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lunes, 4 de marzo de 2024

Reflexiones +

 


San Casimiro, conmemoración

2R 5,1-15a: Muchos leprosos había en Israel, sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.

En aquellos días, Naamán, general del ejército del rey sirio, era un hombre que gozaba de la estima y del favor de su señor, pues por su medio el Señor había dado la victoria a Siria. Era un hombre muy valiente, pero estaba enfermo de lepra. En una incursión, una banda de sirios llevó de Israel a una muchacha, que quedó como criada de la mujer de Naamán, y dijo a su señora:

- «Ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaria: él lo libraría de su enfermedad.» Naamán fue a informar a su señor:

- «La muchacha israelita ha dicho esto y esto.» El rey de Siria le dijo:

- «Ven, que te doy una carta para el rey de Israel.»

Naamán se puso en camino, llevando tres quintales de plata, seis mil monedas de oro y diez trajes.

Presentó al rey de Israel la carta, que decía así: - «Cuando recibas esta carta, verás que te envío a mi ministro Naamán para que lo libres de su enfermedad.» Cuando el rey de Israel leyó la carta, se rasgó las vestiduras, exclamando: - «¿Soy yo un dios capaz de dar muerte o vida, para que éste me encargue de librar a un hombre de su enfermedad? Fijaos bien, y veréis cómo está buscando un pretexto contra mí.»

El profeta Eliseo se enteró de que el rey de Israel se había rasgado las vestiduras y le envió este recado:

- «¿Por qué te has rasgado las vestiduras? Que venga a mí y verá que hay un profeta en Israel.»

Naamán llegó con sus caballos y su carroza y se detuvo ante la puerta de Eliseo. Eliseo le mandó uno a decirle:

- «Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará, limpia.» Naamán se enfadó y decidió irse, comentando:

- «Yo me imaginaba que saldría en persona a verme, y que, puesto en pie, invocaría- al Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me libraría de mi enfermedad. ¿Es que los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar, no valen más que toda el agua de Israel? ¿No puedo bañarme en ellos y quedar limpio?» Dio media vuelta y se marchaba furioso.

Pero sus siervos se le acercaron y le dijeron:

- «Señor, si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, lo harías. Cuanto más si lo que te prescribe para quedar limpio es simplemente que te bañes.» Entonces Naamán bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta, y su carne quedó limpia como la de un niño. Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo:

- «Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel.»

Sal 41,2.3;42,3.4: Mi alma tiene sed del Dios vivo. ¿Cuándo veré el rostro de Dios?

Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío.

Tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.

Lc 4,24-30: Jesús, igual que Elías y Eliseo, no ha sido enviado únicamente a los judíos.

En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret:

- «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.



Pistas para la Lectio Divina

1. El baño purificador de Naamán en las aguas del Jordán trae a nuestro recuerdo el sacramento del Bautismo, de gran actualidad en la Cuaresma y la Pascua. En esta semana tercera, se lee el evangelio de la samaritana en domingo, al menos del ciclo A. Por tanto, el tema del Bautismo parece más coherente todavía.

Está bien tramada la historia del general extranjero que acude al rey de Israel y luego al profeta Eliseo. Con los consiguientes malentendidos y finalmente su curación. Todo termina con la profesión de fe del pagano: «ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel». Esta profesión de fe, unida al rito del baño en agua, parecen como un anuncio del Bautismo cristiano.

El tema del agua aparece también en el salmo, pero esta vez no en forma de baño, sino de bebida: «como busca la cierva corrientes de agua... mi alma tiene sed del Dios vivo»

2. La homilía de la primera lectura la hace el mismo Jesús en la sinagoga de su pueblo, Nazaret: achaca a los fariseos que no han sabido captar los signos de los tiempos. La viuda y el general, ambos paganos, favorecidos por los milagros de Elías y de Eliseo, sí supieron reconocer la actuación de Dios. Una vez más, en labios de Jesús, la salvación se anuncia como universal, y son precisamente unos no judíos los que saben reaccionar bien y convertirse a Dios, mientras que el pueblo elegido le hace oídos sordos.

No les gustó nada a sus oyentes lo que les dijo Jesús: lo empujaron fuera del pueblo con la intención de despeñarlo por el barranco. La primera homilía en su pueblo, que había empezado con admiración y aplausos, acaba casi en tragedia. Ya se vislumbra el final del camino: la muerte en la cruz.

3. a) Es bueno que en Cuaresma tengamos presente nuestro Bautismo y que preparemos su expresivo recuerdo de la noche de Pascua.

El Bautismo ha sido el sacramento por el que hemos entrado en comunión con Jesús, por el que nos hemos injertado en él, por el que ya hemos participado sacramentalmente de su muerte y de su resurrección, como dice Pablo en Romanos 6, que escucharemos en la noche pascual. El Bautismo nos ha introducido ya radicalmente en la Pascua. Aunque luego, toda la vida, hasta el momento de la muerte -que es el verdadero bautismo, la inmersión definitiva en la vida de Cristo-, tengamos que ir creciendo en esa vida y luchando contra lo antipascual que nos amenaza.

En la Vigilia Pascual, con los símbolos de la luz y del agua, pediremos a Dios que renueve en nosotros la gracia del Bautismo y renovaremos nosotros mismos las promesas y renuncias bautismales. Cada año, la Pascua es experiencia renovada de nuestra identidad bautismal. Y la Cuaresma, preparación y camino catecumenal para participar mejor con Cristo en su paso a la existencia de resucitado.

b) Las lecturas de hoy también nos recuerdan que ya va siendo urgente que, casi a mitad de la Cuaresma, hagamos caso de las insistentes llamadas de Dios a la conversión y al cambio en nuestras vidas. ¿Nos dejamos interpelar por la Palabra? ¿se está notando que hacemos camino con Jesús hacia la novedad de la Pascua?

¿O también podría Jesús quejarse de nosotros acusándonos de que otras personas mucho menos dotadas de conocimientos religiosos -el general pagano, la viuda pobre- están respondiendo a Dios mejor que nosotros en sus vidas?

«Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua» (oración)

«Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen» (salmo)

«Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón» (aclamación) 64

«Que la comunión en tu sacramento, Señor, nos purifique de nuestras culpas» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 62-64

Cuaresma. 3ª semana. Lunes

DOCILIDAD Y BUENAS DISPOSICIONES PARA ENCONTRAR A JESÚS


— Fe y correspondencia a la gracia. Purificar nuestra alma para ver a Jesús.

— La curación de Naamán. Docilidad y humildad.

— Docilidad en la dirección espiritual.

I. Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón salta de gozo por el Dios vivo, leemos en la Antífona de entrada de la Misa1. Y para penetrar en la morada de Dios es necesario tener un alma limpia y humilde; para ver a Jesús hacen falta buenas disposiciones. Nos lo muestra, una vez más, el Evangelio de la Misa.

El Señor, después de un tiempo de predicación por las aldeas y ciudades de Galilea, vuelve a Nazaret, donde se había criado. Allí todos le conocen: es el hijo de José y de María. El sábado asistió a la sinagoga, según era su costumbre2. Jesús se levantó para la lectura del texto sagrado, y escogió un pasaje mesiánico del profeta Isaías. San Lucas recoge la extraordinaria expectación que había en el ambiente: enrollando el libro se lo devolvió al ministro, y se sentó; todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Habían oído maravillas del hijo de María y esperaban ver cosas más extraordinarias en Nazaret.

Sin embargo, aunque al principio todos daban testimonio a favor de Él, y se admiraban de las palabras de gracia que procedían de sus labios3, no tienen fe. Jesús les explica que los planes de Dios no se fundan en razones de patria o de parentesco: no basta con haber convivido con Él. Es necesaria una fe grande.

Utiliza algunos ejemplos del Antiguo Testamento: Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio. Se conceden las gracias del Cielo, sin limitaciones por parte de Dios, sin tener en cuenta la raza –Naamán no pertenecía al pueblo judío–, la edad o la posición social. Pero Jesús no encontró buenas disposiciones en los oyentes, en la tierra donde se había criado, y por esto no hizo allí ningún milagro. Aquellas gentes solo vieron en Él al hijo de José, el que les hacía las mesas y les arreglaba las puertas. ¿No es este el hijo de José?, se preguntaban4. No supieron ver más allá. No descubrieron al Mesías que les visitaba.

Nosotros, para contemplar al Señor, también debemos purificar nuestra alma. «Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... —Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!»5.

La Cuaresma es buena ocasión para intensificar nuestro amor con obras de penitencia que disponen el alma a recibir las luces de Dios.

II. En la Primera lectura de la Misa se nos narra la curación de Naamán, general del ejército del rey de Siria6, al que hace referencia el Señor en el Evangelio. Este enfermo de lepra oyó decir a una esclava hebrea que en Israel vivía un Profeta con poder para curarle de su mal. Y después de un largo viaje llegó Naamán con sus caballos y sus carros, y se paró ante Eliseo. Y el profeta le mandó un mensajero diciendo: ve, y lávate siete veces en el Jordán y tu carne recobrará la salud y quedarás limpio.

Pero Naamán no entendió estos caminos de Dios, tan distintos de los que él había imaginado. Yo creía -dice- que saldría a mí, y puesto en pie invocaría el nombre de Yahvé, su Dios, y tocaría con su mano el lugar de la lepra y me curaría. Pues qué, ¿no son mejores el Abana y el Farfar, ríos de Damasco, que todas las aguas de Israel, para lavarme en ellas y limpiarme?

El general sirio quería curarse y había recorrido un largo camino para esto, pero llevaba su propia solución sobre el modo de ser curado. Y cuando ya regresaba, dando como inútil el viaje, sus servidores le decían: aunque el profeta te hubiese mandado una cosa difícil debieras hacerla. Cuanto más habiéndote dicho lávate y serás limpio.

Naamán reflexionó sobre las palabras de sus acompañantes y volvió con humildad a cumplir lo que le había dicho el Profeta Eliseo. Marchó, pues, y se lavó siete veces en el Jordán, conforme a las palabras del varón de Dios, y su carne se volvió como la de un niño, y quedó limpio. Recibió con humildad y docilidad un buen consejo que humanamente podía parecer inútil y quedó curado. Sus disposiciones interiores hicieron eficaz la oración de Eliseo.

También nosotros andamos con frecuencia enfermos del alma, con errores y defectos que no acabamos de arrancar. El Señor espera que seamos humildes y dóciles a las indicaciones y consejos de aquellas personas que Dios ha puesto para ayudarnos a buscar la santidad en medio de nuestro trabajo y en nuestra familia. No tengamos soluciones propias cuando el Señor nos indica otras, quizá contrarias a nuestros gustos y deseos. En lo que se refiere al alma, no somos buenos consejeros de nosotros mismos, ni buenos médicos. De ordinario, el Señor se vale de otras personas. «También a San Pablo le llamó Cristo por sí mismo y le habló. Mas, pudiendo revelarle en el acto el camino de la santidad, prefirió encaminarlo a Ananías y le ordenó que aprendiera de sus labios la verdad: levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer»7. San Pablo se dejará guiar. Su fuerte personalidad, manifestada de tantos modos y en tantas ocasiones, le sirve ahora para ser dócil. Primero sus compañeros de viaje le llevaron a Damasco; luego Ananías le devolverá la vista y será ya un hombre útil para pelear las batallas del Señor.

En la dirección espiritual el alma se dispone para encontrar al Señor y reconocerle en lo ordinario.

III. La fe en los medios que el Señor nos da, obra milagros. En una ocasión el Señor pidió a un hombre que hiciera algo de lo que tenía sobrada experiencia que no podía realizar: extender una mano «seca», sin movimiento. Y la docilidad, muestra de una fe operativa, hizo posible el milagro: la extendió y quedó tan sana como la otra8. A nosotros nos pedirán a veces cosas de las que nos sentimos incapaces, pero que serán posibles si dejamos que la gracia de Dios actúe en nosotros. Gracia que, con gran frecuencia, nos llegará como consecuencia de la docilidad en la dirección espiritual.

A nosotros nos pide el Señor no tener solo un apoyo humano, que nos llevaría al pesimismo, sino una confianza sobrenatural. Nos pide ser sobrenaturalmente realistas, que es contar con Él, sabiendo que Jesucristo sigue actuando en nuestra vida.

Diez hombres encuentran su curación porque son dóciles. Jesucristo solo les dice9: —Id, mostraos a los sacerdotes. Y mientras iban, quedaron curados.

En otra ocasión, el Señor se compadeció de un mendigo ciego de nacimiento10 y, nos dice San Juan, Jesús escupió en tierra e hizo lodo con la saliva, y con este barro le untó sus ojos y le dijo: ve, lávate en la piscina de Siloé. El mendigo no lo dudó un instante. Fue, pues, y se lavó allí, y volvió con vista.

«¡Qué ejemplo de fe segura nos ofrece este ciego! Una fe viva, operativa (...). ¿Qué poder encerraba el agua, para que al humedecer los ojos fueran curados? Hubiera sido más apropiado un misterioso colirio, una preciosa medicina preparada en el laboratorio de un sabio alquimista. Pero aquel hombre cree; pone por obra el mandato de Dios, y vuelve con los ojos llenos de claridad»11.

La ceguera, los defectos, las flaquezas son males que tienen remedio. Nosotros no podemos nada, pero Jesucristo es omnipotente. El agua de aquella piscina siguió siendo agua, y el barro, barro. Pero el ciego recuperó la vista, y después, además, una fe más viva en el Señor. Y así, tantas veces a lo largo del Evangelio, se nos muestra la fe de los que tratan a Jesús. Sin docilidad la dirección espiritual quedaría sin frutos. Y no podrá ser dócil quien se empeñe en ser tozudo, obstinado, incapaz de asimilar una idea distinta de la que ya tiene o de la que le dicta una experiencia negativa porque no contó con la ayuda de la gracia. El soberbio es incapaz de ser dócil, porque para aprender hay que estar convencido de que aún hay cosas que desconocemos y de que es necesario que alguien nos enseñe. Y para mejorar espiritualmente, debemos estar convencidos de que no somos todo lo buenos que Dios espera de nosotros.

En asuntos de la propia vida interior debemos estar prevenidos con una prudente desconfianza en el propio juicio, para poder aceptar otro criterio distinto u opuesto al nuestro. Y dejaremos que Dios nos haga y nos rehaga a través de acontecimientos e inspiraciones, a través de las luces recibidas en la dirección espiritual. Con la docilidad del barro en las manos del alfarero. Sin poner resistencias, con visión sobrenatural, oyendo a Cristo en aquella persona. Así nos dice la Sagrada Escritura: Bajé a casa del alfarero, y hallé que estaba trabajando sobre la rueda. Y la vasija de barro que estaba haciendo se deshizo entre sus manos; y al instante volvió a formar del mismo barro otra vasija de la forma que le plugo (...). Sabed que lo que es el barro en manos del alfarero eso sois vosotros en mis manos12. Disponibilidad, docilidad, dejarnos hacer y rehacer por Dios cuantas veces sea necesario. Este puede ser el propósito de nuestra oración de hoy, que llevaremos a cabo con la ayuda de la Virgen.

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