Custodia

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Saludo

Bendición

martes, 13 de diciembre de 2022

 


Santa Lucía, virgen y mártir, memoria obligatoria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

 
Himno

«Quien entrega su vida por amor,
la gana para siempre»,
dice el Señor.

Aquí el bautismo proclama
su voz de gloria y de muerte.
Aquí la unción se hace fuerte
contra el cuchillo y la llama.

Mirad cómo se derrama
mi sangre por cada herida.

Si Cristo fue mi comida,
dejadme ser pan y vino
en el lagar y en el molino
donde me arrancan la vida.

Salmo 67-I: Entrada triunfal del Señor

Ant: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian.

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;

como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.

En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.

Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.

Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.

Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.

Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian.

Salmo 67-II:

Ant: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
"los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.

Mientras reposabais en los apriscos,
las palomas batieron sus alas de plata,
el oro destellaba en sus plumas.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío".

Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?

Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santuario.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.

Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: "Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo
y los perros la lamerán con sus lenguas".

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Salmo 67-III:

Ant: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.

Aparece tu cortejo, oh Dios,
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.

Al frente, marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio, las muchachas van tocando panderos.

"En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel".

Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.

Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.

Reprime a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los Toros,
a los Novillos de los pueblos.

Que se te rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.

Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
"Reconoced el poder de Dios".

Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario, Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.

¡Dios sea bendito!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.

V/. Me asaltan angustias y aprietos.

R/. Tus mandatos son mi delicia.

Lectura

V/. Me asaltan angustias y aprietos.

R/. Tus mandatos son mi delicia.

Jerusalén será salvada de los asirios


Is 30,27-33; 31,4-9

Mirad: el Señor en persona viene de lejos, arde su cólera con espesa humareda; sus labios están llenos de furor, su lengua es fuego devorador; su aliento es torrente desbordado que alcanza hasta el cuello: para cribar a los pueblos con criba de exterminio, para poner bocado de extravío en la quijada de las naciones.

Vosotros entonaréis un cántico como en noche sagrada de fiesta: se alegrará el corazón al compás de la flauta, mientras vais al monte del Señor, a la Roca de Israel. El Señor hará oír la majestad de su voz, mostrará su brazo que descarga con ira furiosa y llama devoradora, con tormenta y aguacero y pedrisco.

A la voz del Señor temblará Asiria, golpeada con la vara. Cada golpe de la vara de castigo que el Señor descargue sobre ella se dará entre panderos y cítaras y danzas. Que está preparada hace tiempo en Tofet, está dispuesta, ancha y profunda, una pira con leña abundante: y el soplo del Señor, como torrente de azufre, le prenderá fuego.

Me lo ha dicho el Señor: «Como gruñe el león y sus cachorros con su presa, y se reúne contra ellos un tropel de pastores, pero ellos no se asustan de sus voces ni se intimidan por su tumulto, así bajará el Señor de los ejércitos a combatir sobre el Monte Sión, sobre su cumbre. Como un ave aleteando, el Señor de los ejércitos protegerá a Jerusalén: protección liberadora, rescate salvador.

Hijos de Israel, volved a él de lo hondo de vuestra rebelión. Aquel día, todos rechazaréis los ídolos de plata y los ídolos de oro que hicieron vuestras manos pecadoras.

Asiria caerá bajo una espada no humana, espada no de mortal la devorará; y si sus jóvenes escapan de la espada, caerán en trabajos forzados. Despavorida escapará su peña, y sus jefes huirán espantados de su estandarte.» Oráculo del Señor, que tiene una hoguera en Sión, un horno en Jerusalén.

R/. Bajará el Señor de los ejércitos sobre el Monte Sión. Como un ave aleteando, el Señor protegerá a Jerusalén: rescate salvador.


V/. Vosotros entonaréis un cántico como en noche sagrada de fiesta: se alegrará el corazón.

R/. Como un ave aleteando, el Señor protegerá a Jerusalén: rescate salvador.

L. Patrística

Con la claridad de tu mente iluminas la gracia de tu cuerpo
San Ambrosio, obispo

Del libro sobre la virginidad (Cap.12,68.74-75; 13,77-78: PL 16 [ed. 1845], 281.283.285-286)

Tú, una mujer del pueblo, una de entre la plebe, una de las vírgenes, que, con la claridad de tu mente, iluminas la gracia de tu cuerpo (tú que eres la que más propiamente puede ser comparada a la Iglesia), recógete en tu habitación y, durante la noche, piensa siempre en Cristo y espera su llegada en cualquier momento.

Así es como te deseó Cristo, así es como te eligió. Abre la puerta, y entrará, pues no puede fallar en su promesa quien prometió que entraría. Échate en brazos de aquel quien buscas; acércate a él, y serás iluminada; no lo dejes marchar, pídele que no se marche rápidamente, ruégale que no se vaya. Pues la Palabra de Dios pasa; no se la recibe con desgana, no se la retiene con indiferencia. Que tu alma viva pendiente de su palabra, sé constante en encontrar las huellas de la voz celestial, pues pasa velozmente.

Y, ¿qué es lo que dice el alma? Lo busco, y no lo encuentro; lo llamo, y no responde. No pienses que le desagradas si se ha marchado tan rápidamente después que tú le llamaste, le rogaste y le abriste la puerta; pues él permite que seamos puestos a prueba con frecuencia. ¿Y qué es lo que responde, en el Evangelio, a las turbas, cuando le ruegan que no se vaya? También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado. Y, aunque parezca que se ha ido, sal una vez más, búscale de nuevo.

¿Quién, sino la santa Iglesia, te enseñará la manera de retener a Cristo? Incluso ya te lo ha enseñado, si entiendes lo que lees: Apenas los pasé, encontré al amor de mi alma: lo abracé, y ya no lo soltaré.

¿Con qué lazos se puede retener a Cristo? No a base de ataduras injustas, ni de sogas anudadas; pero sí con los lazos de la caridad, las riendas de la mente y el afecto del alma.

Si quieres retener a Cristo, búscalo y no temas el sufrimiento. A veces se encuentra mejor a Cristo en medio de los suplicios corporales y en las propias manos de los perseguidores.

Apenas los pasé, dice el Cantar. Pues, pasados breves instantes, te verás libre de los perseguidores y no estarás sometida a los poderes del mundo. Entonces Cristo saldrá a tu encuentro y no permitirá que durante un largo tiempo seas tentada.

La que de esta manera busca a Cristo y lo encuentra puede decir: Lo abracé, y ya no lo soltaré, hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas. ¿Cuál es la casa de tu madre y su alcoba, sino lo más íntimo y secreto de tu ser?

Guarda esta casa, limpia sus aposentos más retirados, para que, estando la casa inmaculada, la casa espiritual fundada sobre la piedra angular, se vaya edificando el sacerdocio espiritual, y el Espíritu Santo habite en ella.

La que así busca a Cristo, la que así ruega a Cristo no se verá nunca abandonada por él; más aún, será visitada por él con frecuencia, pues está con nosotros hasta el fin del mundo.

Santa Lucía, virgen y mártir, memoria obligatoria

So 3,1-2.9-13: Se promete la salvación mesiánica a todos los pobres.

Así dice el Señor:

«¡Ay de la ciudad rebelde,

manchada y opresora!

No obedeció ni escarmentó,

no aceptaba la instrucción,

no confiaba en el Señor,

no se acercaba a su Dios.

Entonces daré a los pueblos labios puros,

para que invoquen todos el nombre del Señor,

para que le sirvan unánimes.

Desde más allá de los ríos de Etiopía,

mis fieles dispersos me traerán ofrendas.

Aquel día no te avergonzarás

de las obras con que me ofendiste,

porque arrancaré de tu interior

tus soberbias bravatas,

y no volverás a gloriarte

sobre mi monte santo.

Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde,

que confiará en el nombre del Señor.

El resto de Israel no cometerá maldades,

ni dirá mentiras,

se hallará en su boca una lengua embustera;

pastarán y se tenderán sin sobresaltos.»

Sal 33,2-3.6-7.17-18.19.23: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias.

Pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias.

El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él.

Mt 21,28-32: Vino Juan, y los pecadores le creyeron.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a ancianos del pueblo:

- «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." El le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor. " Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»

Contestaron:

- «El primero.»

Jesús les dijo:

- «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»




Adviento. 3ª semana. Martes

QUIÉN ES JESÚS


— Jesús, Hijo Unigénito del Padre.

— Perfecto Dios y hombre perfecto. Se hace Niño para que nos acerquemos a Él con confianza. Especiales relaciones con Jesucristo.

— La Humanidad Santísima del Señor, camino hacia la Trinidad. Imitar a Jesús. Conocerle mejor mediante la lectura del Santo Evangelio. Meditar su vida.

I. Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy1, leemos en la Antífona de entrada de la Primera Misa de Navidad, con palabras del Salmo II. «El adverbio hoy habla de la eternidad, el hoy de la Santísima e inefable Trinidad»2.

Durante su vida pública, Jesús anunció muchas veces la paternidad de Dios con relación a los hombres, remitiéndose a las numerosas expresiones que se contienen en el Antiguo Testamento.

Sin embargo, «para Jesús, Dios no es solamente “el Padre de Israel, el Padre de los hombres”, sino mi Padre. Mío: precisamente por esto los judíos querían matar a Jesús, porque llamaba a Dios su Padre (Jn 5, 18). Suyo en sentido totalmente literal: Aquel a quien solo el Hijo conoce como Padre, y por quien solo y recíprocamente es conocido (...). Mi Padre es el Padre de Jesucristo. Aquel que es el Origen de su ser, de su misión mesiánica, de su enseñanza»3.

Cuando, en las proximidades de Cesarea de Filipo, Simón Pedro confiesa: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, Jesús le responde: Bienaventurado tú... porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre...4, porque solo el Padre conoce al Hijo, lo mismo que solo el Hijo conoce al Padre5. Solo el Hijo da a conocer al Padre: el Hijo visible hace ver al Padre invisible. El que me ha visto a mí, ha visto al Padre6.

El Niño que nacerá en Belén es el Hijo de Dios, Unigénito, consustancial al Padre, eterno, con su propia naturaleza divina y la naturaleza humana asumida en el seno virginal de María. Cuando en esta Navidad le miremos y le veamos inerme en los brazos de su Madre no olvidemos que es Dios hecho hombre por amor a nosotros, a cada uno de nosotros.

Y al leer en estos días con profunda admiración las palabras del Evangelio y habitó entre nosotros, o al rezar el Ángelus, tendremos una buena ocasión para hacer un acto de fe profundo y agradecido, y de adorar a la Humanidad Santísima del Señor.

II. Jesús nos vino del Padre7, pero nos nació de una mujer: Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer8, dice San Pablo. Los textos proféticos anunciaban que el Mesías descendería del Cielo, igual que la lluvia, y había de surgir de la tierra como un germen9. Será el Dios fuerte y a la vez un niño, un hijo10. De sí mismo dirá Jesús que vino de arriba11, y al mismo tiempo nació de la semilla de David12Brotará una vara del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago13. Nacerá de la tierra, de esta tierra terrena.

En el Evangelio de la Misa de la Vigilia de Navidad leeremos la genealogía humana de Jesús14. El Espíritu Santo ha querido mostrarnos cómo el Mesías se ha entroncado en una familia y en un pueblo, y a través de él en toda la humanidad. María le dio a Jesús, en su seno, su propia sangre: sangre de Adán, de Farés, de Salomón...

El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros15; se hizo hombre, pero no por eso dejó de ser Dios. Jesucristo es perfecto hombre y Dios perfecto.

Después de su Resurrección, como se movía el Señor con tan milagrosa agilidad y se aparecía de modo tan inexplicable, quizá pensara algún discípulo que Jesús era una especie de espíritu. Entonces, Él mismo disipó esas dudas para siempre. Les dijo: Palpad y ved; porque los espíritus no tienen carne y huesos como veis que yo tengo16. A continuación le dieron un trozo de pez asado, y, tomándolo, comió delante de ellos.

Juan estaba presente, y le vio comer, como tantas veces le había visto antes. Ya jamás le abandonó la certeza abrumadora de esa carne que hemos visto con nuestros propios ojos, que contemplamos y tocaron nuestras manos17.

Dios se hizo hombre en el seno de María. No apareció de pronto en la tierra como una visión celestial, sino que se hizo realmente hombre, como nosotros, tomando nuestra naturaleza humana en las entrañas purísimas de una mujer. Con ello se distingue también la generación eterna (su condición divina, la preexistencia del Verbo) de su nacimiento temporal. En efecto, Jesús, en cuanto Dios, es engendrado misteriosamente, no hecho, por el Padre desde toda la eternidad. En cuanto hombre, sin embargo, nació, «fue hecho», de Santa María Virgen en un momento concreto de la historia humana. Por tanto, Santa María Virgen, al ser Madre de Jesucristo, que es Dios, es verdadera Madre de Dios, tal como se definió dogmáticamente en el Concilio de Éfeso18.

Miramos al Niño que nacerá dentro de pocos días en Belén de Judá, y nosotros sabemos bien que Él es «la clave, el centro y el fin de toda la historia humana»19. De este Niño depende toda nuestra existencia: en la tierra y en el Cielo. Y quiere que le tratemos con una amistad y una confianza únicas. Se hace pequeño para que no temamos acercarnos a Él.

III. El Padre predestinó a los hombres a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea primogénito entre muchos hermanos20. Nuestra vida debe ser una continua imitación de Su vida aquí en la tierra. Él es nuestro Modelo en todas las virtudes y tenemos con Él relaciones que no poseemos respecto de las demás Personas de la Santísima Trinidad. La gracia conferida al hombre por los sacramentos no es meramente «gracia de Dios», como aquella que adornó el alma de Adán, sino, en sentido verdadero y propio, «gracia de Cristo».

Fue Cristo un hombre, un hombre individual, con una familia y con una patria, con sus costumbres propias, con sus fatigas y preferencias particulares; un hombre concreto, este Jesús21. Pero, al mismo tiempo, dada la transcendencia de su divina Persona, pudo y puede acoger en sí todo lo humano recto, todo cuanto de los hombres es asumible. No hay en nosotros un solo pensamiento o sentimiento bueno que Él no pueda hacer suyo, no existe ningún pensamiento o sentimiento suyo que no debamos nosotros esforzarnos en asimilar. Jesús amó profundamente todo lo verdaderamente humano: el trabajo, la amistad, la familia; especialmente a los hombres, con sus defectos y miserias. Su Humanidad Santísima es nuestro camino hacia la Trinidad.

Jesús nos enseña con su ejemplo cómo hemos de servir y ayudar a quienes nos rodean: os he dado ejemplo, nos dice, a fin de que, como yo he obrado, hagáis vosotros también22. La caridad es amar como yo os he amado23Vivid en caridad como Cristo nos amó24, dice San Pablo. Y para exhortar a los primeros cristianos a la caridad y a la humildad, les dice simplemente: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús25.

Cristo es nuestro Modelo en el modo de vivir las virtudes, en el trato con los demás, en la manera de realizar nuestro trabajo, en todo. Imitarle es penetrarse de un espíritu y de un modo de sentir que deben informar la vida de cualquier cristiano, sean cuales sean sus cualidades, su estado de vida, o el puesto que ocupe en la sociedad.

Para imitar al Señor, para ser verdaderamente discípulos suyos, «hay que mirarse en Él. No basta con tener una idea general del espíritu de Jesús, sino que hay que aprender de Él detalles y actitudes. Y, sobre todo, hay que contemplar su paso por la tierra, sus huellas, para sacar de ahí fuerza, luz, serenidad, paz.

»Cuando se ama a una persona se desean saber hasta los más mínimos detalles de su existencia, de su carácter, para así identificarse con ella. Por eso hemos de meditar la historia de Cristo, desde su nacimiento en un pesebre, hasta su muerte y su resurrección»26. Solo así tendremos a Cristo en nuestra mente y en nuestro corazón.

En estos días, mediante la lectura y meditación del Evangelio, nos será fácil contemplar a Jesús Niño en la gruta de Belén, rodeado de María y José. Aprenderemos grandes lecciones de desprendimiento, de humildad y de preocupación por los demás. Los pastores nos enseñarán la alegría de encontrar a Dios, y los Magos, cómo hemos de adorarle..., y nos sentiremos reconfortados para seguir avanzando en nuestro camino.

Si nos acostumbramos a leer y a meditar con atención cada día el Santo Evangelio, nos meteremos de lleno en la vida de Cristo, le conoceremos cada día mejor y, casi sin darnos cuenta, nuestra vida será un reflejo en el mundo de la Suya.


R/. El Señor la hizo grata a sus ojos en el combate, pues fue gloriosa delante de Dios y de los hombres; delante de los fuertes hablaba con sabiduría: Y el Señor del universo la amó.


V/. Ésta es la virgen que preparó en su corazón una alegre morada para Dios.

R/. Y el Señor del universo la amó.

Salmo 84: Nuestra salvación está cerca

Ant: Señor, has sido bueno con tu tierra, has perdonado la culpa de tu pueblo.

Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira.

Restáuranos, Dios Salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
¿Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad?

¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia,
y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón.»

La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra;
la misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;

La fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo;
el Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.

La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Señor, has sido bueno con tu tierra, has perdonado la culpa de tu pueblo.

Isaías 26,1-4.7-9.12: Himno después de la victoria sobre el enemigo

Ant: Mi alma te ansía de noche, Señor; mi espíritu madruga por ti.

Tenemos una ciudad fuerte,
ha puesto para salvarla murallas y baluartes:

Abrid las puertas para que entre un pueblo justo,
que observa la lealtad;
su ánimo está firme y mantiene la paz,
porque confía en ti.

Confiad siempre en el Señor,
porque el Señor es la Roca perpetua.

La senda del justo es recta.
Tú allanas el sendero del justo;
en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos,
ansiando tu nombre y tu recuerdo.

Mi alma te ansía de noche,
mi espíritu en mi interior madruga por ti,
porque tus juicios son luz de la tierra,
y aprenden justicia los habitantes del orbe.

Señor, tú nos darás la paz,
porque todas nuestras empresas
nos las realizas tú.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mi alma te ansía de noche, Señor; mi espíritu madruga por ti.

Salmo 66: Que todos los pueblos alaben al Señor

Ant: Ilumina, Señor, tu rostro sobre nosotros.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Ilumina, Señor, tu rostro sobre nosotros.

Lectura

2Co 1,3-5

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo.

V/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

R/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

V/. Él es mi salvación.

R/. Y mi energía.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

Cántico Ev.

Ant: Yo, humilde esclava, no he hecho otra cosa que ofrecer sacrificios al Dios vivo; como ya no me queda nada, me ofrezco a mí misma.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Yo, humilde esclava, no he hecho otra cosa que ofrecer sacrificios al Dios vivo; como ya no me queda nada, me ofrezco a mí misma.

Preces

Celebremos, amados hermanos, a nuestro Salvador, el testigo fiel, y, al recordar hoy a los santos mártires que murieron a causa de la palabra de Dios, aclamémoslo, diciendo:

Nos has comprado, Señor, con tu sangre

- Por la intercesión de los santos mártires, que entregaron libremente su vida como testimonio de la fe,
concédenos, Señor, la verdadera libertad de espíritu.


- Por la intercesión de los santos mártires, que proclamaron la fe hasta derramar su sangre,
concédenos, Señor, la integridad y la constancia de la fe.


- Por la intercesión de los santos mártires, que, soportando la cruz, siguieron tus pasos,
concédenos, Señor, soportar con generosidad las contrariedades de la vida.


- Por la intercesión de los santos mártires, que lavaron su manto en la sangre del Cordero,
concédenos, Señor, vencer las obras del mundo y de la carne.

Ya que deseamos que la luz de Cristo ilumine a todos los hombres, pidamos al Padre que a todos llegue el reino de su Hijo:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Que la poderosa intercesión de santa Lucía, virgen y mártir, sea nuestro apoyo, Señor, para que en la tierra celebremos su triunfo y en el cielo participemos de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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