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lunes, 2 de septiembre de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


1Co 2, 1-5

 

Les anuncié el misterio de Cristo crucificado

 

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios

 

YO, hermanos, cuando vine a ustedes a anunciarles el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre ustedes me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado. También yo me presenté a ustedes débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que su fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 119(118), 97.98.99. 100.101.102 (R. 97a)

R. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

 

V. ¡Cuánto amo tu ley!: todo el día la estoy meditando. R.

 

V. Tu mandato me hace más sabio

que mis enemigos, siempre me acompaña. R.

 

V. Soy más docto que todos mis maestros, porque medito tus preceptos. R.

 

V. Soy más sagaz que los ancianos,

porque cumplo tus mandatos. R.

 

V. Aparto mi pie de toda senda mala,

para guardar tu palabra. R.

 

V. No me aparto de tus mandamientos, porque tú me has instruido. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado a evangelizar a los pobres.R.

Evangelio


Lc 4, 16-30

Me ha enviado a evangelizar a los pobres … Ningún profeta es aceptado en su pueblo.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, deserrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me dirán aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo", haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo asegurarles que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 4, 16-30:
En Nazareth: El programa misionero de Jesús. “El Espíritu del Señor está sobre mí”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Comenzamos a partir de hoy la lectura casi continua del evangelio según san Lucas. El primer texto que abordamos es el del discurso programático en Nazareth.

Jesús realiza su primera predicación:

(1) En Nazareth. Es la ciudad “donde se había criado” (4,16). Jesús es una figura familiar para su auditorio: lo han visto crecer, se ha educado en sus bancas, es miembro de esa misma comunidad, a la que frecuentado todos los sábados. Lo que inicialmente parece ser una ventaja, resulta ser al final una barrera de separación entre Jesús y su gente más cercana.

(2) Dentro de la liturgia de la sinagoga. Era liturgia extensa que se componía de oraciones y lecturas. La parte central era la lectura de algunos pasajes de la Ley (primeros cinco libros de la Biblia) y luego uno de los profetas; después de la lectura venía un comentario edificante para la asamblea. Jesús hace y comenta la lectura del pasaje tomado de uno de los profetas.

¿Qué lee Jesús?

El texto leído por Jesús se encuentra en Isaías 61,1-2 y 58,6. En él se distinguen dos partes: (1) la autopresentación del evangelizador y (2) el contenido de su anuncio.

1. El evangelizador es el Mesías (=ungido) por el Señor (=Yahvé).

“El Espíritu del Señor sobre mí” (4,18ª)

La autoridad para realizar la misión viene de la unción con el Espíritu. El texto de Isaías originalmente piensa en la unción de un profeta (como en 1 Reyes 19,16); de hecho, según el pensamiento de los rabinos de la época de Jesús “un profeta habla en el Espíritu Santo”.

Jesús entonces es el Profeta (ver 7,16.39; 9,8.19 y sobre todo 24,19: “profeta poderoso en obras y palabras”). Pero Lucas piensa que Jesús ha venido no sólo como profeta sino como Hijo de Dios. En los momentos importantes Lucas va a recordar que el Mesías es el Hijo de Dios (ver cómo los dos títulos se colocan uno al lado del otro en 4,41). Juntando todos estos pequeños detalles Lucas nos sigue clarificando quién es Jesús.

2. El contenido del anuncio

Este se presenta en cuatro frases paralelas:

- Anunciar la buena noticia a los pobres

- Proclamar la liberación a los cautivos

y la recuperación de la vista a los ciegos

- Poner en libertad a los oprimidos

- Proclamar un año de gracia del Señor (4,18b-19)

¿Qué hay detrás de estas palabras?

(1) Se trata de cuatro maneras de expresar la misión de Jesús en términos de una acción liberadora para cualquiera que sea la carga y la opresión de las personas. El mensaje de Jesús es la liberación total de las personas, así como de la sociedad y del ambiente en que viven. Así nos enseña de manera concreta que en esta difícil historia Dios está al lado de todos los que sufren y responde a su esperanza.

(2) Se trata de un nuevo tiempo: el tiempo mesiánico es el tiempo del jubileo. El trasfondo es el año jubilar en el Antiguo Testamento (ver la institución del año sabático en Ex 23,12; Dt 15; Lv 25 y los antiguos decretos de amnistía pascual en Jr 34 y Ne 5) que tenía como ideal la restauración de las verdaderas relaciones dentro del pueblo: donde no hubiera opresor ni oprimido (por eso había que liberar los esclavos), ni latifundista ni desposeído (por eso se redistribuían las tierras), ni usurero ni deudor (por eso se perdonaban las deudas acumuladas).

¿Por qué todo esto? Porque Dios es el único Señor ningún hombre tiene el derecho de ejercer cualquier tipo de dominio sobre su hermano. La llegada de este año había sido en otras épocas la esperanza de los pobres y oprimidos. Aquél día en la sinagoga de Nazareth Jesús desempolvó el tema para anunciar así la venida del “Reino de Dios”:

(3) Se trata, al fin y al cabo, de la instauración de la soberanía de Dios (Reino de Dios; ver 4,43). La presencia inmediata de la acción salvífica de Dios que ha se ha venido anunciando desde el comienzo del Evangelio es la llegada del Reino de Dios y con esta cita profética Jesús ilustra que la instauración del reinado de Dios en la tierra tiene como consecuencia la liberación de la humanidad.

(4) Se trata de un anuncio (notar: anunciar... proclamar... anunciar) que revive la esperanza e invita a abrirse a la acción de Dios, pero apunta al hecho salvífico fundamental: “poner en libertad a los oprimidos”, que abarca todas las formas como se realiza la salvación en el Evangelio pero que tiene como punto alto el mayor don de Dios: el perdón de los pecados. En el Evangelio “libertar” y “perdonar” van juntos (ver “sanar”=“perdonar” en 5,24.31; liberar de una “deuda”=“perdonar” en 7,42.48).

3. La homilía de Jesús

Después que proclama el texto de Isaías, Jesús pronuncia su brevísima homilía: “Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy” (4,22). Es como si hubiera dicho: “Esto ya no es más una promesa profética, se ha cumplido con mi acción”.

La Buena noticia del Reino en boca de Jesús entonces es ésta:

- El anuncio de la buena noticia a los pobres...

¡Se ha cumplido hoy!

- La proclamación de la liberación a los cautivos

y la recuperación de la vista a los ciegos

¡Se ha cumplido hoy!

- La liberación de los oprimidos

¡Se ha cumplido hoy!

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Por qué Jesús se presenta como el “ungido por el Espíritu Santo”? ¿Qué le dice esto a la vida de un “cristiano” (que en principio significa también “ungido”?

2. ¿Qué predica Jesús en la Sinagoga? ¿Qué tenemos que predicar hoy?

3. ¿En que consiste la evangelización? ¿Me siento llamado a evangelizar?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

22ª semana. Lunes

OBRAS DE MISERICORDIA

— Jesús misericordioso. Imitarle.

— Preocuparnos por la situación espiritual de quienes nos rodean.

— Otras manifestaciones de la misericordia.

I. Volvió Jesús de Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró en la sinagoga el sábado1. Allí le entregaron el libro del Profeta Isaías para que leyera. Jesús abrió el libro por un pasaje directamente mesiánico: El Espíritu Santo está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres; me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, y para promulgar el año de gracia del Señor.

Jesús, enrollando el libro, lo devolvió y se sentó. Había una gran expectación entre sus vecinos, con los que había convivido tantos años: Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Muy probablemente estaría presente la Virgen. Entonces, el Señor les dijo con toda claridad: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.

Isaías2 anunciaba en este pasaje la llegada del Mesías que libraría a su pueblo de sus aflicciones. Las palabras del Señor «son su primera declaración mesiánica, a la que siguen los hechos y palabras conocidas a través del Evangelio. Mediante tales hechos y palabras, Cristo hace presente al Padre entre los hombres. Es altamente significativo –sigue comentando Juan Pablo II– que estos hombres sean en primer lugar los pobres carentes de medios de subsistencia, los privados de libertad, los ciegos que no ven la belleza de la creación, los que viven en aflicción de corazón o sufren a causa de la injusticia social, y finalmente los pecadores. Con relación a estos especialmente, Cristo se convierte sobre todo en signo legible de Dios que es amor»3.

Más tarde, cuando los enviados del Bautista le preguntan si Él es el Cristo o si han de esperar a otro, Jesús les responde que comuniquen a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados...4.

El amor de Cristo se expresa particularmente en el encuentro con el sufrimiento, en todo aquello en que se manifiesta la fragilidad humana, tanto física como moral. De esta manera revela la actitud continua de Dios Padre hacia nosotros, que es amor5 y rico en misericordia6.

La misericordia será el núcleo fundamental de su predicación y la razón principal de sus milagros. También la Iglesia «abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, en los pobres y en los que sufren reconoce la imagen de su Fundador, pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo»7.

¿Y qué otra cosa haremos nosotros si queremos imitar al Maestro y ser buenos hijos de la Iglesia? Cada día se nos presentan incontables ocasiones de poner en práctica la enseñanza de Jesús acerca de nuestro comportamiento ante el dolor y la necesidad. Y esta actitud compasiva y misericordiosa ha de ser en primer lugar con los que habitualmente tratamos, con quienes Dios ha puesto a nuestro cuidado y con los más necesitados. Pensemos hoy junto al Señor cómo es nuestro trato con estas personas y con todos. ¿Sé darme cuenta de su dolor –físico o moral–, de su cansancio o de la necesidad que padecen? ¿Me presto con solicitud a darles la ayuda que precisan? ¿Procuro aliviarles de sus males o de la carga que llevan, sobre todo cuando les resulta excesivamente pesada?

II. ...me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos... No hay pobreza mayor que la que provoca la falta de fe, ni cautividad y opresión más grandes que las que el demonio ejerce en quien peca, ni ceguera más completa que la del alma que ha quedado privada de la gracia: «el pecado produce la más dura tiranía», afirma San Juan Crisóstomo8.

Si la mayor desgracia, el peor de los desastres, es alejarse de Dios, nuestra mayor obra de misericordia será en muchas ocasiones acercar a los sacramentos, fuentes de Vida, y especialmente a la Confesión, a nuestros familiares y amigos. Si sufrimos con sus penas, enfermedades y desgracias, ¿cómo no nos dolerá si vemos que no conocen a Jesucristo, que no le tratan o que le han dejado? La verdadera compasión comienza por la situación espiritual de su alma, que hemos de procurar remediar con la ayuda de la gracia. ¡Qué gran obra de misericordia es el apostolado!

Toda miseria moral, cualquiera que sea, reclama nuestra compasión. Así, entre estas obras que, por vía de ejemplo, ha señalado desde antiguo la Iglesia, está «enseñar al que no sabe». Cuando el número de analfabetos ha decrecido en tantos países, ha aumentado en proporciones asombrosas la ignorancia religiosa, incluso en naciones de antigua tradición cristiana. «Por imposición laicista o por desorientación y negligencia lamentables, multitudes de jóvenes bautizados están llegando a la adolescencia con total desconocimiento de las más elementales nociones de la Fe y de la Moral y de los rudimentos mínimos de la piedad. Ahora, enseñar al que no sabe significa, sobre todo, enseñar a los que nada saben de religión, significa «evangelizarles», es decir, hablarles de Dios y de la vida cristiana. La catequesis ha pasado a ser en la actualidad una obra de misericordia de primera importancia»9.

¡Cuánto bien hace la madre que enseña el catecismo a sus hijos, y quizá a los amigos de sus hijos! ¡Qué recompensa tan grande dará el Señor a quienes prestan con generosidad su tiempo en una labor de catequesis, y a quienes aconsejan el libro oportuno que ilustra la inteligencia y mueve los afectos del corazón! Es abrirles el camino que lleva a Dios; no tienen una necesidad mayor.

III. Imitar a Jesús en su actitud misericordiosa hacia los más necesitados nos llevará en muchas ocasiones a dar consuelo y compañía a quienes se encuentran solos, a los enfermos, a quienes sufren una pobreza vergonzante o descarada. Haremos nuestro su dolor, les ayudaremos a santificarlo, y procuraremos remediar ese estado en el modo en que nos sea posible. Cuánto puede confortar a estas personas un rato de compañía –buscado quizá con espíritu de sacrificio, a la salida del trabajo, cuando lo que apetecía era descansar, etc.–, con una conversación sencilla y amable, bien preparada, en la que el sentido sobrenatural que procuramos dar a nuestras palabras y comentarios –de noticias positivas, de iniciativas de apostolado– deja en el enfermo o en el anciano una luz de fe y confianza en Dios; con delicadeza y oportunidad, nos atreveremos a prestar algunos servicios, a arreglarle la cama, a leer un rato algún libro piadoso ameno, incluso divertido10.

Cada día es más necesario pedir al Señor un corazón misericordioso para todos, pues en la medida en que la sociedad se deshumaniza, los corazones se vuelven duros e insensibles. La justicia es virtud fundamental; pero la justicia sola no basta: se precisa además la caridad. Por mucho que mejorase la legislación laboral y social, siempre será necesario el calor del corazón humano, fraternal y amigo, que se acerca a esas situaciones a las que la mera justicia no llega, pues la misericordia «no se limita a socorrer al necesitado de bienes económicos; se dirige, antes que nada, a respetar y comprender a cada individuo en cuanto tal, en su intrínseca dignidad de hombre y de hijo del Creador»11.

La misericordia nos lleva a perdonar con prontitud y de corazón, aunque quien ofende no manifieste arrepentimiento por su falta o rechace la reconciliación. El cristiano no guarda rencores en su alma; no se siente enemigo de nadie. Nos esforzaremos en querer a quienes son desgraciados por su propia culpa, incluso por su propia maldad. El Señor solo nos preguntará si esa persona es desgraciada, si sufre, «pues eso basta para que sea digno de su interés. Esfuérzate sin duda en protegerlo contra sus malas pasiones, pero desde el momento en que sufre, sé misericordioso. Amarás a tu prójimo, no cuando lo merezca, sino porque es tu prójimo»12.

El Señor nos pide una actitud compasiva que se extienda a todas las manifestaciones de la vida. También en el juicio sobre el prójimo, a quien hemos de mirar desde el ángulo en el que queda más favorecido. «Aunque vierais algo malo –aconseja San Bernardo– no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces creedlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte»13.

Frecuentemente hemos de recordar que, si somos misericordiosos, obtendremos del Señor esa misericordia para nuestra vida que tanto necesitamos, particularmente para esas flaquezas, errores y fragilidades, que Él bien conoce. Esa confianza en la infinita compasión de Dios nos llevará a permanecer siempre muy cerca de Él.

María, Reina y Madre de Misericordia, nos dará un corazón capaz de compadecerse eficazmente de quienes sufren a nuestro lado.

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