Custodia

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Saludo

Bendición

martes, 15 de noviembre de 2022

 


Martes, XXXIII semana del Tiempo Ordinario, feria

Ap 3,1-6.14-22: Si alguien me abre, entraré y comeremos juntos.

Yo, Juan, oí al Señor, que me decía:

-Al ángel de la iglesia de Sardes escribe así:

Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios

y las siete estrellas.

Conozco tu conducta;

tienes nombre como de quien vive,

pero estás muerto.

Ponte en vela,

reanima lo que te queda y está a punto de morir.

Pues no he encontrado tus obras perfectas

a los ojos de mi Dios.

Acuérdate, por tanto,

de cómo recibiste y oíste mi palabra:

guárdala y arrepiéntete.

Porque, si no estás en vela,

vendré como ladrón,

y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.

Ahí en Sardes tienes unos cuantos

que no han manchado su ropa;

ésos irán conmigo vestidos de blanco,

pues se lo merecen.

El que venza se vestirá todo de blanco,

y no borraré su nombre del libro de la vida,

pues ante mi Padre y ante sus ángeles reconoceré su nombre.

El que tiene oídos,

que oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias.

Al ángel de la Iglesia de Laodicea escribe así:

Habla el testigo fidedigno y veraz,

el Amén, el principio de la creación:

Conozco tu manera de obrar

y no eres frío ni caliente.

Ojalá fueras frío o caliente,

pero como estás tibio

y no eres frío ni caliente,

voy a escupirte de mi boca.

Tú dices:

Soy rico, tengo reservas y nada me falta.

Aunque no lo sepas,

eres desventurado y miserable,

pobre, ciego y desnudo.

Te aconsejo que me compres oro refinado en el fuego,

y así serás rico;

y un vestido blanco, para ponértelo

y que no se vea tu vergonzosa desnudez;

y colirio para untártelo en los ojos y ver.

A los que yo amo

los reprendo y los corrijo.

Sé ferviente y conviértete.

Estoy a la puerta llamando:

si alguien oye y me abre,

entraré y comeremos juntos.

A los vencedores los sentaré en mi trono, junto a mí;

lo mismo que yo, cuando vencí,

me senté en el trono de mi Padre, junto a él.

El que tiene oídos, que oiga

lo que dice el Espíritu a las Iglesias.

Sal 14,2-3ab.3cd-4ab.5: Al que salga vencedor lo sentaré en mi trono junto a mí.

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino;
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.

El que no presta dinero a usura,
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra, nunca fallará.

Lc 19,1-10: El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.

Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:

-Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

El bajó en seguida, y lo recibió muy contento.

Al ver ésto, todos murmuraban diciendo:

-Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.

Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:

-Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.

Jesús le contestó:

-Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.

Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.



33ª semana. Martes

LA FIDELIDAD DE ELEAZAR


— Ejemplaridad del anciano Eleazar.

— Obstáculos para la fidelidad.

— Lealtad a la palabra dada y a los compromisos adquiridos.

I. En tiempos del rey Antíoco se desató una fortísima persecución contra Israel. El Templo fue profanado y en él se introdujo el culto a los dioses griegos en lugar de Yahvé. Se prohibió celebrar el sábado, y cada mes los judíos eran obligados a celebrar el natalicio del rey, participando en los sacrificios que se inmolaban con este motivo y comiendo sus carnes.

Eleazar, un anciano venerable de noventa años, se mantuvo fiel a la fe de sus padres y prefirió la muerte a tomar parte en estos sacrificios. Antiguos amigos le propusieron traer alimentos permitidos para simular delante de los demás que había comido de las carnes sacrificadas, según el mandato del rey. Haciendo esto –le decían–, se libraría de la muerte. Pero Eleazar se mantuvo fiel a la vida ejemplar que había llevado desde niño, considerando que era indigno de su ancianidad disimular, no fuera que luego pudiesen decir los jóvenes que, a sus noventa años, se había paganizado con los extranjeros. Mi simulación por amor de esta corta y perecedera vida -dijo- los induciría a error, y echaría sobre mi vejez la afrenta y el oprobio; y aunque al presente lograra librarme de los castigos humanos, de las manos del Omnipotente no escaparé ni en la vida ni en la muerte.

Eleazar se encaminó al suplicio y, estando a punto de morir, exclamó: El Señor Santísimo ve bien que, pudiendo librarme de la muerte, doy mi cuerpo al tormento; pero mi alma lo sufre gozosa en el temor de Dios. El autor sagrado recoge la ejemplaridad de su muerte, no solo para los jóvenes, sino para toda la nación. Este relato1 nos recuerda también a nosotros la fidelidad sin fisuras a los compromisos contraídos en la fe, para ser leales al Señor también cuando quizá nos sería más fácil ceder por la presión de un ambiente pagano hostil, o por una circunstancia difícil que hayamos de atravesar.

San Juan Crisóstomo llama a Eleazar «protomártir del Antiguo Testamento»2. Su actitud gozosa en el martirio es como un preludio de aquella alegría que Jesús preconizará de los que serían perseguidos por su nombre3. Es el gozo que el Señor nos hace experimentar cuando, por ser fieles a la fe y a la propia vocación, padecemos alguna contrariedad.

II. A los primeros cristianos se les designaba frecuentemente con el apelativo de fieles4. Este término nace en momentos de dificultades externas, de persecuciones, de calumnias y de la presión de un ambiente pagano que trataba de imponer su manera de pensar y de vivir, muy opuesta a la doctrina del Maestro. Ser fieles era mantenerse firmes ante estos obstáculos externos. Sé fiel hasta la muerte -se lee en el Apocalipsis- y Yo te daré la corona de la vida5. Esto se pide a los cristianos de todas las épocas: Sé fiel hasta la muerte. Ya antes advierte el Apóstol: No temas por lo que vas a padecer: el diablo va a encarcelar a algunos de vosotros, para que seáis tentados; y sufriréis tribulación por diez días. Eso es la vida: diez días, un poco de tiempo. ¿Y no vamos a permanecer fieles sí tuviéramos que sufrir alguna contradicción, muchas veces pequeña, alguna discriminación por ser cristianos que no se avergüenzan de serlo? ¿Nos vamos a avergonzar de nuestra fe, que tiene consecuencias prácticas en el modo de actuar, en las que muchos quizá no estén de acuerdo? «Es fácil –recordaba el Papa Juan Pablo II– ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y solo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura toda la vida»6.

A veces los obstáculos no llegan de fuera, sino de dentro. La soberbia es el principal obstáculo de la fidelidad, y junto a ella la tibieza, que hace perder la alegría en el seguimiento de Cristo, idealizando otras posibilidades que están al margen del camino que nos lleva a Dios. Otras veces surge la oscuridad del alma, consecuencia de la desgana y falta de lucha, o porque Dios la permite para purificar el alma. Sea cual fuere la causa de estas tinieblas, la fidelidad muchas veces estará en la humildad de ser dóciles a la dirección espiritual, en mantener una oración viva con el Señor, en permanecer en ese trato diario con Él, que nos llevará como de la mano hasta la luz. «Se quedaron muy grabadas en mi cabeza de niño –cuenta San Josemaría Escrivá– aquellas señales que, en las montañas de mi tierra, colocaban a los bordes de los caminos; me llamaron la atención unos palos altos, ordinariamente pintados de rojo. Me explicaron entonces que, cuando cae la nieve, y cubre senderos, sementeras y pastos, bosques, peñas y barrancos, esas estacas sobresalen como un punto de referencia seguro, para que todo el mundo sepa siempre por dónde va la ruta.

»En la vida interior, sucede algo parecido. Hay primaveras y veranos, pero también llegan los inviernos, días sin sol, y noches huérfanas de luna. No podemos permitir que el trato con Jesucristo dependa de nuestro estado de humor, de los cambios de nuestro carácter. Esas posturas delatan egoísmo, comodidad, y desde luego no se compaginan con el amor.

»Por eso, en los momentos de nevada y de ventisca, unas prácticas piadosas sólidas –nada sentimentales–, bien arraigadas y ajustadas a las circunstancias propias de cada uno, serán como esos palos pintados de rojo, que continúan marcándonos el rumbo, hasta que el Señor decida que brille de nuevo el sol, se derritan los hielos, y el corazón vuelva a vibrar, encendido con un fuego que en realidad no estuvo apagado nunca: fue solo rescoldo oculto por la ceniza de una temporada de prueba, o de menos empeño, o de escaso sacrificio»7.

III. La lealtad de Eleazar a la fe de sus mayores sirvió además para que otros muchos del pueblo escogido permanecieran firmes en sus creencias y costumbres. Nunca queda aislada la fidelidad de un hombre, de una mujer. Son muchos los que, quizá sin saberlo expresamente, se apoyan en ella. Una de las grandes alegrías que el Señor nos hará gustar será el poder contemplar a todos aquellos que permanecieron firmes en su fe y en su vocación porque se apoyaron en nuestra sólida coherencia.

La virtud humana que corresponde a la fidelidad es la lealtad, esencial para toda convivencia. Sin un clima de lealtad, las relaciones y vínculos entre los hombres degenerarían a lo sumo en una mera coexistencia, con su cortejo inseparable de inseguridad y desconfianza. La vida propiamente social no sería posible si no se diera «aquella observancia de los pactos sin la que no es posible una tranquila convivencia entre los pueblos»8: un clima de confianza mutua, de honradez, de lealtad. No es infrecuente que en la sociedad, en la empresa, en los negocios... parezca perdida esta virtud tan esencial. La mentira, la manipulación de la verdad, es un arma más que algunos utilizan como si fuera normal en los medios de la opinión pública, en la política, en los negocios... Muchas veces se echa de menos la honradez para cumplir la palabra dada y los compromisos libremente adquiridos. Es más, en ocasiones se comenta la infidelidad matrimonial, como si los compromisos adquiridos delante de Dios y delante de los hombres tuvieran poco valor. Otros, con el fin de aumentar su disponibilidad económica, o para satisfacer su ansia desordenada de placeres, de figurar en la vida social, incumplen sus deberes religiosos, familiares, sociales o profesionales traicionando los compromisos más nobles y santos.

En estos momentos urge que los cristianos –luz del mundo y sal de la tierra– procuremos ser ejemplo de fidelidad y de lealtad a los compromisos contraídos. San Agustín recordaba a los cristianos de su tiempo: «El marido debe ser fiel a la mujer, y la mujer al marido, y ambos a Dios. Los que habéis prometido continencia, cumplid lo prometido, puesto que no se os exigiría si no lo hubieseis prometido (...). Guardaos de hacer trampas en vuestros negocios. Guardaos de la mentira y del perjurio»9. Son palabras que conservan plena actualidad.

Perseverando, con la ayuda del Señor, en lo poco de cada día, lograremos oír al final de nuestra vida, con gozosísima dicha, aquellas palabras del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu Señor.

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