Custodia

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Saludo

Bendición

domingo, 1 de octubre de 2023

Oficio, reflexiones y laudes +

 XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad


V/. -Señor, Ábreme los labios.

R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.


Invitatorio


Salmo 94: Invitación a la alabanza divina


Ant: Pueblo del Señor, rebaño que el guía, venid, adorémosle. Aleluya.


Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos.


-se repite la antífona


Porque el Señor es un Dios grande,

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra,

son suyas las cumbres de los montes;

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.


-se repite la antífona


Entrad, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.


-se repite la antífona


Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y me tentaron, aunque habían visto mis obras.


-se repite la antífona


Durante cuarenta años

aquella generación me asqueó, y dije:

"Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso."»


-se repite la antífona


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Pueblo del Señor, rebaño que el guía, venid, adorémosle. Aleluya.

 

Himno


Somos el pueblo de la Pascua,

Aleluya es nuestra canción,

Cristo nos trae la alegría;

levantemos el corazón.


El Señor ha vencido al mundo,

muerto en la cruz por nuestro amor,

resucitado de la muerte

y de la muerte vencedor.


Él ha venido a hacernos libres

con libertad de hijos de Dios,

él desata nuestras cadenas;

alegraos en el Señor.


Sin conocerle, muchos siguen

rutas de desesperación,

no han escuchado la noticia

de Jesucristo Redentor.


Misioneros de la alegría,

de la esperanza y del amor,

mensajeros del Evangelio,

somos testigos del Señor.


Gloria a Dios Padre, que nos hizo,

gloria a Dios Hijo Salvador,

gloria al Espíritu divino:

tres Personas y un solo Dios. Amén.


Salmo 103-I: Himno al Dios creador


Ant: Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.


Bendice, alma mía, al Señor:

¡Dios mío, qué grande eres!

Te vistes de belleza y majestad,

la luz te envuelve como un manto.


Extiendes los cielos como una tienda,

construyes tu morada sobre las aguas;

las nubes te sirven de carroza,

avanzas en las olas del viento;

los vientos te sirven de mensajeros;

el fuego llameante, de ministro.


Asentaste la tierra sobre sus cimientos,

y no vacilará jamás;

la cubriste con el manto del océano,

y las aguas se posaron sobre las montañas;


pero a tu bramido huyeron,

al fragor de tu trueno se precipitaron,

mientras subían los montes y bajaban los valles:

cada cual al puesto asignado.

Trazaste un frontera que no traspasarán,

y no volverán a cubrir la tierra.


De los manantiales sacas los ríos,

para que fluyan entre los montes;

en ellos beben las fieras de los campos,

el asno salvaje apaga su sed;

junto a ellos habitan las aves del cielo,

y entre las frondas se oye su canto.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.


Salmo 103-II:


Ant: El Señor saca pan de los campos, y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.


Desde tu morada riegas los montes,

y la tierra se sacia de tu acción fecunda;

haces brotar hierba para los ganados,

y forraje para los que sirven al hombre.


Él saca pan de los campos,

y vino que le alegra el corazón;

y aceite que da brillo a su rostro,

y alimento que le da fuerzas.


Se llenan de savia los árboles del Señor,

los cedros del Líbano que él plantó:

allí anidan los pájaros,

en su cima pone casa la cigüeña.

Los riscos son para las cabras,

las peñas son madriguera de erizos.


Hiciste la luna con sus fases,

el sol conoce su ocaso.

Pones las tinieblas y viene la noche,

y rondan las fieras de la selva;

los cachorros rugen por la presa,

reclamando a Dios su comida.


Cuando brilla el sol, se retiran,

y se tumban en sus guaridas;

el hombre sale a sus faenas,

a su labranza hasta el atardecer.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: El Señor saca pan de los campos, y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.


Salmo 103-III:


Ant: Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.


Cuántas son tus obras, Señor,

y todas las hiciste con sabiduría;

la tierra está llena de tus criaturas.


Ahí está el mar: ancho y dilatado,

en él bullen, sin número,

animales pequeños y grandes;

lo surcan las naves, y el Leviatán

que modelaste para que retoce.


Todos ellos aguardan

a que les eches comida a su tiempo:

se la echas, y la atrapan;

abres tu mano, y se sacian de bienes;


escondes tu rostro, y se espantan;

les retiras el aliento, y expiran

y vuelven a ser polvo;

envías tu aliento, y los creas,

y repueblas la faz de la tierra.


Gloria a Dios para siempre,

goce el Señor con sus obras,

cuando él mira la tierra, ella tiembla;

cuando toca los montes, humean.


Cantaré al Señor mientras viva,

tocaré para mi Dios mientras exista:

que le sea agradable mi poema,

y yo me alegraré con el Señor.


Que se acaben los pecadores en la tierra,

que los malvados no existan más.

¡Bendice, alma mía, al Señor!


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.


V/. Dichosos vuestros ojos, porque ven.


R/. Y vuestros oídos, porque oyen.


Lectura


V/. Dichosos vuestros ojos, porque ven.


R/. Y vuestros oídos, porque oyen.


Saludo. Acción de gracias


Flp 1,1-11


Pablo y Timoteo, servidores de Cristo Jesús,


a todo el pueblo santo de cristianos que residen en Filipos,


con sus responsables y auxiliares.


Os deseamos la gracia y la paz de Dios nuestro Padre


y del Señor Jesucristo.


Doy gracias a mi Dios cada vez que os menciono;


siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría.


Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del evangelio,


desde el primer día hasta hoy.


Esta es nuestra confianza:


que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena,


la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús.


Esto que siento por vosotros está plenamente justificado:


os llevo dentro, porque tanto en la prisión


como en mi defensa y prueba del Evangelio,


todos compartís el privilegio que me ha tocado.


Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero,


en Cristo Jesús.


Y ésta es mi oración:


que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más


en penetración y en sensibilidad


para apreciar los valores.


Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables,


cargados de frutos de justicia,


por medio de Cristo Jesús,


a gloria y alabanza de Dios.


R/. Que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad, para que apreciéis los valores y seáis limpios e irreprochables.


V/. Ésta es mi convicción: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús.


R/. Para que apreciéis los valores y seáis limpios e irreprochables.


L. Patrística


Estáis salvados por gracia

San Policarpo


Carta a los Filipenses 1,1-2,3


Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia Dios que vive como forastera en Filipos: Que la misericordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud.


Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos antiguos, persevera hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro Señor Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. No lo veis, y creéis en él con un gozo inefable y transfigurado, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por su gracia, y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en Cristo Jesús.


Por eso, estad interiormente preparados y servid al Señor con temor y con verdad, abandonando la vana palabrería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria, colocándolo a su derecha; a él le fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.


Aquel que lo resucitó de entre los muertos nos resucitará también a nosotros, si cumplimos su voluntad y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de los falsos testimonios, no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recordando más bien aquellas palabras del Señor, que nos enseña: No juzguéis, y no os juzgarán; perdonad, y seréis perdonados; compadeced, y seréis compadecidos. La medida que uséis la usarán con vosotros. Y: Dichosos los pobres y los perseguidos, porque de ellos es el reino de Dios.


R/. Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo.


V/. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu bondad, por tu lealtad.


R/. Dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo.


Te Deum


(sólo domingos, solemnidades y fiestas)


A ti, oh Dios, te alabamos,

a ti, Señor, te reconocemos.


A ti, eterno Padre,

te venera toda la creación.


Los ángeles todos, los cielos

y todas las potestades te honran.


Los querubines y serafines

te cantan sin cesar:


Santo, Santo, Santo es el Señor,

Dios del universo.


Los cielos y la tierra

están llenos de la majestad de tu gloria.


A ti te ensalza

el glorioso coro de los apóstoles,

la multitud admirable de los profetas,

el blanco ejército de los mártires.


A ti la Iglesia santa,

extendida por toda la tierra,

te proclama:


Padre de inmensa majestad,

Hijo único y verdadero, digno de adoración,

Espíritu Santo, Defensor.


Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.


Tú eres el Hijo único del Padre.


Tú, para liberar al hombre,

aceptaste la condición humana

sin desdeñar el seno de la Virgen.


Tú, rotas las cadenas de la muerte,

abriste a los creyentes el reino del cielo.


Tú te sientas a la derecha de Dios

en la gloria del Padre.


Creemos que un día

has de venir como juez.


Te rogamos, pues,

que vengas en ayuda de tus siervos,

a quienes redimiste con tu preciosa sangre.


Haz que en la gloria eterna

nos asociemos a tus santos.


Salva a tu pueblo, Señor,

y bendice tu heredad.


Sé su pastor

y ensálzalo eternamente.


Día tras día te bendecimos

y alabamos tu nombre para siempre,

por eternidad de eternidades.


Dígnate, Señor, en este día

guardarnos del pecado.


Ten piedad de nosotros, Señor,

ten piedad de nosotros.


Que tu misericordia, Señor,

venga sobre nosotros,

como lo esperamos de ti.


En ti, Señor, confié,

no me veré defraudado para siempre.


Pistas para la Lectio Divina


Dijo: "voy", pero no fue.


La lección que nos da la Palabra de Dios hoy, empezando por la lectura profética y el salmo, es que no basta decir cosas. No basta la intención. Además, hay que hacer lo que se dice.


A un político no se le aplaude sólo por sus intenciones o sus promesas en época electoral. Luego se espera que cumpla lo que ha dicho. Los fariseos recibieron a menudo reproches de Jesús en esta dirección. ¿Y nosotros?


Ezequiel 18, 25-28.


Cuando el malvado se convierte de su maldad, salva su vida.


El profeta compara la conducta del justo y del malvado, y su responsabilidad respectiva, ante la dura experiencia del destierro y la destrucción de Jerusalén. Si uno es justo, pero luego "se aparta de su justicia, muere por la maldad que cometió". Si uno es malvado, pero "se convierte de la maldad, él mismo salva su vida". Al justo se le pide que persevere en el bien. Al malvado, que se convierta.


El mensaje del profeta es esperanzador: invita a todos a confiar en la bondad y el perdón de Dios. Cada uno es responsable de sus actos y no puede escudarse en el grupo al que pertenece.


Por eso el salmo recoge una actitud de confianza: "recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna", y le pide: "no te acuerdes de los pecados de mi juventud". El salmista pide con humildad: "Señor, enséñame tus caminos".


Filipenses 2,1-11.


Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús


La carta a los Filipenses, que comenzamos a leer el domingo pasado, contiene unos consejos muy propios de Pablo, a la hora de edificar una comunidad fraterna que vive unida en el amor. Él quiere que los cristianos tengan "entrañas compasivas" y "un mismo amor y un mismo sentir", sin rivalidades. Les da consignas muy concretas de humildad para con los otros, pero, sobre todo, les propone el mejor ejemplo, Cristo Jesús, que "no hizo alarde de su categoría de Dios" y se rebajó hasta la muerte, entregándose para la salvación de todos: "tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús". Aquí Pablo nos reproduce un "himno pascual" que seguramente era anterior a él y que tal vez cantaba la comunidad: el himno que nosotros rezamos cada sábado en vísperas.


Mateo 21, 28-32. Recapacitó y fue


Jesús, que ya ha llegado a Jerusalén, tiene delante a los "sumos sacerdotes y ancianos del pueblo", o sea, a miembros insignes de Israel, orgullosos de su pertenencia al pueblo elegido de Dios. Está creciendo por momentos la tensión con ellos. Ha expulsado a los mercaderes del Templo y ha pronunciado la maldición sobre la higuera estéril, símbolo de Israel.

Con una parábola muy sencilla y expresiva (propia del evangelio de Mateo) les echa en cara la hipocresía que muchas veces reina en sus actitudes. El hijo que dijo que no, que no iría a trabajar da la viña, pero luego fue. Y el que dijo que sí, que iba, pero luego no fue. En este segundo es donde "retrata" Jesús a las clases dirigentes de Israel. Los contrapone a los publícanos y prostitutas, que tienen mala fama, pero muchos de ellos han sabido acoger el mensaje de Juan el Bautista (y ahora, el suyo, el de Jesús


Consignas para una comunidad unida


Las comunidades del tiempo de Pablo, como las de ahora, tenían dificultades para vivir en unión. También en Filipos había desavenencias, discordias, rivalidades, intrigas por ser más que los demás. Era una comunidad normal, como las nuestras. No inventamos nada.


Por eso nos viene bien leer esta exhortación de Pablo, que hoy nos repite a nosotros su deseo de que tengamos "entrañas compasivas" con los demás hermanos, y "un mismo amor y un mismo sentir".

Son siempre actuales las consignas que él da a los de Filipos. Algunas son humanas, de convivencia civilizada: "dejaos guiar por la humildad y considerar siempre superiores a los demás". La mayor parte de nuestros disgustos personales y de las tensiones comunitarias se deben a nuestro orgullo: nos creemos superiores a los demás, y por eso nos damos tan fácilmente por ofendidos cuando los demás pasan por encima de nosotros o no demuestran apreciar lo que hacemos. Es una consiga, la de "considerar superiores a los demás", que no es muy popular en nuestros tiempos ni en la sociedad civil ni en la familiar ni en la eclesial.

Pero hay otras motivaciones sobrenaturales: "nos une el mismo Espíritu". La motivación principal que Pablo da a los Filipenses está en la segunda parte de la lectura, que convendría leer entera- es la de que hemos de imitar a Cristo Jesús en su entrega pascual: "tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús". ¿Cuáles fueron estos "sentimientos" de Jesús? Pablo los describe siguiendo el "himno pascual", que en pocas líneas expresa el misterio de la muerte y resurrección, de la humillación y la glorificación de Jesús: se despojó de su rango, no hizo alarde de su categoría de Dios, se rebajó hasta la muerte, y una muerte de cruz, la máxima humillación pensable en la época.


Que es exactamente la actitud contraria de los que se creen superiores a los demás y hacen valer sus derechos. La muerte de Cristo no terminó en el sepulcro: porque Dios "lo levantó sobre todo... de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble...". Pablo no cita este himno para alabar a Jesús, sino para proponerlo como modelo a la comunidad en su vida fraterna, que muchas veces supone saber "rebajarse" y "no hacer alarde de categorías".


Cada Eucaristía nos une a Cristo, pero también es una auténtica escuela de fraternidad comunitaria. La petición del Padrenuestro (perdónanos como nosotros perdonamos), el gesto de paz que nos damos con los más próximos (como representantes de todos los que luego trataremos en la vida), la fracción del pan (para expresar que "compartimos" al mismo Cristo): todo eso nos recuerda que el "podéis ir en paz" del final no es punto de llegada, sino más bien de partida hacia una vida coherente con lo que hemos celebrado.

Responsables de los propios actos

A veces la Palabra de Dios nos invita a considerar el aspecto comunitario, social, de nuestros actos. Pero hoy es la responsabilidad personal lo que destaca.


Una primera tentación de los israelitas, sobre todo en un período tan triste como el que vivió Ezequiel, con el destierro y la destrucción de Jerusalén, era la de echar la culpa a Dios: "comentáis: no es justo el proceder de Dios". El profeta invalida esta acusación: "¿es injusto mi proceder? ¿o no es vuestro proceder el que es injusto?".

La segunda tentación, que no aparece en la lectura de hoy pero sí en otras, es la de culpar de nuestros males a la comunidad o a los antepasados. Con facilidad podemos quedar tranquilos echando las culpas a este mundo, a la sociedad que nos rodea, a las estructuras, a las estadísticas.


Ciertamente nos influye el ambiente, y esta influencia puede ser fuerte, tanto en bien como en mal. Pero difícilmente nos quita la libertad hasta el grado de poder decir que no tenemos culpabilidad en lo que hacemos mal o mérito en lo que hacemos bien. Normalmente queda un margen de libertad, y es cada uno quien decide. Dios no castiga a nadie por las culpas cometidas por otros.


No el que dice... sino el que hace


El evangelio nos orienta también en otra dirección que se puede decir que es consecuencia de la primera: no bastan las palabras, lo que cuenta son los hechos.


Los destinatarios de la parábola de Jesús fueron en primer lugar las clases dirigentes de los judíos, que creían que con pertenecer al pueblo elegido de Dios ya estaba todo conseguido. Los describe Jesús en la persona del hijo que dijo demasiado alegremente "sí", pero luego no obedeció. No han acogido el mensaje del Bautista y tampoco el de Cristo.


Esta parábola va a ir seguida por otras dos, que escucharemos los domingos próximos: la viña que el dueño tiene que arrendar a otros, y el banquete festivo al que tiene que invitar a otros, ante el rechazo de los primeros invitados. Las tres muestran una clara denuncia por parte de Jesús: el pueblo elegido no ha sabido ver el día de la gracia, no ha sabido acoger al Enviado de Dios. En concreto, critica la hipocresía de los fariseos, que cuidaban la fachada pero no los contenidos de su fe. No les debió gustar nada a los dirigentes del pueblo que Jesús los comparara con los pecadores públicos a los que ellos despreciaban: "los publícanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios".


Pero no nos tendríamos que escudar en que Jesús hablaba para los fariseos. Hablaba también para nosotros, si tenemos las mismas actitudes que ellos. La pregunta es para nosotros también: ¿en cuál de los dos hijos nos vemos sinceramente reflejados? Es fácil cuando estamos en la iglesia, cantar cantos al Señor, o contestar "amén" a oraciones y propósitos. Pero luego esa fe, ¿se traduce en obras? Aquí quedan desautorizados los que exteriormente guardan las formas (están bautizados, han hecho la primera comunión, se han casado por la Iglesia, van a misa los domingos, llevan una medalla al cuello) pero luego, en la vida, su estilo de actuación no se parece en nada a lo que dicen creer.


En otros lugares dice Jesús: "No entrará en el Reino de los cielos aquel que dice Señor, Señor, sino el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo", "el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre", el que "edifica sobre roca es el que oye estas palabras y las pone en práctica.


Las declaraciones, las promesas y los manifiestos cuestan muy poco. Lo que cuesta es actuar en coherencia. Decir "sí" (en liturgia, "amén") es sencillo. Palabras como "comunidad", "democracia", "justicia", pueden llenarnos la boca. Pero luego ¿se reflejan en nuestro modo de vivir? De lo que se trata es de armonizar la vida con la fe. En la carta de Santiago se dice

expresivamente que "la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro". Esto nos va bien de un modo especial a los que tenemos la misión de "hablar", no vaya a ser que merezcamos la grave acusación de Jesús con respecto a los fariseos: "haced lo que ellos dicen, pero no hagáis lo que hacen, porque no hacen lo que dicen".


El hijo que dijo "no"


El que dijo "no" representa a tantas personas que también hoy en día pueden sentir momentos de rebeldía: rebeldía contra la autoridad paterna, o contra la tradición, o contra la Iglesia, o contra Dios mismo tal como ellas lo ven.

Un joven que ha crecido en una familia cristiana luego es sometido a influencias externas que son auténticas ventoleras ideológicas y éticas: no es nada extraño que se "rebele" y diga "no". Cuánto más si ni siquiera en la familia ni en la escuela ni en la sociedad ha recibido la semilla de la fe. Su deseo de autoafirmación, de libertad y de independencia es lógico. Puede

ser hasta signo de madurez y de personalidad ese "no" que a algunos les puede venir espontáneo en su camino de fe.


Lo importante es que alguien les pueda ayudar a que recapaciten y puedan volver ese "no" en "sí", como el joven de la parábola. Porque puede darse muy bien que entre esas personas "oficialmente no buenas" haya auténticos hijos de Dios, que llevan una vida honrada y solidaria con los demás. Los jóvenes, en efecto, son diferentes, pero seguro que tienen valores que nosotros no teníamos a sus años, y nos pueden dar lecciones a

los mayores, no sólo nosotros a ellos (que también). Lo mismo podríamos decir de otra clase de personas que hoy día no son muy apreciadas en la sociedad, por ejemplo los inmigrantes o las que profesan otra religión. No debería extrañarnos si oímos decir que un Obispo ha pasado la fiesta de la Pastor. A pesar de las circunstancias que les han llevado allí, también ellos son hijos de Dios y puede ser que tengan valores insospechados.

Jesús, el Buen Pastor, hizo una afirmación que nos parece desconcertante: que habrá más alegría en el cielo por un pecador convertido que por cien justos que perseveran.


El que dijo "sí"


Los que dicen "sí", muchos, seguramente, son luego consecuentes, o intentan serlo, en sus vidas. Pero puede ser que algunos pronuncien ese "sí" superficialmente, sin personalidad, por costumbre o por miedo. Por fuera dicen "sí", pero dentro están diciendo "no" y tal vez mantendrán la hipocresía que tanto criticaba Jesús en los fariseos de su tiempo.

A veces nos tenemos oficialmente como buenos, pero luego puede ser que nos den lecciones de honradez o de autenticidad otras personas que tenemos como "pecadoras", pero que no son peores que nosotros. A veces puede pasar lo mismo con los inmigrantes: personas separadas de su tierra y a veces incluso de su familia, que pasan por circunstancias de inestabilidad que afectan también a su práctica religiosa. Pero, ¿quién puede negar que muchas son óptimas personas y desde su situación religiosa y social están respondiendo con buena disposición a la voluntad de Dios? Haríamos bien en respetarlas y darles un margen de confianza, sin creernos superiores a ellas.


Naturalmente, ni la parábola de Jesús, ni su aplicación hoy, son una invitación a imitar al hijo que dijo "no" o a las prostitutas o publícanos, sino a imitar la capacidad que tuvieron esas personas de convertirse y cambiar a una actitud de fe. Si esas personas están por delante en el Reino, no es por lo que habían sido, sino por el cambio que dieron, como el buen ladrón, a última hora, en la cruz.

El ideal no es decir "no" y luego cumplir, como no lo es tampoco decir "sí" y luego no cumplir. El ideal es decir "sí" con convicción y luego ser consecuente y perseverar en el bien. Como hicieron con su "sí" inicial Abrahán, y María y José, y sobre todo el mismo Jesús, en el cumplimiento de su vocación mesiánica hasta la cruz.


+ José Aldazábal. "Enséñame tus caminos", 8, p. 425.


Francisco Fernández-CarvajalHablar con Dios


Vigésimo sexto Domingo

ciclo a


LA VIRTUD DE LA OBEDIENCIA


— Parábola de los dos hijos enviados a la viña. La obediencia nace del amor.


— El ejemplo de Cristo. Obediencia y libertad.


— Deseos de imitar a Jesús.


I. ¿Qué os parece? comenzó Jesús dirigiéndose a los que le rodeaban. Un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose al primero, le mandó: Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña. Pero él le contestó: No quiero. Sin embargo se arrepintió después y fue. Lo mismo dijo al segundo. Y este respondió: Voy, señor; pero no fue. Preguntó Jesús cuál de los dos hizo la voluntad del padre. Y todos contestaron: el primero, el que de hecho fue a trabajar a la viña. Y Jesús prosiguió: En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os van a preceder en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las meretrices le creyeron1.


El Bautista había señalado el camino de la salvación, y los escribas y fariseos, que se ufanaban de ser fieles cumplidores de la voluntad divina, no le hicieron caso. Estaban representados por el hijo que dice «voy», pero de hecho no va. En teoría eran los cumplidores de la Ley, pero a la hora de la verdad, cuando llega a sus oídos la voluntad de Dios por boca de Juan, no la cumplen, no supieron ser dóciles al querer divino. En cambio, muchos publicanos y pecadores atendieron su llamada a la penitencia y se arrepintieron: están representados en la parábola por el hijo que al principio dijo «no voy», pero en realidad fue a trabajar a la viña. Obedeció, agradó a su padre con las obras.


El mismo Señor nos dio ejemplo de cómo hemos de llevar a cabo ese querer divino, que se nos manifiesta de formas tan diversas, «pues en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los Cielos, nos reveló su misterio y efectuó la redención con la obediencia»2. San Pablo, en la Segunda lectura de la Misa3, nos pone de manifiesto el amor de Jesucristo a esta virtud: siendo Dios, se humilló a Sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. En aquellos tiempos la muerte de cruz era la más infamante, pues estaba reservada a los peores criminales. De ahí que la expresión máxima de su amor a los planes salvíficos del Padre consistió en obedecer hasta la muerte y muerte de cruz.


Cristo obedece por amor; ese es el sentido de la obediencia cristiana: la que se debe a Dios, la que debemos prestar a la Iglesia, a los padres, a los superiores, la que de un modo u otro rige la vida profesional y social. Dios no quiere servidores de mala gana, sino hijos que quieran cumplir su voluntad con alegría, que obedezcan. Cuenta Santa Teresa que, estando un día considerando la gran penitencia que llevaba a cabo una buena mujer conocida suya, le entró una santa envidia pensando que ella también la podría hacer, si no fuera por el mandato expreso que había recibido de su confesor. De tal manera quería emular a aquella mujer penitente que pensó si sería mejor no obedecer en este consejo al confesor. Entonces, le dijo Jesús: «Eso no, hija; buen camino llevas y seguro. ¿Ves toda la penitencia que hace?; en más tengo tu obediencia»4.


II. La obediencia de Jesús –como nos enseña San Pablo– no consistió simplemente en dejarse someter a la voluntad del Padre, sino que fue Él mismo quien se hizo obediente: su obediencia activa asumió como propios los designios del Padre y los medios para alcanzar la salvación del género humano.


Una de las señales más claras de andar en el buen camino, el de la humildad, es el deseo de obedecer5, «mientras que la soberbia nos inclina a hacer la propia voluntad y a buscar lo que nos ensalza, y a no querer dejarnos dirigir por los demás, sino dirigirlos a ellos. La obediencia es lo contrario de la soberbia. Mas el Unigénito del Padre, venido del Cielo para salvarnos y sanarnos de la soberbia, se hizo obediente hasta la muerte en la cruz»6. Él nos ha enseñado por dónde hemos de dirigir nuestros pasos: lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero, recitan hoy los sacerdotes en la Liturgia de las Horas7.


La obediencia nace de la libertad y conduce a una mayor libertad. Cuando el hombre entrega su voluntad en la obediencia conserva la libertad en la determinación radical y firme de escoger lo bueno y lo verdadero. Quien elige una autopista para llegar antes y con más seguridad a su destino, no se siente coaccionado por los límites y las indicaciones que encuentra; la cuerda que liga al alpinista con sus compañeros de escalada no es atadura que le perturbe –aunque le tenga firmemente sujeto–, sino vínculo que le da seguridad y le evita caer al abismo; los ligamentos que unen las diversas partes del cuerpo no son ataduras que impiden los movimientos, sino garantía de que estos se realicen con soltura y firmeza. El amor es lo que hace que la obediencia sea plenamente libre. ¿Cómo pensar que Cristo –que tanto amó y nos inculcó esta virtud– no lo fuera? «Para quien quiere seguir a Cristo, la ley no es pesada. Solo se convierte en una carga si no se acierta a ver en ella la llamada de Jesús o no se tienen ganas de seguir esa llamada. Por lo tanto, si la ley resulta a veces pesada, puede ser que haya que mejorar no tanto la ley como nuestro empeño por seguir a Cristo.


»Si me amáis, guardaréis mis mandamientos (Jn 14, 15). Por esto es por lo que quiero obedecerte a Ti y obedecer a tu Iglesia, Señor; no principalmente porque yo vea la racionalidad de lo que se manda (aunque esa racionalidad es tantas veces evidente), sino –principalmente– porque quiero amarte, y demostrarte mi amor. Y también porque estoy convencido de que tus mandamientos proceden del amor y me hacen libre. Corro por los caminos de tus mandamientos, pues Tú dilatas mi corazón... Andaré por camino espacioso, porque busco tus preceptos (Sal 119, 32-45)»8.


III. Mejor es la obediencia que las víctimas9, leemos en la Sagrada Escritura. «Y con razón –comenta San Gregorio Magno– se antepone la obediencia a las víctimas, porque mediante las víctimas se inmola la carne ajena, y en cambio por la obediencia se inmola la propia voluntad»10, lo más difícil de entregar, porque es lo más íntimo y propio que poseemos. Por eso es tan grata al Señor, y de ahí el empeño de Jesús, a quien los vientos y el mar le obedecen11, por enseñarnos con su palabra y con su vida que el camino del bien, de la paz del alma y de todo progreso interior pasa por el ejercicio de esta virtud. Ya en el Antiguo Testamento estaba escrito: Vir obediens loquetur victoriam12, el que obedece alcanza la victoria, «el que obedece, vence», obtiene la gracia y la luz necesaria, pues recibe el Espíritu Santo, que Dios otorga a los que obedecen13. «¡Oh virtud de obedecer, que todo lo puedes!»14, exclamaba Santa Teresa. Por ser tantos los bienes que se derivan del ejercicio de esta virtud y el camino que lleva más derechamente a la santidad, el demonio tratará de interponer muchas falsas razones y excusas para no obedecer15.


Con todo, la necesidad de obedecer no proviene solo de los bienes tan grandes que reporta al alma, ni de una eficacia organizativa..., sino de su íntima unión con la Redención: es parte esencial del misterio de la Cruz16. Por tanto, el que pretendiera poner límites a la obediencia querida por Dios, limitaría a la vez su unión con Cristo y difícilmente podría identificarse con Él, fin de toda la vida cristiana, porque habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo, el cual, teniendo la naturaleza de Dios..., no obstante se anonadó a Sí mismo tomando forma de siervo17.


El deseo de imitar a Cristo nos ha de llevar a preguntarnos frecuentemente: ¿hago en este momento lo que Dios quiere, o me dejo llevar por el capricho, la vanidad, el estado de ánimo? ¿Sé oír la voz del Señor en los consejos de la dirección espiritual? ¿Es mi obediencia sobrenatural, interna, pronta, alegre, humilde y discreta?18.


Pidamos a Nuestra Señora un gran deseo de identificarnos con Cristo mediante la obediencia, aunque alguna vez nos cueste. «Obedece sin tantas cavilaciones inútiles... Mostrar tristeza o desgana ante el mandato es falta muy considerable. Pero sentirla nada más, no solo no es culpa, sino que puede ser la ocasión de un vencimiento grande, de coronar un acto de virtud heroico.


»No me lo invento yo. ¿Te acuerdas? Narra el Evangelio que un padre de familia hizo el mismo encargo a sus dos hijos... Y Jesús se goza en el que, a pesar de haber puesto dificultades, ¡cumple!; se goza, porque la disciplina es fruto del Amor».


Salmo 117: Himno de acción de gracias después de la victoria


Ant: Bendito el que viene en nombre del Señor.


Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.


Diga la casa de Israel:

eterna es su misericordia.


Diga la casa de Aarón:

eterna es su misericordia.


Digan los fieles del Señor:

eterna es su misericordia.


En el peligro grité al Señor,

y me escuchó, poniéndome a salvo.


El Señor está conmigo: no temo;

¿qué podrá hacerme el hombre?

El Señor está conmigo y me auxilia,

veré la derrota de mis adversarios.


Mejor es refugiarse en el Señor

que fiarse de los hombres,

mejor es refugiarse en el Señor

que fiarse de los jefes.


Todos los pueblos me rodeaban,

en el nombre del Señor los rechacé;

me rodeaban cerrando el cerco,

en el nombre del Señor los rechacé;

me rodeaban como avispas,

ardiendo como fuego en las zarzas,

en el nombre del Señor los rechacé.


Empujaban y empujaban para derribarme,

pero el Señor me ayudó;

el Señor es mi fuerza y mi energía,

él es mi salvación.


Escuchad: hay cantos de victoria

en las tiendas de los justos:

"la diestra del Señor es poderosa,

la diestra del Señor es excelsa,

la diestra del Señor es poderosa."


No he de morir, viviré

para contar las hazañas del Señor.

Me castigó, me castigó el Señor,

pero no me entregó a la muerte.


Abridme las puertas del triunfo,

y entraré para dar gracias al Señor.


-Ésta es la puerta del Señor:

los vencedores entrarán por ella.


-Te doy gracias porque me escuchaste

y fuiste mi salvación.


La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente.


Éste es el día en que actuó el Señor:

sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;

Señor, danos prosperidad.


-Bendito el que viene en nombre del Señor,

os bendecimos desde la casa del Señor;

el Señor es Dios, él nos ilumina.


-Ordenad una procesión con ramos

hasta los ángulos del altar.


Tú eres mi Dios, te doy gracias;

Dios mío, yo te ensalzo.


Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Bendito el que viene en nombre del Señor.


Daniel 3,52-57: Que la creación entera alabe al Señor


Ant: Cantemos un himno al Señor, nuestro Dios. Aleluya.


Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:

a ti gloria y alabanza por los siglos.


Bendito tu nombre, santo y glorioso:

a él gloria y alabanza por los siglos.


Bendito eres en el templo de tu santa gloria:

a ti gloria y alabanza por los siglos.


Bendito eres sobre el trono de tu reino:

a ti gloria y alabanza por los siglos.


Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos:

a ti gloria y alabanza por los siglos.


Bendito eres en la bóveda del cielo:

a ti honor y alabanza por los siglos.


Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,

ensalzadlo con himnos por los siglos.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Cantemos un himno al Señor, nuestro Dios. Aleluya.


Salmo 150: Alabad al Señor


Ant: Alabad al Señor por su inmensa grandeza. Aleluya.


Alabad al Señor en su templo,

alabadlo en su fuerte firmamento.


Alabadlo por sus obras magníficas,

alabadlo por su inmensa grandeza.


Alabadlo tocando trompetas,

alabadlo con arpas y cítaras,


alabadlo con tambores y danzas,

alabadlo con trompas y flautas,


alabadlo con platillos sonoros,

alabadlo con platillos vibrantes.


Todo ser que alienta alabe al Señor.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Alabad al Señor por su inmensa grandeza. Aleluya.


Lectura


Ez 36,25-27


Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos.


V/. Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre.


R/. Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre.


V/. Contando tus maravillas.


R/. Invocando tu nombre.


V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo


R/. Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre.


Cántico Ev.


Ant: Todo el que hace la voluntad del Padre es verdadero hijo de Dios. Aleluya.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo,

por boca de sus santos profetas.


Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la misericordia

que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza

y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.


Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días.


Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor

a preparar sus caminos,

anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.


Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos

por el camino de la paz.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Todo el que hace la voluntad del Padre es verdadero hijo de Dios. Aleluya.


Preces


Demos gracias a nuestro Salvador, que ha venido al mundo para ser "Dios con nosotros" y digámosle confiadamente:


Cristo, Rey de la gloria, sé nuestra luz y nuestro gozo


- Señor Jesús, Sol que nace de lo alto y primicia de la resurrección futura,

haz que, siguiéndote a ti, no vivamos nunca en sombra de muerte, sino que tengamos siempre la luz de la vida


- Que sepamos descubrir, Señor, cómo todas las criaturas están llenas de tus perfecciones,

para que así, en todas ellas, sepamos contemplarte a ti


- No permitas, Señor, que hoy nos dejemos vencer por el mal,

antes danos tu fuerza para que venzamos al mal a fuerza de bien


- Tú que, al ser bautizado en el Jordán, fuiste ungido con el Espíritu Santo,

asístenos durante este día, para que actuemos movidos por este mismo Espíritu de santidad


Por Jesús nos llamamos y somos hijos de Dios; por ello, nos atrevemos a decir:


Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;


venga a nosotros tu reino;


hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.


Danos hoy nuestro pan de cada día;


perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.


No nos dejes caer en la tentación,


y líbranos del mal.


Final


Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia, derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.


Amén.

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