Custodia

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Saludo

Bendición

lunes, 14 de agosto de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


San Maximiliano Kolbe, presbítero y mártir, memoria obligatoria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

 
Himno

«Quien entrega su vida por amor,
la gana para siempre»,
dice el Señor.

Aquí el bautismo proclama
su voz de gloria y de muerte.
Aquí la unción se hace fuerte
contra el cuchillo y la llama.

Mirad cómo se derrama
mi sangre por cada herida.

Si Cristo fue mi comida,
dejadme ser pan y vino
en el lagar y en el molino
donde me arrancan la vida.

Salmo 49-I: El verdadero culto a Dios

Ant: Vendrá el Señor y no callará.

El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
viene nuestro Dios, y no callará.

Lo precede fuego voraz,
lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra
para juzgar a su pueblo:

«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio».
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Vendrá el Señor y no callará.

Salmo 49-II:

Ant: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza.

«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
Yo, Dios, tu Dios.

No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;

Pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.

Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?

Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré y tú me darás gloria».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza.

Salmo 49-III:

Ant: Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.

Dios dice al pecador:
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?

Cuando ves un ladrón, corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;

te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces, ¿y me voy callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.

Atención los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.

El que me ofrece acción de gracias,
ese me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.

V/. Me asaltan angustias y aprietos.

R/. Tus mandatos son mi delicia.

Lectura

V/. Me asaltan angustias y aprietos.

R/. Tus mandatos son mi delicia.

Llamada a la conversión y promesa de salud


Os 14,2-10

Así dice el Señor:

«Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: "Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano."

Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos.»

¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos.

R/. Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan. Mi cólera se apartará de ellos.


V/. Vengaré su sangre, no quedarán impunes, y el Señor habitará en Sión.

R/. Mi cólera se apartará de ellos.

L. Patrística

Preciosa es la muerte de los mártires, comprada con el precio de la muerte de Cristo
San Agustín, obispo

(Sermón 329, en el natalicio de los mártires, I-2: PL 38,1454-1456)

Por los hechos tan excelsos de los santos mártires, en los que florece la Iglesia por todas partes, comprobamos con nuestros propios ojos cuán verdad sea aquello que hemos cantado: Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles, pues nos place a nosotros y a aquel en cuyo honor ha sido ofrecida.

Pero el precio de todas estas muertes es la muerte de uno solo. ¿Cuántas muertes no habrá comprado la muerte única de aquél sin cuya muerte no se hubieran multiplicado los granos de trigo? Habéis escuchado sus palabras cuando se acercaba al momento de nuestra redención: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.

En la cruz se realizó un excelso trueque: allí se liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado de Cristo, tras pasado por la lanza del soldado, manó la sangre, que fue el precio de todo el mundo.

Fueron comprados los fieles y los mártires: pero la de los mártires ha sido ya comprobada; su sangre testimonio de ello. Lo que se les confió, lo han devuelto y han realizado así aquello que afirma Juan: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

Y también, en otro lugar, se afirma: Has sido invitado a un gran banquete: considera atentamente qué manjares te ofrecen, pues también tú debes preparar lo que a ti te han ofrecido. Es realmente sublime el banquete donde se sirve, como alimento, el mismo Señor que invita al banquete. Nadie, en efecto, alimenta de sí mismo a los que invita, pero el Señor Jesucristo ha hecho precisamente esto: él, que es quien invita, se da a sí mismo como comida y bebida. Y los mártires, entendiendo bien lo que habían comido y bebido, devolvieron al Señor lo mismo que de él habían recibido.

Pero, ¿cómo podrían devolver tales dones si no fue por concesión de aquel que fue el primero en concedérselos? Esto es lo que nos enseña el salmo que hemos cantado: Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles.

En este salmo el autor consideró cuán grandes cosas había recibido del Señor; contempló la grandeza de los dones del Todopoderoso, que lo había creado, que cuan, se había perdido lo buscó, que una vez encontrado le d su perdón, que lo ayudó, cuando luchaba, en su debilidad que no se apartó en el momento de las pruebas, que coronó en la victoria y se le dio a sí mismo como premio; consideró todas estas cosas y exclamó: ¿Cómo pagaré Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de salvación.

¿De qué copa se trata? Sin duda de la copa de la pasión, copa amarga y saludable, copa que debe beber prime el médico para quitar las aprensiones del enfermo. Es ésta la copa: la reconocemos por las palabras de Cristo, cuando dice: Padre, si es posible, que se aleje de mí ese cáliz.

De este mismo cáliz, afirmaron, pues, los mártires: Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. «¿Tienes miedo de no poder resistir?» «No», dice el mártir. «¿Por qué?» «Porque he invocado el nombre del Señor». Cómo podrían haber triunfado los mártires si en ellos o hubiera vencido aquel que afirmó: Tened valor: yo he vencido al mundo? El que reina en el cielo regia la mente y la lengua de sus mártires, y por medio de ellos, en la tierra, vencía al diablo y, en el cielo, coronaba a sus mártires. ¡Dichosos los que así bebieron este cáliz! Se acabaron los dolores y han recibido el honor.

Por tanto, queridos hermanos, concebid en vuestra mente y en vuestro espíritu lo que no podéis ver con vuestros ojos, y sabed que mucho le place al Señor la muerte de sus fieles.

R/. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida.


V/. Todo lo estimo pérdida para conocer a Cristo, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte.

R/. Ahora me aguarda la corona merecida.

San Maximiliano Kolbe, presbítero y mártir, memoria obligatoria

Dt 10,12-22: Circuncidad vuestro corazón. Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis.

Habló Moisés al pueblo y dijo:

-Ahora Israel

¿qué es lo que te exige el Señor tu Dios?

Que temas al Señor tu Dios,

que sigas sus caminos y le ames,

que sirvas al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda el alma,

que guardes los preceptos del Señor tu Dios

y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien.

Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último

cielo, tierra y todo cuanto la habita,

con todo, sólo de vuestros padres se enamoró el Señor,

los amó,

y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy.

Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz: que el Señor vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores,

Dios grande, fuerte y terrible,

no es parcial ni acepta soborno,

hace justicia al huérfano y a la viuda,

ama al forastero, dándole pan y vestido.

Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto. Temerás al Señor tu Dios, le servirás, te pegarás a él, en su nombre jurarás.

El será tu orgullo, él será tu Dios,

pues él hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto.

Setenta eran tus padres cuando bajaron a Egipto,

y ahora el Señor tu Dios te ha hecho numeroso

como las estrellas del cielo.

Sal 147,12-13.14-15.19-20: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Mt 17,21-26: Lo matarán, pero resucitará. Los hijos están exentos de impuestos.

En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos la Galilea, les dijo Jesús:

-Al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día.

Ellos se pusieron muy tristes.

Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron:

-¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?

Contestó:

-Sí.

Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle:

-¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?

Contestó:

-A los extraños.

Jesús le dijo:

-Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no darles mal ejemplo, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Recógela y págales por mí y por ti.



19ª semana. Lunes

EL TRIBUTO DEL TEMPLO


— Para ser buenos cristianos hemos de ser ciudadanos ejemplares.

— Los primeros cristianos, ejemplo para nuestra vida en medio del mundo.

— Estar presentes allí donde se decide la vida de la sociedad.

I. Acababan de llegar de nuevo a Cafarnaún –leemos en el Evangelio de la Misa1–, y los recaudadores del tributo del Templo se acercaron a Pedro para preguntarle: ¿No va a pagar vuestro Maestro la didracma? La contribución anual de dos dracmas para el sostenimiento del culto era obligatoria para todo judío que hubiera cumplido los veinte años, aunque viviera fuera de Palestina. La respuesta afirmativa de Pedro a los recaudadores sin contar con Jesús nos muestra que, efectivamente, el Señor acostumbraba a pagar el impuesto. La escena debe ocurrir fuera de la casa y en ausencia del Maestro, y, al entrar, Jesús, que se encontraba dentro, se anticipó con esta pregunta: ¿Qué te parece, Simón? ¿De quién reciben tributo o censo los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?

Bajo las monarquías antiguas, el tributo del censo era considerado como una contribución especial en beneficio de la familia real. De aquí la pregunta de Jesús a Pedro: los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran tributos o censos? La respuesta era bien fácil: de los súbditos, de los extraños, había respondido Pedro. Luego los hijos -concluye el Señor- están libres. Ante este tributo del Templo, Jesús se encuentra en el mismo caso que los hijos del rey respecto al censo debido al soberano. Y al declararse exento, enseña que es el propio Hijo de Dios y que habita en la casa del Padre2, en casa propia. Es el Hijo del Rey, y no está obligado a pagar tributo.

Pero el Señor quiso cumplir con toda exactitud sus deberes de ciudadano, como los demás, aunque mostró su condición divina en la forma de obtener la suma que se le pedía. Este pasaje del Evangelio, que solo ha recogido San Mateo, nos muestra también la pobreza de Jesús, que no posee ni dos dracmas, una cantidad pequeña; también, la distinción que el Señor hace con Pedro al pagar por los dos: para no escandalizarlos -dice Jesús a Simón-, ve al mar, echa el anzuelo y el primer pez que pique sujétalo, ábrele la boca y encontrarás un estater; tómalo y dalo por Mí y por ti. El estater equivalía a cuatro dracmas3.

Y comenta San Ambrosio: es una gran lección, «que enseña a los cristianos la sumisión al poder soberano, a fin de que nadie se permita desobedecer los edictos de un rey de la tierra. Si el Hijo de Dios ha pagado el tributo, ¿crees que tú eres mayor para dejar de pagarlo? Aun Él, que nada poseía, ha pagado el tributo; y tú, que buscas los bienes de este mundo, ¿por qué no reconoces las cargas del mismo?, ¿por qué te consideras por encima del mundo...?»4.

De este y de otros pasajes del Evangelio podemos aprender que, si queremos imitar al Maestro, hemos de ser buenos ciudadanos que cumplen sus deberes en el trabajo, en la familia, en la sociedad: pago de impuestos justos, voto en conciencia, participación en las tareas públicas... «Ama y respeta las normas de una convivencia honrada, y no dudes de que tu sumisión leal al deber será, también, vehículo para que otros descubran la honradez cristiana, fruto del amor divino, y encuentren a Dios»5.

II. Después de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, los Apóstoles tuvieron más clara conciencia de ser enviados por el Señor para estar presentes en la entraña misma de la sociedad. Como el Maestro, no eran del mundo6, y el mundo en muchas ocasiones les rechazaría y no tendría con ellos la sonrisa de benevolencia que se reserva para lo que es propio. Sin ser del mundo, sin ser mundanos, los primeros cristianos rechazaron costumbres y modos de conducta incompatibles con la fe que habían recibido, pero jamás se sintieron extraños a la sociedad a la que por derecho propio pertenecían. Los Apóstoles recordarían en su predicación con particular firmeza aquellas parábolas que les vinculaban al propio corazón de la sociedad humana, porque solo allí podían alcanzar su pleno cumplimiento: la sal, que tiene que sazonar y preservar de la corrupción la vida de los hombres; la levadura, que se mezcla y se confunde con la harina para fermentar toda la masa; la luz, que ha de brillar ante las gentes, para que convencidos por las obras glorifiquen al Padre que está en los cielos.

Los primeros cristianos no buscaron el aislamiento, ni colocaron barreras defensivas que garantizaran su subsistencia en momentos en que la incomprensión arreciaba. Su actitud en las mismas épocas de persecución no fue ni agresiva ni medrosa, sino de serena presencia; la levadura opera confundida entre la masa. La presencia cristiana en el mundo fue radicalmente afirmativa, y toda la injusticia de los perseguidos se reveló incapaz de turbar la actitud serena y constructiva de los cristianos, que se mostraron siempre como ciudadanos ejemplares. La violencia de las persecuciones no hizo de ellos personas inadaptadas o antisociales, ni logró deshacer su solidaridad esencial con el resto de los hombres, sus iguales. «Se nos echa en cara que nos separamos de la masa popular del Estado» –arguye Tertuliano–, y eso es falso, porque el cristiano se sabe embarcado en la misma nave que los demás ciudadanos y participa con ellos de un común destino terreno, «porque si el Imperio es sacudido con violencia, el mal alcanza también a los súbditos y en consecuencia a nosotros»7. Calumniado e incomprendido a veces, el cristiano se mantuvo fiel a su vocación divina y a su vocación humana, ocupando en el mundo el lugar que le correspondía, ejerciendo sus derechos y cumpliendo acabadamente sus deberes8.

Los primeros cristianos no solo fueron buenos cristianos, sino ciudadanos ejemplares, pues estos deberes eran para ellos obligaciones de una conciencia rectamente formada, a través de las cuales se santificaban. Obedecían a las leyes civiles justas no solo por temor al castigo, sino también a causa de la conciencia9, escribía San Pablo a los primeros cristianos de Roma. Y añade: por esta razón -en conciencia- les pagáis también los tributos10. «Como hemos aprendido de Él (de Cristo) –escribe San Justino Mártir a mediados del siglo ii–, nosotros procuramos pagar los tributos y contribuciones, íntegros y con rapidez, a vuestros encargados (...). De aquí que adoramos solo a Dios, pero os obedecemos gustosamente a vosotros en todo lo demás, reconociendo abiertamente que sois los reyes y los gobernadores de los hombres, y pidiendo en la oración que, junto con el poder imperial, tengáis también un arte de gobernar lleno de sabiduría»11.

Nosotros podemos preguntarnos hoy en la oración si se nos conoce por ser buenos ciudadanos que cumplen puntualmente sus deberes, si somos buenos vecinos, buenos compañeros de trabajo...

III. La Iglesia ha exhortado siempre a los cristianos, «ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico»12. Los demás han de ver en nosotros esa luz de Cristo reflejada en un trabajo honesto, en el que se cumplen con fidelidad las obligaciones de justicia con la empresa, con quienes trabajan a nuestro cargo, con la sociedad en el pago de los impuestos que sean justos; el estudiante, formándose a conciencia en su futura profesión; el profesor, preparando cada día sus clases, mejorando su explicación año tras año, sin caer en la rutina y en la mediocridad; la madre de familia, cuidando del hogar, de los hijos, del marido, pagando lo justo a quien le ayuda en las tareas de la casa...

No pueden ser buenos cristianos quienes no son buenos ciudadanos; se equivocan quienes «bajo pretexto de que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura (cfr. Heb 13, 14), consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno»13.

El cristiano no puede quedar contento si solo cumple sus deberes familiares y religiosos; ha de estar presente, según sus posibilidades, allí donde se decide la vida del barrio, del pueblo o de la ciudad; su vida tiene una dimensión social y aun política que nace de la fe y afecta al ejercicio de las virtudes, a la esencia de la vida cristiana. «Desde esta perspectiva adquiere toda su nobleza y dignidad la dimensión social y política de la caridad. Se trata del amor eficaz a las personas, que se actualiza en la prosecución del bien común de la sociedad»14. Como cristianos que se han de santificar en medio del mundo, hemos de tener siempre muy en cuenta «la nobleza y dignidad moral del compromiso social y político y las grandes posibilidades que ofrece para crecer en la fe y en la caridad, en la esperanza y en la fortaleza, en el desprendimiento y en la generosidad». Y «cuando el compromiso social y político es vivido con verdadero espíritu cristiano, se convierte en una dura escuela de perfección y en un exigente ejercicio de las virtudes»15.

Si somos ciudadanos que cumplen ejemplarmente sus deberes todos, podremos iluminar para muchos el camino que lleva a seguir a Cristo. En nuestros días, «una masa nueva y sin informar ha surgido en las viejas tierras cristianas, mientras el mundo, en toda su anchura, es el campo de una acción apostólica que ha de alcanzar a todos los hombres y en la cual estamos comprometidos todos los cristianos. Hoy la Iglesia y cada uno de sus hijos se hallan de nuevo en estado de misión, y a la levadura se le pide que ponga en acto la plenitud de su fuerza renovadora»16; esto es posible cuando nos sentimos, ¡porque lo somos!, ciudadanos de pleno derecho que cumplen sus deberes y ejercitan sus derechos, y no se esconden ante las obligaciones y vicisitudes de la vida pública.

14 de agosto

VÍSPERA DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA


— La Virgen Nuestra Señora, Arca de la Nueva Alianza.

— La esperanza del Cielo.

— Vale la pena ser fieles.

I. ¡Qué pregón tan glorioso para Ti, Virgen María! Hoy has sido elevada por encima de los ángeles y con Cristo triunfas para siempre1.

La Primera lectura de la Misa2, en la Vigilia de esta Solemnidad, nos recuerda el pasaje del Antiguo Testamento que narra el traslado del Arca de la Alianza a su lugar definitivo. David convocó a todo Israel, ordenó a los sacerdotes que se purificasen para el traslado, nombró cantores y músicos para que la procesión tuviera el mayor realce posible y, en medio de una alegría incontenible, el Arca fue trasladada y colocada en medio del Tabernáculo preparado para tal fin en la ciudad de David. Encontró su reposo en el monte Sión, que Dios mismo había elegido para su perpetua morada3.

El Arca era el signo de la presencia de Dios en medio de su Pueblo; en su interior se guardaba su Palabra, reseñada en las Tablas de la Ley4. Se menciona hoy este pasaje porque María es el Arca de la Nueva Alianza, en cuyo seno habitó el Hijo de Dios, el Verbo, la Palabra de Dios hecha carne, durante nueve meses5, y con su Asunción a los Cielos encontró su morada definitiva en el seno de la Trinidad Santísima. Allí, «llevada en medio de aclamaciones de alegría y de alabanza, fue conducida junto a Dios, colocada en un trono de gloria, por encima de todos los santos y ángeles del Cielo»6.

El Arca del Antiguo Testamento estaba construida con materiales preciosos, revestida de oro en su interior; en el caso de María, Dios la llenó de dones incomparables, y su belleza externa era reflejo de esta plenitud de gracia con que había sido adornada7. Así correspondía a la nueva morada de Dios en el mundo.

No olvidemos hoy que el Arca era para los judíos un lugar privilegiado donde Dios escuchaba sus oraciones: mi Nombre estará allí, se lee en el Libro de los Reyes8. María, Arca de la Nueva Alianza, es también el lugar privilegiado donde Dios escucha nuestras plegarias. Con la ventaja de que Ella suma su voz a la nuestra. Acudir a Nuestra Señora no solo es el mejor medio para ser atendidos por Dios, sino que Ella misma, desde el Cielo, intercede y endereza nuestras súplicas cuando no andan del todo bien encaminadas: «asunta a los Cielos (...), continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna»9, reafirma el Concilio Vaticano II.

«En cuerpo y alma ha subido a los Cielos nuestra Madre. Repítele que, como hijos, no queremos separarnos de Ella... ¡Te escuchará!»10. Madre nuestra, Tú que estás en cuerpo y alma tan cerca de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo, no nos dejes de tu mano... No me dejes... no los dejes, Madre mía. ¡Qué seguridad tan grande nos da en todo momento la devoción a la Virgen Santísima! Ella nos escuchará siempre en cualquier circunstancia en que nos encontremos.

II. Cuando Jerusalén fue destruida por los ejércitos de Babilonia, el profeta Jeremías se llevó el Arca, según cuenta una antigua tradición judía, y la escondió en algún lugar secreto. Ninguna noticia se tuvo jamás del Arca. Solo San Juan nos dice que la vio en el Cielo, según recoge una de las Lecturas de la Misa de mañana, con clara referencia al cuerpo santísimo de Nuestra Señora: Se abrió el templo de Dios en el Cielo y el Arca de su Testamento fue vista en su templo11. «Nadie puede decirnos con seguridad cuándo y dónde, ni de qué manera, dejó la tierra la Virgen. Pero sabemos dónde está. Cuando Elías fue llevado al Cielo, los hijos de los profetas de Jericó preguntaron a Eliseo si podían salir a buscarle. “Es posible le dijeron que el espíritu del Señor le haya transportado a lo alto de una colina o le haya dejado en alguna hendidura de los valles”. Eliseo consintió a regañadientes, y cuando volvieron de su búsqueda infructuosa, les recibió con estas palabras: ¿No os había dicho que no fuerais? (2 Rey 2, 16-18). Lo mismo sucede con el cuerpo de la Santísima Virgen. En ningún lugar de la cristiandad oiréis ni siquiera un rumor acerca de él. Hay tantas iglesias en todas partes del mundo que afirman con entusiasmo que poseen las reliquias de este o aquel santo... ¿Quién puede decirnos si San Juan Bautista descansa en Amiens o en Roma? Pero nunca de Nuestra Señora. Y si alguno de vosotros confiaba aún en encontrar tan inestimable tesoro, el Santo Padre hace un tiempo ordenó terminar la búsqueda. Sabemos dónde está su cuerpo: en el Cielo.

»Naturalmente, lo sabíamos ya antes»12. El Papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, definía como dogma de fe que «la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial»13. Pero desde los comienzos de la fe, los cristianos tuvieron el convencimiento de que Santa María no experimentó la corrupción del sepulcro, sino que había sido llevada en cuerpo y alma a los Cielos. Como escribe un antiguo Padre de la Iglesia, «convenía que Aquella que en el parto había conservado íntegra su virginidad, conservase sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Convenía que Aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitara en la morada divina. Convenía que Aquella que había visto a su Hijo en la Cruz, recibiendo así en su corazón el dolor de que había estado libre en el parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su Hijo, y que fuera honrada como Madre y Esclava de Dios por todas las criaturas»14.

La Asunción de Nuestra Señora nos llena de alegría y nos alienta en ese camino que nos falta por recorrer hasta llegar al Cielo. Ella nos da ánimo y fuerzas para alcanzar la santidad a la que por vocación hemos sido llamados. Para eso, es necesario que luchemos para ser buenos hijos de Dios, «que procuremos mantener el alma limpia, por la Confesión sacramental frecuente y por la recepción de la Eucaristía. De esta manera, también llegará para nosotros el momento de subir al Cielo. No del mismo modo que la Santísima Virgen María, porque nuestros cuerpos conocerán la corrupción del sepulcro debida al pecado. Sin embargo, si morimos en la gracia de Dios, nuestras almas irán al Cielo, quizá pasando antes por el Purgatorio para adquirir el traje nupcial que es indispensable para entrar en el banquete de la vida eterna, la limpieza necesaria para ser dignos de ver a Dios sicuti est (1 Jn 3, 2), tal como es. Después, en el momento de la resurrección universal de los muertos, también nuestros cuerpos resucitarán y se unirán a nuestras almas, glorificados, para recibir el premio eterno»15. Y estaremos junto a Jesús y a su Madre Santísima, con una alegría sin término.

III. Mirando ese final feliz en la vida de la Virgen, comprendemos la alegría de ser fieles cada día. Nos damos cuenta de que «vale la pena luchar, decir al Señor que sí; vale la pena en este ambiente pagano en el que vivimos, y en el que por vocación divina tenemos que santificarnos y santificar a los demás, vale la pena rechazar con decisión todo lo que nos pueda apartar de Dios, y responder afirmativamente a todo lo que nos acerque a Él. El Señor nos ayudará, porque no pide imposibles. Si nos manda que seamos santos, a pesar de nuestras innegables miserias y de las dificultades del ambiente, es porque nos concede su gracia. Por lo tanto, possumus! (Mc 10, 39), ¡podemos! Podemos ser santos, a pesar de nuestras miserias y pecados, porque Dios es bueno y todopoderoso, y porque tenemos por Madre a la misma Madre de Dios, a la que Jesús no puede decir que no.

»Vamos, pues, a llenarnos de esperanza, de confianza: a pesar de nuestras pequeñeces, ¡podemos ser santos!, si luchamos un día y otro día, si purificamos nuestras almas en el Sacramento de la penitencia, si recibimos con frecuencia el pan vivo que ha bajado del Cielo (cfr. Jn 6, 41), el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, realmente presente en la Sagrada Eucaristía.

»Y cuando llegue el momento de rendir nuestra alma a Dios, no tendremos miedo a la muerte. La muerte será para nosotros un cambio de casa. Vendrá cuando Dios quiera, pero será una liberación, el principio de la Vida con mayúscula. Vita mutatur, non tollitur (Prefacio I de difuntos) (...). La vida se cambia, no nos la arrebatan. Empezaremos a vivir de un modo nuevo, muy unidos a la Santísima Virgen, para adorar eternamente a la Trinidad Beatísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es el premio que nos está reservado»16. Mientras tanto, Nuestra Madre nos ayuda desde el Cielo, cada día, en todos nuestros apuros y dificultades. No dejemos de acudir a Ella; de modo particular, en sus grandes fiestas.

Salmo 83: Añoranza del templo

Ant: Dichosos los que viven en tu casa, Señor.

¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación:

Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver a Dios en Sión.

Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.

Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.

Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria;
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.

¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Dichosos los que viven en tu casa, Señor.

Isaías 2, 2-5: El monte de la casa del Señor en la cima de los montes

Ant: Venid, subamos al monte del Señor.

Al final de los días estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cima de los montes,
encumbrado sobre las montañas.

Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos.
Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob:

Él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
de Jerusalén, la palabra del Señor».

Será el árbitro de las naciones,
el juez de pueblos numerosos.

De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.

Casa de Jacob, ven,
caminemos a la luz del Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, subamos al monte del Señor.

Salmo 95: El Señor, rey y juez del mundo

Ant: Cantad al Señor, bendecid su nombre.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «el Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente».

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,

delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Cantad al Señor, bendecid su nombre.

Lectura

2Co 1,3-5

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo.

V/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

R/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

V/. Él es mi salvación.

R/. Y mi energía.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

Cántico Ev.

Ant: Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.

Preces

Celebremos, amados hermanos, a nuestro Salvador, el testigo fiel, y, al recordar hoy a los santos mártires que murieron a causa de la palabra de Dios, aclamémoslo, diciendo:

Nos has comprado, Señor, con tu sangre

- Por la intercesión de los santos mártires, que entregaron libremente su vida como testimonio de la fe,
concédenos, Señor, la verdadera libertad de espíritu.


- Por la intercesión de los santos mártires, que proclamaron la fe hasta derramar su sangre,
concédenos, Señor, la integridad y la constancia de la fe.


- Por la intercesión de los santos mártires, que, soportando la cruz, siguieron tus pasos,
concédenos, Señor, soportar con generosidad las contrariedades de la vida.


- Por la intercesión de los santos mártires, que lavaron su manto en la sangre del Cordero,
concédenos, Señor, vencer las obras del mundo y de la carne.

Llenos de alegría por nuestra condición de hijos de Dios, digamos confiadamente:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Oh Dios, que al mártir san Maximiliano María Kolbe, apóstol de la Inmaculada, le llenaste de celo por las almas y de amor al prójimo, concédenos, por su intercesión, trabajar generosamente por tu gloria en el servicio de los hombres y tener el valor de asemejarnos a tu Hijo, incluso hasta en la muerte. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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