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jueves, 9 de noviembre de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


La dedicación de la Basílica de Letrán, fiesta



Fiesta

09 Noviembre

Biografía


Según una tradición que arranca del siglo XII, se celebra el día de hoy el aniversario de la dedicación de la basílica construida por el emperador Constantino en el Laterano. Esta celebración fue primero una fiesta de la ciudad de Roma; más tarde se extendió a toda la Iglesia de rito romano, con el fin de honrar aquella basílica, que es llamada «madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe», en señal de amor y de unidad para con la cátedra de Pedro que, como escribió san Ignacio de Antioquia, «preside a todos los congregados en la caridad».

V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Congregados en la casa de Dios, adoremos a Cristo, Esposo de la Iglesia.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Congregados en la casa de Dios, adoremos a Cristo, Esposo de la Iglesia.

 
Himno

Piedra angular y fundamento es Cristo
del templo espiritual que al Padre alaba,
en comunión de amor con el Espíritu
viviente, en lo más íntimo del alma.

Piedras vivas son todos los cristianos,
ciudad, reino de Dios edificándose,
entre sonoros cánticos de júbilo,
al Rey del universo, templo santo.

El cosmos de alegría se estremece
en latido vital de nueva savia,
al pregustar el gozo y la alegría
de un cielo y una tierra renovados.

Cantad, hijos de Dios, adelantados
del Cristo total, humanidad salvada,
en la que Dios en todos será todo,
comunión viva en plenitud colmada.

Demos gracias al Padre, que nos llama
a ser sus hijos en el Hijo amado,
abramos nuestro espíritu al Espíritu,
adoremos a Dios que a todos salva. Amén.

Salmo 23: Entrada solemne de Dios en su templo

Ant: ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
Él la fundó sobre los mares,
Él la afianzó sobre los ríos.

- ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

- El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

- Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

- ¿Quién es ese Rey de la gloria?
- El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

- ¿Quién es ese Rey de la gloria?
- El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas.

Salmo 83: Añoranza del templo

Ant: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!

¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación:

Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver a Dios en Sión.

Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.

Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.

Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria;
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.

¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!

Salmo 86: Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos

Ant: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Este ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

V/. Me postraré hacia tu santuario.

R/. Daré gracias a tu nombre, Señor.

Lectura

V/. Me postraré hacia tu santuario.

R/. Daré gracias a tu nombre, Señor.

Como piedras vivas, entráis en la construcción


1P 2,1-17

Queridos hermanos: Despojaos de toda maldad, de toda doblez, fingimiento, envidia y de toda maledicencia. Como el niño recién nacido ansía la leche, ansiad vosotros la auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos; ya que habéis saboreado lo bueno que es el Señor.

Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Dice la Escritura: «Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado.»

Para vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la «piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular», en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

Queridos hermanos, como forasteros en país extraño, os recomiendo que os apartéis de los deseos carnales que os hacen la guerra. Vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así, mientras os calumnian como si fuerais criminales, verán con sus propios ojos que os portáis honradamente y darán gloria a Dios el día que él los visite.

Acatad toda institución humana por amor del Señor; lo mismo al emperador, como a soberano, que a los gobernadores, como delegados suyos para castigar a los malhechores y premiar a los que hacen el bien. Porque así lo quiere Dios: que, haciendo el bien, le tapéis la boca a la estupidez de los ignorantes; y esto como hombres libres; es decir, no usando la libertad como tapadera de la villanía, sino como siervos de Dios. Mostrad consideración a todo el mundo, amad a vuestros hermanos, temed a Dios, honrad al emperador.

R/. Tus murallas serán adornadas con piedras preciosas, y tus torres serán construidas con perlas.


V/. Las puertas de Jerusalén serán renovadas con zafiro y esmeraldas, y todos tus muros con piedras preciosas.

R/. Y tus torres serán construidas con perlas.

L. Patrística

Todos, por el bautismo, hemos sido hechos templos de Dios
San Cesáreo de Arlés, obispo

Sermón 229,1-3 (CCL 104,905-908)

Hoy, hermanos muy amados, celebramos con gozo y alegría, por la benignidad de Cristo, la dedicación de este templo; pero nosotros debemos ser el templo vivo y verdadero de Dios. Con razón, sin embargo, celebran los pueblos cristianos la solemnidad de la Iglesia madre, ya que son conscientes de que por ella han renacido espiritualmente. En efecto, nosotros, que por nuestro primer nacimiento fuimos objeto de la ira de Dios, por el segundo hemos llegado a ser objeto de su misericordia. El primer nacimiento fue para muerte; el segundo nos restituyó a la vida.

Todos nosotros, amadísimos, antes del bautismo, fuimos lugar en donde habitaba el demonio; después del bautismo, nos convertimos en templos de Cristo. Y, si pensamos con atención en lo que atañe a la salvación de nuestras almas, tomamos conciencia de nuestra condición de templos verdaderos y vivos de Dios. Dios habita no sólo en templos construidos por hombres ni en casas hechas de piedra y de madera, sino principalmente en el alma hecha a imagen de Dios y construida por él mismo, que es su arquitecto. Por esto, dice el apóstol Pablo: El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.

Y, ya que Cristo, con su venida, arrojó de nuestros corazones al demonio para prepararse un templo en nosotros, esforcémonos al máximo, con su ayuda, para que Cristo no sea deshonrado en nosotros por nuestras malas obras. Porque todo el que obra mal deshonra a Cristo. Como antes he dicho, antes de que Cristo nos redimiera éramos casa del demonio; después hemos llegado a ser casa de Dios, ya que Dios se ha dignado hacer de nosotros una casa para sí.

Por esto, nosotros, carísimos, si queremos celebrar con alegría la dedicación del templo, no debemos destruir en nosotros, con nuestras malas obras, el templo vivo de Dios. Lo diré de una manera inteligible para todos: debemos disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos encontrar dispuesta la iglesia cuando venimos a ella.

¿Deseas encontrar limpia la basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas, sino que sea verdad lo que dice el Señor: que brille en nosotros la luz de las buenas obras y sea glorificado aquel que está en los cielos. Del mismo modo que tú entras en esta iglesia, así quiere Dios entrar en tu alma, como tiene prometido: Habitaré y caminaré con ellos.

R/. Vi que manaba agua del lado derecho del templo. Aleluya. Y habrá vida donde quiera que llegue la corriente, y cantarán: «Aleluya, aleluya.»


V/. En la dedicación del templo, cantaba el pueblo alabanzas, y en la boca de todos resonaba una dulce canción.

R/. Y habrá vida donde quiera que llegue la corriente, y cantarán: «Aleluya, aleluya.»

Te Deum

(sólo domingos, solemnidades y fiestas)


A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.


Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

La dedicación de la Basílica de Letrán, fiesta

Ez 47,1-2.8-9.12: Vi que manaba agua del lado derecho del templo y habrá vida dondequiera que llegue la corriente.

En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo.

Del zaguán del templo manaba agua hacia levante –el templo miraba a levante–. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar.

Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho.

Me dijo:

–«Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente.

A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.»

Sal 45,2-3.5-6.8-9: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:
pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe.

1Co 3,9c-11.16-17: Sois templo de Dios.

Hermanos:

Sois edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye.

Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.

¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?

Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros

Jn 2,13-22: Hablaba del templo de su cuerpo.

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

–«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

–«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó:

–«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Los judíos replicaron:

–«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 15,1-10: Compartir la misericordia y la alegría de Jesús. “Habrá más alegría por un solo pecador que se convierta”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

Los fariseos y los rabinos no entienden por qué Jesús se reúne con tanta frecuencia, en cenas festivas, con gente que tiene conducta digna de reprobación.

Jesús responde con las tres hermosas parábolas de la misericordia que leemos en Lc 15: (1) de la oveja perdida (vv.4.7); (2) de la moneda perdida (vv.8-10) y (3) del hijo perdido (vv.11-32). Las tres parábolas tienen un esquema similar: (1) algo o alguien se pierde; (2) el propietario o el padre hacen gestos insólitos en la recuperación de lo perdido; (3) se invita a los demás a compartir la alegría, a entrar en la fiesta y, por supuesto a imitar el comportamiento misericordioso. Tenemos, entonces, una profunda lección que explana lo dicho por Jesús en 6,36: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.

La liturgia de hoy nos propone que nos detengamos en las dos primeras parábolas, la de la oveja y la de la moneda perdida.

Según la manera de pensar de los animadores de la experiencia religiosa de Israel de esa época, el comportamiento de Jesús no encaja en sus esquemas, puesto que es el pecador el que tiene que arrepentirse y volver a Dios, no que Dios tenga que ir a buscarlo. Igualmente les suena extraño que Jesús le haga la fiesta a los que se convierten, en lugar de reprenderlos y someterlos disciplinariamente.

El comportamiento del pastor que busca a la oveja tiene mucho de insólito: deja las 99 ovejas en el desierto, es decir, que las deja en situación de riesgo, con tal de rescatar una sola. Es decir, él se la juega toda por la recuperación de la oveja perdida. La lógica común sería: “no importa que se pierda una, al fin y al cabo es una, me quedan 99”. Pero la lógica del pastor es otra: el se devuelve en el camino buscando a la oveja que, probablemente por su debilidad, no fue capaz de caminar al ritmo de las otras.

El comportamiento de la mujer no es menos extraño. Las casas normalmente tienen una sola sala, de manera que cuando se van todos a dormir, toda la casa es cama. ¿A quién se le ocurre, por una sola moneda, levantarse para prender la luz, levantar toda la familia y sacudir todas las sábanas a esa hora? ¿Por una sola moneda? Si todavía le quedan 9 lo normal sería decir: “Que se pierda una sola o me espero hasta mañana, al fin y al cabo, tengo la mayor parte segura”. Pero la lógica de esta ama de casa es otra.

Pues así es Jesús, con esa lógica y con ese celo vive su ministerio: traer de nuevo a casa a los hermanos que se han perdido y necesitan apoyo y asistencia. Jesús se la juega toda por ellos, porque para él cada persona tiene un valor incalculable, mucho más si forma parte de toda esta humanidad caída. Santa María Eufrasia resumía esta actitud de Jesús con la frase: “una vida vale más que el mundo entero”.

Y en la conclusión de las parábolas se termina con una gran fiesta: el pastor reúne a sus compañeros pastores y la mujer reúne a sus amigas y vecinas (¡a esa hora de la noche!) para celebrar. Así es la “alegría del cielo”, que es la alegría de Dios que goza intensamente con la vida de sus hijos que, de la mano de Jesús, dándole un giro a su vida van redescubriendo el camino que conduce a la plenitud. También en esto un discípulo está llamado a ser como su Maestro. Por eso Jesús y su Padre hoy nos dicen: “Alegraos conmigo”.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Hay alguna persona de mi familia o de mi comunidad que está requiriendo de esa búsqueda de que habla el evangelio?

2. ¿Valoro cada persona, una por una, como Dios lo hace?

3. ¿Me gozo continuamente en el Señor, celebrando los pequeños pasos que las personas que me rodean van dando en su caminar?



9 de noviembre

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN*


Fiesta

— Los templos, símbolo de la presencia de Dios entre los hombres.

— Jesucristo, realmente presente en nuestras iglesias.

— La gracia divina nos hace templos vivos de Dios.

I. Los judíos celebraban cada año la fiesta de la Dedicación1 en recuerdo de la purificación y restablecimiento del culto en el Templo de Jerusalén después de la victoria de Judas Macabeo sobre el rey Antíoco2. Durante una semana se celebraba en toda Judea este aniversario. Se llamaba también Fiesta de las luces, porque era costumbre encender lámparas, símbolo de la Ley, y ponerlas en las ventanas de las casas, en número creciente con los días de la fiesta3. Esta celebración fue recogida por la Iglesia para conmemorar el aniversario en que los templos fueron convertidos en lugares destinados al culto. De modo particular, «cada año se celebra en el conjunto del rito romano la dedicación de la Basílica de Letrán, la más antigua y la primera en dignidad de las iglesias de occidente». Además, «en cada diócesis se celebra la dedicación de la catedral, y cada iglesia conmemora el recuerdo de su propia dedicación»4.

La fiesta que hoy celebramos tiene una especial importancia, pues la Basílica de Letrán fue la primera iglesia bajo la advocación del Salvador, levantada en Roma por el emperador Constantino. Sigue siendo en la actualidad la catedral del Romano Pontífice. La fiesta se celebra en toda la Iglesia como muestra de unidad con el Papa.

El templo siempre fue considerado entre los judíos como lugar de una particular presencia de Yahvé. Ya en el desierto se manifestaba en la Tienda del encuentro: allí hablaba Moisés con el Señor, como se habla con un amigo; la columna de nube signo de Su presencia descendía entonces y se detenía a la entrada de la Tienda5. Era el ámbito donde estará presente su Nombre, su Ser infinito e inefable, para escuchar y atender a sus fieles. Cuando Salomón hubo construido el Templo de Jerusalén, en la fiesta de su dedicación pronunció estas palabras: ¿En verdad morará Dios sobre la tierra? Los cielos y los cielos de los cielos no son capaces de contenerte; ¡cuánto menos esta casa que yo he edificado! Pero, con todo, atiende a la plegaria de tu siervo, Yahvé, Dios mío, y oye la oración que hoy hace tu siervo ante Ti. Que estén abiertos tus ojos noche y día sobre este lugar, del que has dicho: «En él estará mi Nombre»; y oye, pues, la oración de tu siervo y la de tu pueblo, Israel; cuando oren en este lugar, óyela Tú también desde el lugar de tu morada de los cielos...6.

A nuestras iglesias vamos al encuentro con nuestro Dios, que nos espera, con una presencia real, en la Eucaristía custodiada en el Sagrario.

El templo, enseña el Papa Juan Pablo II, «es casa de Dios y casa vuestra. Apreciadlo, pues, como lugar de encuentro con el Padre común»7. La iglesia-edificio representa y significa la Iglesia-asamblea, formada por piedras vivas, que son los cristianos, consagrados a Dios por su Bautismo8. «El lugar donde la comunidad cristiana se reúne para escuchar la palabra de Dios, elevar preces de intercesión y de alabanza a Dios y, principalmente, para celebrar los sagrados misterios, y donde se reserva el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, es imagen peculiar de la Iglesia, templo de Dios, edificado con piedras vivas; también el altar, que el pueblo santo rodea para participar del sacrificio del Señor y alimentarse con el banquete celeste, es signo de Cristo, sacerdote, hostia y altar de su mismo sacrificio»9. Vamos con toda reverencia, pues nada más respetable que la casa del Señor; «¿qué respeto no deben inspirar nuestras iglesias, donde se ofrece el sacrificio del Cielo y de la tierra, la Sangre de un Dios hecho Hombre?»10. Vamos también con la confianza de quien sabe bien que encuentra a Jesucristo, su Amigo, que dio la vida por amor a él; allí nos aguarda cada día. Es también la casa común donde encontramos a nuestros hermanos.

II. Las iglesias son el lugar de reunión de los miembros del nuevo Pueblo de Dios, que se congregan para rezar juntos. En ellas encontramos a Jesús, pues donde dos o más se reúnen en su nombre, allí está Él en medio de ellos11; allí oímos su voz. Pero, sobre todo, allí encontramos a Jesús, real y sustancialmente presente en la Sagrada Eucaristía. Está presente con su Divinidad y con su Humanidad santísima, con su Cuerpo y con su Alma. Allí nos ve y nos oye, y nos atiende como socorría a aquellos que llegaban, necesitados, de todas las ciudades y aldeas12. A Jesús presente en el Sagrario podemos manifestarle nuestros anhelos y preocupaciones, las dificultades, las flaquezas, y los deseos de amarle cada día más. El mundo sería bien distinto si Jesús no se hubiera quedado con nosotros. ¿Cómo no vamos a amar nuestros templos y oratorios, donde Jesús nos espera? ¡Tantas alegrías hemos recibido junto al Sagrario! ¡Tantas penas que nos atormentaban las hemos dejado allí! ¡En tantas ocasiones hemos vuelto al ajetreo de la vida ordinaria fortalecidos y esperanzados! Tampoco podemos olvidar que en el templo se encuentra el altar sobre el que se renueva cada día el Sacrificio de valor infinito que el Señor realizó en el Calvario. Cada día, en estos lugares dedicados al culto y a la oración, nos llegan incontables gracias de la misericordia divina.

Cuando un huésped ilustre se queda en una casa, sería una gran descortesía no atenderlo bien, o hacer caso omiso de él. ¿Somos siempre conscientes de que Jesús es nuestro Huésped aquí en la tierra, de que necesita de nuestras atenciones? Examinemos hoy si al entrar en una iglesia nos dirigimos enseguida a saludar a Jesús en el Sagrario, si nos comportamos siempre como corresponde a un lugar donde Dios habita de una manera particular, si las genuflexiones ante Jesús Sacramentado son un verdadero acto de fe, si nos alegramos siempre que pasamos cerca de un templo, donde Cristo se halla realmente presente. «¿No te alegra si has descubierto en tu camino habitual por las calles de la urbe ¡otro Sagrario!?»13. Y seguimos nuestros quehaceres con más alegría y con más paz.

III. En la Nueva Alianza, el verdadero templo ya no está hecho por manos de hombres: es la santa Humanidad de Jesús la que en adelante es el Templo de Dios por excelencia. Él mismo había dicho: Destruid este Templo y en tres días lo levantaré. Y explica el Evangelista: Él hablaba del Templo de su Cuerpo14. Y si el Cuerpo físico de Jesús es el nuevo Templo de Dios, también lo es la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, en el que el mismo Jesucristo es la piedra angular, sobre la que se apoya la nueva edificación. «Rechazado, desechado, dejado a un lado, dado por muerto entonces como ahora, el Padre lo hizo y lo hace siempre la base sólida e inconmovible de la nueva construcción. Y lo hace tal por su resurrección gloriosa (...).

»El nuevo templo, Cuerpo de Cristo, espiritual, invisible, está construido por todos y cada uno de los bautizados sobre la viva piedra angular, Cristo, en la medida en que a Él se adhieren y en Él crecen hasta la plenitud de Cristo. En este templo y por él, morada de Dios en el Espíritu, Él es glorificado, en virtud del sacerdocio santo que ofrece sacrificios espirituales (1 Pdr 2, 5), y su Reino se establece en este mundo»15. San Pablo lo recordaba frecuentemente a los primeros cristianos: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?16.

Hemos de considerar frecuentemente que la Santísima Trinidad «por medio de la gracia de Dios inhabita en el alma justa como en un templo, de un modo íntimo y singular»17. La meditación de esta realidad maravillosa nos ayuda a ser más conscientes de la transcendencia que tiene vivir en gracia de Dios, y el profundo horror que hemos de tener al pecado, «que destruye el templo de Dios», privando al alma de la gracia y de la amistad divinas. Mediante esta inhabitación, podemos gozar de un anticipo de lo que será la visión beatífica en el Cielo, ya que «esta admirable unión solo en la condición y estado se diferencia de aquella en que Dios llena a los bienaventurados beatificándolos»18.

La presencia de Dios en nuestra alma nos invita a procurar un trato más personal y directo con el Señor, al que en todo momento buscamos en el fondo de nuestras almas.

Esta Basílica es uno de los primeros templos que los cristianos pudieron erigir después de la época de las persecuciones. Fue consagrada por el Papa Silvestre el 9 de noviembre del año 324. Esta fiesta, que al principio solo se celebraba en Roma, pasó a ser fiesta universal en el rito romano, en honor de esta iglesia, llamada «Madre y Cabeza de todas las iglesias de Roma y de todo el mundo (Urbis et orbis)», como signo de amor y de unidad para con la Cátedra de San Pedro. La historia de esta Basílica evoca la llegada a la fe de millares y millares de personas que allí recibieron el Bautismo.





Salmo 62,2-9: El alma sedienta de Dios

Ant: Mi casa se llama casa de oración.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mi casa se llama casa de oración.

Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor

Ant: Bendito eres, Señor, en el templo de tu santa gloria.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

Ant: Bendito eres, Señor, en el templo de tu santa gloria.

Salmo 149: Alegría de los santos

Ant: Cantad al Señor en la asamblea de los fieles.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Cantad al Señor en la asamblea de los fieles.

Lectura

Is 56,7

Los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos.

V/. Grande es el Señor y muy digno de alabanza.

R/. Grande es el Señor y muy digno de alabanza.

V/. En la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo.

R/. Y muy digno de alabanza.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Grande es el Señor y muy digno de alabanza.

Cántico Ev.

Ant: «Zaqueo, baja en seguida; porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. «Hoy Dios ha dado la salvación a esta casa.» Aleluya.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: «Zaqueo, baja en seguida; porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. «Hoy Dios ha dado la salvación a esta casa.» Aleluya.

Preces

Como piedras vivas, edificadas sobre Cristo, la piedra escogida, oremos al Padre todopoderoso por su Iglesia amada y confesemos nuestra fe en ella, diciendo:

Ésta es la casa de Dios y la puerta del cielo

- Padre del cielo, tú que eres el labrador, guarda, purifica y acrecienta tu viña,
haciendo que sus sarmientos llenen toda la tierra.


- Pastor eterno, protege y acrecienta tu rebaño,
y haz que todas las ovejas se reúnan en un solo redil bajo un solo pastor, Jesucristo, tu Hijo.


- Sembrador todopoderoso, siembra la palabra en tu campo,
y haz que dé frutos del ciento por uno para la vida eterna.


- Arquitecto prudente, santifica tu familia, que es la Iglesia, y haz que aparezca ante el mundo como ciudad celestial, nueva Jerusalén y esposa sin tacha.

Acudamos ahora a nuestro Padre celestial, diciendo:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

En la misma iglesia dedicada::

Señor, tú que nos haces revivir cada año el día de la consagración de esta iglesia, escucha las plegarias de tu pueblo, y haz que en este lugar se te ofrezca siempre un servicio digno y así tus fieles obtengan los frutos de una plena redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

Fuera de la iglesia dedicada::

Señor, tú que edificas el templo de tu gloria con piedras vivas y elegidas, multiplica en tu Iglesia los dones del Espíritu Santo, a fin de que tu pueblo crezca siempre para edificación de la Jerusalén celeste. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

o bien:

Señor, Dios nuestro, que has querido que tu pueblo se llamara Iglesia, haz que, reunida en tu nombre, te venere, te ame, te siga y, guiada por ti, alcance el reino que le has prometido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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