Custodia

Custodia

Saludo

Bendición

viernes, 13 de septiembre de 2024

Lecturas y reflexiones +

 San Juan Crisóstomo




Memoria obligatoria

13 Septiembre

Biografía


Nació en Antioquia hacia el año 349; después de recibir una excelente formación, comenzó por dedicarse a la vida ascética. Más tarde fue ordenado sacerdote y ejerció con gran provecho el ministerio de la predicación. El año 397 fue elegido obispo de Constantinopla, cargo en el que se comportó como un pastor ejemplar, esforzándose por llevar a cabo una estricta reforma de las costumbres del clero y de los fieles. La oposición de la corte imperial y de los envidiosos lo llevó por dos veces al destierro. Acabado por tantas miserias, murió en Comana, en el Ponto, el día 14 de septiembre del año 407. Contribuyó en gran manera, por su palabra y escritos, al enriquecimiento de la doctrina cristiana, mereciendo el apelativo de Crisóstomo, es decir, «Boca de oro».



Primera lectura


1Co 9,16-19.22b-27

Me he hecho todo para todos, para ganar a algunos.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

HERMANOS:
El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!.
Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio.
Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio.
Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles.
Me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos.
Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes.
¿No saben que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corran así: para ganar.
Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita.
Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalficado.

Palabra de Dios

Salmo


Sal 84(83),3. 4.5-6.12 (R. 2)

R. ¡Qué deseables son tus moradas,
Señor del universo!

V. Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
se alegran por el Dios vivo. R.

V. Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío. R.

V. Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichoso el que encuentra en ti su fuerza
y tiene tus caminos en su corazón. R.

V. Porque el Señor DIos es sol y escudo,
el Señor da la gracia y la gloria;
y no niega sus bienes
a los de conducta intachable. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Tu palabra, Señor, es verdad; santifícanos en la verdad. R.

Evangelio


Lc 6,39-42.

¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ´´Hermano, déjame que te saque la mota del ojo´´, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 6, 39-42:
El carácter moral del discípulo: una vida ejemplar. “Todo el que esté bien formado, será como su Maestro”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Jesús forma a sus discípulos conduciéndolos a través de un proceso de maduración interior que implica un manejo adecuado, y desde la misericordia del Padre, de sus impulsos negativos.

Va quedando claro que el discipulado es comunitario (nótese bien la repetición de la palabra “hermano” en 6,41-42). Como tal, es signo del nuevo pueblo de Dios, germen de la humanidad nueva que Jesús ha venido a crear con su buena nueva de la salvación. En la santa Misa oramos así: “Él ha venido para arrancar del corazón del hombre el mal que impide la amistad, el odio que no nos deja ser felices”.

Una vez que el discípulo ha aprendido esta lección, pasa a la siguiente, la cual es más difícil: el liderazgo positivo dentro de la comunidad.

1. Ante todo Jesús como modelo para el discípulo: hay que imitarlo

En la enseñanza que leemos en 6,39-42, se puede vislumbrar hacia dónde va apuntando la formación del discípulo. Jesús dice: “Todo el que esté bien formado será como su maestro” (6,40b). Es quiere decir que:

(a) Adoptará sus mismas actitudes y comportamientos (como se describió en el evangelio de ayer).

(b) Será formador de otros discípulos (como se desprende de 6,39: “guiar a otro”).

2. La prudencia para no emitir juicios

El aprendizaje de estas dos tareas es gradual y en muchos casos muy lento. Por eso hay que dejarse ayudar por Jesús para luego poder ayudar a otros.

Cuando Jesús utiliza la imagen del “ciego” pretende indicar un estado de aprendizaje; está queriendo decir que, hasta que no haya sido iluminado a fondo por los criterios de vida que inculca el Maestro, será como un ciego que necesita del apoyo de otros.

Por esta razón, quien comienza a caminar en el seguimiento de Jesús debe evitar la precipitación a la hora de calificar la conducta de los demás. Esto tiende a suceder sobre todo en el recién convertido que, desde la radicalidad de su opción, nota con mayor facilidad las deficiencias de los otros y entonces comienza a dar opiniones sobre todo y sobre todos, llegando a herir –en ocasiones- la caridad.

Porque el discípulo, a pesar de su camino con Jesús, debe considerarse todavía a sí mismo como un ciego, no debe emitir juicios sobre los demás (ver los imperativos del texto de ayer), a él mismo todavía le falta mucho trecho en el camino de la conversión. Si no sucederá como en el ejemplo que coloca Jesús: “caerán los dos en el hoyo” (6,39b). El discipulado exige el respeto de esta ética.

3. La responsabilidad en la animación del camino de crecimiento de los hermanos en la fe

La primera tarea del discípulo es seguir trabajándose a sí mismo: discernir y sacar la “viga del propio ojo” (6,41-42). La segunda tarea es “guiar” a otros, es todavía más exigente. Si ya es difícil trabajarse a sí mismo, cuánto más el hacerlo con los demás. Este es un nuevo aspecto del ministerio del amor que no puede ser descuidado.

Insistimos en esto porque la lectura de las palabras de Jesús en esta parte del evangelio podría llevar erróneamente a pensar que, puesto que hay briznas en el ojo, entonces nunca tendremos autoridad moral para hacer la corrección fraterna y lo mejor sea callar e ignorar las faltas de los demás. No, el escrúpulo no puede bloquear la corrección fraterna.

De hecho, la imagen del lazarillo tiene también un sentido positivo, es parte del ministerio del amor: todo discípulo de Jesús tiene la responsabilidad de darle la mano a sus hermanos “ciegos”, que no conocen la luz del evangelio, y apoyarlos en un camino de conversión. De todas formas hay que “sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano” (6,42b), eso sí, partiendo siempre del trabajo consigo mismo.

4. Cinco consejos para un buen liderazgo en la comunidad, según el espíritu del evangelio

Releyendo el pasaje de hoy vemos cómo surgen al menos cinco criterios que debe tener presente quien ejerce el liderazgo en una comunidad cristiana:

(1) Recuerde siempre que el punto de referencia es Jesús mismo: “No está el discípulo por encima del maestro” (6,40a).

(2) No forme grupos y personas en torno a su carisma personal, condúzcalos a todos hacia Jesús. Ocúpese Usted de ser “como el Maestro” (6,40b), compartiendo con él la autonegación de la Cruz y remitiendo todo hacia la plenitud del Padre.

(3) Antes de emprender un proyecto, asegúrese de tener la visión del evangelio –no sólo la propia- porque “¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?” (6,39ª).

(4) Procure formarse bien y estar adelantado en lo que le propone vivir a los demás, si no “caerán los dos en el mismo hoyo” (6,39b).

(5) Evalúese constantemente, reconozca y pida perdón por sus pecados, “saque la viga” y entonces verá con misericordia las faltas de sus hermanos; pero tampoco permita que el escrúpulo bloquee la corrección fraterna (6,41-42), Usted no puede excusarse de esta responsabilidad; por eso, procure mantenerse constantemente reconciliado con el Señor.

La iluminación interior que va sacando al discípulo progresivamente de la ceguera por medio de las palabras del evangelio y por el misterio pascual de Jesús, le permitirá al discípulo convertirse en buen apóstol. Un corazón que se deja purificar por el Señor, vence la tentación de la “hipocresía” que advierte Jesús (ver 6,42), y, por el contrario, recobra las fuerzas que necesita para asumir abiertamente y con celo apostólico los desafíos de la misión.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuál de los cinco consejos de Jesús para un liderazgo en la comunidad es el que mejor vivo? ¿A cuál de ellos debo prestar más atención?

2. “El discipulado es comunitario” ¿En qué momentos dentro de mi grupo, actúo en forma individualista, sin tener en cuenta a los demás? ¿Qué me aconseja Jesús?

3. ¿Con facilidad doy “consejitos” y “corrijo” a los demás sin pensar que soy yo quien más lo necesita? ¿Cuándo voy a corregir a una persona, lo hago por el disgusto que siento o lo hago sinceramente buscando el bien de ella?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

23ª semana. Viernes

FILIACIÓN DIVINA

— Generosidad de Dios, que ha querido hacernos hijos suyos.

— Consecuencias de la filiación divina: abandono en el Señor.

— «Portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios»: fraternidad.

I. Escribe San Pablo a Timoteo y, abriéndole confiadamente su corazón, le cuenta cómo el Señor se fió de él y le hizo Apóstol, a pesar de haber sido blasfemo y perseguidor de los cristianos. Dios –le dice– derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano1. Cada uno de nosotros puede afirmar también que Dios ha derramado abundantemente su gracia sobre él. Dios nos creó, y luego ha querido darnos gratuitamente la dignidad más grande: ser hijos suyos, alcanzar la felicidad de ser domestici Dei, de su propia familia2.

La filiación divina natural se da en Dios Hijo: «Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos..., engendrado, no hecho; consustancial al Padre»3. Pero Dios quiso, a través de una nueva creación, hacernos hijos adoptivos, partícipes de la filiación del Unigénito: Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos4; ha querido que el cristiano reciba la gracia, de modo que goce de una participación de la naturaleza divina: Divinae consortes naturae, dice San Pedro en una de sus Epístolas5. La vida que reciben los hijos en la generación humana ya no es de los padres; en cambio, por la gracia santificante, la vida de Dios se da a los hombres. Sin destruir ni forzar nuestra naturaleza humana, somos admitidos en la intimidad de la Trinidad Beatísima por la vía de la filiación, que en Dios se da a través del Unigénito del Padre. Toda la vida queda afectada por el hecho de la filiación divina: nuestro ser y nuestro actuar6. Y esto tiene múltiples consecuencias prácticas, por ejemplo: la oración será ya la de un hijo pequeño que se dirige a su padre, pues descubrimos que Dios, además de ser el Ser Supremo, Creador y Todopoderoso, es verdaderamente Padre Amoroso de cada uno; la vida interior no es ya una lucha solitaria contra los defectos o para «autoperfeccionarse», sino abandono en los brazos fuertes del Padre... y deseo vivo –que se traduce en obras– de dar alegrías a nuestro Padre Dios, de quien nos sabemos muy queridos.

Todos los cristianos podemos decir verdaderamente: Dios derrochó su gracia en mí; nos engendró a una nueva vida en Cristo Jesús7; por ella nos hacemos semejantes a Cristo, y en esa medida somos hijos del Padre. Y es precisamente el Paráclito el que nos enseña –incluso sin que nos demos cuenta– esta grandiosa realidad, haciendo que reconozcamos a Jesús como Hijo de Dios y que también nos reconozcamos a nosotros, no como extraños, sino como hijos, y que obremos en consecuencia. Santo Tomás de Aquino resume esta dichosa relación con la Trinidad Santísima, con estas breves palabras: «la adopción, aunque pertenezca a toda la Trinidad, se adscribe al Padre como a su autor, al Hijo como a su ejemplo, al Espíritu Santo como a quien imprime en nosotros la semejanza a ese ejemplo»8.

Esta realidad da a la vida una especial firmeza y un modo peculiar de enfrentarnos a todo lo que lleva consigo. «Descansa en la filiación divina. Dios es un Padre –¡tu Padre!– lleno de ternura, de infinito amor.

»—Llámale Padre muchas veces, y dile –a solas– que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo»9. Dios es nuestro descanso y la fuerza que necesitarnos.

II. Y si hacerse hijos de Dios significa identificarse con el Hijo, significa también ver los acontecimientos y juzgarlos con los ojos del Hijo, obedecer como Cristo, que se hizo obediente hasta la muerte10, amar y perdonar como Él, comportarse siempre como los hijos que se saben en presencia de su Padre Dios11, confiados y serenos, comprendidos, perdonados, alentados siempre a seguir adelante...

Quien se sabe hijo de Dios no debe tener temor alguno en su vida. Dios conoce mejor nuestras necesidades reales, es más fuerte que nosotros Y es nuestro Padre12. Debemos hacer como aquel niño que en medio de una tempestad permanecía en sus juegos, mientras los marineros temían por sus vidas; era el hijo del patrón del barco. Cuando al desembarcar le preguntaron cómo pudo estar tan tranquilo en medio de aquel mar embravecido, mientras ellos estaban espantados, respondió: «¿Temer? ¡Pero si el timón estaba en manos de mi padre!». Cuando tratamos de identificar nuestra voluntad con la de Dios, el timón de la vida lo lleva Él, que conoce bien el rumbo que conduce al puerto seguro, Está en buenas manos, en la calma y en la tempestad.

Porque Dios lo permita, puede ocurrir a un alma que lucha seriamente por la santidad que, en medio de las dificultades, se sienta como perdida, inepta, desconcertada; que no entienda, a pesar de su deseo de ser toda de Dios, lo que ocurre a su alrededor. «En esos momentos en que ni siquiera se sabe cuál es la Voluntad de Dios, y uno protesta: ¡Señor, cómo puedes querer esto, que es malo, que es abominable ab intrínseco! -como la Humanidad de Cristo se quejaba en el Huerto de los Olivos-, cuando parece que la cabeza enloquece y el corazón se rompe... Si alguna vez sentís este caer en el vacío, os aconsejo aquella oración que yo repetí muchas veces junto a la tumba de una persona amada: Fiat, adimpleatur, laudetur atque in aeternum superexaltetur iustissima atque amabilissima...»13. «Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. –Amén. –Amén»14.

Es el momento de ser muy fieles a la Voluntad de Dios, y de dejarnos exigir y ayudar en la dirección espiritual personal con docilidad total -aunque no entendamos Si Él, que es nuestro Padre, permite esa situación y ese estado de oscuridad interior, también nos otorgará las gracias y ayudas necesarias. Ese abandono, sin poner límite alguno, en las manos de Dios, nos dará una paz inquebrantable, y en medio del vacío más completo sentiremos poderoso y suave el brazo de Dios que nos sostiene. También nosotros repetiremos entonces, despacio, con un dulce paladeo, esa confiada oración: Hágase, cúmplase, sea alabada...

III. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha15, proclama el Salmista. Y no existe alegría más profunda –también en medio de la necesidad y del vacío, cuando el Señor lo permite–, que la del hijo de Dios que se abandona en manos de su Padre, porque ningún bien puede compararse a la infinita riqueza de ser familiares de Dios, hijos de Dios; esta alegría sobrenatural, tan relacionada con la Cruz, es el «gigantesco secreto del cristiano»16. Quien se siente hijo de Dios no pierde la paz, ni siquiera en los momentos más duros; la conciencia de su filiación divina le libera de sus tensiones interiores y cuando, por su debilidad, se descamina, si verdaderamente se siente hijo, vuelve arrepentido y confiado a la casa del Padre.

«La filiación divina es también fundamento de la fraternidad cristiana, que está muy por encima del vínculo de solidaridad que une a los hombres entre sí»17. Los cristianos nos sentimos, sobre todo, hermanos, porque somos hijos del único Padre, que ha querido establecer con nosotros el vínculo sobrenatural de la caridad. Las manifestaciones que esta fraternidad debe tener en la vida corriente son innumerables: respeto mutuo, delicadeza en el trato, espíritu de servicio y ayuda en el camino que nos lleva a Dios... En el Evangelio de la Misa el Señor pide a los suyos una mirada limpia para ver a sus hermanos. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? (...) Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano18. El Maestro nos invita a ver a los demás sin los prejuicios que forjamos con las propias faltas y con la soberbia, en definitiva, por la que tendemos a aumentar las flaquezas ajenas y a empequeñecer las propias; nos exhorta el Señor «a mirar a los demás desde más dentro, con mirada nueva (...), hace falta quitar la viga de nuestro propio ojo. Estamos a veces ocupados en la tarea superficial de querer siempre quitar a todo el mundo la mota de su ojo. Y lo que hace falta es renovar nuestra forma de contemplar a los demás»19, mirarles como a hermanos, a quienes Dios tiene un amor particular. «Piensa en los demás –antes que nada, en los que están a tu lado– como en lo que son: hijos de Dios, con toda la dignidad de ese título maravilloso.

»Hemos de portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios: el nuestro ha de ser un amor sacrificado, diario, hecho de mil detalles de comprensión, de sacrificio silencioso, de entrega que no se nota. Este es el bonus odor Christi, el que hacía decir a los que vivían entre nuestros primeros hermanos en la fe: ¡Mirad cómo se aman!»20.

Portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios, ver a las gentes como Cristo las veía, con amor y comprensión; a quienes están cerca y a quienes parece que se alejan, pues la fraternidad se extiende a todos los hombres, porque todos son hijos de Dios –criaturas suyas– y también todos están llamados a la intimidad de la casa del Padre. Esta misma fraternidad nos impulsará al apostolado, no dejando de poner ningún medio para acercar las almas a Dios.

Siguiendo ese camino ancho de la filiación divina, pasaremos por la vida con serenidad y paz, haciendo el bien21 como Jesucristo, el Modelo en el que hemos de mirarnos continuamente, en quien aprendemos a ser hijos de Dios Padre y a comportarnos como tales. Si acudimos a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos enseñará a abandonarnos en el Señor, como hijos pequeños que andan tan necesitados. Nunca dejará de atendernos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario