Custodia

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Saludo

Bendición

miércoles, 12 de julio de 2023

Laudes, lecturas y reflexiones +

 Laudes, lecturas y reflexiones +


V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (Aleluya).

HIMNO

Nacidos de la luz, hijos del día,
vamos hacia el Señor de la mañana.
Su claridad disipa nuestras sombras
y alegra y regocija nuestras almas.

Que nuestro Dios, el Padre de la gloria,
nos libre para siempre del pecado,
y podamos así gozar la herencia
que nos legó en su Hijo muy amado.

Honor y gloria a Dios, Padre celeste,
por medio de su Hijo Jesucristo,
y al Don de toda luz, el Santo Espíritu,
que vive por los siglos de los siglos. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es grande como nuestro Dios?

Salmo 76

RECUERDO DEL PASADO GLORIOSO DE ISRAEL
Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan. (2 Co 4, 8)

Alzo mi voz a Dios gritando,
alzo mi voz a Dios para que me oiga.

En mi angustia te busco, Señor mío;
de noche extiendo las manos sin descanso,
y mi alma rehúsa el consuelo.
Cuando me acuerdo de Dios, gimo,
y meditando me siento desfallecer.

Sujetas los párpados de mis ojos,
y la agitación no me deja hablar.
Repaso los días antiguos,
recuerdo los años remotos;
de noche lo pienso en mis adentros,
y meditándolo me pregunto:

¿Es que el Señor nos rechaza para siempre
y ya no volverá a favorecernos?
¿Se ha agotado ya su misericordia,
se ha terminado para siempre su promesa?
¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad,
o la cólera cierra sus entrañas?

Y me digo: ¡Qué pena la mía!
¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!
Recuerdo las proezas del Señor;
sí recuerdo tus antiguos portentos,
medito todas tus obras
y considero tus hazañas.

Dios mío, tus caminos son santos:
¿qué dios es grande como nuestro Dios?.

Tú, ¡oh Dios!, haciendo maravillas,
mostraste tu poder a los pueblos;
con tu brazo rescataste a tu pueblo,
a los hijos de Jacob y de José.

Te vio el mar, ¡oh Dios!,
te vio el mar y tembló,
las olas se estremecieron.

Las nubes descargaban sus aguas,
retumbaban los nubarrones,
tus saetas zigzagueaban.

Rodaba el fragor de tu trueno,
los relámpagos deslumbraban el orbe,
la tierra retembló estremecida.

Tú te abriste camino por las aguas,
un vado por las aguas caudalosas,
y no quedaba rastro de tus huellas:

mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño,
por la mano de Moisés y de Aarón.

Ant. Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es grande como nuestro Dios?

Ant. 2. Mi corazón se regocija por el Señor, que humilla y enaltece.

Cántico IS 2,1-10

ALEGRÍA DE LOS HUMILDES EN DIOS
Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes. (Lc 1, 52-53)

Mi corazón se regocija por el Señor,
mi poder se exalta por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.
No hay santo como el Señor,
no hay roca como nuestro Dios.

No multipliquéis discursos altivos,
no echéis por la boca arrogancias,
porque el Señor es un Dios que sabe;
él es quién pesa las acciones.

Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor;
los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos no tienen ya que trabajar;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras que la madre de muchos se marchita.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.

Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria;
pues del Señor son los pilares de la tierra,
y sobre ellos afirmó el orbe.

El guarda los pasos de sus amigos,
mientras los malvados perecen en las tinieblas,
porque el hombre no triunfa por su fuerza.

El Señor desbarata a sus contrarios,
el altísimo truena desde el cielo,
el Señor juzga hasta el confín de la tierra.
Él da fuerza a su Rey,
exalta el poder de su Ungido.

Ant. Mi corazón se regocija por el Señor, que humilla y enaltece.

Ant. 3. El Señor reina, la tierra goza. 

Salmo 96

EL SEÑOR ES UN REY MAYOR QUE TODOS LOS DIOSES
Este salmo canta la salvación del mundo y conversión de todos los pubelos. (S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
+se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego
abrazando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Ant. El Señor reina, la tierra goza.

LECTURA BREVE Rm 8, 35. 37

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.

Miércoles, XIV semana del Tiempo Ordinario, feria

Gn 41,55-57.42,5-7.17-24a: Estamos pagando el delito contra nuestro hermano.

En aquellos días, llegó el hambre a todo Egipto, y el pueblo reclamaba pan al Faraón; el Faraón decía a los egipcios:

-Dirigíos a José y haced lo que él os diga.

Cuando el hambre cubrió toda la tierra, José abrió los graneros y repartió raciones a los egipcios, mientras arreciaba el hambre en Egipto.

Y de todos los países venían a Egipto a comprarle a José, porque el hambre arreciaba en toda la tierra.

Los hijos de Israel fueron entre otros a comprar grano, pues había hambre en Canaán.

José mandaba en el país y distribuía las raciones a todo el mundo.

Vinieron, pues, los hermanos de José y se postraron ante él, rostro en tierra. Al ver a sus hermanos José los reconoció, pero él no se dio a conocer, sino que les habló duramente:

-¿De dónde venís?

Contestaron:

-De tierra de Canaán a comprar provisiones.

Y los hizo detener durante tres días.

Al tercer día les dijo:

-Yo temo a Dios, por eso haréis lo siguiente, y salvaréis la vida: Si sois gente honrada, uno de vosotros quedará aquí encarcelado, y los demás irán a llevar víveres a vuestras familias hambrientas; después me traeréis a vuestro hermano menor; así probaréis que habéis dicho la verdad y no moriréis.

Ellos aceptaron, y se decían:

-Estamos pagando el delito contra nuestro hermano, cuando le veíamos suplicarnos angustiado y no le hicimos caso; por eso nos sucede esta desgracia.

Intervino Rubén:

-¿No os lo decía yo: «no pequéis contra el muchacho», y no me hicisteis caso? Ahora nos piden cuentas de su sangre.

Ellos no sabían que José les entendía, pues había usado intérprete.

El se retiró y lloró; después volvió a ellos.

Sal 32,2-3.10-11.18-19: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones.

El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y a reanimarlos en tiempo de hambre.

Mt 10,1-7: Id a las ovejas descarriadas de Israel.

En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.

Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el fanático, y Judas Iscariote, el que lo entregó.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:

-No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.

Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca.



14ª Semana. Miércoles

ID A JOSÉ


— José, hijo de Jacob, figura de San José, Esposo virginal de María.

— Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal y sobre cada uno de nosotros. Acudir a él en las necesidades.

— Ite ad Ioseph... Id a José.

I. Muchos cristianos a lo largo de los siglos, conscientes de la misión excepcional de San José en la vida de Jesús y de María, han buscado en la historia del pueblo hebreo hechos e imágenes que prefiguran al esposo virginal de María, pues el Antiguo Testamento anuncia al Nuevo. Numerosos Padres de la Iglesia han visto un anuncio profético en el personaje del mismo nombre, hijo del Patriarca Jacob. El Papa Pío IX, al proclamar a San José patrono de la Iglesia universal, recogía estos testimonios antiguos. También la Liturgia muestra este mismo paralelismo. No solo tenían el mismo nombre, sino que también es posible encontrar en ellos virtudes y actitudes, en una vida entretejida de pruebas y alegrías, de grandes coincidencias.

José, hijo de Jacob, y el esposo virginal de María, por una serie de circunstancias providenciales, fueron a Egipto: el primero, perseguido por sus hermanos y entregado por envidia que prefigura la traición que se habría de cometer con Cristo; el segundo, huyendo de Herodes para salvar a Aquel que traía la salvación al mundo1.

José, hijo de Jacob, recibió de Dios el don de interpretar los sueños del faraón, siendo advertido así de lo que sucedería más tarde. El nuevo José recibió también en sueños los mensajes de Dios. A aquel –señala San Bernardo– le fue dada la inteligencia de los misterios de los sueños; este mereció conocer y participar de los misterios soberanos2.

Parece como si los sueños del primero, aunque verificados en su persona, hubieran tenido su plena realización en el segundo. Tuvo también José un sueño que contó a sus hermanos... Díjoles... Estábamos nosotros en el campo atando gavillas y vi que se levantaba mi gavilla y se tenía de pie, y las vuestras la rodeaban y se inclinaban ante la mía, adorándola... Tuvo José otro sueño, que contó también a sus hermanos, diciendo: ...He visto que el sol, la luna y once estrellas me adoraban...3. Estos sueños se cumplieron cuando Jacob, su padre, se trasladó a Egipto con toda su familia y se prosternó efectivamente ante José, convertido en virrey del país. Pero, a la vez, podemos pensar que su sueño prefiguraba el misterio de la casa de Nazaret, en la que Jesús, Sol de justicia, y María, alabada en la Liturgia como una brillante Luna blanca y bella, se someterían a la autoridad del jefe de familia, y cuando tantos cristianos acudiesen a él con devoción a solicitar toda clase de ayudas.

El primer José obtuvo la confianza y el favor del faraón y se convirtió en intendente de los graneros de Egipto, y cuando el hambre asolaba los pueblos vecinos y acudían al faraón en demanda de trigo para subsistir, este les decía: Id a José y haced lo que él os diga4. Cuando el hambre cubrió toda la tierra, José abrió los graneros y repartió raciones a los egipcios... Y de todos los países venían a comprar a José, porque el hambre arreciaba en todas partes.

Y ahora que también el hambre asola la tierra –hambre principalmente de doctrina, de piedad, de amor–, la Iglesia nos recomienda: Id a José. Ante tantas necesidades que personalmente padecemos, nos dice: acudid al Santo Patriarca de Nazaret.

Tenemos en nuestra vida momentos de grandes indecisiones, de incertidumbres, de necesidades urgentes. ¡Id a José!, nos dice Jesús: el que en la vida tuvo la misión tan grande de cuidar de Mí y de mi Madre en nuestras necesidades corporales, el que amparó nuestras vidas en tantos momentos difíciles, continuará cuidando de Mí en mis miembros, que son todos los hombres necesitados. Id a José, él os dará todo cuanto os sea necesario.

II. Este es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia5. Son palabras que la Liturgia aplica a San José: padre fiel y solícito, que atiende con prontitud las necesidades de esa gran familia del Señor, que es la Iglesia.

A Jesús le es muy grato que tratemos y pidamos ayuda al que tanto amó Él en la tierra y ahora en el Cielo, del que tantas cosas aprendió, con quien conversó desde que pudo pronunciar las primeras palabras.

José gobernó la casa de Nazaret con autoridad de padre, y la Sagrada Familia no solo simboliza la Iglesia sino que en cierto modo la contenía, como la semilla al árbol, como la fuente al río. La santa casa de Nazaret llevaba las premisas de la Iglesia naciente. Es esta la razón por la que el santo Patriarca «considera particularmente confiada a sí la multitud de los cristianos que componen la Iglesia, es decir, esta inmensa familia esparcida por toda la tierra, sobre la que –por ser Esposo de María y Padre de Jesucristo– posee, por así decir, una autoridad de padre. Por tanto, es cosa natural y dignísima del bienaventurado José que, así como una vez sostuvo todas las necesidades de la familia de Nazaret y la rodeó santamente de su protección, así ahora cubra con su celestial protección y defensa a la Iglesia de Jesucristo»6.

Este patrocinio del santo Patriarca sobre la Iglesia universal es principalmente de orden espiritual; pero se extiende también al orden temporal, como la del otro José, hijo de Jacob, llamado por el rey de Egipto «salvador del mundo».

A él han acudido los santos y los buenos cristianos de todos los tiempos. Santa Teresa relata la gran devoción que tenía a San José y la experiencia de su patrocinio: «No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, ansí del cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que ansí como le fue sujeto en tierra –que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar– ansí en el cielo hace cuanto le pide (...).

»Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas (...). Solo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción; en especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos»7.

III. A San José debemos acudir pidiendo que ampare y proteja a la Iglesia, pues es su defensor y protector. Le pedimos su ayuda en las necesidades de la familia, en las espirituales y en las materiales: Sancte Ioseph, ora pro eis, ora pro me... Ruega por ellos, ruega por mí.

Para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, como para los de cualquier época, constituye San José una figura entrañable, venerable, cuya vocación y dignidad admiramos, y cuya fidelidad en servicio de Jesús y de María agradecemos; «por San José vamos directamente a María, y por María, a la fuente de toda santidad, Jesucristo»8. Él nos enseña a tratar a Jesús con piedad, con respeto y amor: Oh, feliz varón, bienaventurado José –le decimos con una antigua oración de la Iglesia–, a quien fue dado no solo ver y oír al Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo..., enséñanos a recibirlo con amor y reverencia en la Sagrada Comunión, danos una mayor finura de alma. «San José, Padre y Señor nuestro, castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús Niño en tus brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a ser limpios, dignos de ser otros Cristos.

»Y ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los caminos divinos –ocultos y luminosos–, diciendo a los hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo una eficacia espiritual extraordinaria»9.

San José nos proporciona, además, un modelo, cuya enseñanza callada podemos y debemos empeñarnos en seguir. «José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será esta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por eso, no dejéis nunca su devoción, ite ad Ioseph, como ha dicho la tradición cristiana con una frase tomada del Antiguo Testamento (Gen 41, 55).

»Maestro de vida interior, trabajador empeñado en su tarea, servidor fiel de Dios en relación continua con Jesús: este es José. Ite ad Ioseph. Con San José, el cristiano aprende lo que es ser de Dios y estar plenamente entre los hombres, santificando el mundo. Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de Nazaret»10.

Pistas para la Lectio Divina

Mateo 10, 1-7: El Manual de los Buenos Obreros del Evangelio (I): La conciencia del ser llamado. “Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder….”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

El texto que nos ocupa comienza una nueva sección en el evangelio de Mateo que se denomina “el Sermón de la Misión” (o también “discurso apostólico”). Éste abarca todo el capítulo 10 de Mateo, desarrollándose de la siguiente forma:

(1) Introducción: el llamado de los misioneros (10,1-5).

(2) Instrucciones acerca de la tarea que realizarán los misioneros para la formación del nuevo Pueblo de Dios (10,6-15).

(3) Instrucciones para enfrentar los desafíos y conflictos de la misión (10,16-24).

(4) Instrucciones acerca del perfil espiritual del misionero (10,25-33).

(5) Instrucciones acerca de la familia: la crisis en los afectos del misionero (10,34-39).

(6) Conclusión: la identificación de Jesús con sus misioneros (10,40-42).

Todo este gran sermón esta cargado de imperativos formativos, de actitudes, de tácticas, de manera tal que constituye un verdadero “manual” o “vademécum” del misionero.

Nos detenemos hoy en la introducción, la cual trata del “llamado” para ser Apóstol de Jesús.

Observemos los siguientes detalles en el texto:

El llamado

Jesús “llama” (10,1a) por segunda vez a algunos de sus discípulos para constituirlos en sus apóstoles, es decir, sus enviados para continuar su obra en el mundo. La misión parte de una llamada, nadie se envía a sí mismo: en el ejercicio de la misión todos somos enviados.

Los Doce Apóstoles

Hasta el momento en el evangelio aparecían los cuatro primeros, llamados a orillas del mar de Galilea (4,18-22). Esta vez se constituye la cifra significativa en el mundo bíblico: Doce. El número recuerda las doce tribus de Israel y, por lo tanto el propósito de la misión, la formación de la comunidad de la nueva alianza, nuevo pueblo de Dios. Mateo habla expresamente de: “Doce Apóstoles” (10,2a). La referencia al pueblo de Dios es coherente con el primer marco geográfico y espiritual de la misión que circunscribe: “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (10,6).

Misioneros con nombre propio

Los “Doce Apóstoles” aparecen con sus nombres propios (ver 10,2-4). Algunos de ellos, incluso con un dato adicional: el cambio de nombre de Simón por Pedro, el hecho que Santiago y Juan sean hermanos, que Mateo sea el publicano y Simón el cananeo (insinuación de pertenecer a un grupo rebelde), que Judas provenga de un pueblo desconocido (hoy) que se llamaba Carioth (por eso ish-Carioth: hombre de Carioth) y que además sea “el mismo que entregó” al Maestro.

La mención de los nombres nos ayuda a comprender que todo apóstol tiene una identidad propia y una historia que Jesús valora y pone en función de la misión. Ellos no son fichas de una empresa sino ante todo personas reconocibles por su nombre, su ambiente es el de una estrecha familiaridad. En la lista ya se perciben algunas fragilidades personales, sin embargo Jesús tiene estima y confianza en todos. Por todo esto, el apóstol nunca dejará de ser discípulo siempre en proceso de maduración en la escuela de Jesús.

Llama la atención que la Iglesia de Jesús no se haya edificado sobre anónimos sino sobre personas concretas conocidas, identificables, pero ante todo llamados, transformados y enviados por Jesús. Así es la comunidad apostólica.

La investidura del misionero

Jesús “les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia” (10,1b). Nótese cómo las dos acciones propias de Jesús salvador en el combate contra el mal son las mismas acciones de que caracterizarán al discípulo en el campo misionero: (1) las curaciones y (2) los exorcismos. Jesús les comunica su propio poder.

Todo se sintetiza en la palabra “Reino”. Los mismos discípulos que han aprendido las bienaventuranzas del Reino (ver 5,3.10), cuya proyecto de vida consiste en “buscar primero su Reino y su justicia” (6,33), que por la obediencia a la Palabra de Jesús se esfuerzan por “entrar en el Reino de los Cielos” (7,21), son ahora los proclamadores del anuncio que transformó primero sus vidas: “Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca” (10,7).

Jesús coloca en sus manos la fuerza transformadora del Reino. ¡Qué tremenda responsabilidad!

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

En el día de hoy, tomemos conciencia del llamado que Jesús nos hace para que seamos misioneros. Él nos ha elegido libremente para asociarnos en su misión, para que hagamos lo mismo que Él en el mundo. Abandonémonos en Él para que nos forme como misioneros proclamadores de su misericordia, la única que tiene poder para cambiar a fondo nuestras vidas y el mundo en que vivimos.

1. ¿Qué significado tiene en el mundo bíblico la mención del número 12 para referirse a los apóstoles que el Señor eligió?

2. ¿He sentido alguna vez en mi vida la llamada de Jesús invitándome a compartir su misión?, ¿Cuándo?, ¿En qué circunstancias me encontraba?, ¿Cómo reaccioné?, ¿Cómo vivo hoy esa llamada a ser, en el estado en que me encuentro, misionero/a de Jesús?

3. Nuestra familia, comunidad o grupo de referencia ¿qué acciones concretas está llamada a realizar hacia los demás, con las cuales proclamar que la buena nueva de Jesús es aún viva y es la única que podrá transformar nuestro mundo?

“Llévame donde los hombres necesiten tus palabras, necesiten mis ganas de vivir; donde falte la esperanza, donde falte la alegría, simplemente por no saber de ti”
(Del canto “Alma misionera”)


V. Bendigo al Señor en todo momento.
R. Bendigo al Señor en todo momento

V. Su alabanza está siempre en mi boca.
R. En todo momento.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendigo al Señor en todo momento.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sirvamos al Señor con santidad todos nuestros días.

Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant.  Sirvamos al Señor con santidad todos nuestros días.

PRECES

Oremos a nuestro Señor Jesucristo, que prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, y digámosle confiados:
Escúchanos, Señor.

Quédate con nosotros, Señor, durante todo el día:
que la luz de tu gracia no conozca nunca el anochecer en nuestras vidas.

Que el trabajo de este día sea como una oblación sin defecto,
y que sea agradable a tus ojos.

Que en todas nuestras palabras y acciones seamos hoy luz del mundo
y sal de la tierra para cuantos nos traten.

Que la gracia del Espíritu Santo habite en nuestros corazones y resplandezca en nuestras obras
para que así permanezcamos en tu amor y en tu alabanza.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Terminemos nuestra oración diciendo juntos las palabras del Señor y pidiendo al Padre que nos libre de todo mal: Padre nuestro

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Envía, Señor, a nuestros corazones la abundancia de tu luz, para que, avanzando siempre por el camino de tus mandatos, nos veamos libres de todo error. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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