Custodia

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Saludo

Bendición

miércoles, 8 de febrero de 2023

 


Miércoles, V semana del Tiempo Ordinario, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Adoremos al Señor, creador nuestro.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Adoremos al Señor, creador nuestro.

 
Himno

Buenos días, Señor, a ti el primero
encuentra la mirada
del corazón, apenas nace el día:
Tú eres la luz y el sol de mi jornada.

Buenos días, Señor, contigo quiero
andar por la vereda:
Tú, mi camino, mi verdad, mi vida;
Tú, la esperanza firme que me queda.

Buenos días, Señor, a ti te busco,
levanto a ti las manos
y el corazón, al despertar la aurora:
quiero encontrarte siempre en mis hermanos.

Buenos días, Señor resucitado,
que traes la alegría
al corazón que va por tus caminos
¡vencedor de tu muerte y de la mía!

Gloria al Padre de todos, gloria al Hijo,
y al Espíritu Santo;
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos te alabe nuestro canto. Amén.

Salmo 17,2-30 - I: Acción de gracias después de la victoria

Ant: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Yo te amo, Señor; Tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.

Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte.

En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo Él escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus oídos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Salmo 17,2-30 - II:

Ant: El Señor me libró porque me amaba.

Entonces tembló y retembló la tierra,
vacilaron los cimientos de los montes,
sacudidos por su cólera;
de su nariz se alzaba una humareda,
de su boca un fuego voraz.
y lanzaba carbones ardiendo.

Inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies;
volaba a caballo de un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento,
envuelto en un manto de oscuridad;

Como un toldo, lo rodeaban
oscuro aguacero y nubes espesas;
al fulgor de su presencia, las nubes
se deshicieron en granizo y centellas;

y el Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz:
disparando sus saetas, los dispersaba,
y sus continuos relámpagos los enloquecían.

El fondo del mar apareció,
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste un bramido,
con tu nariz resoplando de cólera.

Desde el cielo alargó la mano y me agarró,
me sacó de las aguas caudalosas,
me libró de un enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.

Me acosaban el día funesto,
pero el Señor fue mi apoyo:
me sacó a un lugar espacioso,
me libró porque me amaba.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor me libró porque me amaba.

Salmo 17,2-30 - III:

Ant: Señor, Tú eres mi lámpara, Tú alumbras mis tinieblas.

El Señor retribuyó mi justicia,
retribuyó la pureza de mis manos,
porque seguí los caminos del Señor
y no me rebelé contra mi Dios;
porque tuve presentes sus mandamientos
y no me aparté de sus preceptos;

le fui enteramente fiel,
guardándome de toda culpa;
el Señor retribuyó mi justicia,
la pureza de mis manos en su presencia.

Con el fiel, Tú eres fiel;
con el íntegro, Tú eres íntegro;
con el sincero, Tú eres sincero;
con el astuto, Tú eres sagaz.
Tú salvas al pueblo afligido
y humillas los ojos soberbios.

Señor, Tú eres mi lámpara;
Dios mío, Tú alumbras mis tinieblas.
Fiado en Ti, me meto en la refriega;
fiado en mi Dios, asalto la muralla.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, Tú eres mi lámpara, Tú alumbras mis tinieblas.

V/. Todos se admiraban de las palabras de gracia.

R/. Que salían de sus labios.

Lectura

V/. Todos se admiraban de las palabras de gracia.

R/. Que salían de sus labios.

El oficio de la ley


Ga 3,15-4,7

Hermanos: Hablo desde el punto de vista humano: un testamento debidamente otorgado nadie puede anularlo ni se le puede añadir una cláusula. Pues bien, las promesas se hicieron a Abrahán y a su descendencia (no se dice: «y a los descendientes», en plural, sino en singular: «y a tu descendencia», que es Cristo).

Quiero decir esto: Una herencia ya debidamente otorgada por Dios no iba a anularla una ley que apareció cuatrocientos treinta años más tarde, dejando sin efecto la promesa; pues, en caso que la herencia viniera en virtud de la ley, ya no dependería de la promesa, mientras que a Abrahán Dios le dejó hecha la donación con la promesa.

Entonces, ¿para qué la ley? Se añadió para denunciar los delitos, hasta que llegara el descendiente beneficiario de la promesa, y fue promulgada por ángeles, por boca de un mediador; pero este mediador no representa a uno solo, mientras que Dios es uno solo. Entonces, ¿contradice la ley a las promesas de Dios? Nada de eso. Si se hubiera dado una ley capaz de dar vida, la justificación dependería realmente de la ley.

Pero no, la Escritura presenta al mundo entero prisionero del pecado, para que lo prometido se dé por la fe en Jesucristo a todo el que cree.

Antes de que llegara la fe estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. Así, la ley fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo y Dios nos justificara por la fe. Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo, porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.

Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.

Quiero decir: mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo, pues, aunque es dueño de todo, lo tienen bajo tutores y curadores, hasta la fecha fijada por su padre. Igual nosotros, cuando éramos menores, estábamos esclavizados por lo elemental del mundo.

Pero, cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba!» (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

R/. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, porque todos sois uno en Cristo Jesús.


V/. Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.

R/. Porque todos sois uno en Cristo Jesús.

L. Patrística

Somos herederos de Dios y coherederos de Cristo
San Ambrosio

Carta 35,4-6

Dice el Apóstol que el que, por el espíritu, hace morir las malas pasiones del cuerpo vivirá. Y ello nada tiene de extraño, ya que el que posee el Espíritu de Dios se convierte en hijo de Dios. Y hasta tal punto es hijo de Dios, que no recibe ya espíritu de esclavitud, sino espíritu de adopción filial, al extremo de que el Espíritu Santo se une a nuestro espíritu para testificar que somos hijos de Dios. Este testimonio del Espíritu Santo consiste en que el mismo clama en nuestros corazones: «¡Abba!» (Padre), como leemos en la carta a los Gálatas. Pero existe otro importante testimonio de que somos hijos de Dios: el hecho de que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo; es coheredero con Cristo el que es glorificado juntamente con él, y es glorificado juntamente con él aquel que, padeciendo por él, realmente padece con él.

Y, para animarnos a este padecimiento, añade que todos nuestros padecimientos son inferiores y desproporcionados a la magnitud de los bienes futuros, que se nos darán como premio de nuestras fatigas, premio que se ha de revelar en nosotros cuando, restaurados plenamente a imagen de Dios, podremos contemplar su gloria cara a cara.

Y, para encarecer la magnitud de esta revelación futura, añade que la misma creación entera está en expectación de esa manifestación gloriosa de los hijos de Dios, ya que las criaturas todas están ahora sometidas al desorden, a pesar suyo, pero conservando la esperanza, ya que esperan de Cristo la gracia de su ayuda para quedar ellas a su vez libres de la esclavitud de la corrupción, para tomar parte en la libertad que con la gloria han de recibir los hijos de Dios; de este modo, cuando se ponga de manifiesto la gloria de los hijos de Dios, será una misma realidad la libertad de las criaturas y la de los hijos de Dios. Mas ahora, mientras esta manifestación no es todavía un hecho, la creación entera gime en la expectación de la gloria de nuestra adopción y redención, y sus gemidos son como dolores de parto, que van engendrando ya aquel espíritu de salvación, por su deseo de verse libre de la esclavitud del desorden.

Está claro que los que gimen anhelando la adopción filial lo hacen porque poseen las primicias del Espíritu; y esta adopción filial consiste en la redención del cuerpo entero, cuando el que posee las primicias del Espíritu, como hijo adoptivo de Dios, verá cara a cara el bien divino y eterno; porque ahora la Iglesia del Señor posee ya la adopción filial, puesto que el Espíritu clama: «¡Abba!» (Padre), como dice la carta a los Gálatas. Pero esta adopción será perfecta cuando resucitarán, dotados de incorrupción, de honor y de gloria, todos aquellos que hayan merecido contemplar la faz de Dios; entonces la condición humana habrá alcanzado la redención en su sentido pleno. Por esto, el Apóstol afirma, lleno de confianza, que en esperanza fuimos salvados. La esperanza, en efecto, es causa de salvación, como lo es también la fe, de la cual se dice en el evangelio: Tu fe te ha salvado.

Miércoles, V semana del Tiempo Ordinario, feria

Gn 2,4b-9.15-17: El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén.

Cuando el Señor Dios hizo tierra y cielo, no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado lluvia sobre la tierra, ni había hombre que cultivase el campo. Sólo un manantial salta del suelo y regaba la superficie del campo. Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.

El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.

El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara. El Señor Dios dio este mandato al hombre:

-«Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comas; porque el día en que comas de él, tendrás que morir.»

Sal 103,1-2a.27-28.29be-30: Bendice, alma mía, al Señor.

Bendice, alma mía, al Señor,
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan; abres tu mano, y se sacian de bienes.

Les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Mc 7,14-23: Lo que sale de dentro es lo que hace impuro el hombre.

En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo:

-«Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír, que oiga.»

Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo:

-«¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina.»

Con esto declaraba puros todos los alimentos. Y siguió:

-«Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»



5ª semana. Miércoles

LA DIGNIDAD DEL TRABAJO


— El mandamiento divino del trabajo no es un castigo, sino una bendición; nos hace partícipes en el poder creador de Dios. El cansancio y la fatiga nos deben ayudar a ser corredentores con Cristo.

— Prestigio profesional. La pereza, el gran enemigo del trabajo.

— Virtudes del trabajo bien realizado.

I. Después de haber creado Dios la tierra y de haberla enriquecido con toda suerte de bienes, tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén, para que lo guardara y lo cultivara1, es decir, para que lo trabajase. El Señor, que había hecho al hombre a su imagen y semejanza2, quiso también que participase en su poder creador, transformando la materia, descubriendo los tesoros que encerraba, y que plasmase la belleza en obras de sus manos. De ninguna manera fue el trabajo un castigo sino, por el contrario, «dignidad de vida y un deber impuesto por el Creador, ya que el hombre fue creado ut operaretur. El trabajo es un medio por el que el hombre se hace participante de la creación y, por tanto, no solo es digno, sea el que sea, sino que es un instrumento para conseguir la perfección humana –terrena– y la perfección sobrenatural»3.

Este mandato divino existía ya antes de que nuestros primeros padres pecasen. El pecado original añadió al trabajo la fatiga y el cansancio, pero el trabajo en sí mismo sigue siendo noble, digno, por ser participación en el poder creador de Dios, aunque «ahora va acompañado de penalidades y de sufrimientos, de infertilidad y cansancio. Sigue siendo un don divino y una tarea que ha de ser realizada bajo condiciones penosas, lo mismo que el mundo sigue siendo el mundo de Dios, pero un mundo en el cual ya no se percibe con claridad la voz divina»4.

El trabajo es una bendición, un bien que corresponde a la dignidad del hombre y la aumenta5. «La Iglesia halla en las primeras páginas del libro del Génesis la fuente de su convicción según la cual el trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra»6.

El trabajo adquirió con Cristo, en sus años de vida oculta en Nazaret y en los tres años de ministerio público, un valor redentor. Con la Redención, los aspectos penosos del trabajo asumieron un valor santificador para quien lo ejerce y para toda la humanidad. El sudor y la fatiga, ofrecidos con amor, se vuelven tesoros de santidad, pues el trabajo hecho por amor a Dios es la participación humana, no solo en la obra de la Creación, sino también en la de la Redención. Toda labor comporta una parte de fatiga y de agobio que podemos ofrecer al Señor como expiación de las culpas humanas. Aceptar con humildad esa parte de esfuerzo, que incluso la mejor organización laboral no logra eliminar, significa colaborar en la purificación de nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestros sentimientos7. Examinemos hoy en la oración si nos quejamos con frecuencia en el trabajo: en la oficina, en el taller, en las tareas de la casa, en el estudio; veamos junto al Señor si ofrecemos la fatiga y el cansancio por fines noblemente ambiciosos; averigüemos si en estos aspectos menos agradables de todo trabajo encontramos la mortificación cristiana que nos purifica y que podemos ofrecer por otros.

II. El trabajo es un talento que recibe el hombre para hacerlo fructificar, y «es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad»8. Para el cristiano, además, el trabajo bien acabado es ocasión de un encuentro personal con Jesucristo, y medio para que todas las realidades de este mundo estén informadas por el espíritu del Evangelio.

Para que «el hombre se haga más hombre»9 con el trabajo, para que sea medio y ocasión de amar a Cristo y de darle a conocer, son necesarias una serie de condiciones humanas: la diligencia en su cumplimiento, la constancia, la puntualidad..., el prestigio y la competencia profesional. Por el contrario, el escaso interés en lo que se realiza, la incompetencia, el absentismo laboral... son incompatibles con el sentido auténticamente cristiano de la vida. El trabajador negligente o desinteresado, en cualquier puesto que ocupe en la sociedad, ofende en primer lugar la propia dignidad de su persona y la de aquellos a quienes se destinan los frutos de esa tarea mal realizada. Ofende a la sociedad en la que vive, pues de algún modo repercute en ella todo el mal y todo el bien de los individuos. El trabajo mal hecho, el realizado con desidia, con retraso y chapuzas, no solo es una falta o un pecado contra la virtud de la justicia, sino también contra la caridad, por el mal ejemplo y por las consecuencias que de esta actitud se derivan.

El gran enemigo del trabajo es la pereza, que se manifiesta de muchas maneras. No solo es perezoso el que deja pasar el tiempo sin hacer nada, sino también el que realiza muchas cosas pero rehúsa llevar a cabo su obligación concreta: escoge sus ocupaciones según el capricho del momento, las realiza sin energía, y las pequeñas dificultades son suficientes para que cambie de tarea. El perezoso suele ser amigo de «comienzos», pero su repugnancia ante el sacrificio que supone un trabajo continuo y profundo le impide poner las «últimas piedras», acabar bien lo que comenzó.

Quienes queremos imitar a Cristo debemos esforzarnos por adquirir una adecuada preparación profesional, que luego continuamos en los años de ejercicio de nuestra profesión u oficio. La madre de familia que se dedica a sus hijos debe saber llevar una casa, ser buena administradora de los recursos y de los bienes domésticos; tener la casa agradable, arreglada con gusto más que con lujo, para que toda la familia se encuentre bien; conocer el carácter de sus hijos y de su marido y saber, cuando llegue el caso, cómo plantearles aquellas cuestiones difíciles en las que pueden mejorar; ha de ser fuerte y, a la vez, dulce y sencilla. Deberá sacar adelante esa tarea con mentalidad profesional, ateniéndose a un horario fijo, no perdiendo el tiempo en conversaciones interminables, evitando encender la televisión a horas intempestivas... El estudiante, si quiere ser buen cristiano, ha de ser buen estudiante: asistiendo a clase, llevando las asignaturas al día, teniendo en orden los apuntes, aprendiendo a distribuir el tiempo que dedica a cada materia. Igualmente competentes han de ser el arquitecto, la secretaria, la modista, el empresario... «El cristiano que falta a sus obligaciones temporales –enseña el Concilio Vaticano II–, falta a sus deberes con el prójimo, falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación»10; ha equivocado el camino en una materia esencial y se encuentra imposibilitado, si no cambia, para encontrar al Señor.

Miremos a Jesús mientras realiza su trabajo en el taller de José y preguntémonos hoy si se nos conoce en nuestro ambiente por el trabajo bien hecho que realizamos.

III. El prestigio profesional se gana día a día, en un trabajo silencioso, cuidado hasta el detalle, hecho a conciencia, en la presencia de Dios, sin dar demasiada importancia a que sea visto o no por los hombres. Este prestigio en la propia profesión u oficio, en el estudio los estudiantes, tiene repercusiones inmediatas en los colegas y amigos: nuestra palabra que trata de acercarles a Dios tendrá peso y autoridad, y el ejemplo de trabajo competente les ayudará a mejorar en sus tareas profesionales. Se convierte la profesión en pedestal de Cristo, donde se le ve incluso de lejos.

Junto al prestigio profesional, el Señor nos pide otras virtudes: el espíritu de servicio amable y sacrificado, la sencillez y la humildad para enseñar sin darse importancia, la serenidad –para que la actividad intensa no se convierta en activismo–, el dejar la tarea y sus preocupaciones a un lado cuando ha llegado el momento de hacer un rato de oración o atender a la familia y escuchar a la mujer, al marido, a los hijos, a los padres, a los amigos...

El trabajo no debe llenar el día de tal manera que ocupe ese tiempo dedicado a Dios, a la familia, a los amigos... Sería un síntoma claro de que ya no nos estamos santificando, sino que nos estamos buscando en él a nosotros mismos. Sería otra forma de corrupción de ese «don divino». Esta deformación es quizá más peligrosa en nuestro tiempo, por las mismas exigencias desenfocadas en las que están fundamentados muchos trabajos. Nosotros, cristianos corrientes y sencillos en medio del mundo, no podemos olvidar nunca que debemos encontrar a Cristo cada día en medio y a través de nuestros quehaceres, cualesquiera que estos sean.

Acudamos a San José para que nos enseñe las virtudes fundamentales que debemos vivir en el ejercicio de nuestra profesión. «José sacaba de apuros a muchos, sin duda, con un trabajo bien acabado. Era su labor profesional una ocupación orientada hacia el servicio, para hacer agradable la vida a las demás familias de la aldea, y acompañada de una sonrisa, de una palabra amable, de un comentario dicho como de pasada, pero que devuelve la fe y la alegría a quien está a punto de perderlas»11. Cerca de José encontraremos a María.


R/. Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.


V/. Justificados por su sangre, seremos por él salvos del castigo.

R/. Ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

Salmo 35: Depravación del malvado y bondad de Dios

Ant: Tu luz, Señor, nos hace ver la luz.

El malvado escucha en su interior
un oráculo del pecado:
«No tengo miedo a Dios,
ni en su presencia.»
Porque se hace la ilusión de que su culpa
no será descubierta ni aborrecida.

Las palabras de su boca son maldad y traición,
renuncia a ser sensato y a obrar bien;
acostado medita el crimen,
se obstina en el mal camino,
no rechaza la maldad.

Señor, tu misericordia llega al cielo,
tu fidelidad hasta las nubes;
tu justicia hasta las altas cordilleras,
tus sentencias son como el océano inmenso.

Tú socorres a hombres y animales;
¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!,
los humanos se acogen a la sombra de tus alas;

se nutren de lo sabroso de tu casa,
les das a beber del torrente de tus delicias,
porque en ti está la fuente viva,
y tu luz nos hace ver la luz.

Prolonga tu misericordia con los que te reconocen,
tu justicia con los rectos de corazón;
que no me pisotee el pie del soberbio,
que no me eche fuera la mano del malvado.

Han fracasado los malhechores;
derribados, no se pueden levantar.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Tu luz, Señor, nos hace ver la luz.

Judit 16, 2-3.15-19: Dios, creador del mundo y protector de su pueblo

Ant: Señor, tú eres grande, tu fuerza es invencible.

¡Alabad a mi Dios con tambores,
elevad cantos al Señor con cítaras,
ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza,
ensalzad e invocad su nombre!
Porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras,
su nombre es el Señor.

Cantaré a mi Dios un cántico nuevo:
Señor, tú eres grande y glorioso,
admirable en tu fuerza, invencible.

Que te sirva toda la creación,
porque tú lo mandaste, y existió;
enviaste tu aliento, y la construiste,
nada puede resistir a tu voz.

Sacudirán las olas los cimientos de los montes,
las peñas en tu presencia se derretirán como cera,
pero tú serás propicio a tus fieles.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, tú eres grande, tu fuerza es invencible.

Salmo 46: El Señor es rey de todas las cosas

Ant: Aclamad a Dios con gritos de júbilo.

Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.

Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
Él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado.

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.

Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.

Los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo del Dios de Abrahán;
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y Él es excelso.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Aclamad a Dios con gritos de júbilo.

Lectura

Tb 4,16-17. 19-20

No hagas a otro lo que a ti no te agrada. Da tu pan al hambriento y tu ropa al desnudo. Pide consejo al sensato y no desprecies un consejo útil. Bendice al Señor Dios en todo momento, y pídele que allane tus caminos y que te dé éxito en tus empresas y proyectos.

V/. Inclina, Señor, mi corazón a tus preceptos.

R/. Inclina, Señor, mi corazón a tus preceptos.

V/. Dame vida con tu palabra.

R/. mi corazón a tus preceptos.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Inclina, Señor, mi corazón a tus preceptos.

Cántico Ev.

Ant: Ten misericordia de nosotros, Señor, y recuerda tu santa alianza.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Ten misericordia de nosotros, Señor, y recuerda tu santa alianza.

Preces

Demos gracias a Cristo con alabanzas continuas, porque no se desdeña de llamar hermanos a los que santifica con su gracia. Por tanto, supliquémosle:

Santifica a tus hermanos, Señor.

- Concédenos, Señor, que con el corazón puro consagremos el principio de este día en honor de tu resurrección,
y que santifiquemos el día entero con trabajos que sean de tu agrado.


- Tú que, para que aumente nuestra alegría y se afiance nuestra salvación, nos das este nuevo día, signo de tu amor,
renuévanos hoy y siempre para gloria de tu nombre.


- Haz que sepamos descubrirte a ti en todos nuestros hermanos,
sobre todo en los que sufren y en los pobres.


- Haz que durante este día estemos en paz con todo el mundo,
y a nadie devolvamos mal por mal.

Tal como nos enseñó el Señor, terminemos nuestra oración, diciendo:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Señor Dios, salvador nuestro, danos tu ayuda para que siempre deseemos las obras de la luz y realicemos la verdad: así los que de ti hemos nacido como hijos de la luz seremos tus testigos ante los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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