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jueves, 21 de marzo de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


Gn 17,3-9

Serás padre de muchedumbre de pueblos

Lectura del libro del Génesis.

EN aquellos días, Abrán cayó rostro en tierra y Dios le habló así:
«Por mi parte, esta es mi alianza contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos. Ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera: sacaré pueblos de ti, y reyes nacerán de ti. Mantendré mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como alianza perpetua. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Les daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua, y seré su Dios».
El Señor añadió a Abrahán: «Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones».

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 105(104),4-5.6-7.8-9 (R. cf. Lc 1,72-73)

R. El Señor se acuerda de su alianza eternamente.

V. Recurran al Señor y a su poder,
busquen continuamente su rostro.
Recuerden las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca. R.

V. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R.

V. Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R.

Aclamación


V. No endurezcan hoy su corazón;
escuchen la voz del Señor.

Evangelio


Jn 8, 51-59

Abrahán, su padre, saltaba de gozo pensando ver mi día

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«En verdad, en verdad les digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre». Los judíos le dijeron: «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?». Jesús contestó: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien ustedes dicen: "Es nuestro Dios", aunque no lo conocen. Yo sí lo conozco, y si dijera "No lo conozco" sería, como ustedes, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, su padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».
Los judíos le dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad les digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm
Jn 8,51-59: En la Cruz está lo que Dios quiere que sepamos y seamos

El conflicto contra Jesús estalla por los aires: ‘¿Tú quien te crees?’ (8,53), le dicen. Y una vez más intentan matarlo: ‘Entonces tomaron piedras para tirárselas’ (8,59). Así concluyen los capítulos 7 y 8 del evangelio de Juan, donde Jesús ha revelado con siete expresiones su particular identidad.

Los conflictos destapan verdades profundas. Lo que aparece con claridad es la particularidad de Jesús: es Dios desde siempre y sostiene con el Padre una relación que él define con dos palabras: ‘Yo lo conozco y soy fiel a sus palabras’ (8,55).

Veamos el contenido de esta revelación y la consecuencia que tiene para el discipulado mirando, primero, como es que resulta la última objeción contra Jesús

Todo el evangelio de Jesús está concebido como un largo proceso judicial contra Jesús. De manera especial, en los capítulos 7 y 8, sus adversarios han reaccionado negativamente en nueve ocasiones haciendo señalamientos:
– ‘Unos decían: ‘engaña al pueblo’ (7,12).
– ‘¿Cómo entiende de letras sin haber estudiado?’ (7,15).
– ‘Tienes un demonio’ (7,19).
– ‘¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo?’ (7,41).
– ‘Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no vale’ (8,13).
– ‘¿Dónde está tu padre?’ (8,19).
– ‘Se va a suicidar’ (8,22).
– ‘Eres samaritano’ (8,48), o sea, ‘cismático’.
– ‘Tienes un demonio” (8,52).

La acusación repetida ‘tienes un demonio’, se usaba con frecuencia para indicar a una persona afectada por enfermedades del comportamiento, asimilables a la depresión, la epilepsia, la demencia, y no necesariamente a la posesión diabólica.

El hecho es que no logran comprender a Jesús, se les escapa de sus esquemas religiosos estrechos y, por eso, con etiquetas negativas lo ponen aparte, sin permitirse entrar en su novedad ni descubrir el misterio profundo que él está dando a conocer.

Con base en este contexto, escrutemos el pasaje de hoy (8,51-59)

Respondiendo a la última objeción, Jesús dice: “Yo no tengo un demonio, sino que honro a mi Padre” (8,49).

De aquí se parte para la revelación más alta de Jesús: la relación que sostiene con el Padre es única, Él es el Hijo, que existe desde antes de la creación del mundo (ver 1,2-3).

De esta relación se derivan en Jesús tres verdades:
(1) su poder de vivificar;
(2) su gloria;
(3) su preexistencia.

Uno, su poder de vivificar

Es la primera afirmación de Jesús. Porque está unido al Padre, él vivifica: “Si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás” (8,51).

Según esto, aceptar a Jesús –entrar en comunión con Él- es adherir a la vida, superar la muerte.

Esta comunión vivificante con Jesús no se logra de forma sentimental sino mediante una obediencia efectiva a sus enseñanzas.

Lo que Jesús está diciendo es fuerte. El evangelista hace notar enseguida que esta frase de Jesús es suficiente para suscitar la ira de sus adversarios.

Al acusarlo de endemoniado o loco, escupen sus razones: “Abraham murió, y también los profetas, y tú dices…” (8,52).

Entonces formulan su insinuación de muerte: “¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?” (8,53).

La pregunta equivale a “¿Quién eres tú?”, la cual plantea –como venimos diciendo- el corazón del conflicto: la identidad de Jesús.

Para un judío nadie en la tierra puede ser superior a Abraham y a los profetas. Pertenecer a la descendencia de Abraham es garantía de ser un pueblo libre.

Jesús hace de esto el punto de partida de un llamado de atención: ser descendencia de Abraham no es un simple privilegio sino una llamada a vivir conforme a la actitud del Patriarca, esto es, la obediencia a Dios.

Por otra parte, para entender la afirmación de Jesús hay que colocarse en el plano del conocimiento.

Como enseña la Biblia: el que “conoce” no es el que sabe sino el que está abierto a una relación profunda y personal con Dios.

Jesús es el “Hijo” que conoce y obedece, de esta forma lleva a plenitud por completo la alianza sellada con Abraham, “Yo sí que le conozco” (8,55).

Dos, Jesús es la gloria del Padre

“Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada vale. Mi Padre es el que me glorifica, el que decís que es vuestro Dios” (8,54).

Y más aún: “Vuestro Padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró” (8,56).

El Padre de Jesús es Dios y no Abraham. Pero Abraham se alegra de la llegada de Jesús, el cumplimiento de la promesa (eco de Génesis 17,17: la risa de Abraham, que las interpretaciones tardías relacionan con su apertura a la Palabra salvadora de Dios).

Pero los jefes insisten en no profundizar más en ninguna de las palabras de Jesús. Las interpretan superficialmente, menospreciando su origen divino.

No las quieren oír y presentan esta objeción. “¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?” (8,57).

Olvidan que toda la promesa hecha a Abraham es una promesa de vida, de una alianza perpetua que domina sobre la muerte y extiende el nombre, la memoria y la fe de Abraham a través de mil generaciones.

Entonces Jesús proclama terminantemente: “Antes que Abraham existiera, YO SOY” (9,58).

Este es el nombre de Dios dado como respuesta a la pregunta de Moisés en el monte Sinaí, antes de ir a presentarse ante el Faraón de Egipto.

Este nombre lo contiene todo: su fidelidad, su presencia, su interés por los hombres, su capacidad de dar vida y libertad. En Jesús, el Hijo, se revela este misterio.

Viene así la reacción final de los adversarios: intentan lapidarlo (8,59).

Según Levítico 24,16, quien blasfeme el nombre de Dios debe ser ejecutado con la pena de muerte. No han comprendido la revelación de Jesús y rechazan abiertamente a Dios en su Verbo encarnado.

Las autoridades judías que se proclamaban a sí mismas como conocedoras de Dios, no fueron capaces de reconocer a Dios en su Hijo. Como enfatiza Jesús, no se parecen a su Padre Abraham, quien supo escuchar la Palabra de Dios y respondió con su fe.

En adelante, toda relación con Dios se establecerá a partir de Jesús, porque en su Cruz se sella la Nueva Alianza.

En fin…

Dentro de una semana estaremos celebrando el Jueves Santo y desde hoy ponemos nuestras mirada en el misterio por medio del cual llegamos al verdadero conocimiento de Dios, reconociéndolo en la fracción del pan.

En la Cruz eucarística de Jesús aprendemos a reconocer el verdadero rostro de Dios y también nuestra verdadera identidad.

Contemplar a Jesús es poder decir: “Así es como Dios quiere que yo viva”.

Sólo en Jesús vemos lo que Dios quiere que sepamos y lo que Dios quiere que seamos.

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En este tiempo de prueba te invito para que oremos juntos:

Señor y Padre,
tú que no desprecias nada de cuanto has creado
y que deseas que cada persona alcance la plenitud de la vida,
mira con bondad nuestra fragilidad que a veces trata de ceder.

Haz que nuestro corazón esté en alto en esta hora de prueba.
Perdona nuestra incapacidad para hacer memoria de todo lo que cada día haces por nosotros.

Aleja de cada de uno de nosotros y de nuestros hogares todo mal.
Con Pablo hoy decimos:
‘Si tú estas con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?’
En toda adversidad ‘somos más que vencedores gracias a aquel que nos ha amado’.

Ayúdanos a comprender que la belleza que salva al mundo es el amor que comparte el dolor.

Bendice los esfuerzos de quienes trabajan por nuestra integridad:

Ilumina a los investigadores, dale fuerza a cuantos trabajan en la curación de los enfermos, a quienes se están sacrificando por protegernos a todos.

Danos a todos la alegría y la responsabilidad de sentirnos cuidadores unos de otros.

Da tu paz a quienes has llamado a ti, alivia la pena de quien llora la muerte de un ser querido.

Haz que también nosotros, como tu Hijo Jesús, pasemos en medio de los hermanos haciendo el bien, sanando las heridas y siendo solidarios con quienes la están pasando mal como consecuencia de esta situación.

Intercedan por nosotros María nuestra Madre y todos los santos, todos ellos que siempre mantuvieron viva la esperanza de que ‘todo concurre para el bien de los que aman al Señor’.

Amén

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

Cuaresma. 5ª semana. Jueves

CONTEMPLAR LA PASIÓN


— La costumbre de meditar la Pasión de Nuestro Señor. Amor y devoción al Crucifijo.

— Cómo meditar la Pasión.

— Frutos de esta meditación.

I. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme. Yo te di a beber el agua salvadora que brotó de la peña; tú me diste a beber hiel y vinagre. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho...?1.

La liturgia de estos días nos acerca ya al misterio fundamental de nuestra fe: la Resurrección del Señor. Si todo el año litúrgico se centra en la Pascua, este tiempo «aún exige de nosotros una mayor devoción, dada su proximidad a los sublimes misterios de la misericordia divina»2. «No recorramos, sin embargo, demasiado deprisa ese camino; no dejemos caer en el olvido algo muy sencillo, que quizá, a veces, se nos escapa: no podremos participar de la Resurrección del Señor, si no nos unimos a su Pasión y a su Muerte (Cfr. Rom 8, 17). Para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario»3. Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra oración, en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. Mientras le hacemos compañía, no olvidemos que nosotros fuimos protagonistas de aquellos horrores, porque Jesús cargó con nuestros pecados4, con cada uno de ellos. Fuimos rescatados de las manos del demonio y de la muerte eterna a gran precio5, el de la Sangre de Cristo.

La costumbre de meditar la Pasión tiene su origen en los mismos comienzos del Cristianismo. Muchos de los fieles de Jerusalén de la primera hora tendrían un recuerdo imborrable de los padecimientos de Jesús, pues ellos mismos estuvieron presentes en el Calvario. Jamás olvidarían el paso de Cristo por las calles de la ciudad la víspera de aquella Pascua. Los Evangelistas dedicaron una buena parte de sus escritos a narrar con detalle aquellos sucesos. «Leamos constantemente la Pasión del Señor –recomendaba San Juan Crisóstomo–. ¡Qué rica ganancia, cuánto provecho sacaremos! Porque al contemplarle sarcásticamente adorado, con gestos y con acciones, y hecho blanco de burlas, y después de esta farsa abofeteado y sometido a los últimos tormentos, aun cuando fueres más duro que una piedra, te volverás más blando que la cera, y arrojarás toda soberbia de tu alma»6. ¡A cuántos ha convertido la meditación atenta de la Pasión!

Santo Tomás de Aquino decía: «la Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida»7. Y visitando un día a San Buenaventura, le preguntó Santo Tomás de qué libros había sacado tan buena doctrina como exponía en sus obras. Se dice que San Buenaventura le presentó un Crucifijo, ennegrecido ya por los muchos besos que le había dado, y le dijo: «Este es el libro que me dicta todo lo que escribo; lo poco que sé aquí lo he aprendido»8. En él los santos aprendieron a padecer y a amar de verdad. En él debemos aprender nosotros. «Tu Crucifijo. —Por cristiano, debieras llevar siempre contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo antes de darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el pobre cuerpo, bésalo también»9.

La Pasión del Señor debe ser tema frecuente de nuestra oración, pero especialmente lo ha de ser en estos días ya próximos al misterio central de nuestra redención.

II. «En la meditación, la Pasión de Cristo sale del marco frío de la historia o de la piadosa consideración, para presentarse delante de los ojos, terrible, agobiadora, cruel, sangrante..., llena de Amor»10.

Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo: en nuestra meditación personal, al leer el Santo Evangelio, en los misterios dolorosos del Santo Rosario, en el Vía Crucis... En ocasiones nos imaginamos a nosotros mismos presentes entre los espectadores que fueron testigos de esos momentos. Ocupamos un lugar entre los Apóstoles durante la Última Cena, cuando nuestro Señor les lavó los pies y les hablaba con aquella ternura infinita, en el momento supremo de la institución de la Sagrada Eucaristía...; uno más entre los tres que se durmieron en Getsemaní, cuando el Señor más esperaba que le acompañásemos en su infinita soledad...; uno entre los que presenciaron el prendimiento; uno entre los que oyeron decir a Pedro, con juramento, que no conocía a Jesús; uno que oyó a los falsos testigos en aquel simulacro de juicio, y vio al sumo sacerdote rasgarse las vestiduras ante las palabras de Jesús; uno entre la turba que pedía a gritos su muerte y que le contemplaba levantado en la Cruz en el Calvario. Nos colocamos entre los espectadores y vemos el rostro deformado pero noble de Jesús, su infinita paciencia...

También podemos intentar, con la ayuda de la gracia, contemplar la Pasión como la vivió el mismo Cristo11. Parece imposible, y siempre será una visión muy empobrecida con relación a la realidad, a lo que de hecho sucedió, pero para nosotros puede llegar a ser una oración de extraordinaria riqueza. Dice San León Magno que «el que quiera de verdad venerar la pasión del Señor debe contemplar de tal manera a Jesús crucificado con los ojos del alma que reconozca su propia carne en la carne de Jesús»12.

¿Qué experimentaría la santidad infinita de Jesús en Getsemaní, cargando con todos los pecados del mundo, la infamias, las deslealtades, los sacrilegios...? ¿Qué soledad ante aquellos tres discípulos que había llevado para que le acompañaran y por tres veces encontró dormidos? También ve, en todos los siglos, a aquellos amigos suyos que se quedarán dormidos en sus puestos, mientras los enemigos están en vigilia.

III. Para conocer y seguir a Cristo debemos conmovernos ante su dolor y desamparo, sentirnos protagonistas, no solo espectadores, de los azotes, las espinas, los insultos, los abandonos, pues fueron nuestros pecados los que le llevaron al Calvario. Pero «conviene que profundicemos en lo que nos revela la muerte de Cristo, sin quedarnos en formas exteriores o en frases estereotipadas. Es necesario que nos metamos de verdad en las escenas que revivimos (...): el dolor de Jesús, las lágrimas de su Madre, la huida de los discípulos, la valentía de las santas mujeres, la audacia de José y de Nicodemo, que piden a Pilato el cuerpo del Señor»13.

«Quisiera sentir lo que sientes, pero no es posible. Tu sensibilidad –eres perfecto hombre– es mucho más aguda que la mía. A tu lado compruebo, una vez más, que no sé sufrir. Por eso me asusta tu capacidad de darlo todo sin reservas.

»Jesús, necesito decirte que soy cobarde, muy cobarde. Pero al contemplarte clavado ya al madero, “sufriendo cuanto se puede sufrir, con los brazos extendidos en ese gesto de sacerdote eterno” (Santo Rosario, San Josemaría Escrivá), voy a pedirte una locura: quiero imitarte, Señor. Quiero entregarme de una vez, de verdad, y estar dispuesto a llegar hasta donde tú me lleves. Sé que es una petición muy por encima de mis fuerzas. Pero sé, Jesús, que te quiero»14.

«Acerquémonos, en suma, a Jesús muerto, a esa Cruz que se recorta sobre la cumbre del Gólgota. Pero acerquémonos con sinceridad, sabiendo encontrar ese recogimiento interior que es señal de madurez cristiana. Los sucesos divinos y humanos de la Pasión penetrarán de esta forma en el alma, como palabra que Dios nos dirige, para desvelar los secretos de nuestro corazón y revelarnos lo que espera de nuestras vidas»15.

La meditación de la Pasión de Cristo nos consigue innumerables frutos. En primer lugar nos ayuda a tener una aversión grande a todo pecado, pues Él fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados16. Jesús crucificado debe ser el libro en el cual, a ejemplo de los santos, debemos leer de continuo para aprender a detestar el pecado y a inflamarnos en el amor de un Dios tan amante; porque en las llagas de Cristo leemos la malicia del pecado, que le condenó a sufrir muerte tan cruel e ignominiosa para satisfacer a la Justicia divina, y las pruebas del amor que Jesucristo ha tenido con nosotros, sufriendo tantos dolores precisamente para declararnos lo mucho que nos amaba17.

«—Y se siente que el pecado no se reduce a una pequeña “falta de ortografía”: es crucificar, desgarrar a martillazos las manos y los pies del Hijo de Dios, y hacerle saltar el corazón»18. Un pecado es mucho más que «un error humano».

Los padecimientos de Cristo nos animan a huir de todo lo que pueda significar aburguesamiento, desgana y pereza. Avivan nuestro amor y alejan la tibieza. Hacen a nuestra alma mortificada, guardando mejor los sentidos.

Si alguna vez el Señor permite enfermedades, dolores o contradicciones particularmente intensas y graves, nos será de gran ayuda y alivio el considerar los dolores de Cristo en su Pasión. Él experimentó todos los sufrimientos físicos y morales, pues «padeció de los gentiles y de los judíos, de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvientas que acusaron a San Pedro. Padeció también de los príncipes y de sus ministros, y de la plebe... Padeció de los parientes y conocidos, pues sufrió por causa de Judas, que le traicionó, y de Pedro, que le negó. De otra parte, padeció cuanto el hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de los amigos, que le abandonaron; padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el honor y en la honra, por las irrisiones y burlas que le infirieron; en los bienes, pues fue despojado hasta de los vestidos; en el alma, por la tristeza, el tedio y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes»19.

Hagamos el propósito de estar más cerca de la Virgen estos días que preceden a la Pasión de su Hijo, y pidámosle que nos enseñe a contemplarle en esos momentos en los que tanto sufrió por nosotros.

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