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sábado, 22 de julio de 2023

Laudes, lecturas y reflexiones +

 Santa María Magdalena, fiesta


Común de santas mujeres


Formó parte de los discípulos de Cristo, estuvo presente en el momento de su muerte y, en la madrugada del día de Pascua, tuvo el privilegio de ser la primera en ver al Redentor resucitado de entre los muertos (Mc 16, 9). Fue sobre todo durante el siglo XII cuando su culto se difundió en la Iglesia occidental.



(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)

V/. -Dios mío, ven en mi auxilio.
R/. -Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya

 
Himno


Al levantarse la aurora
con la luz pascual de Cristo,
la Iglesia madrugadora
te pregunta: "¿A quién has visto?"

"¿Por qué lloras en el huerto?
¿A quién buscas?" "A mi amado.
Buscando al que estaba muerto,
lo encontré resucitado.

Me quedé sola buscando,
alas me daba el amor,
y, cuando estaba llorando,
vino a mi encuentro el Señor.

Vi a Jesús resucitado,
creí que era el jardinero;
por mi nombre me ha llamado,
no le conocí primero.

Él me libró del demonio,
yo le seguí hasta la cruz,
y dí el primer testimonio
de la Pascua de Jesús."

Haznos, santa Magdalena,
audaces en el amor,
irradiar la luz serena
de la Pascua del Señor.

Gloria al Padre omnipotente,
gloria al Hijo redentor,
gloria al Espíritu Santo:
tres personas, sólo un Dios. Amén.

Primer Salmo


Salmo 62,2-9: El alma sedienta de Dios


Ant: El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro.

Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro.

Cántico AT


Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor


Ant: Mi corazón arde; deseo ver a mi Señor; lo busco y no sé dónde lo han puesto. Aleluya.

Alabad al Señor, sus siervos todos (Ap 19,5)

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

Ant: Mi corazón arde; deseo ver a mi Señor; lo busco y no sé dónde lo han puesto. Aleluya.

Segundo Salmo


Salmo 149: Alegría de los santos


Ant: María, mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados. Aleluya.

Los hijos de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se alegran por su Rey, Cristo, el Señor (Hesiquio)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: María, mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados. Aleluya.

Lectura Bíblica


Rm 12,1-2

Os exhorto hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

V/. María, no llores más, el Señor ha resucitado de entre los muertos.

R/. María, no llores más, el Señor ha resucitado de entre los muertos.

V/. Ve a mis hermanos y diles:

R/. El Señor ha resucitado de entre los muertos.

V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R/. María, no llores más, el Señor ha resucitado de entre los muertos.

Santa María Magdalena, memoria obligatoria

Ex 12,37-42: Noche en que el Señor sacó a Israel de Egipto.

En aquellos días, los israelitas marcharon de Ramsés hacia Sucot: eran seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños y les seguía una multitud inmensa, con ovejas y vacas y enorme cantidad de ganado.

Cocieron la masa que habían sacado de Egipto haciendo hogazas de pan ázimo, pues no había fermentado, porque los egipcios los echaban y no los dejaban detenerse y tampoco se llevaron provisiones.

La estancia de los israelitas en Egipto duró cuatrocientos treinta años.

Cumplidos los cuatrocientos treinta años, el mismo día, salieron de Egipto las legiones del Señor.

Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto: noche de vela para los israelitas por todas las generaciones.

Sal 135,1.23.24.10.12.13.15: Porque es eterna su misericordia.

V. Dad gracias al Señor, porque es bueno: Porque es eterna su misericordia.

V. En nuestra humillación se acordó de nosotros: R.

V. Y nos libró de nuestros opresores: R.

V. El hirió a Egipto en sus primogénitos: R.

V. Y sacó a Israel de aquel país: R.

V. Con mano poderosa y brazo extendido: R.

V. El dividió en dos partes el mar Rojo: R.

V. Y condujo por en medio a Israel: R.

V. Y arrojó en el mar Rojo al Faraón: R.

Mt 12,14-21: Les mandó que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta.

En aquel tiempo, los fariseos, al salir, planearon el modo de acabar con Jesús.

Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos le siguieron.

El los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran.

Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías:

«Mirad a mi siervo,

mi elegido, mi amado, mi predilecto.

Sobre él he puesto mi espíritu

para que anuncie el derecho a las naciones.

No porfiará, no gritará, no voceará por las calles.

La caña cascada no la quebrará,

el pabilo vacilante no lo apagará,

hasta implantar el derecho;

en su nombre esperarán las naciones».



22 de julio

SANTA MARÍA MAGDALENA*


Memoria

— Nos enseña a buscar a Jesús en toda circunstancia.

— Reconoce a Jesús cuando la llama por su nombre. Su alegría ante Cristo resucitado.

— Es enviada por el Señor a los Apóstoles. La alegría de todo apostolado.

I. Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; // mi carne tiene ansia de ti, // como tierra reseca, agostada, sin agua1, leemos en el Salmo responsorial de la Misa.

Al cabo de veinte siglos resultan conmovedores la delicadeza, la fidelidad y el amor de María Magdalena por Jesús. San Juan nos narra en el Evangelio de la Misa2 cómo esta mujer se dirigió al sepulcro en cuanto se lo permitió el descanso sabático, cuando todavía estaba oscuro, en busca del Cuerpo muerto de su Señor. Él la había librado del Maligno3 y la gracia fructificó en su corazón, siguió fielmente al Maestro en algunos de sus viajes apostólicos y le sirvió generosamente con sus bienes. En los momentos terribles de la crucifixión permaneció en el Calvario4, cerca de quien la había curado de sus males. Es más, cuando depositaron a Jesús en el sepulcro, ella permaneció cerca haciéndole compañía, como hemos hecho nosotros quizá junto al cadáver de una persona amada. Lo consigna San Mateo: Estaban allí María Magdalena y la otra María sentadas frente al sepulcro5.

Pasado el sábado, al alborear el día primero de la semana6, se dirigió con otras santas mujeres al lugar donde se encontraba el Cuerpo de Jesús, para embalsamarlo. Pero el Señor ya no está allí: ¡ha resucitado! Ve la piedra corrida y el sepulcro vacío; entonces echó a correr, fue a Simón y al otro discípulo al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto7. Pedro y Juan salieron corriendo hacia el sepulcro vacío. San Juan nos cuenta que aquel momento fue definitivo en su vida: vio y creyó8. Ambos Apóstoles se volvieron de nuevo a casa9, pero María se quedó allí, llorando por la ausencia del Cuerpo del Maestro. Con una tristeza indefinible, sin creer aún en la Resurrección, persevera, no se quiere separar del lugar donde vio por última vez el Cuerpo adorable del Maestro.

Nosotros consideramos hoy «la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel de quien pensaba que se habían llevado. Por esto ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas»10. No dejemos nosotros de buscar siempre a Jesús; también en los momentos en los que, si el Señor lo permite, el desaliento o la oscuridad penetren en el alma. No olvidemos nunca que Él siempre está muy cerca de nuestra vida, aunque no lo veamos. Siempre está cercano, porque, como dice el Apóstol, «“Dominus prope est”! - el Señor me sigue de cerca. Caminaré con Él, por tanto, bien seguro, ya que el Señor es mi Padre..., y con su ayuda cumpliré su amable Voluntad, aunque me cueste»11.

II. Por su perseverancia en buscarle, por su gran amor, María Magdalena recibió el don de ser la primera persona a la que Jesús se apareció12. Al principio, María no reconoció a Jesús, a pesar de estar a su lado. San Juan nos dice que se volvió atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús13. A pesar de que le habló no se dio cuenta de que era Cristo ¡vivo! quien estaba a su lado: Mujer le dijo el Señor, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?14, Las lágrimas no la dejaban ver al Maestro, a quien adivinamos sonriendo, feliz con el encuentro, como cuando se dirige a nosotros, que le buscamos sin cesar, porque Él es el mismo entonces y ahora. Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde le has puesto y yo lo recogeré15. Entonces, Jesús la llamó por su nombre, con la entonación propia que el Maestro empleaba cuando se dirigía a ella. Jesús le dijo: ¡María!16. Todos los nubarrones, almacenados en su corazón desde tres días atrás, desaparecieron de golpe. «¡Cuántas penas interiores, cuántos tormentos del espíritu causados por un gran amor y para los que parecía no haber consuelo, se han deshecho como la espuma ante una sola palabra de Jesús!»17. ¡Tantas veces! Y como un río incontenible, como si todo hubiera sido una pesadilla, María le mira y le dice: Rabboni! ¡Maestro!18. San Juan ha querido dejarnos, como si fuera una realidad intraducible, el término hebreo, familiar, con el que tantas veces le llamó.

«Se le buscaba muerto comenta San Agustín-, y se presentó vivo. ¿Cómo vivo? La llama por su nombre: María, y ella responde al instante nada más oír su nombre: Rabboni. El hortelano pudo haber dicho “¿A quién buscas? ¿Por qué lloras?”; María, en cambio, solo Cristo podía decirlo. La llamó por su nombre el mismo que la llamó al reino de los cielos. Pronunció el nombre que había escrito en su libro: María. Y ella: Rabboni, que significa “Maestro”. Ya había reconocido a quien la iluminaba para que lo reconociera; ya veía a Cristo en quien antes había visto a un hortelano. Y el Señor le dijo: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre (Jn 20, 17)»19.

¡Cómo desaparecen nuestros pesares cuando descubrimos a Jesús vivo, glorioso, que está a nuestro lado y que nos llama por nuestro nombre! ¡Qué alegría encontrarle tan próximo, tan familiar, poderle llamar con nuestro acento peculiar, que Él bien conoce! Nuestra oración es nuestra dicha más profunda. Y también el soporte donde se apoya la vida entera. No dejemos de buscarle si alguna vez no le vemos; si perseveramos, Él se hará encontradizo con nosotros y nos llamará por el apelativo familiar, y recobraremos la paz y la alegría, si la hubiéramos perdido. Una sola palabra de Jesús nos devuelve la esperanza y los deseos de recomenzar. No olvidemos, en ninguna situación, que «el día del triunfo del Señor, de su Resurrección, es definitivo. ¿Dónde están los soldados que había puesto la autoridad? ¿Dónde están los sellos, que habían colocado sobre la piedra del sepulcro? ¿Dónde están los que condenaron al Maestro? ¿Dónde están los que crucificaron a Jesús?... Ante su victoria, se produce la gran huida de los pobres miserables.

»Llénate de esperanza: Jesucristo vence siempre»20. También vence en nuestra vida, triunfa sobre aquellos defectos y flaquezas que podrían parecer inamovibles.

III. Después de consolar a María, Jesús le da un mensaje para los Apóstoles, a quienes llama con el apelativo entrañable de hermanos. Y fue María Magdalena y anunció a los discípulos: ¡He visto al Señor!, y a continuación les contó todo lo que había sucedido21. Nos imaginamos la alegría con que María pronunciaría estas palabras: ¡He visto al Señor! Es el gozo y alegría de todo apostolado en el que anunciamos a los demás, de mil formas distintas, que Jesús vive. Y comenta Santo Tomás de Aquino: «Por esta mujer, que fue la más solícita en reconocer el sepulcro de Cristo, se designa a toda persona que ansía conocer la verdad divina y, por tanto, es digna de anunciar a los demás el conocimiento de tal gracia, como María lo anunció a los discípulos, para que no deba ser reprendida por haber escondido el talento». Y concluye el Santo Doctor: «No se os ha concedido este gozo para que lo ocultéis en el secreto de vuestro corazón, sino para enseñarlo a los que aman»22, para publicarlo a los cuatro vientos. Quien encuentra a Cristo en su vida, lo encuentra para todos. La noticia de la Resurrección se propagó como un incendio en los primeros siglos; los cristianos eran conscientes de ser portadores de la Buena Nueva, los discípulos gozosos de Aquel que murió por todos y resucitó al tercer día, como había predicho. Eran un pueblo feliz en medio de un mundo triste; y su alegría, como la nuestra, procedía de estar cerca de Cristo vivo. El apostolado es siempre la comunicación de un mensaje alegre, el más gozoso de todos.

Hoy pedimos a Santa María Magdalena que nos alcance del Señor su amor y su perseverancia en buscarle. Y que ya que a ella, antes que a nadie, le confió la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual, nos conceda a nosotros la alegría de anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día glorioso en el reino de los cielos23. Allí le contemplaremos, también a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, que nunca se ha separado de nuestro lado. Y veremos con particular gozo a todos aquellos a quienes anunciamos, a través tantas veces de la amistad, que Cristo resucitado sigue entre nosotros.

Era originaria de Magdala, pequeña ciudad de Galilea al noroeste del lago de Tiberíades. Formó parte del grupo de mujeres que seguía a Jesús y le atendía con sus bienes. Estuvo presente en el Calvario y, en la madrugada del día de Pascua, tuvo el privilegio de ser la primera, después de la Virgen, que vio al Redentor resucitado, a quien conoció cuando la llamó por su nombre. Su culto se extendió considerablemente en la Iglesia de Occidente durante la Edad Media. No parece probable que fuera la misma que aquella que derramó sobre los pies de Jesús un frasco de alabastro en casa de Simón el fariseo.


15ª Semana. Sábado

NO QUEBRARÁ LA CAÑA CASCADA


— Mansedumbre y misericordia de Cristo.

— Jesús no da a nadie por perdido. Nos ayuda aunque hayamos pecado.

— Nuestro comportamiento hacia los demás ha de estar lleno de compasión, de comprensión y de misericordia.

I. El Evangelio de la Misa nos muestra a Jesús alejándose de los fariseos, pues estos tuvieron consejo para ver cómo perderle. Aunque se retiró a un lugar más seguro –quizá en Galilea1–, le siguieron muchos y los curó a todos, y les ordenó que no le descubriesen2. Es esta la ocasión en la que San Mateo, movido por el Espíritu Santo, señala el cumplimiento de la profecía de Isaías3 sobre el Siervo de Yahvé, en la que se prefigura con rasgos muy definidos al Mesías, a Jesús: He aquí a mi Siervo a quien elegí, mi amado en quien se complace mi alma. Pondré mi espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No disputará ni vociferará, nadie oirá sus gritos en las plazas. No quebrará la caña cascada, no apagará la mecha humeante...

El Mesías había sido profetizado por Isaías, no como un rey conquistador, sino sirviendo y curando. Su misión será caracterizada por la mansedumbre, la fidelidad y la misericordia. El Evangelista señala que esta profecía se estaba cumpliendo4. Por medio de dos imágenes bellísimas describe Isaías la mansedumbre, dulzura y misericordia del Mesías. La caña cascada, la mecha humeante, representan toda clase de miserias, dolencias y penalidades a que está sujeta la humanidad. No terminará de romper la caña ya cascada; al contrario, se inclina sobre ella, la endereza con sumo cuidado y le da la fortaleza y la vida que le faltan. Tampoco apagará la mecha de una lámpara que parece que se extingue, sino que empleará todos los medios para que vuelva a iluminar con luz clara y radiante. Esta es la actitud de Jesús ante los hombres.

En la vida corriente a veces decimos de un enfermo que su dolencia «no tiene remedio», y se da por imposible su curación. En la vida espiritual no es así: Jesús es el Médico que nunca da como irremediablemente perdidos a quienes han enfermado del alma. A ninguno juzga irrecuperable. El hombre más endurecido en el pecado, el que ha caído más veces y en faltas más grandes nunca es abandonado por el Maestro. También para él tiene la medicina que cura. En cada hombre Él sabe ver la capacidad de conversión que existe siempre en el alma. Su paciencia y su amor no dan a ninguno por perdido. ¿Lo vamos a dar nosotros? Y si, por desgracia, alguna vez nos encontráramos en esa triste situación, ¿vamos a desconfiar de quien ha dicho de Sí mismo que ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido?

Como caña cascada fue María Magdalena, y el buen ladrón, y la mujer adúltera... A Pedro, deshecho por las negaciones de su más triste noche, lo restaura, y ni siquiera le hace prometer el Señor que no volvería a negarlo. Solamente le preguntó: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Es la pregunta que nos hace a todos, cuando no hemos sido del todo fieles. ¿Me amas? Cada Confesión es también, y sobre todo, un acto de amor. Pensemos hoy cómo es nuestro amor, cómo respondemos a esa pregunta que nos hace el Señor.

II. No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que aún humea...

La misericordia de Jesús por los hombres no decayó ni un instante, a pesar de las ingratitudes, las contradicciones y los odios que encontró. El amor de Cristo por los hombres es profundo, porque, en primer lugar, se preocupa del alma, para conducirla, con ayudas eficaces, a la vida eterna; y, al mismo tiempo, es universal, inmenso, y se extiende a todos. Él es el Buen Pastor de todas las almas, a todas las conoce y las llama por su nombre5. No deja a ninguna perdida en el monte. Ha dado su vida por cada hombre, por cada mujer. Su actitud cuando alguno se aleja es darle las ayudas para que vuelva, y todos los días sale a ver si lo divisa en la lejanía. Y si alguno le ha ofendido más, trata de atraerle a su Corazón misericordioso. No quiebra la caña cascada, no termina de romperla y la abandona, sino que la recompone con tanto más cuidado cuanto mayor sea su debilidad.

¿Qué dice a quienes están rotos por el pecado, a quien ya no da luz porque apagó la llama divina en su alma? Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré6. «Tiene piedad de la gran miseria a la que les ha conducido el pecado; les lleva al arrepentimiento sin juzgarles con severidad. Él es el padre del hijo pródigo que abraza al hijo desgraciado por su falta; Él mismo perdona a la mujer adúltera a la que se disponen a lapidar; recibe a la Magdalena arrepentida y le abre enseguida el misterio de su vida íntima; habla de la vida eterna a la Samaritana a pesar de su mala conducta; promete el Cielo al buen ladrón. Verdaderamente en Él se realizan las palabras de Isaías: La caña cascada no la quebrará; ni apagará el pabilo que aún humea»7.

Nunca nadie nos amó ni nos amará como Cristo. Nadie nos comprenderá mejor. Cuando los fieles de Corinto andaban divididos diciendo unos: «yo soy de Pablo», y otros: «yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo», San Pablo les escribe: ¿Ha sido Pablo crucificado por vosotros?8. Es el argumento supremo.

No podemos desesperar nunca... Dios quiere que seamos santos, y pone su poder y su providencia al servicio de su misericordia. Por eso, no debemos dejar pasar el tiempo mirando nuestra miseria, perdiendo de vista a Dios, dejándonos descorazonar por nuestros defectos, tentados de exclamar «¿para qué continuar luchando, considerando todo lo que he pecado, todo lo que he fallado al Señor?». No, nosotros debemos confiar en el amor y en el poder de nuestro Padre Dios, y en el de su Hijo, enviado al mundo para redimirnos y fortalecernos9.

¡Qué gran bien para nuestra alma sentirnos hoy delante del Señor como una caña cascada que necesita de muchos cuidados, como el pabilo que tiene una débil llama y que precisa del aceite del amor divino para que luzca como el Señor quiere! No perdamos nunca la esperanza si nos vemos débiles, con defectos, con miserias. El Señor no nos deja; basta que pongamos los medios y que no rechacemos la mano que Él nos tiende.

III. Esta mansedumbre y misericordia de Jesús por los débiles señalan el camino a seguir para llevar a nuestros amigos hasta Él, pues en su nombre pondrán su esperanza las naciones10. Cristo es la esperanza salvadora del mundo.

No podemos extrañarnos de la ignorancia, de los errores, de la dureza y resistencia que tantos ponen en su camino hacia Dios. El aprecio sincero por todos, la comprensión y la paciencia deben ser nuestra actitud ante ellos. Pues «rompe la caña cascada aquel que no da la mano al pecador ni lleva la carga de su hermano; y apaga la torcida que humea aquel que desprecia en los que aún creen un poco la pequeña centella de la fe»11.

Nuestros amigos, quienes se crucen con nosotros por circunstancias diversas, han de encontrar en la amistad o en nuestra actitud un firme apoyo para su fe. Por eso, hemos de acercarnos a su debilidad: para que se torne fortaleza; debemos verlos con ojos de misericordia, como los mira Cristo; con comprensión, con un aprecio verdadero, aceptando el claroscuro que forman sus miserias y sus grandezas. Por un lado, hemos de tener presente que «servir a los demás, por Cristo, exige ser muy humanos (...). Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos»12. Por otro lado, «no diremos que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien (cfr. Rom 12, 21). Así Cristo reinará en nuestra alma, y en las almas de los que nos rodean»13.

Los frutos de esta doble actitud de comprensión y fortaleza son tan grandes –para uno mismo y para los demás– que bien vale la pena el esfuerzo por ver almas en quienes tratamos a diario; en verles tan necesitados como los veía el Señor.

No es suficiente apreciar –afirma un autor de nuestros días14– a los hombres brillantes porque son brillantes, a los buenos porque son buenos. Debemos apreciar a todo hombre porque es hombre, a todo hombre, al débil, al ignorante, al que carece de educación, al más oscuro. Y esto no lo podremos hacer a menos que nuestra concepción de lo que es el hombre lo haga objeto de estima. El cristiano sabe que todo hombre es imagen de Dios, que tiene un espíritu inmortal y que Cristo murió por él. La frecuente consideración de esta verdad nos ayudará a no separarnos de los demás, sobre todo cuando los defectos, las faltas de educación, su mal comportamiento se hagan más evidentes. Imitando al Señor, nunca romperemos una caña cascada. Como el buen samaritano de la parábola, nos acercaremos al herido y vendaremos sus heridas, y aliviaremos su dolor con el bálsamo de nuestra caridad. Y un día oiremos de labios del Señor estas dulces palabras: lo que hiciste con uno de estos, por Mí lo hiciste15.

Nadie como María conoce el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido, la llamamos también Madre de la misericordia... Madre de la divina misericordia16: a Ella acudimos al terminar nuestra meditación, seguros de que nos conduce siempre a Jesús y nos impulsa a ser, como su Hijo, comprensivos y misericordiosos.

Cántico Evangélico


Ant: Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a Maria Magdalena, de la que había echado siete demonios. Aleluya.

(se hace la señal de la cruz mientras se comienza a recitar)


Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a Maria Magdalena, de la que había echado siete demonios. Aleluya.

Preces


Unidos, hermanos, a las mujeres santas, aclamemos a nuestro Salvador, y supliquémosle, diciendo:

Ven, Señor Jesús

- Señor Jesús, que perdonaste a la mujer pecadora sus muchos pecados, porque tenía mucho amor,
perdónanos también a nosotros, pues hemos pecado mucho.


- Señor Jesús, a quien servían en el camino las piadosas mujeres,
concédenos que sigamos tus pasos.


- Señor Jesús, Maestro bueno, a quien María escuchaba y Marta servía,
concédenos servirte siempre con fe y amor.


- Señor Jesús, que llamaste hermano, hermana y madre a todos los que cumplen tu voluntad,
haz que todos nosotros la cumplamos siempre de palabra y obra.


Se pueden añadir algunas intenciones libres.

ver las intenciones del Santo Padre para este mes de julio
ver las intenciones de oración de ETF

Concluyamos nuestras súplicas con la oración que el mismo Señor nos enseñó:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final


Señor, Dios nuestro, Cristo, tu Unigénito, confió, antes que a nadie, a María Magdalena la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual; concédenos a nosotros, por la intercesión y el ejemplo de aquella cuya fiesta celebramos, anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día glorioso en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.


(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)


V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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