuerdo para pedir algo”, 18,19), renunciando a sus intereses personales, los cuales normalmente aflorarían a la hora de hacer peticiones. 
 
En una comunidad que llega a este nivel profundo de solidaridad, teniendo un mismo “sentir” profundo, pueden resonar con fuerza las palabras de Jesús: “allí estoy yo en medio de ellos” (18,20).  ¡Esta sí que es una verdadera comunidad!
  
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Soy consciente de las graves consecuencias de un mal manejo de la disciplina en una comunidad?
2. ¿Qué comportamientos de dominancia o prepotencia de mi parte han fragmentado la unidad de mi familia y de mi comunidad?
3, ¿Qué pasos y recursos pedagógicos ha de asumir una comunidad para que evidencie en ella la vida misma del Resucitado?



Francisco Fernández-CarvajalHablar con Dios

Vigésimo tercer Domingo
ciclo a

REZAR EN FAMILIA


— La oración en familia es muy grata al Señor.

— Algunas prácticas de piedad en el hogar.

— Una familia que reza unida, se mantiene unida: el Santo Rosario.

I. Jesús manifiesta con frecuencia que la salvación y la unión con Dios es, en último extremo, asunto personal: nadie puede sustituirnos en el trato con Dios. Pero Él también ha querido que nos apoyemos unos en otros y nos ayudemos en el caminar hacia la meta definitiva. Esta unión, tan grata al Señor, se ha de poner especialmente de manifiesto entre aquellos que tienen los mismos vínculos de espíritu o de la sangre. Esta unidad, que exige poner en juego tantas virtudes, es tan deseada por el Señor, que ha prometido, como un don especial, concedernos más fácilmente aquello que le pidamos en común. Así lo leemos en el Evangelio de la Misa1Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que quieran pedir, mi Padre que está en los Cielos se lo concederá. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.

La Iglesia ha vivido desde siempre la práctica de la oración en común2, que no se opone ni sustituye a la oración personal privada por la que el cristiano se une íntimamente a Cristo. Muy grata al Señor es, de modo particular, la oración que la familia reza en común; es uno de los tesoros que hemos recibido de otras generaciones para sacar abundante fruto y transmitirlo a las siguientes. «Hay prácticas de piedad –pocas, breves y habituales– que se han vivido siempre en las familias cristianas, y entiendo que son maravillosas: la bendición de la mesa, el rezo del Rosario todos juntos (...), las oraciones personales al levantarse y al acostarse. Se tratará de costumbres diversas, según los lugares; pero pienso que siempre se debe fomentar algún acto de piedad, que los miembros de la familia hagan juntos, de forma sencilla y natural, sin beaterías.

»De esa manera, lograremos que Dios no sea considerado un extraño, a quien se va a ver una vez a la semana, el domingo, a la iglesia; que Dios sea visto y tratado como es en realidad: también en medio del hogar, porque, como ha dicho el Señor, donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20)»3.

«Esta plegaria –enseña el Papa Juan Pablo II, comentando este pasaje del Evangelio– tiene como contenido “la misma vida de familia” (...): alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muertes de personas queridas, etc., señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia, como deben también señalar el momento favorable de acción de gracias, de petición, de abandono confiado de la familia al Padre común que está en los cielos. Además, la dignidad y responsabilidad de la familia cristiana en cuanto Iglesia doméstica solamente pueden ser vividas con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos la pidan con humildad y confianza en la oración»4.

La plegaria en común comunica una particular fortaleza a la familia entera. La primera y principal ayuda que prestamos a los padres, a los hijos, a los hermanos, consiste en rezar con ellos y por ellos. La oración fomenta el sentido sobrenatural, que permite comprender lo que ocurre a nuestro alrededor y en el seno de la familia, y nos enseña a ver que nada es ajeno a los planes de Dios: en toda ocasión se nos muestra corno un Padre que nos dice que la familia es más suya que nuestra. También en aquellos sucesos que sin estar cerca de Él serían incomprensibles: la muerte de una persona querida, el nacimiento de un hermano minusválido, la enfermedad, la estrechez económica... Junto al Señor, amamos su santa voluntad, y las familias, lejos de separarse, se unen más fuertemente entre sí y con Dios.

II. Si alguno no cuida de los suyos y principalmente de su casa, ha negado la fe y es peor que un infiel5, escribe San Pablo a Timoteo, recordando la obligación que todos tenemos hacia aquellos que el Señor nos ha encomendado. Una de las principales obligaciones de los padres con respecto a sus hijos –también, en ocasiones, de los hermanos mayores con los más pequeños– es la de enseñarles en la infancia los modos prácticos de tratar a Dios. Esta tarea es de tal necesidad que es casi insustituible. Con los años, estas primeras semillas siguen dando sus frutos, quizá hasta la misma hora de la muerte. Para muchos, este ha sido su bagaje espiritual, del que se han servido en la adolescencia y cuando ya han pasado los años de la madurez. «La Sagrada Escritura nos habla de esas familias de los primeros cristianos –la Iglesia doméstica, dice San Pablo (1 Cor 16, 19)–, a las que la luz del Evangelio daba nuevo impulso y nueva vida.

»En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente piadosos, para poder transmitir –más que enseñar– esa piedad a los hijos»6.

La familia cristiana ha sabido transmitir, de padres a hijos, oraciones sencillas y breves, fácilmente comprensibles, que forman el primer germen de la piedad: jaculatorias a Jesús, a Nuestra Madre Santa María, a San José, al Ángel de la Guarda... Oraciones de siempre, mil y mil veces repetidas en los hogares cristianos de toda época y condición. Los hijos aprenden pronto estas enseñanzas y oraciones que ven hechas vida en sus padres. Cuando son un poco mayores, han asimilado e incorporado el sentido de la bendición de la mesa, de dar gracias después de haber comido, el ofrecer a la Virgen algo que les cuesta..., saludar con un beso o una mirada a las imágenes de Nuestra Madre, acudir a su Ángel Custodio al entrar o salir de casa...

¡Cuántos niños, ahora hombres y mujeres, recuerdan con emoción la explicación, sencilla pero exacta, que les dio su madre o su hermano mayor de la presencia real de Cristo en el Sagrario! ¡O la primera vez que vieron a su madre pedir por una necesidad urgente, o a su padre hacer con piedad una genuflexión reverente! Rezar en una familia en la que Cristo está presente debe ser natural, porque Él es un personaje más de la casa, al que se ama sobre todas las cosas.

Precisamente cuando el ambiente sea menos favorable para la oración y la piedad, hemos de conservar como un tesoro mayor estas prácticas que hacen más fuerte el mismo amor humano y nos acercan más a nuestro Padre Dios.

III. Ubi caritas et amor, Deus ibi est, «donde hay caridad y amor, allí está Dios»7, canta la Liturgia del Jueves Santo. Cuando los cristianos nos reunimos para orar, entre nosotros se encuentra Cristo, que escucha complacido esa oración fundamentada en la unidad. Así hacían también los Apóstoles: Perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres y con María, la Madre de Jesús8. Era la nueva familia de Cristo.

La plegaria familiar por excelencia es el Santo Rosario. «La familia cristiana –enseña el Papa Juan Pablo II– se encuentra y consolida su identidad en la oración. Esforzaos por hallar cada día un tiempo para dedicarlo juntos a hablar con el Señor y a escuchar su voz. ¡Qué hermoso resulta que en una familia se rece, al atardecer, aunque sea una sola parte del Rosario!

»Una familia que reza unida, se mantiene unida; una familia que ora, es una familia que se salva.

»¡Actuad de manera que vuestras casas sean lugares de fe cristiana y de virtud, mediante la oración rezada todos juntos!»9.

Al comenzar a rezar el Santo Rosario en un hogar, quizá al principio solo lo hagan los padres; después se unirá un hijo, la abuela... Unas veces se podrá rezar durante un viaje en coche, o bien se establecerá una hora de común acuerdo; quizá, en algunos países, antes de cenar o inmediatamente después... El Rosario y el rezo del Ángelus -señalaba en otra ocasión el Pontífice- «deben ser para todo cristiano y aún más para las familias cristianas como un oasis espiritual en el curso de la jornada, para tomar valor y confianza»10. «¡Ojalá resurgiese la hermosa costumbre de rezar el Rosario en familia!»11.

La Iglesia ha querido conceder innumerables gracias e indulgencias cuando se reza el Santo Rosario en familia. Pongamos los medios necesarios para fomentar esta oración tan grata al Señor y a su Madre Santísima, y que es considerada como «una gran plegaria pública y universal frente a las necesidades ordinarias y extraordinarias de la Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero»12. Es un buen soporte en el que se apoya la unidad familiar y la mejor ayuda para hacer frente a sus necesidades.


V. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

V. Tú que estás sentado a la derecha del Padre.
R. Ten piedad de nosotros.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El único deber vuestro ha de ser amaros los unos a los otros. Porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley.

Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant.  El único deber vuestro ha de ser amaros los unos a los otros. Porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley.

PRECES

Invoquemos a Dios Padre que envió al Espíritu Santo, para que con su luz santísima penetrara las almas de sus fieles, y digámosle:
Ilumina, Señor, a tu pueblo.

Te bendecimos, Señor, luz nuestra,
porque a gloria de tu nombre nos has hecho llegar a este nuevo día.

Tú que por la resurrección de tu Hijo quisiste iluminar el mundo,
haz que tu Iglesia difunda entre todos los hombres la alegría pascual.

Tú que por el Espíritu de la verdad adoctrinaste a los discípulos de tu Hijo,
envía este mismo Espíritu a tu Iglesia para que permanezca siempre fiel a ti.

Tú que eres luz para todos los hombres, acuérdate de los que viven aún en las tinieblas
y abre los ojos de su mente para que te reconozcan a ti, único Dios verdadero.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Por Jesús hemos sido hechos hijos de Dios; por esto nos atrevemos a decir: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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