Custodia

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Saludo

Bendición

martes, 21 de febrero de 2023

Oficio, laudes, lecturas y reflexión +

 Martes, VII semana del Tiempo Ordinario, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.

R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.


Invitatorio


Salmo 94: Invitación a la alabanza divina


Ant: Venid, adoremos al Señor, Dios soberano.


Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos.


-se repite la antífona


Porque el Señor es un Dios grande,

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra,

son suyas las cumbres de los montes;

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.


-se repite la antífona


Entrad, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.


-se repite la antífona


Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y me tentaron, aunque habían visto mis obras.


-se repite la antífona


Durante cuarenta años

aquella generación me asqueó, y dije:

"Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso."»


-se repite la antífona


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Venid, adoremos al Señor, Dios soberano.


 

Himno


Señor, el día empieza. Como siempre,

postrados a tus pies, la luz del día

queremos esperar.

Eres la fuerza

que tenemos los débiles, nosotros.


Padre nuestro,

que en los cielos estás, haz a los hombres

iguales: que ninguno se avergüence

de los demás; que todos al que gime

den consuelo; que todos, al que sufre

del hambre la tortura, le regalen

en rica mesa de manteles blancos

con blanco pan y generoso vino;

que no luchen jamás; que nunca emerjan,

entre las áureas mieses de la historia,

sangrientas amapolas, las batallas.


Luz, Señor, que ilumine las campiñas

y las ciudades; que a los hombres todos,

en sus destellos mágicos, envuelva

luz inmortal; Señor, luz de los cielos,

fuente de amor y causa de la vida.


Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.

Amén.


Salmo 67-I: Entrada triunfal del Señor


Ant: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian.


Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,

huyen de su presencia los que lo odian;


como el humo se disipa, se disipan ellos;

como se derrite la cera ante el fuego,

así perecen los impíos ante Dios.


En cambio, los justos se alegran,

gozan en la presencia de Dios,

rebosando de alegría.


Cantad a Dios, tocad en su honor,

alfombrad el camino del que avanza por el desierto;

su nombre es el Señor:

alegraos en su presencia.


Padre de huérfanos, protector de viudas,

Dios vive en su santa morada.


Dios prepara casa a los desvalidos,

libera a los cautivos y los enriquece;

sólo los rebeldes

se quedan en la tierra abrasada.


Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo

y avanzabas por el desierto,

la tierra tembló, el cielo destiló

ante Dios, el Dios del Sinaí;

ante Dios, el Dios de Israel.


Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,

aliviaste la tierra extenuada;

y tu rebaño habitó en la tierra

que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian.


Salmo 67-II:


Ant: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.


El Señor pronuncia un oráculo,

millares pregonan la alegre noticia:

"los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;

las mujeres reparten el botín.


Mientras reposabais en los apriscos,

las palomas batieron sus alas de plata,

el oro destellaba en sus plumas.

Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,

la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío".


Las montañas de Basán son altísimas,

las montañas de Basán son escarpadas;

¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,

del monte escogido por Dios para habitar,

morada perpetua del Señor?


Los carros de Dios son miles y miles:

Dios marcha del Sinaí al santuario.

Subiste a la cumbre llevando cautivos,

te dieron tributo de hombres:

incluso los que se resistían

a que el Señor Dios tuviera una morada.


Bendito el Señor cada día,

Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.

Nuestro Dios es un Dios que salva,

el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.


Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,

los cráneos de los malvados contumaces.

Dice el Señor: "Los traeré desde Basán,

los traeré desde el fondo del mar;

teñirás tus pies en la sangre del enemigo

y los perros la lamerán con sus lenguas".


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.


Salmo 67-III:


Ant: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.


Aparece tu cortejo, oh Dios,

el cortejo de mi Dios, de mi Rey,

hacia el santuario.


Al frente, marchan los cantores;

los últimos, los tocadores de arpa;

en medio, las muchachas van tocando panderos.


"En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,

al Señor, estirpe de Israel".


Va delante Benjamín, el más pequeño;

los príncipes de Judá con sus tropeles;

los príncipes de Zabulón,

los príncipes de Neftalí.


Oh Dios, despliega tu poder,

tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.

A tu templo de Jerusalén

traigan los reyes su tributo.


Reprime a la Fiera del Cañaveral,

al tropel de los Toros,

a los Novillos de los pueblos.


Que se te rindan con lingotes de plata:

dispersa las naciones belicosas.

Lleguen los magnates de Egipto,

Etiopía extienda sus manos a Dios.


Reyes de la tierra, cantad a Dios,

tocad para el Señor,

que avanza por los cielos,

los cielos antiquísimos,

que lanza su voz, su voz poderosa:

"Reconoced el poder de Dios".


Sobre Israel resplandece su majestad,

y su poder sobre las nubes.

Desde el santuario, Dios impone reverencia:

es el Dios de Israel

quien da fuerza y poder a su pueblo.


¡Dios sea bendito!


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.


V/. Voy a escuchar lo que dice el Señor.


R/. Dios anuncia la paz a su pueblo.


Lectura


V/. Voy a escuchar lo que dice el Señor.


R/. Dios anuncia la paz a su pueblo.


Diversidad de los tiempos


Qo 3,1-22


Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de derruir, tiempo de construir; tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras, tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse; tiempo de buscar, tiempo de perder; tiempo de guardar, tiempo de desechar; tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra, tiempo de paz.


¿Qué saca el obrero de sus fatigas? Observé todas las tareas que Dios encomendó a los hombres para afligirlos: todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre el mundo para que pensara; pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio hasta el fin.


Y comprendí que el único bien del hombre es alegrarse y pasarlo bien en la vida. Pero que el hombre coma y beba y disfrute del producto de su trabajo es don de Dios.


Comprendí que todo lo que hizo Dios durará siempre: no se puede añadir ni restar. Porque Dios exige que lo respeten. Lo que fue ya había sido, lo que será ya fue, pues Dios da alcance a lo que huye.


Otra cosa observé bajo el sol: en la sede del derecho, el delito; en el tribunal de la justicia, la iniquidad; y pensé: «Al justo y al malvado los juzgará Dios. Hay una hora para cada asunto y un lugar para cada acción.» Acerca de los hombres, pensé así: «Dios los prueba para que vean que por sí mismos son animales.» Pues es una la suerte de hombres y animales: muere uno y muere el otro, todos tienen el mismo aliento, y el hombre no supera a los animales. Todos son vanidad. Todos caminan al mismo lugar, todos vienen del polvo, y todos vuelven al polvo. ¿Quién sabe si el aliento del hombre sube arriba y el aliento del animal baja a la tierra?


Y así observé que el único bien del hombre es disfrutar de lo que hace: ésa es su paga; pues nadie lo ha de traer a disfrutar de lo que vendrá después de él.


R/. El momento es apremiante. Queda como solución que los que negocian en el mundo vivan como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina.


V/. Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol.


R/. Porque la representación de este mundo se termina.


L. Patrística


Tiene su tiempo el nacer y su tiempo el morir

San Gregorio de Nisa


De las homilías sobre el libro del Eclesiastés 6


Tiene su tiempo -leemos- el nacer y su tiempo el morir. Bellamente comienza yuxtaponiendo estos dos hechos inseparables, el nacimiento y la muerte. Después del nacimiento, en efecto, viene inevitablemente la muerte, ya que toda nueva vida tiene por fin necesario la disolución de la muerte.


Tiene su tiempo -dice- el nacer y su tiempo el morir. ¡Ojalá se me conceda también a mí el nacer a su tiempo y el morir oportunamente! Pues nadie debe pensar que el Eclesiastés habla aquí del nacimiento involuntario y de la muerte natural, como si en ello pudiera haber algún mérito. Porque el nacimiento no depende de la voluntad de la mujer, ni la muerte del libre albedrío del que muere. Y lo que no depende de nuestra voluntad no puede ser llamado virtud ni vicio. Hay que entender esta afirmación, pues, del nacimiento y muerte oportunos.


Según mi entender, el nacimiento es a tiempo y no abortivo cuando, como dice Isaías, aquel que ha concebido del temor de Dios engendra su propia salvación con los dolores de parto del alma. Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz.


Esto hacemos cuando aceptamos a Dios en nosotros, hechos hijos de Dios, hijos de la virtud, hijos del Altísimo. Por el contrario, nos damos a luz abortivamente y nos hacemos imperfectos y nacidos fuera de tiempo cuando no está formada en nosotros lo que el Apóstol llama la forma de Cristo. Conviene, por tanto, que el hombre de Dios sea íntegro y perfecto.


Así, pues, queda claro de qué manera nacemos a su tiempo y, en el mismo sentido, queda claro también de qué manera morimos a su tiempo y de qué manera, para san Pablo, cualquier tiempo era oportuno para una buena muerte. Él, en efecto, en sus escritos, exclama a modo de conjuro: Por el orgullo que siento por vosotros, cada día estoy al borde de la muerte, y también: Por tu causa nos degüellan cada día. Y también nosotros nos hemos enfrentado con la muerte.


No se nos oculta, pues, en qué sentido Pablo estaba cada día al borde de la muerte: él nunca vivió para el pecado, mortificó siempre sus miembros carnales, llevó siempre en sí mismo la mortificación del cuerpo de Cristo, estuvo siempre crucificado con Cristo, no vivió nunca para sí mismo, sino que Cristo vivía en él. Ésta, a mi juicio, es la muerte oportuna, la que alcanza la vida verdadera.


Yo -dice el Señor- doy la muerte y la vida, para que estemos convencidos de que estar muertos al pecado y vivos en el espíritu es un verdadero don de Dios. Porque el oráculo divino nos asegura que es él quien, a través de la muerte, nos da la vida.


Martes, VII semana del Tiempo Ordinario, feria


Si 2,1-13: Prepárate para las pruebas.


Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente, no te asustes en el momento de la prueba; pégate a él, no lo abandones, y al final serás enaltecido. Acepta cuanto te suceda, aguanta enfermedad y pobreza, porque el oro se acrisola en el fuego, y el hombre que Dios ama, en el horno de la pobreza. Confía en Dios, que él te ayudará; espera en él, y te allanará el camino.


Los que teméis al Señor, esperad en su misericordia, y no os apartéis, para no caer; los que teméis al Señor, confiad en él, que no retendrá vuestro salario hasta mañana; los que teméis al Señor, esperad bienes, gozo perpetuo y salvación; los que teméis al Señor, amadlo, y él iluminará vuestros corazones.


Fijaos en las generaciones pretéritas: ¿quien confió en el Señor y quedó defraudado?; ¿quién esperó en él y quedó abandonado?; ¿quién gritó a él y no fue escuchado? Porque el Señor es clemente y misericordioso, perdona el pecado y salva del peligro.


Sal 36,3-4.18-19.27-28.39-40: Encomienda tu camino al Señor, y él actuará.


Confía en el Señor y haz el bien,

habita tu tierra y practica la lealtad;

sea el Señor tu delicia,

y él te dará lo que pide tu corazón.


El Señor vela por los días de los buenos,

y su herencia durará siempre;

no se agostarán en tiempo de sequía,

en tiempo de hambre se saciarán.


Apártate del mal y haz el bien,

y siempre tendrás una casa;

porque el Señor ama la justicia

y no abandona a sus fieles.

Los inicuos son exterminados,

la estirpe de los malvados se extinguirá.


El Señor es quien salva a los justos,

él es su alcázar en el peligro;

el Señor los protege y los libra,

los libra de los malvados

y los salva porque se acogen a él.


Mc 9,30-37: El Hijo del Hombre va a ser entregado. Quien quiere ser el primero, que sea el último de todos.


En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía:


-«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.»


Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:


-«¿De qué discutíais por el camino?»


Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:


-«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»


Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:


-«El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»


Francisco Fernández-CarvajalHablar con Dios


7ª Semana. Martes


EL SEÑOR, REY DE REYES


— El salmo de la realeza y del triunfo de Cristo.


— El rechazo de Dios en el mundo.


— La filiación divina.


I. A lo largo de muchas generaciones fueron los salmos un cauce del alma para pedir ayuda a Dios, darle gracias, alabarle, pedirle perdón. El mismo Señor quiso utilizar un salmo para dirigirse a su Padre celestial en los momentos últimos de su vida aquí en la tierra1. Fueron las oraciones principales de las familias hebreas, y la Virgen y San José verterían en ellos su inmensa piedad. De sus padres los aprendió Jesús, y al hacerlos propios les dio la plenitud de su significado. La liturgia de la Iglesia los utiliza cada día en la Santa Misa, y constituyen la parte principal de la oración –la Liturgia de las Horas– que los sacerdotes dirigen cada día a Dios en nombre de toda la Iglesia.


Desde siempre el Salmo II fue contado entre los salmos mesiánicos, los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos lo han comentado repetidas veces2, y ha alimentado la piedad de muchos fieles. Los primeros cristianos acudían a él para encontrar fortaleza en medio de las adversidades. Los Hechos de los Apóstoles nos han dejado un testimonio de esta oración. Relatan cómo Pedro y Juan habían sido conducidos ante el Sanedrín por haber curado, en el nombre de Jesús, a un tullido que pedía limosna a la puerta del Templo3. Cuando fueron milagrosamente liberados volvieron a los suyos y les contaron cuanto les había sucedido, y todos juntos entonaron una plegaria al Señor que tiene como centro este salmo de la realeza de Cristo. Esta fue su oración: Señor, Tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto en ellos se contiene; el que hablando el Espíritu Santo por boca de David, nuestro padre y siervo tuyo, dijiste: «¿Por qué se amotinan las gentes y las naciones trazan planes vanos? Se han armado los reyes de la tierra, y los príncipes se han coaligado contra el Señor y contra su Cristo»4.


Las palabras que el Salmista dirige a Dios contemplando la situación de su tiempo fueron palabras proféticas que se cumplieron en tiempos de los Apóstoles, y luego a lo largo de la vida de la Iglesia y en nuestros días. También nosotros podemos repetir con entera realidad: ¿Por qué se amotinan las gentes y las naciones trazan planes vanos?... ¿Por qué tanto odio y tanto mal? ¿Por qué también –en ocasiones– esa rebeldía en nuestra vida? Desde el pecado original no ha cesado un momento esta lucha: los poderosos del mundo se alían contra Dios y contra lo que es de Dios. Basta ver cómo la dignidad de la criatura humana es conculcada en tantos lugares, las calumnias, las difamaciones, poderosos medios de comunicación al servicio del mal, el aborto de cientos de miles de criaturas que no tuvieron opción alguna a la vida humana y a la sobrenatural para la que Dios mismo los había destinado, tantos ataques contra la Iglesia, contra el Romano Pontífice y contra quienes quieren vivir y ser fieles a la fe...


Pero Dios es más fuerte. Él es la Roca5. A Él acudieron Pedro y Juan y quienes con ellos estaban reunidos aquel día en Jerusalén, y pudieron predicar con toda confianza la palabra del Señor. Cuando terminó aquella oración –nos dice San Lucas– todos se sintieron confortados y llenos del Espíritu Santo, y anunciaban con toda libertad la palabra de Dios6.


Nosotros podemos encontrar en la meditación de este salmo fortaleza ante los obstáculos que se pueden presentar en un ambiente alejado de Dios, el sentido de nuestra filiación divina y la alegría de proclamar por todas partes la realeza de Cristo.


II. Dirumpamus víncula eorum... Rompamos, dijeron, sus ataduras, y sacudamos lejos de nosotros su yugo7, parece repetir un clamor general. «Rompen el yugo suave, arrojan de sí su carga, maravillosa carga de santidad y de justicia, de gracia, de amor y de paz. Rabian ante el amor, se ríen de la bondad inerme de un Dios que renuncia al uso de sus legiones de ángeles para defenderse (cfr. Jn 18, 36)»8. Pero el que habita en los cielos se reirá de ellos, se burlará de ellos el Señor. Entonces les hablará en su indignación, y les llenará de terror con su ira9. El castigo divino no solo se realiza en la vida terrena. A pesar de los aparentes triunfos de muchos que se declaran o comportan como enemigos de Dios, su mayor fracaso, si no se arrepienten, consistirá en no comprender ni alcanzar jamás lo que es la verdadera felicidad. Sus satisfacciones humanas, o infrahumanas, pueden ser el triste premio al bien que hayan podido realizar en el mundo. Con todo, algunos santos han afirmado que «el camino del infierno es ya un infierno». A pesar de todo, el Señor está siempre dispuesto al perdón, a darles la paz y la alegría verdaderas.


San Agustín, al comentar estos versículos del salmo, hace notar que también se puede entender por ira de Dios la ceguera de mente que se apodera de quienes faltan de esta forma a la ley divina10. No hay desgracia comparable a desconocer a Dios, a vivir de espaldas a Él, a la afirmación de la propia vida en el error y en el mal.


No obstante, a pesar de tanta infamia, Dios es paciente y quiere que todos los hombres se salven11. La ira de Dios, de la que habla el salmo, «no es tanto el furor cuanto la corrección necesaria, como hace el padre con el hijo, el médico con el enfermo, el maestro con el discípulo»12. Con todo, el tiempo para disponer de la misericordia divina es limitado: luego viene la noche, en la que ya no se puede trabajar13. Con la muerte acaba la posibilidad de arrepentimiento.


El Papa Juan Pablo II ha señalado, como una característica de este tiempo nuestro, la cerrazón a la misericordia divina. Es una realidad tristísima que nos mueve constantemente a la conversión de nuestro corazón; a implorar y preguntar al Señor el porqué de tanta rebeldía. Ante todos aparece la imagen de muchos hombres que se cierran a la misericordia divina y a la remisión de sus pecados, que consideran «no esencial o sin importancia para su vida», y como una «impermeabilidad de la conciencia, un estado de ánimo que podría decirse consolidado en razón de una libre elección: es lo que la Sagrada Escritura suele llamar dureza de corazón. En nuestro tiempo, a esta actitud de mente y corazón corresponde quizá la pérdida del sentido del pecado»14.


Quienes queremos seguir a Cristo de cerca tenemos el deber de desagraviar por ese rechazo violento que sufre Dios en tantos hombres, y hemos de pedir abundancia de gracia y de misericordia. Pidamos que no se agote nunca esta clemencia divina, que es para muchos como el último cable que cuelga y al que puede agarrarse el náufrago que ya había desechado otros auxilios de salvación.


III. Ante los profundos interrogantes que plantean la libertad humana, el misterio del mal, la rebelión de la criatura, el Salmo II da la solución proclamando la realeza de Cristo, por encima del mal que existe o pueda existir: Mas yo te constituí mi rey sobre Sión, mi monte santo. Predicaré su decreto. A mí me ha dicho el Señor: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy»15. «La misericordia de Dios Padre nos ha dado como Rey a su Hijo. Cuando amenaza, se enternece; anuncia su ira y nos entrega su amor. Tú eres mi hijo: se dirige a Cristo y se dirige a ti y a mí, si nos decidimos a ser alter Christus, ipse Christus.


»Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo!»16. Este es nuestro refugio: la filiación divina. Aquí encontramos la fortaleza necesaria contra las adversidades: las de un ambiente a veces hostil a la vida cristiana, y las tentaciones que el Señor permite para que reafirmemos la fe y el amor.


A nuestro Padre Dios le encontramos siempre muy cerca, su presencia es «como un olor penetrante que no pierde nunca esa fuerza con la que se introduce en todas partes, lo mismo en el interior de los corazones que lo aceptan, como en el exterior, en la naturaleza, en las cosas, en medio de un gentío. Dios está allí, esperando que se le descubra, que se le llame, que se le tenga en cuenta (...)»17.


Pídeme, y te daré las naciones en herencia, y extenderé tus dominios hasta los confines de la tierra18. Cada día nos dice el Señor: ¡pídeme! De modo particular en esos momentos de la acción de gracias después de la comunión. ¡Pídeme!, nos dice Jesús. Sus deseos son dar y dársenos.


San Juan Crisóstomo comenta estas palabras del salmo y enseña que no se nos promete ya una tierra que mana leche y miel, ni una larga vida, ni muchedumbre de hijos, ni trigo, ni vino, ni rebaños, sino el Cielo y los bienes del Cielo: la filiación divina y la hermandad con el Unigénito, y tener parte en su herencia, y ser juntamente con Él glorificados y reinar con Él19.


Los regirás con vara de hierro, y como a vasos de alfarero los romperás. Ahora, pues, oh reyes, entendedlo bien: dejaos instruir, los que juzgáis la tierra. Servid al Señor con temor, y ensalzadle con temblor santo20. Cristo ha triunfado ya para siempre. Con su muerte en la Cruz nos ha ganado la vida. Según el testimonio de los Padres de la Iglesia, la vara de hierro es la Santa Cruz, «cuya materia es madera, pero cuya fuerza es de hierro»21. Es la señal del cristiano, con la que venceremos todas las batallas: los obstáculos se quebrarán como vasos de alfarero. La Cruz en nuestra inteligencia, en nuestros labios, en nuestro corazón, en todas nuestras obras: esta es el arma para vencer; una vida sobria, mortificada, sin huir del sacrificio amable que nos une a Cristo.


El salmo termina con un llamamiento para que nos mantengamos fieles en el camino y en la confianza en el Señor: Abrazad la buena doctrina, no sea que al fin se enoje, y perezcáis fuera del camino, cuando dentro de poco se inflame su ira. Bienaventurados serán los que hayan puesto en Él su confianza22. Nosotros hemos puesto en el Señor toda nuestra confianza. A los Santos Ángeles Custodios, fieles servidores de Dios, les pedimos que nos mantengan cada día con más fidelidad y amor en la propia vocación, sirviendo al reinado de su Hijo allí donde nos ha llamado.


R/. Yo doy la muerte y la vida, yo desgarro y yo curo, y no hay quien libre de mi mano.


V/. Yo tengo las llaves de la muerte y del abismo.


R/. Y no hay quien libre de mi mano.


Salmo 84: Nuestra salvación está cerca


Ant: Señor, has sido bueno con tu tierra, has perdonado la culpa de tu pueblo.


Señor, has sido bueno con tu tierra,

has restaurado la suerte de Jacob,

has perdonado la culpa de tu pueblo,

has sepultado todos sus pecados,

has reprimido tu cólera,

has frenado el incendio de tu ira.


Restáuranos, Dios Salvador nuestro;

cesa en tu rencor contra nosotros.

¿Vas a estar siempre enojado,

o a prolongar tu ira de edad en edad?


¿No vas a devolvernos la vida,

para que tu pueblo se alegre contigo?

Muéstranos, Señor, tu misericordia,

y danos tu salvación.


Voy a escuchar lo que dice el Señor:

«Dios anuncia la paz

a su pueblo y a sus amigos

y a los que se convierten de corazón.»


La salvación está ya cerca de sus fieles,

y la gloria habitará en nuestra tierra;

la misericordia y la fidelidad se encuentran,

la justicia y la paz se besan;


La fidelidad brota de la tierra,

y la justicia mira desde el cielo;

el Señor nos dará la lluvia,

y nuestra tierra dará su fruto.


La justicia marchará ante él,

la salvación seguirá sus pasos.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Señor, has sido bueno con tu tierra, has perdonado la culpa de tu pueblo.


Isaías 26,1-4.7-9.12: Himno después de la victoria sobre el enemigo


Ant: Mi alma te ansía de noche, Señor; mi espíritu madruga por ti.


Tenemos una ciudad fuerte,

ha puesto para salvarla murallas y baluartes:


Abrid las puertas para que entre un pueblo justo,

que observa la lealtad;

su ánimo está firme y mantiene la paz,

porque confía en ti.


Confiad siempre en el Señor,

porque el Señor es la Roca perpetua.


La senda del justo es recta.

Tú allanas el sendero del justo;

en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos,

ansiando tu nombre y tu recuerdo.


Mi alma te ansía de noche,

mi espíritu en mi interior madruga por ti,

porque tus juicios son luz de la tierra,

y aprenden justicia los habitantes del orbe.


Señor, tú nos darás la paz,

porque todas nuestras empresas

nos las realizas tú.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Mi alma te ansía de noche, Señor; mi espíritu madruga por ti.


Salmo 66: Que todos los pueblos alaben al Señor


Ant: Ilumina, Señor, tu rostro sobre nosotros.


El Señor tenga piedad y nos bendiga,

ilumine su rostro sobre nosotros;

conozca la tierra tus caminos,

todos los pueblos tu salvación.


Oh Dios, que te alaben los pueblos,

que todos los pueblos te alaben.


Que canten de alegría las naciones,

porque riges el mundo con justicia,

riges los pueblos con rectitud

y gobiernas las naciones de la tierra.


Oh Dios, que te alaben los pueblos,

que todos los pueblos te alaben.


La tierra ha dado su fruto,

nos bendice el Señor, nuestro Dios.

Que Dios nos bendiga; que le teman

hasta los confines del orbe.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Ilumina, Señor, tu rostro sobre nosotros.


Lectura


1Jn 4,14-15


Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.


V/. Dios mío, peña mía, refugio mío, Dios mío.


R/. Dios mío, peña mía, refugio mío, Dios mío.


V/. Mi alcázar, mi libertador.


R/. refugio mío, Dios mío.


V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo


R/. Dios mío, peña mía, refugio mío, Dios mío.


Cántico Ev.


Ant: El Señor nos suscitó una fuerza de salvación, según lo había predicho por boca de sus profetas.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo,

por boca de sus santos profetas.


Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la misericordia

que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza

y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.


Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días.


Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor

a preparar sus caminos,

anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.


Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos

por el camino de la paz.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: El Señor nos suscitó una fuerza de salvación, según lo había predicho por boca de sus profetas.


Preces


Adoremos a Cristo, que con su sangre ha adquirido el pueblo de la nueva alianza, y digámosle suplicantes:


Acuérdate, Señor, de tu pueblo.


- Rey y redentor nuestro, escucha la alabanza que te dirige tu Iglesia en el comienzo de este día,

y haz que no deje nunca de glorificar tu majestad.


- Que nunca, Señor, quedemos confundidos,

los que en ti ponemos nuestra fe y nuestra esperanza.


- Mira compasivo nuestra debilidad y ven en ayuda nuestra,

ya que sin ti no podemos hacer nada.


- Acuérdate de los pobres y desvalidos,

que el día que hoy empieza les traiga solaz y alegría.


Ya que deseamos que la luz de Cristo ilumine a todos los hombres, pidamos al Padre que a todos llegue el reino de su Hijo:


Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;


venga a nosotros tu reino;


hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.


Danos hoy nuestro pan de cada día;


perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.


No nos dejes caer en la tentación,


y líbranos del mal.


Final


Dios todopoderoso, de quien dimana la bondad y hermosura de todo lo creado, haz que comencemos este día con ánimo alegre y que realicemos nuestras obras movidos por el amor a ti y a los hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.


Amén.

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