Custodia

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Saludo

Bendición

martes, 18 de julio de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


Martes, XV semana del Tiempo Ordinario, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Venid, adoremos al Señor, Dios soberano.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Venid, adoremos al Señor, Dios soberano.

 
Himno

Señor, el día empieza. Como siempre,
postrados a tus pies, la luz del día
queremos esperar.
Eres la fuerza
que tenemos los débiles, nosotros.

Padre nuestro,
que en los cielos estás, haz a los hombres
iguales: que ninguno se avergüence
de los demás; que todos al que gime
den consuelo; que todos, al que sufre
del hambre la tortura, le regalen
en rica mesa de manteles blancos
con blanco pan y generoso vino;
que no luchen jamás; que nunca emerjan,
entre las áureas mieses de la historia,
sangrientas amapolas, las batallas.

Luz, Señor, que ilumine las campiñas
y las ciudades; que a los hombres todos,
en sus destellos mágicos, envuelva
luz inmortal; Señor, luz de los cielos,
fuente de amor y causa de la vida.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.
Amén.

Salmo 67-I: Entrada triunfal del Señor

Ant: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian.

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;

como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.

En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.

Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.

Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.

Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.

Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian.

Salmo 67-II:

Ant: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
"los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.

Mientras reposabais en los apriscos,
las palomas batieron sus alas de plata,
el oro destellaba en sus plumas.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío".

Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?

Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santuario.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.

Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: "Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo
y los perros la lamerán con sus lenguas".

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Salmo 67-III:

Ant: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.

Aparece tu cortejo, oh Dios,
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.

Al frente, marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio, las muchachas van tocando panderos.

"En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel".

Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.

Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.

Reprime a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los Toros,
a los Novillos de los pueblos.

Que se te rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.

Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
"Reconoced el poder de Dios".

Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario, Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.

¡Dios sea bendito!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.

V/. Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R/. Dios anuncia la paz a su pueblo.

Lectura

V/. Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R/. Dios anuncia la paz a su pueblo.

El Señor se revela a Elías


1R 19,1-9a.11-21

En aquellos días, Ajab contó a Jezabel lo que había hecho Elías, cómo había pasado a cuchillo a los profetas. Entonces Jezabel mandó a Elías este recado:

«Que los dioses me castiguen si mañana a estas horas no hago contigo lo mismo que has hecho tú con cualquiera de ellos.»

Elías temió y emprendió la marcha para salvar la vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Él continuó por el desierto, una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte:

«¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!»

Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel le tocó y le dijo:

«¡Levántate, come!»

Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo:

«¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.»

Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Allí se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo:

«Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!»

Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía:

«¿Qué haces aquí, Elías?»

Respondió:

«Me consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme.»

El Señor dijo:

«Desanda tu camino hacia el desierto de Damasco y, cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Prado Bailén. Al que escape de la espada de Jazael lo matará Jehú, y al que escape de la espada de Jehú lo matará Eliseo. Pero yo me reservaré en Israel siete mil hombres: las rodillas que no se han doblado ante Baal, los labios que no lo han besado.»

Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas en fila, él con la última. Elías pasó a su lado y le echó encima el manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:

«Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo.»

Elías le dijo:

«Ve y vuelve; ¿quién te lo impide?»

Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente; luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio.

R/. El Señor dijo a Moisés: «Cuando pase mi gloria, te meteré en una hendidura de la roca, y te cubriré con mi palma hasta que haya pasado. No puede ver nadie a Dios y quedar con vida.»


V/. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

R/. No puede ver nadie a Dios y quedar con vida.»

L. Patrística

Todo les sucedía como un ejemplo
San Ambrosio

Tratado sobre los misterios 12-16.19

Te enseña el Apóstol que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar. Y en el cántico de Moisés leemos: Sopló tu aliento y los cubrió el mar. Te das cuenta de que el paso del mar Rojo por los hebreos era ya una figura del santo bautismo, ya que en él murieron los egipcios y escaparon los hebreos. Esto mismo nos enseña cada día este sacramento, a saber, que en él queda sumergido el pecado y destruido el error, y en cambio la piedad y la inocencia lo atraviesan indemnes.

¿Oyes cómo nuestros padres estuvieron bajo la nube, y una nube ciertamente beneficiosa, ya que refrigeraba los calores de las pasiones carnales; la nube que los cubría era el Espíritu Santo. Él vino después sobre la Virgen María, y la virtud del Altísimo la cubrió con su sombra, cuando engendró al Redentor del género humano. Y aquel milagro en tiempo de Moisés aconteció en figura. Si, pues, la figura estaba el Espíritu, ¿no estará en la verdad, siendo así que la Escritura te enseña que la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo?

El agua de Mara era amarga, pero Moisés echó en ella madero y se volvió dulce. De modo semejante, el agua, sin la proclamación de la cruz del Señor, no sirve en absoluto para la salvación; pero cuando ha sido consagrada por el misterio de la cruz salvadora, entonces se vuelve apta para el baño espiritual y para la bebida saludable. Pues del mismo modo que Moisés, el profeta, echó un madero en aquella agua, así ahora el sacerdote echa en ésta la proclamación de la cruz del Señor y el agua se vuelve dulce para la gracia.

No creas, pues, solamente lo que ven tus ojos corporales; más segura es la visión de lo invisible, porque lo que se ve es temporal, lo que no se ve eterno. La visión interna de la mente es superior a la mera visión ocular.

Finalmente, aprende lo que te enseña una lectura del libro de los Reyes. Naamán era sirio y estaba leproso, sin que nadie pudiera curarlo. Entonces, una jovencita de entre los cautivos explicó que en Israel había un profeta que podía limpiarlo de la infección de la lepra. Naamán, habiendo tomado oro y plata, se fue a ver al rey de Israel. Éste, al saber el motivo de su venida, rasgó sus vestiduras, diciendo que le buscaban querella al pedirle una cosa que no estaba en su regio poder. Pero Eliseo mandó decir al rey que le enviase al sirio, para que supiera que había un Dios en Israel. Y, cuando vino a él, le mandó que se sumergiera siete veces en el río Jordán. Entonces Naamán empezó a decirse a sí mismo que eran mejores las aguas de los ríos de su patria, en los cuales se había bañado muchas veces sin que lo hubiesen limpiado de su lepra, y se marchaba de allí sin hacer lo que le había dicho el profeta. Pero sus siervos lo persuadieron por fin y se bañó, y, al verse curado, entendió al momento que lo que purifica no es el agua sino el don de Dios.

Él dudó antes de ser curado; pero tú, que ya estás curado, no debes dudar.

R/. El Señor sacó como un rebaño a su pueblo, y los condujo seguros, sin alarmas, mientras el mar cubría a sus enemigos.


V/. Todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar.

R/. Mientras el mar cubría a sus enemigos.

Martes, XV semana del Tiempo Ordinario, feria

Ex 2,1-15a: Lo llamó Moisés, porque lo había sacado del agua; cuando creció fue adonde estaban sus hermanos.

En aquellos días, un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de la misma tribu; ella concibió y dio a luz un niño. Viendo que era hermoso, lo tuvo escondido tres meses. No pudiendo tenerlo escondido por más tiempo, tomó una cesta de mimbre, la embadurnó de barro y pez, colocó en ella a la criatura y la depositó entre los juncos, junto a la orilla del Nilo.

Una hermana del niño observaba a distancia para ver en qué paraba.

La hija del Faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas la seguían por la orilla. Al descubrir la cesta entre los juncos, mandó a la criada a recogerla.

La abrió, miró dentro y encontró un niño llorando.

Conmovida comentó:

-Es un niño de los hebreos.

Entonces la hermana del niño dijo a la hija del Faraón:

-¿Quieres que vaya a buscarle una nodriza hebrea que críe al niño?

Respondió la hija del Faraón:

-Anda.

La muchacha fue y llamó a la madre del niño.

La hija del Faraón le dijo:

-Llévate al niño y críamelo, y yo te pagaré.

La mujer tomó al niño y lo crió.

Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la hija del Faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, diciendo: do he sacado del agua».

Pasaron los años, Moisés creció, fue adonde estaban sus hermanos, y los encontró transportando cargas. Y vio cómo un egipcio mataba a un hebreo, uno de sus hermanos.

Miró a un lado y a otro, y viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena.

Al día siguiente salió y encontró a dos hebreos riñendo, y dijo al culpable:

-¿Por qué golpeas a tu compañero?

El le contestó:

-¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro? ¿Es que pretendes matarme como mataste al egipcio?

Moisés se asustó pensando: la cosa se ha sabido.

Cuando el Faraón se enteró del hecho, buscó a Moisés para darle muerte; pero Moisés huyó del Faraón y se refugió en el país de Madián.

Sal 68,3.14.30-31.33-34: Humildes, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón.

Me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Pero mi oración se dirige hacia ti,
Dios mío, el día de tu favor,
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.

Yo soy un pobre malherido,
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.

Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y vivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.

Mt 11,20-24: El día del juicio le será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras.

En aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido:

-¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida!

Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza.

Os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras.

Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo?

Bajarás al Abismo.

Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy.

Os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti.



Pistas para la Lectio Divina

Mateo 11, 20-24: La otra cara de la moneda: la resistencia a la conversión. “Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Veamos ahora la otra cara de la moneda del evangelio que acabamos de abordar.

Volviendo algunas páginas atrás en el evangelio de Mateo, nos encontramos en el capítulo 11 con las palabras duras de Jesús “a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido” (11,20).

El punto es que la “conversión” resulta más dura allí donde Jesús y sus misioneros más milagros hicieron, donde más signos del amor de Dios y del poder de Reino se revelaron. ¿No será esta una constante en la historia?

En el evangelio vemos que las ciudades de Corazón y de Betsaida, ciudades bien conocidas en el entorno geográfico de la misión de Jesús en Galilea, personifican la reacción desentendida frente al evangelio. Su indiferencia de los que más han recibido es injustificable y por eso el juicio aparece más duro.

Las ciudades no judías de Tiro, Sidón y Sodoma –ciudades emblemáticas del paganismo y del pecado- parecerían mejor dispuestas para la conversión que el mismo pueblo de Israel, quien “se encumbraba” (11,23; o, en otros términos, se creía “el mayor”) por la convicción de tener de su parte la gracia salvadora de Dios.

He aquí uno de los elementos que la mentalidad de Jesús promueve en el ámbito de la transformación de las estructuras sociales difíciles: la toma de conciencia de la necesidad de salvación, la necesidad de la misericordia y del perdón. Quien no siente necesidad de conversión no puede dar el más mínimo paso para la entrada en el Reino (ver el pasaje que aparece en el contexto anterior: 11,16-19).

Oremos para que, en nuestro caminar con Jesús, la advertencia aquí planteada por el evangelio, nos sacuda de nuestra comodidad y acogiendo agradecidamente las obras del Señor en nuestras vidas, su amor nos conduzca hacia niveles más altos de compromiso con la propuesta del Reino de la vida, expresión patente de conversión evangélica.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué quiere decir esto de que para ser el “mayor” hay que “hacerse pequeño” como un niño?

2. ¿A qué conversión en mi vida personal me invita el texto del evangelio de hoy?

3. La comparación que Jesús hace entre las ciudades paganas y las ciudades hebreas nos lleva a un cuestionamiento personal sobre nuestra docilidad o nuestra dureza de corazón para aceptar el evangelio de Jesús. ¿Me considero una persona que se ha adormecido en el título de “cristiano” y necesita sacudirse un poco para entrar por el camino correcto de la conversión?

"No sé cómo puedo hacer otra cosa que contemplarle y amarle. ¿Qué quieres, si Jesucristo, ese loco de amor, me ha vuelto loca? Es martirio el que padezco al ver que…
corazones agradecidos a las criaturas no lo sean con Aquel que los sustenta, que les da la vida y los sostiene; que les da y les ha dado todo, hasta darse Él mismo"
(Santa Teresa de los Andes, Carta a su hermano Luís el 11 de junio de 1919)


15ª Semana. Martes

DOLOR DE LOS PECADOS


— A pesar de los muchos milagros que el Señor realizó en ellas, algunas ciudades no hicieron penitencia. También Jesús pasa a nuestro lado.

— Frutos que produce la contrición en el alma.

— Pedir el don de la contrición. Obras de penitencia.

I. Al abandonar Nazaret, Jesús escogió Cafarnaún como lugar de residencia. A veces en el Evangelio se le llama su ciudad. Desde allí irradió su predicación a Galilea y a toda Palestina. Es posible que Jesús se hospedara en casa de Pedro y que hiciese de ella el centro de sus salidas apostólicas por toda la región. Es muy probable que no exista otro sitio en el que Jesús hiciera tantos milagros como en esta población.

En la orilla norte del lago de Genesaret, no lejos de Cafarnaún, estaban situadas dos florecientes ciudades en las que Jesús también realizó muchísimos milagros. A pesar de tantos signos, de tantas bendiciones, de tanta misericordia, las gentes de estos lugares no se convirtieron al paso de Jesús. El Evangelio de la Misa menciona las fuertes palabras del Señor a estas ciudades que no quisieron hacer penitencia ni arrepentirse de sus pecados1¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han sido hechos en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia... Y tú, Cafarnaún, ¿te vas a alzar hasta el cielo? ¡Hasta el infierno vas a descender! Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros que se han obrado en ti, subsistiría hasta hoy.

¡Tantas gracias y tantos milagros! Y, sin embargo, muchos habitantes de aquellas comarcas no cambiaron, no se arrepintieron de sus pecados. Incluso se rebelaron contra el Señor: Dirumpamus vincula eorum, et proiciamus a nobis iugum ipsorum2: rompamos los mandatos del Señor, rechacemos su dulce yugo. Estas palabras del Salmo II, ¡se han repetido ya en tantas ocasiones...!

Jesús pasa a nuestro lado y derrama su gracia y su misericordia. ¡Tantas veces! Son incontables los momentos y situaciones en los que el Señor se ha parado a nuestro lado para curarnos, para bendecirnos, para alentarnos en el bien. Muchas atenciones hemos recibido de parte del Señor. Y espera de nosotros correspondencia, arrepentimiento sincero de nuestras faltas, aborrecer el pecado venial deliberado, todo aquello que de alguna manera nos separa de Él, porque la gracia derramada ha sido mucha. Él nos oye siempre, pero de modo muy particular cuando acudimos con deseos de cambiar, de recuperar el camino perdido, de empezar de nuevo con un corazón contrito y humillado3. Debe ser esta una actitud habitual porque han sido muchas las ocasiones en las que, conscientes o no, hemos rechazado su gracia, porque la ofensa es mayor cuanto mayores han sido las muestras del amor de Dios en nuestra vida. ¿Quién es tan ciego para no ver a Cristo que se nos hace el encontradizo una y otra vez?

II. No despreciarás, Señor, un corazón contrito y humillado. La palabra contrición quiere decir rompimiento -como cuando una piedra se rompe y se hace añicos-, y se da este nombre al dolor de las faltas y pecados para significar que el corazón endurecido por el pecado en cierta manera se despedaza por el dolor de haber ofendido a Dios4. También en el lenguaje corriente solemos decir «se me partió el corazón», para expresar nuestra reacción ante una gran desgracia que ha conmovido lo más íntimo de nuestro ser. Algo parecido ha de ocurrirnos al contemplar los propios pecados delante de la santidad de Dios y del amor que Él nos tiene. No es tanto el sentimiento de fracaso que todo pecado produce en un alma que sigue a Dios, como el pesar de habernos separado –aunque sea un poco– del Señor. Ese dolor de los pecados o contrición consiste esencialmente en un pesar y en una sincera detestación de la ofensa hecha a Dios, un pesar y aborrecimiento del pecado cometido, con el propósito de no pecar en adelante5; es una conversión hacia lo bueno, que hace irrumpir en nosotros una nueva vida6.

Es el amor, sobre todo, el que debe llevarnos a pedir perdón muchas veces a Dios, pues son incontables los momentos en los que no correspondemos como debiéramos a las gracias que recibimos. «Acordóse el amigo de sus pecados, y por temor del infierno quiso llorar y no pudo. Pidió lágrimas al amor y la Sabiduría le respondió que más frecuente y fuertemente llorase por amor de su Amado que por temor de las penas del infierno, puesto que le agradan más los llantos que son por amor que las lágrimas que se derraman por temor»7. Es el amor el que debe conducirnos a la Confesión.

La contrición da al alma una particular fortaleza, devuelve la esperanza, la paz y la alegría, hace que el cristiano se olvide de sí mismo y se entregue al Señor con más delicadeza y finura interior. Para acercarnos a Dios con un corazón contrito, es necesario reconocer las faltas y los pecados, sin excusarlos con falsas razones, sin extrañarse y sobresaltarse porque aparezcan defectos o errores que creíamos ya superados. Si se achacara al ambiente exterior o a otras circunstancias la causa de nuestras flaquezas, el alma se apartaría del camino de la humildad y no llegaría a Dios, tan cercano precisamente cuando nosotros nos hemos alejado. En el examen diario de conciencia debemos ver nuestras faltas más como ofensa a Dios que como miseria propia. Si no relacionamos nuestras faltas y caídas con el amor a Dios, es fácil que tendamos a excusarlas; entonces, no encontraremos motivos para mantener esa actitud habitual de contrición, de arrepentimiento y de reparación por los pecados. Nunca estamos «en regla» con Dios; somos, por el contrario, aquel deudor que no tenía con qué pagar8; siempre estamos necesitados de acudir a su infinita misericordia. Ten piedad de mí, Señor, que soy un hombre pecador9, le decimos con las palabras de aquel que, lleno de humildad, conocía bien la realidad de su alma delante de la santidad de Dios.

Tampoco podemos reaccionar ante nuestras faltas, defectos y pecados aceptándolos como algo inevitable, casi natural, «pactando con ellos», sino pidiendo perdón, recomenzando muchas veces. Le diremos al Señor: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros10. Y el Señor, «que está cerca de los que tienen el corazón contrito»11, escuchará siempre nuestra oración.

Jesús pasa una y otra vez por nuestras vidas, como por aquellas ciudades de Galilea, y nos invita a salir a su encuentro, dejando nuestros pecados. No retrasemos esa conversión llena de amor. Nunc coepi: ahora comienzo, una vez más, con Tu ayuda, Señor.

III. ¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti Betsaida!... El Señor pronunciaría estas palabras con pena, al ver que en sus habitantes no calaba la gracia derramada a manos llenas. Le seguían unos días, daban muestras de admiración ante una curación, se mostraban complacientes..., pero en el fondo de su alma seguían lejos de Cristo.

Nosotros hemos de pedir al Espíritu Santo el don inefable de la contrición. Hemos de esforzarnos en hacer muchos actos de ese dolor de amor, y de modo particular cuando hemos ofendido al Señor en algo más importante, siempre que nos acercamos a la Confesión, a la hora del examen de conciencia y también durante el día. Nos será de gran provecho hacer o meditar el Vía Crucis y meditar o leer la Pasión del Señor..., y no cansarnos jamás de considerar el infinito amor que Jesús nos tiene y la afrenta y el desamor que significa el pecado.

El dolor sincero de los pecados no lleva consigo necesariamente un dolor emocional. Lo mismo que el amor, el dolor es un acto de la voluntad, no un sentimiento. Del mismo modo que se puede amar a Dios sin experimentar conmociones sensibles, se puede tener un dolor profundo de los pecados sin una reacción emotiva. Pero se mostrará en el alejamiento de toda ocasión de ofender al Señor y en obras concretas de penitencia por las veces en que no fuimos fieles a la gracia. Estas obras nos ayudan a expiar las penas que hemos merecido por nuestras culpas, a vencer las malas inclinaciones y a fortalecernos en el bien.

¿Con qué obras de penitencia podremos agradar al Señor?: oraciones, ayunos y limosnas, pequeñas mortificaciones, llevar con paciencia las penas y contrariedades, y aceptar bien dispuestos las cargas de la propia profesión, la fatiga que el trabajo lleva consigo. Particular atención y amor pondremos en recibir la gracia de la Confesión, acercándonos bien dispuestos, arrepentidos sinceramente de las faltas y pecados. «Dirígete a la Virgen, y pídele que te haga el regalo –prueba de su cariño por ti– de la contrición, de la compunción por tus pecados, y por los pecados de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, con dolor de Amor.

»Y, con esa disposición, atrévete a añadir: Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano..., y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo arranquemos.

»Continúa sin miedo: ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús».



Salmo 84: Nuestra salvación está cerca

Ant: Señor, has sido bueno con tu tierra, has perdonado la culpa de tu pueblo.

Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira.

Restáuranos, Dios Salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
¿Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad?

¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia,
y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón.»

La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra;
la misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;

La fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo;
el Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.

La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, has sido bueno con tu tierra, has perdonado la culpa de tu pueblo.

Isaías 26,1-4.7-9.12: Himno después de la victoria sobre el enemigo

Ant: Mi alma te ansía de noche, Señor; mi espíritu madruga por ti.

Tenemos una ciudad fuerte,
ha puesto para salvarla murallas y baluartes:

Abrid las puertas para que entre un pueblo justo,
que observa la lealtad;
su ánimo está firme y mantiene la paz,
porque confía en ti.

Confiad siempre en el Señor,
porque el Señor es la Roca perpetua.

La senda del justo es recta.
Tú allanas el sendero del justo;
en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos,
ansiando tu nombre y tu recuerdo.

Mi alma te ansía de noche,
mi espíritu en mi interior madruga por ti,
porque tus juicios son luz de la tierra,
y aprenden justicia los habitantes del orbe.

Señor, tú nos darás la paz,
porque todas nuestras empresas
nos las realizas tú.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mi alma te ansía de noche, Señor; mi espíritu madruga por ti.

Salmo 66: Que todos los pueblos alaben al Señor

Ant: Ilumina, Señor, tu rostro sobre nosotros.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Ilumina, Señor, tu rostro sobre nosotros.

Lectura

1Jn 4,14-15

Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.

V/. Dios mío, peña mía, refugio mío, Dios mío.

R/. Dios mío, peña mía, refugio mío, Dios mío.

V/. Mi alcázar, mi libertador.

R/. refugio mío, Dios mío.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Dios mío, peña mía, refugio mío, Dios mío.

Cántico Ev.

Ant: El Señor nos suscitó una fuerza de salvación, según lo había predicho por boca de sus profetas.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor nos suscitó una fuerza de salvación, según lo había predicho por boca de sus profetas.

Preces

Adoremos a Cristo, que con su sangre ha adquirido el pueblo de la nueva alianza, y digámosle suplicantes:

Acuérdate, Señor, de tu pueblo.

- Rey y redentor nuestro, escucha la alabanza que te dirige tu Iglesia en el comienzo de este día,
y haz que no deje nunca de glorificar tu majestad.


- Que nunca, Señor, quedemos confundidos,
los que en ti ponemos nuestra fe y nuestra esperanza.


- Mira compasivo nuestra debilidad y ven en ayuda nuestra,
ya que sin ti no podemos hacer nada.


- Acuérdate de los pobres y desvalidos,
que el día que hoy empieza les traiga solaz y alegría.

Ya que deseamos que la luz de Cristo ilumine a todos los hombres, pidamos al Padre que a todos llegue el reino de su Hijo:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Dios todopoderoso, de quien dimana la bondad y hermosura de todo lo creado, haz que comencemos este día con ánimo alegre y que realicemos nuestras obras movidos por el amor a ti y a los hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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