Custodia

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Bendición

viernes, 5 de abril de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


Hch 4,1-12

No hay salvación en ningún otro

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

EN aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, después de que el paralítico fuese sanado, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los apresaron y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Muchos de los que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, junto con el sumo sacerdote Anás, y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes. Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarlos:
«¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho eso ustedes?».
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo:
«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogan ustedes hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos ustedes y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante ustedes. Él es ´´la piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular``; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 118(117),1-2 y 4.22-23.24-25.26-27a (R. 22)

R. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.

O bien:

R. Aleluya

V. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia. R.

V. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.

V. Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
los bendecimos desde la casa del Señor.
El Señor es Dios, él nos ilumina. R.

SECUENCIA (opcional)

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Vengan a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí verán los suyos
la gloria de la Pascua».

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Este es el día que hizo el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.

Evangelio


Jn 21,1-14

Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tienen pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces.
Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traigan de los peces que acaban de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almuercen».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Juan 21, 1-14: Encuentro con el Resucitado a la orilla del mar: El amanecer del reconocimiento y la comunión plena con el Señor
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

El comienzo y el final del relato subraya que se trata de una “manifestación” de Jesús resucitado (20,1. 14). Se dice expresamente que fue “la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos” (20,14). Jesús resucitado ya se le había presentado dos veces a sus discípulos como su Señor viviente y exaltado (20,19-29), conduciéndolos progresivamente hasta la cumbre del camino de la fe pascual expresada en la confesión de fe de Tomás, que es vivir bajo el Señorío de Jesús (ver 20,28-29).

“Se manifestó así...” (20,1)
La tercera aparición del Resucitado –según Juan- también es un camino de fe que parte de la noche del escándalo de la Cruz y del sentimiento de ausencia del Señor, hasta el amanecer del reconocimiento de su presencia viva y eficaz, y de la comunión plena con Él. ¡Un proceso verdaderamente estremecedor!

Tal como se enfatiza en el texto, no se trata solamente de la revelación de la verdad de la resurrección sino de hacer la experiencia del hecho. Esta es la “manifestación” completa.
Así como en los relatos de la aparición a María Magdalena (Juan 20,11-18) y a los discípulos de Emaús (Lucas 24,13-35), tampoco aquí Jesús no es reconocido en un primer momento, ya que se necesita un proceso para captar los signos que “manifiestan” su presencia.

Pero ahora la “manifestación” del Resucitado va más allá: apunta al nuevo estilo de vida del discipulado en el tiempo pascual. Los discípulos hacen un itinerario en el que aprenden a vivir pascualmente, esto es, actuar en la vida guiados por su palabra que da grandes resultados y a sumergirlo todo en la relación vivificante con el Señor Resucitado.

Los discípulos descubren, además, que hacer comunidad no es simplemente “estar juntos” (21,2ª) sino hacer una dinámica interna: llegar a ser realmente “comunidad de amor” que “centra” y al mismo tiempo “irradia” el punto de convergencia que es Jesús confesado como “El Señor” (21,7.12), quien ejerce su Señorío en la Palabra y en la nutrición eucarística, signo de vida abundante, reconciliación y fraternidad (21,9-13).

(1) Los discípulos vuelven al mar en la noche (21,2-3)
Haciendo caso omiso de los relatos anteriores, el evangelista muestra a un grupo de siete discípulos que después de la cruz del Maestro vuelven a su antigua profesión (20,2). Ellos no van para adelante en la misión sino que echan para atrás, como antes de ser llamados por el Señor. La sombra del silencio se extiende sobre el fracaso.

Bajo el liderazgo de Pedro, hay un intento de hacer comunidad, pero el vacío se siente: sin el Maestro no tiene sentido. Los discípulos no tienen proyecto, van simplemente donde la buena iniciativa del líder los lleve: “‘Voy a pescar’. Le contestan ellos: ‘También nosotros vamos contigo’” (21,3a). En realidad, sin Jesús, andan sin orientación y sin resultados. La prueba es que la noche de trabajo se vuelve inútil.

Durante la noche no pescan nada (21,3b). Cuando va llegando el fin de la noche también se van yendo las esperanzas de una buena pesca.

(2) Jesús “está allí” y guía a los discípulos (21,4-8)
En ese momento crítico, cuando el sol ya se ha levantado, cuando se siente amargamente la frustración de una noche perdida, el evangelista anota: “Estaba Jesús en la orilla” (21,4a). La forma del verbo es importante: deja entender que Jesús siempre ha estado ahí.
Jesús está con sus discípulos no solamente en los momentos buenos y alegres de la vida sino también a la hora de la dificultad. También lo estará en medio de sus persecuciones y de la muerte. Jesús estará siempre allí.

Pero los discípulos no lo reconocen, hace falta un signo (21,4b).
Comienza entonces la “manifestación” por iniciativa de Jesús: “Muchachos, ¿no tenéis pescado?” (21,5ª). Los llama con una frase amable que bien podría sonar así: “Mis queridos hijitos”. De forma más o menos parecida los había llamado a la hora de la despedida, cuando sus corazones estaban desanimados por la inminente separación (ver 13,33). En cuanto Resucitado, Jesús no se ha separado de ellos, permanece unido a ellos con amor y trato afectuoso.

La respuesta a la pregunta, evidentemente, es negativa (21,5b). Entonces Jesús les da instrucciones precisas y devuelve la esperanza anunciándoles una pesca abundante (21,6ª).
Ellos le creen a su Palabra y obtienen un resultado impresionante: las redes quedan repletas de peces (21,6b). Los discípulos han hecho esto repetidamente toda la noche. Jesús manda a lanzar la red una sola vez. Pero esta vez es diferente: es una orden del Señor.
La experiencia demuestra a los discípulos que sus logros no se deben a sus esfuerzos personales sino a la manifestación del poder de la Palabra de Jesús.

Comienzan entonces las reacciones de los discípulos (21,7-8). Se destaca particularmente la del Discípulo Amado y la de Pedro:

• El discípulo que Jesús amaba reconoce al Señor: “¡Es el Señor!” (21,7ª). Así como en la mañana de Pascua, junto a la tumba vacía (20,2.8), también ahora el discípulo que Jesús amaba es el primero en reconocer a Jesús con una gran sensibilidad de fe. Y no sólo lo reconoce sino que se lo comunica a Pedro.

• Pedro quiere llegar de primero donde Jesús: “Cuando oyó ‘es el Señor’, se puso el vestido y se lanzó al mar” (21,7b). Pedro no se aguanta. No ve la hora de llegar hasta donde Jesús. Se olvida de todo: los pescados, la barca, los otros discípulos y se lanza en dirección de Jesús en medio de las aguas frías de la mañana. Si acaso tiene tiempo para ponerse la ropa para llegar digno donde su Señor.

Si bien el discípulo Amado es el primero en reconocer a Jesús, Pedro es el primero en tirarse al agua. Es el preludio de lo que vendrá más adelante: “¿Me amas más que éstos?” (20,15).

(3) Jesús invita a comer a los discípulos: “Venid y comed”. El don de la comunión plena con el Resucitado (20,9-14)

Estando todos ya en la orilla, Jesús los invita a compartir con Él la primera comida del día. Les ofrece un pez a la parrilla y pan. Por instrucción de Jesús, los discípulos también hacen su aporte con lo recién pescado (21,10).

En esta comida cada uno aporta lo suyo, pero el don de Jesús es superior, porque –al fin y al cabo- todo proviene de Él.

Justo a la hora del compartir se hace el conteo: los peces suman “ciento cincuenta y tres”. Por tercera vez el relato subraya la “abundancia de peces” (20,6.8; y además “grandes”, 21,11ª). Sólo que esta vez hay un número preciso. ¿Cómo entender este número? Lo mejor quizás sea verlo simple y llanamente como una forma de indicar -con un detalle real- la abundancia de la pesca.
Pero hay también otras explicaciones que ven aquí un simbolismo, de las cuales (permitámonoslo esta vez) valdría la pena mencionar dos:

• La primera tiene que ver con el alfabeto. Los antiguos –judíos, griegos, romanos y otros- no contaban con los signos gráficos que tenemos hoy para indicar los números, para ello usaban las letras del alfabeto (para los romanos: I=1, V=5; X=10, y así en adelante). Esto daba cálculos interesantes: “mi nombre vale tanto...”; o entonces: “la fecha de mi nacimiento da tal frase... o tal nombre”. Pues bien, el número 153 podría representar, en hebreo, frases bien dicientes para esta pesca, tales como: “Qahal ha ahavah”, que significa “comunidad de amor”; o también “B’ney ha Elohim”, que significa “hijos de Dios”.

• La segunda explicación (todavía menos convincente) es que se trata de una cuestión de suma. Varios números tenían un valor especial (como hoy para nosotros: “una persona nota 10”, para decir el máximo; o “ya te lo dije mil veces”, etc.). Si se toma el número 7 (número perfecto o completo), más el número 10 (símbolo de lo que está completo) y sumamos: 10+7=17. Ahora sumamos todos los números de 1 a 17 (1+2+3+4+...17), nos da 153, significando totalidad.
Estas explicaciones no son más que meras hipótesis. Pero es el relato mismo el que nos da la pista fundamental: Jesús congrega a su comunidad, la unifica en una experiencia de amor caracterizada por la donación recíproca en la que no hay mezquindad sino todo lo contrario, una gran generosidad, hasta el colmo (como se manifestó en la Cruz).

Finalmente, en la acción de Jesús en la orilla hace que lo vivido en alta mar encuentre su sentido. La comunidad reunida en torno a Él en la playa escucha la última instrucción: “Venid y comed” (21,12).

Notemos cómo, en última instancia, todo ha sido conducido por el protagonismo-Señorío de Jesús, lo que notamos en los sucesivos imperativos: (a) “Echad la red” (21,6ª); (b) “Traed algunos de los peces” (21,10); y (c) “Venid y comed” (21,12). Con los últimos imperativos la progresiva atracción a Jesús llega al máximo.

Jesús hace, entonces, un gesto diciente: “Toma el pan y se lo da” y lo mismo hace con el pescado (21,13b). La frase nos remite a la multiplicación de los panes (6,11: los mismos términos), también ella a la orilla del mar de Tiberíades (6,1). Esta estrecha relación con el capítulo 6 de Juan le da al gesto un matiz eucarístico.

El gesto externo toca también lo interno: Jesús va hasta el fondo de la amistad rota. A Pedro el pescado le debió saber a lágrima, ya que Jesús le ofrece este signo de amistad delante de unos carbones encendidos, como en la hora de la negación (ver 18,18).
Y, entretanto, un silencio que habla: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle ‘¿Quién eres tú?’, sabiendo que era el Señor” (21,12b). De nuevo, como al principio, vuelve el ambiente de silencio, ninguno de los discípulos dice ni una sola palabra. Pero no ya es el silencio amargo del escándalo de la Cruz, sino el silencio que reconoce una presencia viva, que acoge la identidad del Maestro, que satisface la interpelación del corazón.

Ahora que Jesús ha resucitado, Jesús rescata a sus discípulos de la noche de una ausencia que nunca ha sido tal y atrae a su comunidad a una comunión más profunda con Él. En este comer juntos Jesús es para ellos más que nunca “el pan que da la vida” plena y resucitada (6,35).
Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

1. ¿Qué implica la experiencia de la resurrección de Jesús para la vida de discipulado?

2. ¿Qué pasos sigue la formación de la comunidad de Jesús Resucitado en este relato? ¿Cómo se repite este proceso hoy?

3. En este relato aprendemos que la vida y la misión de la Iglesia no es fecunda por nuestro trabajo sino por la bendición del Señor. ¿Qué nos corresponde a nosotros?

4. ¿Qué caracteriza a Pedro y al Discípulo Amado en este pasaje? ¿Cómo se complementan? ¿Qué indica la prioridad que se le da a Pedro?

5. En ambiente de fraternidad, donde se comparte el pan, el Resucitado se manifiesta. ¿Qué gestos de fraternidad pascual estamos promoviendo?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios


Octava de Pascua. Viernes

CONSTANCIA EN EL APOSTOLADO


— La pesca milagrosa. Junto al Señor, los frutos son siempre abundantes. Distinguir al Señor en medio de los acontecimientos de la vida.

— El apostolado supone un trabajo paciente.

— Contar con el tiempo. Poner más medios humanos y sobrenaturales cuanta más resistencia ofrezca un alma.

I. Jesucristo... es la piedra angular: ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos1.

Los Apóstoles han marchado de Jerusalén a Galilea, como les había indicado el Señor2. Están junto al lago: en el mismo lugar o en otro semejante donde un día los encontró Jesús y los invitó a seguirle. Ahora han vuelto a su antigua profesión, la que tenían cuando el Señor los llamó. Jesús los halla de nuevo en su tarea. Acaeció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos3. Son siete en total. Es la hora del crepúsculo. Otras barcas han salido ya para la pesca. Entonces, les dijo Simón Pedro: Voy a pescar. Le contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Al alba, se presentó Jesús en la orilla. Jesús resucitado va en busca de los suyos para fortalecerlos en la fe y en su amistad, y para seguir explicándoles la gran misión que les espera. Los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús, no acaban de reconocerle. Están a unos doscientos codos, a unos cien metros. A esa distancia, entre dos luces, no distinguen bien los rasgos de un hombre, pero pueden oírle cuando levanta la voz. ¿Tenéis algo que comer?, les pregunta el Señor. Le contestaron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y encontraréis. Y Pedro obedece: La echaron y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Juan confirma la certeza interior de Pedro. Inclinándose hacia él, le dijo: ¡Es el Señor! Pedro, que se ha estado conteniendo hasta este momento, salta como impulsado por un resorte. No espera a que las barcas lleguen a la orilla. Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la túnica y se echó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a doscientos codos, arrastrando la red con los peces.

El amor de Juan distinguió inmediatamente al Señor en la orilla: ¡Es el Señor! «El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor!»4.

Por la noche –por su cuenta–, en ausencia de Cristo habían trabajado inútilmente. Han perdido el tiempo. Por la mañana, con la luz, cuando Jesús está presente, cuando ilumina con su Palabra, cuando orienta la faena, las redes llegan repletas a la orilla.

En cada día nuestro ocurre lo mismo. En ausencia de Cristo, el día es noche; el trabajo, estéril: una noche más, una noche vacía, un día más en la vida. Nuestros esfuerzos no bastan, necesitamos a Dios para que den fruto. Junto a Cristo, cuando le tenemos presente, los días se enriquecen. El dolor, la enfermedad, se convierten en un tesoro que permanece más allá de la muerte; la convivencia con quienes nos rodean se torna junto a Jesús un mundo de posibilidades de hacer el bien: pormenores de atención, aliento, cordialidad, petición por los demás...

El drama de un cristiano comienza cuando no ve a Cristo en su vida; cuando por la tibieza, el pecado o la soberbia se nubla su horizonte; cuando se hacen las cosas como si no estuviera Jesús junto a nosotros, como si no hubiera resucitado.

Debemos pedirle mucho a la Virgen que sepamos distinguir al Señor en medio de los acontecimientos de la vida, que podamos decir muchas veces: ¡Es el Señor! Y esto, en el dolor y en la alegría, en cualquier circunstancia. Junto a Cristo, cerca siempre de Él, seremos apóstoles, en medio del mundo, en todos los ambientes y situaciones5.

II. Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez puesto encima y pan. Jesús les dijo: Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora. Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y aunque eran tantos no se rompió la red.

Los Santos Padres han comentado con frecuencia este episodio diciendo que la barca representa a la Iglesia, cuya unidad está simbolizada por la red que no se rompe; el mar es el mundo; Pedro, en la barca, simboliza la suprema autoridad de la Iglesia; el número de peces significa los llamados6. Nosotros, como los Apóstoles, somos los pescadores que han de llevar a las gentes a los pies de Cristo, porque las almas son de Dios7.

«¿Por qué contó el Señor tantos pescadores entre sus Apóstoles? (...). ¿Qué cualidad vio en ellos Nuestro Señor? Creo que había una cosa que apreció particularmente en quienes habían de ser sus Apóstoles: una paciencia inquebrantable (...). Han trabajado toda la noche y no han pescado nada; muchas horas de espera, en las que la luz gris de la aurora les traería su premio, y no lo ha habido (...).

»¡Cuánto ha esperado la Iglesia de Cristo a través de los siglos (...) extendiendo pacientemente su invitación y dejando que la gracia hiciera su obra! (...) ¿Qué importa si en un sitio o en otro ha trabajado duramente y recogido muy poco para su Maestro? Sobre su palabra, pese a todo, volverá a echar la red, hasta que su gracia, cuyos límites no guardan proporción con el esfuerzo humano, le traiga de nuevo una nueva pesca»8. No sabemos cómo ni cuándo, pero todo esfuerzo apostólico da su fruto, aunque en muchas ocasiones nosotros no lo veamos. El Señor nos pide a los cristianos la paciente espera de los pescadores. Ser constantes en el apostolado personal con los amigos y conocidos. No abandonarlos jamás, no dejar a nadie por imposible.

La paciencia es parte principal de la fortaleza y nos lleva a saber esperar cuando así lo requiera la situación, a poner más medios humanos y sobrenaturales, a recomenzar muchas veces, a contar con nuestros defectos y con los de las personas que queremos llevar a Dios. «La fe es un requisito imprescindible en el apostolado, que muchas veces se manifiesta en la constancia para hablar de Dios, aunque tarden en venir los frutos.

»Si perseveramos, si insistimos bien convencidos de que el Señor lo quiere, también a tu alrededor, por todas partes, se apreciarán señales de una revolución cristiana: unos se entregarán, otros se tomarán en serio su vida interior, y otros –los más flojos– quedarán al menos alertados»9.

III. Jesús llamó a los Apóstoles conociendo sus defectos. Los quiere como son. A Pedro le dirá, después de haber comido con ellos aquella mañana: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?... Apacienta mis corderos... Apacienta mis ovejas10. Cuenta con ellos para fundar su Iglesia; les da el poder de realizar en su nombre el Sacrificio del altar, el poder de perdonar los pecados, les hace depositarios de su doctrina y de sus enseñanzas... Confía en ellos y los forma con paciencia; cuenta con el tiempo para hacerlos idóneos para la misión que han de desempeñar.

El Señor también ha previsto los momentos y el modo de santificar a cada uno, respetando su personal correspondencia. A nosotros nos toca ser buenos canales por los que llega la gracia del Señor, facilitar la acción del Espíritu Santo en nuestros amigos, parientes, conocidos, colegas... Si el Señor no se cansa de dar su ayuda a todos, ¿cómo nos vamos a desalentar nosotros, que somos simples instrumentos? Si la mano del carpintero sigue firme sobre la madera, ¿cómo va a ser reacia la garlopa en realizar su trabajo?

No es corta la senda que conduce al Cielo. Y Dios no suele conceder gracias que consigan inmediatamente y de forma definitiva la santidad. Nuestros amigos, de ordinario, se acercarán poco a poco hasta el Señor. Encontraremos resistencias, consecuencia muchas veces del pecado original, que ha dejado sus secuelas en el alma, y también de los pecados personales. A nosotros nos corresponde facilitar la acción de Dios con nuestra oración, la mortificación, el quererles de verdad, el ejemplo, la palabra oportuna, la amistad sincera, la comprensión, el pasar por alto sus defectos... Si nuestros amigos tardan en responder a la gracia, nosotros debemos prodigar las muestras de amistad y de afecto, hacer más sólido el soporte humano sobre el que se apoya el apostolado. Afianzar el trato humano con esa persona, que parece no querer comprometerse en aquello que pueda acercarle a Cristo, es señal por nuestra parte de amistad verdadera y de rectitud de intención, de que nos mueve verdaderamente el deseo de que Dios tenga muchos amigos en la tierra, y el bien de nuestros amigos.

El Evangelio nos muestra cómo el Señor era Amigo de sus discípulos, dedicándoles todo el tiempo necesario: les pregunta si tienen algo que comer, para iniciar el diálogo, les prepara luego una pequeña comida a la orilla del lago, se marcha con Pedro mientras Juan les sigue, le dice que continúa confiando en él. No nos debe extrañar que unos amigos así tratados por el Amigo, den luego la vida hasta el martirio, por Él y por la salvación del mundo. Pidamos a Santa María que nos ayude a imitar a Jesús, de modo que en la amistad no seamos «un elemento pasivo tan solo. Tienes que convertirte en verdadero amigo de tus amigos: “ayudarles”. Primero, con el ejemplo de tu conducta. Y luego, con tu consejo y con el ascendiente que da la intimidad».

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