Custodia

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Saludo

Bendición

domingo, 23 de abril de 2023

Oficio, lecturas, reflexión y laudes +

 III Domingo de Pascua, solemnidad


V/. -Señor, Ábreme los labios.

R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.


Invitatorio


Salmo 94: Invitación a la alabanza divina


Ant: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.


Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos.


-se repite la antífona


Porque el Señor es un Dios grande,

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra,

son suyas las cumbres de los montes;

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.


-se repite la antífona


Entrad, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.


-se repite la antífona


Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y me tentaron, aunque habían visto mis obras.


-se repite la antífona


Durante cuarenta años

aquella generación me asqueó, y dije:

"Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso."»


-se repite la antífona


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

 

Himno


Ofrezcan los cristianos

ofrendas de alabanza

a gloria de la Víctima

propicia de la Pascua.


Cordero sin pecado

que a las ovejas salva,

a Dios y a los culpables

unió con nueva alianza.


Lucharon vida y muerte

en singular batalla,

y, muerto el que es la Vida,

triunfante se levanta.


"¿Qué has visto de camino,

María, en la mañana?"

"A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,


los ángeles testigos,

sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras

mi amor y mi esperanza!


Venid a Galilea,

allí el Señor aguarda;

allí veréis los suyos

la gloria de la Pascua."


Primicia de los muertos,

sabemos por tu gracia

que estás resucitado;

la muerte en ti no manda.


Rey vencedor, apiádate

de la miseria humana

y da a tus fieles parte

en tu victoria santa. Amén. Aleluya.


Salmo 144-I: Himno a la grandeza de Dios


Ant: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.


Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;

bendeciré tu nombre por siempre jamás.


Día tras día, te bendeciré

y alabaré tu nombre por siempre jamás.


Grande es el Señor, merece toda alabanza,

es incalculable su grandeza;

una generación pondera tus obras a la otra,

y le cuenta tus hazañas.


Alaban ellos la gloria de tu majestad,

y yo repito tus maravillas;

encarecen ellos tus temibles proezas,

y yo narro tus grandes acciones;

difunden la memoria de tu inmensa bondad,

y aclaman tus victorias.


El Señor es clemente y misericordioso,

lento a la cólera y rico en piedad;

el Señor es bueno con todos,

es cariñoso con todas sus criaturas.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.


Salmo 144-II:


Ant: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.


Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,

que te bendigan tus fieles;

que proclamen la gloria de tu reinado,

que hablen de tus hazañas;


explicando tus hazañas a los hombres,

la gloria y majestad de tu reinado.

Tu reinado es un reinado perpetuo,

tu gobierno va de edad en edad.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.


Salmo 144-III:


Ant: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.


El Señor es fiel a sus palabras,

bondadoso en todas sus acciones.

El Señor sostiene a los que van a caer,

endereza a los que ya se doblan.


Los ojos de todos te están aguardando,

tú les das la comida a su tiempo;

abres tú la mano,

y sacias de favores a todo viviente.


El Señor es justo en todos sus caminos,

es bondadoso en todas sus acciones;

cerca está el Señor de los que lo invocan,

de los que lo invocan sinceramente.


Satisface los deseos de sus fieles,

escucha sus gritos, y los salva.

El Señor guarda a los que lo aman,

pero destruye a los malvados.


Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,

todo viviente bendiga su santo nombre

por siempre jamás.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.


V/. Mi corazón se alegra. Aleluya.


R/. Y te canta agradecido. Aleluya.


Lectura


V/. Mi corazón se alegra. Aleluya.


R/. Y te canta agradecido. Aleluya.


El Cordero abre el libro de los designios divinos


Ap 6,1-17


Yo, Juan, en la visión, cuando el Cordero soltó el primero de los siete sellos, oí al primero de los vivientes que decía con voz de trueno.


«Ven.»


En la visión apareció un caballo blanco; el jinete llevaba un arco, le entregaron una corona y se marchó victorioso para vencer otra vez.


Cuando soltó el segundo sello, oí al segundo viviente que decía:


«Ven.»


Salió otro caballo, alazán, y al jinete le dieron poder para quitar la paz a la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros; le dieron también una espada grande.


Cuando soltó el tercer sello, oí al tercer viviente que decía:


«Ven.»


En la visión apareció un caballo negro; su jinete llevaba en la mano una balanza. Me pareció oír una voz que salía de entre los cuatro vivientes y que decía:


«Un cuartillo de trigo, un denario; tres cuartillos de cebada, un denario; al aceite y al vino, no los dañes.»


Cuando soltó el cuarto sello, oí la voz del cuarto viviente que decía:


«Ven.»


En la visión apareció un caballo amarillento; el jinete se llamaba Muerte, y el abismo lo seguía. Les dieron potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, hambre, epidemias y con las fieras salvajes.


Cuando soltó el quinto sello, vi, al pie del altar, las almas de los asesinados por proclamar la palabra de Dios y por el testimonio que mantenían; clamaban a grandes voces:


«Tú el soberano, el santo y veraz, ¿para cuándo dejas el juicio de los habitantes de la tierra y la venganza de nuestra sangre?»


Dieron a cada uno una vestidura blanca y les dijeron que tuvieran calma todavía por un poco, hasta que se completase el número de sus compañeros de servicio y hermanos suyos a quienes iban a matar como a ellos.


En la visión, cuando se abrió el sexto sello, se produjo un gran terremoto, el sol se puso negro como un sayo de pelo, la luna se tiñó de sangre y las estrellas del cielo cayeron a la tierra como caen los higos verdes de una higuera cuando la sacude un huracán. Desapareció el cielo como un volumen que se enrolla, y montes e islas se desplazaron de su lugar. Los reyes de la tierra, los magnates, los generales, los ricos, los potentes y todo hombre, esclavo o libre, se escondieron en las cuevas y entre las rocas de los montes, diciendo a los montes y a las rocas:


«Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero, porque ha llegado el gran día de su cólera y ¿quién podrá resistirle?»


R/. Oí al pie del altar de Dios las voces de los asesinados, que decían: «¿Por qué no vengas nuestra sangre?» Y recibieron la respuesta divina: «Esperad todavía un poco, hasta que se complete el número de vuestros hermanos.» Aleluya.


V/. Y entonces dieron a cada uno una vestidura blanca y les dijeron:


R/. «Esperad todavía un poco, hasta que se complete el número de vuestros hermanos.» Aleluya.


L. Patrística


La celebración de la Eucaristía

San Justino


I Apología en defensa de los cristianos 66-67


A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos, y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.


Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria sino que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarno.


Los apóstoles, en efecto, en sus tratados, llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo: Esta es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.


El día llamado del sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita.


Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables.


Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia con todas sus fuerzas preces y acciones de gracias, y el pueblo responde «Amén»; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes.


Los que poseen bienes de fortuna y quieren, cada uno da, a su arbitrio, lo que bien le parece, y lo que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos los necesitados.


Y nos reunimos todos el día del sol, primero porque en este día, que es el primero de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno, y al día siguiente del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra consideración.


Francisco Fernández-CarvajalHablar con Dios


Pascua. Tercer domingo


EL DÍA DEL SEÑOR


— El domingo, día del Señor.


— Las fiestas cristianas. Sentido de las festividades. La Santa Misa, centro de la fiesta cristiana.


— El culto público a Dios. El descanso dominical y festivo.


I. «El día llamado del Sol se reúnen todos en un mismo lugar, quienes habitan en la ciudad y los que viven en el campo... Y nos reunimos todos en este día, en primer lugar, porque, en este día, que es el primero de la semana, Dios creó el mundo (...) y porque es el día en que Jesucristo nuestro Salvador resucitó de entre los muertos»1. El sábado judío dio paso al domingo cristiano desde los mismos comienzos de la Iglesia. Desde entonces, cada domingo celebramos la Resurrección de Cristo.


El sábado era en el Antiguo Testamento día dedicado a Yahvé. Dios mismo lo instituyó2 y mandó que el pueblo israelita se abstuviera de ciertos trabajos en esa jornada, para dedicarse a honrar a Dios3. También era el día en el que se congregaba la familia y se celebraba el fin de la cautividad en Egipto. Con el paso del tiempo, los rabinos complicaron el precepto divino, y en tiempos de Jesús existía una serie de minuciosas y agobiantes prescripciones que nada tenían que ver con lo que Dios había dispuesto sobre el sábado.


Los fariseos chocaron frecuentemente con Jesús por estas cuestiones. Sin embargo, el Señor no menospreció el sábado, no lo suprimió como día dedicado a Yahvé; por el contrario, parece ser su día predilecto: acude ese día a las sinagogas a predicar, y muchos de sus milagros fueron realizados en día de sábado.


La Sagrada Escritura, en innumerables pasajes, había dado siempre un concepto alto y noble del sábado. Era el día establecido por Dios para que su pueblo le diese un culto público, y la total dedicación de la jornada aparece como una obligación grave4. La importancia del precepto se deduce también de la repetición de ese mandato a lo largo de la Escritura. En ocasiones, los Profetas señalan como causa de los castigos de Dios sobre su pueblo el no haber guardado sus sábados.


El descanso sabático era de naturaleza estrictamente religiosa, y por eso culminaba y se manifestaba en la oblación de un sacrificio5.


Las fiestas de Israel, y particularmente el sábado, eran signo de la alianza divina y un modo de expresar el gozo de saberse propiedad del Señor y objeto de su elección y de su amor. Por eso cada fiesta estaba ligada a un acontecimiento de salvación.


Sin embargo, aquellas fiestas solo contenían la promesa de una realidad que aún no había tenido lugar. Con la Resurrección de Jesucristo, el sábado deja paso a la realidad que anunciaba, la fiesta cristiana. El mismo Jesús habla del reino de Dios como de una gran fiesta ofrecida por un rey con ocasión de las bodas de su hijo6, en quien somos invitados a participar de los bienes mesiánicos7. Con Cristo surge un culto nuevo y superior, porque tenemos también un nuevo Sacerdote, y se ofrece una nueva Víctima.


II. Después de la Resurrección, el primer día de la semana fue considerado por los Apóstoles como el día del Señor, dominica dies8, cuando Él nos alcanzó con su Resurrección la victoria sobre el pecado y la muerte. Por eso los primeros cristianos tenían las reuniones litúrgicas en domingo. Y esta ha sido la constante y universal tradición hasta nuestros días. «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen desde el mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo»9.


Este precepto de santificar las fiestas regula un deber esencial del hombre con su Creador y Redentor. En este día dedicado a Dios le damos culto especialmente con la participación en el Sacrificio de la Misa. Ninguna otra celebración llenaría el sentido de este precepto.


Junto al domingo, la Iglesia determinó las fiestas que conmemoran los principales acontecimientos de nuestra salvación: Navidad, Pascua, Ascensión, Pentecostés, otras fiestas del Señor y las fiestas de la Virgen. Junto a estas, los cristianos celebraron desde el principio el die natalis o aniversario del martirio de los primeros cristianos. Las fiestas cristianas llegaron incluso a ordenar el mismo calendario civil. Siguiendo el calendario, la Iglesia «conmemora los misterios de la redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que en cierto modo se hacen presentes en todo momento para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación»10.


El centro y el origen de la alegría de la fiesta cristiana se encuentra en la presencia del Señor en su Iglesia, que es la prenda y el anticipo de una unión definitiva en la fiesta que no tendrá fin11. De ahí la alegría que inunda la celebración dominical, como aparece en la Oración sobre las ofrendas de la Misa de hoy: Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno. Por eso nuestras fiestas no son un mero recuerdo de hechos pasados, como puede serlo el aniversario de un acontecimiento histórico, sino que son un signo que manifiesta y hace presente a Cristo entre nosotros.


La Santa Misa hace presente a Jesús en su Iglesia y es Sacrificio de valor infinito que se ofrece a Dios Padre en el Espíritu Santo. Todos los demás valores humanos, culturales y sociales de la fiesta deben ocupar un segundo lugar, cada uno en su orden, sin que en ningún momento oscurezcan o sustituyan lo que debe ser fundamental. Junto a la Santa Misa, tienen un lugar importante las manifestaciones de piedad litúrgica y popular, como el culto eucarístico, las procesiones, el canto, un mayor cuidado en el vestir, etc.


Hemos de procurar, mediante el ejemplo y el apostolado, que el domingo sea «el día del Señor, el día de la adoración y de la glorificación de Dios, del santo Sacrificio, de la oración, del descanso, del recogimiento, del alegre encontrarse en la intimidad de la familia»12.


III. Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria, leemos en la Antífona de entrada13.


El precepto de santificar las fiestas responde también a la necesidad de dar culto público a Dios, y no solo de modo privado. Algunos pretenden relegar el trato con Dios al ámbito de la conciencia, como si no debiera tener necesariamente manifestaciones externas. Sin embargo, el hombre tiene el deber y el derecho de rendir culto externo y público a Dios; sería una grave lesión que los cristianos se vieran obligados a ocultarse para poder practicar su fe y dar culto a Dios, que es su primer derecho y su primer deber.


El domingo y las fiestas determinadas por la Iglesia son, ante todo, días para Dios y días especialmente propicios para buscarle y para encontrarle. «Quaerite Dominum. Nunca podemos dejar de buscarlo: sin embargo, hay períodos que exigen hacerlo con más intensidad, porque en ellos el Señor está especialmente cercano, y por lo tanto es más fácil hallarlo y encontrarse con Él. Esta cercanía constituye la respuesta del Señor a la invocación de la Iglesia, que se expresa continuamente mediante la liturgia. Más aún, es precisamente la liturgia la que actualiza la cercanía del Señor»14.


Las fiestas tienen una gran importancia para ayudar a los cristianos a recibir mejor la acción de la gracia. En esos días se exige también que el creyente interrumpa el trabajo para poder dedicarse mejor al Señor. Pero no hay fiesta sin celebración, pues no basta dejar el trabajo para hacer fiesta; tampoco hay fiesta cristiana sin que los creyentes se reúnan para dar gracias, alabar al Señor, recordar sus obras, etcétera. Por eso indicaría poco sentido cristiano plantear el domingo, la fiesta, el fin de semana..., de manera que se hiciera imposible o muy difícil ese trato con Dios. A algunos cristianos tibios les sucede que acaban por pensar que no tienen tiempo para asistir a la Santa Misa, o lo hacen precipitadamente, como quien se libera de una enojosa obligación.


El descanso no es solo una oportunidad para recuperar fuerzas, sino que es también signo y anticipo del reposo definitivo en la fiesta del Cielo. Por eso la Iglesia quiere celebrar sus fiestas incluyendo el descanso laboral, al que por otra parte tienen derecho los fieles cristianos como ciudadanos iguales a los demás; derecho, que el Estado ha de garantizar y proteger.


El descanso festivo no debe interpretarse ni ser vivido como un simple no hacer nada –una pérdida de tiempo–, sino como la ocupación positiva y el enriquecimiento personal en otras tareas. Hay muchos modos de descansar, y no conviene quedarse en el más fácil, que muchas veces no es el que mejor nos descansa. Si sabemos limitar, por ejemplo, el uso de la televisión también los días de fiesta, no repetiremos tanto la falsa excusa de que «no tenemos tiempo». Al contrario, veremos que esos días podemos pasar más tiempo con la familia, atender a la educación de los hijos, cultivar el trato social y las amistades, hacer alguna visita a unas personas necesitadas, o que están solas o enfermas, etcétera. Es quizá la ocasión que estábamos buscando para poder conversar detenidamente con un amigo; o el momento para que el padre o la madre puedan hablar a solas, al hijo que más lo necesita y escuchar. En general, hay que «... saber tener todo el día cogido por un horario elástico, en el que no falte como tiempo principal –además de las normas diarias de piedad– el debido descanso, de tertulia familiar, la lectura, el rato dedicado a una afición de arte, de literatura o de otra distracción noble: llenando las horas con una tarea útil, haciendo las cosas lo mejor posible, viviendo los pequeños detalles de orden, de puntualidad, de buen humor».


R/. Jesús, cuando había de pasar de este mundo al Padre, como memorial de su muerte instituyó el sacramento de su cuerpo y sangre. Aleluya.


V/. Dando su cuerpo como alimento, su sangre como bebida, dijo: «Haced esto en conmemoración mía.»


R/. Instituyó el sacramento de su cuerpo y sangre. Aleluya.


Te Deum


A ti, oh Dios, te alabamos,

a ti, Señor, te reconocemos.


A ti, eterno Padre,

te venera toda la creación.


Los ángeles todos, los cielos

y todas las potestades te honran.


Los querubines y serafines

te cantan sin cesar:


Santo, Santo, Santo es el Señor,

Dios del universo.


Los cielos y la tierra

están llenos de la majestad de tu gloria.


A ti te ensalza

el glorioso coro de los apóstoles,

la multitud admirable de los profetas,

el blanco ejército de los mártires.


A ti la Iglesia santa,

extendida por toda la tierra,

te proclama:


Padre de inmensa majestad,

Hijo único y verdadero, digno de adoración,

Espíritu Santo, Defensor.


Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.


Tú eres el Hijo único del Padre.


Tú, para liberar al hombre,

aceptaste la condición humana

sin desdeñar el seno de la Virgen.


Tú, rotas las cadenas de la muerte,

abriste a los creyentes el reino del cielo.


Tú te sientas a la derecha de Dios

en la gloria del Padre.


Creemos que un día

has de venir como juez.


Te rogamos, pues,

que vengas en ayuda de tus siervos,

a quienes redimiste con tu preciosa sangre.


Haz que en la gloria eterna

nos asociemos a tus santos.


Salva a tu pueblo, Señor,

y bendice tu heredad.


Sé su pastor

y ensálzalo eternamente.


Día tras día te bendecimos

y alabamos tu nombre para siempre,

por eternidad de eternidades.


Dígnate, Señor, en este día

guardarnos del pecado.


Ten piedad de nosotros, Señor,

ten piedad de nosotros.


Que tu misericordia, Señor,

venga sobre nosotros,

como lo esperamos de ti.


En ti, Señor, confié,

no me veré defraudado para siempre.


Salmo 92: Gloria del Dios creador


Ant: El Señor reina, vestido de majestad. Aleluya.


El Señor reina, vestido de majestad,

el Señor, vestido y ceñido de poder:

así está firme el orbe y no vacila.


Tu trono está firme desde siempre,

y tú eres eterno.


Levantan los ríos, Señor,

levantan los ríos su voz,

levantan los ríos su fragor;


pero más que la voz de aguas caudalosas,

más potente que el oleaje del mar,

más potente en el cielo es el Señor.


Tus mandatos son fieles y seguros;

la santidad es el adorno de tu casa,

Señor, por días sin término.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: El Señor reina, vestido de majestad. Aleluya.


Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor


Ant: La creación se verá liberada, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Aleluya.


Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,

ensalzadlo con himnos por los siglos.


Ángeles del Señor, bendecid al Señor;

cielos, bendecid al Señor.


Aguas del espacio, bendecid al Señor;

ejércitos del Señor, bendecid al Señor.


Sol y luna, bendecid al Señor;

astros del cielo, bendecid al Señor.


Lluvia y rocío, bendecid al Señor;

vientos todos, bendecid al Señor.


Fuego y calor, bendecid al Señor;

fríos y heladas, bendecid al Señor.


Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;

témpanos y hielos, bendecid al Señor.


Escarchas y nieves, bendecid al Señor;

noche y día, bendecid al Señor.


Luz y tinieblas, bendecid al Señor;

rayos y nubes, bendecid al Señor.


Bendiga la tierra al Señor,

ensálcelo con himnos por los siglos.


Montes y cumbres, bendecid al Señor;

cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.


Manantiales, bendecid al Señor;

mares y ríos, bendecid al Señor.


Cetáceos y peces, bendecid al Señor;

aves del cielo, bendecid al Señor.


Fieras y ganados, bendecid al Señor,

ensalzadlo con himnos por los siglos.


Hijos de los hombres, bendecid al Señor

bendiga Israel al Señor.


Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;

siervos del Señor, bendecid al Señor.


Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;

santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.


Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,

ensalzadlo con himnos por los siglos.


Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,

ensalcémoslo con himnos por los siglos.


Bendito el Señor en la bóveda del cielo,

alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.


Ant: La creación se verá liberada, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Aleluya.


Salmo 148: Alabanza del Dios creador


Ant: El nombre del Señor es sublime sobre el cielo y la tierra. Aleluya.


Alabad al Señor en el cielo,

alabad al Señor en lo alto.


Alabadlo, todos sus ángeles;

alabadlo, todos sus ejércitos.


Alabadlo, sol y luna;

alabadlo, estrellas lucientes.


Alabadlo, espacios celestes

y aguas que cuelgan en el cielo.


Alaben el nombre del Señor,

porque él lo mandó, y existieron.


Les dió consistencia perpetua

y una ley que no pasará.


Alabad al Señor en la tierra,

cetáceos y abismos del mar,


rayos, granizo, nieve y bruma,

viento huracanado que cumple sus órdenes,


montes y todas las sierras,

árboles frutales y cedros,


fieras y animales domésticos,

reptiles y pájaros que vuelan.


Reyes y pueblos del orbe,

príncipes y jefes del mundo,


los jóvenes y también las doncellas,

los viejos junto con los niños,


alaben el nombre del Señor,

el único nombre sublime.


Su majestad sobre el cielo y la tierra;

él acrece el vigor de su pueblo.


Alabanza de todos sus fieles,

de Israel, su pueblo escogido.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: El nombre del Señor es sublime sobre el cielo y la tierra. Aleluya.


Lectura


Hch 10,40-43


Dios resucitó a Jesús al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado; a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.


V/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros. Aleluya, aleluya.


R/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros. Aleluya, aleluya.


V/. Tú que has resucitado de entre los muertos


R/. Aleluya, aleluya.


V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo


R/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros. Aleluya, aleluya.


Cántico Ev.


Ant: Era necesario que el Mesías padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día. Aleluya.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo,

por boca de sus santos profetas.


Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la misericordia

que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza

y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.


Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días.


Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor

a preparar sus caminos,

anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.


Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos

por el camino de la paz.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Era necesario que el Mesías padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día. Aleluya.


Preces


Oremos a Cristo, autor de la vida a quien Dios resucitó de entre los muertos, y que por su poder nos resucitará también a nosotros, y digámosle:


Cristo, vida nuestra, sálvanos


- Cristo, luz esplendorosa que brillas en las tinieblas, rey de la vida y salvador de los que han muerto,

concédenos vivir hoy en tu alabanza.


- Señor Jesús, que anduviste los caminos de la pasión y de la cruz,

concédenos que, unidos a ti en el dolor y en la muerte, resucitemos también contigo.


- Hijo del Padre, maestro y hermano nuestro, tú que has hecho de nosotros un pueblo de reyes y sacerdotes,

enséñanos a ofrecer con alegría nuestro sacrificio de alabanza.


- Rey de la gloria, esperamos anhelantes el día de tu manifestación gloriosa,

para poder contemplar tu rostro y ser semejantes a ti.


Por Jesús hemos sido hechos hijos de Dios; por esto, nos atrevemos a decir:


Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;


venga a nosotros tu reino;


hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.


Danos hoy nuestro pan de cada día;


perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.


No nos dejes caer en la tentación,


y líbranos del mal.


Final


Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.


Amén.

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