Custodia

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Saludo

Bendición

viernes, 21 de julio de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


Viernes, XV semana del Tiempo Ordinario, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

 
Himno

La noche, el caos, el terror,
cuanto a las sombras pertenece
siente que el alba de oro crece
y anda ya próximo el Señor.

El sol, con lanza luminosa,
rompe la noche y abre el día;
bajo su alegre travesía,
vuelve el color a cada cosa.

El hombre estrena claridad
de corazón, cada mañana;
se hace la gracia más cercana
y es más sencilla la verdad.

¡Puro milagro de la aurora!
Tiempo de gozo y eficacia:
Dios con el hombre, todo gracia
bajo la luz madrugadora.

¡Oh la conciencia sin malicia!
¡La carne, al fin, gloriosa y fuerte!
Cristo de pie sobre la muerte,
y el sol gritando la noticia.

Guárdanos tú, Señor del alba,
puros, austeros, entregados;
hijos de luz resucitados
en la Palabra que nos salva.

Nuestros sentidos, nuestra vida,
cuanto oscurece la conciencia
vuelve a ser pura transparencia
bajo la luz recién nacida. Amén.

Salmo 68,2-22.30-37 - I: Me devora el celo de tu templo

Ant: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los pelos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?

Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos,
se burlan de mí;
cuando me visto de saco,
se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
mientras beben vino me sacan coplas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Salmo 68,2-22.30-37 - II:

Ant: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:

arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tú vista están los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Salmo 68,2-22.30-37 - III:

Ant: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

V/. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R/. Y marcharemos por sus sendas.

Lectura

V/. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R/. Y marcharemos por sus sendas.

Relato maravilloso de la ayuda de Dios al rey fiel Josafat


2Cro 20,1-9.13-24

En aquellos días, los moabitas, los amonitas y algunos meunitas vinieron contra Josafat en son de guerra. Informaron a éste:

«Una gran multitud procedente de Edom, al otro lado del mar Muerto, se dirige contra ti; ya se encuentran en Pedregal de Palma (la actual Fuentelchivo).»

Josafat, asustado, decidió recurrir al Señor, proclamando un ayuno en todo Judá. Judíos de todas las ciudades se reunieron para pedir consejo al Señor. Josafat se colocó en medio de la asamblea de Judá y Jerusalén, en el templo, delante del atrio nuevo, y exclamó:

«Señor, Dios de nuestros padres. ¿No eres tú el Dios del cielo, el que gobierna los reinos de la tierra, lleno de fuerza y de poder, al que nadie puede resistir? ¿No fuiste tú, Dios nuestro, quien expulsaste a los moradores de esta tierra delante de tu pueblo, Israel, y la entregaste para siempre a la estirpe de tu amigo Abrahán? La habitaron y construyeron en ella un santuario en tu honor, pensando: "Cuando nos ocurra una calamidad, espada, inundación, peste o hambre, nos presentaremos ante ti en este templo, porque en él estás presente, te invocaremos en nuestro peligro y tú nos escucharás y salvarás."»

Todos los judíos, con sus mujeres e hijos, incluso los chiquillos, permanecían de pie ante el Señor. En medio de la asamblea, un descendiente de Asaf, el levita Yajziel, hijo de Zacarías, hijo de Benayas, hijo de Yeguiel, hijo de Matanías, tuvo una inspiración del Señor y dijo:

«Judíos, habitantes de Jerusalén, y tú, rey Josafat, prestad atención. Así dice el Señor: "No os asustéis ni acobardéis ante esa inmensa multitud, porque la batalla no es cosa vuestra, sino de Dios. Mañana bajaréis contra ellos cuando vayan subiendo la cuesta de las Flores; les saldréis al encuentro al final del barranco que hay frente al desierto de Yeruel. No tendréis necesidad de combatir; estad quietos y firmes, contemplando cómo os salva el Señor. Judá y Jerusalén, no os asustéis ni acobardéis. Salid mañana a su encuentro, que el Señor estará con vosotros."»

Josafat se postró rostro en tierra, y todos los judíos y los habitantes de Jerusalén cayeron ante el Señor para adorarlo. Los levitas corajitas descendientes de Quehat se alzaron para alabar a grandes voces al Señor, Dios de Israel. De madrugada se pusieron en marcha hacia el desierto de Tecua. Cuando salían, Josafat se detuvo y dijo:

«Judíos y habitantes de Jerusalén, escuchadme: confiad en el Señor, vuestro Dios, y subsistiréis; confiad en sus profetas, y venceréis.»

De acuerdo con el pueblo, dispuso que un grupo revestido de ornamentos sagrados marchase en vanguardia, cantando y alabando al Señor con estas palabras:

«Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.»

Apenas comenzaron los cantos de júbilo y de alabanza, el Señor sembró discordias entre los amonitas, los moabitas y los serranos de Seír que venían contra Judá, y se mataron unos a otros. Los amonitas y moabitas decidieron destruir y aniquilar a los de Seír, y, cuando terminaron con ellos, se enzarzaron a muerte unos con otros. Llegó Judá al otero que domina el desierto, dirigió su mirada a la multitud y no vieron más que cadáveres tendidos por el suelo; nadie se había salvado.

R/. Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados y poderes, contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal. Estad firmes, abrochaos el cinturón de la verdad.


V/. Estad quietos y firmes, contemplando cómo os salva el Señor.

R/. Estad firmes, abrochaos el cinturón de la verdad.

L. Patrística

Instrucción a los recién bautizados sobre la eucaristía
San Ambrosio

Tratado sobre los misterios 43.47-49

Los recién bautizados, enriquecidos con tales distintivos, se dirigen al altar de Cristo, diciendo: Me acercare al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. En efecto, despojados ya de todo resto de sus antiguos errores, renovada su juventud como un águila, se apresuran a participar del convite celestial. Llegan, pues, y, al ver preparado el sagrado altar, exclaman: Preparas una mesa ante mi. A ellos se aplican aquellas palabras del salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Y más adelante: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mi, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Es, ciertamente, admirable el hecho de que Dios hiciera llover el maná para los padres y los alimentase cada día con aquel manjar celestial, del que dice el salmo: El hombre comió pan de ángeles. Pero los que comieron aquel pan murieron todos en el desierto; en cambio, el alimento que tú recibes, este pan vivo que ha bajado del cielo, comunica el sostén de la vida eterna, y todo el que come de él no morirá para siempre, porque es el cuerpo de Cristo.

Considera, pues, ahora qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de Cristo, que es el cuerpo de vida. Aquel maná caía del cielo, éste está por encima del cielo; aquél era del cielo, éste del Señor de los cielos; aquél se corrompía si se guardaba para el día siguiente, éste no sólo es ajeno a toda corrupción, sino que comunica la incorrupción a todos los que lo comen con reverencia. A ellos les manó agua de la roca, a ti sangre del mismo Cristo; a ellos el agua los sació momentáneamente, a ti la sangre que mana de Cristo te lava para siempre. Los judíos bebieron y volvieron a tener sed, pero tú, si bebes, ya no puedes volver a sentir sed, porque aquello era la sombra, esto la realidad.

Si te admira aquello que no era más que una sombra, mucho más debe admirarte la realidad. Escucha cómo no era más que una sombra lo que acontecía con los padres: Bebían - dice el Apóstol- de la roca que los seguía, y la roca era Cristo; pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros. Los dones que tú posees son mucho más excelentes, porque la luz es más que la sombra, la realidad más que la figura, el cuerpo del Creador más que el maná del cielo.

R/. Nuestros padres atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar. Todo esto les sucedía como un ejemplo.


V/. Todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual.

R/. Todo esto les sucedía como un ejemplo.

Viernes, XV semana del Tiempo Ordinario, feria

Ex 11,10-12,14: Mataréis un cordero al atardecer: cuando vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros.

En aquellos días, Moisés y Aarón hicieron muchos prodigios en presencia del Faraón; pero el Señor hizo que el Faraón se empeñara en no dejar marchar a los israelitas de su tierra.

Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:

-Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.

Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.

Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido.

Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y verduras amargas.

No comeréis de ella nada crudo, ni cocido en agua, sino asado a fuego: con cabeza, patas y tripas. No dejaréis restos para la mañana siguiente; y si sobra algo, lo quemaréis.

Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.

Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto.

Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre.

Sal 115,12-13.15-16bc.17-18: Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
        
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas,
        
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mt 12,1-8: El Hijo del hombre es señor del sábado.

Un sábado de aquellos, Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas.

Los fariseos, al verlo, le dijeron:

-Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado.

Les replicó:

-¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes presentados, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes.

¿Y no habéis leído en la ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa?

Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo.

Si comprendierais lo que significa «quiero misericordia y no sacrificio», no condenaríais a los que no tienen culpa.

Porque el Hijo del Hombre es señor del sábado.



Memoria libre

21 Julio

Biografía


Nació el año 1559; ingresó en la Orden de Capuchinos, donde enseñó teología a sus hermanos de religión y ocupó varios cargos de responsabilidad. Predicó con asiduidad y eficacia en varios países de Europa; también escribió muchas obras de carácter doctrinal. Murió en Lisboa el año 1619.



Pistas para la Lectio Divina

Mateo 12, 1-8: La norma de las normas: la misericordia por encima de todo. “Si hubieseis comprendido… no condenaríais a los que no tienen culpa”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Veamos en el pasaje de hoy cómo es que Jesús da el verdadero “descanso” (el Shabat) y hace ligera la carga de la Ley.

El texto nos presenta la primera controversia sobre el estricto cumplimiento de la ley del descanso “sabático” (cuya norma se encuentra en Éxodo 20,8-11). La escena sucede en medio del campo. Los interlocutores son los fariseos.

Los fariseos le reprochan a Jesús el que sus discípulos hagan en un sábado algo que no está permitido por la ley: “Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado” (12,2). Ellos se refieren expresamente al “arrancar espigas y comerlas” (12,1; oficio clasificado en el índice lo prohibido hacer en sábado). Ellos solamente se fijan en la norma, no en el hambre de los discípulos (“sintieron hambre”, se había dicho en el v.1) ni en la misericordia de Jesús que les permite romper la norma para remediar la necesidad (“misericordia quiero…”, v.7).

Los fariseos esperaban que Jesús les hiciera caso y reprendiera a sus discípulos, pero no sucedió así. De hecho, si los discípulos hicieron esto fue porque los incentivó su Maestro.

La respuesta de Jesús, siguiendo el mismo esquema de los debates de los fariseos, cita dos pasajes bíblicos en los cuales el remedio de una necesidad fue más importante que la rigidez de la norma:

(1) Jesús lee el episodio de 1ª Samuel 21,2-7, donde sacerdote Ajimélek le permite a David comerse el pan que se había destinado para el Templo y los sacerdotes (ver Éxodo 25,23-30), ya que no había pan profano para comer (ver Mateo 12,3-4).

(2) Luego apela a un argumento jurídico tomado del mismo libro de la Ley: cuando un sacerdote está en el ejercicio de sus funciones en el Templo no todas las estrictas normas del descanso sabático le aplican (ver Mateo 12,5-6 citando Números 28,9-10). De lo cual Jesús concluye: “Yo os digo que aquí hay algo mayor que el Templo” (12,6). Esto quiere decir que si el Templo dispensa de la Ley del descanso, Jesús puede dispensar a sus discípulos eventualmente de una norma que impedía la caridad.

Jesús, “Dios-con-nosotros”, es “mayor que el Templo” (12,6) y “Señor del Sábado” (12,8). Estas afirmaciones son sorprendentes. Para los fariseos suenan como blasfemia inaceptable. Para los discípulos de Jesús sonarán como respuesta a la pregunta por la identidad de Jesús –el verdadero “ungido” y “Templo” de Dios- y punto de partida de una nueva actitud frente al aparato legal hebreo. Jesús deja entender que ninguna institución puede estar por encima de la novedosa noticia de la caridad del Reino que viene al mundo por medio de la predicación, los milagros y los gestos de misericordia de Jesús.

La cita profética de Oseas 6,6, “Misericordia quiero, que no sacrificio”, introduce una nueva crítica de Jesús a la rigidez espiritual de los fariseos. Una de las “fatigas” (11,28) de la gente era el sentimiento de culpa por haber tenido que hacer algo urgente que remediara sus necesidades pasando por encima de las normas establecidas.

El verdadero culto a Dios no está en los ritos externos sino en el tener un corazón como el de él –lo cual era la finalidad primera del culto externo-, predicaron los profetas. Cuando esto no es claro se puede caer en posturas condenatorias que si bien son coherentes con la norma escrita, pueden no coincidir con la prioridad de Dios que es la vida plena del hombre.

Por eso Jesús dice dónde está la verdadera falta de los que cree que nunca cometen faltas: “No condenaríais a los que no tienen culpa” (12,7).

La auténtica experiencia religiosa apunta siempre a la comunión con Dios. Si bien el sacrificio del Templo tenía esta finalidad, no se podía olvidar que lo fundamental está en el corazón: “Pues no te agrada el sacrificio, si te ofrezco un holocausto no lo aceptas. El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias” (Salmo 51,18-19). Según eso, ¿cuál es el verdadero rito que Dios espera de mí: el amor o la norma? Si respondemos que lo segundo podríamos terminar, no sacrificándonos para Dios, sino sacrificando su amor y “a los que no tienen culpa” (12,7).

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cómo enfoca Jesús la polémica de los fariseos escandalizados porque los discípulos hambrientos quebrantaron la ley para satisfacer su necesidad?

2. ¿Qué afirmaciones acerca de Jesús se hacen en este pasaje del evangelio? ¿Qué nos dicen de “nuevo” acerca de Él?

3. ¿He “sacrificado” a alguna persona por el apego estricto a una norma?


15ª Semana. Viernes

LA PASCUA DEL SEÑOR


— La Pascua judía.

— La Última Cena de Jesús con sus discípulos. El verdadero Cordero pascual.

— La Santa Misa, centro de la vida interior.

I. La Pascua era la más solemne de las fiestas judías; había sido instituida por Dios para conmemorar la salida del pueblo hebreo de Egipto y para que recordara cada año la liberación de la esclavitud a la que había estado sometido. El Señor estableció1 que todas las familias inmolaran en la víspera de esta fiesta un cordero de un año, sin mancha ni defecto alguno. Se reuniría toda la familia para comer esa carne asada al fuego, con panes ázimos, sin levadura, y con hierbas amargas. Este pan sin fermentar simboliza la prisa de su salida de Egipto, huyendo de los ejércitos del faraón; las hierbas amargas representan la amargura de la esclavitud tantos años padecida. Lo habrían de comer con prisa, como quien está de paso, con el traje ceñido, como el que se dispone a emprender un largo camino.

La fiesta comenzaba con esta cena pascual, la tarde del 14 del mes de Nisán, poco después de la puesta del sol, y se prolongaba siete días más, en los que el pan no tenía levadura y estaba sin fermentar; a esta semana se la llamaba de los Ázimos por este motivo. La levadura se eliminaba de las casas el mismo día 14 por la tarde; así recordaba el pueblo hebreo aquella salida precipitada de la tierra en la que tanto había padecido.

Todo era figura e imagen de la renovación que obraría Cristo en las almas y de su liberación de la esclavitud del pecado. Echad fuera la levadura vieja -dirá San Pablo a los primeros cristianos de Corinto-, para que seáis una masa nueva así como sois ázimos. Porque Cristo, nuestro Cordero pascual, fue inmolado. Por tanto, celebremos la fiesta no con levadura vieja ni con levadura de malicia y de perversidad, sino con ázimos de sinceridad y de verdad2. El cordero pascual de la fiesta judía era promesa y figura del verdadero Cordero, Jesucristo, víctima en el sacrificio del Calvario en favor de la humanidad entera3. Él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo, muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida4. Es el Cordero que, con su sacrificio voluntario, consigue lo que se representaba en los sacrificios de la antigua Ley: satisfacer por los pecados.

El sacrificio de Cristo en la Cruz, renovado cada vez que se celebra la Santa Misa, nos permite vivir ya en una continua fiesta. Por eso exhortaba San Pablo a los corintios a que expurgaran la vieja levadura, símbolo de lo viejo y de lo impuro, para llevar una auténtica vida cristiana5. La Santa Misa, vivida también a lo largo del día, nos anticipa la gloria del Cielo. Después de tantos bienes recibidos, «¿podéis no estar en fiesta continua durante los días de vuestra vida terrestre? –pregunta San Juan Crisóstomo–. Lejos de nosotros cualquier abatimiento por la pobreza, la enfermedad o las persecuciones que nos agobian. La vida presente es un tiempo de fiesta»6, un adelanto de lo que serán la gloria y la felicidad eternas.

II. Jesús señaló con antelación y con un particular acento la última pascua que iba a comer con sus discípulos7, manifestó que deseó ardientemente comerla con ellos8.

Juan y Pedro prepararon todo lo necesario: los panes ázimos, las verduras amargas, las copas para el vino y el cordero, que había de ser sacrificado en el atrio del Templo, en las primeras horas de la tarde. Aquella noche, probablemente en la casa de María, madre de Marcos, tendrá lugar la institución de la Sagrada Eucaristía y se adelantará sacramentalmente el Sacrificio de la Nueva Alianza que se realizará al día siguiente en el Calvario. «En una misma mesa se celebran las dos pascuas, la de la figura y la de la realidad. Así como los pintores, en la misma tabla, trazan primero las líneas del contorno y añaden luego los colores, así hizo también Cristo»9; utilizando los viejos ritos, establecerá la verdadera Pascua, la fiesta por excelencia, de la cual la anterior solo era una imagen precursora. Las hierbas amargas guardan ahora una estrecha relación con la amargura de la Pasión, que pronto iba a comenzar.

La cena pascual era un sacrificio: el sacrificio de la Pascua de Yahvé10. La Santa Misa lo es también, como renovación incruenta, pero real, del sacrificio de la Cruz. Y Jesús anticipó en la Última Cena, de forma sacramental –mi cuerpo entregado, mi sangre derramada– el sacrificio que consumaría al día siguiente en el Calvario. De una vez por todas, con particular sencillez y gravedad, Jesús sustituyó el antiguo rito por su sacrificio redentor. Aquella noche, en el Cenáculo, se llevó a cabo el acontecimiento del que han vivido los hombres de tantas generaciones y que constituye el centro de nuestra existencia. «¡Oh dichoso lugar –exclama San Efrén–, en el cual el cordero de la Pascua sale al encuentro del Cordero de la verdad...! (...). ¡Oh dichoso lugar! Nunca ha sido preparada una mesa como la tuya, ni en la casa de los reyes, ni en el Tabernáculo, ni en el Sancta Sanctorum»11.

Con las palabras haced esto en conmemoración mía dispuso el Señor que aquel misterio de amor se pudiera repetir hasta el fin de los tiempos, otorgando a los Apóstoles y a sus sucesores el poder de realizarlo12. ¡Cómo hemos de dar gracias por participar de tantos bienes que recibimos en la Santa Misa, y de modo particular en el momento de la Sagrada Comunión! ¡Tenemos tan cerca al mismo Jesús que se dio plenamente a sus discípulos y a todos los hombres en aquella memorable noche! Ahora le podemos decir en la intimidad de nuestro corazón: «Yo te amo, Señor Jesús, alegría y descanso mío, con todo mi corazón, toda mi mente, toda mi alma y todas mis fuerzas; y si ves que no te amo como debería, al menos así deseo amarte, y si no lo deseo suficientemente, por lo menos quiero desearlo de este modo (...). ¡Oh Cuerpo sacratísimo abierto por cinco heridas, ponte como sello sobre mi corazón e imprime en él tu caridad! Sella mis pies, para que siga tus pasos; sella mis manos, para que siempre realicen buenas obras; sella mi costado para que por siempre arda en fervientes actos de amor hacia Ti. ¡Oh Sangre preciosísima que lavas y purificas a todos los hombres! Lava mi alma y pon una señal en mi rostro para que no ame a nadie más que a Ti»13.

III. En aquella última Pascua, Jesús se entregó ya a su Padre como víctima que va a ser inmolada, como Cordero purísimo. Y tanto aquella Cena como la Santa Misa constituyen, con la oblación ofrecida en el Calvario, un sacrificio único y perfecto, porque en los tres casos la víctima ofrecida es la misma: Cristo; e igual el sacerdote: Cristo14.

Nosotros hemos de procurar que la Santa Misa sea el centro de la vida entera. «Lucha para conseguir que el Santo Sacrificio del Altar sea el centro y la raíz de tu vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en un acto de culto –prolongación de la Misa que has oído y preparación para la siguiente–, que se va desbordando en jaculatorias, en visitas al Santísimo, en ofrecimiento de tu trabajo profesional y de tu vida familiar...»15.

Preparémonos para la Santa Misa como si el Señor nos hubiera invitado personalmente a aquella última pascua que comió con sus más íntimos. Cada día hemos de oír en nuestro corazón, como dirigidas únicamente a nosotros, aquellas palabras del Señor: Desiderio desideravi hoc Pascua manducare vobiscum..., he deseado ardientemente comer esta pascua con vosotros16. Es mucho el deseo de Jesús, son muchas las gracias que nos prepara.

Se cuenta de San Juan de Ávila que recibió la noticia de la muerte de un sacerdote que acababa de ordenarse, y preguntó enseguida si había celebrado alguna Misa; le respondieron que solo había podido hacerlo una vez. Y se dice que el santo comentó: «De mucho tendrá que dar cuenta a Dios». Pensemos hoy en este rato de oración cómo celebramos o cómo participamos en el Santo Sacrificio del Altar; cómo son los deseos, la preparación, el empeño por evitar que otros asuntos ocupen la mente, los actos de fe y de amor en ese tiempo, siempre corto, que dura la Santa Misa y la acción de gracias de la Comunión.

Si, con la ayuda de la gracia, nos empeñamos, la Santa Misa será el centro al que se referirán todas las prácticas de piedad, los deberes familiares y sociales, el trabajo, el apostolado...; se convertirá también en la fuente donde recobraremos las fuerzas todos los días para ir adelante; la cumbre hacia la que dirigimos nuestros pasos, nuestras obras, los afanes apostólicos, los deseos más íntimos del alma; será también el corazón donde aprendemos a amar a los demás, con sus defectos, parecidos a los nuestros, y con sus facetas menos agradables. Si cada día logramos amar un poco más la Santa Misa, podremos decir al Señor después de la acción de gracias de la Comunión: «me alejo de Ti por un poco, Señor Jesús, pero no me voy sin Ti, que eres el consuelo, la felicidad y todo el bien de mi alma (...). Cuanto en adelante haga, lo haré en Ti y por Ti, y nada será objeto de mis palabras y acciones internas y externas salvo Tú, mi amor...».


Salmo 50: Misericordia, Dios mío

Ant: Contra ti, contra ti solo pequé, Señor, ten misericordia de mí.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

¡Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Contra ti, contra ti solo pequé, Señor, ten misericordia de mí.

Jeremías 14,17-21: Lamentación del pueblo en tiempo de hambre y de guerra

Ant: Reconocemos, Señor, nuestra impiedad; hemos pecado contra ti.

Mis ojos se deshacen en lágrimas,
día y noche no cesan:
por la terrible desgracia de la Doncella de mi pueblo,
una herida de fuertes dolores.

Salgo al campo: muertos a espada;
entro en la ciudad: desfallecidos de hambre;
tanto el profeta como el sacerdote
vagan sin sentido por el país.

¿Por qué has rechazado del todo a Judá?
¿Tiene asco tu garganta de Sión?
¿Por qué nos has herido sin remedio?
Se espera la paz, y no hay bienestar,
al tiempo de la cura sucede la turbación.

Señor, reconocemos nuestra impiedad,
la culpa de nuestros padres,
porque pecamos contra ti.

No nos rechaces, por tu nombre,
no desprestigies tu trono glorioso;
recuerda y no rompas tu alianza con nosotros.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Reconocemos, Señor, nuestra impiedad; hemos pecado contra ti.

Salmo 99: Alegría de los que entran en el templo

Ant: El Señor es Dios, y nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios:
que El nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades»

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor es Dios, y nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño

Lectura

2Co 12,9b-10

Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

V/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

R/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

V/. Indícame el camino que he de seguir.

R/. Hazme escuchar tu gracia.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

Cántico Ev.

Ant: El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.

Preces

Elevemos los ojos a Cristo, que nació, murió y resucitó por su pueblo, diciendo confiados:

Salva, Señor, a los que redimiste con tu sangre

- Te bendecimos, Señor, a ti que por nosotros aceptaste el suplicio de la cruz
y nos redimiste con tu preciosa sangre


- Tú que prometiste a los que en ti creyeran un agua que salta hasta la vida eterna,
derrama tu Espíritu sobre todos los hombres


- Tú que enviaste a los discípulos a predicar el Evangelio,
ayúdalos para que extiendan la victoria de la cruz


- A los enfermos y a todos los que has asociado a los sufrimientos de tu pasión,
concédeles fortaleza y paciencia

Llenos del Espíritu de Jesucristo, acudamos a nuestro Padre común, diciendo:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Ilumina, Señor, nuestros corazones y fortalece nuestras voluntades, para que sigamos siempre el camino de tus mandatos, reconociéndote como nuestro guía y maestro. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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