Custodia

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Saludo

Bendición

jueves, 29 de diciembre de 2022

 


Santo Tomás Becket, obispo y mártir, conmemoración


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.

 
Himno

Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?

Pues en tu natividad
te quema la caridad,
en tu varonil edad,
¿quién sufrirá su calor?

Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?

Será tan vivo su fuego
que, con importuno ruego,
por salvar el mundo ciego
te dará mortal dolor.

Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?

Arderá tanto tu gana
que por la natura humana
querrás pagar su manzana
con muerte de malhechor.

Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?

¡Oh amor, digno de espanto!
Pues que en este niño santo
has de pregonarte tanto,
cantemos a su loor:

Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?

Salmo 45: Dios, refugio y fortaleza de su pueblo

Ant: El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra.»

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Salmo 71-I: Poder real del Mesías

Ant: En los días del Señor florecerá la paz, y él dominará.

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.

Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: En los días del Señor florecerá la paz, y él dominará.

Salmo 71-II:

Ant: El Señor salvará la vida de sus pobres.

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

Que viva y que le traigan el oro de Saba,
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.

Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor salvará la vida de sus pobres.

V/. Al verlo los pastores.

R/. Contaron lo que les habían dicho de aquel niño.

Lectura

V/. Al verlo los pastores.

R/. Contaron lo que les habían dicho de aquel niño.

Acción de gracias y súplica


Col 1,1-14

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a los santos que viven en Colosas, hermanos fieles en Cristo. Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre.

En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros desde el día en que lo escuchasteis y comprendisteis de verdad la gracia de Dios. Fue Epafras quien os lo enseñó, nuestro querido compañero de servicio, fiel ministro de Cristo para con vosotros, el cual nos ha informado de vuestro amor en el Espíritu.

Por esta razón, nosotros, desde que nos enteramos, no dejamos de rezar a Dios por vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera, vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios.

El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias al Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. El nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

R/. Demos gracias a Dios Padre, que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.


V/. Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros.

R/. Que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

L. Patrística

En la plenitud de los tiempos vino la plenitud de la divinidad
San Bernardo

Sermón en la Epifanía del Señor 1,1-2

Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por lo profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, y que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada puede dejar de verlo, puso su tienda al sol.

Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Y que un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.

¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más bueno se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido -dice el Apóstol- la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios.

R/. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos. Por pura iniciativa suya, para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya.


V/. A los que había escogido, él los predestinó a ser imagen de su Hijo.

R/. Por pura iniciativa suya, para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya.

Nadie recibe el premio si no compite conforme al reglamento
Santo Tomás Becket, obispo

(Carta 74: PL 190, 533-536)

Si nos preocupamos por ser lo que decimos ser y queremos conocer la significación de nuestro nombre -nos designan obispos y pontífices-, es necesario que consideremos e imitemos con gran solicitud las huellas de aquel que, constituido por Dios Sumo Sacerdote eterno, se ofreció por nosotros al Padre en el ara de la cruz. Él es el que, desde lo más alto de los cielos, observa atentamente todas sus acciones y sus correspondientes intenciones para dar cada uno según sus obras.

Nosotros hacemos su vez en la tierra, hemos conseguido la gloria del nombre y el honor de la dignidad, y poseemos temporalmente el fruto de los trabajos espirituales; sucedemos a los apóstoles y a los varones apostólicos en la más alta responsabilidad de las Iglesias, para que, por medio de nuestro ministerio, sea destruido el imperio del pecado y de la muerte, y el edificio de Cristo, ensamblado por la fe y el progreso de las virtudes, se levante hasta formar un templo consagrado al Señor.

Ciertamente que es grande el número de los obispos. En la consagración prometimos ser solícitos en el deber de enseñar, de gobernar y de ser más diligentes en el cumplimiento de nuestra obligación, y así lo profesamos cada día con nuestra boca; pero, ¡ojalá que la fe prometida se desarrolle por el testimonio de las obras! La mies es abundante y, para recogerla y almacenarla en el granero del Señor, no sería suficiente ni uno ni pocos obispos.

¿Quién se atreve a dudar de que la Iglesia de Roma en la cabeza de todas las Iglesias y la fuente de la doctrina católica? ¿Quién ignora que las llaves del reino de los cielos fueron entregadas a Pedro? ¿Acaso no se edifica toda la Iglesia sobre la fe y la doctrina de Pedro, hasta que lleguemos todos al hombre perfecto en la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios?

Es necesario, sin duda, que sean muchos los que planten, muchos los que rieguen, pues lo exige el avance de la predicación y el crecimiento de los pueblos. El mismo pueblo del antiguo Testamento, que tenía un solo altar necesitaba de muchos servidores; ahora, cuando han llegado los gentiles, a quienes no sería suficiente para sus inmolaciones toda la leña del Líbano y para sus holocaustos no sólo los animales del Líbano, sino, incluso, los de toda Judea, será mucho más necesario la pluralidad de ministros.

Sea quien fuere el que planta y el que riega, Dios no da crecimiento sino a aquel que planta y riega sobre la fe de Pedro y sigue su doctrina.

Pedro es quien ha de pronunciarse sobre las causa más graves, que deben ser examinadas por el pontífice romano, y por los magistrados de la santa madre Iglesia que él designa, ya que, en cuanto participan de su solicitud, ejercen la potestad que se les confía.

Recordad, finalmente, cómo se salvaron nuestros padres, cómo y en medio de cuántas tribulaciones fue creciendo la Iglesia; de qué tempestades salió incólume la nave de Pedro, que tiene a Cristo como timonel; cómo nuestros antepasados recibieron su galardón y cómo su fe se manifestó más brillante en medio de la tribulación.

Éste fue el destino de todos los santos, para que se cumpla aquello de que nadie recibe el premio si no compite conforme al reglamento.

Santo Tomás Becket, obispo y mártir, conmemoración

1Jn 2,3-11: Quien ama a su hermano permanece en la luz.

Queridos hermanos: En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él.

Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo -lo cual es verdadero en él y en vosotros-, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.

Sal 95,1-2a.2b-3.5b-6: Alégrese el cielo, goce la tierra.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.

Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.

El Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

Lc 2,22-35: Luz para alumbrar a las naciones.

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, corno dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones

y gloria de tu pueblo Israel.»

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María su madre:

- «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»



Tiempo de Navidad
29 de diciembre

HACER UN MUNDO MÁS JUSTO


— A los cristianos nos toca crear un orden más justo, más humano.

— Algunas consecuencias del compromiso personal de los cristianos.

— Con la sola justicia no podremos resolver los problemas de los hombres. Justicia y misericordia.

I. De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna, nos dice San Juan en el comienzo de la Misa de hoy1.

El Niño que contemplamos estos días en el belén es el Redentor del mundo y de cada hombre. Viene en primer lugar para darnos la vida eterna, como anticipo en nuestra existencia terrena y como posesión plena después de la muerte. Se hace hombre para llamar a los pecadores2, para salvar lo que estaba perdido3, para comunicarles a todos la vida divina4.

Durante sus años de vida pública, poco dice el Señor de la situación política y social de su pueblo, a pesar de la opresión que este sufre por parte de los romanos. Manifiesta en diversas ocasiones que no quiere ser un Mesías político o un libertador del yugo romano. Viene a darnos la libertad de los hijos de Dios: libertad del pecado, en el que caímos y fuimos reducidos a la condición de esclavos; libertad de la muerte eterna, consecuencia también del pecado; libertad del dominio del demonio, pues el hombre puede vencer ya al pecado con el auxilio de la gracia; libertad de la vida según la carne, que se opone a la vida sobrenatural: «La libertad traída por Cristo en el Espíritu Santo nos ha restituido la capacidad –de la que nos había privado el pecado– de amar a Dios por encima de todo y permanecer en comunión con Él»5.

El Señor, con su actitud, señaló también el camino a su Iglesia, continuadora de su obra aquí en la tierra hasta el fin de los tiempos.

A los cristianos nos toca –dentro de las muchas posibilidades de actuación– contribuir a crear un orden más justo, más humano, más cristiano, sin comprometer con nuestra actuación a la Iglesia como tal6. La solicitud de la Iglesia por los problemas sociales deriva de su misión espiritual y se mantiene en los límites de esa misión. Ella, en cuanto tal, no tiene como misión los asuntos temporales7. Sigue así a Cristo que afirmó que su reino no es de este mundo8, se negó expresamente a ser constituido juez o promotor de la justicia humana9.

Sin embargo, ningún cristiano debe renunciar a poner todo lo que esté de su parte para resolver los grandes problemas sociales que afectan hoy a la humanidad. «Que cada uno se examine –pedía Pablo VI– para ver lo que ha hecho hasta aquí y lo que debe hacer todavía. No basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo esto no tendrá peso real si no va acompañado en cada hombre por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una acción efectiva. Resulta demasiado fácil echar sobre los demás la responsabilidad de las presentes injusticias, si al mismo tiempo no nos damos cuenta de que todos somos también responsables, y que, por tanto, la conversión personal es la primera exigencia»10.

Podemos preguntarnos en nuestra oración si ponemos los medios y el interés necesario para conocer bien las enseñanzas sociales de la Iglesia, si las llevamos a la práctica personalmente, si procuramos –en la medida en que esté de nuestra parte– que las leyes y costumbres reflejen esas enseñanzas en lo que se refiere a las leyes sobre la familia, educación, salarios, derecho al trabajo, etc. El Señor, que nos contempla desde la gruta de Belén, estará contento con nosotros si realmente estamos empeñados en hacer un mundo más justo en la gran ciudad o en el pueblo donde vivimos, en el barrio, en la empresa donde trabajamos, en la familia donde se desarrolla nuestra vida.

II. La solución última para instaurar la justicia y la paz en el mundo reside en el corazón humano, pues cuando este se aleja de Dios se constituye en la fuente de la esclavitud radical del hombre y de las opresiones a que somete a sus semejantes11. Por eso no podemos olvidar en ningún momento que cuando –mediante el apostolado personal– tratamos de hacer el mundo que nos rodea más cristiano, lo estamos convirtiendo a la vez en un mundo más humano. Y, al mismo tiempo, cuando procuramos que el ambiente –social, familiar, laboral– en el que vivimos sea más justo y más humano, estamos creando las condiciones para que Cristo sea más fácilmente conocido y amado.

La decisión de vivir la virtud de la justicia, sin recortes, nos llevará a pedir cada día por los responsables del bien común –gobernantes, empresarios, dirigentes sindicales, etc.–, pues de ellos depende en buena medida la solución de los grandes problemas sociales y humanos. A la vez, hemos de vivir, hasta sus últimas consecuencias, el compromiso personal sin inhibiciones y sin delegar en otros la responsabilidad en la práctica de la justicia, al que nos urge la Iglesia: pagando lo que es debido a las personas que nos prestan un servicio; haciendo lo posible para mejorar las condiciones de vida de los más necesitados; comportándonos ejemplarmente, con competencia y dedicación profesional, en nuestro trabajo; ejercitando con responsabilidad e iniciativa nuestros derechos y deberes ciudadanos; participando en las diversas asociaciones a las que podamos llevar, junto con otras personas de buena voluntad, un sentido más humano y más cristiano. Y esto, aunque nos cueste un tiempo del que normalmente no disponemos; si nos esforzamos, el Señor alargará nues-tro día.

El programa de vida que nos ha dejado el Señor lleva consigo el mayor cambio que puede darse en la humanidad. Nos dice que todos somos hijos de Dios y, por tanto, hermanos: esto incide de modo profundo en las relaciones entre los hombres; a todos nos ha dado el Señor los bienes de la tierra para ser buenos administradores; a todos nos ha prometido la vida eterna. Los logros que a lo largo de los siglos ha conseguido la doctrina de Cristo –la abolición de la esclavitud, el reconocimiento de la dignidad de la mujer, la protección de huérfanos y viudas, la atención a enfermos y marginados...– son consecuencia del sentido de fraternidad que lleva consigo la fe cristiana. En nuestro ambiente profesional y social, ¿se puede decir de nosotros que estamos verdaderamente, con nuestras palabras y nuestros hechos, haciendo un mundo más justo, más humano?

Con palabras de San Josemaría Escrivá recordamos: «Quizá penséis en tantas injusticias que no se remedian, en los abusos que no son corregidos, en situaciones de discriminación que se transmiten de una generación a otra, sin que se ponga en camino una solución desde la raíz.

»(...) Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo. Los cristianos –conservando siempre la más amplia libertad a la hora de estudiar y de llevar a la práctica las diversas soluciones y, por tanto, con un lógico pluralismo–, han de coincidir en el idéntico afán de servir a la humanidad. De otro modo, su cristianismo no será la Palabra y la Vida de Jesús: será un disfraz, un engaño de cara a Dios y de cara a los hombres»12De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó su Hijo Unigénito...

III. Con la sola justicia no podremos resolver los problemas de los hombres: «aunque consigamos llegar a una razonable distribución de los bienes y a una armoniosa organización de la sociedad, no desaparecerá el dolor de la enfermedad, el de la incomprensión o el de la soledad, el de la muerte de las personas que amamos, el de la experiencia de la propia limitación»13. La justicia se enriquece y complementa a través de la misericordia. Es más, la estricta justicia «puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma si no se le permite a esa forma más profunda, que es el amor, plasmar la vida humana»14, y puede terminar «en un sistema de opresión de los más débiles por los más fuertes o en una arena de lucha permanente de los unos contra los otros»15.

La justicia y la misericordia se sostienen y se fortalecen mutuamente. «Únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad. Cuando se hace justicia a secas, no os extrañéis si la gente se queda herida: pide mucho más la dignidad del hombre, que es hijo de Dios»16.

Y la caridad sin justicia no sería verdadera caridad, sino un simple intento de tranquilizar la conciencia. Sin embargo, nos encontramos con personas que se llaman a sí mismas «cristianas» pero «prescinden de la justicia, y se limitan a un poco de beneficencia, que califican de caridad, sin percatarse de que aquello supone una parte pequeña de lo que están obligados a hacer.

»La caridad, que es como un generoso desorbitarse de la justicia, exige primero el cumplimiento del deber: se empieza por lo justo; se continúa por lo más equitativo...; pero para amar se requiere mucha finura, mucha delicadeza, mucho respeto, mucha afabilidad»17.

La mejor manera de promover la justicia y la paz en el mundo es el empeño por vivir como verdaderos hijos de Dios. Si los cristianos nos decidimos a llevar las exigencias del Evangelio a la propia vida personal, a la familia, al trabajo, al mundo en que diariamente nos movemos y del que participamos cambiaríamos la sociedad haciéndola más justa y más humana. El Señor, desde la gruta de Belén, nos alienta a hacerlo. No nos desanime el que nos parezca que aquello que está a nuestro alcance es, quizá, poca cosa. Así transformaron el mundo los primeros cristianos: con una labor diaria, concreta y, en muchos casos, pequeña a primera vista.


R/. El Señor te ha coronado con una diadema de justicia: Te ha vestido el traje de su gloria; en ti habita Dios, el Santo de Israel.


V/. Has combatido bien tu combate, has corrido hasta la meta; ahora te aguarda la corona merecida.

R/. Te ha vestido el traje de su gloria; en ti habita Dios, el Santo de Israel.

Salmo 62,2-9: El alma sedienta de Dios

Ant: «¿A Quién habéis visto pastores? Hablad, contádnoslo. ¿Quién se ha aparecido en la tierra?» «Hemos visto al recién nacido y a los coros de ángeles alabando al Señor.» Aleluya.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: «¿A Quién habéis visto pastores? Hablad, contádnoslo. ¿Quién se ha aparecido en la tierra?» «Hemos visto al recién nacido y a los coros de ángeles alabando al Señor.» Aleluya.

Daniel 3,57-88.56: Toda la creación alabe al Señor

Ant: El ángel dijo a los pastores: «Os anuncio una gran alegría; hoy os ha nacido el Salvador del mundo.» Aleluya.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

Ant: El ángel dijo a los pastores: «Os anuncio una gran alegría; hoy os ha nacido el Salvador del mundo.» Aleluya.

Salmo 149: Alegría de los santos

Ant: Hoy nos ha nacido un niño que se llamará Dios fuerte. Aleluya.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Hoy nos ha nacido un niño que se llamará Dios fuerte. Aleluya.

Lectura

Hb 1,1-2

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo.

V/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

R/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

V/. Su salvación.

R/. Aleluya. Aleluya.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. El Señor ha revelado, Aleluya. Aleluya.

Cántico Ev.

Ant: Los pastores se decían unos a otros: «vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor.»



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Los pastores se decían unos a otros: «vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor.»

Preces

Ya que Dios en su misericordia nos ha enviado a Cristo, príncipe de la paz, digamos con toda confianza:

Concede, Señor, la paz a todos los hombres

- Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en estos días en que la Iglesia celebra tu amor salvífico,
dígnate acoger benigno nuestras alabanzas.


- Tú que desde el principio prometiste que, por Cristo, darías tu victoria a los hombres,
haz que todos los pueblos sean iluminados por la luz del Evangelio.


- Para gloria de tu Hijo, cuyo día Abraham contempló lleno de alegría, los patriarcas esperaron, los profetas anunciaron y todos los pueblos desearon,
haz que el pueblo de Israel alcance la salvación.


- Tú que quisiste que el nacimiento de tu Hijo fuera anunciado por los espíritus celestes y celebrado por los apóstoles, los mártires y los fieles de todos los siglos,
concede a la tierra aquella paz que anunciaron los ángeles.

Fieles a la recomendación del Salvador, digamos con filial confianza:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Dios todopoderoso, a quien nadie ha visto nunca, tú que has disipado las tinieblas del mundo con la venida de Cristo, la luz verdadera, míranos complacido, para que podamos cantar dignamente la gloria del nacimiento de tu Hijo. Que vive y Reina contigo.

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