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lunes, 9 de septiembre de 2024

Lecturas y reflexiones +

 San Pedro Claver


Memoria obligatoria


09 Septiembre


Biografía


Pedro Claver nació en Verdún (España) en 1580. A partir de 1596, estudió humanidades y retórica en la universidad de Barcelona, e ingresó la Compañía de Jesús en 1602. Siguió su vocación misionera hacia el nuevo mundo, impulsado por la voz de un santo: san Alonso Rodríguez, portero del colegio de los Jesuitas en Montesión, en alma de Mallorca. En 1616 fue ordenado de sacerdote en Cartagena, misión colombiana, y en esa ciudad, puerto negrero, vivió hasta su muerte, el 8 de septiembre de 1654, consagrando su trabajo a los más miserables de su época: los esclavos negros. El día de su profesión religiosa escribió con su sangre unas palabras que serán el lema de su vida: «Pedro Claver, esclavo de los esclavos negros para siempre.» Fue canonizado por León XIII, en 1888, y proclamado por el mismo pontífice, en 1896, Patrono universal de las misiones entre los negros.


Primera lectura


1Co 5,1-8


Barran la levadura vieja; porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo


Lectura de la priemra carta del apóstol san Pablo a los Corintios.


HERMANOS:

Se oye decir en todas partes que hay entre ustedes un caso de inmoralidad; y una inmoralidad tal que no se da ni entre los gentiles: uno convive con la mujer de su padre.

¿Y ustedes siguen tan ufanos?

Estaría mejor ponerse de luto y expulsar de entre ustedes al que ha hecho eso.

Pues lo que es yo, ausente en el cuerpo, pero presente en espíritu, ya he tomado una desición como si estuviera presente: reunidos ustedes en el nombre de nuestro Señor Jesús, y yo presente en espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesús entregar al que ha hecho eso en manos de Satanás; para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el día del Señor.

Ese orgullo de ustedes no tiene razón de ser.

¿No saben que un poco de levadura fermenta toda la masa?

Barran la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que ustedes son panes ácimos.

Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo.

Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad.


Palabra de Dios.


Salmo


Sal 5,5-6.7.12 (R. 9a)


R. Señor guíame con tu justicia.


V. Tú no eres un Dios que ame la maldad,

ni el malvado es tu huésped,

ni el arrogante se mantiene en tu presencia. R.


V. Detestas a los malhechores,

destruyes a los mentirosos;

al hombre sanguinario y traicionero

lo aborrece el Señor. R.


V. Que se alegren los que se acogen a ti,

con júbilo eterno;

protégelos, para que se llenen de gozo

los que aman tu nomrbe. R.


Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya

V. Mis ovejas escuchan mi voz -dice el Señor-, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.


Evangelio


Lc 6,6-11


Estaban al acecho para ver si curaba en sábado


Lectura del santo Evangelio según san Lucas.


UN sábado, entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar.

Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada.

Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo.

Pero él conocía sus pensamientos y dijo al hombre de la mano atrofiada:

«Levántate y ponte en medio».

Y, levantándose, se quedó en pie.

Jesús les dijo:

«Les voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?».

Y, hechando en torno una mirada a todos, le dijo:

«Extiende tu mano».

Él lo hizo y su mano quedó restablecida.

Pero ellos, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús.


Palabra del Señor


Pistas para la Lectio Divina


Lucas 6, 6-11:

Lo prioritario es hacer el bien y salvar la vida del hermano. “¿En sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla?”


Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM


Los primeros discípulos han comprendido que su llamado al seguimiento tiene en la base una experiencia de la misericordia del Señor. La obra de Jesús en sus vidas ha traído para ellos tiempos nuevos y vida nueva que, quienes los ven desde fuera, comienzan a percibir a través de sus comportamientos distintivos con relación a la gente del entorno (ver las críticas que les hacen en 5,30.33 y 6,2).


Esto no sólo lo han visto los discípulos en sí mismos sino también las obras poderosas y de misericordia que Jesús ha venido obrando con personas marginadas y necesitadas de ayuda.


Después de haber visto de cerca la misericordia de Jesús con ellos mismos, en la escena de las espigas arrancadas en sábado, la pequeñísima comunidad de Jesús pasa a un segundo plano y nos encontramos con un nuevo pasaje que destaca la increíble misericordia de Jesús con los enfermos. De nuevo Jesús hace una obra prohibida en sábado y, más aún, en la sinagoga, delante del pueblo reunido para celebrar el reposo sabático.


Leamos despacio el texto y observemos siete puntos clave de la enseñanza del pasaje:


(1) Las circunstancias. Hay una circunstancia de tiempo y una de lugar:


(a) De tiempo: de nuevo nos encontramos en sábado (6,1a), por lo tanto el mensaje del texto está en estrecha relación con el “tiempo” de gracia de Jesús, profeta liberador ungido por el Espíritu.


(b) De lugar: Jesús entra en una sinagoga con la intención clara de “enseñar” (6,1b; ver 4,15.31.44). Allí Jesús no aparece leyendo la Biblia ni haciendo un discurso: el contenido de la enseñanza es la curación de un hombre que tiene la mano paralizada. Jesús no solamente enseña con palabras sino también con hechos concretos (como en 4,31-32.36).


(2) La iniciativa proviene de Jesús. El hombre con la deficiencia física no le ha pedido ningún favor, simplemente se enuncia: “Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca” (6,6b).


(3) La enfermedad de este hombre no es grave, no estamos ante una situación desesperada. El hecho de que Jesús se interese por restablecer la mano derecha (normalmente la más necesaria para el trabajo) de este hombre, muestra que para Jesús todas las situaciones en las que las personas se ven limitadas para su bienestar son importantes. Incluso aquellos casos que habitualmente pasan desapercibidos ante la gente (a uno lo impresiona la primera vez, pero luego se va poco a poco acostumbrando a ver la persona así. Debían ser muchas las personas presentes aquél día en la sinagoga, pero Jesús se interesó particularmente en ésta.


(4) Jesús conoce los pensamientos e intenciones de sus adversarios. Éstos consideran que Jesús tiene comportamientos heréticos y le montan una pesquisa que el evangelio describe como espionaje: “Estaban al acecho los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle” (6,7). Enseguida se dice que él escruta sus pensamientos: “Pero él, conociendo sus pensamientos…” (6,8a).


(5) Jesús actúa abiertamente. En medio del drama se acentúa un contraste: por una parte los adversarios de Jesús hacen todo ocultamente, como dice el texto “estaban al acecho” (6,7a); pero aún así Jesús “conocía sus pensamientos” (6,7), él escruta los pensamientos de sus adversarios que lo consideran herético. Por otra parte, Jesús todo lo hace abiertamente:


(a) hace que el hombre se ponga de pie: “¡Levántate!” (6,8b);


(b) lo invita a colocarse en medio de todos: “¡Ponte ahí en medio!” (6,8b);


(c) le pide que extienda sus manos: “¡Extiende tu mano!” (6,10b).


(6) Jesús desafía a sus adversarios. El punto central de la enseñanza de Jesús se descubre en la pregunta que los escribas y fariseos deben responderle: “¿En sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla?” (6,9). Notemos el énfasis: el espíritu de la Ley del sábado (lo legal) es “hacer el bien”, lo cual para Jesús es una forma concreta de “salvar una vida”; dejar de hacer el bien –la omisión- es una mala acción, no puede haber un verdadero culto a Dios cuando falta el interés por el prójimo. Jesús no da chance de responder porque la respuesta es obvia (esto se llama “pregunta retórica”); luego confirma su verdad curando la mano del hombre delante de todos.


(7) La tensión aumenta. Ante la evidencia, los adversarios se ofuscan –con rabia ciega- y comienzan a deliberar entre sí de qué manera se van a deshacer del incómodo profeta Jesús (ver 6,11). Ahora sabemos que Jesús tiene enemigos. Éstos de la crítica pasan a la deliberación del asesinato del profeta. Así en este pasaje se introduce el tema del rechazo de Jesús (la decisión de matarlo sólo aparecerá en 19,47); ya en un pasaje anterior por boca de Jesús habíamos sido informados que “el novio será arrebatado” (5,35), como suspensión provisional de la fiesta.


Por lo tanto, la muerte de Jesús será consecuencia de su opción por la vida del hombre, en consonancia con el Plan de Dios.


Las excepciones al cumplimiento estricto de algunas leyes bíblicas ya eran conocidas por la tradición rabínica. A manera de ejemplo recordemos un famoso pasaje: “Siempre que haya duda sobre si una vida está en verdadero peligro, no se aplicará el precepto del sábado” (Yom. 8,6).


Pero Jesús va mucho más allá. Su libertad profética es mayor, al considerar excepcional cualquier situación de sufrimiento, por pequeña que parezca.


Los discípulos de Jesús aprenden esta libertad interior que los impulsa a hacer el bien y salvar una vida cada vez que se presente la ocasión. Ellos harán el bien sin ponerse límites. Trabajarán a toda costa por la vida. ¡Es la prioridad del evangelio!


Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón


1. ¿Por qué podemos decir que Jesús actuó abiertamente? ¿Qué nos enseña este actuar de Jesús?


2. ¿En qué momento de mi vida he tomado la iniciativa, sin que me lo pidan, de “salvar una vida” es decir, de salir al encuentro de las necesidades de alguien y dar una ayuda efectiva?


3. ¿Qué podemos hacer concretamente en nuestra familia o comunidad para dar vida en el contexto en el cual nos encontramos? ¿Qué acciones concretas hemos hecho?


Francisco Fernández-Carvajal 

Hablar con Dios 


23ª semana. Lunes


EXTIENDE TU MANO


— El Señor no pide cosas imposibles: nos da la gracia para ser santos.


— Luchar en lo pequeño, en aquello que está a nuestro alcance, en lo que nos aconsejan en la dirección espiritual.


— Docilidad a lo que cada día nos pide el Señor.


I. Entró Jesús un sábado en la sinagoga, donde había un hombre que tenía una mano seca. San Lucas precisa que era la derecha1. Y le observaban los escribas y los fariseos para ver si curaba en sábado. La interpretación farisea de la Ley solo permitía aplicar remedios médicos en este día dedicado al Señor si había peligro inminente de muerte; y este no era el caso de aquel hombre, que ha acudido a la sinagoga con la esperanza puesta en Jesús.


El Señor, que conocía bien los pensamientos y las intrigas de aquellos que amaban más la letra de la Ley que al Señor de la Ley, le dijo al hombre de la mano enferma: Levántate y ponte en medio. Y levantándose se puso en medio. Y Jesús, mirando a su alrededor, fijando su vista en todos ellos, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y este hombre, a pesar de sus experiencias anteriores, se esforzó en lo que decía el Señor, y su mano quedó curada. Aquel enfermo sanó ante todo gracias a la fuerza divina de las palabras de Cristo, pero también por su docilidad en llevar a cabo el esfuerzo que se le pedía. Así son los milagros de la gracia: ante defectos que nos parecen insuperables, frente a metas apostólicas que se ven excesivamente altas o difíciles, el Señor pide esta misma actitud: confianza en Él, manifestada en el recurso a los medios sobrenaturales, y en poner por obra aquello que está a nuestro alcance y que el Maestro nos insinúa en la intimidad de la oración o a través de la dirección espiritual.


Algunos Padres de la Iglesia han visto en estas palabras del Señor, «extiende tu mano», la necesidad de ejercitar las virtudes. «Extiéndela muchas veces –comenta San Ambrosio–, favoreciendo a tu prójimo; defiende de cualquier injuria a quien veas sufrir bajo el peso de la calumnia, extiende también tu mano al pobre que te pide; extiéndela al Señor, pidiéndole el perdón de tus pecados: así es como se debe extender la mano, y así es como se cura»2, realizando pequeños actos de aquellas virtudes que deseamos adquirir, dando pequeños pasos hacia las metas a las que queremos llegar. Si nos empeñamos, la gracia realiza maravillas con estos esfuerzos que parecen poca cosa. Si aquel hombre, fiado más de su experiencia de otras veces que de las palabras del Señor, no hubiera puesto en práctica lo poco que se le pedía, quizá hubiera seguido el resto de su vida con una mano inútil. Las virtudes se forjan día a día, la santidad se labra siendo fieles en lo menudo, en lo corriente, en acciones que podrían parecer irrelevantes, si no estuvieran vivificadas por la gracia.


«Cada día un poco más –igual que al tallar una piedra o una madera–, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones (...). Luego, Jesucristo va poniendo lo que falta»3. Él es el que realmente realiza la obra de la santidad y el que mueve las almas, pero quiere contar con nuestra colaboración, obedeciendo en aquello que nos indica, aunque parezca insignificante, como extender la mano. Esto nos lleva a una lucha ascética alegre y a no desanimarnos jamás. En lo pequeño está nuestro poder.


II. Extiende tu mano..., esfuérzate en esa trama de cosas menudas que componen un día. Muchas metas se quedan sin alcanzar porque no estamos firmemente convencidos de la ayuda de la gracia divina, que hace sobrenaturalmente eficaces los pequeños esfuerzos.


La tibieza paraliza el ejercicio de las virtudes, mientras que estas con el amor cobran alas. El amor ha sido el gran motor de la vida de los santos. La tibieza hace que parezcan irrealizables los más pequeños esfuerzos (una carta que hemos de escribir, una llamada, una visita, una conversación, la puntualidad en el plan de vida diario...); forma una montaña de un grano de arena, La persona tibia piensa que, aunque el Señor le pide que extienda su mano, ella no puede. Y, como consecuencia, no la extiende... y no se cura. Por el contrario, el amor hace que los pequeños actos de virtud que realizamos desde la mañana hasta la noche tengan una eficacia sobrenatural enorme: forjan las virtudes, liman los defectos y encienden en deseos de santidad. Como una gota de agua ablanda poco a poco la piedra y la perfora, como las gotas de agua fecundan la tierra sedienta, así las buenas obras repetidas crean el buen hábito, la virtud sólida, y la conservan y aumentan4. La caridad se afianza en actos que parecen de poco relieve: poner buena cara, sonreír, crear un clima amable a nuestro alrededor aunque estemos cansados, evitar esa palabra que puede molestar, no impacientarnos en medio del tráfico de la gran ciudad, ayudar a un compañero que aquel día va un poco más retrasado en su trabajo, prestar unos apuntes a quien estuvo enfermo...


Los defectos arraigados (pereza, egoísmo, envidia...) se vencen, tratando de vivir la escena evangélica y recordando el mandato de Cristo: Extiende tu mano. Se mejora si, con la ayuda del Señor, se lucha en lo poco: en levantarse a la hora prevista y no más tarde; en el cuidado del orden en la ropa, en los libros; si se busca servir, sin que apenas se note, a quienes conviven con nosotros; si procuramos pensar menos en la propia salud, en las preocupaciones personales; si sabernos elegir bien un programa de televisión o apagarla si resulta inconveniente... Él continuamente nos dice: extiende tu mano, haz esos pequeños esfuerzos que te sugiere el Espíritu Santo en tu alma y los que te aconsejan en la dirección espiritual para superar esa incapacidad, a pesar de haber fracasado en otras ocasiones.


Porque contamos con la gracia del Señor, la santidad depende en buena parte de nosotros, de nuestro empeño dócil y continuado. Se cuenta de Santo Tomás de Aquino, que tenía fama de ser hombre de pocas palabras. Un día le preguntó su hermana qué hacía falta para ser santos. Y casi sin detenerse, según iba andando, contestó el Santo: QUERER. Nosotros pedimos al Señor que de verdad queramos ir cada día a Él, obedeciendo en las metas que nos han indicado en la dirección espiritual.


III. Aquel hombre de la mano paralizada fue dócil a las palabras de Jesús: se puso en medio de todos, como le había pedido el Señor, y luego atendió a sus palabras cuando le dijo que extendiera aquella mano enferma. La dirección espiritual personal se engarza con la íntima acción del Espíritu Santo en el alma, que sugiere de continuo esos pequeños vencimientos que nos ayudan eficazmente a disponernos para nuevas gracias. Cuando un cristiano pone de su parte todo lo posible para que las virtudes se desarrollen en su alma –quitando los obstáculos, alejándose de las ocasiones de pecar, luchando decididamente en el comienzo de la tentación–, Dios se vuelca con nuevas ayudas para fortalecer esas virtudes incipientes y regala los dones del Espíritu Santo, que perfeccionan esos hábitos formados por la gracia.


El Señor nos quiere con deseos eficaces, concretos, de ser santos; en la vida interior no bastan las ideas generales. «¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? —Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. —Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. —Y trozos de hierro. —Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas...


»¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?... —¡A fuerza de cosas pequeñas!»5.


Es frecuente que al hablar de santidad se hagan notar algunos aspectos llamativos: las grandes pruebas, las circunstancias extraordinarias, el martirio; como si la vida cristiana vivida con todas sus consecuencias consistiera forzosamente en esos hechos y fuera empresa de unos pocos, de gente excepcional; y como si el Señor se conformara, en la mayoría de las gentes, con una vida cristiana de segunda categoría. Por el contrario, hemos de meditar hondamente que el Señor nos llama a todos a la santidad: a la madre de familia atareada porque apenas tiene tiempo para sacar adelante la casa, al empresario, al estudiante, a la dependienta de unos grandes almacenes y a la que está al frente de un puesto de verduras. El Espíritu Santo nos dice a todos: esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación6. Y se trata de una voluntad eficaz, porque Dios cuenta con todas las circunstancias por las que va a pasar la vida y da las gracias necesarias para actuar santamente.


Para crecer en las virtudes, hemos de prestar atención a lo que nos dice el Señor, muchas veces por intermediarios, y llevarlo a la práctica. «Ejemplo sublime de esta docilidad es para todos nosotros la Virgen Santísima, María de Nazaret, que pronunció el “fiat” de su disponibilidad total a los designios de Dios, de modo que el Espíritu pudo comenzar en Ella la realización concreta del plan de salvación»7. A nuestra Madre Santa María le pedimos hoy que nos ayude a ser cada vez más dóciles al Espíritu Santo, a crecer en las virtudes, luchando en las pequeñas metas de este día.

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