Custodia

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Saludo

Bendición

viernes, 13 de octubre de 2023

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 


Viernes, XXVII semana del Tiempo Ordinario, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

 
Himno

La noche, el caos, el terror,
cuanto a las sombras pertenece
siente que el alba de oro crece
y anda ya próximo el Señor.

El sol, con lanza luminosa,
rompe la noche y abre el día;
bajo su alegre travesía,
vuelve el color a cada cosa.

El hombre estrena claridad
de corazón, cada mañana;
se hace la gracia más cercana
y es más sencilla la verdad.

¡Puro milagro de la aurora!
Tiempo de gozo y eficacia:
Dios con el hombre, todo gracia
bajo la luz madrugadora.

¡Oh la conciencia sin malicia!
¡La carne, al fin, gloriosa y fuerte!
Cristo de pie sobre la muerte,
y el sol gritando la noticia.

Guárdanos tú, Señor del alba,
puros, austeros, entregados;
hijos de luz resucitados
en la Palabra que nos salva.

Nuestros sentidos, nuestra vida,
cuanto oscurece la conciencia
vuelve a ser pura transparencia
bajo la luz recién nacida. Amén.

Salmo 68,2-22.30-37 - I: Me devora el celo de tu templo

Ant: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los pelos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?

Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos,
se burlan de mí;
cuando me visto de saco,
se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
mientras beben vino me sacan coplas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Salmo 68,2-22.30-37 - II:

Ant: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:

arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tú vista están los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Salmo 68,2-22.30-37 - III:

Ant: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

V/. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R/. Y marcharemos por sus sendas.

Lectura

V/. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R/. Y marcharemos por sus sendas.

Los siervos. Los falsos maestros


1Tm 6,1-10

Querido hermano: Los que están bajo yugo de esclavitud consideren a sus amos dignos de todo respeto, para que no se maldiga a Dios y a nuestra doctrina. Los que tienen amos creyentes no los tengan en menos porque sean hermanos; al contrario, sírvanlos mejor, pues los que reciben el beneficio son creyentes y amigos.

Esto es lo que tienes que enseñar y recomendar. Si alguno enseña otra cosa distinta, sin atenerse a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que armoniza con la piedad, es un orgulloso y un ignorante, que padece la enfermedad de plantear cuestiones inútiles y discutir atendiendo sólo a las palabras. Esto provoca envidias, polémicas, difamaciones, sospechas maliciosas, controversias propias de personas tocadas de la cabeza, sin el sentido de la verdad, que se han creído que la piedad es un medio de lucro.

Es verdad que la piedad es una ganancia, cuando uno se contenta con poco. Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Teniendo qué comer y qué vestir nos basta. En cambio, los que buscan riquezas caen en tentaciones, trampas y mil afanes absurdos y nocivos, que hunden a los hombres en la perdición y la ruina. Porque la codicia es la raíz de todos los males, y muchos, arrastrados por ella, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos.

R/. No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?


V/. Teniendo qué comer y qué vestir nos basta.

R/. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?

L. Patrística

El progreso del dogma cristiano
San Vicente de Lerins

Primer Conmonitorio 23

¿Es posible que se dé en la Iglesia un progreso en los conocimientos religiosos? Ciertamente que es posible, y la realidad es que este progreso se da.

En efecto, ¿quién envidiaría tanto a los hombres y sería tan enemigo de Dios como para impedir este progreso? Pero este progreso sólo puede darse con la condición de que se trate de un auténtico progreso en el conocimiento la fe, no de un cambio en la misma fe. Lo propio del progreso es que la misma cosa que progresa crezca y aumente, mientras lo característico del cambio es que la cosa que se muda se convierta en algo totalmente distinto.

Es conveniente, por tanto, que, a través de todos los tiempos y de todas las edades, crezca y progrese la inteligencia, la ciencia y la sabiduría de cada una de las personas y del conjunto de los hombres, tanto por parte de la Iglesia entera, como por parte de cada uno de sus miembros. Pero este crecimiento debe seguir su propia naturaleza; es decir, debe estar de acuerdo con las líneas del dogma y debe seguir el dinamismo de una única e idéntica doctrina.

Que el conocimiento religioso imite, pues, el modo como crecen los cuerpos, los cuales, si bien con el correr de años se van desarrollando, conservan, no obstante, su propia naturaleza. Gran diferencia hay entre la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad, pero, no obstante, los que van llegando ahora a la ancianidad son, en realidad, los mismos que hace un tiempo eran adolescentes. La estatura y las costumbres del hombre pueden cambiar, pero su naturaleza continúa idéntica y su persona es la misma.

Los miembros de un recién nacido son pequeños, los de un joven están ya desarrollados; pero, con todo, el uno y el otro tienen el mismo número de miembros. Los niños tienen los mismos miembros que los adultos y, si algún miembro del cuerpo no es visible hasta la pubertad, este miembro, sin embargo, existe ya como un embrión en la niñez, de tal forma que nada llega a ser realidad en el anciano que no se contenga como en germen en el niño.

No hay, pues, duda alguna: la regla legítima de todo progreso y la norma recta de todo crecimiento consiste en que, con el correr de los años, vayan manifestándose en los adultos las diversas perfecciones de cada uno de aquellos miembros que la sabiduría del Creador había ya preformado en el cuerpo del recién nacido.

Porque, si aconteciera que un ser humano tomara apariencias distintas a las de su propia especie, sea porque adquiriera mayor número de miembros, sea porque perdiera alguno de ellos, tendríamos que decir que todo el cuerpo perece o bien que se convierte en un monstruo o, por lo menos, que ha sido gravemente deformado. Es también esto mismo lo que acontece con los dogmas cristianos: las leyes de su progreso exigen que éstos se consoliden a través de las edades, se desarrollen con el correr de los años y crezcan con el paso del tiempo.

Nuestros mayores sembraron antiguamente, en el campo de la Iglesia, semillas de una fe de trigo; sería ahora grandemente injusto e incongruente que nosotros, sus descendientes, en lugar de la verdad del trigo, legáramos a nuestra posteridad el error de la cizaña.

Al contrario, lo recto y consecuente, para que no discrepen entre sí la raíz y sus frutos, es que de las semillas de una doctrina de trigo recojamos el fruto de un dogma de trigo; así, al contemplar cómo a través de los siglos aquellas primeras semillas han crecido y se han desarrollado, podremos alegrarnos de cosechar el fruto de los primeros trabajos.

R/. Escucha, Israel, los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada.


V/. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida.

R/. No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada.

Viernes, XXVII semana del Tiempo Ordinario, feria

Jl 1,13-15;2,1-2: El día del Señor, día de oscuridad y tinieblas.

Vestíos de luto y haced duelo, sacerdotes; llorad, ministros del altar; venid a dormir en esteras, ministros de Dios, porque faltan en el templo del Señor ofrenda y libación. Proclamad el ayuno, congregad la asamblea, reunid a los ancianos, a todos los habitantes de la tierra, en el templo del Señor, nuestro Dios, y clamad al Señor. ¡Ay de este día! Que está cerca el día del Señor, vendrá como azote del Dios de las montañas. Tocad la trompeta en Sión, gritad en mi monte santo, tiemblen los habitantes del país, que viene, ya está cerca, el día del Señor. Día de oscuridad y tinieblas, día de nube y nubarrón; como negrura extendida sobre los montes, una horda numerosa y espesa; como ella no la hubo jamás, después de ella no se repetirá, por muchas generaciones.

Sal 9,2-3.6.16.8-9: El Señor juzgará el orbe con justicia.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo
y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.

Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.

Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
El juzgará el orbe con justicia
y regirá las naciones con rectitud.

Lc 11,15-26: Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.

En aquel tiempo, habiendo echado Jesús un demonio, algunos de entre la multitud dijeron:

-Si echa los demonios, es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.

Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo.

El, leyendo sus pensamientos, les dijo:

-Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa.

Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino?

Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces.

Pero si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros.

Pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín.

El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama.

Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por el desierto, buscando un sitio para descansar; pero como no lo encuentra, dice:

-Volveré a la casa de donde salí.

Al volver se la encuentra barrida y arreglada.

Entonces va a coger otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí.

Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 11,15-26.
“Si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”
Un discípulo unido a Jesús es más fuerte que el mal
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

En la enseñanza del “Padre Nuestro”, la segunda invocación que Jesús le pide a los discípulos que pronuncien es “Venga tu Reino” (11,3). El “Reino” viene en la persona de Jesús y el mayor de todos sus dones es el Espíritu Santo (11,13).

Pues bien, el pasaje de hoy da un paso adelante en este tema mostrándonos que gracias a la venida del Reino un discípulo de Jesús vive bajo el Señorío de Dios, descartando completamente cualquier dominación de Satanás. La vida en el Reino de Dios supone victoria sobre las fuerzas del Mal.

Por experiencia personal, los discípulos, quienes ya han estado en misión saben que cuentan con un respaldo que les permite vencer el mal: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (10,17), le dijo Jesús cuando ellos regresaban felices de su experiencia misionera.

Ahora, con los discípulos detrás de él, después de realizar un exorcismo, Jesús recibe un ataque que saca a relucir el por qué de su confrontación con Satanás.

Los adversarios afirman que Jesús: “Por (el poder del) príncipe de los demonios, expulsa los demonios” (11,15). Él les responde que dicha afirmación no es coherente, porque si así fuera, entonces deberían decir lo mismo de los exorcismos que ellos mismos acostumbraban realizar (11,19).

Puesto que los exorcismos no necesariamente eran prueba de un poder divino, en aquella época acostumbraban pedir “una señal del cielo” (11,16). Jesús aclara que sus exorcismos son precisamente una señal del cielo porque se trata del “dedo de Dios” realizando esta obra (11,20; valga esta anotación: el “dedo de Dios” es una designación bíblica del poder de Dios, como figura en Ex 8,15; 3,18; Dt 9,10 y también en la literatura antigua).

Con esto Jesús le dice a sus críticos que mientras Él expulsa los demonios como una manifestación auténtica del obrar de Dios, ellos no hacen más que realizar actos mágicos que, a la hora de la verdad no tienen eficacia a fondo sobre el mal (ver el contexto de la primitiva Iglesia, por ejemplo en Hch 9,13-17).

En el texto se distingue entre el “Príncipe de los demonios” y los “demonios” (11,15 y 19). La idea es que Satán (aquí con el título de “Beelzebul”) es el jefe de cuadrillas de demonios. Sobre esto, Jesús enseña que las victorias sobre los “demonios” que se realizan a lo largo de su ministerio, son un anticipo de la victoria final sobre Satán que se realizará en la Cruz (4,13 y 22,3).

Desde esta perspectiva, el ministerio de Jesús y también nuestra vida como discípulos de Él, se presenta como un campo de batalla (11,2-22) en el que tendremos que definirnos: ¿De qué lado estamos? (11,23).

Finalmente, Jesús dirige su mirada hacia todo aquél que ya ha comenzado una vida nueva: hay estar siempre vigilante. No hay que confiarse porque puede haber recaídas y éstas –la experiencia lo demuestra– suelen dejar a la persona en una situación peor que la inicialmente superada (11,24-26). No hay que darle chance al demonio con un retroceso. Para impedirlo, una persona liberada debe mantenerse en la raya, en el campo de Jesús, construyendo la fidelidad en la renovación continua de la fe y en el aprendizaje del Evangelio. Este es el verdadero “estar y recoger conmigo” (11,23).

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué relación hay entre la catequesis sobre la oración en Lc 11,1-13 y este pasaje?

2. ¿Qué implica la “venida del Reino de Dios” que suplicamos en la oración para la vida del discípulo?

3. ¿Cuáles son las formas del “mal” (y de un reino del mal organizado) que atacan a los discípulos de Jesús?

“He visto a tantas almas volar como pobres mariposas y quemarse las alas, seducidas por esa falsa luz, y luego volver a la verdadera, a la dulce luz del amor que les prestaba nuevas alas, más brillantes y más ligeras, para volar hacia Jesús, ese Fuego divino ‘que quema sin consumirse’ (Ex 3,2)”
(Santa Teresita del Niño Jesús)


27ª semana. Viernes

LA VOLUNTAD DE DIOS


— El cumplimiento de la voluntad divina.

— Purificar la propia voluntad, inclinada excesivamente hacia uno mismo.

— Amar en todo el querer de Dios.

I. Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo, rogamos a Dios en la tercera petición del Padrenuestro. Queremos alcanzar del Señor las gracias necesarias para que podamos cumplir aquí en la tierra todo lo que Dios quiere, como lo cumplen los bienaventurados en el Cielo. La mejor oración es aquella que transforma nuestro deseo hasta conformarlo, gozosamente, con la voluntad divina, hasta poder decir con Jesús: No se haga mi voluntad, Señor, sino la tuya: no quiero nada que Tú no quieras. Nada. este es el fin principal de toda petición: identificarnos plenamente con el querer divino.

Si es así nuestra oración, siempre saldremos beneficiados, pues no hay nadie que quiera tanto nuestro bien y nuestra felicidad como el Señor. Casi sin darnos cuenta, sin embargo, deseamos en muchas ocasiones que se cumpla ante todo nuestro querer, que juzgamos muy acertado y conveniente, aunque deseemos, quizá fervientemente, que el querer divino coincida con el nuestro... No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal1, escribe el Apóstol Santiago.

Cuando decimos: Señor, hágase tu voluntad, no nos situamos ante un acontecimiento o ante una gestión..., en la peor de las posibilidades o en la desgracia, sino en «la mejor» de las posibles, porque, aun en el caso en que aquello que Dios permite parezca a primera vista un desastre, debemos trascender esa visión puramente humana y aprender que existe un plano más alto, donde Dios integra aquel suceso en un bien superior, que quizá en ese momento nosotros no vemos. Aquella situación que se nos presenta oscura es solo una sombra de un cuadro luminoso y lleno de belleza; pues la sabiduría divina ¿no es más sabia que la nuestra?; su amor por nosotros y por los nuestros, ¿no es infinitamente mayor que el nuestro? Si pedimos pan, ¿nos va a dar una piedra? ¿No es acaso nuestro Padre? Cuando oréis habéis de decir: Abba, Padre... Solo en este clima de amor y de confianza es posible la oración verdadera: Señor, si conviene, concédeme... Dios sabe más y es infinitamente bueno, mejor siempre de lo que nosotros podemos comprender. Él quiere lo mejor; y lo mejor a veces no es lo que pedimos. María de Betania le envió un mensaje urgente para que curara a su hermano Lázaro, que se encontraba a punto de morir. Y Jesús no lo curó, lo resucitó. Él es sabio, con una sabiduría divina, y nosotros, ignorantes. Él abarca la vida entera, la nuestra y la de aquellos a quienes amamos, y nosotros apenas vislumbramos un poco de lo inmediato. Vemos esos instantes con premura e impaciencia quizá, y Él ve toda la vida y la eternidad... No sabemos pedir lo que conviene, pero el Espíritu Santo aboga por nosotros con gemidos inefables2. No rogamos que Dios quiera, sino que nos enseñe y nos dé fuerzas para cumplir lo que Él quiere3.

Querer hacer la voluntad de Dios en todo, aceptarla con gozo, amarla, aunque humanamente parezca difícil y dura, no «es la capitulación del más débil ante el más fuerte, sino la confianza del hijo en el Padre, cuya bondad nos enseña a ser plenamente hombre: lo cual implica el alegre descubrimiento de la condición de nuestra grandeza»4, la filiación divina.

II. Hágase tu voluntad...

En muchos momentos, nuestro querer natural coincide con el de Dios. Todo parece entonces sereno y suave, y se camina sin gran dificultad. Pero no debemos olvidar que en el progreso hacia la santidad tendremos que purificar el propio yo, la propia voluntad inclinada excesivamente hacia uno mismo, incluso en asuntos nobles, y dirigirla a la plena identificación con el querer divino. Este es la verdadera brújula que orienta los pasos directamente a Dios, y que nos llevará en tantas ocasiones por senderos distintos a los que nosotros, con un criterio exclusivamente humano, hubiéramos escogido. Y el Espíritu Santo quizá nos diga, en la intimidad de nuestro corazón: Mis caminos no son vuestros caminos...5.

Del Señor debemos aprender el camino seguro del cumplimiento de la voluntad de Dios en todo. Es esta una enseñanza continua a lo largo del Evangelio. Cuando los Apóstoles instan a Jesús, cansado después de una larga jornada, para que tome algún alimento de los que acaban de comprar en una ciudad de Samaria, les dice: Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado y dar cumplimiento a su obra6. Nuestro alimento, lo que nos da fuerzas y firmeza para vivir como hijos de Dios, lo que da sentido a una vida, es saber que estamos haciendo la voluntad de Dios hasta en los detalles más pequeños del vivir diario. En otras muchas ocasiones repetirá Jesús esta misma enseñanza: no pretendo hacer Mi voluntad, sino la de Aquel que me ha enviado7. ¡Si pudiéramos nosotros decir siempre esto mismo! Yo no quiero, Señor –le decimos en nuestro interior–, hacer aquello que desean mis sentidos o mi inteligencia, aunque sea lícito, sino aquello que Tú quieres que lleve a cabo, aunque parezca difícil y costoso. Si alguna vez nos sucede esto, que nos cuesta aceptar la voluntad de Dios, iremos al Sagrario a ver a Jesús, y después de un rato de oración comprenderemos que nuestro querer más íntimo es precisamente aceptar y amar la voluntad de Dios. Será entonces el momento –especialmente si se trata de un asunto que nos resulta muy costoso y molesto– de hacer nuestra la oración de Jesús en los comienzos de la Pasión: Padre mío, si es de tu agrado, aleja de Mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya8No se haga mi voluntad... repetiremos despacio, sino lo que Tú quieres.

Los Apóstoles predicaron más tarde lo que aprendieron del Maestro: el Reino de los Cielos solo es accesible al que hace la voluntad de mi Padre celestial9, pues el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre10. Es ahí –en el cumplimiento del querer divino– donde la criatura encuentra su verdadera felicidad, pues la voluntad divina está orientada a que seamos plenamente felices en esta vida y en la otra, de un modo con frecuencia distinto al que nosotros habíamos proyectado: «a quien posee a Dios, nada le falta..., si él mismo no le falta a Dios»11.

Nuestra voluntad tiene así una meta: hacer siempre, también en lo pequeño, en las tareas ordinarias, lo que Dios quiere que hagamos. Así, decidimos en cada circunstancia no aquello que nos es más útil o agradable, sino según lo que quiere el Señor en aquella situación concreta. Y como Dios quiere lo mejor, aunque de modo inmediato no lo experimentemos, estamos ejerciendo la libertad en el bien, que es donde verdaderamente se realiza12. Por eso, cuando ejercitamos nuestra libertad haciendo propio el querer divino, estamos convirtiendo nuestra vida en un continuo acto de amor.

III. Padre, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo... Y disponemos el alma no solo para llevar a cabo el querer divino, sino para amar lo que Dios hace o permite. Cuando los acontecimientos o las circunstancias no permiten que escojamos nosotros, es Dios quien ya ha elegido por nosotros. Es en esas situaciones, a veces humanamente difíciles, donde debemos decir con paz: «¿Lo quieres, Señor?... ¡Yo también lo quiero!»13. Pueden ser ocasiones extraordinarias para confiar más y más en Dios. Esa voluntad divina que aceptamos puede llamarse sufrimiento, enfermedad o pérdida de un ser querido. O quizá son hechos que nos llegan por los simples sucesos de cada jornada o el transcurrir de los días: aceptar el paso del tiempo que comienza a dejar su huella bien marcada en el cuerpo, el sueldo insuficiente, una profesión distinta de la que hubiéramos deseado ejercer pero que debemos realizar con amor porque las circunstancias nos han llevado a ella y que ya no es posible abandonar, el fracaso por un olvido o error ridículo, los malentendidos, el carácter de alguien con el que cada día hemos de pasar codo a codo muchas horas, los sueños nobles no realizados..., el aceptarse a uno mismo con todas sus limitaciones, sin que esto mate el deseo de superación y, sobre todo, de crecer en las virtudes. También podremos decir nosotros entonces:

«Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza (...).
¿Qué mandáis hacer de Mí?»14.

¿Qué quieres, Señor, de mí en esta circunstancia concreta, y en aquella otra?

La aceptación alegre de la voluntad divina nos dará siempre paz en el alma y, en lo humano, evitará desgastes inútiles, pero muchas veces no suprimirá el dolor. El mismo Jesús lloró como nosotros. En la Carta a los Hebreos leemos que en los días de su vida mortal ofreció oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas15. Nuestras lágrimas, cuando se trata de un suceso doloroso, no ofenden a Dios, sino que mueven a su compasión. «Me has dicho: Padre, lo estoy pasando muy mal.

»Y te he respondido al oído: toma sobre tus hombros una partecica de esa cruz, solo una parte pequeña. Y si ni siquiera así puedes con ella, ...déjala toda entera sobre los hombros fuertes de Cristo. Y ya desde ahora, repite conmigo: Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno.

»Y quédate tranquilo»16.

Quiere el Señor además que, junto a la amorosa aceptación del querer divino, pongamos todos los medios humanos para salir de esa mala situación, si es posible. Y si no lo es, o tarda en resolverse, nos abrazaremos con fuerza a nuestro Padre Dios y podremos decir, como San Pablo en momentos muy difíciles: Reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones17. Nada podrá quitarnos la alegría.

Nuestra Madre Santa María es el modelo que hemos de imitar, diciendo: Hágase en mí según tu palabra. Que se haga lo que Tú quieras, y como Tú quieras, Señor.



Salmo 50: Misericordia, Dios mío

Ant: Contra ti, contra ti solo pequé, Señor, ten misericordia de mí.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

¡Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Contra ti, contra ti solo pequé, Señor, ten misericordia de mí.

Jeremías 14,17-21: Lamentación del pueblo en tiempo de hambre y de guerra

Ant: Reconocemos, Señor, nuestra impiedad; hemos pecado contra ti.

Mis ojos se deshacen en lágrimas,
día y noche no cesan:
por la terrible desgracia de la Doncella de mi pueblo,
una herida de fuertes dolores.

Salgo al campo: muertos a espada;
entro en la ciudad: desfallecidos de hambre;
tanto el profeta como el sacerdote
vagan sin sentido por el país.

¿Por qué has rechazado del todo a Judá?
¿Tiene asco tu garganta de Sión?
¿Por qué nos has herido sin remedio?
Se espera la paz, y no hay bienestar,
al tiempo de la cura sucede la turbación.

Señor, reconocemos nuestra impiedad,
la culpa de nuestros padres,
porque pecamos contra ti.

No nos rechaces, por tu nombre,
no desprestigies tu trono glorioso;
recuerda y no rompas tu alianza con nosotros.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Reconocemos, Señor, nuestra impiedad; hemos pecado contra ti.

Salmo 99: Alegría de los que entran en el templo

Ant: El Señor es Dios, y nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios:
que El nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades»

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor es Dios, y nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño

Lectura

2Co 12,9b-10

Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

V/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

R/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

V/. Indícame el camino que he de seguir.

R/. Hazme escuchar tu gracia.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

Cántico Ev.

Ant: El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.

Preces

Elevemos los ojos a Cristo, que nació, murió y resucitó por su pueblo, diciendo confiados:

Salva, Señor, a los que redimiste con tu sangre

- Te bendecimos, Señor, a ti que por nosotros aceptaste el suplicio de la cruz
y nos redimiste con tu preciosa sangre


- Tú que prometiste a los que en ti creyeran un agua que salta hasta la vida eterna,
derrama tu Espíritu sobre todos los hombres


- Tú que enviaste a los discípulos a predicar el Evangelio,
ayúdalos para que extiendan la victoria de la cruz


- A los enfermos y a todos los que has asociado a los sufrimientos de tu pasión,
concédeles fortaleza y paciencia

Llenos del Espíritu de Jesucristo, acudamos a nuestro Padre común, diciendo:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Ilumina, Señor, nuestros corazones y fortalece nuestras voluntades, para que sigamos siempre el camino de tus mandatos, reconociéndote como nuestro guía y maestro. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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