Custodia

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Saludo

Bendición

domingo, 5 de noviembre de 2023

Oficio, reflexiones y laudes +

 


XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya.

 
Himno

Cristo,
alegría del mundo,
resplandor de la gloria del Padre.
¡Bendita la mañana
que anuncia tu esplendor al universo!

En el día primero,
tu resurrección alegraba
el corazón del Padre.

En el día primero,
vio que todas las cosas eran buenas
porque participaban de tu gloria.

La mañana celebra
tu resurrección y se alegra
con claridad de Pascua.

Se levanta la tierra
como un joven discípulo en tu busca,
sabiendo que el sepulcro está vacío.

En la clara mañana,
tu sagrada luz se difunde
como una gracia nueva.

Que nosotros vivamos
como hijos de luz y no pequemos
contra la claridad de tu presencia.

Salmo 144-I: Himno a la grandeza de Dios

Ant: Día tras día te bendeciré, Señor. Aleluya.

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.

Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.

Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Día tras día te bendeciré, Señor. Aleluya.

Salmo 144-II:

Ant: Tu reinado, Señor, es un reinado perpetuo. Aleluya.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;

explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Tu reinado, Señor, es un reinado perpetuo. Aleluya.

Salmo 144-III:

Ant: El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. Aleluya.

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.

Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. Aleluya.

V/. Hijo mío, haz caso a mis palabras

R/. presta oído a mis consejos

Lectura

V/. Hijo mío, haz caso a mis palabras

R/. presta oído a mis consejos

Victoria y soberbia de los griegos


1M 1,1-24

Alejandro el macedonio, hijo de Filipo, que ocupaba el trono de Grecia, salió de Macedonia, derrotó y suplantó a Darío, rey de Persia y Media, entabló numerosos combates, ocupó fortalezas, asesinó a reyes, llegó hasta el confín del mundo, saqueó innumerables naciones. Cuando la tierra quedó en paz bajo su mando, él se engreyó y se llenó de orgullo; reunió un ejército potentísimo y dominó países, pueblos y soberanos, que tuvieron que pagarle tributo.

Pero después cayó en cama y, cuando vio cercana la muerte, llamó a los generales más ilustres, educados con él desde jóvenes, y les repartió el reino antes de morir. A los doce años de reinado, Alejandro murió, y sus generales se hicieron cargo del gobierno, cada cual en su territorio; al morir Alejandro, todos ciñeron la corona real, y después sus hijos durante muchos años, multiplicando las desgracias en el mundo.

De ellos brotó un vástago perverso: Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén, y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida.

Por entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos:

«¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias!»

Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron para hacer el mal.

Cuando ya se sintió seguro en el trono, Antíoco se propuso reinar también sobre Egipto, para ser así rey de dos reinos. Invadió Egipto con un fuerte ejército, con carros, elefantes, caballos y una gran flota. Atacó a Tolomeo, rey de Egipto. Tolomeo retrocedió y huyó, sufriendo muchas bajas. Entonces Antíoco ocupó las plazas fuertes de Egipto y saqueó el país.

Cuando volvía de conquistar Egipto, el año ciento cuarenta y tres, subió contra Israel y Jerusalén con un fuerte ejército. Entró con arrogancia en el santuario, cogió el altar de oro, el candelabro y todos sus accesorios, la mesa de los panes presentados, las copas para la libación, las fuentes, los incensarios de oro, la cortina y las coronas, arrancó todo el decorado de oro de la fachada del templo; se incautó también de la plata y el oro, la vajilla de valor y los tesoros escondidos que encontró, y se lo llevó todo a su tierra, después de verter mucha sangre y de proferir fanfarronadas increíbles.

R/. Si Dios se ha enojado un momento para corregirnos y educarnos, el Señor volverá a reconciliarse con sus siervos.


V/. Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, pero después nos da como fruto una vida honrada.

R/. El Señor volverá a reconciliarse con sus siervos.

L. Patrística

Naturaleza de la paz
Vaticano II

Gaudium et spes 78

La paz no consiste en una mera ausencia de guerra ni se reduce a asegurar el equilibrio de las distintas fuerzas contrarias ni nace del dominio despótico, sino que, con razón, se define como obra de la justicia. Ella es como el fruto de aquel orden que el Creador quiso establece en la sociedad humana y que debe irse perfeccionando sin cesar por medio del esfuerzo de aquellos hombre que aspiran a implantar en el mundo una justicia cada vez más plena.

En efecto, aunque fundamentalmente el bien común del género humano depende de la ley eterna, en sus exigencias concretas está, con todo, sometido a las continuas transformaciones ocasionadas por la evolución de los tiempos; la paz no es nunca algo adquirido de una vez para siempre, sino que es preciso irla construyendo y edificando cada día. Como además la voluntad humana es frágil y está herida por el pecado, el mantenimiento de la paz requiere que cada uno se esfuerce constantemente por dominar sus pasiones, y exige de la autoridad legítima una constante vigilancia.

Y todo esto es aún insuficiente. La paz de la que hablamos no puede obtenerse en este mundo, si no se garantiza el bien de cada una de las personas y si los hombres no saben comunicarse entre sí espontáneamente con confianza las riquezas de su espíritu y de su talento. La firme voluntad de respetar la dignidad de los otros hombres y pueblos y el solícito ejercicio de la fraternidad son algo absolutamente imprescindible para construir verdadera paz. Por ello, puede decirse que la paz es también fruto del amor, que supera los límites de lo que exige la simple justicia.

La paz terrestre nace del amor al prójimo, y es como la imagen y el efecto de aquella paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el mismo Hijo encarnado, príncipe de la paz, ha reconciliado por su cruz a todos los hombres con Dios, reconstruyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo. Así ha dado muerte en su propia carne al odio y, después del triunfo de su resurrección, ha derramado su Espíritu de amor en el corazón de los hombres.

Por esta razón, todos los cristianos quedan vivamente invitados a que, realizando la verdad en el amor, se unan a aquellos hombres que, como auténticos constructores de la paz, se esfuerzan por instaurarla y rehacerla. Movidos por este mismo espíritu, no podemos menos de alabar a quienes, renunciando a toda intervención violenta en la defensa de sus derechos, recurren a aquellos medios de defensa que están incluso al alcance de los más débiles, con tal de que esto pueda hacerse sin lesionar los derechos y los deberes de otras personas o de la misma comunidad.

R/. Tuyo es el poder, tú eres rey y soberano de todo, Señor. Danos la paz, Señor, en nuestros días.


V/. Señor Dios, creador de todo, terrible y fuerte, justo y compasivo.

R/. Danos la paz, Señor, en nuestros días.

Te Deum

(sólo domingos, solemnidades y fiestas)


A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

(lo que sigue puede omitirse)

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.



Pistas para la Lectio Divina

Mateo 23, 1-12: Sobre el manejo de la autoridad. “No imitéis su conducta”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

Entramos ahora en un capítulo del evangelio de Mateo que tiene carácter evaluativo. En un nuevo discurso, Jesús nos invita a analizar la manera como se establecen las relaciones en la comunidad, en la familia y en todos aquellos ambientes en los cuales se espera que el criterio fundamental sea el nuevo estilo de vida cristiana.

El punto particular que debemos examinar hoy es el del manejo de la autoridad. Así como en todo grupo humano, en una comunidad cristiana hay personas que tienen funciones en ella.

Pero la autoridad no es sólo asunto de “cargos”, también se da a partir de la edad, de la experiencia y de los conocimientos que una persona posee. Si bien es cierto que todos somos iguales, no podemos desconocer que, por las razones que se acaban de enumerar, también se notan diferencias que determinan las relaciones al interior de una comunidad.

El peligro de estas formas de diversidad y de superioridad está en el riesgo de que estas personas pongan en primer plano en sus relaciones su propia persona, el cultivo de su imagen y el deseo de enaltecerse sobre los demás.

A este peligro responde Jesús con la enseñanza que leemos hoy. Leyendo cuidadosamente el evangelio notamos dos partes. Estas dos partes son como las dos caras de una moneda y juntas constituyen el mensaje:

1. Lo que no hay que hacer (23,1-7)

Los escribas son los que “se han sentado en la cátedra de Moisés” (23,2). Con esto Jesús hace referencia a la silla del maestro en la escuela rabínica. El nombre hace honor a Moisés, a quien se le considera el primer gran maestro en Israel, el primero en trasmitirle la Ley al pueblo.

Jesús parte de esta observación para hacer una lista de advertencias sobre algunos equívocos de quien maneja la autoridad:

(1) La incoherencia: “Dicen pero no hacen” (23,3). Sus palabras y sus hechos se contradicen.

(2) La falta de compromiso: “Atan cargas... pero ni con el dedo quieren moverlas” (23,4). Se trata de maestros que no le ofrecen explicaciones a la gente, ni las motivan, ni caminos pedagógicas para poder vivir las enseñanzas, simplemente imponen; ellos por su parte buscan una vida fácil.

(3) La vanidad: “Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres” (23,5). Lo que buscan es “impresionar” positivamente a los demás (ver 6,1-2).

(4) La ostentación: “Quieren el primer puesto...” (23,6). Exigen el respeto de los privilegios que la sociedad les concede gracias a su cargo: (a) en los banquetes que se realizaban en las casas; (b) en las ceremonias de la sinagoga; (c) en la vida pública, por las calles y plazas.

Jesús muestra cómo un maestro con este perfil no es creíble en su comunidad.

2. El comportamiento distintivo de un discípulo de Jesús (Mt 23,8-12)

De un discípulo de Jesús se espera un comportamiento completamente distinto. Jesús enseña que: lo importante no es aquello que nos diferencia sino aquello que nos une.

El Señorío de Dios es la base de todas las relaciones comunitarias. Por eso Jesús nos recuerda que el verdadero Maestro y Director (23,8.10) es Él y que el único verdadero Padre es Dios (23,9). Cualquier autoridad en la comunidad está remitida a esta autoridad mayor. Por lo tanto, en el Señorío de Cristo y en la Paternidad de Dios, todos somos iguales: ¡todos somos hermanos!; de ahí que, no importa la función que se ejerza en la comunidad, todos tenemos la misma dignidad.

Pero tampoco Jesús quiere decir que no haya autoridad en la comunidad, como si estuviera proponiendo algún tipo de anarquía. Lo que dice es que lo primero es la fraternidad y que en función de ella, los encargados de dirigir la comunidad, están llamados a reflejar el rostro de Jesús Maestro y Director, y el rostro de Dios Padre.

No se trata, entonces, de una prohibición, como por ejemplo, que a los sacerdotes no los llamen “padre”. Se trata de recordar que:

(1) Ninguna autoridad se puede ejercer en nombre propio sino en comunión con el único Maestro, Director y Padre de la comunidad que son Jesús y su Padre.

(2) Ninguna autoridad se puede ejercer para satisfacción personal y honor propio, sino únicamente para el servicio de los hermanos: “El mayor entre vosotros será vuestro servidor” (23,11).

Jesús nos llama, con sus palabras insistentes, para que construyamos juntos las comunidades sobre el doble criterio -claramente evangélico- de la fraternidad y el servicio.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué actitudes y comportamientos le critica Jesús a los escribas?

2. ¿Qué debe caracterizar el comportamiento de un discípulo? ¿Qué es lo primero y qué es lo segundo? (comparar con Lc 22,31-32)

3. ¿Cuáles son los abusos y las actitudes equivocadas, sea en el ejercicio, sean en la contestación de la autoridad en la Iglesia?

“¡Cristianos no sois máquinas, no sois bestias de carga, sois hijos de Dios! Amados por Cristo, herederos del Cielo... Auténticamente hijos de Dios; sois uno en Cristo; en Cristo no hay ricos ni pobres, burgueses ni proletarios; ni arios ni sajones; ni mongoles ni latinos, sino que Cristo es la vida de quienes quieren aceptar la divinización de su ser”.
(P. Alberto Hurtado)



Trigésimo primer Domingo
ciclo a

UNO solo ES VUESTRO PADRE


— Paternidad de Dios.

— La participación en la paternidad divina.

— Apostolado y paternidad del espíritu.

I. Habla Jesús a las multitudes y a sus discípulos de la vanidad y deseos de gloria de los fariseos, que hacen sus obras para ser vistos de los hombres y apetecen los primeros puestos en los banquetes, los primeros asientos en las sinagogas, y los saludos en las plazas y que la gente les llame rabí. Pero solo hay un Maestro y un Doctor, Cristo. Y un solo Padre, el celestial1. De Cristo nace toda sabiduría; solo Él es «el Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, que habla, que exige, que conmueve, que endereza, juzga, perdona, camina diariamente con nosotros en la historia; el Maestro que viene y que vendrá en la gloria»2. La enseñanza de la Iglesia es la de Cristo, los maestros lo son en la medida en que son imagen del Maestro,

De manera semejante decimos que existe un solo Padre, el celestial, del que se deriva toda paternidad en el cielo y en la tierra: ex quo omnis paternitas in caelis et in terra nominatur3. Dios tiene la plenitud de la paternidad, y de ella participaron nuestros padres al darnos la vida, y también han participado los que de alguna manera nos han engendrado a la vida de la fe. San Pablo escribe a los primeros cristianos de Corinto como a hijos queridísimos. Pues -les dice- aunque tengáis diez mil pedagogos en Cristo, no tenéis muchos padres, porque yo os engendré en Cristo Jesús por medio del Evangelio. Por consiguiente, os suplico: sed imitadores míos4. Y aquellos primeros cristianos eran conscientes de que, al emular a San Pablo, se convertían en imitadores de Cristo. En el Apóstol veían reflejado el espíritu del Maestro y el cuidado amoroso de Dios sobre ellos.

«De ahí que la palabra “Padre” pueda emplearse en un sentido real no solo para designar la paternidad física, sino también la espiritual. Al Romano Pontífice se le llama con toda propiedad, “Padre común de todos los cristianos”»5. Cuando honramos a nuestros padres, que nos dieron la vida, y a quienes nos engendraron en la fe, damos mucha gloria a Dios, pues en ellos se refleja la paternidad divina. Una manera de ser buenos hijos de Dios es, precisamente, vivir bien la filiación con aquellos que Dios mismo constituyó «padres» en la tierra.

II. San Pablo escribe a los primeros cristianos de Galacia con tonos de padre y de madre, al tener noticia de las dificultades que padecen en su fe y al experimentar la impotencia de no poder atenderles personalmente por encontrarse geográficamente lejos: Hijos míos -les dice-, por quienes sufro otra vez dolores de parto, hasta que Cristo esté formado en vosotros6, como un niño se forma en el seno materno. Sentía sobre sí el Apóstol el desvelo de un padre ante los hijos necesitados. En la Iglesia son considerados padres quienes nos engendran en la fe mediante la predicación y el Bautismo7. De esa paternidad espiritual participamos los cristianos sobre aquellos a quienes hemos ayudado –a veces también con dolor y fatiga– a encontrar a Cristo en su vida. La paternidad es más plena cuanto mayor es la entrega a esta tarea. Así manifiesta Dios su paternidad en los cristianos, «como un maestro que no solo enseña a sus discípulos, sino que los hace además capaces de enseñar a otros»8. Esta paternidad espiritual es una porción importante del premio que Dios da en esta vida a quienes le siguen, por vocación divina, en una entrega plena. «Él es generoso... Da el ciento por uno: y esto es verdad hasta en los hijos. —Muchos se privan de ellos por su gloria, y tienen miles de hijos de su espíritu. —Hijos, como nosotros lo somos del Padre nuestro, que está en los cielos»9.

La Virgen Santa María ejerce su maternidad sobre los cristianos y sobre todos los hombres10. De Ella aprendemos a tener un alma grande para aquellos que continuamente tratamos de llevar a su Hijo, y que en cierto modo hemos engendrado en la fe. Recordemos que el amor «indica también esa cordial ternura y sensibilidad, de que tan elocuentemente nos habla la parábola del hijo pródigo (cfr. Lc 15, 11-32) o la de la oveja extraviada o la de la dracma perdida (cfr. Lc 15, 1-10). Por tanto, el amor misericordioso es sumamente indispensable entre aquellos que están más cercanos: entre los esposos, entre padres e hijos, entre amigos; es también indispensable en la educación y en la pastoral»11. San Ambrosio12 hace «unas consideraciones que a primera vista resultan atrevidas, pero que tienen un sentido espiritual claro para la vida del cristiano. Según la carne, una sola es la Madre de Cristo; según la fe, Cristo es fruto de todos nosotros (San Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 2, 26).

»Si nos identificamos con María, si imitamos sus virtudes, podremos lograr que Cristo nazca, por la gracia, en el alma de muchos que se identificarán con Él por la acción del Espíritu Santo. Si imitamos a María, de alguna manera participaremos en su maternidad espiritual. En silencio, como Nuestra Señora; sin que se note, casi sin palabras, con el testimonio íntegro y coherente de una conducta cristiana, con la generosidad de repetir sin cesar un fiat que se renueva como algo íntimo entre nosotros y Dios»13.

III. San Pablo, identificado con Cristo, hizo suyas las palabras del Señor: Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas14. Por eso escribe sobre su solicitud por todas las iglesias15, por todos los convertidos a la fe a través de su predicación. Mantenerlos en el camino y ayudarles a progresar en él era una de sus mayores preocupaciones y, en ocasiones, uno de sus mayores sufrimientos. ¿Quién desfallece sin que yo desfallezca? ¿Quién tiene un tropiezo sin que yo me abrase de dolor?16. El Apóstol ha quedado como modelo siempre actual para todos los pastores de la Iglesia en su solicitud por las almas que Dios les ha confiado, y también para todos los cristianos en su apostolado constante, que «deben cuidar como padres en Cristo a los fieles que han engendrado por el bautismo y por la doctrina»17.

El amor por quienes hemos acercado a Dios no es una simple amistad, «sino el amor de caridad, el mismo amor con el que les ama el Hijo encarnado. Es por esto, y solo por esto, por lo que el Hijo nos lo ha dado a cada uno de nosotros, para que podamos darlo a los demás (...). El amor hacia nuestros hermanos genera en nosotros el mismo deseo que genera el del Hijo: el de su santificación y salvación»18. Esto nos lleva a quererles más y a estar pendientes de aquello que puede facilitarles su santidad: la ejemplaridad, la corrección fraterna cuando sea oportuno, la palabra amable que anima, la alegría, el optimismo, el consejo que orienta ante las dificultades... Y siempre deberán contar con las ayudas más eficaces que les podemos prestar: la oración y la mortificación diaria.

Este amor «comporta siempre una disponibilidad singular para volcarse sobre cuantos se hallan en el radio de su acción. En el matrimonio esta disponibilidad –aun estando abierta a todos– consiste de modo particular en el amor que los padres dan a sus hijos. En la virginidad esta disponibilidad está abierta a todos los hombres, abrazados por el amor de Cristo esposo»19. En la virginidad y en el celibato por amor a Dios, el Señor agranda el corazón del hombre y de la mujer para que la paternidad y la maternidad espiritual sea más extensa y profunda. La entrega a Dios de ninguna manera limita el corazón humano; por el contrario, lo enriquece y lo hace más capaz de realizar estos sentimientos profundos de paternidad y de maternidad que el Señor mismo ha puesto en la naturaleza humana.

El cuidado de aquellos sobre los que, por circunstancias tan diversas de la vida, ha querido Dios que ejerzamos esa paternidad espiritual nos hará entender el desvelo que nuestro Padre Dios tiene sobre cada uno de nosotros. En muchas ocasiones será, además, un buen motivo para mantener firme nuestra propia fidelidad al Señor y un estímulo para procurar «ir delante» en el camino de la santidad, como el buen pastor.

San José nos enseña cómo ha de ser ese desvelo por los demás. Puesto que su amor paterno «no podía dejar de influir en el amor filial de Jesús y, viceversa, el amor filial de Jesús no podía dejar de influir en el amor paterno de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación singularísima? Las almas sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior»20. Aprendamos de él, en su trato con Jesús, a mirar con amor siempre creciente a quienes Dios ha puesto en nuestro camino.


Salmo 92: Gloria del Dios creador

Ant: El Señor es admirable en el cielo. Aleluya.

El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder:
así está firme el orbe y no vacila.

Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno.

Levantan los ríos, Señor,
levantan los ríos su voz,
levantan los ríos su fragor;

pero más que la voz de aguas caudalosas,
más potente que el oleaje del mar,
más potente en el cielo es el Señor.

Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor es admirable en el cielo. Aleluya.

Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor

Ant: Eres alabado, Señor, y ensalzado por los siglos. Aleluya.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

Ant: Eres alabado, Señor, y ensalzado por los siglos. Aleluya.

Salmo 148: Alabanza del Dios creador

Ant: Alabad al Señor en el cielo. Aleluya.

Alabad al Señor en el cielo,
alabad al Señor en lo alto.

Alabadlo, todos sus ángeles;
alabadlo, todos sus ejércitos.

Alabadlo, sol y luna;
alabadlo, estrellas lucientes.

Alabadlo, espacios celestes
y aguas que cuelgan en el cielo.

Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron.

Les dió consistencia perpetua
y una ley que no pasará.

Alabad al Señor en la tierra,
cetáceos y abismos del mar,

rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado que cumple sus órdenes,

montes y todas las sierras,
árboles frutales y cedros,

fieras y animales domésticos,
reptiles y pájaros que vuelan.

Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo,

los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños,

alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.

Su majestad sobre el cielo y la tierra;
él acrece el vigor de su pueblo.

Alabanza de todos sus fieles,
de Israel, su pueblo escogido.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Alabad al Señor en el cielo. Aleluya.

Lectura

Ez 37,12b -14

Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que yo soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago». Oráculo del Señor.

V/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

R/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

V/. Tú que estás sentado a la derecha del Padre.

R/. Ten piedad de nosotros.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

Cántico Ev.

Ant: Uno solo es vuestro Padre, el Dios del cielo y de la tierra.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Uno solo es vuestro Padre, el Dios del cielo y de la tierra.

Preces

Invoquemos a Dios Padre, que, por mediación de su Hijo, envió el Espíritu Santo, para que con su luz santísima penetrara las almas de sus fieles, y digámosle:

Ilumina, Señor, a tu pueblo.

- Te bendecimos, Señor, a ti que eres nuestra luz,
y te pedimos que este domingo que ahora comenzamos transcurra todo él consagrado a tu alabanza


- Tú que, por la resurrección de tu Hijo, quisiste iluminar el mundo,
haz que tu Iglesia difunda entre todos los hombres la alegría pascual


- Tú que por el Espíritu de la verdad, adoctrinaste a los discípulos de tu Hijo,
envía este mismo Espíritu a tu Iglesia para que permanezca siempre fiel a ti


- Tú que eres luz para todos los hombres, acuérdate de los que viven aún en las tinieblas
y abre los ojos de su mente para que te reconozcan a ti, único Dios verdadero

Por Jesús hemos sido hechos hijos de Dios; por esto, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Señor de poder y de misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor tuyo el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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