Custodia

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Saludo

Bendición

viernes, 3 de noviembre de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


Viernes, XXX semana del Tiempo Ordinario, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: El Señor es bueno, bendecid su nombre.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor es bueno, bendecid su nombre.



HIMNO

Dichosos los que, oyendo la llamada
de la fe y del amor en vuestra vida,
creísteis que la vida os era dada
para darla en amor y con fe viva.

Dichosos, si abrazasteis la pobreza
para llenar de Dios vuestras alforjas,
para servirle a él con fortaleza,
con gozo y con amor a todas horas.

Dichosos mensajeros de verdades,
que fuisteis por caminos de la tierra,
predicando bondad contra maldades,
pregonando la paz contra las guerras.

Dichosos, del amor dispensadores,
dichosos, de los tristes el consuelo,
dichosos, de los hombres servidores,
dichosos, herederos de los cielos. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Señor, no me castigues con cólera.

Salmo 37

ORACIÓN DE UN PECADOR EN PELIGRO DE MUERTE
Todos sus conocidos se mantenían a distancia. (Lc 23, 49)

I

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;

no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;

mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.

Ant. Señor, no me castigues con cólera.

Ant. 2. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

II

Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío;

tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.

Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.

Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.

Ant. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

Ant. 3. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.

III

Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.

En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.

Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.

Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.

No me abandones, Señor,
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

Ant. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor Dios mío.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.
R. Y tu promesa de justicia.

PRIMERA LECTURA

Año I:

Del libro del profeta Jeremías 28, 1-17

JEREMÍAS Y ANANÍAS

El mismo año, el año cuarto del reinado de Sedecías, en Judá, el quinto mes, me dijo Ananías, hijo de Azur, profeta de Gabaón, en el templo, en presencia de los sacerdotes y de todo el pueblo:

«Así dice el Señor de los ejércitos. Dios de Israel: Rompo el yugo del rey de Babilonia. Antes de dos años devolveré a este lugar todo el ajuar del templo, que Nabucodonosor, rey de Babilonia, tomó de este lugar, para llevárselo a Babilonia. A Jeconías, hijo de Joaquín, rey de Judá, y a todos los desterrados de Judá que marcharon a Babilonia, yo mismo los haré volver a este lugar —oráculo del Señor— cuando rompa el yugo del rey de Babilonia.»

El profeta Jeremías respondió al profeta Ananías, delante de los sacerdotes y del pueblo que estaba en el templo; el profeta Jeremías dijo:

«¡Amén, así lo haga el Señor! Cumpla el Señor la palabra que tú has profetizado, devolviendo a este lugar todo el ajuar del templo y todos los desterrados de Babilonia. Pero escucha esta palabra que yo pronuncio en presencia tuya y de todo el pueblo: Los profetas que vinieron antes de mí y antes de ti, desde tiempos antiguos, profetizaron a países numerosos y a reyes poderosos guerras, calamidades y pestes. El profeta que profetizaba prosperidad sólo al cumplirse su palabra era reconocido como profeta auténtico enviado por el Señor.»

Entonces, Ananías le quitó el yugo del cuello al profeta Jeremías y lo rompió, diciendo en presencia de todo el pueblo:

«Así dice el Señor: De este modo romperé del cuello de todas las naciones el yugo de Nabucodonosor, antes de dos años.»

El profeta Jeremías se marchó por su camino. Después que Ananías rompió el yugo que el profeta Jeremías llevaba al cuello, vino la palabra del Señor a Jeremías:

«Ve y dile a Ananías: Así dice el Señor: Tú has roto un yugo de madera, yo lo sustituiré con un yugo de hierro. Porque así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Pondré yugo de hierro al cuello de todas estas naciones, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia; y se le someterán, y hasta las bestias del campo le entregaré.»

El profeta Jeremías dijo al profeta Ananías:

«Escúchame, Ananías; el Señor no te ha enviado, y tú has inducido a este pueblo a una falsa confianza. Por eso, así dice el Señor: Mira: yo te echaré de la superficie de la tierra; este año morirás, porque has predicado rebelión contra el Señor.»

Y el profeta Ananías murió aquel mismo año, el séptimo mes.

Responsorio Jr 23, 16. 17; Dt 13, 5

R. No hagáis caso a los profetas que os profetizan, porque os engañan. * Dicen a los que rechazan la palabra del Señor: «Tendrás paz.»

V. Ese profeta será ejecutado, por haber predicado la rebelión contra el Señor, vuestro Dios.

R. Dicen a los que rechazan la palabra del Señor: «Tendrás paz.»

SEGUNDA LECTURA

De la Homilía del papa Juan veintitrés, en la canonización de san Martín de Porres

(Día 6 de mayo de 1962: AAS 54 [1962], 306-309)

“MARTÍN DE LA CARIDAD”

Martín nos demuestra con el ejemplo de su vida que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente; y si, en segundo lugar, amamos al prójimo como a nosotros mismos.

Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al santísimo sacramento de la eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.

Además, san Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.

Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».

Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos.

Responsorio Sir 31, 8. 11. 9

R. Dichoso el hombre que se conserva íntegro y no se pervierte por la riqueza. * Su dicha será consolidada por el Señor.

V. ¿Quién es éste, y lo felicitaremos? Pues ha hecho algo admirable en su pueblo.

R. Su dicha será consolidada por el Señor


Viernes, XXX semana del Tiempo Ordinario, feria

Rm 9,1-5: Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos.

Hermanos: Digo la verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén.

Sal 147,12-13.14-15.19-20: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Lc 14,1-6: Si a uno se le cae al pozo el hijo o el buey, ¿no lo saca, aunque sea sábado?

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.

Jesús se encontró delante un hombre enfermo de hidropesía y, dirigiéndose a los letrados y fariseos, preguntó:

-¿Es lícito curar los sábados, o no?

Ellos se quedaron callados.

Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió.

Y a ellos les dijo:

-Sí a uno de vosotros se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea sábado?

Y se quedaron sin respuesta.


San Martin de Porres
Memoria obligatoria

03 Noviembre

Biografía


Nació en Lima (Perú) de padre español y madre mulata, el año 1579. De jovencito aprendió el oficio de barbero-cirujano, que luego, al ingresar en la Orden de Predicadores, ejerció ampliamente en favor de los pobres. Llevó una vida de mortificación, la humildad y de gran devoción a la eucaristía. Murió el año 1639.



Pistas para la Lectio Divina

PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
La ley y la carne
Viernes 31 de octubre de 2014

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 45, viernes 7 de noviembre de 2014

Existen «dos caminos». Y es Jesús, con sus «gestos de cercanía», quien nos da la indicación justa sobre qué camino tomar. Por una parte está el camino de los «hipócritas», que cierran las puertas a causa de su apego a la «letra de la ley». Por otra, en cambio, está «el camino de la caridad», que pasa «del amor a la auténtica justicia que está dentro de la ley». Lo dijo el Papa Francisco en la misa del viernes 31 de octubre.

Para presentar estos dos modos de vivir, el Pontífice volvió a proponer, para comentarlo, el pasaje evangélico de san Lucas (14, 1-6). Un sábado, recordó, «Jesús estaba en la casa de uno de los jefes de los fariseos para almorzar con ellos; y le observaban para ver qué hacía». Sobre todo «buscaban encontrarle un error, incluso con trampas».

E irrumpe en la escena un hombre enfermo. En ese momento Jesús les dice a los fariseos: «¿Es lícito curar los sábados, o no?». La pregunta de Jesús, añadió el Papa, es «una pregunta sencilla pero, como todos los hipócritas, callaron, no dijeron nada». Por lo demás, observó, «callaban siempre cuando Jesús los ponía ante la verdad»,; aunque «después hablaban mal por detrás» y «buscaban cómo hacer caer a Jesús».

En concreto, afirmó el Pontífice, «esta gente estaba tan apegada a la ley que había olvidado la justicia; tan apegada a la ley que había olvidado el amor». Pero «no sólo a la ley; estaban apegados a las palabras, a las letras de la ley». Por eso «Jesús les reprende» reprobando su actitud: «Si vosotros, ante las necesidades de vuestros padres ancianos, decís: “muy queridos padres, yo os amo mucho pero no puedo ayudaros porque he donado todo al templo”, ¿quién es más importante? ¿El cuarto mandamiento o el templo?».

Precisamente este modo «de vivir, apegados a la ley, les alejaba del amor y de la justicia: cuidaban la ley, descuidaban la justicia; cuidaban la ley, descuidaban el amor». Sin embargo, «eran los modelos». Pero «Jesús para esta gente encuentra solamente una palabra: ¡Hipócritas!». No se puede ir «por todo el mundo buscando prosélitos» y luego cerrar «la puerta». Para el Señor se trataba de «hombres cerrados, hombres muy apegados a la ley, a la letra de la ley: no a la ley», porque «la ley es amor». Eran hombres «que siempre cerraban las puertas de la esperanza, del amor, de la salvación; hombres que solamente sabían cerrar».

A este punto hay que preguntarse «cuál es el camino para ser fieles a la ley sin descuidar la justicia, sin descuidar el amor». La respuesta «es precisamente el camino que viene de lo opuesto», sugirió el Papa Francisco, repitiendo las palabras de Pablo en la Carta a los Filipenses (1, 1-11): «Y esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables».

Es precisamente «el camino contrario: del amor a la integridad, del amor al discernimiento, del amor a la ley». Pablo, en efecto, afirma que hay que rezar «para que vuestra caridad, vuestro amor, vuestras obras de caridad os lleven al conocimiento y al pleno discernimiento». Precisamente «este es el camino que nos enseña Jesús, totalmente opuesto al camino de los doctores de la ley». Y «este camino, del amor a la justicia, lleva a Dios». Sólo «el camino que va del amor al conocimiento y al discernimiento, a la realización plena, lleva a la santidad, a la salvación, al encuentro con Jesús».

En cambio, «el otro camino, el de estar apegados solamente a la ley, a la letra de la ley, lleva a la cerrazón, lleva al egoísmo». Y conduce «a la soberbia de sentirse justos, a esa “santidad” —entre comillas— de las apariencias». Tanto que «Jesús dice a esa gente: a vosotros os gusta haceros ver por la gente como hombres de oración, de ayuno». Se trata sólo de «hacerse ver». Y «por eso Jesús dice a la gente: haced lo que dicen, pero no lo que hacen», porque «eso no se debe hacer».

He aquí, por lo tanto, «los dos caminos» que tenemos ante nosotros. Y con «pequeños gestos» Jesús nos hace entender cuál es el camino que va «del amor al pleno conocimiento y al discernimiento». Uno de estos gestos lo presenta san Lucas en el pasaje del Evangelio propuesto por la liturgia: «Jesús tenía delante de él a este hombre, enfermo, y cuando los fariseos no respondieron, ¿qué hizo Jesús?». Escribe el evangelista: «Lo cogió de la mano, lo curó y lo despidió». Así, pues, primeramente «Jesús se acerca: la cercanía es la prueba de que vamos por el camino auténtico». Porque es ese «el camino que eligió Dios para salvarnos: la cercanía. Se acercó a nosotros, se hizo hombre».

El Papa Francisco hizo notar también cuán «bello» es el «gesto de Jesús cuando coge de la mano» a la persona enferma. Lo hace también «con el muchacho muerto, hijo de la viuda, en Naím»; así como «lo hace con la muchachita, la hija de Jairo»; y también «lo hace con el jovencito, el que tenía muchos demonios, cuando lo coge y lo entrega a su papá». Siempre está «Jesús que coge de la mano, porque se acerca». Y «la carne de Jesús, esta cercanía, es el puente que nos acerca a Dios».

Esta «no es la letra de la ley». Sólo «en la carne de Cristo», en efecto, la ley «tiene su realización plena». Porque «la carne de Cristo sabe sufrir, dio su vida por nosotros». Mientras que «la letra es fría».

Aquí están entonces los «dos caminos». El primero es el camino de quien dice: «Estoy apegado a la letra de la ley; no se puede curar el sábado; no puedo ayudar; debo ir a casa y no puedo ayudar a este enfermo». El segundo es el camino de quien se compromete a obrar de tal modo, como dice Pablo, «que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad»: es «el camino de la caridad, del amor a la auténtica justicia que está dentro de la ley». Para ayudarnos están precisamente «estos ejemplos de cercanía de Jesús», que nos muestra cómo pasar «del amor a la plenitud de la ley».


30ª semana. Viernes

SIN RESPETOS HUMANOS


— Actuación clara de Jesús.

— Los respetos humanos no son propios de un cristiano de fe firme.

— El ejemplo de los primeros cristianos.

I. Era costumbre entre los judíos convidar a comer a quien había disertado aquel día en la sinagoga. Un sábado fue invitado Jesús a casa de uno de los principales fariseos de la ciudad1. Y le estaban espiando, le acechaban a ver en qué podían sorprenderlo. A pesar de esta situación tan poco grata, el Señor –comenta San Cirilo– «aceptaba sus convites para ser útil con sus palabras y milagros a los que asistían a ellos»2. El Maestro no desaprovecha ninguna ocasión para redimir a las almas, y los banquetes eran una buena oportunidad para hablar del Reino de los Cielos.

En este día, cuando ya estaban sentados a la mesa, se puso delante de Él un hombre hidrópico; este hombre aprovecha probablemente una costumbre que permitía entrar a todos en la casa donde se daba un agasajo. El enfermo no dice nada, no pide nada, simplemente está delante del Médico divino. «Esta bien podría ser nuestra postura, nuestra actitud interior: ponernos así ante Jesús. Ponernos así, con nuestra hidropesía, con nuestra miseria personal, con nuestros pecados... Ante Dios, ante la mirada compasiva de Dios. Podemos tener la absoluta seguridad de que Él nos tomará de la mano y nos curará»3.

Jesús, al ver al enfermo ante Él, se llena de misericordia, y le cura, a pesar de los que estaban al acecho para ver si sanaba en sábado. Actúa con claridad y no se deja llevar por respetos humanos, por lo que murmuraron aquellos que se consideraban a sí mismos como maestros e intérpretes de la Ley. Después, el Señor les hace ver que la misericordia no quebranta el sábado, y les pone un ejemplo lleno de sentido común: ¿quién de vosotros, si se le cae al pozo un burro o un buey, no lo saca enseguida en día de sábado? Y no pudieron responderle a esto, porque todos se darían buena prisa en salvarlo.

Nuestra actitud al vivir la fe cristiana en un ambiente en el que existan recelos, falsos escándalos o simples incomprensiones por ignorancia, sin mala fe, ha de ser la misma de Jesús. Nunca debemos ser oportunistas; nuestra actitud debe ser clara, consecuente con la fe que profesamos. Muchas veces esa actuación decidida, sin tapujos ni miedos, será de una gran eficacia apostólica. Por el contrario, «asusta el daño que podemos producir, si nos dejamos arrastrar por el miedo o la vergüenza de mostrarnos como cristianos en la vida ordinaria»4. No dejemos de manifestarnos cristianos, con sencillez y naturalidad, cuando la situación lo requiera. Nunca nos arrepentiremos de ese comportamiento consecuente con nuestro ser más íntimo. Y el Señor se llenará de gozo al mirarnos.

II. Toda la vida de Jesús está llena de unidad y de firmeza. Jamás se le ve vacilar. «Ya su modo de hablar, las repetidas expresiones: Yo he venido, Yo no he venido, traducen perfectamente ese  y ese no, consciente e inquebrantable, y esa sumisión absoluta a la voluntad del Padre, que constituye la ley de su vida (...). Jamás en todo su ministerio, ya sea en sus palabras o en su modo de obrar, se le ve vacilar, permanecer indeciso, y menos volverse atrás»5. Él pide a quienes le seguimos esa voluntad firme en cualquier situación. El dejarse llevar por el respeto humano es propio de personas con una formación superficial, sin criterios claros, sin convicciones profundas, o débiles de carácter. Los respetos humanos son consecuencia de valorar más la opinión de los demás que el juicio de Dios, sin tener en cuenta las palabras de Jesús: si alguien se avergüenza de Mí y de mis palabras..., el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de sus santos ángeles6.

Los respetos humanos pueden venir respaldados por la comodidad de no querer llevarse un mal rato, pues es más fácil seguir la corriente; o por el miedo a poner en peligro un cargo público, por ejemplo; o por el deseo de no distinguirse de los demás, de permanecer en el anonimato. Quien sigue al Señor no debe olvidar que ha de ser como los demás buenos cristianos y que está íntimamente comprometido con Cristo y con su doctrina. «Brille el ejemplo de nuestra vida y no hagamos ningún caso de las críticas», aconsejaba San Juan Crisóstomo. «No es posible –añadía– que quien de verdad se empeñe por ser santo, deje de tener muchos que no le quieran. Pero eso no importa, pues hasta con tal motivo aumenta la corona de su gloria. Por eso, a una sola cosa hemos de atender: a ordenar con perfección nuestra propia conducta. Si hacemos esto, conduciremos a una vida cristiana a los que andan en tinieblas»7, y seremos el apoyo firme para muchos que vacilan. Una vida coherente con las propias convicciones atrae profundamente a muchos y merece el respeto de todos. Muchas veces es el camino del que Dios se vale para atraer a otros a la fe. El buen ejemplo siempre deja una buena semilla sembrada que, más o menos pronto, dará su fruto. «Y esto de hacer uno –advierte Santa Teresa– lo que ve resplandecer de virtud en otro pégase mucho. Este es un buen aviso; no se os olvide»8.

Es cierto que cualquier persona tiende a rehuir las actuaciones que le acarrearían cierto desprecio o burla de amigos, compañeros de trabajo, colegas..., o sencillamente la incomodidad de ir contra corriente. Pero también es bien cierto que el amor a Cristo, ¡a quien tanto debemos!, nos ayuda a superar esa tendencia, para recuperar la «libertad de los hijos de Dios» que nos lleva a movernos con soltura y sencillez, como buenos cristianos, en los ambientes más adversos.

III. Los cristianos de la primera hora actuaron con esa valentía propia de quien tiene fundamentada su vida en un cimiento firme. José de Arimatea y Nicodemo, que habían sido discípulos menos conocidos de Jesús a la hora de los milagros, no tuvieron reparo en presentarse ante el Procurador romano y hacerse cargo del Cuerpo muerto del Señor: «son valientes declarando ante la autoridad su amor a Cristo –“audacter”– con audacia, a la hora de la cobardía»9. De modo semejante se comportaron los Apóstoles ante la coacción del Sanedrín y ante las persecuciones posteriores, bien convencidos de que la doctrina de la Cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios10. No olvidemos que para muchos será una necedad el mantener firmes los vínculos de la fidelidad matrimonial, el no participar en negocios rentables poco honestos, la generosidad en el número de hijos, que llevará a algunas privaciones económicas, el ayuno, la abstinencia, la mortificación corporal (¡que tanto ayuda al alma a entenderse con Dios!)... San Pablo afirma que nunca se avergonzó del Evangelio11, y así se la aconseja vivamente a Timoteo: porque Dios no nos dio un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza. Así, pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; al contrario, comparte conmigo los sufrimientos por el evangelio con fortaleza de Dios12.

El Señor, cuando se encuentra con aquel hombre enfermo en casa del fariseo que le ha invitado, no deja de curarlo, a pesar de que era sábado y de las críticas que resultarían del milagro, En medio de aquel ambiente hostil, lo cómodo hubiera sido esperar otra situación, otro día de la semana. Nos enseña hoy a nosotros a llevar a cabo lo que debamos hacer, con independencia del «qué dirán», de los comentarios adversos que quizá provoquen nuestras palabras o nuestra actuación. Una cosa debe importarnos ante todo: el juicio de Dios en aquella situación. La opinión de los demás, muy en segundo lugar. Si alguna vez debemos callar u omitir una obra ha de ser porque así lo dicta la verdadera prudencia, y no la cobardía y el miedo a sufrir una contrariedad. ¿Qué menos podemos padecer por Quien sufrió por nosotros la muerte, y muerte de Cruz?

¡Qué bien tan grande haremos a los demás si nuestra vida es coherente con nuestros principios cristianos! ¡Qué alegría la del Señor cuando nos vea como verdaderos discípulos suyos, que no se esconden ni se avergüenzan de serlo! Pidamos a Nuestra Señora la firmeza que Ella tuvo al pie de la Cruz, junto a su Hijo, cuando las circunstancias eran tan hostiles y dolorosas.


Salmo 50: Misericordia, Dios mío

Ant: Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

¡Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor.

Habacuc 3, 2-4.13a.15-19: Juicio de Dios

Ant: En tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia.

Señor, he oído tu fama,
me ha impresionado tu obra.
En medio de los años, realízala;
en medio de los años, manifiéstala;
en el terremoto, acuérdate de la misericordia.

El Señor viene de Temán;
el Santo, del monte Farán:
su resplandor eclipsa el cielo,
la tierra se llena de su alabanza;
su brillo es como el día,
su mano destella velando su poder.

Sales a salvar a tu pueblo,
a salvar a tu ungido;
pisas el mar con tus caballos,
revolviendo las aguas del océano.

Lo escuché y temblaron mis entrañas,
al oírlo se estremecieron mis labios;
me entró un escalofrío por los huesos,
vacilaban mis piernas al andar;
gimo ante el día de angustia
que sobreviene al pueblo que nos oprime.

Aunque la higuera no echa yemas
y las viñas no tienen fruto,
aunque el olivo olvida su aceituna
y los campos no dan cosechas,
aunque se acaben las ovejas del redil
y no quedan vacas en el establo,
yo exultaré con el Señor,
me gloriaré en Dios, mi salvador.

El Señor soberano es mi fuerza,
él me da piernas de gacela
y me hace caminar por las alturas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: En tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia.

Salmo 147: Acción de gracias por la restauración de Jerusalén

Ant: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Lectura

Ef 2,13 -16

Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear con los dos, en él, un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio.

V/. Invoco al Dios altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

R/. Invoco al Dios altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

V/. Desde el cielo me enviará la salvación.

R/. Al Dios que hace tanto por mí.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Invoco al Dios altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

Cántico Ev.

Ant: Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto.

Preces

Adoremos a Cristo que, en virtud del Espíritu eterno, se ofreció a Dios como sacrificio sin mancha, para purificar nuestras conciencias de las obras muertas, y digámosle con fe:

Nuestra paz, Señor, es cumplir tu voluntad.

- Tú que nos has dado la luz del nuevo día,
concédenos también caminar por sendas de vida nueva.


- Tú que todo lo has creado con tu poder, y con tu providencia lo conservas todo,
ayúdanos a descubrirte presente en todas tus criaturas.


- Tú que has sellado con tu sangre un pacto nuevo y eterno,
haz que, obedeciendo siempre tus mandatos, permanezcamos fieles a esa alianza.


- Tú que, colgado en la cruz, quisiste que de tu costado manara agua con la sangre,
purifica con esta agua nuestros pecados y alegra con este manantial a la ciudad de Dios.

Ya que Dios nos ha adoptado como hijos, oremos al Padre como nos enseñó el Señor:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Señor, Dios todopoderoso, te pedimos nos concedas que, del mismo modo que hemos cantado tus alabanzas en esta celebración matutina, así las podamos cantar también plenamente, en la asamblea de tus santos, por toda la eternidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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