Custodia

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Saludo

Bendición

miércoles, 25 de octubre de 2023

Laudes, lecturas, reflexiones y laudes +

 Miércoles, XXIX semana del Tiempo Ordinario, feria


 -Señor, Ábreme los labios.

R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.



Invitatorio


Salmo 94: Invitación a la alabanza divina



Ant: Adoremos al Señor, creador nuestro.


Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos.


-se repite la antífona


Porque el Señor es un Dios grande,

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra,

son suyas las cumbres de los montes;

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.


-se repite la antífona


Entrad, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.


-se repite la antífona


Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y me tentaron, aunque habían visto mis obras.


-se repite la antífona


Durante cuarenta años

aquella generación me asqueó, y dije:

"Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso."»


-se repite la antífona


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Adoremos al Señor, creador nuestro.

 

Himno



Buenos días, Señor, a ti el primero

encuentra la mirada

del corazón, apenas nace el día:

Tú eres la luz y el sol de mi jornada.


Buenos días, Señor, contigo quiero

andar por la vereda:

Tú, mi camino, mi verdad, mi vida;

Tú, la esperanza firme que me queda.


Buenos días, Señor, a ti te busco,

levanto a ti las manos

y el corazón, al despertar la aurora:

quiero encontrarte siempre en mis hermanos.


Buenos días, Señor resucitado,

que traes la alegría

al corazón que va por tus caminos

¡vencedor de tu muerte y de la mía!


Gloria al Padre de todos, gloria al Hijo,

y al Espíritu Santo;

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos te alabe nuestro canto. Amén.


Salmo 17,2-30 - I: Acción de gracias después de la victoria



Ant: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.



Yo te amo, Señor; Tú eres mi fortaleza;

Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,

mi fuerza salvadora, mi baluarte.

Invoco al Señor de mi alabanza

y quedo libre de mis enemigos.


Me cercaban olas mortales,

torrentes destructores me aterraban,

me envolvían las redes del abismo,

me alcanzaban los lazos de la muerte.


En el peligro invoqué al Señor,

grité a mi Dios:

desde su templo Él escuchó mi voz,

y mi grito llegó a sus oídos.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.



Ant: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.



Salmo 17,2-30 - II:



Ant: El Señor me libró porque me amaba.



Entonces tembló y retembló la tierra,

vacilaron los cimientos de los montes,

sacudidos por su cólera;

de su nariz se alzaba una humareda,

de su boca un fuego voraz.

y lanzaba carbones ardiendo.


Inclinó el cielo y bajó

con nubarrones debajo de sus pies;

volaba a caballo de un querubín

cerniéndose sobre las alas del viento,

envuelto en un manto de oscuridad;


Como un toldo, lo rodeaban

oscuro aguacero y nubes espesas;

al fulgor de su presencia, las nubes

se deshicieron en granizo y centellas;


y el Señor tronaba desde el cielo,

el Altísimo hacía oír su voz:

disparando sus saetas, los dispersaba,

y sus continuos relámpagos los enloquecían.


El fondo del mar apareció,

y se vieron los cimientos del orbe,

cuando tú, Señor, lanzaste un bramido,

con tu nariz resoplando de cólera.


Desde el cielo alargó la mano y me agarró,

me sacó de las aguas caudalosas,

me libró de un enemigo poderoso,

de adversarios más fuertes que yo.


Me acosaban el día funesto,

pero el Señor fue mi apoyo:

me sacó a un lugar espacioso,

me libró porque me amaba.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.



Ant: El Señor me libró porque me amaba.



Salmo 17,2-30 - III:



Ant: Señor, Tú eres mi lámpara, Tú alumbras mis tinieblas.



El Señor retribuyó mi justicia,

retribuyó la pureza de mis manos,

porque seguí los caminos del Señor

y no me rebelé contra mi Dios;

porque tuve presentes sus mandamientos

y no me aparté de sus preceptos;


le fui enteramente fiel,

guardándome de toda culpa;

el Señor retribuyó mi justicia,

la pureza de mis manos en su presencia.


Con el fiel, Tú eres fiel;

con el íntegro, Tú eres íntegro;

con el sincero, Tú eres sincero;

con el astuto, Tú eres sagaz.

Tú salvas al pueblo afligido

y humillas los ojos soberbios.


Señor, Tú eres mi lámpara;

Dios mío, Tú alumbras mis tinieblas.

Fiado en Ti, me meto en la refriega;

fiado en mi Dios, asalto la muralla.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.



Ant: Señor, Tú eres mi lámpara, Tú alumbras mis tinieblas.



V/. Todos se admiraban de las palabras de gracia.


R/. Que salían de sus labios.




Lectura



V/. Todos se admiraban de las palabras de gracia.


R/. Que salían de sus labios.



Oración de la reina Ester


Est 14,1-19


En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor. Se despojó de sus ropas lujosas y se vistió de luto; en vez de perfumes refinados, se cubrió la cabeza de ceniza y basura, y se desfiguró por completo, cubriendo con sus cabellos revueltos aquel cuerpo que antes se complacía en adornar. Luego rezó así al Señor, Dios de Israel:


«Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro.


Desde mi infancia, oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido.


Nosotros hemos pecado contra ti dando culto a otros dioses; por eso, nos entregaste a nuestros enemigos. ¡Eres justo, Señor!


Y no les basta nuestro amargo cautiverio, sino que se han comprometido con sus ídolos, jurando invalidar el pacto salido de tus labios, haciendo desaparecer tu heredad y enmudecer a los que te alaban, extinguiendo tu altar y la gloria de tu templo, y abriendo los labios de los gentiles para que den gloria a sus ídolos y veneren eternamente a un rey de carne.


No entregues, Señor, tu cetro a los que no son nada. Que no se burlen de nuestra caída. Vuelve contra ellos sus planes, que sirva de escarmiento el que empezó a atacarnos.


Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices.


A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo, y sabes que odio la gloria de los impíos, que me horroriza el lecho de los incircuncisos y de cualquier otro extranjero.


Tú conoces mi peligro. Aborrezco este emblema de grandeza que llevo en mi frente cuando aparezco en público. Lo aborrezco como un harapo inmundo, y en privado no lo llevo. Tu sierva no ha comido a la mesa de Amán, ni estimado el banquete del rey, ni bebido vino de libaciones. Desde el día de mi exaltación hasta hoy, tu sierva sólo se ha deleitado en ti, Señor, Dios de Abrahán.


¡Oh Dios poderoso sobre todos! Escucha el clamor de los desesperados, líbranos de las manos de los malhechores, y a mí, quítame el miedo.»


R/. Dame valor, Rey de los dioses y Señor de toda autoridad; pon en mis labios palabras rectas y oportunas.


V/. Señor, danos oportunidad de arrepentirnos y no cierres las bocas que te alaban.


R/. Pon en mis labios palabras rectas y oportunas.



L. Patrística



Nada hallarás que no se encuentre en esta oración dominical

San Agustín


Carta a Proba 130,12, 22-13,24


Quien dice, por ejemplo: Como mostraste tu santidad a las naciones, muéstranos así tu gloria y saca veraces a tus profetas, ¿qué otra cosa dice sino: Santificado sea tu nombre?


Quien dice: Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve, ¿qué otra cosa dice sino: Venga a nosotros tu reino?


Quien dice: Asegura mis pasos con tu promesa, que ninguna maldad me domine, ¿qué otra cosa dice sino: hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo?


Quien dice: No me des riqueza ni pobreza, ¿qué otra cosa dice sino: El pan nuestro de cada día dánosle hoy?


Quien dice: Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes, o bien: Señor, si soy culpable, si hay crímenes en mis manos, si he causado daño a mi amigo, ¿qué otra cosa dice sino: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?


Quien dice: Líbrame de mi enemigo, Dios mío, protégeme de mis agresores, ¿qué otra cosa dice sino: Líbranos del mal?


Y, si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas.


Esto es, sin duda alguna, lo que debemos pedir en la oración, tanto para nosotros como para los nuestros, como también para los extraños e incluso para nuestros mismos enemigos, y, aunque roguemos por unos y otros de modo distinto, según las diversas necesidades y los diversos grados de familiaridad, procuremos, sin embargo, que en nuestro corazón nazca y crezca el amor hacia todos.


Aquí tienes explicado, a mi juicio, no sólo las cualidades que debe tener tu oración, sino también lo que debes pedir en ella, todo lo cual no soy yo quien te lo ha enseñado, sino aquel que se dignó ser maestro de todos.


Hemos de buscar la vida dichosa y hemos de pedir a Dios que nos la conceda. En qué consiste esta felicidad son muchos los que lo han discutido, y sus sentencias son muy numerosas. Pero nosotros, ¿qué necesidad tenemos de acudir a tantos autores y a tan numerosas opiniones? En las divinas Escrituras se nos dice de modo breve y veraz: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Para que podamos formar parte de este pueblo, llegar a contemplar a Dios y vivir con él eternamente, el Apóstol nos dice: Esa orden tiene por objeto el amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.


Al citar estas tres propiedades, se habla de la conciencia recta aludiendo a la esperanza. Por tanto, la fe, la esperanza y la caridad conducen hasta Dios al que ora, es decir, a quien cree, espera y desea, al tiempo que descubre en la oración dominical lo que debe pedir al Señor.


R/. Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti. Porque no desprecias, oh Dios, las peticiones de los indefensos.


V/. Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.


R/. Porque no desprecias, oh Dios, las peticiones de los indefensos.



Miércoles, XXIX semana del Tiempo Ordinario, feria


Rm 6,12-18: Ofreceos a Dios como hombres que de la muerte han vuelto a la vida.



Hermanos:


Que el pecado no siga dominando vuestro cuerpo mortal, ni seáis súbditos de los deseos del cuerpo.


No pongáis vuestros miembros al servicio del pecado como instrumentos del mal; ofreceos a Dios como hombres que de la muerte han vuelto a la vida, y poned a su servicio vuestros miembros, como instrumentos del bien..


Porque el pecado no os dominará: ya no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.


Pues, ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?


¡De ningún modo!


¿No sabéis que al ofreceros a alguno como esclavos para obedecerle, os hacéis esclavos de aquel a quien obedecéis: bien del pecado, para la muerte, bien de la obediencia, para la justicia?


Pero gracias a Dios, vosotros, que erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis entregados y, liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia.



Sal 123,1-3.4-6-7-8: Nuestro auxilio es el nombre del Señor.



Sí el Señor no hubiera estado de nuestra parte


-que lo diga Israel-,


si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,


cuando nos asaltaban los hombres,


nos habrían tragado vivos,


tanto ardía su ira contra nosotros.




Nos habrían arrollado las aguas,


llegándonos el torrente hasta el cuello


nos habrían llegado hasta el cuello


las aguas espumantes.


Bendito sea el Señor que no nos entregó


en presa a sus dientes.




Hemos salvado la vida como un pájaro


de la trampa del cazador,


la trampa se rompió y escapamos.


Nuestro auxilio es el nombre del Señor,


que hizo el cielo y la tierra.



Lc 12,39-48: Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá.



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:


-Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.


Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre.


Pedro le preguntó:


-Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?


El Señor le respondió:


-¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?


Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.


Pero si el empleado piensa: «Mi amo tarda en llegar», y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse; llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.


El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.


Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.




Pistas para la Lectio Divina


Lucas 12,39-48:

Servidores responsables. “¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente…?”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM


Continuamos en la misma línea de ayer, pero –como siempre- dando un paso hacia delante. La actitud de la “vigilancia”, tal como la vimos, se le pide a todo discípulo del Señor, quien quiera él sea. En cambio hoy, la atención se centra de manera particular en la vigilancia propia de los líderes de las comunidades.


También el texto de hoy tiene dos parábolas, siempre en torno al tema de la vigilancia:


(1) La primera, que se titula “del amo de la casa” (12,39-40).


(2) La segunda, que se titula “del administrador fiel y prudente” (12,41-48).


Como conclusión de la primera parábola, la más breve, resuena el imperativo: “¡Estad preparados!” (12,40).


Jesús trae a colación algo que constatamos perfectamente hoy: la preocupación por la seguridad. Vemos incremento en la vigilancia privada, sofisticación de las cerraduras de las puertas y de las alarmas para las casas y los carros, afán por tener un seguro para cuanto implemento tenemos, etc. ¿Quién no quiere proteger sus pertenencias?


Lo extraño es que no sabemos estar preparados para el momento en que otro ladrón irremediablemente llega: la muerte. La venida del Señor tiene esta gran característica: es imprevisible.


Sin embargo, Jesús dice: “¡Estad preparados!” (12,40). No nos ha dicho que nos pongamos a calcular la hora, eso de nada sirve. Lo que nos pide es que estemos trabajando y que lo hagamos lo mejor posible. De esta forma la vigilancia se convierte en una ética de la responsabilidad de nuestras realidades cotidianas. Hay que evitar un pietismo que nos lleve a olvidarnos de nuestras obligaciones.


Si miramos el evangelio en el versículo 41, veremos que a Pedro no le quedó claro si la parábola se aplicaba solamente a todos los discípulos o más bien a los líderes de la comunidad. Por eso viene la segunda parábola (12,41-48) que transporta la misma exigencias del “¡Estad preparados!” en el asumir las responsabilidades típicas de un animador de la comunidad, a quien Jesús llama “el administrador fiel y prudente” (12,42).


Como vimos en la parábola de ayer, también ésta se desarrolla en dos partes:


(1) Las características del administrador “fiel y prudente”: sabe que los bienes no son suyos, no es tacaño ni rígido, sabe hacer que alcance para todos la comida (12,42). Éste recibirá la “bienaventuranza” de su Señor (12,43) y se le concederán funciones de mayor responsabilidad en la comunidad (12,44).


2. Las características del administrador “infiel”: primero se descuida en la vigilancia, se da buena vida, se aprovecha de las circunstancias; luego, ya no sabe dirigir la comunidad, se pone agresivo y se olvida de los demás. Primero se olvida de sí mismo y luego de los demás (12,45). El castigo es todavía mayor (46-48ª).


La parábola concluye con la moraleja: “A quien se le dio mucho se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más” (12,48b). Si los dones que el Señor nos da van creciendo junto con nosotros, ¡cuánto más tendremos que crecer en nuestro sentido de la gratitud y de la responsabilidad!


Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón


1. ¿Qué debe caracterizar a un “líder” de comunidad?


2. ¿Cuál es la enseñanza de cada una de las parábolas de hoy?


3. ¿Qué le dice a un discípulo del Señor el “¡Estad preparados!”? ¿Cómo se hace la preparación?


“Eleva tu pensamiento, al cielo sube,

por nada te acongojes, nada te turbe”

(Santa Teresa de Jesús)




Francisco Fernández-CarvajalHablar con Dios




29ª semana. Miércoles


MUCHO LE PEDIRÁN


— Responsabilidad por las gracias recibidas.


— Responsabilidad en el trabajo. Prestigio profesional.


— Responsabilidad en el apostolado.


I. Después de haber hablado Jesús sobre la necesidad de estar vigilantes, Pedro le preguntó si se refería a ellos, a los más íntimos, o a todos1. Y el Señor volvió a insistir en lo imprevisible del momento en que Dios nos llamará para rendir cuentas de la herencia que dejó en nuestras manos: puede venir en la segunda vigilia o en la tercera..., a cualquier hora. Por otro lado, respondiendo a Pedro, señala que su enseñanza se dirige a todos, pero Dios pedirá cuentas a cada uno según sus circunstancias personales y las gracias que recibió. Todos tenemos que cumplir una misión aquí en la tierra, y de ella hemos de responder al final de la vida. Seremos juzgados según los frutos, abundantes o escasos, que hayamos dado. San Pablo lo recordará más tarde a los cristianos de los primeros tiempos: Es forzoso que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba el pago debido a las buenas o malas obras que haya hecho mientras ha estado revestido de su cuerpo2.


El Señor termina sus palabras con esta consideración: A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán. ¿Cuánto nos ha encomendado a nosotros? ¿Cuántas gracias, destinadas a otros, ha querido que pasen por nuestras manos? ¿Cuántos dependen de mi correspondencia personal a las gracias que recibo?... Este pasaje del Evangelio, que leemos en la Misa, es una fuerte llamada a la responsabilidad, pues a todos se nos ha dado mucho. «Cada hombre y cada mujer –señala un literato– es como un soldado que Dios coloca para custodiar una parte de la fortaleza del Universo. Unos están en las murallas y otros en el interior del castillo, pero todos han de ser fieles a su puesto de centinela y no abandonarlo nunca, o de lo contrario el castillo quedaría expuesto a los asaltos del infierno».


El hombre, la mujer responsable no se deja anular por un falso sentimiento de poquedad. Sabe que Dios es Dios, y él, en cambio, un montón de flaquezas, pero esto no lo retrae de su misión en la tierra, que, con la ayuda de la gracia, se convierte en una bendición de Dios: la fecundidad de la familia, que se prolonga más allá de lo que los padres pueden divisar con su mirada; la paternidad y la maternidad espiritual, que se cumple de una manera del todo particular en aquellos que recibieron de Dios una llamada a una entrega total, indiviso corde, y que tiene una inmensa trascendencia para toda la Iglesia y para la humanidad..., y todos, en la plena realización de su propia vocación en medio de sus quehaceres diarios. «Eres, entre los tuyos –alma de apóstol–, la piedra caída en el lago. —Produce, con tu ejemplo y tu palabra un primer círculo... y este otro... y otro, y otro... Cada vaz más ancho.


»¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?»3.


II. La responsabilidad –poder dar una respuesta a Dios– es signo de la dignidad humana: solo la persona libre puede ser responsable, eligiendo en cada momento, entre múltiples posibilidades, la que es más conforme con el querer divino y, por tanto, con su propia perfección4.


La responsabilidad en una persona que vive en medio del mundo ha de referirse, en buena parte, a su trabajo profesional, con el que da gloria a Dios, sirve a la sociedad, consigue los medios necesarios para el sostenimiento de la propia familia y realiza su apostolado personal. Contaba Juan Pablo I en una catequesis, durante su corto pontificado, lo que le sucedió a un hombre de prestigio, profesor de la Universidad de Bolonia. Una tarde le llamó el ministro de Educación y, después de hablar con él, le invitó a quedarse un día más en Roma. El profesor le contestó: «No puedo, tengo mañana clase en la Universidad, y los alumnos me esperan». El ministro le contestó: «Le dispenso yo». Y el profesor: «Usted puede dispensarme, pero yo no me dispenso»5. Era sin duda un hombre responsable, que no se limitaba a cumplir y a dar el menor número posible de clases. Era de aquellos, comentaba el Pontífice, que podían decir: «Para enseñar el latín a John, no basta conocer el latín, sino que es necesario conocer y amar a John». Y también: «tanto vale la lección cuanto la preparación». Probablemente era un hombre que amaba mucho su trabajo, ¡Cuántas veces tendremos que decir también nosotros «yo no me dispenso»..., aunque nos dispensen las circunstancias!


El sentido de responsabilidad llevará al cristiano a labrarse un prestigio profesional sólido si está aún estudiando o formándose en su oficio, a conservarlo si se encuentra en el pleno ejercicio de la profesión, y a cumplir y a excederse en esas tareas. Esto vale igualmente para la madre de familia, para el catedrático, para el oficinista o para el dependiente. «Cuando tu voluntad flaquee ante el trabajo habitual, recuerda una vez más aquella consideración: “el estudio, el trabajo, es parte esencial de mi camino. El descrédito profesional –consecuencia de la pereza– anularía o haría imposible mi labor de cristiano. Necesito –así lo quiere Dios– el ascendiente del prestigio profesional, para atraer y ayudar a los demás”.


»—No lo dudes: si abandonas tu tarea, ¡te apartas –y apartas a otros– de los planes divinos!»6.


III. A todo el que se le ha dado mucho... Pensemos en las incontables gracias que hemos recibido a lo largo de la vida, larga o corta, aquellas que conocimos palpablemente, y esa infinidad de dones que nos son desconocidos. Todos aquellos bienes que habíamos de repartir a manos llenas: alegría, cordialidad, ayudas pequeñas pero constantes... Meditemos hoy si nuestra vida es una verdadera respuesta a lo que Dios espera de nosotros.


En la parábola que leemos en este pasaje del Evangelio, el Señor habla de un siervo irresponsable que tenía como justificación de su mala administración una idea falsa: Mi amo tarda en venir. El Señor ha llegado ya y está todos los días entre nosotros. Es a Él a quien en cada jornada dirigimos nuestra mirada para comportarnos como el hijo delante de su Padre, como el amigo delante del Amigo. Y cuando, dentro de un tiempo no muy largo, al fin de la vida, le demos cuenta de la administración que hicimos de sus bienes, se llenará nuestro corazón de alegría al ver esa fila interminable de personas que, con la gracia y nuestro empeño, se acercaron a Él. Comprenderemos que nuestras acciones fueron como «la piedra caída en el lago», con una resonancia inmensa a nuestro alrededor; y esto gracias a la fidelidad diaria a nuestros deberes, quizá no muy brillantes externamente, a la oración y al sencillo pero firme y constante apostolado con los amigos, con los parientes, con aquellos que pasaron cerca de nuestra vida.


De hecho, el mismo Jesús anunció a sus discípulos: En verdad, en verdad os digo: el que cree en Mí, también él hará las obras que Yo hago, y las hará mayores que estas porque Yo voy al Padre7. San Agustín comenta así estas palabras del Señor: «No será mayor que yo el que en mí cree; sino que yo haré entonces cosas mayores que las que ahora hago; realizaré más por medio del que crea en mí, que lo que ahora realizo por mí mismo»8. ¡Tantas maravillas lleva a cabo a través de nuestra pequeñez cuando le dejamos! Las obras mayores «consisten esencialmente en dar a los hombres la vida divina, la fuerza del Espíritu y, por lo tanto, en su adopción como hijos de Dios (...). De hecho, Jesús dice: porque Yo voy al Padre. La marcha de Jesús no interrumpe su actividad de salvación del mundo, sino que asegura su crecimiento y expansión; no significa la separación de los suyos, sino su presencia en ellos, real aunque invisible. La unidad con Él, resucitado, es lo que les hace capaces de hacer obras mayores, de reunir a los hombres con el Padre y entre ellos (...). De nosotros depende que Jesús vuelva a pasar por la tierra para cumplir su obra: Él obra a través de nosotros, si le dejamos hacer a Él.


»También para venir por vez primera a la tierra, Dios pidió consentimiento a María, una de nosotros. María creyó: dio su adhesión total a los planes del Padre. Y ¿qué obra dio como fruto su fe? Por su “sí” el Verbo se hizo carne (Jn 1, 14) en Ella y se hizo posible la salvación de la humanidad»9. A Nuestra Señora también le pedimos nosotros que nos ayude a cumplir todo aquello que su Hijo nos ha encomendado: un apostolado eficaz en el ambiente en el que nos encontramos.





Salmo 35: Depravación del malvado y bondad de Dios



Ant: Tu luz, Señor, nos hace ver la luz.



El malvado escucha en su interior

un oráculo del pecado:

«No tengo miedo a Dios,

ni en su presencia.»

Porque se hace la ilusión de que su culpa

no será descubierta ni aborrecida.


Las palabras de su boca son maldad y traición,

renuncia a ser sensato y a obrar bien;

acostado medita el crimen,

se obstina en el mal camino,

no rechaza la maldad.


Señor, tu misericordia llega al cielo,

tu fidelidad hasta las nubes;

tu justicia hasta las altas cordilleras,

tus sentencias son como el océano inmenso.


Tú socorres a hombres y animales;

¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!,

los humanos se acogen a la sombra de tus alas;


se nutren de lo sabroso de tu casa,

les das a beber del torrente de tus delicias,

porque en ti está la fuente viva,

y tu luz nos hace ver la luz.


Prolonga tu misericordia con los que te reconocen,

tu justicia con los rectos de corazón;

que no me pisotee el pie del soberbio,

que no me eche fuera la mano del malvado.


Han fracasado los malhechores;

derribados, no se pueden levantar.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.



Ant: Tu luz, Señor, nos hace ver la luz.



Judit 16, 2-3.15-19: Dios, creador del mundo y protector de su pueblo



Ant: Señor, tú eres grande, tu fuerza es invencible.



¡Alabad a mi Dios con tambores,

elevad cantos al Señor con cítaras,

ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza,

ensalzad e invocad su nombre!

Porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras,

su nombre es el Señor.


Cantaré a mi Dios un cántico nuevo:

Señor, tú eres grande y glorioso,

admirable en tu fuerza, invencible.


Que te sirva toda la creación,

porque tú lo mandaste, y existió;

enviaste tu aliento, y la construiste,

nada puede resistir a tu voz.


Sacudirán las olas los cimientos de los montes,

las peñas en tu presencia se derretirán como cera,

pero tú serás propicio a tus fieles.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.



Ant: Señor, tú eres grande, tu fuerza es invencible.



Salmo 46: El Señor es rey de todas las cosas



Ant: Aclamad a Dios con gritos de júbilo.



Pueblos todos, batid palmas,

aclamad a Dios con gritos de júbilo;

porque el Señor es sublime y terrible,

emperador de toda la tierra.


Él nos somete los pueblos

y nos sojuzga las naciones;

Él nos escogió por heredad suya:

gloria de Jacob, su amado.


Dios asciende entre aclamaciones;

el Señor, al son de trompetas:

tocad para Dios, tocad,

tocad para nuestro Rey, tocad.


Porque Dios es el rey del mundo:

tocad con maestría.

Dios reina sobre las naciones,

Dios se sienta en su trono sagrado.


Los príncipes de los gentiles se reúnen

con el pueblo del Dios de Abrahán;

porque de Dios son los grandes de la tierra,

y Él es excelso.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.



Ant: Aclamad a Dios con gritos de júbilo.



Lectura



Tb 4,16-17. 19-20


No hagas a otro lo que a ti no te agrada. Da tu pan al hambriento y tu ropa al desnudo. Pide consejo al sensato y no desprecies un consejo útil. Bendice al Señor Dios en todo momento, y pídele que allane tus caminos y que te dé éxito en tus empresas y proyectos.



V/. Inclina, Señor, mi corazón a tus preceptos.


R/. Inclina, Señor, mi corazón a tus preceptos.


V/. Dame vida con tu palabra.


R/. mi corazón a tus preceptos.


V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo


R/. Inclina, Señor, mi corazón a tus preceptos.



Cántico Ev.



Ant: Ten misericordia de nosotros, Señor, y recuerda tu santa alianza.




Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo,

por boca de sus santos profetas.


Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la misericordia

que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza

y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.


Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días.


Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor

a preparar sus caminos,

anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.


Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos

por el camino de la paz.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.



Ant: Ten misericordia de nosotros, Señor, y recuerda tu santa alianza.



Preces



Demos gracias a Cristo con alabanzas continuas, porque no se desdeña de llamar hermanos a los que santifica con su gracia. Por tanto, supliquémosle:


Santifica a tus hermanos, Señor.


- Concédenos, Señor, que con el corazón puro consagremos el principio de este día en honor de tu resurrección,

y que santifiquemos el día entero con trabajos que sean de tu agrado.


- Tú que, para que aumente nuestra alegría y se afiance nuestra salvación, nos das este nuevo día, signo de tu amor,

renuévanos hoy y siempre para gloria de tu nombre.


- Haz que sepamos descubrirte a ti en todos nuestros hermanos,

sobre todo en los que sufren y en los pobres.


- Haz que durante este día estemos en paz con todo el mundo,

y a nadie devolvamos mal por mal.



Tal como nos enseñó el Señor, terminemos nuestra oración, diciendo:



Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;


venga a nosotros tu reino;


hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.


Danos hoy nuestro pan de cada día;


perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.


No nos dejes caer en la tentación,


y líbranos del mal.



Final



Señor Dios, salvador nuestro, danos tu ayuda para que siempre deseemos las obras de la luz y realicemos la verdad: así los que de ti hemos nacido como hijos de la luz seremos tus testigos ante los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.


Amén.

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