Custodia

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Saludo

Bendición

viernes, 6 de septiembre de 2024

Oficio de lecturas +

 


Oficio de lectura

V. Señor abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.


Ant.  El Señor es bueno, bendecid su nombre.


Salmo 94

INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Animaos unos a otros, día tras día, mientras perdura el «hoy». (Hb 3, 13)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba,
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado, 
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 99

ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO
Los redimidos deben entonar un canto de victoria. (S. Atanasio)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 66

QUE TODOS LOS PUEBLOS ALABEN AL SEÑOR
Sabed que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. (Hch 28, 28)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 23

ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo. (S. Ireneo)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.


HIMNO

¡Qué hermosos son los pies
del que anuncia la paz a sus hermanos!
¡Y qué hermosas las manos
maduras en el surco y en la mies!

Grita lleno de gozo,
pregonero, que traes noticias buenas:
se rompen las cadenas,
y el sol de Cristo brilla esplendoroso.

Grita sin miedo, grita,
y denuncia a mi pueblo sus pecados;
vivimos engañados,
pues la belleza humana se marchita.

Toda yerba es fugaz,
la flor del campo pierde sus colores;
levanta sin temores,
pregonero, tu voz dulce y tenaz.

Si dejas los pedazos
de tu alma enamorada en el sendero,
¡qué dulces, mensajero,
qué hermosos, que divinos son tus pasos! Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Señor, no me castigues con cólera.

Salmo 37

ORACIÓN DE UN PECADOR EN PELIGRO DE MUERTE

Todos sus conocidos se mantenían a distancia. (Lc 23, 49)

I


Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;

no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;

mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.

Ant. Señor, no me castigues con cólera.

Ant. 2. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

II

Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío;

tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.

Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.

Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.

Ant. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

Ant. 3. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.

III

Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.

En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.

Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.

Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.

No me abandones, Señor,
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

Ant. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor Dios mío.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.
R. Y tu promesa de justicia.

PRIMERA LECTURA

Año II:

De la segunda carta a Timoteo 2, 22—3, 17

VENDRÁN TIEMPOS DIFÍCILES

Querido hermano: Huye de las pasiones propias de la juventud. Corre tras la rectitud moral, tras la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor con pureza de corazón. Evita las discusiones inútiles y absurdas; ya sabes que no engendran otra cosa sino altercados. El siervo del Señor no debe ser aficionado a discutir, sino ser amable con todos; ha de saber enseñar y ser paciente en las pruebas, y debe instruir con mansedumbre a quienes le contradicen. Porque podría ser que Dios les inspirase el arrepentimiento; con lo cual llegarían al conocimiento de la verdad, volviendo sobre sí mismos y librándose de los lazos con que el diablo los tenía sometidos a su voluntad.

Has de saber que en los últimos días vendrán tiempos difíciles; los hombres serán egoístas, amigos del dinero, fanfarrones, soberbios, maldicientes, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, sin amor, sin miramientos, calumniadores, rebeldes a toda disciplina, crueles, enemigos de todo lo bueno, traidores, obstinados, infatuados, amigos del placer más que de Dios; tendrán cierta apariencia de religión, pero en realidad habrán renegado de su influjo y eficacia. Guárdate de ellos.

A éstos pertenecen los que se introducen en las casas para cautivar a mujercillas cargadas de pecados y arrastradas por toda clase de pasiones, que están siempre aprendiendo, sin lograr nunca llegar al conocimiento de la verdad. A la manera que Janés y Mambrés se opusieron a Moisés, así también éstos se oponen a la verdad; son hombres de inteligencia corrompida, reprobados por su falta de fe. Pero no conseguirán nuevos progresos, porque será manifiesta a todos su insensatez, como lo fue la de aquéllos.

Tú, en cambio, has seguido de cerca mi enseñanza, mi actuación, mis planes, mi persuasión, mi longanimidad, mi caridad, mi constancia, mis persecuciones y sufrimientos, como los sobrevenidos en Antioquía, en Iconio, en Listra. ¡Qué persecuciones tan terribles sufrí, y cómo el Señor me libró de todas ellas! Cierto que todos los que aspiran a vivir en Cristo Jesús, en conformidad con la voluntad de Dios, padecerán persecución. En cambio, los perversos y embaucadores irán de mal en peor, engañando a otros y engañándose a sí mismos.

Tú, sin embargo, continúa firme en la doctrina que has aprendido y en la misión que se te ha confiado. Ya sabes de qué maestros la aprendiste, y cómo desde niño conoces las sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura está inspirada por Dios, y es útil para instruir, para convencer, para corregir y para educar en la buena conducta; así, el siervo de Dios se hará perfecto y estará preparado para toda obra buena.

Responsorio 2Tm 2, 24. 25; cf. Ez 33, 11

R.
 
El siervo del Señor debe ser amable con todos, e instruir con mansedumbre a quienes le contradicen. Porque podría ser que Dios les inspirase el arrepentimiento; con lo cual llegarían al conocimiento de la verdad.

V. 
No se complace el Señor en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva.

R.
 Porque podría ser que Dios les inspirase el arrepentimiento; con lo cual llegarían al conocimiento de la verdad.

SEGUNDA LECTURA

Del Sermón de san León Magno, papa, Sobre las bienaventuranzas

(Sermón 95, 2-3: PL 54, 462)

DICHOSOS LOS POBRES DE ESPÍRITU


No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres en su indigencia se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos.

El don de esta pobreza se da, pues, en toda clase de hombres y en todas las condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar las riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.

Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron ejemplo de esta magnánima pobreza, pues, al oír la voz del divino Maestro, dejando absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de peces a pescadores de hombres y lograron además que muchos otros, imitando su fe, siguieran esta misma senda. En efecto, muchos de los primeros hijos de la Iglesia al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma, dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron con bienes eternos y encontraban su alegría en seguir las enseñanzas de los apóstoles, no poseyendo nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo.

Por eso el bienaventurado apóstol Pedro, cuando al subir al templo se encontró con aquel cojo que le pedía limosna, le dijo: No tengo oro ni plata; pero lo que tengo te lo doy: En el nombre de Jesús Mesías, el Nazareno, camina. ¿Qué cosa más sublime podría encontrarse que esta humildad? ¿Qué más rico que esta pobreza? No tiene la ayuda del dinero, pero posee los dones de la naturaleza. Al que su madre dio a luz deforme, la palabra de Pedro lo hace sano; y el que no pudo dar la imagen del César grabada en una moneda a aquel hombre que le pedía limosna, le dio, en cambio, la imagen de Cristo al devolverle la salud.

Y este tesoro enriqueció no sólo al que recobró la facultad de andar, sino también a aquellos cinco mil hombres que, ante esta curación milagrosa, creyeron en la predicación de Pedro. Así aquel pobre apóstol, que no tenía nada que dar al que le pedía limosna, distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios que dio no sólo el vigor a las piernas del cojo, sino también la salud del alma a aquella ingente multitud de creyentes, a los cuales había encontrado sin fuerzas y que ahora podían ya andar ligeros siguiendo a Cristo.

Responsorio Mt 5, 1-3; Is 66, 2

R. 
Se acercaron a Jesús sus discípulos y él, tomando la palabra, los instruía, diciendo: «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.»

V. 
En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.

R. 
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Oración

Oh Dios todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, aumentes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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