Custodia

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Saludo

Bendición

lunes, 28 de agosto de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.

 
Himno

Cristo, cabeza, rey de los pastores,
el pueblo entero, madrugando a fiesta,
canta a la gloria de tu sacerdote
himnos sagrados.

Con abundancia de sagrado crisma,
la unción profunda de tu Santo Espíritu
le armó guerrero y le nombró en la Iglesia
jefe del pueblo.

Él fue pastor y forma del rebaño,
luz para el ciego, báculo del pobre,
padre común, presencia providente,
todo de todos.

Tú que coronas sus merecimientos,
danos la gracia de imitar su vida,
y al fin, sumisos a su magisterio,
danos su gloria. Amén.

Salmo 6: Oración del afligido que acude a Dios

Ant: Sálvame, Señor, por tu misericordia.

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo?

Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?

Estoy agotado de gemir:
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tantas contradicciones.

Apartaos de mí, los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.

Que la vergüenza abrume a mis enemigos,
que avergonzados huyan al momento.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Sálvame, Señor, por tu misericordia.

Salmo 9 A-I: Acción de gracias por la victoria

Ant: El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo,
y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.

Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho,
sentado en tu trono como juez justo.

Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua,
arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.

Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él juzgará el orbe con justicia
y regirá las naciones con rectitud.

Él será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confiarán en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro.

Salmo 9 A-II:

Ant: Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

Tañed en honor del Señor, que reside en Sión;
narrad sus hazañas a los pueblos;
él venga la sangre, él recuerda
y no olvida los gritos de los humildes.

Piedad, Señor; mira como me afligen mis enemigos;
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.

Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
El Señor apareció para hacer justicia,
y se enredó el malvado en sus propias acciones.

Vuelvan al abismo los malvados,
los pueblos que olvidan a Dios.
Él no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza del humilde perecerá.

Levántate, Señor, que el hombre no triunfe:
sean juzgados los gentiles en tu presencia.
Señor, infúndeles terror,
y aprendan los pueblos que no son más que hombres.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

V/. Escucharás una palabra de mi boca.

R/. Y les darás la alarma de mi parte.

Lectura

V/. Escucharás una palabra de mi boca.

R/. Y les darás la alarma de mi parte.

La salvación prometida a los pobres de Israel


So 3,8-20

«Esperad -oráculo del Señor- a que yo me levante a acusar, porque yo suelo reunir a los pueblos, juntar a los reyes, para derramar sobre ellos mi furor, el incendio de mi ira; en el fuego de mi celo se consumirá la tierra entera.

Entonces, daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes. Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me traerán ofrendas.

Aquel día, no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas, y no volverás a gloriarte sobre mi monte santo. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos.

Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.

Aquel día, dirán a Jerusalén: "No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta."

Apartaré de ti la amenaza, el oprobio que pesa sobre ti. Entonces destruiré a tus enemigos, salvaré a los inválidos, reuniré a los dispersos; les daré fama y renombre en la tierra, donde ahora los desprecian. Entonces os traeré cuando os haya congregado. Os haré renombrados y famosos entre los pueblos de la tierra cuando cambie vuestra suerte ante sus ojos.» Oráculo del Señor.

R/. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, confiará en el Señor el resto de Israel.


V/. Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor.

R/. Confiará en el Señor el resto de Israel.

L. Patrística

¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad!
San Agustín, obispo

Del libro de las Confesiones (libros 7,10.18;10,27: CSEL 33,157-163.255)

Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.

¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí».

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

R/. Oh verdad, luz de mi corazón, ya no me hablan mis tinieblas; me equivoqué, pero me he acordado de ti; y ahora vuelvo sediento y fatigado hasta tu fuente.


V/. He vivido sin vivir; mal he vivido por mí, pero en ti vuelvo a la vida.

R/. Y ahora vuelvo sediento y fatigado hasta tu fuente.

San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria

1Ts 1,1-5.8b-10: Abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para vivir aguardando la vuelta de su Hijo, a quien ha resucitado.

Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz.

Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones.

Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor.

Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda.

Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien.

Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que os libra del castigo futuro.

Sal 149,1-2.3-4.5-6a.9b: El Señor ama a su pueblo.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre. Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a os humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas,
con vítores a Dios en la boca;
es un honor para todos sus fieles.

Mt 23,13-22: ¡Ay de vosotros, guías ciegos!

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo:

-¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren.

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que devoráis los bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones! Vuestra sentencia será por eso más severa.

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís, lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros!

¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «¡Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga!» ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el templo que consagra el oro?

O también: «Jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en el altar sí obliga». ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Quien jura por el altar, jura también por todo lo que está sobre él; quien jura por el templo, jura también por el que habita en él; y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en él.

21ª semana. Lunes

DOCILIDAD EN LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL


— Necesidad de que alguien guíe nuestra alma en su camino hacia Dios.

— A quién debemos acudir. Visión sobrenatural en la dirección espiritual.

— Constancia, sinceridad y docilidad.

I. Os deseamos la gracia y la paz de Dios Padre y del Señor Jesucristo -escribe San Pablo a los cristianos de Tesalónica-. Y es deber nuestro dar gracias continuas a Dios por vosotros, hermanos; y es justo, pues vuestra fe crece vigorosamente, y vuestro amor, de cada uno por todos, y de todos por cada uno, sigue aumentando1. Con la asistencia del Espíritu Santo a su Iglesia, los primeros fieles gozaron del desvelo sacrificado de sus pastores. Por contraste, los fariseos no supieron guiar al Pueblo elegido porque, culpablemente, se quedaron sin luz, y echaron sobre los hijos de Israel una carga áspera y dura, que además no les llevaba a Dios. El Señor les llama en el Evangelio de la Misa2 guías ciegos, incapaces de señalar a otros el verdadero camino.

Una de las gracias más grandes que podemos haber recibido es la de tener quien nos oriente en esta senda de la vida interior; y si no hemos encontrado aún a quien nos enseñe y aconseje, en nombre de Dios, en la construcción del propio edificio espiritual, pidámoslo al Señor: quien busca, encuentra; el que pide, recibe; al que llama, se le abrirá3. Él no dejará de darnos este gran bien.

En la dirección espiritual vemos a esa persona, puesta por el Señor, que conoce bien el camino, a quien abrimos el alma y hace de maestro, de médico, de amigo, de buen pastor en las cosas que a Dios se refieren. Nos señala los posibles obstáculos, nos sugiere metas más altas en la vida interior y puntos concretos para que luchemos con eficacia; nos anima siempre, ayuda a descubrir nuevos horizontes y despierta en el alma hambre y sed de Dios, que la tibieza, siempre al acecho, querría apagar. La Iglesia, desde los primeros siglos, recomendó siempre la práctica de la dirección espiritual personal como medio eficacísimo para progresar en la vida cristiana.

Es muy difícil que alguien pueda guiarse a sí mismo en la vida interior. Tantas veces el apasionamiento, la falta de objetividad con que nos vemos a nosotros mismos, el amor propio, la tendencia a dejarnos llevar por lo que más nos gusta, por aquello que nos resulta más fácil..., van difuminando el camino que lleva a Dios (¡tan claro quizá al principio!), y cuando no hay claridad viene el estancamiento, el desánimo y la tibieza. «El que solo quiere estar, sin arrimo y guía, será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, y que por más fruta que tenga, los viadores se la cogerán y no llegará a sazón (...).

»El alma sola sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo; antes se irá enfriando que encendiendo»4.

Es una gracia muy particular del Señor poder contar con esa persona que nos ayuda eficazmente en nuestra santificación y a la que podemos abrirnos en una confidencia llena de sentido humano y sobrenatural. ¡Qué alegría cuando podemos comunicar lo más profundo de nuestros sentimientos, para orientarlos al Señor, a alguien que nos comprende, nos anima, nos abre horizontes nuevos, reza por nosotros y tiene una gracia especial para ayudarnos!

En la dirección espiritual encontramos a Cristo mismo que nos oye atentamente, nos comprende y nos da fuerzas y luces nuevas para seguir adelante.

II. En la dirección espiritual se requiere un profundo sentido humano y un gran espíritu sobrenatural; por eso, la confidencia «no se hace a cualquier persona, sino a quien nos merece confianza por lo que es o por lo que Dios la hace ser para nosotros»5. Para San Pablo, la persona que Dios elige será Ananías, quien le fortalece en el camino de su conversión; para Tobías será el Arcángel San Rafael, con figura humana, el encargado por Dios de orientarle y aconsejarle en su largo viaje.

La dirección espiritual ha de moverse en un clima sobrenatural: buscamos la voz de Dios. Para pedir un consejo o confiar una preocupación exclusivamente humana sin mayor trascendencia, bastaría dirigirse quizá a quien sea capaz de comprender y sea discreto y prudente, mas para aquello que al alma se refiere hemos de discernir en la oración quién es el buen pastor para nosotros, «pues se corre el peligro, si solo a motivos humanos se atiende, de que no entiendan ni comprendan, y entonces la alegría se torna amargura, y la amargura desemboca en incomprensión que no alivia; y en ambos casos se experimenta la desazón, el íntimo malestar de quien ha hablado demasiado, con quien no debía, de lo que no debía»6. No debemos escoger guías ciegos, que más que ayudar nos llevarían a tropezar y caer.

El sentido sobrenatural con el que acudimos a la dirección espiritual evitará también el andar buscando un consejo que favorezca el propio egoísmo, que acalle precisamente con su presunta autoridad el clamor de la propia alma; e incluso que se vaya cambiando de consejero hasta encontrar el más benévolo7. Esta tentación puede ocurrir especialmente en materias más delicadas que exigen sacrificio, en las que quizá no se está dispuesto a cambiar, en un intento de adecuar la Voluntad de Dios a la propia voluntad: por ejemplo, al descubrir la propia vocación, que supone una mayor entrega; al tener que dejar una amistad inconveniente; en la generosidad en el número de hijos, para los casados, etc.

Pidamos al Señor ser personas de conciencia recta, que buscan su Voluntad y que no se dejan llevar de motivos humanos: que buscan de verdad agradarle a Él, y no una «falsa tranquilidad» o «quedar bien». Igualmente, sería una falta de visión sobrenatural estar excesivamente pendientes del «qué habrán pensado», del «qué van a pensar», del juicio que han formulado sobre nosotros... La visión sobrenatural lleva a la sinceridad y a la sencillez.

La vida interior necesita tiempo para madurar y no se improvisa de la noche a la mañana. Tendremos derrotas, que nos ayudarán a ser más humildes, y victorias, que manifiestan la eficacia de la gracia que fructifica en nosotros; necesitaremos comenzar y recomenzar muchas veces, sin desánimos y sin esperar –aunque a veces lleguen– resultados inmediatos, que en ocasiones el Señor quiere que no veamos para un bien mayor.

III. Detrás de esta lucha ascética alegre ha de estar la dirección espiritual, que no puede ser esporádica o discontinua, pues sigue paso a paso las subidas y las bajadas de nuestro esfuerzo. Constancia también cuando haya más dificultades: por disponer de menos tiempo por un exceso de trabajo, de exámenes... Dios premia ese esfuerzo con nuevas luces y gracias. Otras veces las dificultades son internas: pereza, soberbia, desánimo porque van mal las cosas, porque no se llevó a cabo nada de lo que se había previsto. Es entonces cuando más necesitamos de esa charla fraterna, o de esa Confesión, de las que salimos siempre más esperanzados y alegres, y con nuevo impulso para seguir luchando. Un cuadro se realiza pincelada a pincelada, y una maroma fuerte está trenzada de muchos hilos: en la continuidad de la dirección espiritual, semana tras semana, se va forjando el alma; y poco a poco, con derrotas y victorias, construye el Espíritu Santo el edificio de la santidad.

Además de la constancia, la sinceridad es imprescindible; comenzamos siempre por decir lo más importante, que quizá coincida con aquello que más nos cuesta decir; esto es decisivo al principio y para proseguir. Los frutos se pueden retrasar por no haber dado desde los inicios una clara imagen de lo que realmente nos pasa, de cómo somos en realidad, o por habernos detenido en cosas puramente accidentales, de adorno, sin llegar al fondo. Sinceridad sin disimulos, exageraciones o medias verdades: en lo concreto, en el detalle, con delicadeza, cuando sea preciso, llamando a nuestros errores y equivocaciones, a los defectos del carácter, por su nombre, sin querer enmascararlos con falsas justificaciones o tópicos del momento: ¿por qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?..., circunstancias que hacen más personal, con más relieve, el estado del alma.

Otra condición para que la dirección espiritual tenga fruto es la docilidad. Fueron dóciles los leprosos a quienes Jesús mandó que se presentaran a los sacerdotes como si ya estuvieran curados8, y los Apóstoles cuando el Señor les dice que sienten a las gentes que esperan y comiencen a darles de comer, a pesar de que ellos ya habían hecho el recuento y sabían bien las pocas provisiones que habían recogido9. Pedro es dócil al echar las redes cuando él tiene sobrada experiencia de que no había peces en aquel lugar, ni era la hora oportuna10... San Pablo se dejará guiar; su fuerte personalidad, de tantos modos y en tantas ocasiones manifestada, le sirve ahora para ser dócil. Primero sus compañeros de viaje le llevaron a Damasco, luego Ananías le devolverá la vista y será ya un hombre útil para pelear las batallas del Señor11.

No podrá ser dócil quien se empeñe en ser tozudo, obstinado, incapaz de asimilar una idea distinta a la que ya tiene o a la que le dicta su experiencia. El soberbio es incapaz de ser dócil, porque para aprender y dejarse ayudar es necesario que estemos convencidos de nuestra poquedad y necesidad en tantos asuntos del alma.

Acudamos a Santa María para ser constantes en la dirección de nuestra alma, y ser sinceros, abriendo el corazón del todo, y dóciles, como el barro en manos del alfarero.

28 de agosto

SAN AGUSTÍN*


Memoria

— La vida, una continua conversión.

— Comenzar y recomenzar.

— Valorar lo pequeño que nos separa del Señor. La Virgen y la conversión.

I. San Agustín había sido educado cristianamente por su madre, Santa Mónica. Como consecuencia de este desvelo materno, aunque hubo unos años en que estuvo lejos de la verdadera doctrina, siempre mantuvo el recuerdo de Cristo, cuyo nombre «había bebido», dice él, «con la leche materna»1. Cuando, al cabo de los años, vuelva a la fe católica afirmará que regresaba «a la religión que me había sido imbuida desde niño y que había penetrado hasta la médula de mi ser»2. Esa educación primera ha sido, en innumerables casos, el fundamento firme de la fe, a la que muchos han vuelto después de una vida quizá muy alejada del Señor.

El amor a la verdad que siempre estuvo en el alma de Agustín, y especialmente el leer algunas obras de los clásicos3, no le libró de caer en errores graves y en llevar una vida moral lejos de Dios. Sus errores consistieron principalmente «en el planteamiento equivocado de las relaciones entre la razón y la fe, como si hubiera que escoger necesariamente entre una y otra; en el presunto contraste entre Cristo y la Iglesia, con la consiguiente persuasión de que para adherirse plenamente a Cristo hubiera que abandonar la Iglesia; y en el deseo de verse libre de la conciencia de pecado no mediante su remisión por obra de la gracia, sino mediante la negación de la responsabilidad humana del pecado mismo»4.

Después de años de buscar la verdad sin encontrarla, con la ayuda de la gracia que su madre imploró constantemente llegó al convencimiento de que solo en la Iglesia católica encontraría la verdad y la paz para su alma. Comprendió que fe y razón están destinadas a ayudarse mutuamente para conducir al hombre al conocimiento de la verdad5, y que cada una tiene su propio campo. Llegó al convencimiento de que la fe, para estar segura, requiere la autoridad divina de Cristo que se encuentra en las Sagradas Escrituras, garantizadas por la Iglesia6.

Nosotros también recibimos muchas luces en la inteligencia para ver claro, para conocer con profundidad la doctrina revelada, y abundantes ayudas en la voluntad para mantener en nuestra alma un estado de continua conversión, para estar cada día un poco más cerca del Señor, pues «para un hijo de Dios, cada jornada ha de ser ocasión de renovarse, con la seguridad de que, ayudado por la gracia, llegará al fin del camino, que es el Amor.

»Por eso, si comienzas y recomienzas, vas bien. Si tienes moral de victoria, si luchas, con el auxilio de Dios, ¡vencerás! ¡No hay dificultad que no puedas superar!»7. El Señor nunca niega su ayuda. Y si tuviéramos la desgracia de separarnos de Él gravemente, nos esperará cada instante como el padre del hijo pródigo, como aguardó durante tantos años la vuelta de San Agustín.

II. Aunque Agustín veía claro dónde estaba la verdad, su camino no había terminado. Buscaba excusas para no dar ese paso definitivo, que para él significaba, además, una entrega radical a Dios, con la renuncia, por predilección a Cristo, de un amor humano8. «No es que le estuviera prohibido casarse -esto lo sabía muy bien Agustín, lo que no quería era ser cristiano solamente de esta manera: renunciando al ideal acariciado de la familia y dedicándose con toda su alma al amor y a la posesión de la Sabiduría (...). Con gran rubor se preguntaba a sí mismo: ¿No podrás tú hacer lo que hicieron estos jóvenes y estas jóvenes? (Conf. 8, 11, 27). De ello se originó un drama interior, profundo, lacerante, que la gracia divina condujo a buen desenlace»9. Dio ese paso definitivo en el verano del año 386, y nueve meses más tarde, en la noche del 24 al 25 de abril del año siguiente, durante la vigilia pascual, tuvo su encuentro para siempre con Cristo, al recibir el Bautismo de manos de San Ambrosio. Así cuenta el Santo la serena pero radical decisión que cambiaría completamente su vida: «Fuimos (él, su amigo Alipio y su hijo Adeodato) donde mi madre y le revelamos la decisión que habíamos tomado. Ella se alegró. Le contamos el desarrollo de los hechos. Se alegró y triunfó. Y empezó a bendecir porque Tú, Señor, concedes más de lo que pedimos y comprendemos (Ef 3, 20). Veía que le habías otorgado, con relación a mí, más de lo que había pedido con sus gemidos y lágrimas conmovedoras. De hecho, me volviste a Ti tan absolutamente, que ya no buscaba ni esposa ni carrera en este mundo»10. Cristo llenó por entero su corazón.

Nunca olvidó San Agustín aquella noche memorable. «Recibirnos el bautismo recuerda al cabo de los años y se disipó en nosotros la inquietud de la vida pasada. Aquellos días no me hartaba de considerar con dulzura admirable tus profundos designios sobre la salvación del género humano». Y añade: «Cuántas lágrimas derramé oyendo los acentos de tus himnos y cánticos, que resonaban dulcemente en tu Iglesia»11.

La vida del cristiano nuestra vida está acompañada de frecuentes conversiones. Muchas veces hemos tenido que hacer de hijo pródigo y volver a la casa del Padre, que siempre nos espera. Todos los santos saben de esos cambios íntimos y profundos, en los que se han acercado de una manera nueva, más sincera y humilde, a Dios. Para volver al Señor es necesario no excusar nuestras flaquezas y pecados, no hacer componendas con aquello que no va según el querer de Dios. ¡Cómo recordaría San Agustín su conversión cuando años más tarde, siendo ya Obispo, predicaba a sus fieles!: «Pues yo reconozco mi culpa, tengo presente mi pecado. El que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón»12.

Fiados de la misericordia divina, no nos debe importar estar siempre comenzando. «Me dices, contrito: “¡cuánta miseria me veo! Me encuentro, tal es mi torpeza y tal el bagaje de mis concupiscencias, como si nunca hubiera hecho nada por acercarme a Dios. Comenzar, comenzar: ¡oh, Señor, siempre en los comienzos! Procuraré, sin embargo, empujar con toda mi alma en cada jornada”.

»Que Él bendiga esos afanes tuyos»13.

III. «Buscad a Dios, y vivirá vuestra alma. Salgamos a su encuentro para alcanzarle, y busquémosle después de hallarlo. Para que le busquemos, se oculta, y para que sigamos indagando, aun después de hallarle, es inmenso. Él llena los deseos según la capacidad del que investiga»14.

Esta fue la vida de San Agustín: una continua búsqueda de Dios; y esta ha de ser la nuestra. Cuanto más le encontremos y le poseamos, mayor será nuestra capacidad para seguir creciendo en su amor.

La conversión lleva siempre consigo la renuncia al pecado y al estado de vida incompatible con las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia, y la vuelta sincera a Dios. Hemos de pedir con frecuencia a Nuestra Madre Santa María que nos conceda la gracia de prestarle importancia aun a lo que parece pequeño, pero que nos separa del Señor, para apartarlo y arrojarlo lejos de nosotros. Este camino de conversión parte siempre de la fe: el cristiano mira la infinita misericordia de Dios, movido por la gracia, y reconoce su culpa o su falta de correspondencia a lo que Dios esperaba de él. Y, a la vez, nace en el alma una esperanza más firme y un amor más seguro.

Al terminar hoy nuestra oración, no olvidemos que «a Jesús siempre se va y se “vuelve” por María»15. Dirígete a Ella, «pídele que te haga el regalo prueba de su cariño por ti de la contrición, de la compunción por tus pecados, y por los pecados de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, con dolor de Amor.

»Y, con esa disposición, atrévete a añadir: Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano... y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo arranquemos.

»Continúa sin miedo: ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús»16. No olvidemos que también Dios, pacientemente, nos espera a nosotros. Nos llama a una vida de fe y de entrega más plenos. No retrasemos nuestra llegada.

San Agustín nació en Tagaste (África) el año 354. Después de una juventud azarosa se convirtió a los 33 años en Milán, donde fue bautizado por el Obispo San Ambrosio. Vuelto a su patria y elegido Obispo de Hipona, desarrolló una enorme actividad a través de la predicación y de sus escritos doctrinales en defensa de la fe. Durante treinta y cuatro años, en los que estuvo al frente de su grey, fue un modelo de servicio para todos y ejerció una continua catequesis oral y escrita. Es uno de los grandes Doctores de la Iglesia. Murió el año 430.




Salmo 5,2-10.12-13: Oración de la mañana de un justo perseguido

Ant: A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz.

Señor, escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos,
haz caso de mis gritos de auxilio,
Rey mío y Dios mío.

A ti te suplico, Señor;
por la mañana escucharás mi voz,
por la mañana te expongo mi causa,
y me quedo aguardando.

Tú no eres un Dios que ame la maldad,
ni el malvado es tu huésped,
ni el arrogante se mantiene en tu presencia.

Detestas a los malhechores,
destruyes a los mentirosos;
al hombre sanguinario y traicionero
lo aborrece el Señor.

Pero yo, por tu gran bondad,
entraré en tu casa,
me postraré ante tu templo santo
con toda reverencia.

Señor, guíame con tu justicia,
porque tengo enemigos;
alláname tu camino.

En su boca no hay sinceridad,
su corazón es perverso;
su garganta es un sepulcro abierto,
mientras halagan con la lengua.

Que se alegren los que se acogen a ti,
con júbilo eterno;
protégelos, para que se llenen de gozo
los que aman tu nombre.

Porque tú, Señor, bendices al justo,
y como un escudo lo rodea tu favor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz.

1Cro 29,10-13: Solo a Dios honor y gloria

Ant: Alabamos, Dios nuestro, tu nombre glorioso.

Bendito eres, Señor,
Dios de nuestro padre Israel,
por los siglos de los siglos.

Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra,
tú eres rey y soberano de todo.

De ti viene la riqueza y la gloria,
tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos.

Por eso, Dios nuestro,
nosotros te damos gracias,
alabando tu nombre glorioso.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Alabamos, Dios nuestro, tu nombre glorioso.

Salmo 28: Manifestación de Dios en la tempestad

Ant: Postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

La voz del Señor sobre las aguas,
el Dios de la gloria ha tronado,
el Señor sobre las aguas torrenciales.

La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica,
la voz del Señor descuaja los cedros,
el Señor descuaja los cedros del Líbano.

Hace brincar al Líbano como un novillo,
al Sarión como a una cría de búfalo.
La voz del Señor lanza llamas de fuego,
la voz del Señor sacude el desierto,
el Señor sacude el desierto de Cadés.

La voz del Señor retuerce los robles,
el Señor descorteza las selvas.
En su templo un grito unánime: «¡Gloria!»

El Señor se sienta por encima del aguacero,
el Señor se sienta como rey eterno.
El Señor da fuerza a su pueblo,
El Señor bendice a su pueblo con la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

Lectura

Hb 13,7-9a

Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. No os dejéis arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas.

V/. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas.

R/. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas.

V/. Ni de día ni de noche dejarán de anunciar el nombre del Señor.

R/. He colocado centinelas.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas.

Cántico Ev.

Ant: De ti proviene, Señor, la atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descanse en ti.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: De ti proviene, Señor, la atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descanse en ti.

Preces

Demos gracias a Cristo, el buen Pastor que entregó la vida por sus ovejas, y supliquémosle, diciendo:

Apacienta a tu pueblo, Señor

- Señor Jesucristo, que en los santos pastores nos has revelado tu misericordia y tu amor,
haz que por ellos continúe llegando a nosotros tu acción misericordiosa.


- Señor Jesucristo, que a través de los santos pastores sigues siendo el único pastor de tu pueblo,
no dejes de guiarnos siempre por medio de ellos.


- Señor Jesucristo, que por medio de los santos pastores eres el médico de los cuerpos y de las almas,
haz que nunca falten a tu Iglesia los ministros que nos guíen por las sendas de una vida santa.


- Señor Jesucristo que has adoctrinado a la Iglesia con la prudencia y el amor de los santos,
haz que, guiados por nuestros pastores, progresemos en la santidad.

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el Señor:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Renueva, Señor, en tu Iglesia, el espíritu que infundiste en tu obispo san Agustín, para que, penetrados de ese mismo espíritu, tengamos sed de ti, fuente de la sabiduría, y te busquemos como el único amor verdadero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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