Custodia

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Saludo

Bendición

viernes, 7 de julio de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 Viernes, XIII semana del Tiempo Ordinario, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.

R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.


Invitatorio


Salmo 94: Invitación a la alabanza divina


Ant: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.


Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos.


-se repite la antífona


Porque el Señor es un Dios grande,

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra,

son suyas las cumbres de los montes;

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.


-se repite la antífona


Entrad, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.


-se repite la antífona


Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y me tentaron, aunque habían visto mis obras.


-se repite la antífona


Durante cuarenta años

aquella generación me asqueó, y dije:

"Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso."»


-se repite la antífona


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

 

Himno


Así te necesito

de carne y hueso.

Te atisba el alma en el ciclón de estrellas,

tumulto y sinfonía de los cielos;

y, a zaga del arcano de la vida,

perfora el caos y sojuzga el tiempo,

y da contigo, Padre de las causas,

Motor primero.


Mas el frío conturba en los abismos,

y en los días de Dios amaga el vértigo.

¡Y un fuego vivo necesita el alma

y un asidero!


Hombre quisiste hacerme, no desnuda

inmaterialidad de pensamiento.

Soy una encarnación diminutiva;

el arte, resplandor que toma cuerpo:

la palabra es la carne de la idea:

¡Encarnación es todo el universo!

¡Y el que puso esta ley en nuestra nada

hizo carne su verbo!

Así: tangible, humano,

fraterno.


Ungir tus pies, que buscan mi camino,

sentir tus manos en mis ojos ciegos,

hundirme, como Juan, en tu regazo,

y -Judas sin traición- darte mi beso.


Carne soy, y de carne te quiero.

¡Caridad que viniste a mi indigencia,

qué bien sabes hablar en mi dialecto!

Así, sufriente, corporal, amigo,

¡cómo te entiendo!

¡Dulce locura de misericordia:

los dos de carne y hueso!


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Amén.


Salmo 34,1-2.3c.9-19.22-23.27-28 - I: Súplica contra los perseguidores injustos


Ant: Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.


Pelea, Señor, contra los que me atacan,

guerrea contra los que me hacen guerra;

empuña el escudo y la adarga,

levántate y ven en mi auxilio;

di a mi alma:

«yo soy tu victoria.»


Y yo me alegraré con el Señor,

gozando de su victoria;

todo mi ser proclamará:

«Señor, ¿quién como Tú,

que defiendes al débil del poderoso,

al pobre y humilde del explotador?»


Se presentaban testigos violentos:

me acusaban de cosas que ni sabía,

me pagaban mal por bien,

dejándome desamparado.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.


Salmo 34,1-2.3c.9-19.22-23.27-28 - II:


Ant: Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso.


Yo, en cambio, cuando estaban enfermos,

me vestía de saco,

me mortificaba con ayunos

y desde dentro repetía mi oración.


Como por un amigo o por un hermano,

andaba triste;

cabizbajo y sombrío,

como quien llora a su madre.


Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,

se juntaron contra mí

y me golpearon por sorpresa;

me laceraban sin cesar.


Cruelmente se burlaban de mí,

rechinando los dientes de odio.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso.


Salmo 34,1-2.3c.9-19.22-23.27-28 - III:


Ant: Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará, Señor.


Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?

Defiende mi vida de los que rugen,

mi único bien, de los leones,


y te daré gracias en la gran asamblea,

te alabaré entre la multitud del pueblo.


Que no canten victoria mis enemigos traidores,

que no hagan guiños a mi costa

los que me odian sin razón.


Señor, tú lo has visto, no te calles,

Señor, no te quedes a distancia;

despierta, levántate, Dios mío,

Señor mío, defiende mi causa.


Que canten y se alegren

los que desean mi victoria,

que repitan siempre: «Grande es el Señor»

los que desean la paz a tu siervo.


Mi lengua anunciará tu justicia,

todos los días te alabará.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará, Señor.


V/. Hijo mío, conserva mis palabras.


R/. Guarda mis mandatos, y vivirás.


Lectura


V/. Hijo mío, conserva mis palabras.


R/. Guarda mis mandatos, y vivirás.


La profecía mesiánica de Natán


2S 7,1-25


En aquellos días, cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán:


«Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el urca del Señor vive en una tienda.»


Natán respondió al rey:


«Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.»


Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor:


«Ve y dile a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy, no he habitado en una casa, sino que he viajado de acá para allá en una tienda que me servía de santuario. Y, en todo el tiempo que viajé de acá para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé pastorear a mi pueblo Israel, que me construyese una casa de cedro?"


Pues bien, di esto a mi siervo David: "Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía.


Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo; si se tuerce, lo corregiré con varas y golpes como suelen los hombres, pero no le retiraré mi lealtad como se la retiré a Saúl, al que aparté de mi presencia. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."»


Natán comunicó a David toda la visión y todas estas palabras. Entonces el rey David fue a presentarse ante el Señor y dijo:


«¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? ¡Y, por si fuera poco para ti, mi Señor, has hecho a la casa de tu siervo una promesa para el futuro, mientras existan hombres, mi Señor! ¿Qué más puede añadirte David, si tú, mi Señor, conoces a tu siervo? Por tu palabra, y según tus designios, has sido magnánimo con tu siervo, revelándole estas cosas. Por eso eres grande, mi Señor, como hemos oído; no hay nadie como tú, no hay dios fuera de ti.


¿Y qué nación hay en el mundo como tu pueblo Israel, a quien Dios ha venido a librar para hacerlo suyo, y a darle renombre, y a hacer prodigios terribles en su favor, expulsando a las naciones y a sus dioses ante el pueblo que libraste de Egipto? Has establecido a tu pueblo Israel como pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, mantén siempre la promesa que has hecho a tu siervo y a su familia, cumple tu palabra.»


R/. El ángel Gabriel dijo a María: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y Dios le dará el trono de David, su padre. Reinará sobre la casa de Jacob para siempre.»


V/. El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará: «A uno de tu linaje pondré sobre tu trono.»


R/. Reinará sobre la casa de Jacob para siempre.»


L. Patrística


Jesucristo es del linaje de David según la carne

San Agustín


Sobre la predestinación de los elegidos 15, 30-31


El más esclarecido ejemplar de la predestinación y de la gracia es el mismo Salvador del mundo, el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús; porque para llegar a serlo, ¿con qué méritos anteriores, ya de obras, ya de fe, pudo contar la naturaleza humana que en él reside? Yo ruego que se me responda a lo siguiente: aquella naturaleza humana que en unidad de persona fue asumida por el Verbo, coeterno del Padre, ¿cómo mereció llegar a ser Hijo unigénito de Dios? ¿Precedió algún mérito a esta unión? ¿Qué obró, qué creyó o qué exigió previamente para llegar a tan inefable y soberana dignidad? ¿No fue acaso por la virtud y asunción del mismo Verbo, por lo aquella humanidad, en cuanto empezó a existir, empezó a ser Hijo único de Dios?


Manifiéstese, pues, ya a nosotros en el que es nuestra Cabeza, la fuente misma de la gracia, la cual se derrama por todos sus miembros según la medida de cada uno. Tal es la gracia, por la cual se hace cristiano el hombre desde el momento en que comienza a creer; la misma por cual aquel Hombre, unido al Verbo desde el primer momento de su existencia, fue hecho Jesucristo; del mismo Espíritu Santo, de quien Cristo fue nacido, es ahora el hombre renacido; por el mismo Espíritu Santo, por quien verificó que la naturaleza humana de Cristo estuviera exenta de todo pecado, se nos concede a nosotros ahora la remisión de los pecados. Sin duda, Dios tuvo presciencia de que realizaría todas estas cosas. Porque en esto consiste la predestinación de los santos, que tan soberanamente resplandece en el Santo de los santos. ¿Quién podría negarla de cuantos entienden rectamente las palabras de la verdad? Pues el mismo Señor de la gloria, en cuanto que el Hijo de Dios se hizo hombre, sabemos que fue también predestinado.


Fue, por tanto, predestinado Jesús, para que, al llegar a ser hijo de David según la carne, fuese también, al mismo tiempo, Hijo de Dios según el Espíritu de santidad; pues nació del Espíritu Santo y de María Virgen. Tal fue aquella singular elevación del hombre, realizada de manera inefable por el Verbo divino, para que Jesucristo fuese llamado a la vez, verdadera y propiamente, Hijo de Dios e hijo del hombre; hijo del hombre, por la naturaleza humana asumida, e Hijo de Dios, porque el Verbo unigénito la asumió en sí; de otro modo no se creería en la trinidad, sino en una cuaternidad de personas.


Así fue predestinada aquella humana naturaleza a tan grandiosa, excelsa y sublime dignidad, más arriba de la cual no podría ya darse otra elevación mayor; de la misma manera que la divinidad no pudo descender ni humillarse más por nosotros, que tomando nuestra naturaleza con todas sus debilidades hasta la muerte de cruz. Por tanto, así como ha sido predestinado ese hombre singular para ser nuestra Cabeza, así también una gran muchedumbre hemos sido predestinados para ser sus miembros. Enmudezcan, pues, aquí las deudas contraídas por la humana naturaleza, pues ya perecieron en Adán, y reine por siempre esta gracia de Dios, que ya reina por medio de Jesucristo, Señor nuestro, único Hijo de Dios y único Señor. Y así, si no es posible encontrar en nuestra Cabeza mérito alguno que preceda a su singular generación, tampoco en nosotros, sus miembros, podrá encontrarse merecimiento alguno que preceda a tan multiplicada regeneración.


R/. Mirad, ya se cumplió el tiempo en que envió Dios a su Hijo, nacido de la Virgen, nacido bajo la ley. Para rescatar a los que estaban bajo la ley.


V/. Dios, por el gran amor con que nos amó, envió a su Hijo encarnado en una carne pecadora como la nuestra.


R/. Para rescatar a los que estaban bajo la ley.


Viernes, XIII semana del Tiempo Ordinario, feria


* Gn 23,1-4.19; 24,1-8.62-67: Isaac con el amor de Rebeca se consoló de la muerte de su madre.


Sara vivió ciento veintisiete años.


Murió Sara en Quiryat Arbá - que es Hebrón - en el país de Canaán, y Abraham hizo duelo por Sara y la lloró.


Luego se levantó Abraham de delante de la muerta, y habló a los hijos de Het en estos términos:


Yo soy un simple forastero que reside entre vosotros. Dadme una propiedad sepulcral entre vosotros, para retirar y sepultar a mi muerta."


Después Abraham sepultó a su mujer Sara en la cueva del campo de la Makpelá frente a Mambré (es Hebrón), en Canaán.


Abraham era ya un viejo entrado en años, y Yahveh había bendecido a Abraham en todo.


Abraham dijo al siervo más viejo de su casa y mayordomo de todas sus cosas: "Ea, pon tu mano debajo de mi muslo,


que voy a juramentarte por Yahveh, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos con los que vivo;


sino que irás a mi tierra y a mi patria a tomar mujer para mi hijo Isaac."


Díjole el siervo: "Tal vez no quiera la mujer seguirme a este país. ¿Debo en tal caso volver y llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste?"


Díjole Abraham: "Guárdate de llevar allá a mi hijo.


Yahveh, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que me tomó de mi casa paterna y de mi patria, y que me habló y me juró, diciendo: "A tu descendencia daré esta tierra", él enviará su Angel delante de ti, y tomarás de allí mujer para mi hijo.


Si la mujer no quisiere seguirte, no responderás de este juramento que te tomo. En todo caso, no lleves allá a mi hijo."


Entretanto, Isaac había venido del pozo de Lajay Roí, pues habitaba en el país del Négueb.


Una tarde había salido Isaac de paseo por el campo, cuando he aquí que al alzar la vista, vio que venían unos camellos.


Rebeca a su vez alzó sus ojos y viendo a Isaac, se apeó del camello,


y dijo al siervo: "¿Quién es aquel hombre que camina por el campo a nuestro encuentro?" Dijo el siervo: "Es mi señor." Entonces ella tomó el velo y se cubrió.


El siervo contó a Isaac todo lo que había hecho,


e Isaac introdujo a Rebeca en la tienda, tomó a Rebeca, que pasó a ser su mujer, y él la amó. Así se consoló Isaac por la pérdida de su madre.


Sal 105: Dad gracias al Señor, porque es bueno.


Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.


¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,

pregonar toda su alabanza?

Dichosos los que respetan el derecho

y practican siempre la justicia.


Acuérdate de mí por amor a tu pueblo,

visítame con tu salvación:

para que vea la dicha de tus escogidos,

y me alegre con la alegría de tu pueblo,

y me gloríe con tu heredad.


Hemos pecado con nuestros padres,

hemos cometido maldades e iniquidades.

Nuestros padres en Egipto

no comprendieron tus maravillas;


no se acordaron de tu abundante misericordia,

se rebelaron contra el Altísimo en el mar Rojo,

pero Dios los salvó por amor de su nombre,

para manifestar su poder.


Increpó al mar Rojo, y se secó,

los condujo por el abismo como por tierra firme;

los salvó de la mano del adversario,

los rescató del puño del enemigo;


las aguas cubrieron a los atacantes,

y ni uno sólo se salvó:

entonces creyeron sus palabras,

cantaron su alabanza.


Bien pronto olvidaron sus obras,

y no se fiaron de sus planes:

ardían de avidez en el desierto

y tentaron a Dios en la estepa.

El les concedió lo que pedían,

pero les mandó un cólico por su gula.


Envidiaron a Moisés en el campamento,

y a Aarón, el consagrado al Señor:

se abrió la tierra y se tragó a Datán,

se cerro sobre Abirón y sus secuaces;

un fuego abrasó a su banda,

una llama consumió a los malvados.


En Horeb se hicieron un becerro,

adoraron un ídolo de fundición;

cambiaron su gloria por la imagen

de un toro que come hierba.


Se olvidaron de Dios, su salvador,

que había hecho prodigios en Egipto,

maravillas en el país de Cam,

portentos junto al mar Rojo.


Dios hablaba ya de aniquilarlos;

pero Moisés, su elegido,

se puso en la brecha frente a El,

para apartar su cólera del exterminio.


Despreciaron una tierra envidiable,

no creyeron en su palabra;

murmuraban en las tiendas,

no escucharon la voz del Señor.


El alzó la mano y juró

que los haría morir en el desierto,

que dispersaría su estirpe por las naciones

y los aventaría por los países.


Se acoplaron con Baal Fegor,

comieron de los sacrificios a dioses muertos;

provocaron a Dios con sus perversiones,

y los asaltó una plaga;


pero Finés se levantó e hizo justicia,

y la plaga cesó;

y se le apuntó a su favor

por generación sin término.


Lo irritaron junto a las aguas de Meribá,

Moisés tuvo que sufrir por culpa de ellos;

le habían amargado el alma,

y desvariaron sus labios.


No exterminaron a los pueblos

que el Señor les había mandado;

emparentaron con los gentiles,

imitaron sus costumbres;


adoraron sus ídolos

y cayeron en sus lazos;

inmolaron a los demonios

sus hijos y sus hijas;


derramaron la sangre inocente

y profanaron la tierra ensangrentándola;

se mancharon con sus acciones

y se prostituyeron con sus maldades.


La ira del Señor se encendió contra su pueblo,

y aborreció su heredad;

los entregó en manos de gentiles,

y sus adversarios los sometieron;

sus enemigos los tiranizaban

y los doblegaron bajo su poder.


Cuántas veces los libró;

más ellos, obstinados en su actitud,

perecían por sus culpas;

pero él miró su angustia,

y escuchó sus gritos.


Recordando su pacto con ellos,

se arrepintió con inmensa misericordia;

hizo que movieran a compasión

a los que habían deportado.


Sálvanos, Señor, Dios nuestro,

reúnenos de entre los gentiles:

daremos gracias a su santo nombre,

y alabarte será nuestra gloria.


Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

desde siempre y por siempre.

Y todo el pueblo diga:

"¡Amén!"


Mt 9,9-13: No tienen necesidad de médico los sanos; misericordia quiero y no sacrificios.


En aquel tiempo, vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:


-Sígueme.


El se levantó y lo siguió.


Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.


Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:


-¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?


Jesús lo oyó y dijo:


-No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.


Francisco Fernández-CarvajalHablar con Dios


13ª Semana. Viernes


MORTIFICACIONES HABITUALES


— Las mortificaciones nacen del amor y a su vez lo alimentan.


— Mortificaciones para ayudar y hacer más grata la vida a los demás; las pequeñas contrariedades de cada día; espíritu de sacrificio en el cumplimiento del deber.


— Otras mortificaciones. El espíritu de mortificación.


I. Nos relata San Mateo en el Evangelio de la Misa1 que, después de responder a la llamada de Jesús, preparó una comida en su propia casa, a la que asistieron el resto de los discípulos y muchos publicanos y pecadores, quizá sus amigos de siempre. Los fariseos, al ver esto, decían: ¿Por qué vuestro Maestro come con los publicanos y los pecadores? Jesús oyó estas palabras y Él mismo les contestó diciéndoles que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Y a continuación hace suyas unas palabras del profeta Oseas2: más quiero misericordia que sacrificio. No rechaza el Señor los sacrificios que se le ofrecen; insiste, sin embargo, en que estos han de ir acompañados del amor que nace de un corazón bueno, pues la caridad ha de informar toda la actividad del cristiano y, de modo particular, el culto a Dios3.


Aquellos fariseos, fieles cumplidores de la Ley, no acompañaban sus sacrificios del olor suave de la caridad para con el prójimo y del amor a Dios; en otro lugar dirá el Señor, con palabras del Profeta Isaías: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. En aquella comida en casa de Mateo manifiestan con su pregunta que les falta comprensión hacia los demás invitados y que no se esfuerzan por acercarlos a Dios y a la Ley, de la que ellos se muestran tan fieles cumplidores; juzgan con una visión estrecha y falta de amor. «Prefiero las virtudes a las austeridades, dice con otras palabras Yahvé al pueblo escogido, que se engaña con ciertas formalidades externas.


»—Por eso, hemos de cultivar la penitencia y la mortificación, como muestras verdaderas de amor a Dios y al prójimo»4.


Nuestro amor a Dios se expresa en los actos de culto, pero también se manifiesta en todas las acciones del día, en las pequeñas mortificaciones que impregnan lo que hacemos, y que llevan hasta el Señor nuestro deseo de abnegación y de agradarle en todo.


Si faltara esta honda disposición, la materialidad de repetir unos mismos actos carecería de valor, porque le faltaría su más íntimo sentido: los pequeños sacrificios que procuramos ofrecer cada día al Señor, nacen del amor y alimentan a su vez este mismo amor.


El espíritu de mortificación, tal como lo quiere el Señor, no es algo negativo ni inhumano5; no es una actitud de rechazo ante lo bueno y lo noble que puede haber en el uso y goce de los bienes de la tierra; es manifestación de señorío sobrenatural sobre el cuerpo y sobre las cosas creadas, sobre los bienes, las relaciones humanas, el trabajo...; la mortificación, voluntaria o aquella otra que viene sin haberla buscado, no es la simple privación, sino manifestación de amor, pues «padecer necesidad es algo que puede ocurrirle a cualquiera, pero saber padecerla es propio de las almas grandes»6, de las almas que han amado mucho.


La mortificación no es simple moderación, mantener a raya los sentidos y el desequilibrio que producen el desorden y el exceso, sino abnegación verdadera, dar cabida a la vida sobrenatural en nuestra alma, adelanto de aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros7.


II. Prefiero la misericordia al sacrificio... Por eso, un campo principal de nuestras mortificaciones ha de ser el que se refiere a las relaciones y al trato con los demás, donde ejercitamos continuamente una actitud misericordiosa, como la del Señor con las gentes que encontraba a su paso. El aprecio por quienes cada día tratamos en la familia, en nuestro quehacer profesional, en la calle, empuja y ordena nuestra mortificación. Nos lleva a hacerles más grato su paso por la tierra, de modo particular a aquellos que más sufren física o moralmente, a prestarles pequeños servicios, a privarnos de alguna comodidad en beneficio de ellos.


Esta mortificación nos impulsará a superar un estado de ánimo poco optimista que necesariamente influye en los demás, a sonreír también cuando tenemos dificultades, a evitar todo aquello –aun pequeño– que puede molestar a quienes tenemos más cerca, a disculpar, a perdonar... Así morimos, además, al amor propio, tan íntimamente arraigado en nuestro ser, aprendemos a ser humildes. Esta disposición habitual que nos lleva a ser causa de alegría para los demás, solo puede ser fruto de un hondo espíritu de mortificación, pues «despreciar la comida y la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo... Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta... no es negocio de muchos, sino de pocos»8.


Junto a estas mortificaciones que hacen referencia a la caridad, quiere el Señor que sepamos encontrarle en aquello que Él permite y que de alguna manera contraría nuestros gustos y planes o el propio interés. Son las mortificaciones pasivas, que hallamos a veces en una grave enfermedad, en problemas familiares que no parecen tener fácil arreglo, en un importante revés profesional...; pero más frecuentemente, cada día, tropezamos con pequeñas contrariedades e imprevistos que se atraviesan en el trabajo, en la vida familiar, en los planes que teníamos para esa jornada... Son ocasiones para decirle al Señor que le amamos, precisamente a través de aquello que en un primer momento nos resistimos a admitir. La contrariedad –pequeña o grande– aceptada con amor, ofreciendo al Señor aquel contratiempo, produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada y triste, o con una íntima rebeldía que la aleja de los demás y de Dios.


Otro campo de mortificaciones en las que mostramos el amor al Señor está en el cumplimiento ejemplar de nuestro deber: trabajar con intensidad, no aplazar los deberes ingratos, combatir la pereza mental, cuidar las cosas pequeñas, el orden, la puntualidad, facilitar su labor a quien está en el mismo quehacer, ofrecer el cansancio que todo trabajo hecho con intensidad lleva consigo...


Mientras trabajamos, en el trato con los demás..., en toda ocasión, manifestamos, a través de ese vencimiento pequeño, que amamos al Señor sobre todas las cosas y, más aún, por encima de nosotros mismos. Con estas mortificaciones nos elevamos hasta Él; sin ellas, quedamos a ras de tierra. Esos pequeños sacrificios ofrecidos a lo largo del día disponen al alma para la oración y la llenan de alegría.


III. Sacrificio con amor nos pide el Señor. La mortificación no está en la zona fronteriza en la que es inminente el peligro de caer en el pecado; se encuentra en pleno campo de la generosidad, porque es saberse privar de lo que sería posible no privarse sin ofender a Dios. El alma mortificada no es la que no ofende, sino la que ama; vivir así, con una mortificación habitual, parece necedad a los ojos de los que se pierden; mas para los que se salvan, esto es, para nosotros, es la fuerza de Dios9, recordaba San Pablo a los primeros cristianos de Corinto.


El amor al Señor nos mueve a controlar la imaginación y la memoria, alejando pensamientos y recuerdos inútiles; a sujetar la sensibilidad, la tendencia a «pasarlo bien» como primera razón de la vida. La mortificación nos lleva a vencer la pereza al levantarnos, a no dejar la vista y los demás sentidos desparramados, sin control alguno, a ser sobrios en la bebida, a comer con templanza, a evitar caprichos...; también mortificaciones corporales, con el oportuno consejo recibido en la dirección espiritual o en la Confesión.


En ocasiones nos fijaremos en algunas mortificaciones con preferencia a otras, dando siempre especial importancia a las que se refieren al mejor cumplimiento de nuestros deberes para con Dios, a las que ayudan a vivir con esmero la caridad y el cumplimiento del propio deber. Incluso puede ser útil el tomar nota de algunas, revisarlas a lo largo del día y pedirle ayuda a nuestro Ángel Custodio para que salgan adelante. Tener en cuenta la tendencia de todo hombre, de toda mujer, al olvido y a la dejadez, nos ayudará a poner los medios necesarios para no dejarlas incumplidas, a un lado. Esas pequeñas renuncias a lo largo del día, previstas y buscadas muchas de ellas, acercan a Cristo y constituyen un arma poderosa para ir adquiriendo, primero en un campo y después en otro, el hábito de la mortificación; son una industria humana difícilmente sustituible, dada la natural tendencia a resistir y a olvidarnos de la Cruz.


Para el alma mortificada se hace realidad la promesa de Jesús: quien pierda su vida por amor mío, la encontrará10; así le encontramos a Él en medio del mundo, en nuestros quehaceres y a través de ellos. «Dijo el amigo a su Amado que le diese la paga del tiempo que le había servido. Tomó el Amado en cuenta los pensamientos, deseos, llantos, peligros y trabajos que por su amor había padecido el amigo, y añadió el Amado a la cuenta la eterna bienaventuranza, y se dio a Sí mismo en paga a su amigo».


Pistas para la Lectio Divina


Mateo 9, 9-13: La vocación y el perdón. “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM


El evangelio de hoy está estrechamente conectado con el de ayer. Tres verbos importantes de la escena de la curación del paralítico (“perdonar”, “levantar”, “ir”) se convierten ahora en verbos vocacionales que insertan a un hombre en el camino de seguimiento de Jesús (“llamar a pecadores”, “levantar” y “seguir”).


Distingamos inicialmente dos escenas en el pasaje: (1) la vocación de Mateo (9,9) y (2) la cena con pecadores en casa de Mateo (9,11-13). Ambas escenas se conectan como hecho y explicación.


1. Primera escena: la vocación de Mateo (9,9)


La escena de la vocación de Mateo está construida con base en una cadena de verbos-acciones importantes que nos permiten comprender lo que es una experiencia vocacional.


Jesús aparece, en primer lugar, en movimiento: se “va” de la ciudad, “ve” a Mateo, le “dice” (9,9ª). Se nota el contrate con el otro personaje, Mateo, que está “sentado”.


Llama la atención también la manera como el Jesús misionero itinerante y restaurador del hombre, involucra en su camino a un cobrador de impuestos, un hombre que pertenece a la categoría de los “pecadores”. El poder de la palabra de Jesús, “sígueme”, tiene un efecto similar al que tuvo el “levántate” en el caso del paralítico: “Él (Mateo) se levantó y le siguió”.


Significativo es el gesto que Jesús hace de ir a la casa del hombre pecador y necesitado de Él. Es así como Jesús forma su comunidad (ver también los tres primeros milagros en Mateo 8).


2. Segunda escena: la cena con pecadores en casa de Mateo (9,10-13)


La primera acción de Mateo es ofrecerle a Jesús la mejor acogida posible: le brinda su casa y su mesa, es decir, lo hace entrar en su intimidad y en el mundo que les propio. Se trata de un bello gesto de amistad.


Los detalles de la cena y de las palabras de Jesús en ella, nos revelan el sentido de la vocación:


(1) El seguimiento genera una relación estrecha con Jesús –relación de comunión- como la que se establece en una cena (recordemos lo que se anotó el mes pasado sobre la cena en el mundo bíblico).


(2) La comunión en la mesa muestra que la nueva relación con Jesús hace de la vida una fiesta (se trata de una cena festiva).


(3) Las relaciones se amplían a todos los discípulos de Jesús, con quienes ahora se forma comunidad. El banquete le abre las puertas del Reino a todos los “pecadores”, impuros y excluidos. Lo que importa para Jesús no es el pasado sino al adhesión al Reino.


(4) La comunidad de discípulos es vista no como de personas fuertes sino “frágiles” que necesitan de un médico: “no necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal” (9,12). La escuela de Jesús es una comunidad de personas que reconocen sus fragilidades pero que también están en camino de superación, de crecimiento, de fortalecimiento interior, gracias a la persona de Jesús.


(5) Jesús no llamó a los discípulos por la limpieza de su hoja de vida, sino por todo lo contrario: “no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (9,13).


(6) Por lo tanto, al interior de toda experiencia vocacional hay un itinerario fuerte de perdón. De hecho, el llamado que se recibe por parte de Jesús es una expresión de la misericordia que Dios ha tenido con nosotros. La misericordia, en el evangelio de Mateo, se expresa en el perdón. Seguir a Jesús es entrar en un proceso de sanación.


Nuestra vocación es precisamente esto que le sucedió a Mateo. Jesús nos desinstala de una vida en la cual hay estructura de pecado y nos pone en movimiento ascendente, de crecimiento, de la mano suya, gracias a las pistas del evangelio.


Este camino está constituido por la comunión estrecha con Él y por el crecimiento personal y comunitario que vamos teniendo procesualmente a su lado. Todo llamado implica que nos pongamos en camino de conversión y aprendamos la vida nueva de Jesús.


En la controversia entre Jesús y los fariseos por el tipo de personas que constituyen su comunidad, Jesús evoca la profecía de Oseas 6,6: “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Oseas 6,6; Mateo 9,13). Su comportamiento, chocante para los fariseos, está inspirado en la Palabra de Dios y particularmente en la palabra profética que enseña qué es lo verdaderamente esencial en la relación con Dios.


El hecho que Jesús invoque aquí la “misericordia” revela un rasgo característico de Dios que se opone al concepto de Dios que tienen los fariseos. La misericordia es el amor de Dios en acción, que no sólo no excluye sino que busca y acoge a todos los excluidos y los reintegra en la comunidad.


Esta “misericordia” que acoge y tiende la mano para el crecimiento, al contrario de las prácticas legalistas y las discriminaciones fariseos, es el nuevo distintivo de la comunidad de Jesús.


El caso de Mateo y sus amigotes pecadores es patente. Es así como el “poder del hijo del hombre para perdonar pecados” está a la base de todo itinerario de seguimiento y cómo la comunidad cristiana se constituye en espacio revelador del rostro misericordioso de Dios.


Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón


1. ¿Cuáles son los verbos que en este pasaje nos hacen comprender lo que es una experiencia vocacional?


2. La relación que se establece entre Jesús y Mateo a partir de la llamada, le amplía a este último el círculo de sus relaciones. ¿Cuáles son las personas a las cuales he abierto mi casa y he brindado mi acogida como consecuencia de mi relación más estrecha con Jesús? Si mis relaciones son las mismas es bueno que me pregunte el por qué.


3. La llamada de Jesús nos pone en un camino de conversión. ¿En qué forma reconocemos y estimulamos el camino de conversión que hacen las personas que viven con nosotros?


Salmo 50: Misericordia, Dios mío


Ant: Aceptarás los sacrificios, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar, Señor.


Misericordia, Dios mío, por tu bondad,

por tu inmensa compasión borra mi culpa;

lava del todo mi delito,

limpia mi pecado.


Pues yo reconozco mi culpa,

tengo siempre presente mi pecado:

contra ti, contra ti sólo pequé,

cometí la maldad que aborreces.


En la sentencia tendrás razón,

en el juicio resultarás inocente.

Mira, en la culpa nací,

pecador me concibió mi madre.


Te gusta un corazón sincero,

y en mi interior me inculcas sabiduría.

Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;

lávame: quedaré más blanco que la nieve.


Hazme oír el gozo y la alegría,

que se alegren los huesos quebrantados.

Aparta de mi pecado tu vista,

borra en mí toda culpa.


Oh Dios, crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme;

no me arrojes lejos de tu rostro,

no me quites tu santo espíritu.


Devuélveme la alegría de tu salvación,

afiánzame con espíritu generoso:

enseñaré a los malvados tus caminos,

los pecadores volverán a ti.


¡Líbrame de la sangre, oh Dios,

Dios, Salvador mío!,

y cantará mi lengua tu justicia.

Señor, me abrirás los labios,

y mi boca proclamará tu alabanza.


Los sacrificios no te satisfacen:

si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.

Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;

un corazón quebrantado y humillado,

tú no lo desprecias.


Señor, por tu bondad, favorece a Sión,

reconstruye las murallas de Jerusalén:

entonces aceptarás los sacrificios rituales,

ofrendas y holocaustos,

sobre tu altar se inmolarán novillos.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Aceptarás los sacrificios, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar, Señor.


Isaías 45,15-26: Que los pueblos todos se conviertan al Señor


Ant: Con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.


Es verdad: tú eres un Dios escondido,

el Dios de Israel, el Salvador.

Se avergüenzan y se sonrojan todos por igual,

se van avergonzados los fabricantes de ídolos;

mientras el Señor salva a Israel

con una salvación perpetua,

para que no se avergüencen ni se sonrojen nunca jamás.


Así dice el Señor, creador del cielo

-Él es Dios-,

Él modeló la tierra,

la fabricó y la afianzó;

no la creó vacía,

sino que la formó habitable:

«Yo soy el Señor, y no hay otro»


No te hablé a escondidas,

en un país tenebroso,

no dije a la estirpe de Jacob:

«buscadme en el vacío»


Yo soy el Señor que pronuncia sentencia

y declara lo que es justo.

Reuníos, venid, acercaos juntos,

supervivientes de las naciones.

No discurren los que llevan su ídolo de madera

y rezan a un dios que no puede salvar.


Declarad, aducid pruebas,

que deliberen juntos:

¿Quién anunció esto desde antiguo,

quién lo predijo desde entonces?

¿No fui yo, el Señor?

-No hay otro Dios fuera de mí-.


Yo soy un Dios justo y salvador,

y no hay ninguno más.


Volveos hacia mí para salvaros,

confines de la tierra,

pues yo soy Dios, y no hay otro.


Yo juro por mi nombre,

de mi boca sale una sentencia,

una palabra irrevocable:

«Ante mí se doblará toda rodilla,

por mí jurará toda lengua»

dirán: «Sólo el Señor

tiene la justicia y el poder»


A Él vendrán avergonzados

los que se enardecían contra él;

con el Señor triunfará y se gloriará

la estirpe de Israel.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.


Salmo 99: Alegría de los que entran en el templo


Ant: Entrad con vítores en la presencia del Señor.


Aclama al Señor, tierra entera,

servid al Señor con alegría,

entrad en su presencia con vítores.


Sabed que el Señor es Dios:

que El nos hizo y somos suyos,

su pueblo y ovejas de su rebaño.


Entrad por sus puertas con acción de gracias,

por sus atrios con himnos,

dándole gracias y bendiciendo su nombre:


«El Señor es bueno,

su misericordia es eterna,

su fidelidad por todas las edades»


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Entrad con vítores en la presencia del Señor.


Lectura


Ef 4,29-32


Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen. No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.


V/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.


R/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.


V/. Indícame el camino que he de seguir.


R/. Hazme escuchar tu gracia.


V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo


R/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.


Cántico Ev.


Ant: El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo,

por boca de sus santos profetas.


Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la misericordia

que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza

y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.


Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días.


Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor

a preparar sus caminos,

anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.


Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos

por el camino de la paz.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.


Preces


Adoremos a Cristo, que salvó al mundo con su cruz, y supliquémosle, diciendo:


Concédenos, Señor, tu misericordia


- Oh Cristo, que con tu claridad eres nuestro sol y nuestro día,

haz que, desde el amanecer, desaparezca de nosotros todo sentimiento malo.


- Vela, Señor, sobre nuestros pensamientos, palabras y obras,

a fin de que nuestro día sea agradable ante tus ojos.


- Aparta de nuestros pecados tu vista

y borra en nosotros toda culpa.


- Por tu cruz y tu resurrección,

llénanos del gozo del Espíritu Santo.


Ya que somos hijos de Dios, oremos a nuestro Padre como Cristo nos enseñó:


Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;


venga a nosotros tu reino;


hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.


Danos hoy nuestro pan de cada día;


perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.


No nos dejes caer en la tentación,


y líbranos del mal.


Final


Oh Dios, que has iluminado las tinieblas de nuestra ignorancia con la luz de tu Palabra: acrecienta en nosotros la fe que tú mismo nos has dado; que ninguna tentación pueda nunca destruir el ardor de la fe y de la caridad que tu gracia ha encendido en nuestro espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.


Amén.

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