Custodia

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Saludo

Bendición

martes, 3 de enero de 2023

 


3 de enero, feria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.

 
Himno

Entonad los aires
con voz celestial:
«Dios niño ha nacido
pobre en un portal.»

Anúnciale el ángel
la nueva al pastor,
que niño ha nacido
nuestro Salvador.

Adoran pastores
en sombras al Sol,
que niño ha nacido,
de una Virgen, Dios.

Haciéndose hombre,
al hombre salvó.
Un niño ha nacido,
ha nacido Dios. Amén.

Salmo 36 - I: La verdadera y la falsa felicidad

Ant: Encomienda tu camino al Señor, y Él actuará.

No te exasperes por los malvados,
no envidies a los que obran el mal:
se secarán pronto, como la hierba,
como el césped verde se agostarán.

Confía en el Señor y haz el bien,
habita tu tierra y practica la lealtad;
sea el Señor tu delicia,
y Él te dará lo que pide tu corazón.

Encomienda tu camino al Señor,
confía en Él, y Él actuará:
hará tu justicia como el amanecer,
tu derecho como el mediodía.

Descansa en el Señor y espera en Él,
no te exasperes por el hombre que triunfa
empleando la intriga:

Cohíbe la ira, reprime el coraje,
no te exasperes, no sea que obres mal;
porque los que obran mal son excluidos,
pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra.

Aguarda un momento: desapareció el malvado,
fíjate en su sitio: ya no está;
en cambio, los sufridos poseen la tierra
y disfrutan de paz abundante.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Encomienda tu camino al Señor, y Él actuará.

Salmo 36 - II:

Ant: Apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia.

El malvado intriga contra el justo,
rechina sus dientes contra él;
pero el Señor se ríe de él,
porque ve que le llega su hora.

Los malvados desenvainan la espada,
asestan el arco,
para abatir a pobres y humildes,
para asesinar a los honrados;
pero su espada les atravesará el corazón,
sus arcos se romperán.

Mejor es ser honrado con poco
que ser malvado en la opulencia;
pues al malvado se le romperán los brazos,
pero al honrado lo sostiene el Señor.

El Señor vela por los días de los buenos,
y su herencia durará siempre;
no se agotarán en tiempo de sequía,
en tiempo de hambres se saciarán;

pero los malvados perecerán,
los enemigos del Señor
se marchitarán como la belleza de un prado,
en humo se disiparán.

El malvado pide prestado y no devuelve,
el justo se compadece y perdona.
Los que el Señor bendice poseen la tierra,
los que él maldice son excluidos.

El Señor asegura los pasos del hombre,
se complace en sus caminos;
si tropieza, no caerá,
porque el Señor lo tiene de la mano.

Fui joven, ya soy viejo:
nunca he visto a un justo abandonado,
ni a su linaje mendigando el pan.
A diario se compadece y da prestado;
bendita será su descendencia.

Apártate del mal y haz el bien,
y siempre tendrás una casa;
porque el Señor ama la justicia
y no abandona a sus fieles.

Los inicuos son exterminados,
la estirpe de los malvados se extinguirá;
pero los justos poseen la tierra,
la habitarán por siempre jamás.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia.

Salmo 36 - III:

Ant: Confía en el Señor y sigue su camino.

La boca del justo expone la sabiduría,
su lengua explica el derecho;
porque lleva en el corazón la ley de su Dios,
y sus pasos no vacilan.

El malvado espía al justo
e intenta darle muerte;
pero el Señor no lo entrega en sus manos,
no deja que lo condenen en el juicio.

Confía en el Señor, sigue su camino;
él te levantará a poseer la tierra,
y verás la expulsión de los malvados.

Vi a un malvado que se jactaba,
que prosperaba como un cedro frondoso;
volví a pasar, y ya no estaba;
lo busqué, y no lo encontré.

Observa al honrado, fíjate en el bueno:
su porvenir es la paz;
los impíos serán totalmente aniquilados,
el porvenir de los malvados quedará truncado.

El Señor es quien salva a los justos,
él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra,
los libra de los malvados y los salva
porque se acogen a él.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Confía en el Señor y sigue su camino.

V/. El Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia.

R/. Para que conozcamos al Verdadero.

Lectura

V/. El Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia.

R/. Para que conozcamos al Verdadero.

Vida del hombre renovado en Cristo


Col 3,5-16

Hermanos: Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca!

No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.

Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

R/. Los que nos hemos incorporado a Cristo por el bautismo, nos hemos revestido de Cristo. Porque todos somos uno en Cristo Jesús, Señor nuestro.


V/. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres.

R/. Porque todos somos uno en Cristo Jesús, Señor nuestro.

L. Patrística

El doble precepto de la caridad
San Agustín

Tratado sobre el evangelio de san Juan 17,7-9

Vino el Señor mismo, como doctor en caridad, rebosante de ella, compendiando, como de él se predijo, la palabra sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad.

Recordad conmigo, hermanos, aquellos dos preceptos. Pues, en efecto, tienen que seros en extremo familiares, y no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los recordamos, sino que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí mismo.

He aquí lo que hay que pensar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo que hay que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el primero en el rango de la acción. Pues el que te puso este amor en dos preceptos no había de proponer primero al prójimo y luego a Dios, sino al revés, a Dios primero y al prójimo después.

Pero tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

Que no es más que una manera de decirte: Ama a Dios. Y si me dices: «Señálame a quién he de amar», ¿qué otra cosa he de responderte sino lo que dice el mismo Juan: A Dios nadie lo ha visto jamás? Y para que no se te ocurra creerte totalmente ajeno a la visión de Dios: Dios, dice, es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios.

Comienza, pues, por amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.

¿Qué será lo que consigas si haces esto? Entonces romperá tu luz como la aurora. Tu luz, que es tu Dios, tu aurora, que vendrá hacia ti tras la noche de este mundo; pues Dios ni surge ni se pone, sino que siempre permanece.

Al amar a tu prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios, el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser? Es verdad que no hemos llegado todavía hasta nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte para siempre.

3 de enero, feria

1Jn 2,29-3,6: Todo el que permanece en él no peca.

Queridos hermanos: Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.

Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro. Todo el que comete pecado quebranta también la ley, pues el pecado es quebrantamiento de la ley. Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado.

Todo el que permanece en él no peca. Todo el que peca no le ha visto ni conocido.

Sal 97,1-2ab.3cd-4.5-6: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

Jn 1,29-34: Este es el Cordero de Dios.

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

-«Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo" Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.»

Y Juan dio testimonio diciendo:

-«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. me dijo: Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»



Tiempo de Navidad
3 de enero

LA PROFECÍA DE SIMEÓN


— La Sagrada Familia en el Templo. El encuentro con Simeón. Nuestros encuentros con Jesús.

— María, Corredentora con Cristo. El sentido del dolor.

— La Virgen nos enseña a corredimir. Ofrecer el dolor y las contradicciones. Desagraviar. Apostolado con quienes nos rodean.

I. Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, la Sagrada Familia subió de nuevo a Jerusalén para dar cumplimiento a dos prescripciones de la Ley de Moisés: la purificación de la madre, y la presentación y rescate del primogénito1.

Ninguna de estas leyes obligaban a María y a Jesús, por el nacimiento virginal y por ser Dios. Pero María quiso cumplir la ley. En esto se comportó como cualquier judía piadosa de su tiempo. «María –dice Santo Tomás– fue purificada para dar ejemplo de obediencia y de humildad»2.

La Virgen, acompañada de San José y llevando a Jesús en sus brazos, se presentó en el Templo confundida, como una más, entre el resto de las mujeres.

Jesús fue ofrecido a su Padre en las manos de María. Nunca se ofreció nada semejante en aquel Templo, y nunca se volvería a ofrecer. La siguiente ofrenda la hará el mismo Jesús, fuera de la ciudad, sobre el Gólgota. Ahora, muchas veces cada día, Jesús es ofrecido en la Santa Misa a la Trinidad Beatísima en un Sacrificio de valor infinito.

María y José ofrecieron el Niño a Dios y lo rescataron, recibiéndolo de nuevo. Para la ofrenda, los padres cotizaron como pobres. Sus recursos solo llegaban al arancel más pequeño: un par de tórtolas. La Virgen cumplió con los ritos de la purificación.

Cuando llegaron a las puertas del Templo se presentó ante ellos un anciano, Simeón, hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él3. Vino al Templo movido por el Espíritu Santo4. Tomó al Niño en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has puesto ante la faz de todos los pueblos, como luz que ilumina a los gentiles y gloria de Israel, tu pueblo5.

María y José estaban admirados por las cosas que se decían acerca de Jesús.

Este anciano había merecido conocer la llegada del Mesías, universalmente ignorada. Toda su existencia había consistido en una ardiente espera de Jesús. Ahora daba por cumplida su vida: Nunc dimittis servum tuum, Domine... Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo...

Simeón da por bien cumplida su vida: ha llegado a conocer al Mesías, al Salvador del mundo. Aquel encuentro ha sido lo verdaderamente importante en su vida; ha vivido para este instante. No le importa ver solo a un niño pequeño, que llega al Templo llevado por unos padres jóvenes, dispuestos a cumplir lo preceptuado en la Ley, igual que otras decenas de familias. Él sabe que aquel Niño es el Salvador: mis ojos han visto a tu Salvador. Esto le basta; ya puede morir en paz. No debieron ser muchos los días que el anciano sobrevivió a este acontecimiento.

Nosotros no podemos olvidar que con ese mismo Salvador, el que ha sido puesto ante la faz de todos los pueblos como luz, hemos tenido, no solo uno, sino muchos encuentros; quizá le hemos recibido miles de veces a lo largo de nuestra vida en la Sagrada Comunión. Encuentros más íntimos y más profundos que el de Simeón. Y nos duelen ahora las comuniones que hayamos realizado con menos fijeza, y hacemos el propósito de que el próximo encuentro con Jesús en la Sagrada Eucaristía sea al menos como el de Simeón: lleno de fe, de esperanza y de amor.

Después de cada Comunión, que es única e irrepetible, también podemos decir nosotros: mis ojos han visto al Salvador.

II. El anciano Simeón, después de bendecir a los jóvenes esposos, se dirige a María y, movido por el Espíritu Santo, le descubre los sufrimientos que padecerá un día el Niño y la espada de dolor que traspasará el alma de Ella: Éste, le dice señalando a Jesús, ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción –y a tu misma alma la traspasará una espada–, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones6.

«Tiempo vendrá –dice San Bernardo– en que Jesús no será ofrecido en el Templo ni entre los brazos de Simeón, sino fuera de la ciudad y entre los brazos de la cruz. Tiempo vendrá en que no será redimido con lo ajeno, sino que redimirá a otros con su propia sangre, porque Dios Padre le ha enviado para rescate de su pueblo»7.

El sufrimiento de la Madre –la espada que traspasará su alma– tendrá como único motivo los dolores del Hijo, su persecución y muerte, la incertidumbre del momento en que sucedería, y la resistencia a la gracia de la Redención que ocasionaría la ruina de muchos. El destino de María está delineado sobre el de Jesús, en función de este, y sin otra razón de ser.

La alegría de la Redención y el dolor de la Cruz son inseparables en las vidas de Jesús y de María. Parece como si Dios, a través de las criaturas que más ha amado en el mundo, nos quisiera mostrar que la felicidad no está lejos de la Cruz.

Desde el comienzo, las vidas del Señor y de su Madre están marcadas con este signo de la Cruz. A la alegría del Nacimiento se añade pronto la privación y la zozobra. María sabe ya desde estos primeros momentos el dolor que la espera. Cuando llegue su hora contemplará la Pasión y Muerte de su Hijo sin un reproche, sin una queja. Sufriendo como ninguna madre es capaz de sufrir, María aceptará el dolor con serenidad porque conoce su sentido redentor. «Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (Cfr. Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado»8.

El dolor de María es particular y propio, y está relacionado con el pecado de los hombres. Es un dolor de corredención. La Iglesia aplica a la Virgen el título de Corredentora.

Nosotros aprendemos el valor y el sentido del dolor y de las contradicciones que lleva toda vida aquí en la tierra, contemplando a María. Con Ella aprendemos a santificar el dolor uniéndolo al de su Hijo y ofreciéndolo al Padre. La Santa Misa es el momento más oportuno para ofrecer todo aquello que tiene nuestra vida de más costoso. Y allí encontramos a Nuestra Señora.

III. Simeón, por voluntad de Dios, inició a María, desde el principio, en el misterio profundo de la Redención, y le declaró que el Señor le había señalado un puesto especial en la Pasión de su Hijo. Un nuevo elemento entró en la vida de María con la profecía del anciano Simeón, y permaneció en Ella hasta que estuvo al pie de la cruz de Jesús.

Los Apóstoles, a pesar de las numerosas declaraciones y enseñanzas del Señor, no llegaron a comprender del todo, hasta la Resurrección, que era preciso que el Mesías padeciese mucho de parte de los escribas y de los sumos sacerdotes9; María supo desde el principio que le esperaba un gran dolor, y que ese dolor se relacionaba con la redención del mundo. Ella, que guardaba y ponderaba todo en su corazón10, debió de reflexionar muy a menudo sobre las palabras misteriosas de Simeón. Por un proceso que nosotros no podemos comprender del todo, se hizo su corazón semejante al de su Hijo. Su dolor redentor «está sugerido tanto en la profecía de Simeón como en el relato mismo de la Pasión del Señor. Éste, decía el anciano refiriéndose al Niño que tiene en brazos, está puesto para resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción, y a tu misma alma la traspasará una espada... De hecho, cuando tu Jesús –que es de todos pero especialmente tuyo– entregó su espíritu, la lanza cruel no alcanzó su alma. Si le abrió el costado, sin perdonarle, estando ya muerto, sin embargo no le pudo causar dolor. Pero sí atravesó tu alma; en aquel momento la suya no estaba allí, pero la tuya no podía en absoluto separarse de Él»11.

El Señor ha querido asociarnos a todos los cristianos a su obra redentora en el mundo para que cooperemos con Él en la salvación de todos. Y cumpliremos esta misión ejecutando con rectitud nuestros deberes más pequeños y ofreciéndolos por la salvación de las almas, llevando con serenidad y paciencia el dolor, la enfermedad y la contradicción y realizando un apostolado eficaz a nuestro alrededor. Ordinariamente, el Señor nos pide comenzar por aquellos que por vínculos de familia, amistad, trabajo, vecindad, estudio, etc., están más cercanos. Así procedió Jesús, y también sus Apóstoles.

De modo especial le pedimos hoy a nuestra Madre Santa María que nos enseñe a santificar el dolor y la contradicción, que sepamos unirlos a la Cruz, que desagraviemos frecuentemente por los pecados del mundo, y que aumente cada día en nosotros los frutos de la Redención. ¡Oh Madre de piedad y de misericordia, que acompañabais a vuestro dulce Hijo mientras llevaba a cabo en el altar de la cruz la redención del género humano, como corredentora nuestra asociada a sus dolores...! conservad en nosotros y aumentad los frutos de la Redención y de vuestra compasión.

R/. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.


V/. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.

R/. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

Salmo 42: Deseo del templo

Ant: Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.

Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado.

Tú eres mi Dios y protector,
¿por qué me rechazas?,
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
"Salud de mi rostro, Dios mío."

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.

Isaías 38,10-14;17-20: Angustias de un moribundo y alegría de la curación

Ant: Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida.

Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años.»

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.

Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama.»

Día y noche me estás acabando,
sollozo hasta el amanecer.
Me quiebras los huesos como un león,
día y noche me estás acabando.

Estoy piando como una golondrina,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.

El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.

Los vivos, los vivos son quienes te alaban:
como yo ahora.
El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días en la casa del Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida.

Salmo 64: Solemne acción de gracias

Ant: ¡Oh Dios!, tu mereces un himno en Sión.

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,
y a ti se te cumplen los votos,
porque tú escuchas las súplicas.

A ti acude todo mortal
a causa de sus culpas;
nuestros delitos nos abruman,
pero tú los perdonas.

Dichoso el que tú eliges y acercas
para que viva en tus atrios:
que nos saciemos de los bienes de tu casa,
de los dones sagrados de tu templo.

Con portentos de justicia nos respondes,
Dios, salvador nuestro;
tú, esperanza del confín de la tierra
y del océano remoto;

Tú que afianzas los montes con tu fuerza,
ceñido de poder;
tú que reprimes el estruendo del mar,
el estruendo de las olas
y el tumulto de los pueblos.

Los habitantes del extremo del orbe
se sobrecogen ante tus signos,
y las puertas de la aurora y del ocaso
las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua,
preparas los trigales;

riegas los surcos,
igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes;
coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;

rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría;
las praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses,
que aclaman y cantan.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: ¡Oh Dios!, tu mereces un himno en Sión.

Lectura

Is 62,11-12a

Decid a la ciudad de Sión: «Mira a tu Salvador que llega, el premio de su victoria lo acompaña, la recompensa lo precede; los llamarán 'Pueblo santo', 'Redimidos del Señor'.»

V/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

R/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

V/. Su salvación.

R/. Aleluya. Aleluya.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

Cántico Ev.

Ant: La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, llena de gracia y de verdad; y de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Aleluya.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, llena de gracia y de verdad; y de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Aleluya.

Preces

Acudamos alegres a nuestro Redentor, el Hijo de Dios hecho hombre para renovar al hombre, y digámosle confiados:

Quédate con nosotros, Oh Emmanuel

- Oh Jesús, Hijo del Dios vivo, esplendor del Padre, luz increada, rey de la gloria, sol de justicia e Hijo de la Virgen María,
ilumina con la luz de tu encarnación el día que ahora empezamos.


- Oh Jesús, maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la Paz,
haz que los ejemplos de tu humanidad santa sean norma para nuestra vida.


- Oh Jesús, todopoderoso y paciente, humilde de corazón y obediente,
manifiesta a todos los hombres el poder de la humildad.


- Oh Jesús, padre de los pobres, gloria de los fieles, pastor bueno, luz indeficiente, Sabiduría y bondad inmensa, camino y vida para todos,
concede a tu Iglesia el espíritu de pobreza.

Como hijos que somos de Dios, dirijámonos a nuestro Padre con la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Dios Todopoderoso, tú has dispuesto que por el nacimiento virginal de tu Hijo, su humanidad no quedará sometida a la herencia del pecado: por este admirable misterio, humildemente te rogamos que cuantos hemos renacido en Cristo a una vida nueva, no volvamos otra vez a la vida caduca de la que nos sacaste. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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