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miércoles, 11 de septiembre de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


1Co 7,25-31

¿Estás unido a una mujer? No busques la separación. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

HERMANOS:
Acerca de los célibes no tengo precepto del Señor, pero doy mi parecer como alguien que, por la misericordia del Señor, es fiel.
Considero que, por la angustia que apremia, es bueno para un hombre quedarse así.
¿Estás unido a tu mujer? No busques la separación.
¿Estás libre de mujer? No busques mujer; pero, si te casas, no pecas; y, si una soltera se casa, tampoco peca. Aunque estos tales sufrirán la tribulación de la carne; y yo quiero ahorrársela.
Digo esto, hermanos, que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina.

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 45(44),11-12.14-15. 16-17 (R. 11a)

R. Escucha, hija, mira: inclina el oído.

V. Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu Señor. R.

V. Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras. R.

V. Las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.
«A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra». R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Alégrense y salten de gozo -dice el Señor-, porque su recompensa será grande en el cielo. R.

Evangelio


Lc 6,20-26.

Bienaventurados los pobres. Ay de ustedes, los ricos.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tienen hambre, porque quedarán saciados.
Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán.
Bienaventurados ustedes cuando los odien los hombres, y los excluyan, y los insulten y proscriban su nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían sus padres con los profetas.
Pero ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya han recibido su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que están saciados, porque tendrán hambre!
¡Ay de los que ahora ríen, porque harán duelo y llorarán!
¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes! Eso es lo que sus padres hacían con los falsos profetas».

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 6,20-26:
Bienaventuranzas y malaventuranzas. “Bienaventurados vosotros…”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Comienza ahora el primer discurso formativo de Jesús (ver el discurso completo en Lc 20-49), conocido como el “Sermón de la llanura”). Jesús va a describir el perfil de un discípulo suyo en cuatro lecciones.

Primera lección: El giro profundo que ocurre en la vida de un discípulo.

Los discípulos son distintos, eso es claro. ¿Pero en qué son distintos? ¿Qué ha sucedido en ellos desde que conocieron a Jesús? La proclamación de las bienaventuranzas responde a estas preguntas.

Retomemos el conjunto de las bienaventuranzas y notemos:

1. La manera como habla Jesús ya es diciente: pronuncia las bienaventuranzas mirando de frente a sus discípulos. Es como si estuviera diciendo: “¡Ustedes son esto y esto, tomen conciencia de ello!”

2. Las bienaventuranzas muestran cómo es que se vive en la esfera del querer de Dios.

3. La obra de Dios en el discípulo tiene un punto de partida: el reconocimiento de su necesidad personal. Por eso son los “pobres” los “hambrientos” los que están “de luto” los “rechazados”. Su conciencia de la carencia les abre el corazón al don de Dios, mientras que los autosuficientes, los que creen tenerlo todo (los ricos los hartos, los que ríen, los famosos) perderán lo que creen tener.

4. Pero lo que importa es el punto de llegada: el don de Dios, el cual está caracterizado como: consolación, plenitud y fiesta.

5. Todos los dones se resumen en uno solo: el Reino de Dios, que es ese giro profundo en la realidad del hombre (como lo canta María en el Magnificat”, que es la obra creadora de Dios que transforma el estado de perdición en estado de salvación.

6. La vida del discipulado apunta al proyecto de vida de cada uno en la dirección de la “alegría” mientras que una opción equivocada en la vida lleva a la ruina total que aquí se expresa en el grito de lamentación “ay”.

7. La vida según las bienaventuranzas, conduce a la identidad de vida con Jesús: el discípulo será un profeta como él en el mundo (ver Lc 24,19) y este es el sentido de su apostolado. Pero compartir la gloria junto con Jesús, en la alegría perfecta, implicará también el mismo camino de sufrimiento, de fracaso y de humillación del Maestro. No hay gloria sin cruz.

Podríamos hoy retomar una de las bienaventuranzas y meditar seriamente en ella. Podría ser, por ejemplo: “Bienaventurados los que lloráis ahora porque reiréis…” Ay de los que reís ahora porque tendréis aflicción y llanto” (6,21b.25b) Lo propongo porque se trata de un tema que generalmente preferimos no abordar. Estar triste es una situación que no debería darse y de la que preferimos no hablar o aún fingir que no existe. Pero la gente que sufre en este mundo es mucha, muchísima.

Nuestro texto habla literalmente de estar en “duelo” que es esa profunda tristeza interior que destroza el corazón ante la muerte de una persona querida y que se expresa habitualmente en lágrimas. Pero son también todas esas situaciones que producen pena y amargura, por contener algo de incomprensible y de humanamente inaceptable. Son llantos que brotan de un dramático contraste interior entre la muerte que nos rodea y la visión interior del Reino que deseamos, con su plenitud de vida y de paz. Se trata de un contraste hiriente entre el don de Dios y las situaciones intolerantes de miseria y de muerte que nacen del rechazo del amor de Dios.

Pero Jesús dice que un discípulo suyo sabrá hacer el camino de la consolación que lo llevará a la paz y a la fiesta como profetizó Jeremías: “Cambiaré su duelo en regocijo, y les consolaré y alegraré de su tristeza. (31,13). Por lo tanto, con su mirada contemplativa, en comunión con Jesús sabrá descubrir la resurrección que hay detrás de toda cruz. La bienaventuranza es un camino que abarca la visión del evangelio entero.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Me considero una persona bienaventurada, esto es, feliz? ¿Qué me aflige?

2. ¿Qué me promete Jesús?

3. ¿Cuál es el camino para llegar a la perfecta alegría?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

23ª semana. Miércoles

PAZ EN LA CONTRADICCIÓN

— No deben sorprendernos las incomprensiones y adversidades que surjan por seguir a Cristo. Junto a Él, el dolor se torna gozo.

— La «contradicción de los buenos».

— Frutos de las incomprensiones.

I. El Señor anuncia en diversas ocasiones que quien aspire a seguirle de verdad, de cerca, tendrá que hacer frente a las acometidas de quienes se muestran como enemigos de Dios e incluso de quienes, siendo cristianos, no viven en coherencia con la fe. En su camino hacia la santidad, el cristiano encontrará a veces un clima de hostilidad, que el Señor no dudó en llamar con una palabra dura: persecución1. En la última de las bienaventuranzas recogida por San Lucas en el Evangelio de la Misa2, nos dice Jesús: Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo del Hombre. Y no hemos de pensar que esta persecución, en las diferentes formas en que puede presentarse, es algo excepcional, que se dará en unas épocas especiales o solo en lugares determinados: No es el discípulo más que el Maestro -anunció Jesús-, ni el siervo más que su Señor. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebú, cuánto más a los de su casa3. Y San Pablo prevenía así a Timoteo: Y todos aquellos que quieran vivir piadosamente según Cristo Jesús, han de padecer persecución4.

Pero la persecución no quiere decir desgracia, sino bienaventuranza, alegría y dicha, porque es resello de autenticidad en el seguimiento de Cristo, de que las personas y las obras van por buena senda. No deben quitarnos la paz ni deben sorprendernos las contrariedades que surjan en nuestro camino. Si alguna vez permite el Señor que sintamos el dolor de la persecución abierta –la calumnia, la difamación...–, o aquella otra más solapada –la que emplea como armas la ironía que trata de ridiculizar los valores cristianos, la presión ambiental que pretende amedrentar a quienes se atreven a mantener una visión cristiana de la vida y les desprestigia ante la opinión pública–, hemos de saber que es una ocasión permitida por el Señor, para que nos llenemos de frutos, pues, como decía un mártir mientras se dirigía a la muerte, «donde mayor es el trabajo, allí hay más rica ganancia»5. Entonces deberemos agradecer al Señor esa confianza que ha tenido con nosotros al considerarnos capaces de padecer algo –poca cosa será– por Él. Imitaremos, aunque a mucha distancia, a los Apóstoles, que después de haber sido azotados por predicar públicamente la Buena Nueva salieron gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús6. No se callaron en su apostolado, sino que predicaban a Jesús con más fervor y alegría. Tampoco nosotros debemos callar: la oración ha de ser entonces más intensa y mayor la preocupación por las almas. Es bueno acordarse en esos momentos de las palabras del Señor: Alegraos en aquel día y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en el Cielo.

Junto a Cristo, el dolor se torna gozo: «Es mejor para mí, Señor, sufrir la tribulación, con tal de que tú estés conmigo, que reinar sin ti, disfrutar sin ti, gloriarme sin ti. Es mejor para mí, Señor, abrazarme a ti en la tribulación, tenerte conmigo en el horno de fuego, que estar sin ti, aunque fuese en el mismo Cielo. ¿Qué me importa el Cielo sin ti?; y contigo, ¿qué me importa la tierra?»7.

II. También el Señor nos alerta en el Evangelio de la Misa: ¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros, pues de este modo se comportaban sus padres con los falsos profetas! La fe, cuando es auténtica, «derriba demasiados intereses egoístas para no causar escándalo»8. Es difícil, quizá imposible, ser buen cristiano y no chocar con un ambiente aburguesado y cómodo, y frecuentemente pagano. Hemos de pedir continuamente la paz para la Iglesia y para los cristianos de todos los países, pero no debe extrañarnos ni asustarnos si nos llega la resistencia del ambiente a la doctrina de Cristo que queremos dar a conocer, las difamaciones, las calumnias... El Señor nos ayudará a sacar frutos abundantes de estas situaciones.

Cuando San Pablo llegó a Roma, le dicen los judíos que viven allí, al referirse a la Iglesia naciente: de esta lo único que sabemos es que por todas partes sufre contradicción9. Al cabo de veinte siglos vemos en la historia reciente o en el momento actual cómo en diversos países han sufrido martirio miles de buenos cristianos –sacerdotes y laicos– a causa de su fe, o se ven impedidos o discriminados por sus creencias, o son marginados de cargos públicos o puestos de enseñanza por ser católicos, o encuentran dificultades para que sus hijos reciban la enseñanza de la doctrina cristiana. Otras veces es el mismo ambiente opresivo que considera la religión como un arcaísmo, mientras que «la modernidad y el progreso» son concebidos como la liberación de cualquier idea religiosa.

Cuesta entender la calumnia o la persecución –abierta o solapada– en una época en la que se habla tanto de tolerancia, de comprensión, de convivencia y de paz. Pero son más difíciles de entender las contradicciones cuando llegan de hombres «buenos»; cuando el cristiano persigue –no importa el modo– al cristiano, y el hermano al hermano. El Señor previno a los suyos para esos momentos en los que quienes difaman, calumnian o entorpecen la labor apostólica no son paganos, ni enemigos de Cristo, sino hermanos en la fe que piensan que con ello hacen un servicio a Dios10. «La contradicción de los “buenos” –la expresión la acuñó el Fundador del Opus Dei, que la experimentó dolorosamente en su vida– es prueba que Dios permite alguna vez y que resulta particularmente penosa para el cristiano a quien le toca en suerte. Sus motivos suelen ser apasionamientos demasiado humanos que pueden torcer el buen juicio y la limpia intención de hombres que profesan la misma fe y forman el mismo Pueblo de Dios. Hay a veces celos en vez de celo por las almas, emulación indiscreta que mira con envidia y considera como un mal el bien hecho por otros. Puede haber también dogmatismo estrecho que rehúsa reconocer a los demás el derecho a pensar de maneras distintas en materias dejadas por Dios al libre juicio de los hombres (...). La contradicción de los “buenos” (...) suele manifestarse en desamor hacia algunos hermanos en la fe, oposición larvada a sus labores y crítica destructiva»11.

En cualquier caso, la postura del cristiano que quiere ante todo ser fiel a Cristo ha de ser la de perdonar, desagraviar y actuar con rectitud de intención, con la mirada puesta en Cristo. «No esperes por tu labor el aplauso de las gentes.

»—¡Más!: no esperes siquiera, a veces, que te comprendan otras personas e instituciones, que también trabajan por Cristo.

»—Busca solo la gloria de Dios y, amando a todos, no te preocupe que otros no te entiendan»12.

III. De las contradicciones hemos de sacar mucho fruto. «Se había desatado la persecución violenta. Y aquel sacerdote rezaba: Jesús, que cada incendio sacrílego aumente mi incendio de Amor y Reparación»13. No solo no deben hacernos perder la paz ni ser causa de desaliento o de pesimismo, sino que han de servirnos para enriquecer el alma, para ganar en madurez interior, en fortaleza, en caridad, en espíritu de reparación y de desagravio, en comprensión.

Ahora y en esos momentos difíciles que, sin ser habituales, pueden presentarse en nuestra vida, nos harán mucho bien aquellas palabras pacientes y serenas de San Pedro dirigidas a los cristianos de la primera hora cuando padecían calumnias y persecución: Mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal14.

El Señor se valdrá de esas horas de dolor para hacer el bien a otras personas: «Algunas veces llama por los milagros, otras por los castigos, algunas por las prosperidades de este mundo, y, por último, en otras ocasiones llama por las adversidades»15.

En toda situación tendremos siempre motivos para estar alegres y ser optimistas, con el optimismo que nace de la fe y de la oración confiada. «El Cristianismo ha estado demasiadas veces en lo que parecía un fatal peligro, como para que ahora nos vaya a atemorizar una nueva prueba (...). Son imprevisibles las vías por las que la Providencia rescata y salva a sus elegidos. A veces, nuestro enemigo se convierte en amigo; a veces se ve despojado de la capacidad de mal que le hacía temible; a veces se destruye a sí mismo; o, sin desearlo, produce efectos beneficiosos, para desaparecer a continuación sin dejar rastro. Generalmente la Iglesia no hace otra cosa que perseverar, con paz y confianza, en el cumplimiento de sus tareas, permanecer serena, y esperar de Dios la salvación»16.

Los momentos en que encontremos dificultades y contradicciones –sin exagerarlas– son particularmente propicios para ejercitar una serie de virtudes: debemos pedir por aquellos que –quizá sin saberlo– nos hacen mal, para que dejen de ofender a Dios; desagraviar al Señor, siendo más fieles en nuestros deberes cotidianos; hacer un apostolado más intenso; proteger con caridad delicada a aquellos hermanos «débiles» en la fe que por su edad, por su menor formación o por su especial situación, podrían recibir un mayor daño en su alma.

La Virgen Nuestra Madre, que nos ayuda en todo momento, nos oirá particularmente en los más difíciles. «Dirígete a la Virgen –Madre, Hija, Esposa de Dios, Madre nuestra–, y pídele que te obtenga de la Trinidad Beatísima más gracias: la gracia de la fe, de la esperanza, del amor, de la contrición, para que, cuando en la vida parezca que sopla un viento fuerte, seco, capaz de agostar esas flores del alma, no agoste las tuyas..., ni las de tus hermanos». 

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