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sábado, 9 de marzo de 2024

Oficio de lecturas +

 Santa Francisca Romana, religiosa, conmemoración

Nació en Roma el año 1384. Se casó joven y tuvo tres hijos. En la dura época que le tocó vivir repartió sus bienes entre los pobres, atendió a los enfermos y desempeñó una admirable actividad con los necesitados, destacando, sobre todo, por su humildad y paciencia. El año 1425 instituyó la Congregación de Oblatas, bajo la regla de san Benito. Murió el año 1440.

Oficio de Lecturas



(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)

V/. -Dios mío, ven en mi auxilio.
R/. -Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 
Himno


Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.

Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.

Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
"No, mi Niño, no. No hay quien
de mis brazos te desuna."
Y rayos tibios de luna,
entre las pajas de miel,
le acariciaban la piel
sin despertarle. ¡Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel! Amén.

Primer Salmo


Salmo 106 I: Acción de gracias por la liberación


Ant: Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.

Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo (Hch 10,36)

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Que lo confiesen los redimidos por el Señor,
los que Él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente.

Erraban por un desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida;
pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a una ciudad habitada.
Dad gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes.

Yacían en oscuridad y tinieblas,
cautivos de hierros y miserias;
por haberse rebelado contra los mandamientos,
despreciando el plan del Altísimo.
Él humilló su corazón con trabajos,
sucumbían y nadie los socorría.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Los sacó de las sombrías tinieblas,
arrancó sus cadenas.
Dad gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Destrozó las puertas de bronce,
quebró los cerrojos de hierro.

Estaban enfermos por sus maldades,
por sus culpas eran afligidos;
aborrecían todos los manjares,
y ya tocaban las puertas de la muerte.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Envió su palabra para curarlos,
para salvarlos de la perdición.
Dad gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Ofrezcedle sacrificios de alabanza,
y contad con entusiasmo sus acciones.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.

Segundo Salmo


Salmo 106 II:


Ant: Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas.

Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.

Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mareo,
rodaban, se tambaleaban como borrachos,
y no les valía su pericia.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.

Aclámenlo en la asamblea del pueblo,
alábenlo en el consejo de los ancianos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas.

Tercer Salmo


Salmo 106 III:


Ant: Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor.

Él transforma los ríos en desierto,
los manantiales de agua en aridez;
la tierra fértil en marismas,
por la depravación de sus habitantes.

Transforma el desierto en estanques,
el erial en manantiales de agua.
Coloca allí a los hambrientos,
y fundan una ciudad para habitar.

Siembran campos, plantan huertos,
recogen cosechas.
Los bendice, y se multiplican,
y no les escatima el ganado.

Si menguan, abatidos por el peso
de infortunios y desgracias,
el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes
y los descarría por una soledad sin caminos
levanta a los pobres de la miseria
y multiplica sus familias como rebaños.

Los rectos lo ven y se alegran,
a la maldad se le tapa la boca.
El que sea sabio, que recoja estos hechos
y comprenda la misericordia del Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor.

Lectura Bíblica


V/. El que realiza la verdad se acerca a la luz.

R/. Para que se vean sus obras.

Erección del Santuario. La nube del Señor


Lectura del libro del Éxodo
Ex 40,16-38 (del lecc. par-impar)

En aquellos días, Moisés hizo todo conforme a lo que el Señor le había mandado. El día uno del mes primero del segundo año fue erigida la Morada. Moisés erigió la Morada, colocó las basas, puso los tablones con sus travesaños y plantó las columnas; montó la tienda sobre la Morada y puso la cubierta sobre la tienda; como el Señor se lo había mandado a Moisés. Luego colocó el Testimonio en el Arca, sujetó los varales al Arca y puso el propiciatorio encima del Arca. Después trasladó el Arca a la Morada, puso el velo de separación para cubrir el Arca del Testimonio; como el Señor había mandado a Moisés.

Colocó también la mesa en la Tienda del Encuentro, en la parte norte de la Morada y fuera del velo. Sobre ella dispuso los panes presentados al Señor; como el Señor había mandado a Moisés.

Colocó el candelabro en la Tienda del Encuentro, en la parte sur del Santuario, frente a la mesa, y encendió las lámparas en presencia del Señor; como el Señor había mandado a Moisés.

Puso el altar de oro en la Tienda del Encuentro, frente al velo; y sobre él quemó el incienso perfumado; como el Señor había mandado a Moisés. Después colocó la cortina a la entrada de la Morada.

Puso el altar de los holocaustos a la entrada de la Morada de la Tienda del Encuentro, y sobre él ofreció el holocausto y la ofrenda, como el Señor había mandado a Moisés.

Colocó la pila entre la Tienda del Encuentro y el altar, y le echó agua para las abluciones. Moisés, Aarón y sus hijos se lavaban manos y pies; cuando iban a entrar en la Tienda del Encuentro y al acercarse al altar, se lavaban, como el Señor había mandado a Moisés.

Alrededor de la Morada y del altar levantó el atrio, y colocó el tapiz a la entrada del mismo. Y así acabó la obra Moisés.

Entonces la nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada. Moisés no pudo entrar en la Tienda del Encuentro, porque la nube moraba sobre ella y la gloria del Señor llenaba la Morada. Cuando la nube se alzaba de la Morada, los hijos de Israel levantaban el campamento, en todas las etapas. Pero cuando la nube no se alzaba, ellos esperaban hasta que se alzase. De día la nube del Señor se posaba sobre la Morada, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel.

1Co 10,1.2; Ex 40,32.33

R/. Nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar; todos fueron bautizados en Moisés por la nube.

V/. La nube cubrió la Tienda de Reunión, y la gloria del Señor llenó el santuario.

R/. Todos fueron bautizados en Moisés por la nube.

Lectura Patrística


Sirvamos a Cristo en los pobres
San Gregorio Nacianceno, Obispo

(Sermón 14, sobre el amor a los pobres, 38.40: PG 35,907.910)

Dichosos los misericordiosos -dice la Escritura-, porque ellos alcanzarán misericordia. No es por cierto la misericordia una de las últimas bienaventuranzas. Dichoso el que cuida del pobre y desvalido. Y de nuevo: Dichoso el que se apiada y presta. Y en otro lugar: El justo a diario se compadece y da prestado. Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen dichosos: seamos benignos.

Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: vuelve, que mañana te ayudaré. Que nada se interponga entre tu propósito y su realización. Porque las obras de caridad son las únicas que no admiten demora.

Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, y no dejes de hacerlo con jovialidad y presteza. Quien reparte limosna -dice el Apóstol- que lo haga con agrado : pues todo lo que sea prontitud hace que se te doble la gracia del beneficio que has hecho. Porque lo que se lleva a cabo con una disposición de ánimo triste y forzada no merece gratitud ni tiene nobleza. De manera que cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no tristes, sino con alegría. Si dejas libres a los oprimidos y rompes todos los cepos, dice la Escritura; o sea, si procuras alejar de tu prójimo sus sufrimientos, sus pruebas, la incertidumbre de su futuro, toda murmuración contra él, ¿qué piensas que va a ocurrir? Algo grande y admirable. Un espléndido premio. Escucha: Entonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia. ¿Y quién no anhela la luz y la justicia?

Por lo cual, si pensáis escucharme, siervos de Cristo, hermanos y coherederos, visitemos a Cristo mientras nos sea posible, curémosle, no dejemos de alimentarle o de vestirle; acojamos y honremos a Cristo, no en la mesa, solamente, como algunos; no con ungüentos, como María, ni con el sepulcro, como José de Arimatea; ni con lo necesario para la sepultura, como aquel mediocre amigo, Nicodemo; ni, en fin, con oro, incienso y mirra, como los Magos antes que todos los mencionados; sino que, puesto que el Señor de todas las cosas lo que quiere es misericordia y no sacrificio, y la compasión supera en valor a todos los rebaños imaginables, presentémosle ésta mediante la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos vayamos de aquí, nos reciban en los eternos tabernáculos, en el mismo Cristo nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por los siglos. Amén.

R/. Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis. Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

V/. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.

R/. Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

Tercera lectura y responsorio (de la conmemoración)


La paciencia y caridad de santa Francisca
María Magdalena Anguillaria

De la Vida de santa Francisca Romana, escrita por María Magdalena Anguillaria, superiora de las Oblatas de Tor de´Specchi (Cap 6-7: Acta Sanctorum Martii 2, *188-*189)

Dios probó la paciencia de Francisca no sólo en su fortuna, sino también en su mismo cuerpo, haciéndola experimentar largas y graves enfermedades, como se ha dicho antes y se dirá luego. Sin embargo, no se pudo observar en ella ningún acto de impaciencia, ni mostró el menor signo de desagrado por la torpeza con que a veces la atendían.

Francisca manifestó su entereza en la muerte prematura de sus hijos, a los que amaba tiernamente; siempre aceptó con serenidad la voluntad de Dios, dando gracias por todo lo que le acontecía. Con la misma paciencia soportaba a los que la criticaban, calumniaban y hablaban mal de su forma de vivir. Nunca se advirtió en ella ni el más leve indicio de aversión respecto de aquellas personas que hablaban mal de ella y de sus asuntos; al contrario, devolviendo bien por mal, rogaba a Dios continuamente por dichas personas.

Y ya que Dios no la había elegido para que se preocupara exclusivamente de su santificación, sino para que emplease los dones que él le había concedido para la salud espiritual y corporal del prójimo, la había dotado de tal bondad que, a quien le acontecía ponerse en contacto con ella, se sentía inmediatamente cautivado por su amor y su estima, y se hacía dócil a todas sus indicaciones. Es que, por el poder de Dios, sus palabras poseían tal eficacia que con una breve exhortación consolaba a los afligidos y desconsolados, tranquilizaba a los desasosegados, calmaba a los iracundos, reconciliaba a los enemigos, extinguía odios y rencores inveterados, en una palabra, moderaba las pasiones de los hombres y las orientaba hacia su recto fin.

Por esto todo el mundo recurría a Francisca como a un asilo seguro, y todos encontraban consuelo, aunque reprendía severamente a los pecadores y censuraba sin timidez a los que habían ofendido o eran ingratos a Dios.

Francisca, entre las diversas enfermedades mortales y pestes que abundaban en Roma, despreciando todo peligro de contagio, ejercitaba su misericordia con todos los desgraciados y todos los que necesitaban ayuda de los demás. Fácilmente los encontraba; en primer lugar les incitaba a la expiación uniendo sus padecimientos a los de Cristo, después les atendía con todo cuidado, exhortándoles amorosamente a que aceptasen gustosos todas las incomodidades como venidas de la mano de Dios, y a que las soportasen por el amor de aquel que había sufrido tanto por ellos.

Francisca no se contentaba con atender a los enfermos que podía recoger en su casa, sino que los buscaba en sus chozas y hospitales públicos. Allí calmaba su sed, arreglaba sus camas y curaba sus úlceras con tanto mayor cuidado cuanto más fétidas o repugnantes eran.

Acostumbraba también a ir al hospital de Camposanto y allí distribuía entre los más necesitados alimentos y delicados manjares. Cuando volvía a casa, llevaba consigo los harapos y los paños sucios y los lavaba cuidadosamente y planchaba con esmero, colocándolos entre aromas, como si fueran a servir para su mismo Señor.

Durante treinta años desempeñó Francisca este servicio a los enfermos, es decir, mientras vivió en casa de su marido, y también durante este tiempo realizaba frecuentes visitas a los hospitales de Santa María, de Santa Cecilia en el Trastévere, del Espíritu Santo y de Camposanto. Y, como durante este tiempo en el que abundaban las enfermedades contagiosas, era muy difícil encontrar no sólo médicos que curasen los cuerpos, sino también sacerdotes que se preocupasen de lo necesario para el alma, ella misma los buscaba y los llevaba a los enfermos que ya estaban preparados para recibir la penitencia y la eucaristía. Para poder actuar con más libertad, ella misma retribuía de su propio peculio a aquellos sacerdotes que atendían en los hospitales a los enfermos que ella les indicaba.

R/. El Señor te bendiga, pues ya saben todos los del pueblo que eres una mujer de cualidades.

V/. El Señor ha glorificado tu nombre de tal modo, que tu alabanza está siempre en boca de todos.

R/. Pues ya saben todos los del pueblo que eres una mujer de cualidades.

Final

Oremos:

Oh Dios, que nos diste en santa Francisca Romana modelo singular de vida matrimonial y monástica, concédenos vivir en tu servicio con tal perseverancia, que podamos descubrirte y seguirte en todas las circunstancias de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)


V/. Bendigamos al Señor.
R/. Demos gracias a Dios.

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