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Saludo

Bendición

jueves, 24 de agosto de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


San Bartolomé, Apóstol, fiesta


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Venid, adoremos al Señor, rey de los apóstoles.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, adoremos al Señor, rey de los apóstoles.

 
Himno

Vosotros que escuchasteis la llamada
de viva voz que Cristo os dirigía,
abrid nuestro vivir y nuestra alma
al mensaje de amor que él nos envía.

Vosotros que invitados al banquete
gustasteis el sabor del nuevo vino,
llenad el vaso, del amor que ofrece,
al sediento de Dios en su camino.

Vosotros que tuvisteis tan gran suerte
de verle dar a muertos nueva vida,
no dejéis que el pecado y que la muerte
nos priven de la vida recibida.

Vosotros que lo visteis ya glorioso,
hecho Señor de gloria sempiterna,
haced que nuestro amor conozca el gozo
de vivir junto a él la vida eterna. Amén.

Salmo 18 A: Alabanza al Dios creador del universo

Ant: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Salmo 63: Súplica contra los enemigos

Ant: Proclamaron las obras de Dios, y meditaron sus acciones.

Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores:

afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.

Se animan al delito,
calculan como esconder trampas,
y dicen: «¿quién lo descubrirá?»
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.

Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.

Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.

El justo se alegra con el Señor,
se refugia en Él,
y se felicitan los rectos de corazón.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Proclamaron las obras de Dios, y meditaron sus acciones.

Salmo 96: Gloria del Señor, rey de justicia

Ant: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria.

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria.

V/. Contaron las alabanzas del Señor y su poder.

R/. Y las maravillas que realizó.

Lectura

V/. Contaron las alabanzas del Señor y su poder.

R/. Y las maravillas que realizó.

Sigamos el ejemplo del Apóstol, como él siguió el de Cristo


1Co 4,1-16

Hermanos: Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios de corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.

Hermanos, he aplicado lo anterior a Apolo y a mí por causa vuestra, para que con nuestro caso aprendáis aquello de «no saltarse el reglamento» y no os engriáis en uno a costa del otro. A ver, ¿quién te hace tan importante? ¿Tienes algo que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado? Ya tenéis todo lo que ansiabais, ya sois ricos, habéis conseguido un reino sin nosotros. ¿Qué más quisiera yo? Así reinaríamos juntos. Por lo que veo, a nosotros, los apóstoles, Dios nos coloca los últimos; parecemos condenados a muerte, dados en espectáculo público para ángeles y hombres.

Nosotros, unos necios por Cristo; vosotros, ¡qué sensatos en Cristo! Nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros célebres, nosotros despreciados; hasta ahora hemos pasado hambre y sed, y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan, y les deseamos bendiciones; nos persiguen, y aguantamos; nos calumnian, y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el deshecho de la humanidad; y así hasta el día de hoy.

No os escribo esto para avergonzaros, sino para haceros recapacitar, porque os quiero como a hijos; porque tendréis mil tutores en Cristo, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús. Por eso, os exhorto a que sigáis mi ejemplo.

R/. Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.


V/. A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos. ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!

R/. Porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

L. Patrística

Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres
San Juan Crisóstomo, obispo

De las homilías sobre la primera carta a los Corintios (Homilía 4,3.4: PG 61,34-36)

El mensaje de la cruz, anunciado por unos hombres sin cultura, tuvo una virtud persuasiva que alcanzó a todo el orbe de la tierra; y se trataba de un mensaje que no se refería a cosas sin importancia, sino a Dios y a la verdadera religión, a una vida conforme al Evangelio y al futuro juicio, un mensaje que convirtió en sabios a unos hombres rudos e ignorantes. Ello nos demuestra que lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

¿En qué sentido es más fuerte? En cuanto que invadió el orbe entero y sometió a todos los hombres, produciendo un efecto contrario al que pretendían todos aquellos que se esforzaban en extinguir el nombre del Crucificado, ya que hizo, en efecto, que este nombre obtuviera un mayor lustre y difusión. Ellos, por el contrario, desaparecieron y, aun durante el tiempo en que estuvieron vivos, nada pudieron contra un muerto. Por esto, cuando un pagano dice de mí que estoy muerto, es cuando muestra su gran necedad; cuando él me considera un necio, es cuando mi sabiduría se muestra superior a la suya; cuando me considera débil, es cuando él se muestra más débil que yo. Porque ni los filósofos, ni los maestros, ni mente humana alguna hubiera podido siquiera imaginar todo lo que eran capaces de hacer unos simples publicanos y pescadores.

Pensando en esto, decía Pablo: Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Esta fuerza de la predicación divina la demuestran los hechos siguientes. ¿De dónde les vino a aquellos doce hombres, ignorantes, que vivían junto a lagos, ríos y desiertos, el acometer una obra de tan grandes proporciones y el enfrentarse con todo el mundo, ellos, que seguramente no habían ido nunca a la ciudad ni se habían presentado en público? Y más, si tenemos en cuenta que eran miedosos y apocados, como sabemos por la descripción que de ellos nos hace el evangelista, que no quiso disimular sus defectos, lo cual constituye la mayor garantía de su veracidad. ¿Qué nos dice de ellos? Que, cuando Cristo fue apresado, unos huyeron y otro, el primero entre ellos, lo negó, a pesar de todos los milagros que habían presenciado.

¿Cómo se explica, pues, que aquellos que, mientras Cristo vivía, sucumbieron al ataque de los judíos, después una vez muerto y sepultado, se enfrentaran contra el mundo entero, si no es por el hecho de su resurrección, que algunos niegan, y porque les habló y les infundió ánimos? De lo contrario, se hubieran dicho: «¿Qué es esto? No pudo salvarse a sí mismo, y ¿nos va a proteger a nosotros? Cuando estaba vivo, no se ayudó a sí mismo, y ¿ahora, que está muerto, nos tenderá una mano? Él, mientras vivía, no convenció a nadie, y ¿nosotros, con sólo pronunciar su nombre, persuadiremos a todo el mundo? No sólo hacer, sino pensar algo semejante sería una cosa irracional».

Todo lo cual es prueba evidente de que, si no lo hubieran visto resucitado y no hubieran tenido pruebas bien claras de su poder, no se hubieran lanzado a una aventura tan arriesgada.

R/. Predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.


V/. Nos aprietan por todos lados; pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.

R/. Un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

Te Deum

(sólo domingos, solemnidades y fiestas)


A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

(lo que sigue puede omitirse)

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

San Bartolomé, Apóstol, fiesta

Ap 21,9b-14: Doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.

El ángel me habló así:

-«Ven acá, voy a mostrarte a la novia, a la esposa del Cordero.»

Me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios.

Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido.

Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel.

A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas.

La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.

Palabra de Dios.

Salmo Responsorial       Sal 144,10-11.12-13ab.17-18 (R.: cf. 12)

R. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,

que te bendigan tus fieles;

que proclamen la gloria de tu reinado,

que hablen de tus hazañas.

Sal 144,10-11.12-13ab.17-18: Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.

Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y la majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.

Jn 1,45-51: Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.

En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice:

- «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.»

Natanael le replicó:

- «¿De Nazaret puede salir algo bueno?»

Felipe le contestó:

- «Ven y verás.»

Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:

- «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»

Natanael le contesta:

- «¿De qué me conoces?»

Jesús le responde:

- «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»

Natanael respondió:

-«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»

Jesús le contestó:

- «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.»

Y le añadió:

- «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

20ª semana. Jueves

LLAMADOS AL BANQUETE DE BODAS


— Es el mismo Cristo quien nos invita.

— Preparar bien la Comunión; huir de la rutina.

— Amor a Jesús Sacramentado.

I. Muchas parábolas del Evangelio encierran una insistente llamada de Jesús a todos los hombres, a cada uno según unas circunstancias determinadas. Hoy nos habla el Señor de un rey que preparó un banquete para celebrar las bodas de su hijo, y envió a sus criados a llamar a los invitados1.

La imagen del banquete era familiar al pueblo judío, pues los Profetas habían anunciado que Yahvé prepararía un festín extraordinario para todos los pueblos cuando llegara el Mesías: dispondrá para todos un convite de manjares suculentos, convite de vendimia, de manjares enjundiosos, de vino sin posos2. Significa este banquete, en primer lugar, la plenitud de bienes que nos reportaría la Encarnación y la Redención, y el don inestimable de la Sagrada Eucaristía.

Nos señala Jesús en la parábola cómo a la generosidad de Dios muchas veces correspondemos con frialdad e indiferencia: envió a sus criados a llamar a los invitados; pero estos no quisieron acudir. Jesús relataría con pena esta parábola, considerando las muchas excusas que habría de recibir a lo largo de los siglos. Los alimentos con tanto esmero preparados se quedan en la mesa y la sala permanece vacía, porque Jesús no coacciona.

El rey envió de nuevo a sus criados: Decid a los invitados: mirad que ya tengo preparado mi banquete, se ha hecho la matanza de mis terneros y reses cebadas, y todo está a punto; venid a las bodas. Pero los invitados no hicieron el menor caso: se marcharon uno a sus campos, otro a su negocio. Otros, no solo rechazaron la invitación: se revuelven contra él. Por eso, echaron mano de los siervos del rey, los ultrajaron y les dieron muerte. Reaccionaron con violencia a los requerimientos del Amor.

Jesús nos invita a una mayor intimidad con Él, a una mayor entrega y confianza. Y cada día nos llama para que acudamos a la mesa que nos tiene preparada. Él es quien invita, y Él mismo se da como manjar, pues este gran banquete es figura también de la Comunión.

Jesús mismo es el alimento sin el cual no podemos subsistir, es «el remedio de nuestra necesidad cotidiana»3, sin el que nuestra alma se debilita y muere. Oculto bajo los accidentes del pan, Jesús nos espera cada día para que nos acerquemos, llenos de amor y agradecidos, a recibirle: el banquete está preparado, nos dice a cada uno..., y son muchos los ausentes, los que no valoran el bien supremo de la Sagrada Eucaristía. Dejan de acudir a la llamada del Señor por cuatro insignificancias, porque no aprecian el amor de Cristo en cada Comunión.

«Considera qué gran honor se te ha hecho –nos exhorta San Juan Crisóstomo–, de qué mesa disfrutas. A quien los ángeles ven con temblor, y por el resplandor que despide no se atreven a mirar de frente, con Ese mismo nos alimentamos nosotros, con Él nos mezclamos, y nos hacemos un mismo cuerpo y carne de Cristo»4.

Son muchos los ausentes, y por eso también espera que no faltemos nosotros. Desea, con una intensidad que ni siquiera podemos imaginar, que vayamos a recibirle con mucho amor y alegría. Y nos envía a llamar a otros: Id a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis. Espera a muchos, y nos envía para que con un apostolado amable, paciente, eficaz, enseñemos a tantos amigos y conocidos la inconmensurable dicha de haber encontrado a Cristo. Así hicieron quizá con nosotros: «Escuchad de dónde fuisteis llamados: de un cruce de caminos. ¿Y qué erais entonces? Cojos y mutilados del alma, que es mucho peor que serlo del cuerpo»5. Pero el Señor tuvo misericordia y quiso llamarnos a su intimidad.

II. Ante el Señor no podemos presentarnos de cualquier manera. Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de bodas; y le dijo: amigo, ¿cómo has entrado aquí, sin llevar el traje de bodas?6.

Nos llega la invitación –cada día– para acercarnos al banquete eucarístico, con tanto esmero preparado. Conocemos hábitos, actitudes, errores, facetas de nuestro carácter, que tal vez no se corresponden con el alto honor que Jesucristo nos hace.

Hemos de hacer examen; no vayamos a presentarnos ante el Señor vestidos de harapos, porque tenemos el peligro de disfrazar los defectos y justificar las acciones. «Para acoger en la tierra a personas constituidas en dignidad hay luces, música, trajes de gala. Para albergar a Cristo en nuestra alma, ¿cómo debemos prepararnos? ¿Hemos pensado alguna vez en cómo nos conduciríamos, si solo se pudiera comulgar una vez en la vida?»7. Pasaríamos la noche en vela, sabríamos bien qué le diríamos, qué peticiones le formularíamos..., todos los preparativos nos parecerían pocos... Así debemos recibirle todos los días.

El convidado que no tenía el vestido nupcial ciertamente escuchó la invitación, fue a las bodas con alegría, pero no tuvo en cuenta lo que exigía esta llamada. Al Señor no le podemos recibir de cualquier manera: distraídos, sin atención, sin saber bien lo que hacemos. Toda buena Comunión supone en primer lugar recibir al Señor en gracia. Nuestra Madre la Iglesia nos enseña y nos advierte que «nadie debe acercarse a la Sagrada Eucaristía con conciencia de pecado mortal, por muy contrito que le parezca estar, sin preceder la Confesión sacramental»8.

Tan alto don requiere además que nos preparemos lo mejor que podamos en el alma y en el cuerpo: la Confesión frecuente, aunque no existan faltas graves; fomentar los deseos de purificación; aumentar los actos de fe, de amor y humildad en el momento de recibir al Señor, etc.

«Amor con amor se paga... Amor, en primer lugar, al propio Cristo. El encuentro eucarístico es, en efecto, un encuentro de amor»9. Comulgar con frecuencia nunca debe significar comulgar con tibieza. Y cae en la tibieza, el que no se prepara, quien no pone lo que está de su mano para evitar que el Señor lo encuentre distraído cuando venga a su corazón. Significaría una gran falta de delicadeza acercarse a la Comunión con la imaginación puesta en otras cosas. Tibieza es falta de amor, no ir con las debidas disposiciones a comulgar. Sabemos que nunca estaremos lo suficientemente dispuestos para recibir como se merece a Aquel que viene a nuestra alma, pues nuestra pobre morada no da para más; pero sí espera el Señor esos detalles que están a nuestro alcance. «Si cualquier persona distinguida o que ocupe algún alto puesto, o algún amigo rico y poderoso nos anunciara que iba a venir a visitarnos a nuestra casa, ¡con qué solicitud limpiaríamos y ocultaríamos todo aquello que pudiera ofender la vista de esta persona o amigo! Lave primero las manchas y suciedades que tiene el que ha ejecutado malas obras, si quiere preparar a Dios una morada en su alma»10.

III. Preparaste la mesa delante de mí...11. ¡Qué alegría pensar que el Señor nos da tantas facilidades para recibirle! ¡Qué alegría saber que Él desea que le recibamos!

La Confesión frecuente es un gran medio de preparar la Comunión frecuente. También podemos siempre aumentar los deseos de purificación y de tratar cada vez con más fe y con más delicadeza a Jesús presente en este santo sacramento. Nos ayuda a comulgar con más amor la lucha por vivir en presencia de Dios durante el día y el hecho mismo de procurar cumplir lo mejor posible nuestros deberes cotidianos; sintiendo, cuando cometemos un error, la necesidad de desagraviar al Señor; llenando la jornada de acciones de gracias y de comuniones espirituales, de tal modo que cada vez sea más continuo vivir el trabajo, la vida en familia y todo cuanto hacemos, con el corazón puesto en el Señor.

Al terminar la oración, podemos hacer nuestra esta plegaria que una noche dirigiera el Papa Juan Pablo II al mismo Jesús presente en la Hostia Santa: «¡Señor Jesús! Nos presentamos ante Ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos. Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Hijo de Dios (Jn 6, 69). Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la Última Cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres. Aumenta nuestra fe (...). Tú eres nuestra esperanza, nuestra paz, nuestro Mediador, hermano y amigo. Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives siempre intercediendo por nosotros (Heb 7, 25). Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.

»Queremos sentir como Tú y valorar las cosas como las valoras Tú. Porque Tú eres el centro, el principio y el fin de todo. Apoyados en esta esperanza, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos, por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.

»Queremos amar como Tú, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres. Quisiéramos decir como San Pablo: Mi vida es Cristo (Flp 1, 21). Nuestra vida no tiene sentido sin Ti. Queremos aprender a “estar con quien sabemos nos ama”, porque “con tan buen amigo presente todo se puede sufrir” (...).

»Nos has dado a tu Madre como nuestra, para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre».


24 de agosto

SAN BARTOLOMÉ, APÓSTOL*


Fiesta

— El encuentro con Jesús.

— El elogio del Señor. La virtud de la sinceridad.

— Sinceridad con Dios, en la dirección espiritual, en la convivencia con los demás. La virtud de la sencillez.

I. Al Apóstol Bartolomé lo identifica la tradición con Natanael, aquel amigo de Felipe a quien este comunicó lleno de gozo su encuentro con Jesús, con estas palabras: Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley, y los Profetas: Jesús de Nazareth, el hijo de José1. Natanael, como todo buen israelita, sabía que el Mesías debía venir de Belén, del pueblo de David2. Así lo había anunciado el Profeta Miqueas: Y tú, Belén, no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de judá; pues de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel3. Por eso quizá contesta con cierto tono despectivo: ¿Acaso puede salir algo bueno de Nazareth? Y Felipe, sin confiar demasiado en sus propias explicaciones, le invitó a acercarse personalmente al Maestro: Ven y verás, le dice. Felipe sabía bien, como nosotros, que Cristo no defrauda a nadie. Jesús mismo «llamó a Natanael por medio de Felipe, como llamó a Pedro por medio de su hermano Andrés. Esta es la manera de obrar de la divina Providencia, que nos llama y nos conduce por medio de otros. Dios no quiere trabajar solo; su sabiduría y bondad quieren que también nosotros participemos en la creación y orden de las cosas»4. ¡Cuántas veces nosotros mismos vamos a ser instrumentos para que nuestros amigos o familiares reciban la llamada del Señor! ¡A cuántos, como Felipe, les hemos dicho ven y verás!

Natanael, hombre sincero, acompañó a Felipe hasta Jesús... y quedó deslumbrado. El Maestro ganó su fidelidad para siempre. Al verlo llegar acompañado de Felipe, le dijo: ¡He aquí un verdadero israelita en quien no hay doblez ni engaño! ¡Qué gran elogio! Natanael quedó sorprendido, y preguntó: ¿De qué me conoces? Y el Señor le responde con unas palabras misteriosas para nosotros, pero que debieron ser muy claras y luminosas para él: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, yo te vi.

Al oír a Jesús, Natanael entendió con claridad. Las palabras del Señor le recordaron algún suceso íntimo, tal vez la resolución de un propósito decidido, y le hicieron pronunciar una emocionada confesión explícita de fe en Jesús como Mesías y como Hijo de Dios: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Y el Señor le dice y le promete: ¿Porque te he dicho que te vi bajo la higuera crees? Cosas mayores verás. Y evocó Jesús con cierta solemnidad un texto del Profeta Daniel5 para confirmar y dar mayor hondura a las palabras que terminaba de pronunciar el nuevo discípulo: En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar en torno al Hijo del Hombre.

II. En el elogio de Jesús a Natanael se descubre la atracción que una persona sincera produce en el Corazón de Cristo. El Maestro dice del nuevo discípulo que en él no hay doblez ni engaño: es un hombre sin falsía. No tiene «como dos corazones y dos dobleces en el corazón, uno para las verdades y otro para las mentiras»6. Esto mismo se ha de decir de cada uno de nosotros, porque seamos hombres y mujeres íntegros, que procuran vivir con coherencia la fe que profesamos. El mentiroso, el que tiene un ánimo doble, el que actúa con poca claridad, suena siempre a campana rota: «Leías en aquel diccionario los sinónimos de insincero: “ambiguo, ladino, disimulado, taimado, astuto”... Cerraste el libro, mientras pedías al Señor que nunca pudiesen aplicarte esos calificativos, y te propusiste afinar aún más en esta virtud sobrenatural y humana de la sinceridad»7.

Esta virtud es fundamental para seguir a Cristo, pues Él es la Verdad divina8 y aborrece todo engaño. Hasta sus mismos enemigos tendrán que reconocer el amor de Cristo por la verdad: Maestro le dirán en una ocasión, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias9. Y nos enseña que las manifestaciones de las propias ideas o pensamientos han de hacerse según verdad: Sea, pues, vuestro modo de hablar: sí, sí, o no, no; que lo que pasa de esto, de mal principio proviene10. El demonio, por el contrario, es el padre de la mentira11, pues intenta siempre llevar a los hombres al mayor engaño, que es el pecado. El mismo Jesús, que se muestra siempre comprensivo y misericordioso con todas las flaquezas humanas, lanza durísimas condenas contra la hipocresía de los fariseos. Por eso nos imaginamos también la alegría que le produjo el encuentro con Natanael.

La verdad nos da la auténtica libertad. Esta frase evangélica establece una estrecha relación entre la verdad y la libertad12. «Jesucristo sale al encuentro del hombre de toda época, también de la nuestra, con las mismas palabras: Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn 8, 32). Estas palabras encierran una verdad fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como una condición de auténtica libertad»13. Esa libertad interior que nos permite movernos siempre con la soltura y la alegría propias de los hijos de Dios. No tengamos nunca miedo a la verdad, aunque parezca en alguna ocasión que el ser veraces nos acarrea un mal, que podría evitarse con una mentira. De la verdad no puede nacer más que bien. Nunca vale la pena mentir: ni por obtener un gran beneficio económico que dependiera solo de una mentira pequeña, ni por librarnos de un castigo o de un mal rato.

III. Hemos de ser veraces y sinceros en la vida corriente, en nuestras relaciones con los demás: sin esta virtud, se hace difícil o imposible la convivencia14. «Fuera de la verdad, la existencia humana acaba oscureciéndose y, casi insensiblemente, se entenebrece en el error y puede llegar a falsearse a sí mismo y su vida prefiriendo el mal al bien»15. De modo particular hemos de ser veraces y sinceros en el trato con Dios, para dirigirnos a Él «sin anonimato», sin querernos ocultar, con la alegría y la confianza con que un buen hijo se conduce delante del mejor de los padres. Esta virtud es particularmente necesaria en la dirección espiritual: hemos de aprender a dar a conocer la intimidad del alma a quienes, en nombre del Señor, nos ayudan a encaminar nuestros pasos hacia el Cielo. En la Confesión, la sinceridad es tan importante que si el hombre no reconoce su culpa, no puede recibir la gracia: no es, pues, solo la actitud ante una persona, el confesor, sino ante el mismo Dios. La postura contraria el disimulo, el engaño, el callar sería tan estéril en orden a los frutos que deseamos obtener, como la del que «acudiendo a la consulta del médico para ser curado, perdiera el juicio y la conciencia de a qué ha ido, y mostrase los miembros sanos ocultando los enfermos. Dios sigue San Agustín es quien debe vendar las heridas, no tú; porque si tú, por vergüenza, quieres ocultarlas con vendajes, no te curará el médico. Has de dejar que sea el médico el que te cure y vende las heridas, porque él las cubre con medicamento. Mientras que con el vendaje del médico las llagas se curan, con el vendaje del enfermo se ocultan. ¿Y a quién pretendes ocultarlas? Al que conoce todas las cosas»16. Si somos sinceros, nuestros mismos pecados serán motivo para que nos unamos más íntimamente a Dios.

Muy relacionada con la sinceridad está otra virtud, que podemos admirar hoy en San Bartolomé: la sencillez, que es consecuencia necesaria de un corazón que busca a Dios. A esta virtud se oponen la afectación en el decir y en el obrar, el deseo de llamar la atención, la pedantería, el aire de suficiencia, la jactancia..., faltas que dificultan la unión con Cristo, el seguirle de cerca, y que crea barreras, a veces insalvables, para ayudar a los demás a que se acerquen a Jesús. El alma sencilla no se enreda ni se complica inútilmente por dentro: se dirige derechamente a Dios, a través de todos los sucesos buenos o malos que ocurren a su alrededor. Junto a la sinceridad, la naturalidad y la sencillez constituyen otras «dos maravillosas virtudes humanas, que hacen al hombre capaz de recibir el mensaje de Cristo. Y, al contrario, todo lo enmarañado, lo complicado, las vueltas y revueltas en torno a uno mismo, construyen un muro que impide con frecuencia oír la voz del Señor»17.

Pidamos hoy a San Bartolomé que nos alcance del Señor esas virtudes, que tanto le agradan a Él y que tan necesarias son para la oración, la amistad, la convivencia y el apostolado. Pidamos a Nuestra Señora andar por la vida sin dobleces, con sinceridad y sencillez: «“Tota pulchra es Maria, et macula originalis non est in te!” ¡toda hermosa eres, María, y no hay en ti mancha original!, canta la liturgia alborozada. No hay en Ella ni la menor sombra de doblez: ¡a diario ruego a Nuestra Madre que sepamos abrir el alma en la dirección espiritual, para que la luz de la gracia ilumine toda nuestra conducta!

»María nos obtendrá la valentía de la sinceridad, para que nos alleguemos más a la Trinidad Beatísima, si así se lo suplicamos»18. San Bartolomé será hoy nuestro principal intercesor ante Nuestra Señora.

Bartolomé -o Natanael, como le llama a veces el Santo Evangelio- fue uno de los Doce. Era natural de Caná de Galilea y amigo del Apóstol Felipe, quien le llevó hasta Jesús en la región del Jordán. De él hizo Jesús esta gran alabanza: He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño. Según la Tradición, predicó la fe en Arabia y Armenia, donde murió mártir.


Salmo 62,2-9: El alma sedienta de Dios

Ant: Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.

Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor

Ant: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

Ant: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Salmo 149: Alegría de los santos

Ant: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando», dice el Señor.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando», dice el Señor.

Lectura

Ef 2,19-22

Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.

V/. Los nombrarás príncipes sobre toda la tierra.

R/. Los nombrarás príncipes sobre toda la tierra.

V/. Harán memorable tu nombre, Señor.

R/. Sobre toda la tierra.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Los nombrarás príncipes sobre toda la tierra.

Cántico Ev.

Ant: El muro de la ciudad tenía doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero; y su lámpara es el Cordero.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El muro de la ciudad tenía doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero; y su lámpara es el Cordero.

Preces

Queridos hermanos, habiendo recibido de los apóstoles la herencia de los elegidos, demos gracias a nuestro Padre por todos sus dones, diciendo:

El coro de los apóstoles te ensalza, Señor

- Por la mesa de tu cuerpo y de tu sangre, que nos transmitieron los apóstoles,
con la cual nos alimentamos y vivimos:
El coro de los apóstoles te ensalza, Señor.


- Por la mesa de tu Palabra, que nos transmitieron los apóstoles,
con la cual se nos comunica la luz y el gozo:
El coro de los apóstoles te ensalza, Señor.


- Por tu Iglesia santa, edificada sobre el fundamento de los apóstoles,
por la cual nos integramos en la unidad:
El coro de los apóstoles te ensalza, Señor.


- Por la purificación del bautismo y de la penitencia, confiada a los apóstoles,
con la cual quedamos limpios de todos los pecados:
El coro de los apóstoles te ensalza, Señor.

Por Jesús hemos sido hechos hijos de Dios; por esto, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Afianza, Señor, en nosotros aquella fe con la que san Bartolomé, tu apóstol, se entregó sinceramente a Cristo, y haz que, por sus ruegos, tu Iglesia se presente ante el mundo como sacramento de salvación para todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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